quarta-feira, 1 de fevereiro de 2023

Manly Palmer Hall - El Phœnix

 

En el siglo I de la era cristiana, Clemente, uno de los padres prenicenos, describe la naturaleza peculiar y los hábitos del fénix con las siguientes palabras: «Hay un ave llamada fénix, única en su tipo, que vive quinientos años y, cuando se acerca el momento de su disolución y debe morir, se construye un nido de incienso, mirra y otras especias en el cual, cuando se cumple el plazo, entra y muere, pero, a medida que la carne se descompone, produce un tipo determinado de gusano, al cual, como se nutre de los jugos del ave muerta, le crecen plumas y, cuando ha adquirido fuerza, hace suyo el nido en el que están los huesos de su padre y, llevándoselos, pasa de la tierra de Arabia a Egipto, a la ciudad llamada Heliópolis y, en pleno día y volando a la vista de todos los hombres, los coloca en el altar del sol y, después de hacerlo, se apresura a regresar a su morada anterior. Entonces los sacerdotes examinan los registros de las fechas y se dan cuenta de que ha regresado exactamente al cumplirse quinientos años».
Aunque reconoce que no había visto al ave fénix (solo había uno vivo por vez), Herodoto amplía un poco la descripción ofrecida por Clemente: «Cuentan todo lo que hace esta ave, que a mí no me parece creíble; dicen que viene de Arabia y que trae al ave padre, completamente cubierto de mirra, al templo del sol, donde entierra su cuerpo. Para traerlo, dicen, forma primero una bola de mirra, lo más grande que es capaz de transportar; a continuación la ahueca y mete dentro a su padre, tras lo cual tapa la abertura con mirra fresca y entonces la bola tiene exactamente el mismo peso que al principio; entonces la lleva a Egipto, toda cubierta como ya he dicho, y la deposita en el templo del sol. Esta es la historia que cuentan sobre lo que hace esta ave». Tanto Herodoto como Plinio han observado que, en general, el fénix y el águila tienen una forma parecida, un punto que el lector ha de tener en cuenta, porque es bastante seguro que el águila masónica moderna al principio fuese un fénix. Se dice que el cuerpo del fénix estaba cubierto de plumas moradas brillantes, mientras que las plumas largas de la cola eran alternativamente azules y rojas. La cabeza era de color claro y llevaba un collar de plumas doradas. En la parte posterior de la cabeza tenía un penacho de plumas muy peculiar, que resultaba bastante evidente, aunque la mayoría de los escritores y los simbolistas lo han pasado por alto.
El phœnix se consideraba consagrado al sol y la duración de su vida (entre quinientos y mil años) se tomaba como referencia para medir el movimiento de los cuerpos celestes y también los ciclos temporales utilizados en los Misterios para indicar los períodos de existencia. Se desconoce su alimentación. Algunos autores dicen que subsistía de la atmósfera y otros, que comía en raras ocasiones, pero jamás en presencia del hombre. Los masones modernos deberían darse cuenta de su especial significación masónica, porque se dice que el ave usaba ramitas de acacia para construirse el nido.
El fénix —el mitológico roc persa—es también el nombre de una constelación austral y, por consiguiente, tiene importancia tanto astronómica como astrológica. Con toda probabilidad, era el cisne de los griegos, el águila de los romanos y el pavo real del Lejano Oriente. Para los místicos antiguos era un símbolo muy apropiado de la inmortalidad del alma humana, porque, así como el fénix renacía de su propia naturaleza muerta siete veces siete, la naturaleza espiritual del hombre resucita triunfalmente, una y otra vez, de su cadáver físico. Para los herméticos medievales, el fénix era un símbolo de la consecución de la transmutación alquímica, un proceso equivalente a la regeneración humana. También se daba el nombre de «fénix» a una de las fórmulas alquímicas secretas. El conocido pelícano del grado rosacruz, que daba de comer a sus crías de su propio pecho, es, en realidad, un fénix: para confirmarlo, basta con observar la cabeza del ave: le falta la deslucida parte inferior del pico y la cabeza del fénix se parece mucho más a la del águila que a la del pelícano. En los Misterios, era habitual llamar a los iniciados «fénix» u «hombres renacidos», porque, así como el nacimiento físico proporciona al hombre la conciencia del mundo físico, el neófito, después de pasar nueve grados en el vientre de los Misterios, nacía a una conciencia del mundo espiritual. Este es el misterio de la iniciación al que se refería Cristo cuando dijo: «El que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios» (Juan 3, 3). El fénix es un símbolo adecuado de este nacimiento espiritual.
El misticismo europeo no estaba muerto cuando se fundaron los Estados Unidos de América. La mano de los Misterios tuvo que ver con el establecimiento del nuevo gobierno y su firma sigue siendo visible en su Gran Sello. Si se analiza el sello con atención, aparecen un montón de símbolos ocultos y masónicos, entre los cuales destaca la llamada águila americana, un ave que, según Benjamín Franklin, no merecía ser escogida como emblema de un pueblo grande, poderoso y progresista. Una vez más, solo un estudioso del simbolismo puede ver a través del subterfugio y darse cuenta de que el águila americana que aparece en el Gran Sello no es más que un fénix estilizado, como se puede distinguir claramente si se examina el sello original. En su esbozo de The History of the Seal of the United States, Gaillard Hunt presenta sin querer material en abundancia para confirmar la creencia de que en el sello original aparecía el ave fénix en el anverso y la Gran Pirámide de Gizeh en el reverso. En un boceto coloreado, presentado como diseño para el Gran Sello por William Barton en 1782, aparece un auténtico fénix sentado en un nido de llamas, lo que demuestra la tendencia a utilizar esta ave emblemática.
Si alguien duda de la presencia de influencias masónicas y ocultas en la época en la que se diseñó el Gran Sello, debería prestar atención a los comentarios del profesor de Harvard Charles Eliot Norton, que, acerca de la pirámide inacabada y el «ojo que todo lo ve» que adornaban el reverso del sello, escribió lo siguiente: «Parece casi imposible dar un tratamiento adecuado al emblema adoptado por el Congreso; aunque el diseñador le dé un tratamiento artístico, nunca dejará de ser un emblema feo de una fraternidad masónica».
El águila de Napoleón y la de César y el águila zodiacal de Escorpio en realidad son fénix, porque esta ave —y no el águila— es el símbolo de la victoria y el logro espiritual. La masonería estará en condiciones de resolver muchos de los secretos de su doctrina esotérica cuando se dé cuenta de que tanto sus águilas de una cabeza como las de dos son fénix y que para todos los iniciados y los filósofos el fénix es el símbolo de la transmutación y la regeneración de la energía creativa, lo que comúnmente se denomina el cumplimiento de la Gran Obra. El fénix bicéfalo es el prototipo del hombre andrógino, porque, según las enseñanzas secretas, llegará un momento en el que el cuerpo humano tendrá dos médulas espinales, mediante las cuales se mantendrá en el cuerpo el equilibrio vibratorio. Aparte de ser masones, muchos de los fundadores del gobierno de Estados Unidos recibieron ayuda de un órgano secreto y venerable que existía en Europa, que los ayudó a crear aquel país para un fin determinado, que solo conocían unos pocos iniciados El Gran Sello es la firma de aquel órgano exaltado —invisible y en su mayor parte desconocido— y la pirámide inacabada que aparece en el reverso es un tablero de dibujo que establece de forma simbólica la tarea a la cual se ha dedicado el gobierno de Estados Unidos desde el primer día.

