segunda-feira, 24 de abril de 2023

J. M. RAGÓN - GRADO DE MAESTRO

TERCER GRADO SIMBÓLICO

GRADO DE MAESTRO

HERMANOS MÍOS :


Un gran crímen, una ceremonia fúnebre, la conmemoración de la muerte de un ilustre personaje: tales son los hechos que relata la leyenda del tercer grado simbólico. Si la palabra simbólica no nos recordase como en los grados precedentes, que todo es aquí emblemático, bastaría que observarais sus ceremonias para convenceros de ello.


En efecto, ¿qué presenta este grado a nuestros espíritus? La muerte de un jefe de trabajos, asesinado por tres pérfidos obreros, quien se llevó a la tumba el secreto de la Masonería; la edificación magnífica de un monumento en un pueblo célebre por sus desventuras y destierros. ¿Son dignos todos estos vulgares acontecimientos de que se ocupen de ellos tantos hombres inteligentes en todos los paises y siglos? ¿Qué interés puede tener para nosotros? Ninguno, si se toman al pie de la letra. ¿Cómo es posible que, a pesar de haber transcurrido tres mil años de la muerte de Salomón, el mundo entero celebre todavía con muestras de dolor la muerte de un arquitecto mientras que ha tenido tantos sabios y filósofos que perdieron su vida, sin que se conserve su recuerdo excepto en la historia? Pero es que Hiram es otro Sócrates, uno de los bienechores de la humanidad, cuyo nombre recuerda las más eminentes virtudes y los más señalados servicios. Abro los anales de las naciones y no encuentro en ellos ni su nombre; ningún historiador ha conservado su recuerdo. La Historia sagrada, que es la única que le nombra, apenas añade a su nombre el epíteto de perfecto obrero; y no vuelve a hacer mención de él en los minuciosos debates de todo lo que acompaña y sigue a la construcción del templo, ni tampoco se habla de su muerte trágica, suceso que no habría omitido un escritor escrupuloso.


¿Ha sabido subsanar la memoria de los hombres este defecto de la historia conservando el recuerdo de Hiram? No; la misma tradición fracasa aquí, y nada recuerda que Hiram haya muerto a manos de sus asesinos, como dice la tradición masónica; de donde llegamos nosotros a la conclusión de que esta muerte no es más que una alegoría, cuya clave no nos será difícil encontrar.


No nos abandonemos ahora a las hipótesis como lo han hecho otros, ni apliquemos esta conmemoración fúnebre a todos los acontecimientos que recuerden un gran crímen religioso, político o privado, ni cubramos con el nombre y emblemas de Hiram a todas las víctimas de la tiranía, del fanatismo y de la avaricia.


Los masones celebra a porfía en todas partes la muerte de Hiram desde hace muchos siglos. Por lo tanto, este acontecimiento interesa al mundo entero, y no sólo a una nación, una secta, una orden o una sociedad íntima de amigos; no pertenece a época alguna, a ningún culto, a ningún pueblo en particular; no nos recuerda ni la muerte de Jesús, considerado como víctima del odio sacerdotal, ni a Sócrates, proscrito por el fanatismo y la ignorancia, ni al jefe respetable de una ilustre orden, entregado a los más horrendos suplicios por el más inaudito de los despotismos religiosos; no conmemora ni las proscripciones de los cristianos primitivos, ni las de los israelitas en las diversas naciones europeas, ni las más recientes y horrendas que, bajo los últimos Valois, inundaron a Europa con la sangre de sus hijos, atizando las hogueras de Juan Hus y las de la Inquisición, e hicieron que la nobleza francesa cayera bajo el puñal de los Médicis1.


Basta pensar un poco para convencerse de que este acontecimiento no se explica por las quimeras astrológicas, ni por las demencias de la alquimia; objeciones que son tanto más verdaderas cuanto que se hacen basándose en la razón. Pero, ¿cuál es, entonces, esta víctima ilustre y cuál es su asesino? Esto es lo que conviene buscar.


La meditación y el estudio de las antiguas iniciaciones nos han conducido ya a descubrir varias verdades e interpretar muchos emblemas masónicos, que de otro modo serían ininteligibles. Pues bien, sigamos ahora una vez más la misma marcha, con objeto de que este estudio sea a manera de un hilo de Ariadna que nos ayude a salir del tenebroso dédalo de los jeroglíficos.


En las sesiones anteriores de este Curso he demostrado la analogía existente entre los dos primeros grados de la Masonería moderna y los primeros pasos de las iniciaciones egipcia, griega, mithraica y cristiana primitiva; y he demostrado que el aprendiz es un aspirante de Tebas o de Eleusis, un soldado de Mithra y un catecúmeno.


Hemos visto en el compañero al antiguo mysto, al iniciado de segundo orden, al león de los misterios orientales, al neófito cristiano. Vamos a demostrar ahora que, a pesar de sus formas hebraicas, el maestro no es sino el Epopta, el vidente, el iniciado de todos los tiempos y misterios.


Pensemos primero en el Oriente, cuna de todas las religiones y alegorías, y veámosle en esos tiempos lejanos en que dieron comienzo a los misterios. Por doquiera se encuentra siempre la misma idea, bajo nombres diferentes; en todas partes, muere un dios, un ser superior o un hombre extraordinario, para recomenzar poco después una vida gloriosa; en todas partes, el recuerdo de un acontecimiento funesto y grande, de un crímen o de una transgresión, hunde a los pueblos en el luto y el dolor, a los cuales sucede en seguida la alegría más viva.


Aquí, se ve a Osiris que sucumbe a manos de Tifón; allá a Mithra o Athys; en Persia, Ormuz cede durante unos instantes ante el negro y feroz Arimán; en Fenicia, es Adonis que, herido por un jabalí, resucita poco después. No acabaría nunca si quisiera recordar todas las muertes que han llegado a ser para los pueblos motivos de fiestas fúnebres; muertes cuyas leyendas diferentes se basan en los mismos principios que la ed Hiram2.


La creencia en el dogma de los dos principios ha dado origen a estas ficciones, que prevalecen principalmente entre los persas. Este dogma constituía la creencia favorita de Plutarco, menos como iniciado que como filósofo. No obstante no haberse atrevido el iniciado Plutarco a revelar el gran secreto de los Misterios, supo, como Filocteto, eludir con tal ingenio su juramento, que pone en el camino al iniciado moderno, y da a la fábula de la iniciación una interpretación moral y religiosa que se conserva en esta máxima: Erigid templos a la virtud y construid calabozos para los vicios. Este dogma previene a quien se dedique a estas meditaciones que debe evitar dos escollos, en que han sucumbido muchos hombres; unos, apartándose del verdadero camino, han caido en la superstición; otros, creyendo huir de la superstición, se han entregado a la impiedad y al ateísmo3, como ellos lo llaman.


En Egipto era admitido el candidato en la iniciación después de haberse hecho digno del favor de los dioses por su valor, virtudes e instrucción. Descorríase el velo que cubría a la magnífica estatua de Isis, y la diosa aparecia ante sus ojos, no como la ven las miradas vulgares, rodeada de emblemas e inexplicables jeroglíficos, sino desnuda, es decir, que cuando el adepto recibía la iniciación participaba en la interpretación secreta de los misterios, interpretación que únicamente se confiaba a los iniciados para quienes Isis no era ya la diosa hermana y mujer de Osiris, adorada por el vulgo bajo tantas formas y atributos diferentes; sino la Naturaleza, en todas sus épocas, caracterizadas por sus símbolos4. Osiris era el astro del día o el principio de la luz y del calor, que moría a consecuencia de la traición de Tifón después de habner recorrido el universo. Si el crimen se ha cometido bajo el signo de Escorpión, si su esposa reúne los dispersos miembros y si él resucita, es que cuando el sol termina de recorrer su ruta celeste al finalizar el año, parece que va a sucumbir para renacer en seguida más brillante y bello. De suerte que toda la historia de este dios, a quien adoraba el pueblo con la frente hundida en tierra, no era para el iniciado más que un tema celeste.


El Adonis fenicio presenta idénticos emblemas con aventuras poco diferentes. Consultemos e interpretemos su leyenda. Adon, raíz de la palabra, significa dios, señor; su plural, Adonai, significa en hebreo, los dioses. Adonis era el amante de Venus. Su fábula significa que el sol fecunda a la naturaleza durante la primavera y el estío. Este astro pierde sus facultades productivas en nuestro hemisferio cuando han transcurrido estas estaciones. He ahí por qué al ir de caza es derribado Adonis en otoño por un jabalí (símbolo del invierno) que le mutila y le priva de sus órganos de generación. Antes de que este dios sea devuelto a Venus, quien deplora se pérdida, Adonis –cuya mutilación y muerte son meras ficciones- debe pasar por otros seis meses del año con la Venus (o la naturaleza) del hemisferio inferior, con esa mujer de las constelaciones, situada sobre las esferas delante de la serpiente, proe serpens, de donde viene Proserpina. He ahí, pues, al sol de primavera muriendo en otoño para resucitar en la primavera siguiente.


Las historias de Atys y de Mithra; el descenso de Krishna yendo a los infiernos; la lucha de Ormuz y Arimán, y la de Cristo y Satanás5, son como la primera, el emblema de la perpetua lucha contra las tinieblas, de la revolución anual del sol.


Pero, ¿qué relación pueden tener estas diversas fábulas astronómicas con la historia del arquitecto del templo de Salomón, monumento elevado por el más sabio de los reyes al gran arquitecto de los mundos? No existe ningún monumento auténtico del asesinato de Hiram; la Escritura no dice nada acerca de él; es una historia imaginaria, que si fuese cierta, no tendría interés para nosotros ni para las naciones a quienes es extraño este crimen.


Pero volvamos a la historia de Hiram tal como se menciona en los anales masónicos.


Este venerable maestro es asaltado al visitar los trabajos por tres infieles compañeros, que le asesinan, sin lograr arrancarle la palabra de maestro, voz inefable, palabra innominable que tan sólo pronunciaba una vez al año el gran sacerdote.


Fijémonos en que los asesinos están situados en las puertas de occidente, del mediodía y de oriente, es decir, en los puntos iluminados por el sol, el cual no pasa nunca por el Norte del hemisferio boreal. Los infames asesinos entierran el cadáver con una rama de acacia. Observemos aquí dos hechos importantes:


Es el primero que doce personajes representan un gran papel en la historia, así como en todas las que tienen al sol por objeto: los tres asesinos compañeros, es decir, tres obreros inferiores, y los nueve maestros o nueve obreros superiores. El número doce responde evidentemente a los signos recorridos por el astro del día; los tres compañeros son los signos inferiores o signos de invierno que dan muerte a Hiram, o sea, la Balanza, el Escorpión y el Sagitario, los cuales ocupan hacia el centro del otoño estos tres puntos del cielo; de modo que el primero se encuentra hacia la declinación u occidente, el segundo se halla en su ascensión recta o mediodía, y el último comienza a aparecer en levante, lo que se figura por la puerta de oriente, en que muere Hiram, de igual modo que el sol perece en el Sagitario, y renace o vuelve a comenzar un año nuevo en el Capricornio.


Si los tres signos inferiores se representan por maestros, entonces se da a entender que el sol comienza a remontarse. Ellos son quienes levantan el cuerpo del Respetable Maestro, por lo cual tienen derecho a ser elegidos. Por eso dice el Muy Respetable a los vigilantes: “¿No sabéis vosotros que sin mí no podéis nada, y que estando juntos, lo podemos todo?”.


Asimismo, en las fábulas hebraicas hay doce patriarcas y un solo templo para las doce tribus. En la historia cristiana se habla de doce apóstoles o compañeros de Cristo, de quienes también tres faltan a sus deberes; el primero, entregándole a sus enemigos; el segundo, al renegar tres veces de él, y el último al dudar de su resurrección. El discípulo que, según el libro, recibe treinta monedas, las arroja en el templo de Jerusalén, símbolo del universo, en que desaparecen los meses y los días.


Los egipcios, griegos y romanos tienen igualmente doce grandes dioses. Los altares de Jano son doce en número, así como los trabajos de Hércules. Podría llevar aún más lejos estas analogías.


En fin, una rama de acacia hace que se encuentre a la víctima y se descubran los culpables. Ahora bien, hay que tener en cuenta que los árboles representan un papel importante en las alegorías solares. Aquí, es el árbol de la ciencia del bien y del mal, emblema del tránsito de las tinieblas a la luz, o del invierno al estío. Dediquemos unos minutos a esta alegoría, que quizás no hayan comprendido todavía los maestros nuevos: este árbol representa el año. El conocimiento del bien es esa felicidad que se experimenta en las estaciones agradables y productivas de la primavera y del estío, reino del bien. La ciencia del mal es el funesto conocimiento de los rigores y privaciones del invierno, reino del mal. Por lo tanto, puede decirse metafóricamente que el hombre iniciado en esta ciencia conoce el año, o sea el bien y el mal; y conocería a Dios si estudiando profundamente pudiera apreciar y saber todo cuanto la Naturaleza prepara y realiza en la renovación anual.


Es verdad que, cuando Adam (nombre que significa la naturaleza humana, la cual fue creada macho y hembra, y que, tiempo más tarde, no representa más que al primer hombre) y su compañera Eva, o sea la vida, pasaron la primavera y el verano en el Edén, probaron el fruto del árbol alegórico producido durante el reino del bien; y que, después, vino la serpiente6 a indicar en la esfera celeste que iba a dar comienzo el reino del mal. La ciencia alegórica, insinuándose por doquiera, ha hecho que malum, que quiere decir el mal, signifique también manzana, producto otoñal que indica que se ha terminado la recolección y que el labrador debe volver a cultivar la tierra con el sudor de su frente. El frío llega, y el hombre tiene que cubrirse, pero no con la hoja alegórica de la higuera, sino con algo de más abrigo.


La esfera de los cielos gira; en ella se ve al hombre de las constelaciones (el Bootes) que va precedido de la mujer y lleva en la mano el ramo del otoño cargado de frutos; ella parece seducere, conducir consigo, atraer o seducir al hombre. Tal es la alegoría de los dos primeros humanos expulsados del paraíso, y la del árbol de la ciencia del bien y del mal7.


En otras palabras, el manzano es substituido por el loto egipcio, el almandro de Athys, el mirto8 de Venus, el muérdago de los druidas9, la rama de oro virgiliana10, el boj del domingo de Ramos, el junco o la caña de los peregrinos, que en la fábula masónica es la acacia11 o el tamarindo, en que encalló el cofre en que iba encerrado el cadáver de Osiris12. Este árbol, que queda sin hojas en el solsticio de invierno, fue escogido por los reveladores, para mejor dar a entender que la fábula de Hiram era un velo que no debía tomarse al pie de la letra. Pero los antiguos que creían que la acacia13 era incorruptible, substituyeron sus ramas (símbolo de eternidad) por el mirto, la ginesta y el laurel, plantas siempre verdes, que en esta época del año figuraban en las antiguas teogonías para cubrir el cuerpo del dios víctima. ¿No colocaron los autores del Zodíaco una corona verde entre las piernas de Sagitario (signo en que se halla el sol durante el solsticio de invierno) con objeto de indicar que al triunfo de las tinieblas y de la muerte aparente ha de suceder inmediatamente una vida nueva a consecuencia de una próxima revolución solar?


De suerte que el primer grado, que los antiguos consagraban por entero a las pruebas físicas, era principalmente el emblema del principio del año o de la primavera, durante la cual el sol crece, se fortalece y pasa la línea que separa a los signos inferiores de los superiores. Este grado era en lo moral el emblema de la infancia o de la primavera de la vida, figurada por la piedra bruta, la cual es susceptible de recibir todas las formas que quiera darle el artista hábil, pues, como he tenido ocasión de observar, las alegorías antiguas habían sido meditadas con tanta sabiduría que se podían aplicar, desde cualquier punto de vista, a la instrucción y a la felicidad de los humanos.


El grado de compañero es el emblema de la juventud, de la edad en que el hombre se fortalece por medio del estudio de las ciencias, de las letras y de la filosofía; cultiva su razón, aprende a conocer, y se crea, en cierto modo, una existencia nueva consagrada a las virtudes y a la sabiduría después de haber dominado a las pasiones que le arrebataron en la edad precedente. También simboliza el verano, estación en que, habiendo adquirido el astro del día todo su poder, abraza el universo con sus benéficos rayos, y hace que maduren los frutos con que ha cubierto la Naturaleza a la tierra fecunda. La piedra cúbica, característica de este grado, figura al hombre instruido y civilizado, que vive para la sociedad y que considera que su primer deber consiste en conservar las formas de ésta, emblemas de la solidez y de la rectitud.


En fin, el grado de maestro representa el otoño, esa última estación en que el sol termina su curso y muere para renacer de sus cenizas, lo mismo que el Fénix, cuyo prototipo ha sido. Este grado es el símbolo de la edad madura, época en que recoge el hombre los frutos de sus trabajos y estudios. Su emblema es la plancha en que trazan los planos, es decir, las lecciones de la moral y de la experiencia, los deberes de los compañeros y de los aprendices.


No es extraño, hermano, que toda la Masonería, al relacionarse con las estaciones y las épocas de la vida, esté comprendida por entero en tres grados. Este número indica, como ya hemos visto, el origen oriental de estas alegorías que, si hubieran nacido en el Norte o en Occidente, en Roma y hasta en la misma Grecia, habrían presentado el emblema de las cuatro estaciones, y, para corresponder con ellas en forma debidamente apropiada, habrían tenido que dividir la vida en cuatro épocas.


Las religiones antiguas y sobre todo las de Egipto estaban llenas de misterios, cuya urdimbre se componía de multitud de imágenes y de símbolos, admirable tejido y obra sagrada de una serie ininterrumpida de hombres sabios que leían en el libro de la Naturaleza y traducían al idioma humano de un modo tácito, pero sencillo, este inefable lenguaje.


Los que contemplaban con estúpida mirada esas imágenes, esos símbolos y esas alegorías sublimes sin llegar a comprenderlos, se estancaban en la ignorancia como muchos masones de nuestros días; pero hay que confesar que su ignorancia era voluntaria, puesto que, en cuanto querían salir de ella, se abrían para ellos todos los santuarios, y nada podía impedir que marcharan de conocimiento en conocimiento y de revelación en revelación hasta llegar a descubrir las cosas más sublimes, si en conseguirlo ponían la constancia y la virtud necesarias. Estando vivos podían descender a la morada de los muertos, elevarse hasta los dioses y penetrar en la naturaleza elemental, porque la tercera iniciación o grado de maestro, consistía en el conocimiento profundo de las religiones, y en aquella época las religiones lo abarcaban todo; pero el iniciado que anhelaba penetrar en los secretos misteriosos del sacerdocio no llegaba hasta este punto culminante de la doctrina sagrada hasta haber agotado alternativamente la dosis de ciencia correspondiente a cada grado y de haberse mostrado digno de ascender al superior.


Únicamente había un iniciado de derecho: el rey de Egipto, quien era admitido a los más secretos misterios como consecuencia inevitable de su educación. Los sacerdotes poseían los conocimientos de su orden, los cuales aumentaban al elevarse de grado. Sabían que sus superiores no eran tan sólo seres de mayor categoría, sino, también, hombres más cultos que ellos; de suerte que la jerarquía sacerdotal iluminábase al elevarse a la manera de una pirámide, y la ciencia se aliaba siempre con el poder14 en su organización teocrática. En cuanto al pueblo, era lo que quería ser.


La ciencia ofrecida a todos los egipcios, no se negaba a nadie. Los dogmas de la moral, las leyes de la política, el freno de la opinión, el yugo de las instituciones civiles, eran idénticos para todos; pero la instrucción religiosa difería según la capacidad, la virtud y la voluntad de cada individuo. No se prodigaban entonces los misterios como ahora la Masonería, porque los misterios eran algo. Tampoco se profanaba el conocimiento de la divinidad, porque este conocimiento existía, y, con objeto de poder conservar la verdad para muchos hombres, no se daba vanamente a todos.


¡Feliz sabiduría, que, por haber sido ignorada por los masones modernos, priva ala Masonería de sus más hermosas prerrogativas, sobre todo desde el día en que se abrió su santuario indistintamente a todo el que podía pagar su entrada!


El grado de Maestro conservaba algunos vestigios de su antiguo esplendor antes de que la Francmasonería rebasara sus límites naturales en los tiempos modernos. Entonces, todavía podía traslucir el masón el carácter, el objeto y el origen de ese antiguo monumento de la sabiduría humana, a través de los diferentes emblemas de que estaba rodeado.


El grado de Maestro15 no tiene aparentemente nada de común con los antiguos misterios; pero, si levantamos el velo de la alegoría con que se cubre, podremos ver el complemento de los dos primeros grados, y, por consiguiente, el término de la Masonería, tan bien expresado con la palabra de paso Gibl.·.16, que significa término, fin; es decir, que volveremos a encontrar todos los emblemas simbólicos ideados antiguamente para representar la revolución anual del sol, con la imagen alegórica de las constelaciones que acompañan a este astro en el equinoccio de otoño, época en que las religiones fijaron su agonía y su muerte.


Como consecuencia de este sistema nuestras dos columnas simbolizan los dos trópicos, más allá de los cuales jamás ha llegado el gran Hércules, o sea el sol17.


El origen de las fábulas mitológicas se pierde en la noche de los tiempos, pero lo más notable es que, a pesar del número considerable de estos poemas y de la diferencia de épocas y de lugares en que se redactaron, se encuentren siempre en todos ellos la misma invención y el mismo espíritu.


¿Han bebido de una misma fuente los autores de estas obras, puesto que, sin conocerse ni oírse, se han entendido y han sostenido los mismos discursos y han hablado el mismo lenguaje? ¿Les ha guiado en su trabajo una misma y única regla? Así es como los masones, que habitan en diferentes puntos del planeta, se comunican entre sí, y cooperan de común acuerdo y muy fraternalmente por la prosperidad general de la Orden en bien de cada miembro en particular.


En los poemas antiguos consagrados por los sacerdotes, se observa que la luz lucha con las tinieblas, el oriente contra occidente, y el genio del bien contra el del mal.


La natividad del héroe o del personaje se celebra en los poemas solemnemente. Su fin trágico se detalla con toda escrupulosidad; luego, se le llora y encierra en la tumba.


Por lo tanto, debemos estudiar la Naturaleza si queremos penetrar en el santuario de las iniciaciones y levantar el velo que cubre desde hace mucho tiempo a los misterios sagrados de los antiguos, así como a los de la Masonería18.


El avance del compañero se detiene en el solsticio de estío. El astro del día va a abandonar insensiblemente nuestro hemisferio; parece que retrograda: he ahí por que se hace viajar hacia atrás al recipendario. El Templo ha sido casi terminado, es decir, que entonces todas las plantas han producido y no se trata ya más que de esperar su madurez.


El grado de Maestro va a describirnos, pues, la muerte del dios-luz, ya sea que se considere a este dios como el físico, el cual muere en invierno para reaparecer y resucitar en primavera, en Pascuas, es decir, cuando entra en el signo del Cordero reparador y devuelve al vida a la Naturaleza; ya sea que como los filósofos, no se vea en él más que una conmemoración figurada, o representación emblemática del caos, de suyo seno surgió la luz eterna; o bien, lo que viene a ser lo mismo, de la putrefacción expresada por la palabra Macb.·., muerte aparente del cuerpo, pero fuente inagotable de la vida, por medio de la cual recibe el germen en primavera su desarrollo19.


Los reconstructores de la Francmasonería han substituido la leyenda alegórica que constituía la base de los antiguos misterios por la de la edificación de un templo al Gran Arquitecto. Consecuencia natural de esta elección ha sido la de convertir en principal personaje de la leyenda masónica a Hiram, palabra que, en hebreo, se escribe Chiram en el libro de los Reyes y Churam en el de los Paralipómenos y que, en el primer caso significa vida elevada, y, en el segundo, cándido20, blanco, expresiones que convienen todas al sol.


Este Hiram, al que metafóricamente se apellida arquitecto del templo de Salomón, es el emblema del Gran Arquitecto del Universo, del mismo modo que el hierofante era el representante de Phtá, de Osiris, de Jacchus o de la divinidad del culto a que él estaba consagrado. De suerte que, a pesar de que en la Biblia se habla de Hiram, no debe considerarse en Masonería a este individuo más que como personaje alegórico. Este aserto es tan verdadero que su leyenda desaparece en los grados superiores, en donde no se vuelve a tratar de él.


Por otra parte, los sacerdotes egipcios no comunicaron los altos misterios más que a los individuos de su nación que consagraban la vida al sacerdocio. Por eso ha sido preciso tomar el complemento de la Masonería, o el velo del grado de Maestro, de las ceremonias de un culto que se semejara en algo al de los egipcios. Así, pues, se ha tomado de la religión judía el complemento de los misterios de la Francmasonería, y la leyenda de Moisés afirma que este legislador nació en Egipto donde pudo instruirse en todas las ciencias.


Por lo tanto, descorramos el velo en que se envuelven los misterios de la muerte de Hiram, y veremos que este personaje no es otro que el Osiris celeste.


Los tres pérfidos compañeros que traicionaron a su maestro, por tener celos de la gloria de Hiram, a quien asesinaron, como Tifón a Osiris, no son más que un símbolo del principio del mal, el cual se representa en todas las fábulas antiguas por el príncipe celoso, que arrebata el poder a su jefe, a quien persigue sin cesar y logra asesinar21.


La tradición de este grado refiere que Hiram se presenta a la puerta de occidente para salir del templo; pero vos sabéis que esta salida es imposible, ya que el sol no puede salir de nuestro universo o templo de la Naturaleza22. La marcha que realiza Hiram para eludir los golpes de los asesinos es, precisamente, la misma que verifica el sol, ya sea en el primer día de la primavera, si se supone que este astro reside en el signo del Carnero; ya sea en el último día de su triunfo en el solsticio de verano, o, en fin, en la víspera de su muerte que tiene lugar en la Balanza en que declina hacia el horizonte por la puerta de occidente. Si se examina la esfera celeste en esta época y se observa la posición en que se encuentra en oriente el Carnero (Aries), se verá cerca de él al gran Orión, sosteniendo con el brazo levantado una maza en actitud de golpear; en el Norte, se verá a Perseo, con un arma en la mano y en la actitud del hombre que está dispuesto a herir23. Desde este instante, parece tan rápida la declinación del sol hacia el hemisferio austral que semeja una caída; he aquí, pues, el sol precipitado a su tumba; ¿reaparecerá, se realizarán nuestros deseos de que vuelva? Esta inquietud que debieron experimentar los primeros hombres, se figura por medio de la busca del cuerpo de Hiram. De suerte que, desde el punto de vista figurado y simbólico, su asesinato es, cual la posición de Osiris, de Adonis, de Athis o de Mithra, un producto de la imaginación de los sacerdotes astrónomos, con que se quería representar la ausencia del sol en la tierra, para designar el triunfo de las tinieblas sobre la luz o sobre el principio del bien. Por lo tanto los iniciados que celebran este misterio hacen bien en vestirse de negro y de decorar el templo con colgaduras fúnebres24.


La historia celeste de Hiram es completa, pues en la esfera se ve a los nueve maestros que van en busca de su cadáver. En efecto, si se dirige la mirada a la parte occidental del horizonte en el momento en que el sol se pone en el signo del Carnero se distinguirá alrededor de esta constelación a Perseo, al Cochero y a Orión; al Norte se vera a Cefeo, a Hércules y a Bootes; en el oriente aparecerá el Centauro, el Serpentario y el Escorpión; todos los cuales marchan con el Carnero y le siguen paso a paso hasta el momento de su nueva aparición por oriente.


Los seis días transcurridos entre la muerte de Hiram y el descubrimiento de su cadáver son, también, una continuación del mismo tema celeste; pues estos seis días representan los seis meses que pasa el sol en los signos inferiores antes de reaparecer por oriente en el signo de Aries o del cordero generador. Y el descubrimiento del cadáver de Hiram realizado en el séptimo día es un símbolo de la resurrección del sol, la cual tiene lugar en el séptimo mes de su paso a los signos inferiores, tránsito que se considera como su muerte o descenso a los infiernos (loci inferi, lugares inferiores).


Cuando el sol invernal va a abandonar, al parecer, en diciembre nuestro hemisferio para reinar en el inferior y descender a su tumba, la Naturaleza es a manera de una viuda del ser que la fecundiza y alegra todos los años. Sus hijos se llenan de desolación. Por eso los masones, discípulos de la Naturaleza que representan en el grado de maestro esta bella alegoría, se llaman con justicia hijos de la viuda (o de la Naturaleza), que, al reaparecer el dios, se convierte en hijos de la luz.


En este grado se enseña un signo importante, conocido con el nombre de signo de socorro, el cual se hace diciendo: ¡A mí los hijos de la VIUDA!25


Este signo recuerda el espíritu de paz que difundían entre sus iniciados las antiguas divinidades Ceres, Isis, etcétera. Este signo ha servido muchas veces en los últimos siglos para alejar peligros en la guerra y en otras ocasiones. El recuerdo de la viuda ha de salvar todavía muchas vidas de sus hijos26.


La Naturaleza nos ha destinado a nacer y morir en el seno de la amistad. Prueba de ello es la necesidad de apoyo y de ayuda que exigen los primeros y últimos días de nuestra vida. La época de la vida comprendida entre estos dos extremos se debe dedicar a pagar los socorros recibidos y a merecer los que se han de necesitar en la vejez.


Todo cuanto recuerda la muerte está impregnado de grandeza27. Hoy, los muros del templo están cubiertos con ropajes fúnebres; los signos de la fragilidad humana rodean al sarcófago en que habéis permanecido unos momentos; sepulcrales resplandores contribuyeron a aumentar el horror de las tinieblas; unos lamentos, influyendo en las facultades de vuestra alma, han debido predisponeros al recogimiento, a la melancolía, a la meditación, a la reflexión profunda, porque acercarse a la muerte es tocar los pliegues de la verdad.