Animales

El león es el rey de los animales y, como ocurre con la cabeza de todos los reinos, está consagrado al sol, cuyos rayos se representan mediante su melena enmarañada. Las alegorías que perpetuaban los Misterios (como la del león abriendo el libro secreto) significan que el poder solar abre las vainas que contienen las semillas y de este modo deja salir la vida espiritual que hay en su interior. También existía la curiosa creencia entre los antiguos de que el león dormía con los ojos abiertos, motivo por el cual se lo eligió como símbolo de vigilancia. La figura de un león situada a ambos lados de las puertas y las entradas es un emblema de custodia divina. El rey Salomón a menudo se representaba como un león. Durante siglos, los felinos han sido objeto de una veneración especial. En varios de los Misterios —sobre todo los egipcios—, los sacerdotes se ponían pieles de leones, tigres, panteras, pumas o leopardos. Hércules y Sansón —los dos son símbolos solares— mataron al león de la constelación de Leo y se vistieron con su piel para indicar que representaban al sol cuando se encontraba en lo más alto del arco celeste.
En Bubastis (Egipto), estaba el templo de la famosa diosa Bastet, la diosa gato de los Ptolomeos. Los egipcios rendían homenaje al gato, sobre todo cuando tenía el pelo de tres colores diferentes o los ojos de distinto color. Para los sacerdotes, el gato simbolizaba las fuerzas magnéticas de la naturaleza y se rodeaban de estos animales por el fuego astral que emanaba de sus cuerpos. Además, el gato era símbolo de eternidad, porque cuando duerme se acurruca en una bola, de modo que la cabeza y la cola se tocan. Entre los griegos y los romanos, el gato se consagraba a la diosa Diana. Los budistas de India otorgaron d gato un significado especial, pero por un motivo diferente: el gato fue el único animal que no estuvo presente cuando murió el gran Buda, porque se había detenido en el camino para perseguir a un ratón. Que el símbolo de las fuerzas astrales inferiores no estuviera presente en la liberación de Buda resulta significativo. Con respecto al gato, Herodoto dice lo siguiente: «Cuando estalla un incendio, los gatos se agitan con una especie de movimiento divino, que sus propietarios observan, mientras descuidan el fuego. Sin embargo, los gatos, a pesar de sus cuidados, huyen de ellos e incluso saltan por encima de la cabeza de sus dueños para arrojarse al fuego. Los egipcios guardan entonces luto por su muerte. Si un gato muere por causas naturales en una casa, todos sus habitantes se afeitan las cejas: si muere un perro, se afeitan la cabeza y todo el cuerpo. Solían embalsamar a los gatos muertos y llevarlos a Bubastis para enterrarlos en una casa sagrada.»
El más importante de todos los animales simbólicos era el Apis, o el toro egipcio de Menfis, que se consideraba el vehículo sagrado para la transmigración del alma del dios Osiris. Se declaraba que el Apis era concebido por un rayo y la ceremonia durante la cual se lo elegía y consagraba era una de las más impresionantes del ritualismo egipcio. El Apis tenía que tener unas marcas determinadas. Herodoto sostiene que el toro había de ser negro, con un punto blanco cuadrado en la frente, la forma de un águila (probablemente un buitre) en el lomo, un escarabajo encima (debajo) de la lengua y el pelo de la cola dispuesto en dos sentidos. Otros autores sostienen que el toro sagrado estaba marcado con veintinueve símbolos sagrados, que el cuerpo tenía manchas y que del lado derecho tenía una marca blanca en forma de media luna. Después de su consagración, lo ponían en un establo contiguo al templo y en determinadas ocasiones solemnes lo llevaban en procesión por las calles de la ciudad. Entre los egipcios existía la creencia popular de que si el toro exhalaba su aliento sobre algún niño, este llegaría a ser ilustre. Cuando llegaba a cierta edad (veinticinco años), llevaban al Apis al río Nilo o a una fuente sagrada —los expertos no se ponen de acuerdo en este punto—, donde lo ahogaban entre las lamentaciones de la plebe. El duelo y el llanto por su muerte continuaban hasta que se encontraba un nuevo Apis: entonces se declaraba que Osiris se había reencarnado y la tristeza dejaba paso al regocijo.
El culto al toro no se limitaba a Egipto, sino que se extendía a muchas naciones del mundo antiguo. En India, Nandi, el toro blanco sagrado de Shiva, sigue siendo objeto de gran veneración y tanto los persas como los judíos aceptaban al toro como un símbolo religioso importante. Los asirios, los fenicios, los caldeos y hasta los griegos reverenciaban a este animal y Júpiter se transformó en un toro blanco para raptar a Europa. El toro era un emblema fálico poderoso, que representa el poder creador paternal del demiurgo. A su muerte, con frecuencia era momificado y enterrado con pompa y ceremonia, como si fuese un dios, en un sarcófago especial. Las excavaciones realizadas en el Serapeum de Menfis han revelado las tumbas de más de sesenta de estos animales sagrados.
Como el signo que se alza sobre el horizonte en el equinoccio vernal constituye el cuerpo estrellado para la encarnación anual del sol, el toro no solo era el símbolo celeste del Hombre Solar, sino, puesto que el equinoccio vernal tenía lugar en la constelación de Tauro, decían que inauguraba o despuntaba el año. Por este motivo, en el simbolismo astronómico a menudo se ve al toro rompiendo el huevo anular con los cuernos. Además, el Apis también representa la encarnación de la mente divina en el cuerpo de un animal y, por consiguiente, que la forma animal física es el vehículo sagrado de la divinidad. La personalidad inferior del hombre es el Apis en el que se encarna Osiris. El resultado de la combinación es la creación de Sor-Apis (Serapis): el alma material que gobierna el cuerpo material irracional y está metida en él. Al cabo de un período determinado (que se calcula por el cuadrado de cinco, o veinticinco años), el cuerpo del Apis es destruido y su alma es liberada por el agua que ahoga la vida material, como se indicaba cuando las aguas bautismales de la luz y la verdad divinas arrastraban la naturaleza material. Ahogar al Apis es el símbolo de la muerte; la resurrección de Osiris en el nuevo toro es el símbolo de la renovación eterna. El toro blanco también se consagraba simbólicamente como emblema elegido de los iniciados y representaba el cuerpo material espiritualizado tanto del hombre como de la naturaleza. Cuando el equinoccio vernal dejó de tener lugar en el signo de Tauro, la divinidad solar se encarnó en la constelación de Aries y el carnero se convirtió entonces en el vehículo del poder solar. De este modo, el sol que sale en el signo del cordero celestial triunfa sobre la serpiente simbólica de la oscuridad. El cordero es un emblema conocido de pureza, por su mansedumbre y la blancura de su lana. En muchos de los Misterios paganos representaba al Salvador universal y en el cristianismo es el símbolo favorito de Cristo. En las pinturas de las iglesias primitivas aparece un cordero de pie en lo alto de una colina y de sus patas brotan cuatro fuentes de agua viva, que representan los cuatro Evangelios. La sangre del cordero es la vida solar que se vierte sobre el mundo a través del signo de Aries.
La cabra es tanto un símbolo fálico como un emblema de valor o aspiración, por la firmeza de sus patas y por su habilidad para escalar los picos más altos Para el alquimista, la cabeza de la cabra era el símbolo del azufre. La costumbre de los antiguos judíos de elegir un chivo expiatorio sobre el cual acumulaban los pecados del mundo no es más que una representación alegórica del Hombre Solar, que es el chivo expiatorio del mundo y sobre el cual se proyectan los pecados de las doce casas (tribus) del universo celestial. La Verdad es el cordero divino, adorado en todo el mundo pagano y que muere por los pecados del mundo, y desde el principio de los tiempos los dioses salvadores de todas las religiones han sido personificaciones de esta Verdad.
El vellocino de oro que buscaban Jasón y sus argonautas es el cordero celestial: el sol espiritual e intelectual. La doctrina secreta también se representa mediante el vellocino de oro, la lana de la vida divina, los rayos del sol de la Verdad. Según Suidas, en realidad el vellocino de oro era un libro, escrito sobre piel, que contenía las fórmulas para producir oro por medios químicos. Los Misterios eran instituciones elegidas para transmutar la ignorancia básica en iluminación preciosa. El dragón de la ignorancia era la criatura sobrecogedora que tenía que custodiar el vellocino de oro y representa la oscuridad del año viejo que lucha contra el sol en el momento de su paso equinoccial.
Los ciervos eran sagrados en los Misterios báquicos de los griegos y las bacantes a menudo se vestían con pieles de cervato. Los ciervos se asociaban con el culto a la diosa luna y las orgías báquicas se solían celebrar por la noche. Por su gracia y su velocidad, este animal fue aceptado como símbolo adecuado del desenfreno estético. Los ciervos eran objeto de veneración en muchos países. En Japón se siguen manteniendo rebaños de ciervos en relación con los templos. El lobo se suele asociar con el principio del mal, por la discordancia lastimera de su aullido y por su salvajismo. En la mitología escandinava, el lobo Fenris era uno de los hijos de Loki, el dios infernal de los fuegos Con el templo de Asgard en llamas a su alrededor, los dioses al mando de Odín libraron su última gran batalla contra las fuerzas caóticas del mal. Con las mandíbulas llenas de espuma, el lobo Fenris devoró a Odín, el padre de los dioses, con lo cual destruyó el universo odínico. En este caso, el lobo Fenris representa los poderes salvajes de la naturaleza que derrocaron a la creación primitiva.
El unicornio o monoceronte era una creación de lo más curiosa de los antiguos iniciados. Thomas Boreman lo presenta como «un animal que, a pesar de que muchos autores dudan de él, otros describen de la siguiente manera: tiene un solo cuerno, aunque sumamente generoso, que le crece en medio de la frente. Su cabeza parece la de un venado; tiene patas de elefante, cola de jabalí, y el resto del cuerpo se parece al del caballo. El cuerno mide aproximadamente cuarenta y cinco centímetros. Su voz se asemeja al mugido de un buey. Sus crines y su pelo son de color amarillento. El cuerno es duro como el hierro y áspero como una lima, retorcido o en forma de tirabuzón, como una espada flamígera; muy recto, afilado y negro por todas partes, salvo en la punta. Se le atribuían muchas virtudes, la expulsión del veneno y la cura de varias enfermedades No es un animal de presa».
Si bien el unicornio se menciona varias veces en las Escrituras, todavía no se ha encontrado ninguna prueba de su existencia. Se conservan unos cuantos cuernos para beber en diversos museos, supuestamente hechos con su punta. Sin embargo, es bastante probable que aquellos recipientes para beber en realidad se hicieran con los colmillos de algún mamífero grande o con el cuerno de un rinoceronte. J. P. Lundy cree que el cuerno del unicornio representa el cuerno de la salvación mencionado por san Lucas, que pincha el corazón de los hombres y los hace pensar en la salvación a través de Cristo. Los místicos cristianos medievales utilizaban el unicornio como emblema de Cristo y, por consiguiente, esta criatura debe representar la vida espiritual del hombre. Es posible que su único cuerno represente la glándula pineal o el tercer ojo, que es el centro de conocimiento espiritual situado en el cerebro. El unicornio fue adoptado por los Misterios como símbolo de la naturaleza espiritual iluminada del iniciado; el cuerno con el cual se defiende es la espada flamígera de la doctrina espiritual, que prevalece sobre todas las cosas. En el Book of Lambspring, un tratado hermético poco común, hay un grabado en el que aparecen juntos un ciervo y un unicornio en un bosque. Acompaña a la imagen el siguiente texto: «Los sabios dicen que en verdad hay dos animales en este bosque: uno espléndido, hermoso y rápido, un ciervo grande y fuerte, y el otro, un unicornio. […] Si aplicamos la parábola a nuestro arte, diremos que el bosque es el cuerpo. […] El unicornio será el espíritu de todos los tiempos. El ciervo no desea más nombre que el del alma; […]. Quien sepa domesticarlos y dominados con arte, emparejarlos y hacerlos entrar en el bosque y salir de él merece ser llamado Maestro».
El diablo egipcio, Tifón, se simbolizaba a menudo mediante el monstruo Set, cuya identidad es poco clara. Tiene una nariz rara, como un hocico, y orejas puntiagudas; podría haber sido una hiena cualquiera. El monstruo Set vivía en las tormentas de arena y deambulaba por el mundo divulgando el mal. Los egipcios relacionaban el aullido de los vientos del desierto con el gemido lastimero de la hiena. Por eso, cuando en lo más profundo de la noche la hiena lanzaba un gemido plañidero, sonaba como el último grito desesperado de un alma perdida en las garras de Tifón. Una de las obligaciones de aquella criatura malvada era proteger a los muertos egipcios de los profanadores de tumbas. Otro de los símbolos de Tifón era el hipopótamo, consagrado al dios Marte, porque Marte estaba entronizado en el signo de Escorpio, la casa de Tifón. El asno también estaba consagrado a aquel demonio egipcio. Que Jesús entrara en Jerusalén a lomos de un asno tiene tanta importancia como el hecho de que Hermes se pusiera de pie sobre la forma del Tifón abatido. A los cristianos primitivos los acusaban de adorar la cabeza de un asno. Un símbolo animal de lo más curioso es el cerdo o la cerda, consagrado a Diana, que a menudo se empleaba en los Misterios como símbolo de las artes Ocultas. El jabalí que mató a Atis clavándole los colmillos muestra el uso que se hace de este animal en los Misterios. Según los Misterios, el mono representa la condición del hombre antes de que el alma racional entrara en su constitución. Por consiguiente, representa al hombre irracional. Para algunos, el mono es una especie a la cual las jerarquías espirituales no han dotado de alma; para otros, es un estado caído en el cual se ha privado al hombre de su naturaleza divina por degeneración. Los antiguos, a pesar de ser evolucionistas, no hacían pasar por el mono los antecedentes del hombre; para ellos, el mono se había separado del tallo principal del progreso. De vez en cuando se lo utilizaba como símbolo del aprendizaje. Cinocéfalo, el simio con cabeza de perro, era el símbolo jeroglífico egipcio de la escritura y estaba muy relacionado con Thot. Cinocéfalo simboliza la luna y Thot, el planeta Mercurio. Debido a la antigua creencia de que la luna seguía a Mercurio por el cielo, se describe al simio-perro como fiel compañero de Thot.
Por su fidelidad, el perro denota la relación que debería existir entre discípulo y maestro o entre el iniciado y su Dios. El pastor alemán era un estereotipo del clero. La capacidad del perro para percibir y seguir a las personas sin verlas a lo largo de kilómetros simbolizaba el poder trascendental mediante el cual el filósofo sigue el hilo de la verdad a través del laberinto del error terrenal. El perro también es el símbolo de Mercurio. La estrella canina, Sirio o Sothis, era sagrada para los egipcios, porque presagiaba las crecidas anuales del Nilo.
Como bestia de carga, el caballo era el símbolo del cuerpo del hombre, obligado a sostener el peso de su constitución espiritual. Por otro lado, también representaba la naturaleza espiritual del hombre, obligada a mantener la carga de la personalidad material. Quirón, el centauro y mentor de Aquiles, representa la creación primitiva, que fue la progenitora y la instructora de la humanidad, como lo describe Berossus. Tanto el caballo alado como la alfombra mágica simbolizan la doctrina secreta y el cuerpo espiritualizado del hombre. El caballo de madera de Troya, que escondió un ejército para poder capturar la ciudad, representa el cuerpo del hombre que oculta en su interior aquellas potencialidades infinitas que más adelante salen y conquistan su entorno. Una vez más, como el arca de Noé, representa la naturaleza espiritual del hombre, que contiene gran cantidad de potencialidades latentes que se activan más adelante. El asedio de Troya es una versión simbólica del rapto del alma humana (Helena) por parte de la personalidad (París) y su redención final, a través de una lucha tenaz, mediante la doctrina secreta: el ejército griego a las órdenes de Agamenón.
En Ginnungagap, la gran fisura en el espacio, el Padre Eterno creó el enorme árbol de fresno del mundo —Ygdrasil—el símbolo de la Vida, el Tiempo y el Destino. Las tres raíces del árbol son llamadas lo espiritual, lo terrenal y lo infernal, que representan, respectivamente, el espíritu, la organización y la materia, según Clement Shaw. La raíz espiritual tiene su fuente en Asgard, el hogar del Aesir, o los dioses, y está regada por agua de la fuente de Urdar; la raíz terrestre tiene su fuente en Midgard, la morada de los hombres, y está regada por agua del pozo de Mimir; la raíz infernal tiene su fuente en Nifl-heim, la morada de los muertos, y está regada por el manantial de Hvergelmir. Las tres ramas del árbol sostienen a Midgard, o la Tierra, de cuyo centro sale la montaña sagrada sobre cuya cumbre se erige la ciudad de los dioses. En el gran mar que rodea la Tierra está Jormungand, la serpiente de Midgard, con su cola dentro de su boca. Bordeando el mar está la pared de peñascos y hielo moldeada desde las cejas de Ymir. El hogar de los dioses en la parte superior está conectado por el puente Bifrost hasta la morada de los hombres y de las criaturas infernales en la parte inferior. En la rama cumbre del árbol —que se denomina Lerad, que significa dador de paz— hay una gran águila sentada. Entre los ojos del águila está el halcón, Vedfolnir, cuya mirada penetrante señala todas las cosas que tienen lugar en el universo. Las hojas verdes del árbol divino que nunca se marchitan sirven de pasto para la cabra de Odín, Heidrun, que lleva la bebida de los dioses. Los ciervos —Dain, Dvalin, Duneyr y Durathror— también pastorean sobre las hojas del árbol, y de sus cuernos sale miel que se derrama sobre la Tierra. Ratatosk, la ardilla, es la personificación del espíritu de la murmuración, y, corriendo de lado a lado entre el águila en la parte superior, y de Nidhug, la serpiente, en la parte inferior, busca traer discordia entre ellos. En el mundo de la oscuridad en la parte inferior, Nidhug muerde las raíces del árbol divino. Él está ayudado por numerosas lombrices, que se dan cuenta de que si pueden destruir la vida del árbol, el mandato de los dioses cesará. A cada lado del gran árbol se encuentran los gigantes principales llevándole hielo y llamas a Ginnungagap.