Hemos nacido para ir a parar a la muerte. Temerla, sería locura, porque sólo se debe temer los acontecimientos inciertos28. Hay circunstancias en que es preciso que sepamos desdeñarla29, he ahí por qué nos aconseja la sabiduría que nos familiaricemos con su imagen30.


No es a la muerte a lo que se teme, sino la pérdida de la vida lo que se lamenta, por ser ésta un bien cierto que todos poseemos31. Si se muere en la juventud, parece duro que se arrebate al hombre lo que sólo ha conocido para desearlo. Sin embargo, la felicidad no es producto de los años, sino del empleo que de ellos se hace y de la manera como se terminan, porque una muerte hermosa honra a toda una vida, como una muerte infame, la deshonra. El autor de la sabiduría dice que este último día es el juez inflexible y justo de todos los demás días32.


Hermano recientemente admitido, es cierto que la muerte es el término a que tienden todos los seres, pero en la economía del universo, hasta la vida misma surge del seno de la muerte. En el curso de vuestra recepción habéis visto que el principio del bien puede sucumbir; pero, al mismo tiempo, habéis aprendido que el principio del mal no es invencible. Tened siempre presente esta verdad, y aplicadla constantemente a vuestros pensamientos y actos. Tened sobre todo en cuenta que lo que os ha acontecido es una demostración física de la resurrección de los cuerpos, renacimiento que ha tenido lugar para daros a conocer la gran lección moral de que la víctima triunfa siempre.


Hermano mío, en los discursos de nuestros oradores oiréis a menudo denominar con un sinónimo a la Masonería, porque antes del empleo de esta palabra se conocía con el nombre de arte real. Algunos autores suponen que esta expresión técnica tuvo su origen a causa del celo que mostró el rey Salomón por la iniciación. Igualmente se podría haber llamado arte real o augusto, cuando el emperador romano Marco Aurelio ingresó en ella.


El origen que le da el hermano Dumast es curioso y más verdadero: “Desde que el hombre comenzó a pensar en sí mismo, observó que, en ciertas circunstancias hacía el mal queriendo hacer el bien. El video meliora proboque, deteriora sequor ha debido demostrarle que el poder de los deseos era más fuerte que el de la razón; que él no gozaba más que en apariencia y no realmente de su libre albedrío, y que era preciso domeñar las pasiones antes de adquirir la libertad efectiva de escoger y determinarse en todas las acciones de la vida. Desde ese momento, la primera idea que tuvo el hombre de lo que debería ser un sabio consistió en que éste debe ser un hombre libre y dueño de sí mismo; todas las instituciones que tendían a formar sabios se convirtieron en arte de libertad y de realeza.


“Triunfar de sí mismo es la más bella de las victorias; aquél cuyo corazón es esclavo sería servil aunque estuviera en un trono; aquél cuyo corazón es libre, sigue siendo libre aunque esté cargado de cadenas.” Todas las máximas pueden encontrarse en los tiempos más antiguos de la historia33.


Hermanos, vosotros habéis sido constituidos en los ritos francés y escocés, y celebráis ordinariamente vuestras tenidas en el primero.

Este rito, formado por masones instruidos, data del año 1786, y tiene una superioridad incontestable sobre el escocés, superioridad que reconoceremos en cuanto hagamos una pequeña comparación entre ellos.


En el rito francés la palabra del aprendiz es Jak.·.34, palabra racional, puesto que significa iniciación, preparación, comienzo (símbolo de la primavera y del año).


La palabra de compañero es Bo.·., la cual ha sido bien elegida, porque significa fuerza y nos recuerda el iniciado de Mithra conocido por el sobrenombre de León (símbolo del verano)35.


La del maestro es Macben.·.


Las palabras correspondientes del rito escocés son Bo.·., Jack.·.36, Moab.·.37. El significado de estas palabras no despierta ninguna consecuencia de ideas satisfactorias.


La palabra de paso del aprendiz francés es Tubalc.·.. Los aprendices escoceses no poseen palabra de este clase38.


Schibb.·. sirve en el segundo grado de palabra de paso para los dos ritos.


Gibl.·. es la palabra de paso del maestro francés. La del maestro escocés es Tubalc.·., lo que representa aquí una verdadera inversión.


Interpretemos el triángulo, ese símbolo de poder y de igualdad que se ha convertido en emblema de los hombres libres; interpretemos ese signo que veneran los masones y los cristianos, y nos daremos cuenta de la inteligencia desplegada para formar el rito francés.


He demostrado ya que cada grado presenta al masón tres cosas para que medite en ellas:


La historia de la humanidad clasificada por épocas.

La de la civilización y de los progresos del espíritu humano en las artes y en las ciencias, productos de los misterios.


Y el conocimiento de la Naturaleza (o de la Divinidad manifestada en sus obras) y de las religiones.


He llamado vuestra atención acerca de las dos primeras; me queda enfocar el tercer estudio atesorado en cada grado.


Veamos por qué razón representa el triángulo a Dios, y cómo facilita su interpretación cada uno de los grados de la Masonería.


Una línea geométrica no puede representar un cuerpo absolutamente perfecto. Tampoco dos líneas constituyen una figura perfecta. Pero tres líneas forman al unirse el triángulo o primera figura regular y perfecta; por eso sirvió y sirve todavía para caracterizar al Ser Eterno que, siendo infinitamente perfecto en su naturaleza, es como Creador del primer ser, y, de consiguiente, la primera perfección.


No siendo el cuadrado por perfecto que parezca más que una segunda perfección, no podía representar de ninguna manera a Dios, que es la primera. Obsérvese que la palabra Dios tiene como inicial en francés, español, latín, etc., la delta griega, la cual representa el triángulo. Esta es la causa de que los antiguos y modernos hayan considerado como sagrado el triángulo, cuyos lados figuran los tres reinos, o la Naturaleza, o Dios. En el centro del triángulo se ve una iod hebraica, espíritu animador o fuego, principio generador que se representa ahora por la letra G, inicial de la palabra Dios en las lenguas del Norte, cuya significación filosófica es generación.


El primer grado del triángulo, cuyo estudio corresponde al aprendiz (en el rito francés), es el reino mineral, simbolizado por Tubalcaín, el inventor del arte de trabajar los metales.


El segundo lado, cuya meditación corresponde al compañero, es el ritmo vegetal, simbolizado por schibboleth, que significa la espiga. En este reino comienza la generación de los cuerpos. Por esa razón se representa la letra G con radios en el grado de compañero.


El tercer lado, cuyo estudio concierne al reino animal y completa la instrucción del maestro, se simboliza por la palabra Macben.·.; la carne abandona los huesos, o mejor traducido, hijo de la putrefacción39.


Este estudio triple o ciencia triple, característica de cada grado masónico, inspiró en 1816 la idea de designar con el nombre de trinósofos a los hermanos que me ayudaron a fundar esta respetable Logia, con cuyo nombre quería yo significar el estudio o conocimiento de las tres ciencias (los tres grados o la Masonería).


Uno de nuestros dignatarios os dio esta antigua divisa en 1819: Pensar bien, bien decir y obrar bien. ¡Ojalá los trinósofos no la olviden y la observen siempre!40


Atribúyese a los templarios la invocación religiosa que se pronuncia en la apertura de trabajos del rito escocés como si fuera la significación de un culto, y recordara con las preguntas del catecismo del rito: ¿Qué hay entre vos y yo? Y la pregunta hoy día insólita: ¿A qué religión pertenecéis?


El rito francés no admite estas formas, porque la Masonería no es un culto41 de ninguna manera.


La imagen del sol debe estar velada en el primer departamento, porque se va a llorar su muerte.


Las lágrimas de que están cubiertas las decoraciones recuerdan el llanto de Isis cuando iba en busca de su esposo.


El sol42 y la luna, cuyas figuras decoran nuestros templos, significan moralmente que nuestras instituciones deben tener como base las leyes de la Naturaleza. El conocimiento de las leyes inmutables es lo que eleva al masón hasta el más alto grado de la escala social; toda religión o asociación política que se aleje de estas leyes es informe, contranatural y no puede tener duración.


El mallete es la representación de la llave táutica o cruciforme de las divinidades egipcias, de las que era una simple imitación la llave del Nilo. El mallete simbolizaba el poder, y sólo se concedía a los iniciados pertenecientes al grado más elevado, como consagración de su sacerdocio. Hoy día se confía únicamente a los tres primeros dignatarios que tienen a su cargo en la Logia la dirección de las iniciaciones y la instrucción de los adeptos.


El mallete se ha transformado también en la cruz truncada gnóstica o bafomética.


La marcha de cada grado indica su espíritu.


Hemos visto que el aprendiz, cuyo estado de desnudez representa al hombre anterior a la civilización, tenía una marcha incierta, insegura y que avanzaba en línea recta al adelantar el pie derecho43, con el que unía el izquierdo en escuadra, para dar a entender que no tiene otro objeto que el de llegar directamente y sin rodeos a las luces de la civilización.


El compañero, ya más libre en su marcha, va de occidente a mediodía, de allí al Norte y después al oriente para significar que el iniciado debe buscar y llevar la instrucción por todas partes.


En la marcha del maestro se reconoce la del filósofo, a quien no deben detener los prejuicios de su época. Sus saltos indican que sabe franquearlo todo y que ni aun la muerte es un obstáculo para él.


Esta marcha nos da a conocer también que el compañero que ha llegado al grado de maestro ha pasado desde la escuadra al compás, es decir, de la obediencia al mando.


Los siete peldaños del templo indican en lo moral las siete artes liberales que educan a los masones que las practican, y al propio tiempo simbolizan los siete vicios capitales de que se debe huir pisoteándolos.


En este grado comenzará a conocer el iniciado el lugar que ha de ocupar en la cadena de los seres; a preciar sus relaciones con lo que le rodea, y, por consiguiente, a conocer cuáles son sus deberes, y explicar el enigma en cierto modo contradictorio de la Naturaleza de su ser. Antiguamente, cuando el iniciado estaba suficientemente instruido y había dado pruebas de su inteligencia, se acababa para él la ilusión, y se le revelaba el conocimiento de un Dios único, con la explicación de las trascendentes verdades basadas en la más depurada moral.


Lo mismo os ocurrirá a vos, hermano recién admitido. Aprovechad bien lo que se os acaba de revelar, iluminad vuestro corazón y vuestra razón; dirigid vuestras pasiones hacia el bien general; combatid vuestros prejuicios; vigilad vuestros pensamientos y obras; amad, instruid y socorred a vuestros hermanos. Si hacéis todo esto habréis perfeccionado el templo de que vos sois a un mismo tiempo arquitecto, material y obrero.


“Sabido es que las revelaciones que se hacían a los iniciados eran de tres clases: la moral, las altas ciencias y los dogmas sagrados”, dice Boulage en su Historia de los Misterios.


Por eso es la Francmasonería en sus tres grados una escuela de moral, de ciencia y de virtud. Ella es la antigua iniciación mitraica, egipcia, griega, romana y druídica apropiada a los tiempos modernos. Esta continuación de los misterios de los antiguos hace que la Masonería sea la cadena que une de modo inseparable al pasado con el presente y la guía segura para el porvenir.


“Así es que la Masonería es el resultado de la ciencia de los siglos anteriores a la era vulgar, y por eso goza de una inmutabilidad de que no participa ninguna otra asociación humana44.


“¡Cuán consolador es el espectáculo de una asociación perseverante en su objeto, cimentada en todas las virtudes y unida por todos los lazos de amistad, de benevolencia y de fraternidad, mientras no se ven en el mundo más que revoluciones físicas y morales! Esta asociación es el más conmovedor y magnífico de los fenómenos morales; es el espectáculo más bello que pueda mostrar la Naturaleza al mundo y el más raro y saludable de los dones del cielo”45.


El grado de maestro, considerado antiguamente como el grado superior, llevaba aparejado un estado de perfección sobre los demás grados, puesto que con él se terminaba la iniciación y se daban al adepto todas las cualidades que le hacían destacar por doquier como sujeto superior a la clase ordinaria de los hombres. El masón que llegaba a este grado antiguamente no veía en torno de él más que iguales; hoy día, quien lleva el honroso título de maestro tiene por encima de sí treinta clases superiores. Si pudiera ocurrir el milagro de que un iniciado antiguo llegara a nuestros templos en que nos investimos con los títulos de pontífices, príncipes y soberanos y nos cubrimos con cordones de todas las clases y colores46, creería hallarse en medio de una corte de los reyes, en vez de estar en el modesto asilo de la sabiduría. Pero, ¡ay! Todos esos cordones no halagan al masón instruido, quien observa que en Masonería lo que sus adeptos han ganado en cintas, lo perdieron en instrucción.



(1) Otros explican el grado de Maestro con detalles relativos al trágico fin de Carlos I, olvidando que estos símbolos de la muerte habían sido admitidos en Caldea, Siria y Persia; que tenían una significación moral que nosotros explicamos y un significado físico tomado de los fenómenos de la Naturaleza. Tertuliano trata de ellos cuando habla de Eleusis, y el sexto canto de la Eneida los describe con la exactitud de un ritual.

En cuanto a los que relacionan este grado con el fin trágico de la Orden del Temple, hemos de decir que desconocen los documentos históricos que hacen mención de los masones antes de la existencia de la Orden del Temple, así como durante su existencia y después de su desaparición. Se poseen grados masónicos que fueron practicados por los Templarios 300 años antes de su trágico fin.


(2) La incompleta lista que damos a continuación demuestra que el grado de Maestro pertenece a la Teogonía de todos los pueblos:


Osiris es muerto por Tifón, en una emboscada;

Sommonacodón, por un cerdo;

Adonis, por un jabalí en celo;

Etión, por animales feroces;

Ormuz es vencido por Arimán;

Nehemio, por Armilio, quien a su vez es vencido por el segundo Mesías;

Abel es asesinado por Caín;

Balder, por el ciego Hother;

Allirotio, por Marte;

Susarmán, por Sudra;

Baco es despedazado por los Gigantes;

Los Asirios lloran la muerte de Thammuz;

Los escitas y fenicios, la de Acmón;

Toda la Naturaleza la del Gran Pan;

Zohak es vencido por Feridún;

Sura-Parama, por Supra-Munia;

Moia-Sur, por Durga;

Pra-Suane, por Sommonacodón, contra el cual se rebela su hermano Thevatath;

Urano es mutilado y destronado por Saturno;

Agdestis y Athys se mutilaron a sí propios;

Chib muere al fecundar a su mujer;

Jahud es inmolado por su padre Saturno;

Indra, Thevatha y Jesús expiran en la Cruz;

Los turcos celebran el fin trágico y, no obstante, necesario de Hosein;

Los maniqueos el de Manes, etc.


(3) No puede concebirse lógicamente el ateísmo, porque sería suponer la existencia de efectos sin causa, porque la causa de todo cuanto existe recibe el nombre de Dios (quien es la causa desconocida de los efectos conocidos). Ahora bien, semejante suposición es absurda y no ha sido admitida por nadie. Así que no puede haber ateos, no obstante el diccionario de Sylvain Marechal y la opinión de otros autores que deploran estos extravíos del espíritu humano.


La única división existente entre hombres de buena fe es la de saber si la causa de toda existencia es espiritual o material, es decir, aislada e independiente de la materia, o inherente a la misma y formando parte integrante de ella. Pero el materialista no es de ningún modo ateo.