FLORES, PLANTAS, FRUTAS Y ÁRBOLES

El yoni y el falo fueron adorados por casi todos los pueblos antiguos como símbolos adecuados del poder creativo de Dios. El jardín del Edén, el arca, la puerta del templo, el velo de los Misterios, la vesica piscis o nimbo ovalado y el Santo Grial son símbolos yónicos importantes, mientras que la pirámide, el obelisco, el cono, la vela, la torre, el monolito celta, el chapitel, el campanario, el mayo y la lanza sagrada son símbolos fálicos. Al tratar el tema del culto a Príapo, demasiados autores modernos juzgan los modelos paganos según los suyos y se regodean en el lodo de su propia vulgaridad. Los Misterios eleusinos —la mayor de todas las sociedades secretas antiguas—establecieron uno de los modelos más elevados que se conocen de moralidad y ética y los que critican su uso de símbolos fálicos deberían reflexionar sobre las palabras mordaces del rey Eduardo III: «Honni soit qui mal y pense»
Los rituales obscenos que llegaron a practicarse posteriormente en las bacanales y las dionisias no eran representativos de los niveles de pureza que mantuvieron originariamente los Misterios, como las orgías que celebraban de vez en cuando los partidarios del cristianismo hasta el siglo XVIII no eran representativas del cristianismo primitivo. Sir William Hamilton, ministro británico en la corte de Nápoles, declara que, en 1780, Isemia, una comunidad de cristianos en Italia, adoraba con ceremonias fálicas al dios pagano Príapo con el nombre de san Cosme.
El padre, la madre y el niño constituyen la trinidad natural. Los Misterios glorificaban al hombre como institución suprema, compuesta por esta trinidad que funciona como una unidad. Pitágoras comparaba el universo con la familia y declaraba que, así como el fuego supremo del universo estaba en medio de los cuerpos celestes, el fuego supremo del mundo estaba, por analogía, sobre las piedras del hogar. Para los pitagóricos y otras escuelas filosóficas, la naturaleza divina única de Dios se manifestaba en el triple aspecto de Padre, Madre e Hijo y los tres constituían la Familia Divina, cuya morada es la creación y cuyo símbolo natural y peculiar es el cuadragésimo séptimo problema de Euclides. Dios Padre es espíritu; Dios Madre es materia y Dios Hijo —el producto de ambos— representa la suma de las cosas vivas que nacen de la naturaleza y la constituyen. La semilla del espíritu se siembra en el vientre de la materia y, mediante una concepción inmaculada (pura) produce la progenie. ¿Acaso no es este el auténtico misterio de la Virgen que tiene en sus brazos al Niño Dios? ¿Quién se atreve a afirmar que tal simbolismo es inadecuado? El misterio de la vida es el misterio supremo que se revela en toda su dignidad divina y es glorificado como el logro perfecto de la naturaleza por los sabios iniciados y por los profetas de todos los tiempos. Sin embargo, la mojigatería actual considera que este mismo misterio no es apto para personas con una mentalidad sagrada. Contrariamente a los dictados de la razón, se impone un modelo según el cual es preferible la inocencia nacida de la ignorancia antes que la virtud nacida del conocimiento. Sin embargo, con el tiempo, el hombre aprenderá que no tiene que avergonzarse nunca de la verdad. Mientras no lo aprenda, es falso a su Dios, a su mundo y a sí mismo. En este sentido, el cristianismo ha fracasado en su misión, lamentablemente. Aunque afirma que el cuerpo humano es el templo vivo del Dios vivo, a continuación afirma que las sustancias y las funciones de este templo son impuras y que su estudio corrompe los delicados sentimientos de los justos. Con esta actitud malsana, se degrada y se difama el cuerpo del hombre, la casa de Dios. Sin embargo, la propia cruz es el más antiguo de los emblemas fálicos y las ventanas rómbicas de las catedrales demuestran que los símbolos yónicos han sobrevivido a la destrucción de los Misterios paganos. La estructura misma de la propia Iglesia está impregnada de elementos fálicos. Si retiramos de la Iglesia cristiana todos los emblemas que tienen origen en Príapo, no queda nada, porque hasta la tierra en la que se levanta era, por su fertilidad, el primer símbolo yónico. Como la presencia de estos emblemas de los procesos generadores resulta desconocida o bien la mayoría hace caso omiso de ellos, por lo general no se aprecia lo irónico de la situación. Solo los versados en el lenguaje secreto de la Antigüedad son capaces de comprender la importancia divina de estos emblemas.
Las flores se elegían como símbolo por muchos motivos. Gracias a la enorme variedad floral, siempre se podía encontrar alguna planta o alguna flor que fuese adecuada para ilustrar casi cualquier cualidad o condición. A veces se escogía una planta por algún mito relacionado con su origen, como las historias de Dafne y Narciso: por el ambiente peculiar en el que vive, como la orquídea y el hongo; por su forma expresiva, como la pasionaria y la azucena blanca; por su brillo o su fragancia, como la verbena y el espliego; porque mantenía su forma indefinidamente, como la flor imperecedera, o por sus características insólitas, como el girasol y el heliotropo, sagrados desde hace mucho tiempo por su afinidad con el sol. Una planta también se puede considerar digna de veneración porque de sus hojas, pétalos, tallos o raíces machacadas se pueden extraer ungüentos curativos, esencias o drogas que afectan la naturaleza y la inteligencia de los seres humanos, como la adormidera y las hierbas antiguas de la profecía. La planta también se puede considerar eficaz para curar muchas enfermedades, porque su fruto, sus hojas, sus pétalos o sus raíces guardan una similitud de forma o de color con partes u órganos del cuerpo humano. Por ejemplo, decían que los jugos destilados de determinadas especies de helechos, así como también el musgo velloso que crece en los robles y el vilano de cardo, hacen crecer el cabello; que las plantas del género Dentaria, también llamado Cardamine, que tienen una forma parecida a un diente, curaban el dolor de muelas, y que la planta llamada Palma christi, por su forma, curaba todas las dolencias de las manos. En realidad, la flor es el aparato reproductor de la planta y, por consiguiente, muy adecuada como símbolo de pureza sexual, un requisito incondicional de los Misterios antiguos. Por consiguiente, la flor representa el ideal de belleza y regeneración que, en definitiva, acabará por sustituir a la lujuria y la degeneración. De todas las flores simbólicas, la flor de loto de India y Egipto y la rosa de los rosacruces son las más importantes. En cuanto a su simbolismo, estas dos flores se consideran idénticas. Las doctrinas esotéricas que representa el loto se han perpetuado en la Europa moderna con la forma de la rosa. La rosa y el loto son emblemas yónicos que simbolizan, fundamentalmente, el misterio creativo maternal, mientras que la azucena blanca se considera fálica.
Los iniciados brahmanes y egipcios, que sin duda comprendían los sistemas secretos de la cultura espiritual mediante los cuales se pueden estimular los centros latentes de energía cósmica que hay en el hombre, utilizaban las flores de loto para representar los vórtices de energía espiritual situados en distintos puntos a lo largo de la columna vertebral, que los hindúes llamaban chakras, ruedas o discos. Siete de estos chakras son de fundamental importancia y cada uno tiene su correspondencia en los ganglios y los plexos nerviosos. Según las escuelas secretas, el ganglio del sacro es el loto de cuatro pétalos; el plexo prostático es el loto de seis pétalos; el plexo epigástrico y el ombligo es el loto de diez pétalos: el plexo cardíaco es el loto de doce pétalos; el plexo faríngeo es el loto de dieciséis pétalos; el plexo cavernoso es el loto de dos pétalos, y la glándula pineal, o el centro desconocido adyacente, es el loto de mil pétalos. El color, el tamaño y la cantidad de pétalos de cada loto son la clave para conocer su importancia simbólica. Una pista sobre el desarrollo del conocimiento espiritual según la ciencia secreta de los Misterios se encuentra en la historia de la vara de Aarón, que brotó, y también en la gran ópera de Wagner, Tanhäuser, en la cual el florecimiento del báculo del Papa representa las flores que se abren en la vara sagrada de los Misterios: la columna vertebral. Los rosacruces utilizaban una guirnalda de rosas para representar los mismos vórtices espirituales, a los que se hace referencia en la Biblia como las siete lámparas del candelabro y las siete iglesias de Asia. En la edición de 1642 de The History of the Reign of King Henry the Seventh de sir Francis Bacon hay un frontispicio que muestra a lord Bacon con unos zapatos cuyas hebillas son rosas rosacruces.
En el sistema filosófico hindú, cada pétalo de la forma lleva un símbolo determinado, que aporta más información sobre el significado de la flor. Los orientales también usaban la planta del loto para representar la evolución del hombre a través de los tres períodos de la conciencia humana: la ignorancia, el esfuerzo y el entendimiento. Así como el loto existe en tres elementos (tierra, agua y aire), el hombre vive en tres mundos: el material, el intelectual y el espiritual. Como la planta, con sus raíces en el barro y el limo, crece hacia arriba a través del agua y finalmente florece en la luz y el aire, el crecimiento espiritual del hombre se eleva desde la oscuridad de la acción vil y el deseo hacia la luz de la verdad y el entendimiento, mientras que el agua actúa como símbolo del mundo de la ilusión, siempre cambiante, que el alma tiene que atravesar en su esfuerzo por alcanzar el estado de iluminación espiritual. La rosa y su equivalente oriental, el loto, como todas las flores hermosas, representan el desarrollo y la consecución espirituales; por eso, las divinidades orientales a menudo aparecen sentadas sobre los pétalos abiertos de las flores de loto.
El loto también era un motivo universal en el arte y la arquitectura egipcios. Los techos de muchos templos se sostenían mediante columnas de lotos, que representan la sabiduría eterna, y el cetro con un loto en el extremo —símbolo del desarrollo personal y de la prerrogativa divina— se llevaba a menudo en las procesiones religiosas. Cuando la flor tenía nueve pétalos, era el símbolo del hombre; cuando tenía doce, del universo y los dioses; cuando tenía siete, de los planetas y la ley; cuando tenía cinco, de los sentidos y los Misterios, y cuando tenía tres, de las divinidades y los mundos principales. La rosa heráldica de la Edad Media por lo general tenía cinco o diez pétalos, con lo cual muestra su relación con el misterio espiritual del hombre a través de la patada y la década pitagóricas.

Manly Palmer Hall - Los Animales y Sus Secretos

PECES, INSECTOS, ANIMALES, REPTILES Y AVES

—Primera parte—

Todas las razas de la Antigüedad veneraban a las criaturas que vivían en el agua, el aire y la tierra. Conscientes de que los cuerpos visibles no son más que símbolos de las fuerzas invisibles, los antiguos adoraban al Poder Divino a través de los reinos inferiores de la naturaleza, porque aquellas criaturas menos evolucionadas y más simples reaccionaban de forma más inmediata a los impulsos creativos de los dioses. Los sabios de antaño estudiaron los seres vivos hasta el extremo de darse cuenta de que la manera más perfecta de comprender a Dios es a través del conocimiento de Su obra suprema: la naturaleza animada y la inanimada.

Todas las criaturas que existen manifiestan algún aspecto de la inteligencia o el poder del Uno Eterno, que jamás se puede llegar a conocer si no es a través del estudio y la apreciación de Sus partes, que son contadas pero inconcebibles. Por consiguiente, cuando se elige una criatura como símbolo para la mente humana concreta de algún principio abstracto oculto, se debe a que sus características manifiestan en una acción visible aquel principio invisible. En el simbolismo religioso de casi todas las naciones aparecen peces, insectos, animales, reptiles y aves, porque las formas y los hábitos de estas criaturas y el medio en el que existen las relacionan estrechamente con los diversos poderes generadores y germinadores de la naturaleza, que se consideraban pruebas visibles de la omnipresencia divina. Como los filósofos y los científicos primitivos sabían que toda la vida tenía origen en el agua, eligieron el pez como símbolo del germen de la vida. El símil resulta aún más acertado por el hecho de que los peces son los seres más prolíficos. Aunque es posible que los sacerdotes primitivos no contaran con los instrumentos necesarios para analizar un espermatozoide, por deducción llegaron a la conclusión de que se parecía a un pez. Los peces eran sagrados para los griegos y los romanos y estaban relacionados con el culto a Afrodita (Venus). Encontramos un interesante vestigio de ritualismo pagano en la costumbre de comer pescado los viernes. Freyja, de cuyo nombre deriva la palabra «viernes» en la mayoría de las lenguas germánicas, era la Venus escandinava y muchas naciones consagraban aquel día a la diosa de la belleza y la fertilidad. Esta analogía contribuye a vincular el pescado con el misterio de la procreación. El viernes también es sagrado para los seguidores del profeta Mahoma.

La palabra nun significa tanto «pez» como «crecimiento» y, como dice Inman: «A los judíos los condujo a la victoria el Hijo del Pez, también llamado Josué y Jesús (el Salvador). En inglés, nun significa religiosa de la fe cristiana. Los cristianos primitivos usaban tres peces para representar a la Santísima Trinidad y el pez también es uno de los ocho símbolos sagrados del gran Buda. Asimismo, resulta significativo que el delfín estuviese consagrado tanto a Apolo (el salvador solar) como a Neptuno. Se creía que aquel pez transportaba al cielo sobre su lomo a los marineros que habían naufragado. El delfín fue aceptado por los primeros cristianos como emblema de Cristo, porque para los paganos aquella hermosa criatura era amiga y benefactora del hombre. Es posible que el heredero al trono de Francia, el dauphin, deba su título a aquel antiguo símbolo pagano del poder preservador divino. Los primeros defensores del cristianismo comparaban a los conversos con peces, que, en el momento del bautismo, “regresaban otra vez al mar de Cristo”». Los pueblos primitivos creían que el mar y la tierra estaban habitados por criaturas extrañas y los primeros libros de zoología contienen curiosas ilustraciones de bestias, reptiles y peces complejos, que no existían en la época en la cual los autores medievales compilaron aquellos libros voluminosos. En los antiguos rituales de iniciación de los Misterios persas, griegos y egipcios, los sacerdotes se disfrazaban de criaturas complejas, con lo cual representaban distintos aspectos de la conciencia humana. Usaban aves y reptiles como emblemas de sus diversas divinidades y a menudo creaban formas de aspecto grotesco y les asignaban rasgos, hábitos y entornos imaginarios para simbolizar determinadas verdades espirituales y trascendentales, que así se mantenían ocultas a los profanos. El fénix hacía su nido con incienso y llamas. El unicornio tenía cuerpo de caballo, patas de elefante y cola de jabalí. La parte superior del cuerpo del centauro era humana y la inferior, equina. El pelícano de los herméticos alimentaba a sus crías de su propio pecho y a esta ave se le asignaban otros atributos misteriosos, que solo podían ser verdad de forma alegórica.

Si bien muchos escritores de la Edad Media los consideraban criaturas vivas, ninguno de ellos —salvo el pelícano—existió jamás fuera del simbolismo de los Misterios. Es posible que tuvieran su origen en rumores sobre animales poco conocidos entonces, pero en el templo se hacían realidad, porque allí representaban las múltiples características de la naturaleza humana. La mantícora tenía algunos puntos en común con la hiena; el unicornio pudo haber sido el rinoceronte de un solo cuerno. Para los estudiosos de la sabiduría secreta, aquellos animales y aves complejos no representan más que diversas fuerzas que actúan en los mundos invisibles. Esto es algo que parecen haber pasado por alto casi todos los que escriben sobre el tema de los monstruos medievales.

También hay leyendas que sostienen que mucho antes de la aparición de los seres humanos existía una raza o una especie de criaturas complejas que fueron destruidas por los dioses. Los templos de la Antigüedad conservaban sus propios registros históricos y poseían información acerca del mundo prehistórico que jamás ha sido revelada a los no iniciados. Según aquellos registros, la raza humana evolucionó a partir de una especie de criatura que tenía en parte la naturaleza de un anfibio, porque en aquel entonces el hombre primitivo tenía branquias como los peces y estaba parcialmente recubierto de escamas. En cieno modo y viendo el embrión humano, cabe la posibilidad de que fuera así. Como consecuencia de la teoría del origen acuático del hombre, el pez se consideraba el progenitor de la familia humana, de donde surgió la «ictiolatría» de los caldeos, los fenicios y los brahmanes. Los indígenas americanos creen que las aguas de los lagos, los ríos y los océanos están pobladas por un pueblo misterioso: los indios de las aguas.