(4) La diosa de Siria, dice Luciano, se parecía a Isis o Cibeles. “La Diana de Efeso era, también, una Isis; y en todos los templos en que se adoraba a esta diosa debían hacerse recepciones de iniciados.”


Los autores antiguos han confundido con frecuencia a las divinidades egipcias con las romanas y con sus alegorías correspondientes. A veces Apuleyo designa con los nombres de Cibeles, Minerva, Venus, Diana, Proserpina, Ceres, Juno, Bellona, Hécate y Rhamnusia a Isis; por cuyo motivo califica a esta diosa de Miriónima (la que tiene diez mil nombres). Este autor hace hablar a Isis de la siguiente manera:


“Yo soy la Naturaleza, madre de todas las cosas, señora de los elementos, comienzo de los siglos, soberana de los dioses, la primera de la Naturaleza celeste, la faz uniforme de los dioses y diosas; yo soy quien dirige la multitud innumerable de los cielos, los vientos saludables del mal y el lúgubre silencio de los infiernos; mi divinidad, que es única y tiene, sin embargo, múltiples formas, es honrada con diferentes ceremonias y bajo distintos nombres. Los frigios me llaman la Pesinontiana, madre de los dioses; los atenienses, Minerva Cecropiana; los sicilianos, Proserpina-Estigiana; los eleusinos, la antigua diosa Ceres; otros me conocen con el nombre de Juno o con el de Bellona o con el de Hécate; también hay quienes me llaman Rhamnusia. Los egipcios, los orientales, los arios y los que conocen la doctrina antigua, quiero decir los egipcios, me honran con ceremonias propias de mí, y me llaman con mi verdadero nombre, la Reina Isis.”


Un mármol encontrado en Capua, con una inscripción que cita Montfaucon, La califica de la siguiente manera: “¡Oh Diosa Isis, que eres una y todas las cosas, Arrio Babino te ha hecho esta súplica!”


Esta inscripción demuestra que los romanos iniciados en las doctrinas egipcias consideraban a Isis como el emblema de la unidad de Dios y del Universo. (REGHELLIGI, la Maçon. Consid., etc., tom. I, pág. 25.)


(5) Este nombre es babilónico.


(6) Tifón, significa serpiente (símbolo del invierno). Si se supone que el nombre de dios se deriva de tiful, entonces significa un árbol que produce manzanas (mala, males); origen judaico de la caída del hombre. Tifón quiere decir el que suplanta, y significa las pasiones humanas que expulsan de nuestro corazón a las lecciones de sabiduría. En la fábula se observa que, a medida que Isis escribe la palabra sagrada para instruir a los hombres, Tifón la va borrando. En lo moral este último nombre significa orgullo, ignorancia y mentira.


¿Qué relación guardan las flaquezas morales con el invierno y la noche? Esta relación existe: el orgullo y la ignorancia nos retenían en las tinieblas de la noche, en el sopor y en la esterilidad del invierno. Su interpretación es moral, pues la física no interviene más que para ayudar a la comparación con los objetos sensibles. Así es como el dogma de los dos principios enseñado en los misterios bajo un símbolo astronómico comprendía el bien y el mal•.


• Los autores profanos se han basado en la alegoría de la luz y de las tinieblas, la cual constituye una parte de las enseñanzas del grado de Maestro, para tildar a los masones de maniqueos, preseilianos, etc.


(7) Volney, Las ruinas de Palmira.


(8) Mirto es aquí símbolo de sepulcro.


(9) Druida se deriva de la palabra griega drus, encina.


(10) Este ramo misterioso acompaña en las medallas antiguas a las efigies de los iniciados Apuleyo, Virgilio, Horacio y Augusto. La respuesta a la pregunta: ¿sois Maestro Masón? Nos recuerda este ramo sagrado.


(11) Debe tratarse de la acacia espinosa, la cual recuerda, según cree Jovet, la corona de espina que le colocaron a Jesús, así como en madero de la cruz, a pesar del Tratado sobre el árbol denominado acacia (Burdeos, 1762), cuyo autor pretende que esta planta fue importada de América y que no había sido conocida por los antiguos anteriores al descubrimiento del Nuevo Mundo. El autor añade que: “Este árbol ha sido escogido probablemente debido al nombre akakia, que traduce Cicerón por animus terrore liber, lo que quiere decir un hombre intrépido, un corazón que no experimenta miedo; nombre que se debe haber dado a este árbol, porque ni los insectos ni los animales le pueden causar perjuicio.”


(12) El rey Biblos ordenó que se cortase este árbol y que se construyera con él un pilar para sostener el techo de su palacio (tipo primitivo, según algunos autores, de las columnas del templo de Salomón). Isis logró que se le entregase este pilar, bajo el cual se hallaba el cofre sagrado. Ella lo ungió con óleo perfumado, lo envolvió en un velo, y esta pieza llegó a ser objeto de veneración popular. (PLUTARCO, de Isid. e Osirid.)


Hay otra versión:


Isis halló el cuerpo de Osiris en las cercanías de Biblos, junto a una planta de elevado tallo, conocida con el nombre de erica. Entonces se sentó junto a una fuente que manaba de una roca y permaneció allí anonadada. Esta roca es la pequeña montaña que se menciona en el ritual; la erica ha sido reemplazada por la acacia, y el dolor de la diosa, por el de los Maestros.


Los viajes de los Maestros en busca de la luz representan los de Isis en busca de su esposo, el sol.


El joven rey de Biblos espía a Isis, y ve que esta abre el cofre y junta sus labios con los de su esposo. La diosa se da cuenta de que la espían y lanza tan terrible mirada al rey que éste cae muerto. He aquí el origen de la severa mirada con que el Muy Respetable escruta al recipendario en el momento de su recepción.


Los maestros van en busca de lo que se ha perdido; Isis va, también, en busca de su esposo perdido. El cuerpo de Hiram es encontrado al séptimo día, el cual está consagrado al sol. En el equinoccio es cuando se siente la virtud generatriz del sol; cada día aumenta sus fuerzas y los efectos de su suave calor; la palabra se vuelve a encontrar. Los iniciados en los misterios osíricos clamaban en esta época: Osiris ha sido encontrado, que es la época de la Pascua en que el luto cesa y sólo hay motivos de alegría.


Virgilio habla en el sexto libro del asesinato, así como de la búsqueda del ramo y de los últimos deberes rendidos a la víctima, y describe la historia de Palinuro (bali-nour, la luz del Sol), el cual fue precipitado por Tifón desde su navío a los profundos infiernos.


Osiris, que es el Apolo de los egipcios, conducía una nave en vez de un carro; en efecto, para ir en busca de la verdad, es preciso montar en la nave de la Naturaleza, en la barca de Isis, la cual aún se ostenta en las armas de la ciudad de París, bar-Isis, ciudad de Isis, diosa que fue su patrona, más tarde substituida por Santa Genoveva que, como Isis, significa la que engendra la vida.


(13) La acacia era venerada por los árabes, particularmente en la tribu de Ghalfán. Esta planta fue consagrada por Dhalem y cubierta por medio de una capilla que emitía un sonido cuando se entraba en ella, como ocurría con la estatua de Memnón. Los árabes habían hecho de la acacia su ídolo Al-Uzza, destruido por Mahoma. De ahí viene probablemente esta observación del hermano Dumast:


“La acacia, honrada por los sabios, de cuya planta llevaban una rama los iniciados, recibía en estos pueblos el nombre de huzza. El viva de los escoceses, huzé, que se escribe huzza, demuestra que, tanto en Inglaterra, como en Francia, el grito de júbilo popular toma su nombre de la rama de los iniciados.”


(14) Cuando el iniciado había recibido las grandes revelaciones, se le revestía con cualidades sagradas, sacris dotibus, pues el carácter del iniciado se denominaba sagrado, sacra dos. Poco a poco se fue aplicando a los individuos el nombre del carácter con que les habían conferido, de ahí vino el nombre de sacerdos, sacerdotes, con que se les conocía.


(15) En Masonería, así como en todas las artes y oficios, es maestro el que, después de haber hecho el aprendizaje y haber trabajado como compañero (oficial), es admitido en la corporación. Esta exacta definición viene a demostrar que los aprendices y los compañeros no son, en realidad, verdaderos miembros de la corporación, sino que trabajan por llegarlo a ser. (Miroir de la Vérité, t. I, pág. 270.)


Esta nota nos induce a dar algunos detalles sobre las palabras orden y corporación.


Corporación significa un conjunto de personas que se someten a una misma ley, o que se reúnen a las órdenes de un mismo jefe, o gentes de cierta profesión u oficio.


Orden, significa una corporación compuesta por ciertos estados: en Roma, existía la orden de los senadores, la de los caballeros y la de los plebeyos. Entiéndese por orden, también, una compañía de religiosos, de caballeros o de personas que se comprometen bajo juramento a vivir según ciertas reglas. La Masonería es una Orden. Esta palabra expresa la regla constitutiva de la sociedad: se dice la Orden Masónica, la Orden de la Legión de Honor, etc. La palabra corporación significa el conjunto de personas que forman esta Orden: la corporación de los masones, la de los legionarios, etc. Leemos en Voltaire que: “Hacia el año 1730, en tiempos del cardenal Fleury, los abogados tomaron el título de orden, porque creían que el nombre de Cuerpo o Corporación era muy vulgar. Tan a menudo repetían ellos la frase “orden de los abogados” que el pueblo acabó por acostumbrarse a oírla, a pesar de que ellos no son ni una orden del Estado, ni una orden militar, ni una orden religiosa y de que este nombre es extraño por completo a su profesión.” (Hist. du Parlement de París, cap. 63.)


(16) Debe escribirse Ghibl.·. Los ghiblianos, designados por este nombre, fueron empleados por Salomón en cortar piedras para la edificación del templo.


(17) Las dos columnas de Seth, cuyos restos afirma Hermes haber visto, y el nombre de su hijo Henoch, es decir, iniciado, demuestran que la orden iniciática existía antes de esas revoluciones ecuménicas que todo el mundo se obstina en llamar diluvios.


(18) Los mejicanos tenían su Adonis viviente, quien era un hombre que se renovaba todos los años. Durante el año era adorado, nada le faltaba; ni honores, ni buena vida; pero, terminado aquél, se le degollaba (Cerem. Rel., tom.VII), pues se creía que su sangre hacía fecunda la tierra. Los sacerdotes de Mithra derramaban en 25 de marzo la sangre del toro o buey equinoccial con este mismo propósito, de donde viene la costumbre de la sangre del cordero que se venera en cierta religión moderna.


Nosotros pintamos de rojo• los huevos que nos regalamos en este mes para conmemorar este hecho. Esta época era la del famoso paso del sol por el punto equinoccial, en la cual era creencia que daba principio o comienzo a la generación de los cuerpos. Los antiguos limpiaban sus utensilios cuidadosamente en Pascua, como si quisieran renovarlo todo al mismo tiempo que se renueva la Naturaleza. No rompían sus muebles como hacen los mejicanos para fabricar otros nuevos, pero estrenaban trajes.


• Según una antigua máxima: todo nace del huevo, ab ovo.


(19) El autor de un Retejador masónico dice:


1 2 3

La destrucción, la creación, el crecimiento.

Tifón, Osiris, Horo,

M.·. J.·. B.·.


“En fin, la muerte, el nacimiento y la vida de todos los cuerpos. Coloco a la muerte, ese gran jeroglífico de la Naturaleza, delante de la vida.” – Esto es un error, porque nada comienza por la muerte, puesto que ella es el término de toda cosa creada. Luego añade que: “La muerte es el tipo de las iniciaciones.” Con lo cual vuelve a incurrir en error: las estaciones del año simbolizan la vida del hombre, tal es el tipo de las iniciaciones; la muerte no es más que conclusión y su término. M. Delaulnaye no era iniciado, cosa que se descubre en sus ideas. Muchas veces le he dicho que no poseía más que una sola clave (la de la generación de los cuerpos), lo que le impedía que se pudiera formar una idea verdadera sobre la mayoría de los misterios antiguos.


En 1808 conocí en casa del hermano Fustier, venerable de la Logia Le Point-Parfait, al señor Delaulnaye, hombre eruditísimo, empleado en casa de aquel hermano. Un día en que yo me lamentaba ante los oficiales del Gran Oriente de que los cuadernos de los grados que se entregaban a las Logias y Capítulos estuvieran copiados de un modo muy inexacto, hasta el extremo de que las palabras se trabucaban de modo que eran difíciles de descifrar, Delaulnaye, que conocía el hebreo, dijo: “Soy profano, pero confiadme los cuadernos y os haré un buen Retejador con las palabras rectificadas y con su significación”. Le cogí la palabra, le entregué la colección, entonces rarísima, de los 33 grados•, y, dos años más tarde, apareció EL RETEJADOR que, efectivamente, fue la mejor obra de su género; hasta que la superó en 1820 el Manual Masónico o Retejador de todos los Ritos, debido a la pluma del hermano Willaume, masón muy instruido y autor del Orador Francmasón. La muerte nos arrebató demasiado pronto a este digno hermano.


• Faltaban en ella los cuatro grados comprendidos entre el 23 y el 26, cuyos nombres son: Jefe del Tabernáculo, Príncipe del Tabernáculo, Caballero de la Serpiente de Bronce y Príncipe de Merci. Viéndose Delaulnaye en la imposibilidad de procurárselos, se limitó a mencionar sus nombres y, para justificar esta omisión, redactó una nota irrisoria que recuerda bastante la fábula del zorro y las uvas: “Estos cuatro grados no existen en Francia; los escoceses los consideran como un arca santa, y nosotros nos guardamos de tocarla, por temor de incurrir en su indignación”. (pág. 149 de su Manuscrito, 1810).


Estos cuatro grados se encuentran en el Unique et Parfait Tuileur de 1812, vol. En 8º de 80 páginas.


(20) Horacio da este epíteto, tomado de Egipto, a los iniciados de su época, y Virgilio, a los héroes de su poema.


(21) Este momento es a propósito para hablar del efecto perpetuo de las significaciones equívocas de la mayor parte de las palabras en las traducciones. Como ejemplos, citaremos las dos palabras matar y resucitar, y veremos que no debemos considerarlas sino alegóricamente y no tomarlas al pie de la letra: matar es la traducción de la voz latina occidere, de donde hemos formado la palabra occidente; y esta palabra tan usada no significa para nosotros ni muerte, ni asesinato, ni nada repulsivo, porque en sentido alegórico, el occidente es el ser, el tiempo o el punto del mundo que mata, porque hace desaparecer al sol y a los astros alternativamente. Asimismo, traducimos la palabra latina resurgere por resucitar, haciéndola sufrir una atrevida metamorfosis, aunque el verbo latino no haya significado jamás volver a la vida, sino levantarse por segunda vez, lo que concierta perfectamente con el sol.


Los nombres de los tres asesinos de Hiram varían mucho según los ritos y las diversas aplicaciones de la Masonería.


Estos nombres son Abhiram, Romvel y Gravelot. En los grados alemanes se llaman Hobbhen, Schterké (fuerza) y Austerfuth (fuera de la puerta); y en el escocismo, Giblón, Giblas, Giblos, o Jubelás, Jubelós y Jubelón.


Un templario ve en estos tres personajes a Squin de Florián, a Noffodei y al desconocido a cuyas declaraciones se debió que Felipe el Hermoso acusara a la Orden ante el Papa. También ve en estos tres asesinos a Felipe el Hermoso, a Clemente V y a Noffodei (a quienes él denomina los tres abominables).


El masón coronado cree ver en ellos a los tres autores de la muerte de Cristo: Judas, Caifás y Pilatos.


El filósofo descubre en ellos a la mentira, la ignorancia y la ambición, aliadas contra la verdad. He aquí su interpretación moral, que tomaremos del grado 29 escocés, el Caballero del Sol, tal como se cita en el número 44 de la Abeille Maçonnique:


“Los tres malvados compañeros (la mentira, la ignorancia y la ambición) acaban de herir a Hiram (la verdad, ministro de Salomón), o sea al arquitecto del Templo que debía reunir a todos los hombres a los pies de un mismo altar (la Masonería). La Sabiduría divina (Salomón) arma a los hijos de la verdad contra la mentira, la ignorancia y la ambición; les ciñe con un velo negro, emblema del luto, y les confía un arma, que no puede ser sino un símbolo de la razón, de la ciencia, de la dulzura y del buen ejemplo, únicas armas que pueden instruir y convencer. Los hijos de la verdad combaten y triunfan.


(22) Este templo figura desde la edad media en el tema del grado de Maestro, porque Logia quiere decir mundo (grado de compañero, pág. 44) y porque el templo de Jerusalén era la representación del mundo entre los judíos.


(23) Cuéntase que en un día en que se celebraba una recepción análoga a la de este grado, el emperador Comodo, quien ocupaba el cargo de muy respetable, dio el último golpe tan en serio, que la farsa acabó en tragedia.


(24) El color negro se ha consagrado como signo de duelo, porque la muerte (alegórica) de la luz produce las tinieblas, color negativo resultante de la absorción de los rayos solares. El único país que no debe su civilización a los misterios, la China, representa por medio de otro color las ideas lúgubres.


(25) Los pitagóricos que recorrían Oriente eran acogidos en todas partes y reconocidos como hermanos. Setecientos años después, los gnósticos viajeros no tenían más que hacer un signo para conseguir hospitalidad. En nuestros días los masones se sirven de ciertas sílabas extrañas y de un gesto para que se les socorra y sirva desde las orillas del Báltico hasta el promontorio de las Tormentas. (Guerr. de Dum., pág. 288).


(26) Dícese que los catecismos suecos fueron los primeros que dieron la tradición de este signo. Puede ser que nuestros protocolos, baterías y signos parezcan frívolos, pero la razón se ha servido de ellos y ha sacado gran provecho cuando se trata de reconocerse.


(27) Eusebio y Clemente de Alejandría denominaron festividades de los muertos y de los féretros a las grandes reuniones simbólicas de Eleusis. Las grandes asociaciones políticas y religiosas se han constituido siempre a consecuencia de un gran infortunio, real o ficticio, como si para realizar su unión fuera necesario el recuerdo de una desgracia o de un ultraje.


(28) El arte de gozar consiste en poseer la ciencia de no temer a nada. ¿Qué sería la vida sin ella? ¿Y qué sería el día sin la noche? Un sabio decía que quien teme a la muerte, finge saber lo que aún muchos ignoran.


(29) Hasta la religión ha tomado del desapego a la vida su mayor esplendor y sus armas más fuertes, desapego que ha producido los más grandes espíritus, ya sea del bien, ya del mal. Quien no teme a la muerte es todopoderoso, porque es dueño de su vida y de la ajena. Un niño que había sido vendido como esclavo dijo a su dueño: “Pronto verás lo que has comprado; bien necio sería yo si viviera esclavo pudiendo ser libre.” Y, cuando hubo pronunciado estas palabras, se arrojó a la calle desde lo más alto de la casa.


A veces se confunden los momentos de furor con el desprecio a la vida, pero, inmediatamente se arrepiente uno, como les ocurrió a Heliogábalo y a Domiciano. El hombre no se decide a morir cuando no ve con sangre fría este último momento. Sócrates tuvo treinta días para meditar en el decreto de su muerte, y lo vio ejecutar sin inmutarse. El hombre sabio vive tanto tiempo como debe vivir, de acuerdo con las Leyes de la Vida inmortal.


El más favorable de los dones que nos ha otorgado la Naturaleza es el de habernos dejado libres, lo cual nos quita la razón de quejarnos de nuestra condición. ¿Puede lamentarse el hombre, acaso, de un mal a que puede poner término en el momento en que quiera?


Pero el suicidio ha sido vituperado universalmente. El suicidio ha sido reprobado por los cristianos, por los judíos y por muchos filósofos, como Platón y Escipión, quienes creen que es un vicio de cobardía y debilidad. La virtud soporta los reveses de la fortuna, y no huye de ellos. Hay más grandeza de alma en llevar la cadena que en romperla, y más firmeza en Régulo que en Platón.


“El suicidio es una deserción. ¿Por qué hemos de salir del universo sin el consentimiento de quien nos ha puesto en él? No existimos tan sólo para nosotros mismos. Suicidarse es violar el respeto que debemos al cuerpo, obra de la Naturaleza, cuyos beneficios debemos saber aprovechar.


“El hombre no se debe quitar la vida cuando no tiene para ello otra razón que el hastío de vivir, como Pomponio, Marcelano y el filósofo Cleantes; la gloria de acompañar a la tumba al esposo, como las mujeres de Porro y de Laber; el fracaso en los asuntos, como Catón; el temor de vivir a merced de los enemigos, como Silvano y Próximo; el dolor de ver una mala administración, como Nerva; o la vergüenza de haber cometido un crimen involuntario, como Lucrecio. Hagamos valer a la vida hasta el extremo; las cosas pueden cambiar de cariz; y, si van de mal en peor, siempre estaremos a mayor altura si sabemos resistir.


“En la existencia de todos los hombres hay un instante en que deberían morir; unos, los retardan; otros, lo anticipan. ¡Cuántas personas han sobrevivido a su gloria y la han obscurecido con el deseo de prolongarla! ¿No dijo Laborio: He vivido yo un día de más?


“Algunos desean morir de modo fastuoso. Hasta cuando se abandona la existencia se anhela ser algo. ¿Por qué? ¿Ha de darse el último suspiro para la vanidad? La muerte más sabia y prudente es la tranquila. El sabio no debe desear en este último instante que los que le van a cerrar los ojos estén tristes, ni tampoco ha de mostrar dolor al separarse de ellos. La tranquilidad de espíritu es el triunfo de la sabiduría.”


(30) Los romanos y los egipcios se hacían presentar un esqueleto en sus banquetes aparatosos, sin duda para invitar a los convidados a que empezaran bien la vida.


(31) No obstante, Chirón rehusó la inmortalidad, cuando su padre, Saturno, le explicó las condiciones de ella.


(32) Cuando preguntaron a Epaminondas que a quién estimaba más, si a Chabrias, a Hipócrates o a sí mismo, repuso: “Para responder a esta pregunta es preciso que muramos antes los tres. En efecto, ¿puede formarse juicio sobre un drama cuyo último acto no se ha visto?


(33) La libertad y la verdad son los dos dones principales que asigna Platón (en el Fedro) a los adeptos de la filosofía que se han hecho dignos de entrar en la región superior, o sea en el éter, situado por encima de los siete grados purificadores. Herodiano (III, 128) comparaba los juegos olímpicos a los grandes misterios, pues nadie podía tomar parte en aquellos si no era libre. Las diosas Ceres y Proserpina se llamaban por su nombre místico, liberae deoe (Orig. des Cult.), en las iniciaciones de Italia. Liber era también el verdadero nombre de Baco en los misterios. En Grecia se decía que un tal Eleuterio (libre) fue quien instruyó los misterios de Eleusis (Hygin. Fab. 225).


“El genio esclavo de Salomón que instruyó a un círculo de amigos en las cavernas del Cáucaso de donde desciende Habib, dijo a un héroe: “Serán libres cuando hayan adquirido los conocimientos necesarios para conducirse.” (Hist. du Cher. Hab. et de Dorath.)


“Cuando el pueblo habla en la Epifanía de los tres reyes o magos no sabe bien lo que dice; pero en los primeros tiempos de la Iglesia, se creía en Oriente que los magos gozaban de una especie de realeza moral y simbólica•.


“En fin, Horacio va a disipar las dudas que nos puedan quedar con su retrato de un sabio:


Ad summam, sapiens uno minor est Jove, dives,


LIBER, honoratus, pulcher, REX DENIQUE REGUM.••


“Como se ve por esto, no es de ahora solamente el que los iniciados sean príncipes y hombres libres; y su libertad y dominio no pertenecen a una especie peligrosa.”


• La Biblioteca francesa posee desde la campaña de Napoleón en Egipto un manuscrito turco del siglo dieciséis que reproduce en forma enciclopédica parte de las antiguas ideas asiáticas acerca de las ciencias, y en donde curiosísimas planchas en color, que representas las fases astronómicas personificadas en las formas de seres bizarros, nos transportan a una época en que la iconografía, cuya clave se poseía todavía, no se había transformado en politeísmo; esto nos recuerda vivamente el sistema de los magos. Este manuscrito que podía servir de grimorio mágico y diabólico a las mujeres vulgares, es notable por su título: EL ORIENTE de la felicidad y el origen de la Soberanía en el conocimiento de los talismanes.


•• Confieso que este retrato es irónico en el lugar en que está colocado, como lo indica la última frase: Proecipue sanus, misi quum pituita molesta est.


Pero esto no obsta para la conclusión que yo deduzco de él. Con esa filosofía variable que le caracteriza, Horacio se burla d que los estoicos crean ser el modelo perfecto de la sabiduría; pero había filósofos que tenían de ésta un concepto teñido de libertad y de realeza; y esto es lo que a mí me interesa (La Maçonn., poema).


(34) El tercer hijo de Simeón (hijo de Jacob) llamado Jakin fue el padre de los jakinitas que formaron la vigésima primera familia de las veinticuatro familias sacerdotales de los judíos (Génesis, cap. 46, ver.10).


(35) Algunos autores creen que Salomón dio a la segunda columna de su templo el nombre de Bo.·. en memoria de su trisabuelo, hijo de Salomón.


(36) La palabra sagrada Jak.·. es pentagrámica; Bo.·. es tetragrámica. Esta es la razón de que el rito escocés adoptara un orden inverso al francés, aferrándose a la letra, mientras que el rito moderno, más racional, se ha fijado en el significado de las dos palabras.


(37) Moabón; esta palabra, que significa literalmente a patre (del padre), porque Moab nació del incesto de la hija mayor de Loth con su padre (Génesis, cap. 17, vers. 36 y 37), quiere decir que el francmasón se convierte por medio de la recepción en hijo y sucesor de Hiram.


Como Moab y los moabitas fueron los eternos enemigos del pueblo judío se ha dado al masón iniciado el nombre de Moabón para que sea el antagonista de los profanos y de todos los que se opongan al progreso de la Orden. La palabra francesa y la inglesa se escriben de la misma manera, en abreviatura (M.·. B.·.), la cual sirve de velo en los dos ritos.


(38) Porque se dice que los iniciados en el primer grado en Egipto permanecían durante tres años sin comunicarse con el mundo profano y no se les permitía entrar de nuevo si salían. Los iniciados del segundo grado poseían por el contrario una palabra de paso, porque se les concedía la libertad de salir en determinados días de la semana; pero, como los aprendices modernos viven en el mundo, visitan las Logias, y no asisten a los misterios masónicos más que en ciertos días de cada mes, deben poseer una palabra de paso que el rito francés hace bien en darles.


(39) Los traslados del triángulo representan también:


Pasado, presente, porvenir;


Sal, azufre, mercurio;


Nacimiento, vida, muerte, etc.


Pero el triángulo entero ha significado siempre Dios o la Naturaleza. Por eso la Trinidad es su alegoría.


Reghellini opina que “las alegorías de las tres verdades, fundamento de los primeros misterios, recuerdan los efectos sucesivos y eternos de la Naturaleza, o sea:


1º Que todo se ha formado por generación;


2º Que la destrucción sigue a la generación en todas sus obras;


3º Que la regeneración restablece, bajo otras formas, los efectos de la destrucción.


“Ya se ve que los autores de los misterios y las religiones no han inventado nada; pero que han sabido aprovecharse de lo que siempre ha existido, extrayendo de la Naturaleza el germen de todas sus doctrinas.”


(40) Leemos en Plutarco que: “A Minerva se le dan tres nombres (Minerva, Pallas y Atenea) y se le consagran tres animales (el mochuelo, el gallo y la serpiente), para que ella enseñe al hombre las tres partes de la sabiduría que son: bien pensar, bien decir y obrar bien.” (Vida de Temístocles.)


La prosa del Corpus, compuesta por Tomás de Aquino, dice en términos análogos: Nova sint omnia, corda, voces et opera.


(41) Culto es el honor que se tributa a Dios por medio de actos religiosos, y la Masonería no tiene nada que ver con esto.


“Entre los antiguos la Logia se abría por una oración a la Divinidad. Esta máxima religiosa conservada en muchos grados de algunos ritos, se ha perdido en general en las diversas persecuciones que sufrió el cristianismo. Viéndose los cristianos perseguidos hasta en sus más secretas guaridas, se vieron obligados a simbolizar todos los puntos principales de su religión, y, para librarse de las sospechas de los tiranos, tomaron el nombre de Masones.” (Mason. Adonhiramita.)


(42) El Venerable, representa al sol; prueba de ello es la muceta que lleva al cuello, pues en la parte inferior de ella se ve un sol bordado.


(43) En el rito escocés parte con el pie izquierdo.


(44) Etat du Grand Orient de France, tomo II.


(45) Etat du Grand Orient de France, tomo II.


(46) Los masones antiguos no conocían los cordones y sólo empleaban el mandil de piel. En los grabados masónicos coleccionados desde hace un siglo se observa que tan sólo los llevaban los dignatarios de la Logia. De sus cordones pendía la joya distintiva de sus funciones.


La diferencia primitiva de colores existente entre el grado de Maestro escocés y el de francés proviene, según algunos autores, de que el rojo es el color de Inglaterra, y el azul el de Francia, durante nuestros reyes y en la época de fundación de la nueva Masonería.


Dice el hermano Dumast que los templarios recibían como señal de su caballería secreta un cinturón que ulteriormente se substituyó por una banda, de la cual se derivan todas las cintas y grandes cordones modernos, según se dice. Poseían ellos, también, todas las insignias gnóstico-masónicas, tales como se llevan entonces en las Logias inglesas de Athalstan y en las del Bajo Imperio, o tales como las que están en uso por toda la tierra.


En efecto, a fines del siglo XVII se descubrió en Alemania en la tumba de un templario muerto antes de la persecución de la Orden, una especie de talismán cuyos tres signos principales eran: 


1º El compás y la escuadra, atribuidos a la maestría;


2º La esfera, emblema de la astronomía y de la perfección; y


3º El decágono, llamado pentágono de Pitágoras, o estrella Flamígera.