El pez se ha utilizado como emblema de condenación, pero para los chinos representaba la satisfacción y la buena suerte y aparecen peces en muchas de sus monedas. Tifón, o Set, el genio del mal de los egipcios, dividió el cuerpo del dios Osiris en catorce partes y arrojó una de ellas en concreto al río Nilo, donde, según Plutarco, se la comieron tres peces: el lepidotus (probablemente Lepisosiren), el phagrus y el oxyrynchus (una especie de lucio). Por tal motivo, los egipcios se negaban a comer la carne de estos peces, convencidos de que hacerlo sería consumir el cuerpo de su dios. Cuando se usaba como símbolo del mal, el pez representaba la tierra (la naturaleza inferior del hombre) y la tumba (el sepulcro de los Misterios). Por eso, Jonás pasó tres días en el vientre del «gran pez», como Cristo estuvo tres días en la tumba.

Varios de los primeros Padres de la Iglesia creían que la «ballena» que había tragado a Jonás era el símbolo de Dios Padre, que cuando el desventurado profeta fue arrojado por la borda, lo aceptó dentro de Su propia naturaleza hasta que llegó a un lugar seguro. En realidad, la historia de Jonás es una leyenda sobre la iniciación en los Misterios y el «gran pez» representa la oscuridad de la ignorancia que traga al hombre cuando lo arrojan por el costado del barco (nace) al mar (la vida). Es posible que la historia se originara a partir de la costumbre, común en la Antigüedad, de construir embarcaciones en forma de peces o de aves y que Jonás simplemente fuera recogido por otro barco y llevado a puerto y que la forma de la embarcación hiciera que se la llamara «gran pez». («Veritatis simplex oratio est!») Lo más probable es que la «ballena» de Jonás se basara en una criatura mitológica pagana, el hippocampus, en parte caballo y en parte delfín, porque las estatuas y las tallas cristianas primitivas muestran una criatura compleja, en lugar de una ballena de verdad. Cabe suponer que las misteriosas serpientes marinas que, según las leyendas mayas y toltecas, llevaron a los dioses a México eran embarcaciones vikingas o caldeas construidas en forma de monstruos marinos o dragones complejos. H. P. Blavatsky propone la teoría de que la palabra cetus, la gran ballena, deriva de keto, un nombre del dios pez, Dagon, y que en realidad Jonás, después de ser capturado por marineros fenicios y antes de ser trasladado a una de sus ciudades, estuvo confinado en una celda abierta en el cuerpo de una estatua gigantesca de Dagon. Existe sin duda un gran misterio en torno a la forma gigantesca del cetus, que se sigue conservando como constelación.

Según numerosos fragmentos dispersos que se conservan, la naturaleza inferior del hombre se simbolizaba mediante una criatura tremenda y violenta, parecida a una gran serpiente o dragón, llamada leviatán. Todos los símbolos con forma o movimientos de serpiente representan la energía solar en alguna de sus numerosas formas. Por consiguiente, esta gran criatura marina representa la vida solar aprisionada en el agua y también la energía divina que corre por el cuerpo del hombre, donde, hasta que se transmuta, se manifiesta como un monstruo que se retuerce: los apetitos, las pasiones y los deseos del hombre. Entre los símbolos de Cristo como Salvador de los hombres hay varios relacionados con el misterio de Su naturaleza divina, ocultos en la personalidad del Jesús humilde.

Los gnósticos dividían la naturaleza del Redentor cristiano en dos panes: por un lado, Jesús, el hombre mortal, y por el otro, Cristo, la personificación del Nous, el principio de la Mente Cósmica. Nous, el mayor, durante un período de tres años (desde el bautismo hasta la crucifixión) se vistió con la carne del hombre mortal (Jesús). Para poner de manifiesto este punto y, sin embargo, mantenerlo oculto para los ignorantes, se utilizaron numerosas criaturas extrañas y a menudo repulsivas, cuyo exterior tosco ocultaba organismos espléndidos. Kenealy, en sus notas a The Book of Enoch, comenta lo siguiente: «Resulta evidente por qué la oruga era el símbolo del Mesías: porque, bajo un aspecto humilde, rastrero y totalmente terrenal, oculta la hermosa forma de la mariposa que, con sus alas radiantes, emula con sus colores variados el arco iris, la serpiente, el salmón, el escarabajo, el pavo real y el delfín que muere. […]».


Los insectos

En 1609 se publicó Amphitheatrum Sapientiae Æternae, de Heinrich Khunrath. Éliphas Lévi declaró que sus páginas esconden todos los grandes secretos de la filosofía mágica. En una ilustración notable de esta obra vemos a las ciencias herméticas atacadas por los pedagogos intolerantes e ignorantes del siglo XVII. Para manifestar el desprecio absoluto que sentía por quienes lo calumniaban, Khunrath convirtió a cada uno en una bestia compleja, añadiendo a uno unas orejas de burro y a otro una cola falsa. Reservó la parte superior de la imagen para ciertos murmuradores mezquinos a los que dio formas adecuadas. Llenó el aire de criaturas extrañas —libélulas enormes, ranas aladas, aves con cabeza humana y otras formas extrañas e indescriptibles—, que acumulaban malevolencias, cotilleos, resentimientos, calumnias y otras formas de persecución sobre los arcanos secretos de los sabios. El dibujo indicaba que sus ataques eran inútiles. A menudo se utilizaban insectos venenosos para simbolizar el poder mortífero de la lengua humana. Todo tipo de insectos también eran considerados emblemáticos de los espíritus y los demonios de la naturaleza, porque se creía que en la atmósfera había de los dos. Los dibujos medievales que muestran a los magos en el momento de invocar a los espíritus a menudo retratan los poderes misteriosos del más allá, que el mago ha conjurado y que aparecen ante él en formas complejas que incluyen partes de insectos. Parece que los filósofos primitivos opinaban que las enfermedades que arrasaban comunidades en forma de plagas en realidad eran seres vivos, solo que, en lugar de percibirlos como un montón de gérmenes diminutos, veían toda la plaga como una individualidad y le daban una forma horrorosa para representar su carácter destructivo. Como las plagas llegaban por el aire, se simbolizaban mediante insectos o aves.

Se asignaban formas geométricas hermosas a todas las condiciones o poderes naturales benéficos, mientras que a los antinaturales o los malignos se les asignaban figuras retorcidas y anómalas. El Maligno estaba espantosamente deformado o, de lo contrario, tenía la naturaleza de algunos animales despreciables. Según una superstición popular de la Edad Media, el Diablo tenía patas de gallo, mientras que los egipcios asignaban a Tifón (el Diablo) el cuerpo de un cerdo. Se estudiaron cuidadosamente los hábitos de los insectos, con lo cual se tomaba a la hormiga como emblema de la laboriosidad y la previsión, ya que almacenaba provisiones para el invierno y también tenía fuerza para mover objetos que pesaban varias veces más que ella. Las langostas que descendían en forma de nubes y en algunas partes de África y Asia ocultaban el sol y destruían todo verdor se consideraban emblemas adecuados de la pasión, la enfermedad, el odio y los conflictos porque estas emociones destruyen todo lo bueno en el alma humana y dejan tras ellas un desierto árido. En el folclore de diversas naciones se otorga una importancia especial a determinados insectos, pero los que han recibido veneración y consideración en todo el mundo son el escarabajo, el rey de los insectos: el escorpión, el gran traidor; la mariposa, el emblema de la metamorfosis, y la abeja, el símbolo de la laboriosidad.

El escarabajo egipcio es una de las figuras simbólicas más extraordinarias que haya concebido jamás la mente humana. Gracias a la erudición del clero, dejó de ser un simple insecto y, por la peculiaridad de sus hábitos y su aspecto, se convirtió en símbolo adecuado de la fuerza del cuerpo, de la resurrección del alma y del Creador eterno e incomprensible en Su aspecto de Señor del Sol. Sobre la adoración del escarabajo por parte de los egipcios, E. A. Wallis Budge afirma lo siguiente: También se creía en la época primitiva que el cielo era un prado inmenso por el cual avanzaba poco a poco un escarabajo enorme, empujando el disco del sol. Aquel escarabajo era el dios del cielo y, siguiendo el ejemplo del escarabajo pelotero (Scarabaeus sacer), que hacía rodar con las patas traseras una bola que se suponía que contenía sus huevos, los antiguos egipcios pensaban que la bola del dios del cielo contenía su huevo y que el sol era su hijo. Sin embargo, gracias a las investigaciones de monsieur J. H. Fabre, un entomólogo destacado, en la actualidad sabemos que la bola que hace rodar el Scarabaeus sacer no contiene sus huevos, sino excremento que servirá para alimentar su huevo, que pone en un lugar preparado con sumo cuidado. Algunas veces, a los iniciados en los Misterios egipcios los llamaban escarabajos y también leones y panteras.

El escarabajo era el emisario del sol y simbolizaba la luz, la verdad y la regeneración. Se colocaban escarabajos de piedra —los llamaban «escarabajos del corazón» y medían unos ocho centímetros— en la cavidad cardíaca del difunto cuando se retiraba el corazón para ser embalsamado separadamente como parte del proceso de momificación. Algunos sostienen que los escarabajos de piedra simplemente se envolvían en la mortaja en el momento de preparar el cuerpo para su preservación eterna. El pasaje que se transcribe a continuación con respecto a este tema aparece en el gran libro de iniciación egipcio, El Libro de los muertos: «He aquí que os convertiréis en un escarabajo de piedra verde que se colocará en el pecho de un hombre y llevará a cabo para él “la apertura de la boca”». Los ritos funerarios de muchas naciones guardan una notable similitud con las ceremonias de iniciación a sus Misterios.

Ra, el dios del sol, tenía tres aspectos importantes. Como creador del universo, se representaba mediante la cabeza de un escarabajo y recibía el nombre de Jepera, que significaba la resurrección del alma y una vida nueva al final del período mortal. Los sarcófagos en los que se ponían las momias de los difuntos egipcios casi siempre estaban adornados con escarabajos Por lo general se pintaba uno sobre el sarcófago, con las alas desplegadas justo encima del pecho del difunto. El hecho de que se hallaran tantos escarabajos pequeños de piedra indica que eran uno de los adornos preferidos de los egipcios. Por su relación con el sol, el escarabajo simbolizaba la parte divina de la naturaleza humana. Que sus hermosas alas estuvieran ocultas bajo su caparazón brillante representaba el alma alada del hombre, oculta dentro de su cubierta terrenal. Los soldados egipcios tenían el escarabajo como símbolo particular, porque los antiguos creían que aquellas criaturas eran todas machos y, por consiguiente, adecuadas como símbolo de virilidad, fuerza y valor.

Plutarco destacaba que el insecto hacía rodar su peculiar bola de excremento hacia atrás, mientras el insecto miraba en la dirección contraria, lo cual lo convertía en un símbolo particularmente adecuado para el sol, ya que este astro (según la astronomía egipcia) rodaba de Oeste a Este, aunque parecía moverse en sentido contrario. Según una alegoría egipcia, la salida del sol se debe a que el escarabajo despliega sus alas, que se extienden como colores espléndidos a ambos lados del cuerpo —el globo solar — y que, cuando pliega sus alas bajo su caparazón oscuro, al ponerse el sol, se hace de noche. Jepera, el aspecto de Ra con cabeza de escarabajo, se representa a menudo atravesando el mar del cielo en una embarcación hermosa llamada «la barca del sol». El escorpión es el símbolo tanto de la sabiduría como de la autodestrucción. Los egipcios lo llamaban «la criatura maldita» y la época del año en la que el sol entraba en el signo de Escorpio indicaba el comienzo del gobierno de Tifón. Cuando se utilizaban los doce signos del Zodiaco para representar a los doce apóstoles (aunque en realidad es al revés), el escorpión se asignada a Judas Iscariote, el traidor.

El escorpión clava el aguijón que tiene en la cola y por eso se considera que ataca por la espalda, que es falso y embustero. En The Dictionary of the Bible, Calmet afirma que el escorpión es un emblema apropiado del mal y el símbolo de la persecución. Se dice que los vientos secos de Egipto son obra de Tifón, que transmite a la arena el calor abrasador del mundo infernal y el aguijón del escorpión. Este insecto también era el símbolo del fuego espinal que, según los Misterios egipcios, destruía al hombre cuando se le permitíaacumularse en la base de la columna (lacola del escorpión). La estrella roja Antares, situada en la parte posterior del escorpión celestial, se consideraba la peor luz del cielo. A Kalb al-Akrab, o el corazón del escorpión, los antiguos la llamaban la lugarteniente o delegada de Marte.

Se creía que Antares perjudicaba la vista y que a menudo causaba ceguera si, cuando nacía un niño, salía por encima del horizonte. Es posible que esto también haga referencia a las tormentas de arena, que podían enceguecer a los viajeros incautos. El escorpión también era el símbolo de la sabiduría, porque el fuego que controlaba era capaz de iluminar, además de consumir. Según los paganos, la iniciación en los Grandes Misterios solo se celebraba bajo el signo del escorpión. En el Papiro de Ani (El Libro de los Muertos), el difunto compara su alma con un escorpión y dice lo siguiente: «Soy una golondrina, soy aquel escorpión, ¡la hija de Ra!». Elizabeth Goldsmith, en su tratado sobre simbolismo sexual, afirma que los escorpiones eran un «símbolo de Selk, la diosa egipcia de la escritura, y que también los veneraban los babilonios y los asirios, como guardianes de la puerta del sol. Se decía que siete escorpiones habían acompañado a Isis mientras buscaba los restos de Osiris que Set (Tifón) había esparcido».

En The Chaldean Account of the Génesis, George Smith, al describir —copiando de los cilindros cuneiformes—las andanzas del héroe Izdubar (Nimrod), arroja algo de luz sobre el dios escorpión que protege al sol. La tablilla que tradujo no es perfecta, aunque el significado es bastante claro: «[…] que todos los días custodian el sol naciente. Su corona estaba en el entramado del cielo y sus pies, debajo del infierno [la columna vertebral]. El hombre escorpión vigilaba la puerta y quemaba de lo horroroso que era, su aspecto era como la muerte y el poder de su miedo sacudía el bosque.

A la salida y la puesta del sol, protegían al sol; cuando Izdubar los veía, su cara se cubría de miedo y terror». Los romanos primitivos tenían una maquinaria bélica llamada «el escorpión», que se usaba para arrojar flechas, y es probable que debiera su nombre al gran soporte de madera —parecido a la cola del escorpión— que se levantaba para arrojarlas. Los proyectiles que disparaba aquella arma también se llamaban escorpiones. La mariposa (con el nombre de Psique, una hermosa doncella con alas de luz opalina) simboliza el alma humana, por las etapas que cubre para desarrollar su capacidad para volar. Las tres divisiones que atraviesa la mariposa en su evolución se parecen mucho a los tres grados de la escuela mistérica, que consuman —se supone—la evolución del hombre, proporcionándole unas alas emblemáticas que le permitan subir a los cielos. El hombre impenitente, ignorante e incapaz se simboliza mediante la etapa comprendida entre el óvulo y la larva; el discípulo, que busca la verdad y hace hincapié en la meditación, mediante la segunda etapa, de larva a pupa, momento en el cual el insecto entra en su crisálida (la tumba de los Misterios); la tercera etapa, de pupa a imago (cuando sale la mariposa perfecta), representa el alma iluminada y desarrollada del iniciado que sale de la tumba de su naturaleza inferior.

Las polillas o mariposas nocturnas representan la sabiduría secreta, porque son difíciles de encontrar y se ocultan en la oscuridad (la ignorancia). Algunas son emblemas de la muerte, como la Acherontia atropos, la esfinge de la calavera o esfinge de la muerte, que tiene una marca en el cuerpo que se parece un poco a una calavera humana. El escarabajo del reloj de la muerte (Xestobium rufovillosum), del cual se creía que avisaba cuando se acercaba la muerte emitiendo un sonido peculiar, es otro ejemplo de los insectos que intervienen en los asuntos humanos. Las opiniones difieren con respecto a la araña. Su forma la convierte en emblema adecuado de los plexos nerviosos y los ganglios del cuerpo humano. Para algunos europeos es de muy mal agüero matar una araña, posiblemente porque la consideran emisaria del Maligno, a quien nadie desea ofender. Existe un misterio en tomo a todas las criaturas venenosas, sobre todo los insectos. Paracelso enseñaba que la araña era el médiumpara una fuerza poderosa, pero maligna, que los magos negros utilizaban en sus tareas nefandas.

Determinadas plantas, minerales y animales han sido sagrados para todas las naciones de la tierra por su peculiar sensibilidad al fuego astral, un estado misterioso de la naturaleza con el cual el mundo científico se ha puesto en contacto a través de sus manifestaciones, como la electricidad y el magnetismo. La piedra imán y el radio en el reino mineral y diversas plantas parásitas en el reino vegetal son extrañamente susceptibles a este fuego eléctrico cósmico o fuerza vital universal. Los magos medievales se rodeaban de criaturas tales como murciélagos, arañas, gatos, serpientes y monos, porque podían apoderarse de las fuerzas vitales de aquellas especies y utilizarlas para conseguir sus propios fines. Algunas escuelas antiguas de sabiduría enseñaban que todos los insectos y reptiles venenosos germinan a partir de la naturaleza malvada del hombre y que cuando los seres humanos inteligentes ya no generen odio en su propia alma, dejarán de existir los animales feroces, las enfermedades repugnantes y las plantas y los insectos venenosos.

Entre los indios americanos se conoce la leyenda del «hombre araña», cuya red conectaba los mundos celestiales con la tierra. Para las escuelas secretas de India, algunos de los dioses que colaboraron con el universo durante su creación conectan los reinos de la luz con los de la oscuridad mediante telarañas. Por consiguiente, a los constructores del sistema cósmico, que mantenían unido el universo embrionario con hilos de fuerza invisible, a veces los llamaban «dioses araña» y a su soberano le decían «la Gran Araña».

La colmena aparece en la masonería para recordamos que en la diligencia y el esfuerzo por el bien común residen la verdadera felicidad y la prosperidad. La abeja es símbolo de sabiduría, porque, así como este pequeño insecto recoge polen de las flores, los hombres pueden extraer conocimientos de las experiencias de la vida cotidiana. La abeja está consagrada a la diosa Venus y, según los místicos, es una de las diversas formas de vida que llegaron a la tierra procedentes del planeta Venus hace millones de años. Se dice que el trigo y los plátanos tienen el mismo origen y por este motivo no se puede rastrear la fuente de estas tres formas de vida. El hecho de que las abejas estén gobernadas por reinas es uno de los motivos por los cuales este insecto se considera un símbolo femenino sagrado.

En India, el dios Prana —la personificación de la fuerza vital universal— a veces aparece rodeado de un círculo de abejas. Por su importancia para polinizar las flores, la abeja se acepta como símbolo del poder generador. Hubo un tiempo en que la abeja fue el emblema de los reyes de Francia. Los gobernantes franceses llevaban abejas bordadas en sus vestiduras y los doseles de sus tronos estaban adornados con grandes figuras de estos insectos.

La mosca representa al torturador, por las molestias que ocasiona a los animales. Al dios caldeo Baal a menudo se lo llamaba Baal-Zebul, o el dios de la morada. La palabra zebub o zabab quiere decir «mosca» y Baal-Zebul se convirtió en Baalzebub, Beelzebub o Belcebú, una palabra que, sin demasiado rigor, se tradujo como «mosca de Júpiter». La mosca se consideraba una forma de poder divino, por su capacidad para destruir sustancias en descomposición y de este modo favorecer la salud. Es posible que la mosca deba el nombre de zebub a su peculiar zumbido. Inman cree que Baalzebub, del cual se burlaban los judíos llamándolo «mi Señor de las moscas», en realidad quiere decir «mi Señor que zumba o murmura». Inman recuerda al Memnón que cantaba en el desierto egipcio, una figura enorme con un arpa eólica en lo alto de la cabeza. Cuando el viento sopla con fuerza, la gran estatua suspira o zumba. Los judíos transformaron Baalzebub en Beelzebub y lo convirtieron en su príncipe de los demonios, al interpretar daemon como «demonio». Para defender a Virgilio de las acusaciones de brujería, Naudaeus trató de desmentir todos los milagros que supuestamente había hecho Virgilio y presentó pruebas suficientes para declarar culpable al poeta de todos los cargos. Entre otras proezas extrañas, Virgilio fabricó una mosca de bronce y, después de ciertas ceremonias misteriosas, la colocó sobre una de las puertas de Nápoles, de resultas de lo cual no entró ninguna mosca en la ciudad durante más de ocho años.


Los reptiles

Se escogió a la serpiente como cabeza de la familia de los reptiles. El culto a las serpientes ha estado presente de alguna forma en casi toda la tierra. Los montículos en forma de serpiente de los indios americanos; las serpientes talladas en piedra de América Central y América del Sur; las cobras encapuchadas de India: Pitón, la gran serpiente de los griegos; las serpientes sagradas de los druidas; la serpiente de Midgard en Escandinavia; las Naga de Birmania, Siam y Camboya; la serpiente de bronce de los judíos; la serpiente mística de Orfeo; las serpientes del oráculo de Delfos, que se enroscaban en torno al trípode sobre el cual se sentaba la sacerdotisa Pitia, un trípode que, de por sí, tenía forma de serpientes enroscadas; las serpientes sagradas que se mantenían en los templos egipcios; los uraeus enroscados sobre la frente de los faraones y los sacerdotes, todos ellos son ejemplos de la veneración universal que despertaban las serpientes. En los antiguos Misterios, la serpiente enroscada alrededor de un bastón era el símbolo del médico. El caduceo de Hermes con las serpientes enroscadas sigue siendo el emblema de la profesión médica. En casi todos estos pueblos antiguos, la serpiente se aceptaba como símbolo de sabiduría o salvación. La antipatía que siente el cristianismo con respecto a la serpiente se debe a la alegoría mal entendida del Jardín del Edén.

La serpiente es fiel al principio de la sabiduría, porque tienta al hombre con el conocimiento de sí mismo. Por consiguiente, su propio conocimiento hizo que el hombre desobedeciera al Demiurgus, Jehová. Cómo era posible que hubiera una serpiente en el jardín del Señor, cuando Dios había declarado que todas las criaturas que Él había creado durante los seis días de la creación eran buenas, no ha recibido una respuesta satisfactoria por parte de los intérpretes de las Escrituras. El árbol que crece en medio del jardín es el fuego espinal; el conocimiento de la utilidad de aquel fuego espinal es el regalo de la gran serpiente. A pesar de cualquier afirmación en contrario, la serpiente es el símbolo y el prototipo del Salvador universal, que redime al mundo proporcionando a la creación el conocimiento de sí misma y el reconocimiento del bien y del mal. Si esto no fuera así, ¿por qué Moisés puso una serpiente de bronce en el extremo de una cruz en el desierto, para que todos los que la vieran sanaran de las picaduras de las serpientes menores? ¿No era acaso aquella serpiente de bronce una profecía del crucificado que vendría después? Si la serpiente no es más que algo malo, ¿por qué Cristo enseñaba a Sus discípulos que tenían que ser astutos como serpientes?

La teoría aceptada de que la serpiente es malvada no se puede corroborar. Hace mucho que se la considera el emblema de la inmortalidad. Es el símbolo de la reencarnación, o de la metempsicosis, porque todos los años muda de piel y reaparece, como quien dice, en un cuerpo nuevo. En tal sentido, existe una antigua superstición según la cual las serpientes no mueren nunca, a menos que sufran una muerte violenta, y que, si no les hacen daño, viven para siempre.

También se creía que las serpientes se tragaban a sí mismas y por eso se consideraban emblemas del Creador Supremo, que periódicamente reabsorbía Su universo otra vez hacia Él mismo. Refiriéndose al origen del culto a la serpiente, H. P. Blavatsky hace una afirmación significativa en Isis sin velo: «Antes de que nuestro globo adquiriera forma de huevo o redonda, era una estela de polvo cósmico o una niebla de fuego, que se movía y se retorcía como una serpiente. Esto era, según las explicaciones, el Espíritu de Dios que se movía sobre el caos hasta que su aliento incubó la materia cósmica y la hizo adoptar la forma anular de una serpiente con la cola en la boca: emblema de la eternidad en su mundo espiritual y en el nuestro, en su sentido físico».

La serpiente de siete cabezas representa la Divinidad Suprema, que se manifiesta a través de Sus Elohim, o siete espíritus, con cuya ayuda Él estableció Su universo. Los paganos han utilizado las espirales de la serpiente para simbolizar el movimiento y también las Órbitas de los cuerpos celestes, y es probable que el símbolo de la serpiente enroscada en torno al huevo —habitual en muchas de las antiguas escuelas mistéricas— representara tanto el movimiento aparente del sol en torno a la tierra como las franjas de luz astral, o el gran agente mágico, que se mueven sin cesar en torno al planeta.

La electricidad se solía simbolizar mediante la serpiente, debido a su movimiento. La electricidad que pasa entre los polos de un arco tiene un movimiento serpenteante. A la fuerza que se proyectaba a través de la atmósfera la llamaban «la gran serpiente». Como símbolo de la fuerza universal, la serpiente era emblema tanto del bien como del mal. La fuerza puede derribar con tanta rapidez como puede crecer. La serpiente con la cola en la boca es el símbolo de la eternidad, porque, en esa posición, el cuerpo del reptil no tiene principio ni fin. La cabeza y la cola representan el polo positivo y el negativo del circuito vital cósmico. A los iniciados de los Misterios a menudo se los llamaba «serpientes» y su sabiduría se consideraba análoga al poder de inspiración divina de la serpiente. No cabe duda de que se otorgaba el título de «serpientes aladas» (¿los serafines?) a una de las jerarquías invisibles que trabajaron con la tierra durante las primeras etapas de su formación.

Según una leyenda, cuando comenzó el mundo llovieron sobre la tierra serpientes aladas: es probable que fueran los semidioses que preceden a la civilización histórica de cualquier nación. La relación simbólica entre el sol y la serpiente se manifiesta literalmente en el hecho de que la vida permanece en la serpiente hasta la puesta del sol, aunque la corten en una docena de partes Según los indios hopi, la serpiente está en estrecha comunicación con el Espíritu de la Tierra; por consiguiente, cuando llega el momento de su danza anual de la serpiente, para enviar sus plegarias al Espíritu de la Tierra, primero consagran de forma especial una gran cantidad de estos reptiles y después los liberan para que regresen a la tierra con las plegarias de la tribu. La rapidez de movimiento de los lagartos ha hecho que se los asociara con Mercurio, el mensajero de los dioses, cuyos pies alados recorrían distancias infinitas casi de forma instantánea. Un estudioso eminente como el doctor H. E. Santee, en su Anatomy of the Brain and Spinal Cord, menciona algo que no se debe pasar por alto en relación con el simbolismo de los reptiles: «Los reptiles tienen dos cuerpos pineales, uno anterior y otro posterior; el posterior no se desarrolla, mientras que el anterior forma un ojo ciclópeo rudimentario. En los tuátaras, una especie de iguana neocelandesa, se proyecta a través del foramen parietal y presenta una lente y una retina imperfectas y, en su tallo largo, fibras nerviosas».