J. M. RAGÓN - GRADO DE COMPAÑERO

SEGUNDO GRADO SIMBÓLICO

GRADO DE COMPAÑERO

HERMANOS:


Debido a una de esas contradicciones en que suelen incurrir los hombres, el grado de Compañero, segunda etapa de la ini­ciación masónica, es uno de los más importantes y, a la vez, uno de los más descuidados en la Francmasonería. Es importante por su origen histórico y simbólico, por su interpretación y por los desarrollos de que es susceptible, los cuales predisponen al candidato para recibir el complemento de la iniciación en el sublime grado de Maestro; ha sido descuidado, porque sus emblemas, puramente morales, hablan poco a los sentidos, y porque la mayoría de los hombres no se dejan conducir mas que por agentes externos, puesto que, al no tener signo ninguno aparente, no halaga al amor propio, como ciertos grados en que se cubre a quienes los poseen con cordones y otras mues­tras de rango y de dignidad.


Compañero1, es el nombre con que se designa en ciertas artes mecánicas al obrero que, tras de haberse instruido sufi­cientemente, trabaja a las órdenes del Maestro, en espera de llegar a ser lo que él es. Sabido es que los obreros pertene­cientes a ciertas profesiones formaban asociaciones que guardan cierta relación con la Masonería.


Compañero es el nombre que se otorga en las iniciaciones modernas al neófito que, tras haber pasado algún tiempo en el grado anterior, se prepara por medio de nuevas enseñanzas a recibir el grado de Maestro; tal es el grado que ha venido a sustituir al del iniciado de segundo orden o neófito de Egipto y mysto de los misterios eleusinos2.


En Oriente, el aspirante era proclamado soldado de Mithra, y podía llamar a todos los iniciados Compañeros de armas, es decir, hermanos suyos, cuando había pasado por pruebas durísimas y crueles.


Luego llegaba a ser león, palabra que, aparte de su interpre­tación astronómica (el sol de verano, en este signo), tenía otra moral, puesto que recordaba la fuerza, notable expresión del compañero moderno que se graba por medio de una inicial en la columna del mediodía (B.·.). Estos diversos grados ser­vían de preparación para otro más sublime, en el que se reve­laban los misterios y el mismo Mithra se manifestaba a sus elegidos.


Los cristianos primitivos llamaban catecúmenos, es decir, aspirantes a los individuos que se preparaban para recibir el bautismo o iniciación. Estos catecúmenos no podían asistir a los misterios ni al sacrificio. Sabido es que la parte de la misa a que ellos asistían, denominada misa de los catecúmenos, ter­minaba en el Canon, mejor dicho, después de las instrucciones se les daba, a saber: la de la ley antigua o lecciones apos­tólicas dadas por el subdiácono, es decir, por un aspirante al sacerdocio, y las del Nuevo Testamento o lectura del libro sagrado hecha por el diácono o sacerdote del segundo orden. En el rito escocés existen todavía los diáconos y los subdiá­conos3.


Los catecúmenos eran bautizados en cuanto aprendían las enseñanzas requeridas; recibían desde ese momento el nombre de neófitos o recién nacidos, y asistían a los misterios y a los ágapes o banquetes religiosos. Sin embargo, no tomaban parte en ellos hasta haber transcurrido determinado tiempo y haber aprendido nuevas doctrinas; después de lo cual, recibían a un mismo tiempo el alimento celeste y la confirmación, por cuyo medio se manifestaba el espíritu santo a los iniciados. Esta identidad de formas con los misterios e iniciaciones antiguos establece suficientemente la identidad de objeto y de origen.


De suerte que el grado segundo constituía en todos los mis­terios una etapa importante y servía de preparación indispen­sable para el tercero. Lo mismo ocurre todavía en la Masonería moderna.


Al ascender el aprendiz a Compañero pasa del perpendículo al nivel, es decir, de la columna J.·. a la B.·.4


El número tres va sucedido en este grado por el cinco; éste, que de por sí indica un progreso, sirve para recordarnos que la duración de los estudios precedentes a la manifestación era de cinco años entre los antiguos. Pitágoras sometía, también, a sus discípulos durante cinco años al silencio y al estudio.


El aprendiz que desee obtener el grado de Compañero debe conocer todo cuanto constituye el primero, y debe poder explicarlo en su sentido exotérico5, porque habéis de saber que, en todos los misterios antiguos, existía una doble doctrina, lo cual se encuentra por doquiera: en Menfis, en Samotracia, en Eleusis, entre los magos y brahmanes de Oriente, así como entre los druidas de Germania y de las Galias, en los misterios de las sectas judías y de los cristianos primitivos y, asimismo, en los de la buena diosa. Por todas partes se ven emblemas que tienen un significado físico y reciben interpretación doble; una de ellas natural y en cierto aspecto material, que se en­cuentra al alcance de los espíritus vulgares; otra, sublime y filosófica, que no se comunicaba más que a los hombres inte­ligentes que habían comprendido el significado oculto de las alegorías durante su permanencia en el grado de compañero. Únicamente a estos últimos era a quienes se confiaba el estu­dio de las ciencias abstractas y de la alta filosofía; para ellos, los dioses vulgares a que adoraba el vulgo con la frente hun­dida en el polvo, no eran sino bloques de piedra, que servían para recordarle los deberes del hombre y los misterios de la Naturaleza. Estas estatuas, seductoras por su belleza o espan­tables por sus deformidades repugnantes, recordaban las virtu­des a que se debía amar y los vicios de que era preciso huir.


Volvamos al pasado, siquiera sea por ayudar a los aprendices, a quienes los trabajos profanos impidieron que oyeran la in­terpretación de su grado. La Masonería es tan fecunda que no habrá necesidad de que repitamos lo que antes dijimos.


La reunión de los hombres en sociedad fue la primera ins­titución humana. El estado de naturaleza y el estado social son las dos referencias generales bajo las cuales debe considerarse la especie humana.


Al examinar al hombre desde este doble punto de vista ha sido preciso conocer por medio de que elementos y principios ha pasado del uno al otro. Tomar al hombre en estado de naturaleza, introducirlo en la sociedad, y darle, por el cono­cimiento de sus deberes y de los sagrados principios del orden social, los medios para adquirir las cualidades que deben coor­dinarle con sus semejantes y conducirle a la felicidad, tal es la base de la iniciación del primer grado, en el cual se trabaja en preparar al hombre para la sociedad, enseñándole a reprimir sus perjudiciales pasiones y acostumbrándole a ejercitar las cualidades útiles.


Una vez establecido el primer estado del hombre, no tarda­ron en construirse ciudades; Tubal Cain, hijo de Caín, nos enseña las artes; las artes, digo, fueron inventadas. El comercio nació y se propagó; más tarde, el lujo corrompió las costumbres; los crímenes se multiplicaron; promoviéronse disputas entre los hombres; las guerras dividieron a las naciones; la fuerza oprimió a los débiles y la violencia se apoderó de lo que le negaba la justicia.


Las pruebas del primer grado recuerdan todas estas vicisi­tudes. El hombre de la naturaleza no es ya feliz desde que otros hombres, en vez de cultivar la tierra, se disputan su pose­sión, palabra que es otra interpretación de Tubalcaín. La agri­cultura y el pastoreo no son ya las únicas ocupaciones del hombre pacífico; todavía hay algunos que labran la tierra, pero, pueden venir otros a arrebatarles los frutos con las armas en la mano. Nada está asegurado para el hombre virtuoso, por eso aspira a un nuevo y mejor orden de cosas, y anhela un segundo grado iniciático, porque está convencido de que cuanto más estudie la gran obra del Arquitecto del Universo, mejor conocerá la grandeza, la bondad y la perfección del sistema univer­sal, y podrá apreciar los principios por que el gobernador de los mundos conduce su gobierno moral. En fin, él penetra en ese edificio en cuya construcción no se han utilizado los meta­les, templo de que los nuestros son símbolo; para entre dos columnas, cuyos nombres le enseñan que el templo simbólico a cuya construcción debe contribuir el hombre virtuoso ha de asentarse sobre los cimientos de la fuerza.


El ritual dice al aspirante que la palabra de paso del apren­diz, Tub.·., significa possessio orbis. Sabido es que Thubal pue­de muy bien significar en hebreo la tierra habitable, como Cain puede expresar la idea de posesión. Bien está que los hombres posean la tierra, pero la justicia debe dividir las parcelas y asegurar el disfrute de ellas a los propietarios. Cuando hoy día espera el aspirante oír lecciones de sabiduría y principios de una moral sana se le comunica una idea terrible: possessio orbis..., que es la divisa del conquistador, del expo­liador, del guerrero y de quienes son capaces de cometer los más atroces crímenes y las más espantosas crueldades para satisfacer sus ambiciones. ¿Qué haría con semejante divisa el masón bueno, pacífico y virtuoso que ha prometido luchar por la felicidad de sus semejantes? No creamos que los fundadores de la Masonería hayan olvidado que todo sistema político se ha de basar en la justicia, ni que ningún legislador podría sepa­rar la posesión del derecho.


Las obras y monumentos de la antigüedad nos enseñan que, en los primeros momentos de las sociedades conocidas, existió un hombre superior a sus contemporáneos, a quienes hizo pasar de la vida salvaje al estado social; un hombre que fue el fun­dador de los misterios religiosos, separando de esta manera lo sagrado de lo profano. Este mismo hombre fue el inventor de la música y de la lira; fue el primer cantor de la divinidad y el descubridor de todas las armonías.


He aquí como la asociación de los hombres y el estableci­miento de los misterios forman una institución idéntica debido a la labor de un sabio. Esta institución ha perdurado, y la ce­remonia de que va acompañada la admisión de los hombres en la sociedad, se ha transformado en los pueblos civilizados en un acto político al propio tiempo que religioso.


Pero la sociedad degeneró pronto, y la necesidad de su perfeccionamiento hizo sentir a quienes habían conservado sus ideas morales, fruto de las primeras instituciones, la necesidad de restablecerlas y de perfeccionar el orden social.


Entonces, en vez de tomar al hombre salvaje para convertirle en hombre social, se tomó el hombre social para perfeccionarle. Para llevar a cabo esta labor sin exponerse al fracaso, los cole­gios iniciáticos se convirtieron en guardianes de los conoci­mientos más útiles y de los estudios más profundos. En estas escuelas secretas se enseñaba todo: matemáticas, astronomía, na­vegación, arqueología, historia, música6, gramática, retórica, legislación, política o arte de gobernar y el arte de curar.


Los estudios iniciáticos tenían como objeto el dogma de la existencia de Dios y la investigación de las leyes de la natura­leza, cuyos estudios habían de llevar al descubrimiento de la ciencia y del secreto de los iniciados.


La agricultura, hija y nutridora de la sociedad, constituyó junto con la astronomía, que debía servirle de guía, uno de los principales objetos de estudio; de ahí proceden los misterios de Ceres y el culto solar, todo lo cual no era para los iniciados más que la naturaleza y los astros. De esta suerte se hacía que los iniciados conociesen las leyes generales del universo y des­cubriesen el bien y el mal. No se tardó en ir más lejos todavía, lanzándose más allá de los límites de la existencia. Veamos como:


Los hombres salvajes buscaban las recompensas y temían los castigos en esta vida; pero los civilizados concibieron que la recompensa del bien realizado y el castigo del mal cometido debía realizarse en el porvenir. El Tártaro sirvió de castigo a los criminales. El Elíseo se abrió para los justos.


En estas escuelas fue en donde se cultivaron las inteligencias prodigiosas de los hombres que han llenado de asombro a la humanidad: Orfeo, Pitágoras, Moisés, Tales, Epicuro, Licurgo, Platón y otros sabios; a ellas se dirigían desde todos los países quienes anhelaban conocer la verdad. Estas escuelas fueron las que se negaron a abrir sus puertas al conquistador Alejan­dro, culpable del asesinato de sus amigos, al parricida Nerón, a Constantino manchado con la sangre de sus enemigos y a muchos otros más que, a pesar de ser menos famosos, no eran menos indignos de entrar en ellas.


Al interpretar el primer grado hemos demostrado que las ceremonias de estas iniciaciones misteriosas eran actos verda­deramente religiosos y solemnes, por los cuales abandonaba el hombre su estado de naturaleza para pasar al estado social, cuyo objeto consistía en el perfeccionamiento y en el progreso humanos.

Al observar las grandes analogías existentes entre los vesti­gios de los ritos antiguos y nuestros misterios, habéis llegado a convenceros de la identidad de la iniciación masónica con esa iniciación antigua. Desgraciadamente, la Masonería no pre­senta hoy más que una imagen imperfecta de esta brillante exis­tencia, ruinas de grandeza, sistema modificado por alteraciones progresivas, frutos de acontecimientos sociales y de circuns­tancias políticas.


¿Qué institución humana está al abrigo de las vicisitudes a que todo está sujeto en la naturaleza? La Masonería ha tenido que sufrir la suerte común de todas las obras humanas. ¿Cómo habría podido propagarse en medio de las persecuciones de la ciega ignorancia contra la filosofía? ¿Cómo hubiese podido subsistir sin participar de la corrupción general en los siglos de barbarie que sucedieron a los hermosos días de la docta y sabia antigüedad, o sufrir el choque de las ideas nuevas que se introducen como consecuencia de las revoluciones y de los derrocamientos de los imperios?


Así, pues, al salir de la India y el Egipto, los misterios se tiñeron con las costumbres de los pueblos en que se introdu­cían. Siempre religiosos, se modificaron, adaptándose a las religiones de ambiente: en Grecia, eran los misterios de la Buena Diosa; en la Galia, la escuela de Marte; en la Sicilia formaron la Academia (de las ciencias)7; entre los hebreos se convirtieron en reformadores de la religión, la cual se había sobrecargado de ritos, ceremonias y creencias que la desfigura­ban. Las pagodas de la India, las pirámides de Egipto, los retiros de los magos caldeos eran las fuentes en que se aprendía la sabiduría; cada pueblo algo instruido tenía sus misterios. Los templos de Grecia y hasta la misma escuela de Pitágoras perdieron su alta reputación; pero la Francmasonería ha venido a substituirlos. Basta lanzar una ojeada sobre la historia de los últimos diez mil años, para darse cuenta de estos acontecimien­tos; pero no pasemos de aquí, pues la parte histórica de los altos grados exige que no nos anticipemos.


La sociedad que protege y defiende, tiene necesidad de defen­sores. Era preciso, pues, inspirar al neófito virtud y valor, cuyas cualidades consisten tanto en la fuerza del alma como en el vigor del cuerpo; por eso existían esas largas y rigurosas prue­bas de la primera iniciación, de las que no son más que vagos simulacros aquellas por que acabáis de pasar.