Los egipcios consideraban a los cocodrilos tanto símbolos de Tifón como emblemas de la Divinidad Suprema; esto último se debe a que, mientras está bajo el agua, el cocodrilo puede ver —según afirma Plutarco—, aunque sus ojos estén cubiertos por una membrana delgada. Los egipcios afirmaban que, por muy lejos que el cocodrilo desovara, el Nilo siempre llegaría hasta sus huevos en la siguiente crecida, ya que este reptil estaba dotado de un sentido misterioso que le permitía saber hasta dónde llegaría la crecida meses antes de que se produjera. Había dos tipos de cocodrilos Los egipcios aborrecían a los más grandes y más feroces, porque los comparaban con la naturaleza de Tifón, su demonio destructor. Tifón acechaba para devorar a todos los que no superaran el Juicio de los Muertos, un rito que tenía lugar en la Sala de Justicia, entre la tierra y los campos elíseos. Anthony Todd Thomson describe de la siguiente manera el buen trato que daban a los cocodrilos más pequeños y más dóciles, que los egipcios aceptaban como personificaciones del bien: «Les daban de comer todos los días y algunas veces les echaban en la garganta vino caliente con especias Les adornaban las orejas con aros de oro y piedras preciosas y las patas delanteras con brazaletes». Para los chinos, la tortuga era símbolo de longevidad. En un templo de Singapur se conservan un montón de tortugas sagradas que llevan la edad grabada en el caparazón. Los indios americanos usan el lomo que hay en la parte posterior del caparazón de la tortuga como símbolo de la gran división entre la vida y la muerte. La tortuga es símbolo de sabiduría, porque se repliega en sí misma y se protege sola. También es un símbolo fálico, como expresa su relación con la longevidad. Los hindúes representaban el universo sostenido sobre los dorsos de cuatro elefantes enormes, que, a su vez, están de pie sobre una tortuga inmensa que se arrastra sin cesar en medio del caos.

La esfinge egipcia, el centauro griego y el hombre-toro de los asirios tienen mucho en común. Los tres son criaturas complejas que combinan elementos humanos y animales: en los Misterios, todos representan la naturaleza compleja del hombre y hacen velada referencia a las jerarquías de los seres celestiales que dirigen el destino de la humanidad. Estas jerarquías son los doce animales sagrados que hoy conocemos como constelaciones, unos grupos de estrellas que son meros símbolos de impulsos espirituales impersonales. Quirón, el centauro que enseña a los hijos de los hombres, representa las inteligencias de la constelación de Sagitario, que eran las guardianas de la doctrina secreta mientras (geocéntricamente) el sol pasaba por el signo de Géminis. El hombre-toro asirio de cinco patas, con alas de águila y cabeza humana, nos recuerda que la naturaleza invisible del hombre tiene las alas de un dios, la cabeza de un hombre y el cuerpo de un animal. El mismo concepto se expresaba mediante la esfinge: el guardián armado de los Misterios, que, en cuclillas a la entrada del templo, no dejaba entrar a los profanos. Situada así entre el hombre y sus posibilidades divinas, la esfinge representaba también la propia doctrina secreta. En los cuentos infantiles abundan las descripciones de monstruos simbólicos, porque casi todos estos cuentos se basan en el antiguo folclore místico.

PECES, INSECTOS, ANIMALES, REPTILES Y AVES

—Segunda parte—

Como emblemas adecuados de diversos atributos humanos y divinos, las aves se incluyen en el simbolismo religioso y filosófico tanto de los paganos como de los cristianos. El buitre es símbolo de crueldad; el águila, de valor; el pelícano, de autosacrificio, y el pavo real, de orgullo. Como consecuencia de su capacidad para abandonar la tierra y emprender vuelo hacia el lugar de donde procede la luz, se asocia a las aves con la aspiración, la pureza y la belleza. Por consiguiente, a menudo se añadían alas a diversas criaturas terrenales para tratar de sugerir trascendencia. Como su hábitat se encontraba entre las ramas de los árboles sagrados situados en medio de bosques antiguos, las aves también se consideraban mensajeros designados por los espíritus de los árboles y los dioses de la naturaleza que moraban en aquellos bosquecillos consagrados y se decía que los propios dioses se expresaban mediante sus notas claras. Se han inventado muchos mitos para explicar su plumaje brillante. Un ejemplo conocido es la historia del pavo real de Juño, que llevaba en las plumas de la cola los ojos de Argos. Numerosas leyendas de los indios americanos tratan también de las aves y del origen de los distintos colores de sus plumas. Los navajos afirman que cuando todos los seres vivos treparon a un tallo de bambú para salvarse del diluvio, al pavo le tocó la rama más baja y las plumas de la cola le quedaron en el agua; por eso están descoloridas.

La gravedad, que es una ley del mundo material, es el impulso hacia el centro de materialidad: la levitación, que es una ley del mundo espiritual, es el impulso hacia el centro de espiritualidad. Como parecían capaces de neutralizar el efecto de la gravedad, se decía que las aves eran partícipes de una naturaleza superior a la de otras criaturas terrestres y sus plumas, al tener el poder de sostenerlas, llegaron a ser aceptadas como símbolos de divinidad, valor y consecución. Un ejemplo notable es el valor que atribuyen los indios americanos a las plumas de águila, que para ellos son una señal de mérito. Se han otorgado alas a los ángeles, porque, al igual que las aves, se consideraban intermediarios entre los dioses y los hombres y se creía que vivían en el aire o en un reino intermedio entre el cielo y la tierra. Como en los Misterios góticos la bóveda celeste se comparaba con un cráneo, las aves que atravesaban el cielo se consideraban pensamientos de la Divinidad. Por este motivo, los dos cuervos mensajeros de Odín se llamaban Hugin y Munin: pensamiento y recuerdo. Para los griegos y los romanos, el águila era el ave de Júpiter y, en consecuencia, representaba las fuerzas ágiles del Demiurgo; por eso, la consideraban la reina mundana de las aves, en contraposición al fénix, símbolo del señor celestial. El águila representaba al sol en su fase material y también la ley inmutable del Demiurgo, a la cual se deben someter todas las criaturas mortales. El águila también era el símbolo hermético del azufre y representaba el fuego misterioso de Escorpio: el signo con el significado más profundo de todo el Zodiaco y la Puerta del Gran Misterio. Por ser uno de los tres símbolos de Escorpio, el águila, como la cabra de Mendes, era un símbolo del arte teúrgico y de los procesos secretos mediante los cuales el fuego infernal del escorpión se transmutaba en el fuego-luz espiritual de los dioses. Algunas tribus de indios americanos apreciaban mucho al thunderbird, o pájaro de trueno, una criatura divina que, según decían, vivía por encima de las nubes; su aleteo produce el estruendo que acompaña las tormentas y el destello de sus ojos es el relámpago.

Las aves servían para representar el aliento vital y entre los egipcios era habitual ver revolotear aves parecidas a halcones con cabeza humana que llevaban en las garras el símbolo de la inmortalidad, como emblemas del alma liberada de los cuerpos momificados de los difuntos. En Egipto, el halcón era el símbolo sagrado del sol y Ra, Osiris y Horus a menudo se representan con cabeza de halcón. El gallo era el símbolo de Cashmala (Casmilos) en los Misterios de Samotracia y también es un símbolo fálico consagrado al sol. Fue aceptado por los griegos como emblema de Ares (Marte) y representa la vigilancia y la defensa. Cuando se coloca en el centro de una veleta, simboliza el sol en medio de las cuatro esquinas de la creación. Los griegos sacrificaban un gallo a los dioses en el momento de ingresar en los Misterios eleusinos. Se supone que sir Francis Bacon murió por rellenar con nieve un ave de corral. ¿No significará esto su iniciación en los Misterios paganos que seguían existiendo en su época? Tanto el pavo real como el ibis eran objeto de veneración, porque destruían a los reptiles venenosos, que habitualmente se consideraban emisarios de los dioses infernales. Por los miles de ojos que tiene en las plumas de la cola, se aceptaba al pavo real como símbolo de la sabiduría y, por su aspecto general, a menudo se lo confundía con el legendario fénix de los Misterios. Curiosamente, se cree que la carne del pavo real no se pudre, aunque pase mucho tiempo. Como consecuencia de esta creencia, el pavo real se convirtió en emblema de la inmortalidad, porque la naturaleza espiritual del hombre —como la carne de esta ave— es incorruptible. Los egipcios rendían honores divinos al ibis y matar uno, aunque fuera por accidente, constituía un delito capital. Decían que el ibis solo podía vivir en Egipto y que, si lo transportaban a otro país, moría de tristeza. Los egipcios lo nombraron protector de las cosechas y era especialmente digno de veneración por haber expulsado a las serpientes aladas de Libia, que el viento llevó a Egipto. El ibis estaba consagrado a Thot y, cuando metía la cabeza y el cuello debajo del ala, su cuerpo se parecía mucho a un corazón humano. El ibis blanco y negro estaba consagrado a la luna, pero se reverenciaban todas sus formas, porque destruía los huevos de los cocodrilos y este animal era un símbolo del aborrecido Tifón.

Las aves nocturnas eran símbolos adecuados tanto para la hechicería como para las ciencias divinas secretas: para la hechicería, porque la magia negra no actúa a la luz de la verdad (el día) y solo tiene poder cuando está rodeada de ignorancia (la noche), y para las ciencias divinas, porque los que poseen los arcanos pueden ver a través de la oscuridad de la ignorancia y lo material. Por consiguiente, los búhos y los murciélagos se asociaban a menudo tanto con la brujería como con la sabiduría. El ganso era un emblema de la primera sustancia o condición primitiva, a partir de la cual y dentro de la cual se crearon los mundos. En los Misterios se comparaba el universo con un huevo que el Ganso Cósmico había puesto en el espacio. Por su negrura, el cuervo era el símbolo del caos o de la oscuridad caótica que precede a la luz de la creación. La gracia y la pureza del cisne eran emblemas de la gracia espiritual y la pureza del iniciado. Esta ave también representaba los Misterios que desarrollaban estas cualidades en la humanidad, lo cual explica las alegorías de los dioses (la sabiduría secreta) que se encarnaban en el cuerpo de un cisne (el iniciado).

Como carroñeros, el buitre, el halcón y el cóndor representaban la forma de poder divino que, al deshacerse de los residuos y de otras sustancias peligrosas para la vida y la salud de la humanidad, limpian y purifican las esferas inferiores Por consiguiente, estas aves se adoptaron como símbolos de los procesos de desintegración que acaban bien, aunque aparentemente estén destruyendo, a pesar de que en algunas religiones tienen, equivocadamente, fama de malignas. Se veneraban aves como los loros y los cuervos, porque, por su capacidad para imitar la voz humana, se consideraban vínculos entre el reino humano y el animal. La paloma, aceptada por el cristianismo como representación del Espíritu Santo, es un emblema yónico pagano antiquísimo y muy reverenciado. En muchos de los Misterios antiguos representaba la tercera persona de la Tríada Creadora que había hecho el mundo. Como los mundos inferiores comenzaron a existir mediante un proceso generador, la paloma se ha asociado con divinidades identificadas con las funciones de la procreación.

Está consagrada a Astarté, Cibeles, Isis, Venus, Juño, Militta y Afrodita. Por su delicadeza y su dedicación a sus crías, la paloma se consideraba la personificación del instinto maternal; también es un emblema de sabiduría, porque representa el poder y el orden mediante los cuales se mantienen los mundos inferiores. Hace tiempo que ha sido aceptada como mensajera de la voluntad divina y representa la actividad de Dios.

Se ha dado el nombre de la paloma a oráculos y profetas. «El verdadero nombre de la paloma era Ionah, o Ionas; era un emblema muy sagrado, que, en una época, era aceptado en casi todo el mundo; fue adoptado por los hebreos, y todos los miembros de la Iglesia de Dios consideraban a la paloma mística un símbolo de la época de Noé. El profeta que fue enviado a Ninive como mensajero de Dios se llamaba Jonás, o la paloma; el predecesor de nuestro Señor, el Bautista, recibía el nombre griego dé Ioannes, y lo mismo ocurría con el apóstol del amor, el autor del cuarto evangelio y del Apocalipsis, llamado Ioannes».

En la masonería, la paloma es el símbolo de la pureza y la inocencia. Resulta significativo que, en los Misterios paganos, la paloma de Venus fuese crucificada en los cuatro rayos de una gran rueda, como una prefiguración del misterio del dios del amor crucificado. Aunque Mahoma expulsó a las palomas del templo de La Meca, de vez en cuando se lo representa con una paloma posada en el hombro, como símbolo de inspiración divina. En la Antigüedad se ponían efigies de palomas en el extremo de los, cetros para indicar que su portador estaba bajo la influencia de la prerrogativa divina. En el arte medieval, era frecuente representar a la paloma como emblema de bendición divina.