Pero esta institución no tenía como únicos objetos la admi­sión del hombre en la sociedad, el estudio de todos los cono­cimientos y las prácticas de todas las virtudes exigidas por el orden social; sino que, además, aspiraba a elevar al iniciado hasta la divinidad. Tal era su objeto último; para llegar a él, se mostraban al neófito las operaciones de la naturaleza, medio seguro siempre de llegar a la inteligencia suprema que la orga­niza y gobierna con orden tan constante como admirable. Este último conocimiento se simboliza hoy día en el primer grado por medio del triángulo luminoso que resplandece en nues­tros templos, cuya interpretación se os enseñará en el tercer grado, así como la de la letra G, que os hará meditar sobre la estrella flamígera, recuerdo de una segunda época: la de la es­cuela pitagórica, cuyos preceptos y cuya historia os deben ser­vir de objeto de meditación.


Sí; hermano mío, si el primer grado presenta el cuadro de la civilización primitiva —en que, debido a las necesidades originadas por el crecimiento de la población, se desarrolló la inteligencia y nacieron las artes industriales— el segundo nos recuerda esa sabia época en que el genio del hombre colocó a Egipto y Grecia en la cumbre de una civilización desconocida, fruto de las ciencias y de las artes que habían de emancipar al género humano y prepararlo para la libertad.


Todo nos recuerda aquí la filosofía de Pitágoras, porque su escuela es la que más ha contribuido a la difusión de la cultura.


Para facilitaros el estudio de esta época brillante y civiliza­dora, voy a explicaros la doctrina más sublime de la antigüe­dad: la Metempsicosis; pero, antes, permitid que os dé a conocer al gran filósofo de que se habla en este grado.


PITÁGORAS, el hijo de Mnemarco, originario de la isla de Samos, nació en la ciudad fenicia de Sidón, en el año 590 antes de J. C. Llevado de un deseo ardiente de saber, recorrió gran parte de Asia; vivió en Egipto durante veinticinco años, y fue iniciado en los misterios de Dióspolis después de haber salido triunfante de austerísimas pruebas. Desde allí pasó a la tierra de los caldeos, en donde tuvo gran comercio con los sacerdotes hebreos y con el segundo de los Zarathustras. De vuelta a su país natal, dio leyes a muchas ciudades libres de Grecia; tuvo como discípulos a más de un soberano, fundó diversas repúbli­cas en Italia; apaciguó las sediciones que arruinaban a numerosas comunidades; restableció la calma y la paz en gran can­tidad de familias; civilizó las costumbres feroces de muchas naciones; hizo que volviesen a florecer la religión y la moral, y suavizó los sistemas de gobierno; en una palabra, la felicidad germinaba doquiera se adoptaban sus principios.


Se sabe que sus discípulos creían que las palabras del maestro eran oráculos de un dios, y que, para establecer un dogma, no alegaban más que esta célebre frase: Él lo ha dicho. Su casa recibía el nombre de santuario de la verdad, y el patio, el templo de las musas.


De su escuela salieron Arquitas, ilustre geómetra de quien dice Horacio que con infinitos cálculos midió la tierra y los cielos y se elevó hasta las regiones celestes; Lisis, el preceptor de Epaminondas; el famoso Empédocles, taumaturgo; Timeo de Locres, cuyos escritos todavía se conservan; Epicarmio, de Sicilia, quien, según afirma Cicerón, fue hombre meritísimo, y muchos más, entre los cuales citaremos a los tres sabios legis­ladores: Zaleuco, el que dio leyes a la ciudad de Locres; Caron­tas, que gobernó la de Thurium, y Zalmoxis, esclavo de Pitágoras, que redactó un sistema de legislación para el reino de Tracia.


Los romanos apreciaron en su verdadero valor los útiles pre­ceptos, y tan grande era la admiración que sentían por él, que le levantaron una estatua de bronce, como al más sabio de los humanos. En efecto, si la gloria de un filósofo se mide por la duración de sus dogmas y por la extensión de los lugares en que ha penetrado, nada podrá igualar a la reputación de Pitá­goras, puesto que gran parte del universo sigue todavía la mayoría de sus opiniones. Pero lo que viene a ensalzar aun más la figura de este verdadero sabio es que Sócrates y Platón siguieron sus opiniones y su manera de explicarlas. Tanta fue la fama de su doctrina que, muchos siglos después de haber muerto este filósofo, decíase de sus discípulos: Admiramos más a un pitagórico cuando calla, que a los filósofos cuando hablan, aunque sea con gran elocuencia. Murió en Metaponto, en la Magna Grecia, a los noventa años de edad.


DE LA METEMPSICOSIS


Muchos masones se han formado un concepto erróneo sobre el dogma de la transmigración del alma a cuerpos de hombres, animales o plantas, a los cuales se supone que pasa aquélla para expiar sus culpas después de muerto el individuo. Se comete un grave error acerca de esta metempsicosis de los hin­dúes tan mal interpretada, que había sido admitida en Egipto y en Asia. Expliquemos a qué se debe el que se haya atribuido erróneamente a los pitagóricos:


El secreto de esta ficción maravillosa, que al ser interpretada groseramente al pie de la letra ha dado origen a una idea monstruosa, es que el hombre puede convertirse en semejante a las bestias por medio del vicio, del mismo modo que es capaz de llegar a ser semejante a Dios por la virtud. Así Ho­mero supone que la maga Circe, al degradar por el exceso de los placeres sensuales a los compañeros de Ulises, los había me­tamorfoseado en cerdos. Así también el divino precepto de las sociedades humanas daba a sus feroces contemporáneos los nombres de los animales irracionales a que más se parecían; y los calificativos de lobos, perros, puercos y serpientes le servían para designar a los hombres injustos, imprudentes, liber­tinos y pérfidos. Aquí da a sus discípulos el epíteto de la inofensiva oveja; allá recibe él mismo el nombre de cordero de Dios, a causa de su perfecta inocencia; acullá designa a He­rodes bajo el emblema del zorro, para expresar su amor y su malicia.


Los poetas se hicieron con esta metáfora, y, considerando como buena la ficción que presta un brillante aspecto externo a una gran verdad, escribieron que Pitágoras había enseñado la transmigración de las almas y que había experimentado numerosas metamorfosis. Pretensos filósofos deseosos de singu­larizarse y sectas opuestas a la escuela itálica dieron pábulo a esta idea falaz de los poetas. Y hasta llegaron a convencer a muchos historiadores, tan amantes de las fábulas como los poe­tas, sobre esta absurda e injusta noción relativa a Pitágoras.


Prueba irrefutable de que Pitágoras no sustentó ni enseñó jamás la ridícula creencia del tránsito del alma a otros cuer­pos, es que no existe ni el menor vestigio de ella en los símbo­los pitagóricos que se han podido conservar ni en los preceptos admirables que recogiera su discípulo Lysis y que ha guardado la antigüedad con fidelidad respetuosa, bajo el título de Versos dorados de Pitágoras, con cuyo adjetivo se ha querido indicar su excelencia y su perfecta belleza. Por el contrario, nosotros interpretamos estos símbolos y preceptos en el sentido de que los hombres siguen siendo siempre iguales a como fueron creados en cuanto a su esencia, y que sólo pueden degradarse por el vicio y ennoblecerse por la virtud.


Véanse las palabras de Hierocles, que fue uno de sus más celosos y célebres discípulos:


“Muy equivocado anda quien espera que ha de revestir des­pués de la muerte un cuerpo de bestia o convertirse en animal irracional a causa de sus vicios, o en planta, en virtud de su estupidez, descendiendo por efecto de su conducta a una de las substancias inferiores. Sin duda ignora en absoluto la forma eterna de nuestra alma, la cual jamás puede cambiar, porque, siendo y permaneciendo siempre hombre, dícese que se con­vierte en dios o en bestia por la virtud o por el vicio, aunque, por su naturaleza, no pueda llegar a ser ni lo uno ni lo otro, sino solamente por la semejanza de sus inclinaciones.”


Y otro discípulo de Pitágoras, el ilustre Timeo de Locres, enojado de que se atribuyera a su maestro esta pretendida transmigración y que se comprendiera de forma tan grosera su idea, nos ha dejado estas notables palabras en su Tratado del Alma:


“Así como curamos algunas veces los cuerpos enfermos con remedios violentos, así también empleamos el mismo sistema para la curación de las almas, pues cuando éstas se niegan a en­tregarse a las ideas sencillas y simples, las sanamos por medio de mortificantes alegorías y sorprendentes emblemas. Para ate­morizar saludablemente a los hombres corrompidos e impedir que cometan crímenes deshonrosos, nos vemos obligados a amenazarles con extrañas purificaciones y castigos que les humillen, y hasta tenemos que declararles que las almas pasan a nuevos cuerpos; por ejemplo, que el alma de un poltrón pasa al cuerpo de un tímido ciervo; la de un raptor, al de un lobo; la de un asesino, al de una bestia más feroz todavía; la de un hombre impuro, al cuerpo de un cerdo.”


En el Fedón, Proclo y Sócrates dicen aproximadamente lo mismo cuando tratan de la metempsicosis, tan injustamente atribuida a Pitágoras.


En fin, Lysis, el amigo particular de este filósofo que había escuchado de sus labios los dogmas expuestos en sus versos dorados, dice formalmente que el alma deja de hallarse some­tida al cambio y a la muerte y goza de eterna felicidad cuando abandona el cuerpo y retorna al cielo después de haberse purificado de sus crímenes8.


Estas palabras son concluyentes9.


Esta explicación que yo considero importante debe darse a los masones de este grado con objeto de inspirarles toda la confianza de que son merecedores los pitagóricos por la subli­midad de sus principios y la moralidad de sus sentimientos.


Ya veis, hermano recién iniciado, que en nuestra institución todo se alegorizaba, y que todo servía de objeto de estudio a los iniciados: desde los más secretos trabajos de la materia, hasta el curso de los cuerpos astronómicos.


La palabra Oriente, empleada para designar el lugar en que se encuentran el venerable y los hermanos dignatarios de la Orden, anuncia el sitio de donde surge la luz física que nos ilumina, hacia cuya luz dirige constantemente el hombre la mirada considerándola como origen de todas las existencias. Esto viene a demostrar, también, que los primeros cultos fueron solares, y tenían como objeto el rendir homenaje a la Divini­dad en su órgano visible. Por eso, tanto los templos antiguos y modernos como los nuestros se encaran hacia Oriente. El nombre Oriente con que nosotros designamos cierto lugar de las logias, nos recuerda que los misterios de la sabiduría han venido de los pueblos orientales, de los cuales proceden todos los conocimientos.


Cuando el aspirante llegaba a la segunda etapa de la inicia­ción, aprendía a conocer las artes y a practicarlas en provecho de la humanidad. Este estudio, real y largo, duraba cinco años. Hoy día, no se hace más que en símbolo, pero va acompañado de la alegoría astronómica como en el primer grado.


En efecto, en las primeras etapas de vuestra iniciación habéis figurado, querido hermano, como representante del sol en su marcha. Vuestros tres viajes se han realizado en el momento en que este astro surge victorioso de los combates que ha debido librar contra su eterno enemigo Tifón, el genio del mal o dios de las tinieblas causante de las heladas y de los rigores del invierno. Vuestro retorno a la luz, consentido por todos los hermanos, recuerda el instante en que al llegar el sol al equi­noccio de primavera, anuncia a los hombres una nueva estación de flores y frutos. La naturaleza va a sacudir su entumeci­miento, para producir de nuevo su maravillosa obra anual.


Este es el trabajo sublime de la segunda época del año que vos acabáis de representar en la fórmula de recepción. Y, para simbolizar su realización, se os han ido entregando todos los instrumentos de un trabajo alegórico, con lo cual se os quiere enseñar que debéis trabajar continuamente por adquirir cul­tura y por perfeccionaros. De ahí por qué vuestros cinco viajes simbolizan en la alegoría astronómica los cinco meses produc­tivos de la Naturaleza.


Esta ingeniosa comparación, que habrá iluminado con insó­lita luz vuestra inteligencia, debe daros ya la clave de una parte de nuestros misterios.


Los emblemas que ostentaban los ministros de primera cate­goría en los misterios antiguos, son los mismos que los de los jefes de la Masonería. De consiguiente, el hierofante se revestía con los ornamentos de la divinidad suprema, del mismo modo que, más tarde, veremos representado en nuestras logias al gran sacerdote de Jehová por el Venerable, cuyo emblema es la es­trella flamígera.


El sol y la luna, símbolos del Daduco y del Epíbomo, se han consagrado al primer vigilante y al segundo respectivamente. Por esta razón, reciben estos jefes el nombre de luces.


El hierocerix de los misterios antiguos se ha transformado en el orador de la Masonería moderna. Aquél llevaba el cadu­ceo de Mercurio para indicar que la elocuencia es uno de los atributos principales de este dios y que debe serlo, asimismo, del orador masón.


La estrella flamígera era antiguamente la imagen del hijo del sol, productor de las estaciones y símbolo del movimiento; era la imagen, decimos, de Horo, hijo de Isis, la materia pri­mera, fuente inagotable de la vida, chispa del fuego increado y simiente universal de todos los seres.


En el centro de la Estrella se leía la letra G.·., quinta con­sonante del alfabeto e inicial de la quinta ciencia (la Geome­tría). De ella, o sea de las matemáticas, toma su resplandor esa verdad luminosa que debe difundirse en todas las operaciones del espíritu10.


Los masones modernos han substituido esta letra, que por su forma parece el emblema de la unión de la materia con el espíritu, por la Iod hebrea, inicial de Jehová(11) empleada por los judíos. Este monograma, que significa el ser increado, prin­cipio de todas las cosas, es el jeroglífico natural de la unidad de Dios. Los cabalistas se valen de él para significar el principio.


También se reconoce el trigrama Iod en los nombres con que designaban a su Dios los pueblos del Norte: el sirio dice Gad; el sueco, Gud; el alemán, Gott, y el inglés, God, nombres que se derivan de la palabra persa Goda, la cual viene a su vez del pronombre absoluto que significa sí-mismo12.


La palabra logia, se deriva de loga, voz que significa mundo13 en el idioma sagrado del Ganges. La instrucción del grado justifica esta denominación, al indicar que la logia está cu­bierta con un dosel azul de incalculables dimensiones sembrado de estrellas. Este es el lugar en que se da y explica la palabra (logos). Ciertos pitagóricos opinan que el nombre de nuestros templos (logias) tiene por inicial una L en memoria del célebre Lysis14, lugar célebre antaño en Grecia entre los iniciados que profesaban la sabiduría. También dicen ellos que las primeras naciones o capitales en que se celebraron iniciaciones se desig­naron con nombres que tenían esa letra por inicial; como, por ejemplo, Latium, para Italia, Lutetia para Francia y London o Londres para Inglaterra.


La logia se designa, también, con los nombres de taller, escuela, templo o santuario; en efecto, una logia es un taller de iniciación, una escuela de enseñanza, un templo y un santua­rio en donde se deben explicar a los adeptos racionalmente las verdades guardadas de modo confuso en los símbolos, alegorías o jeroglíficos que sirvieron de velos a la filosofía y a las religio­nes antiguas.


Sólo por el estudio se ilustra el hombre. A él debe entregarse con ardor, venciendo las dificultades y torpezas. He ahí, her­mano mío, por qué se os ha ordenado que viajéis. Los cinco­ viajes recuerdan filosóficamente los cinco sentidos, que son los fieles compañeros del hombre y sus mejores consejeros en los juicios que se ha de formar. Si se consultaran siempre, no cometeríamos tan frecuentemente errores en nuestras deter­minaciones.