Manly Palmer Hall - La Música de las Esferas

 

La más sublime y, sin embargo, la menos conocida de todas las especulaciones pitagóricas era la de la armonía sideral. Decían que Pitágoras era el único hombre que oía la música de las esferas. Parece que los caldeos fueron el primer pueblo que concibió que los cuerpos celestes se unían en un canto cósmico mientras se desplazaban majestuosamente por el cielo. Job describe una época en la que «las estrellas matutinas cantaban juntas» y, en El mercader de Venecia, el autor de las obras de Shakespeare escribe lo siguiente: «Ni el astro más pequeño que veas en el cielo deja de imitar al moverse el canto de los ángeles». Sin embargo, es tan poco lo que se conserva del sistema pitagórico de música celestial que solo se puede conocer una aproximación a su teoría. Pitágoras concebía el universo como un monocordio inmenso, con su única cuerda conectada por el extremo superior con el espíritu puro y por el inferior con la materia pura; en otras palabras, una cuerda extendida entre el cielo y la tierra. Contando hacia dentro a partir de la circunferencia de los cielos, Pitágoras, según algunos expertos, dividía el universo en nueve partes y, según otros, en doce partes. A continuación, damos una explicación de este último sistema. La primera división era la empírea, o la esfera de las estrellas fijas, el lugar donde moraban los inmortales. De la segunda a la duodécima eran (por este orden) las esferas de Saturno, Júpiter, Marte, el sol, Venus, Mercurio y la luna y el fuego, el aire, el agua y la tierra. Esta distribución de los siete planetas —en la astronomía antigua, el sol y la luna se consideraban planetas— es idéntica al simbolismo del candelabro de los judíos: el sol en el centro como brazo principal, con tres planetas a cada lado.
Los nombres que Pitágoras puso a las distintas notas de la escala diatónica derivaban —según Macrobio— del cálculo de la velocidad y la magnitud de los cuerpos planetarios. Se creía que, a su paso apresurado e interminable por el espacio, cada una de aquellas esferas gigantescas producía un tono determinado, provocado por su desplazamiento constante de la difusión etérea. Como aquellos tonos eran una manifestación del orden y el movimiento divinos se deducía, necesariamente, que participaban de la armonía de su propia fuente. «Era común entre los griegos afirmar que los planetas, al girar en torno a la tierra, producían ciertos sonidos, que diferían en función de su respectiva “magnitud, celeridad y distancia local”. Por ejemplo, decían que Saturno, el planeta más lejano, producía la nota más grave, mientras que la Luna, el más próximo, daba la más aguda. “Estos sonidos de los siete planetas y la esfera de las estrellas fijas, junto con la que está por encima de nosotros [Antichton], son las nueve Musas y su sinfonía conjunta se llama Mnemósine”». Esta cita contiene una referencia oscura a la división del universo en nueve partes que se mencionaba anteriormente.
Los iniciados griegos también reconocían una relación fundamental entre cada uno de los cielos o esferas de los siete planetas y las siete vocales sagradas. El primer cielo emitía el sonido de la vocal sagrada Α (Alpha); el segundo cielo, la vocal sagrada Ε (Epsilon); el tercero, Η (Eta); el cuarto, Ι (Iota); el quinto, Ο (Omicron); el sexto, Υ (Ipsilon); y el séptimo cielo, la vocal sagrada Ω (Omega). Cuando estos siete cielos cantan juntos, producen una armonía perfecta que se eleva en una alabanza eterna hasta el trono del creador. Aunque nunca se manifieste así, es probable que haya que plantearse que los cielos planetarios ascienden en el orden pitagórico, comenzando por la esfera de la luna, que sería el primer cielo.
Muchos instrumentos primitivos tenían siete cuerdas y en general se reconoce que fue Pitágoras quien añadió la octava cuerda a la lira de Terpandro. Las siete cuerdas siempre se relacionaban tanto con sus correspondencias en el cuerpo humano como con los planetas. También se pensaba que los nombres de Dios se formaban a partir de combinaciones de las siete armonías planetarias. Los egipcios restringían sus cantos sagrados a los siete sonidos primarios y los demás estaban prohibidos en sus templos. Uno de sus himnos contenía la siguiente invocación: «Los siete tonos que suenan Te alaban, Gran Dios y Padre incansable de todo el universo». En otro, la divinidad se describe a sí misma con estas palabras: «Soy la gran lira indestructible del mundo entero, en sintonía con las canciones de los cielos».
Los pitagóricos creían que todo lo que existía tenía voz y que todas las criaturas estaban alabando constantemente al Creador. El hombre no puede oír estas melodías divinas, porque su alma está enredada en la ilusión de la existencia material, pero cuando se libere de la esclavitud del mundo inferior, con sus limitaciones sensoriales, la música de las esferas volverá a ser audible como lo era en la época dorada. La armonía reconoce la armonía y cuando el alma humana recupere su verdadero estado, no solo escuchará el coro celestial, sino que se sumará a él en un cántico perdurable de alabanza al Bien eterno que controla la infinidad de partes y condiciones del Ser.
Los Misterios griegos incluían en sus doctrinas un concepto magnífico de la relación existente entre música y forma. Por ejemplo, se consideraba que los elementos arquitectónicos eran comparables con modos y notas musicales o que tenían un equivalente musical. Por consiguiente, cuando se levantaba un edificio en el cual se combinaban una cantidad de estos elementos, se lo comparaba con un acorde musical, que solo era armonioso cuando cumplía todos los requisitos matemáticos de los intervalos armónicos. Consciente de esta analogía entre el sonido y la forma, Goethe decía que «la arquitectura es música cristalizada».
En la construcción de sus templos de iniciación, los sacerdotes primitivos con frecuencia demostraron su conocimiento superior de los principios básicos de los fenómenos conocidos como vibración. Una parte considerable de los rituales mistéricos consistía en invocaciones y salmodias, para lo cual se construían cámaras acústicas especiales: una palabra que se susurrase en una de aquellas salas se intensificaba tanto que las reverberaciones hacían oscilar todo el edificio y lo llenaban con un rugido ensordecedor. Hasta la madera y la piedra utilizadas en la construcción de aquellos edificios sagrados acababan por impregnarse tanto de las vibraciones sonoras de las ceremonias religiosas que, cuando las golpeaban, reproducían los tonos que los rituales habían impreso repetidas veces en su sustancia. Cada elemento de la naturaleza tiene su propia tónica. Si estos elementos se combinan en una estructura compuesta, el resultado es un acorde que, al sonar, descompone el conjunto en las partes que lo componen. Asimismo, cada individuo tiene una tónica que, si suena, lo destruye. La alegoría de la destrucción de las murallas de Jericó cuando sonaron las trompetas de Israel pretendía —sin duda— plantear la importancia arcana de cada tónica o vibración.

La Filosofía del color

«La luz —escribe Edwin D. Babbit—revela la magnificencia del mundo exterior y, sin embargo, es lo más magnífico. Aporta belleza, revela belleza y es, en sí misma, lo más bello. Analiza, revela la verdad y pone al descubierto la simulación, porque muestra las cosas como son. Sus corrientes infinitas miden el universo y fluyen hacia nuestros telescopios desde estrellas situadas a trillones de kilómetros de distancia. Por otra parte, desciende hasta objetos increíblemente pequeños y revela en el microscopio objetos cincuenta millones de veces más pequeños que los que se pueden ver a simple vista. Como todas las demás fuerzas y sus movimientos son maravillosamente delicados, aunque penetrantes y poderosos. Sin su influencia vivificante, la vida vegetal, animal y humana debe desaparecer de la tierra de inmediato y todo se arruina. Nos vendrá bien, pues, tener en cuenta este principio potencial y hermoso de la luz y los colores que la componen, porque cuanto más penetremos en sus leyes internas, más se presentará como un depósito maravilloso de poder para vitalizar, curar, mejorar y deleitar a la humanidad».
Como la luz es la manifestación física básica de la vida y baña con su resplandor toda la creación, es sumamente importante comprender, al menos en parte, la naturaleza sutil de esta sustancia divina. Lo que se llama luz en realidad es una velocidad de vibración que provoca reacciones determinadas en el nervio óptico. Pocos se dan cuenta de que están emparedados por las limitaciones de las percepciones sensoriales. La luz no solo es mucho más de lo que nadie haya visto nunca, sino que también hay formas desconocidas de luz que ningún equipo óptico registrará jamás. Existen innumerables colores que no se pueden ver, así como hay sonidos que no se pueden oír, olores que no se pueden oler, sabores que no se pueden degustar y sustancias que no se pueden sentir. El hombre está rodeado por un universo supersensible del cual no sabe nada, porque sus centros de percepción sensorial no se han desarrollado lo suficiente para reaccionar a las velocidades de vibración más sutiles que constituyen dicho universo. Tanto entre los pueblos civilizados como entre los salvajes se acepta el color como un lenguaje natural para expresar doctrinas religiosas y filosóficas. La antigua ciudad de Ecbatana, como la describe Heródoto, con sus siete murallas pintadas según los siete planetas, revelaba el conocimiento que poseían los magos persas sobre este tema. El famoso zigurat o torre astronómica del dios Nabo en Borsippa ascendía en siete grandes escalones o fases, cada uno de los cuales estaba pintado del color fundamental de uno de los cuerpos planetarios.
Por ende, resulta evidente que los babilonios estaban familiarizados con el concepto del espectro en su relación con los siete dioses o poderes creativos. En India, uno de los emperadores mogoles hizo construir una fuente con siete niveles. El agua que caía a los lados por unos canales distribuidos especialmente cambiaba de color al descender e iba pasando sucesivamente por cada uno de los colores del espectro. En el Tíbet, los artistas locales utilizan el color para expresar distintos estados de ánimo. L. Austine Waddell, al escribir acerca del arte budista septentrional, destaca que, en la mitología tibetana, «la tez blanca y la amarilla suelen ser típicas de los temperamentos afables, mientras que la roja, la azul y la negra corresponden a formas furibundas, aunque a veces el azul claro, que indica el cielo, simplemente significa celestial. Por lo general, a los dioses se los representa blancos; a los trasgos, rojos, y a los diablos, negros, como a sus parientes europeos».
En Menón, Platón, hablando a través de Sócrates, describe el color como «una emanación de la forma, acorde con la visión y perceptible». En el Teeteto se explaya más sobre el tema, con estas palabras: «Si aplicamos el principio que acabamos de afirmar de que nada existe por sí mismo, veremos que cada color —el blanco, el negro y cualquier otro—se produce cuando el ojo encuentra el movimiento adecuado y que lo que llamamos la sustancia de cada color no es el elemento activo ni el pasivo, sino algo que pasa entre ellos y es peculiar de cada perceptor. ¿Está seguro de que todos los animales —por ejemplo, un perro— ven los distintos colores igual que usted?». En la tetractys pitagórica —el símbolo supremo de las fuerzas y los procesos universales— se exponen las teorías de los griegos con respecto al color y la música. Los tres primeros puntos representan la Luz Blanca triple, que es la Divinidad que contiene la posibilidad de todos los sonidos y los colores. Los otros siete puntos son los colores del espectro y las notas de la escala musical. Los colores y los tonos son los poderes creativos activos que surgen de la primera causa y establecen el universo. Los siete se dividen en dos grupos —uno contiene tres poderes y el otro, cuatro—, una relación que también aparece en la tetractys. El grupo superior —el de tres— se conviene en la naturaleza espiritual del universo creado y el grupo inferior —el de cuatro — se manifiesta como la esfera irracional o el mundo inferior.
En los Misterios, los siete Logi, o Señores Creativos aparecen como corrientes de fuerza que salen de la boca del Uno Eterno, lo cual significa que el espectro se extrae de la luz blanca de la Divinidad Suprema. Los judíos llamaban Elohim a los siete Creadores o Inventores de las esferas inferiores. Para los egipcios eran los Constructores (algunas veces, los Gobernadores) y los representaban con grandes cuchillos en la mano, con los que esculpieron el universo a partir de su sustancia primordial. La adoración de los planetas se basa en su aceptación de las personificaciones cósmicas de los siete atributos creativos de Dios. Se decía que los Señores de los planetas vivían dentro del cuerpo del sol, porque la verdadera naturaleza del sol, análoga a la luz blanca, contiene las semillas de todas las potencias de tono y color que manifiesta.
Hay numerosas disposiciones arbitrarias que expresan las relaciones mutuas entre los planetas, los colores y las notas musicales. El sistema más satisfactorio es el que se basa en la ley de las octavas. El sentido del oído tiene un alcance mucho más amplio que el de la vista, porque, mientras que el oído puede registrar entre nueve y once octavas de sonido, el ojo se limita a conocer apenas siete colores fundamentales, un tono menos que la octava. El rojo, cuando se sitúa como el color más bajo en la escala cromática, corresponde al do, la primera nota de la escala musical. Si continuamos la analogía, el anaranjado corresponde al re, el amarillo al mi, el verde al fa, el azul al sol, el índigo al la y el violeta al si. El octavo color necesario para completar la escala debería ser la octava superior del rojo, el primer color. La precisión de esta disposición se demuestra mediante dos hechos sorprendentes: 
1) las tres notas fundamentales de la escala musical —la primera, la tercera y la quinta—corresponden a los tres colores primarios: el rojo, el amarillo y el azul;
2) la séptima nota de la escala musical, la menos perfecta, corresponde al morado, el color menos perfecto de la escala cromática.
En Los principios de la luz y el color, Edwin D. Babbit confirma la correspondencia entre la escala cromática y la musical: «Así como el do está en la parte inferior de la escala musical y se hace con las ondas de aire más bastas, el rojo está en la parte inferior de la escala cromática y se hace con las ondas más bastas del éter luminoso. Mientras que la nota musical si [la séptima nota de la escala] requiere cada vez cuarenta y cinco vibraciones de aire, la nota do, en el extremo inferior de la escala, requiere veinticuatro, es decir, poco más de la mitad, y el violeta extremo requiere alrededor de ochocientos billones de vibraciones de éter por segundo, mientras que el rojo extremo requiere tan solo alrededor de cuatrocientos cincuenta billones, que también es poco más de la mitad. Cuando una octava musical acaba, otra comienza y continúa con apenas el doble de vibraciones que las que se usaban en la primera octava y así se repiten las mismas notas en una escala mejor. Asimismo, cuando la escala de los colores visibles al ojo común acaba con el violeta, otra octava con colores invisibles mejores, con casi el doble de vibraciones, comienza y avanza precisamente en base a la misma ley».
Cuando los colores se relacionan con los doce signos del Zodiaco, se distribuyen como los rayos de una rueda. A Aries le corresponde el rojo puro; a Tauro, el rojo anaranjado; a Géminis, el anaranjado puro; a Cáncer, el amarillo anaranjado; a Leo, el amarillo puro; a Virgo, el verde amarillento; a Libra, el verde puro; a Escorpio, el azul verdoso; a Sagitario, el azul puro: a Capricornio, el violeta azulado; a Acuario, el violeta puro, y a Piscis, el rojo violáceo. En su presentación del sistema oriental de filosofía esotérica, H. P. Blavatsky relaciona los colores con la constitución septenaria del hombre y los siete estados de la materia. Para mantener las analogías adecuadas de tono y color, en esta distribución de los colores del espectro y las notas musicales de la octava es necesario agrupar los planetas de otra forma. De este modo, do se convierte en Marte; re en el sol; mi en Mercurio: fa en Saturno; sol en Júpiter; la en Venus, y si en la luna.

Manly Palmer Hall - La Teoria Pitagorica De La Musica y El Color

La armonía es un estado que los grandes filósofos reconocen como requisito esencial e inmediato de la belleza. Algo compuesto solo se denomina «bello» cuando sus partes forman una combinación armoniosa. El mundo se llama «bello» y a su Creador se lo llama «bueno», porque lo bueno forzosamente debe actuar de conformidad con su propia naturaleza y actuar bien según su propia naturaleza es la armonía, porque lo bueno que se consigue armoniza con lo bueno que se es. Por consiguiente, la belleza es armonía que manifiesta su propia naturaleza intrínseca en el mundo de la forma.

El universo está compuesto por grados sucesivos del bien, que ascienden desde lo material (el grado más bajo del bien) hasta lo espiritual (el grado más alto del bien). En el hombre, su naturaleza superior es el summum bonum. Por consiguiente, se deduce que su naturaleza superior conoce enseguida el bien, porque el bien exterior a él en el mundo está en proporción armónica con el bien presente en su alma. Lo que el hombre denomina «mal» no es, por lo tanto —al igual que la materia—, más que el grado mínimo de su propio opuesto. El grado mínimo del bien presupone, asimismo, el grado mínimo de armonía y belleza; por eso, la deformidad (el mal) en realidad es la combinación menos armoniosa de elementos naturalmente armónicos como unidades individuales. La deformidad es antinatural, porque, al ser el Bien la suma de todo, es natural que todas las cosas sean partícipes del Bien y estén dispuestas en combinaciones que sean armoniosas. La armonía es la manifestación de la voluntad del Bien eterno.


La Filosofía de la música

Es sumamente probable que los iniciados griegos obtuvieran su conocimiento de los aspectos filosóficos y terapéuticos de la música de los egipcios, quienes, a su vez, consideraban fundador de esta arte a Hermes. Según una leyenda, este dios fabricó la primera lira tensando cuerdas por encima de la concavidad del caparazón de una tortuga. Tanto Isis como Osiris eran patronos de la música y la poesía. Al describir lo antiguas que eran estas artes entre los egipcios, Platón declaró que las canciones y la poesía existían en Egipto como mínimo desde hacía diez mil años y que eran tan exaltadas e inspiradas que solo podían haber sido compuestas por los dioses o por hombres que fueran como los dioses. En los Misterios, la lira se consideraba el símbolo secreto de la constitución humana: el cuerpo del instrumento representa la forma física, las cuerdas son los nervios y el músico es el espíritu. Tocando los nervios, el espíritu creaba las armonías del funcionamiento normal, que, sin embargo, se convertían en acordes disonantes, si la naturaleza del hombre se corrompía.

Aunque los chinos, los hindúes, los persas, los egipcios, los israelitas y los griegos primitivos empleaban tanto música vocal como instrumental en sus ceremonias religiosas y también como complemento de la poesía y el teatro, fue Pitágoras quien elevó el arte a su auténtica dignidad, mediante la demostración de su base matemática. Si bien se dice que él no era músico, en general se atribuye a Pitágoras el descubrimiento de la escala diatónica. Después de aprender la teoría divina de la música de los sacerdotes de los diversos Misterios en los que había sido aceptado, Pitágoras reflexionó durante varios años sobre las leyes que regían la consonancia y la disonancia. No se sabe cómo resolvió realmente el problema, pero se ha inventado la explicación siguiente. Un día, mientras meditaba sobre el problema de la armonía, Pitágoras pasó por casualidad delante del taller de un metalista, en cuyo interior los obreros golpeaban un trozo de metal sobre un yunque. Observando las variaciones de tono entre los sonidos producidos por los martillos grandes y los producidos por implementos más pequeños y calculando meticulosamente las armonías y las discordancias resultantes de las combinaciones de aquellos sonidos, dio con la primera clave de los intervalos musicales de la escala diatónica. Entró en el taller y, tras observar cuidadosamente las herramientas y tomar nota mentalmente de su peso, regresó a su casa y construyó un brazo de madera que sobresalía de la pared de su habitación: a intervalos regulares, le sujetó cuatro cuerdas, todas de la misma composición, tamaño y peso. Ató a la primera un peso de doce libras {cinco kilos y medio}; a la segunda, uno de nueve libras {cuatro kilos}; a la tercera, uno de ocho libras {tres kilos y medio}, y a la cuarta, uno de seis libras {algo más de dos kilos y medio}. Los distintos pesos correspondían al tamaño de los martillos de los metalistas.

A continuación, Pitágoras descubrió que cuando sonaban juntas la primera y la cuarta cuerda, producían el intervalo armónico de una octava, porque duplicar el peso producía el mismo efecto que dividir la cuerda por la mitad. Como la tensión de la primera cuerda era el doble que la de la cuarta, se decía que la proporción entre ellas era de 2 a 1, o sea, el doble. Mediante una experimentación similar, determinó que la primera y la tercera cuerdas producían la armonía del diapente o intervalo de quinta. Como la tensión de la primera cuerda era una vez y media la de la tercera, se decía que la proporción entre ellas era de 3 a 2, o sesquiáltero. Asimismo, como la segunda y la cuarta cuerdas tenían la misma proporción que la primera y la tercera, daban una armonía de diapente. Pitágoras continuó su investigación y descubrió que la primera y la segunda cuerda producían la armonía de diatesarón, o intervalo de cuarta, y, como la tensión de la primera cuerda era un tercio más grande que la de la segunda, se decía que su proporción era de 4 a 3, o un sesquitercio. Como la tercera y la cuarta cuerdas guardaban la misma proporción que la primera y la segunda, producían otra armonía de diatesarón. Según Jámblico, la segunda y la tercera cuerdas guardaban una proporción de 8 a 9.

La clave de las proporciones armoniosas está oculta en la famosa tetractys pitagórica, o pirámide de puntos. La tetractys está compuesta por los cuatro primeros números —1, 2, 3 y 4—, que, en sus proporciones, revelan los intervalos de octava, el diapente y el diatesarón. Aunque la ley de los intervalos armónicos, tal como se acaba de exponer, es cierta, posteriormente se ha demostrado que unos martillos que golpeen el metal de la manera descrita no producen los diversos tonos que se les atribuyen. Por consiguiente, es muy probable que Pitágoras elaborara su teoría de la armonía a partir del monocordio, un instrumento con una sola cuerda tendida entre dos clavijas y provisto de trastes móviles. Para Pitágoras, la música era uno de los dominios de la ciencia divina de la matemática y sus armonías eran controladas de forma inflexible por proporciones matemáticas. Según los pitagóricos, la matemática demostraba el método exacto que empleaba el Bien para establecer y mantener su universo. Por consiguiente, el número precede a la armonía, porque la ley inmutable es lo que gobierna todas las proporciones amónicas. Tras descubrir estas proporciones armónicas, Pitágoras fue iniciando poco a poco a sus discípulos en aquello que constituía el arcano supremo de sus Misterios. Dividió las innumerables partes de la creación en una cantidad enorme de planos o esferas y asignó a cada uno de ellos un tono, un intervalo armónico, un número, un nombre, un color y una forma. A continuación, procedió a comprobar la precisión de sus deducciones haciendo demostraciones en los diferentes planos de la inteligencia y la sustancia, pasando de la premisa lógica más abstracta al sólido geométrico más concreto. Partiendo del común acuerdo de estos métodos diversos de demostración, estableció la existencia incuestionable de determinadas leyes naturales. Una vez establecida la música como ciencia exacta, Pitágoras aplicó su ley recién hallada de los intervalos armónicos a todos los fenómenos de la naturaleza y llegó incluso a demostrar la relación amónica de los planetas, las constelaciones y los elementos entre sí. Un ejemplo notable de corroboración moderna de las antiguas enseñanzas filosóficas es la de la progresión de los elementos según proporciones amónicas.

Mientras confeccionaba una lista de los elementos en orden creciente de sus pesos atómicos, John A. Newlands descubrió que el octavo elemento a partir de cualquier otro tenía unas propiedades muy similares al primero. Este descubrimiento se conoce, en la química moderna, como la ley de las octavas. Porque afirmaban que la armonía no se debe determinar según las percepciones de los sentidos, sino mediante la razón y la matemática, los pitagóricos se llamaban a sí mismos canónicos, para diferenciarse de los músicos de la Escuela Armónica, que sostenían que el gusto y el instinto eran los auténticos principios normativos de la armonía. Sin embargo, Pitágoras reconoció la profunda impresión que producía la música en los sentidos y las emociones y no dudó en influir en la mente y el cuerpo mediante lo que él denominaba «medicina musical». Pitágoras mostraba una preferencia tan marcada por los instrumentos de cuerda que llegó incluso a advertir a sus discípulos que no permitieran que les profanara los oídos el sonido de flautas o platillos. Declaró también que el alma se podía purificar de sus influencias irracionales mediante cantos solemnes entonados con el acompañamiento de una lira. En su investigación sobre el valor terapéutico de la armonía, Pitágoras descubrió que los siete modos o claves del sistema musical griego tenían la capacidad de instigar o aplacar las diversas emociones. Cuentan que una noche, mientras observaba las estrellas, encontró a un joven aturdido por el alcohol y enloquecido por los celos que estaba amontonando haces de leña alrededor de la puerta de su amada con la intención de quemar la casa.

Acentuaba el frenesí del joven un flautista que, a corta distancia, interpretaba una melodía según el enardecedor modo frigio. Pitágoras indujo al músico a pasar al modo espondaico, lento y rítmico, con lo cual el joven obnubilado recuperó de inmediato la compostura, recogió los manojos de leña y regresó tranquilamente a su casa. Cuentan también que Empédocles, discípulo de Pitágoras, al cambiar rápidamente el modo de una composición musical que estaba interpretando, salvó la vida de su anfitrión, Anquito, cuando este se vio amenazado de muerte por la espada de una persona a cuyo padre había condenado a ser ejecutado públicamente. También se sabe que Esculapio, el médico griego, curaba la ciática y otras enfermedades nerviosas haciendo sonar con fuerza una trompeta en presencia del paciente. Pitágoras curaba numerosas dolencias del espíritu, el alma y el cuerpo haciendo tocar en presencia del enfermo ciertas composiciones musicales preparadas especialmente o recitando en persona breves selecciones de algunos de los primeros poetas, como Hesíodo y Homero. En su universidad de Crotona, era habitual que los pitagóricos comenzaran y acabaran la jornada con canciones: las de la mañana estaban calculadas para aclarar la mente después del sueño e inspirarla para las actividades del día que comenzaba y las de la noche eran tranquilizadoras, relajantes y propicias para el descanso. En el equinoccio vernal, Pitágoras hacía que sus discípulos se reunieran en un círculo en torno a uno de ellos que dirigía el canto y los acompañaba con una lira.

Jámblico describe la música terapéutica de Pitágoras con estas palabras: «Y hay determinadas melodías, concebidas como remedios contra las pasiones del alma y también contra el abatimiento y la lamentación, que Pitágoras inventó como cosas que proporcionan la máxima ayuda para estos males Además, utilizaba otras melodías contra la cólera y el enojo y contra todas las anomalías del alma. También existe otro tipo de modulación, que se inventó como remedio contra los deseos».

Es probable que, para los pitagóricos, los siete modos griegos y los planetas estuvieran relacionados. Por ejemplo, Plinio declara que Saturno se mueve según el modo dórico y Júpiter, según el frigio. Parece también que los temperamentos se adaptan a los distintos modos y que lo mismo ocurre con las pasiones. Por consiguiente, el enfado, que es una pasión fogosa, se puede acentuar mediante un modo fogoso o se puede neutralizar mediante un modo acuoso.

Emil Naumann resume con estas palabras el efecto trascendental que ejercía la música en la cultura griega: «Platón despreciaba la noción de que la única intención de la música fuese crear emociones alegres y agradables y mantenía, más bien, que debía inculcar amor a todo lo noble y desprecio a todo lo mezquino y que nada podía Muir más poderosamente en los sentimientos más íntimos del hombre que la melodía y el ritmo. De esto estaba firmemente convencido y coincidía con Damón de Atenas, el maestro de música de Sócrates, en que introducir una escala nueva y supuestamente debilitante pondría en peligro el futuro de toda una nación y en que era imposible alterar una tonalidad sin sacudir hasta los cimientos mismos del Estado. Platón afirmaba que la música que ennoblecía la mente era mucho más elevada que la que se limitaba a apelar a los sentidos e insistía con firmeza en que la Asamblea Legislativa tenía la obligación primordial de reprimir cualquier música que tuviera un carácter afeminado y lascivo y de fomentar solo la que fuera pura y digna, y también en que las melodías atrevidas y enardecedoras eran para los hombres y las suaves y tranquilizadoras para las mujeres, con lo cual resulta evidente que la música desempeñaba un papel importante en la educación de la juventud griega. También había que poner muchísimo cuidado en la elección de la música instrumental, porque la falta de palabras hacía dudoso su significado y costaba prever si tendría en las personas una influencia benévola o funesta. Había que tratar el gusto popular, al que siempre hacían gracia los efectos sensuales y rimbombantes, con el desprecio que se merecía». Incluso hoy, la música militar que se utiliza en tiempos de guerra tiene un efecto certero y la música religiosa, aunque ya no se componga de acuerdo con la teoría antigua, sigue ejerciendo una influencia profunda en las emociones de los laicos.