Los útiles que lleva en sus viajes el recipendario, recuerdan los instrumentos de las ciencias del genio y del estudio que utilizaban los antiguos iniciados durante sus cinco años de trabajo.


Los símbolos correspondientes a cada uno de los viajes pueden servir a los oradores hábiles de temas de instrucción moral variada. Sólo voy a dar una breve explicación con objeto de convenceros de que precisáis realizar un doble trabajo para llegar a conseguir la instrucción y la sabiduría que se recomiendan en este grado.


PRIMER VIAJE. Se os ha armado con un mallete o mazo y un cincel; el mallete, emblema del trabajo y de la fuerza material, ayuda a derribar los obstáculos y vencer las dificultades. El cincel es el emblema de la escultura, de la arquitectura y de las bellas artes. Su empleo no sería efectivo, si se prescindiese de la ayuda del mazo. En cuanto a lo intelectual, los dos ins­trumentos concurren a un mismo objeto; pues el mallete —em­blema de la lógica, sin la cual no es posible razonar con justeza, pues no hay ciencia que pueda prescindir de ella— precisa del cincel, que es la imagen del mordiente de los argumentos de la palabra, con que siempre se logra destruir los sofismas del error. De donde resulta que estos símbolos del primer viaje simbolizan las bellas artes, diversas profesiones industriales, y la lógica, elementos adecuados para hacer independiente al hombre.


SEGUNDO VIAJE. Se os ha provisto de un compás y una regla, símbolos que expresan el perfeccionamiento obtenido en las artes, profesiones y ciencias estudiadas en el primer viaje, pues con estos instrumentos se hacen imposibles los defectos en las artes y en las producciones literarias. Intelectualmente, el com­pás es la imagen del pensamiento, por los diversos círculos que éste recorre; la separación y acercamiento de sus ramas figuran los diversos modos de razonar, los cuales, según las circuns­tancias, deben ser abundantes y amplios, o precisos y breves, pero siempre claros y persuasivos.


La regla simboliza el perfeccionamiento de modo más posi­tivo, porque si no existieran reglas, la industria sería aventu­rada; las artes, defectuosas; las ciencias no presentarían más que sistemas incoherentes; la lógica sería caprichosa y vaga­bunda; la legislación, arbitraria y opresiva; la música, discor­dante; la filosofía, obscura, metafísica, y las ciencias perderían su lucidez. Su utilidad es tan grande, que figura también en el viaje tercero y en el cuarto.


TERCER VIAJE. Lleváis la palanca y la regla; la palanca, sím­bolo de la fuerza, sirve para levantar grandes pesos y para vencer obstáculos. En cuanto a la moral, representa la firmeza de alma, el valor indomable del hombre independiente y ese invencible poder que aviva el amor por la libertad en las nacio­nes inteligentes. En lo intelectual, la palanca expresa la fuerza de la razón y la solidez de la lógica; es la imagen de la filosofía positiva, cuyos invariables principios cierran el paso al fanatis­mo y a la superstición. Pero, para prevenir los funestos efectos que podría producir el abuso de la incalculable fuerza simbo­lizada por la palanca, se añade a ésta la regla, con la cual se quiere dar a entender que esta potente palanca debe aplicarse con mesura y con justa apreciación a todas las cosas.


CUARTO VIAJE. Se realiza llevando la escuadra y la regla. La escuadra, instrumento de las matemáticas, es indispensable en la construcción regular de toda clase de monumentos mate­riales15. En lo moral, su ángulo recto significa que el hombre debe conducirse en sociedad con toda regularidad; que sus acciones deben ser rectas, y que debe poseer la virtud de la abnegación, porque la colocación de la escuadra no deja sub­sistir ninguna desigualdad, ya que este instrumento simboliza fielmente la igualdad humana establecida por el autor de todas las cosas. Su alegoría es triple, como ocurre también con la palanca, pues en lo científico, la regularidad y la precisión de la escuadra se pueden aplicar a la planeación y ejecución de todo trabajo intelectual, para evitar los defectos e imperfec­ciones que deparan a menudo las producciones del espíritu. Este instrumento va acompañado de la regla, para dar a todos estos trabajos el último grado de perfección.


QUINTO VIAJE. Importantísima es la significación de este último viaje; lo habéis efectuado sin llevar útil alguno, porque, hallándoos próximo al término de vuestros trabajos y a la ini­ciación del grado, se supone que poseéis los conocimientos que os pueden libertar y emancipar. De suerte que este viaje es la imagen sensible y viva de la libertad social.


La piedra cúbica en que afilan sus instrumentos de trabajo los compañeros es el símbolo de los progresos que deben ellos realizar en la institución, así como en sus relaciones con los hermanos. Siendo el cubo el sólido más perfecto y el que pre­senta más superficies lisas, puede servir para todo; por lo tanto, la piedra cúbica es, en su interpretación moral, la piedra angular del templo inmaterial erigido a la filosofía. Se termina en pirámide, para inscribir en ella todos los nombres sagrados16. Al tallarla se hace uso del compás, de la escuadra, del nivel y de la plomada, símbolos de las ciencias y de las artes. Por lo tanto, esta piedra alegórica17 debería pertenecer a los símbolos del segundo grado.


La cuerda de nudos es la imagen de la unión fraternal que enlaza a todos los masones de la tierra, sin distinción de sectas ni condiciones, por medio de una cadena indisoluble. Su entre­lazamiento simboliza también el secreto de que deben ir en­vueltos nuestros misterios. Su extensión circular y discontinua indica que el imperio de la Masonería o el dominio de la virtud abarcan el universo.


Schibbol.·.18, la palabra de paso, significa espiga o río. Los masones modernos han elegido la acepción espiga, y traducen schibbol.·. por numerosos como las espigas, para dar a enten­der que los masones se hallan esparcidos por toda la superficie de la tierra.


La interpretación astronómica de la palabra schibboleth es la siguiente:


Ascendiendo en la esfera celeste por el lugar y en la estación en que se construyó el templo, la posición del venerable co­rresponde a la de la salida del sol. Por lo tanto, se tiene el estado del cielo en el tiempo y el espacio, porque el sol se en­cuentra precisamente en el horizonte cuando entra en el pecho del cordero. El aspirante que entra por la puerta de occidente se encuentra en oposición al astro del día y, por consiguiente, cerca de la estrella del Zodíaco que se pone cuando el sol apa­rece en el horizonte. ¿Cuál es esta estrella? Es la que bendice al hombre de los campos; es la brillante estrella llamada schibboleth por los hebreos, spica por los latinos y espiga por los modernos.


Como compañero tenéis cinco años. La progresión subsiguien­te a los grados indica la cultura y la experiencia que debéis haber obtenido; pero sabed, hermano, que los años únicamente otorgan estas prendas a quien se asocia con los hombres y las cosas.


La batería y el toque del grado constan de cinco golpes y se interpretan del mismo modo que los del primer grado.


Antiguamente ardía en nuestros templos el fuego sagrado; esta costumbre recuerda el culto de Vesta (en griego Hasta, nombre que significa fuego).


La naturaleza, simbolizada por este fuego sagrado, indicaba al neófito el género de estudio a que debía dedicarse desde entonces: porque es a la luz a quien debemos el espectáculo brillante de la Naturaleza.


Los cristianos ponían al principio tres luces en sus altares, para simbolizar la triple esencia de la Divinidad. Más tarde, llenaron sus templos de luces para dar a conocer la inmensidad del Creador.


El fuego anima a todo cuanto alienta en los aires, en la tierra y en el agua. El sol, cuya imagen se consagra en nuestros tem­plos, es el fuego innato de los cuerpos, el fuego de la Natura­leza, y autor de la luz, del calor y de la ignición; es la causa eficaz de la generación: sin él no habría movimiento ni exis­tencia; él da forma a la materia, pues la existencia es un efecto del movimiento.


El fuego es inmenso, indivisible, imperecedero y omnipre­sente; penetra en los cuerpos más duros, y anima su naturaleza oculta y adormecida. Su luz hiere la superficie de los cuerpos; pone en movimiento a sus facultades externas, a su insensible transpiración y la disemina en el aire.


Todos los hombres han sentido la necesidad de la luz y de su energía creadora, y no han concebido cosa más horrenda que su ausencia; he ahí a su primera divinidad, cuyo brillante resplandor surgido del seno del caos creó al hombre y a todo el universo, con su armonía sin desacorde y su orden sin per­turbación.


He ahí al dios Bel de los caldeos y al Oromaz u Ormuz, a quien invocaban los persas como al origen de todo el bien de la Naturaleza, mientras achacaban el origen de todos los males a las tinieblas y a Arimán. También sentían gran veneración por la luz, y tenían horror a la obscuridad. En efecto, la luz es la vida del Universo, la amiga de los hombres y su más agra­dable compañera; con ella, no se dan cuenta ellos de la soledad; en cuanto les falta, la buscan, a menos que quieran dejar de contemplar el espectáculo de la Naturaleza y de sí mismos para proporcionar descanso a sus fatigados miembros.


El alma del iniciado se ha educado por medio del estudio y de la convicción; de suerte que el juramento no menciona castigos, ni suplicios corporales. El compañero conoce los más nobles lazos: el honor y su palabra de masón les bastan a los hermanos que le alientan y recompensan en sus trabajos.


Hermano acabado de iniciar, si resumís los dos discursos interpretativos que habéis oído, tendréis que reconocer que el aprendizaje es la introducción en la Masonería, y que el grado de compañero lo es en su estudio.


La tercera interpretación os demostrará que la maestría es la perfección y el complemento de la iniciación.



(1) Los autores no están de acuerdo acerca de la etimología de esta palabra. Unos la derivan de compagus (del mismo pueblo); otros, de compaga­nus (que significa lo mismo que la voz anterior); de combino, de com­bonne, de panis compane (que se nutre del mismo pan). Esta última opinión parece la más verosímil. Efectivamente, en ciertos escritos anti­guos se observa que los compañeros reciben el nombre de companis, porque antiguamente los compañeros eran alimentados por los maestros. (Mir., de la Vérité, tomo I, pág. 269.)


(2) La iniciación eleusina constaba solamente de dos grados. Nuestros dos primeros constituían uno sólo. Atribúyese a los griegos la división ternaria.


(3) La Logia de los Trinósofos, perteneciente a este rito, no los omitía en la lista de sus oficiales.


(4) Téngase en cuenta que el autor trata del rito francés. (N. del T.)


(5) Exotérico, exterior, opuesto a esotérico, interior, secreto.


Confucio y Sócrates han aprobado la doctrina doble, lo cual tiene su valor, porque ellos no la practicaban.


(6) Música, significaba originalmente ciencia de las musas, la cual com­prendía la poesía, la historia, la astronomía, etc.


(7) Entre las notas de que va acompañado el primer canto del poema La Masonería, se encuentra esta curiosísima:


“Hasta el mismo nombre de la filosofía de Platón (filosofía académica) es de origen asiático. Desde hace siglos se viene repitiendo que esta denominación viene de que los jardines en que se profesaba habían pertenecido a un tal Academus. Los griegos y latinos, quienes se limitaban únicamente al estudio de su lengua propia, no eran muy fuertes en mitología, y todo lo explicaban con el nombre supuesto de un hombre, de un río o de una montaña, como tenían siempre por costumbre. - Lo cierto es que la palabra hebrea cadm, que significa oriente, y que las ciencias han venido a Grecia desde el Asia; de suerte que todos los sabios de aquel tiempo eran orientales o cadmus, y todos los lugares destinados a la ense­ñanza recibían el nombre de cadmia o academias.”



(8) Según las doctrinas hindúes, cuando el alma se separa del cuerpo con­serva su individualidad, que se perfecciona reencarnando. (Véase El Bha­gavad Gitâ, los Upanishads y los Purânas). Tal es el origen de las me­tempsicosis hindú y griega.


Todos los filósofos pitagóricos creyeron en la eternidad de la Naturaleza y en la transmutabilidad progresiva de unos elementos en otros; los de la academia antigua, discípulos de Platón, opinaron lo mismo, así como Aristóteles y Teofrasto y muchos peripatéticos célebres, en cuyas obras puede encontrarse la confirmación de lo que decimos.


(9) P. de Roujoux.


(10) Habiendo preguntado uno a Platón, en qué se ocupaba Dios, res­pondió: “en geometrizar incesantemente”. Esta idea de un ser perpetua­mente activo, cuyo poder es imprescriptible y cuyas obras son innumerables, está acorde con el concepto de Dios.


(11) Esta palabra antigua y sagrada, temible por estar prohibida su pronunciación, se encuentra en todos los pueblos de la antigüedad, entre los cuales la iod constituía la letra radical del nombre de su Dios supremo.


(12) Se ha observado también que la G es la inicial de Guianes o Gannes, dios de los números y patrón de las escuelas y sociedades sabias entre los brahmanes. Gannes llevaba llaves, porque el conocimiento de los números es la clave de muchos misterios. Mucho tiempo antes de la fundación de Roma el Gannes indio se transformó en el Janes de los sabios, que es el Janes o Joannes semítico.


Los Gnósticos (conocedores, clarividentes), que estaban en posesión de la gnosis o verdadera ciencia, tienen la misma letra por inicial.


(13) El antro de Mithra en que celebran sus misterios los magos y el de Athys significaban, también, mundo.

En Persia, nación que, según se cree, fue la cuna de la iniciación cientí­fica, se daba el nombre de Jehan a lo que nosotros denominamos Logia; de ahí viene sin duda el nombre de Logia de San Juan, pleonasmo acep­tado por los Templarios, quienes son ]ohanitas o juanitas, es decir, discípulos de San Juan, en oposición a los papistas romanos, que son discípulos de San Pedro.


(14) También se llamaba Lysis o Lysias uno de los discípulos de Pitágoras.


(15) El hermano Vassal dice que “los monumentos de la India serían más proporcionados si sus habitantes hubieran conocido el manejo de la es­cuadra. Los egipcios, en cuyo país se fundó el segundo grado, debieron poseer algunas nociones acerca de la escuadra, pues sus monumentos son más regulares que los de Oriente”. Basándose en esto Vassal llega a la conclusión de que la escuadra fue descubierta en Egipto.


(16) Véase más adelante la segunda serie de los grados capitulares.


(17) En la tabla de Cebes figura en el segundo recinto que se atraviesa al ascender por la montaña de la verdadera ciencia y de la luz.


(18) Esta palabra, al parecer sacada de la historia de Jefté, no es sino el nombre de Cibeles, el cual se varió en la edad media, cuando se creyó necesario judaizar las palabras de la Orden.


Sabido es que schibboleth sirvió de palabra de patrulla a los habitantes de Galaad en la guerra que sostuvieron bajo las órdenes de Jefté contra los efraimitas, quienes, como no sabían pronunciar la schin hebrea, eran asesinados y precipitados al río (hace de ello 40.000 años, según se dice).


Jacques Bergier - Melquisedeque

  Melquisedeque aparece pela primeira vez no livro Gênese, na Bíblia. Lá está escrito: “E Melquisedeque, rei de Salem, trouxe pão e vinho. E...