quarta-feira, 1 de fevereiro de 2023

Manly Palmer Hall - La Cabala, La Doctrina Secreta De Israel

 

Albert Pike, en una cita tomada de Transcendental Magic, sintetiza de esta manera la importancia del cabalismo como clave para comprender el esoterismo masónico: «Cuando uno penetra en el santuario de la Cábala, se llena de admiración al encontrar una doctrina tan lógica, tan sencilla y, al mismo tiempo, tan incuestionable. La combinación necesaria de ideas y signos, la consagración de las realidades más fundamentales mediante los caracteres primitivos; la trinidad de palabras, letras y números; una filosofía sencilla como el alfabeto, profunda e infinita como la palabra; teoremas más completos y luminosos que los de Pitágoras; una teología que se resume contando con los dedos; un infinito que cabe en el hueco de la mano de un niño; diez dígitos y veintidós letras, un triángulo, un cuadrado y un círculo son todos los elementos de la Cábala. Estos son los principios elementales de la palabra escrita, reflejo de la palabra hablada que creó el mundo».
La teología hebrea estaba dividida en tres partes bien diferenciadas. La primera era la ley, la segunda era el alma de la ley y la tercera, el alma del alma de la ley. La ley se enseñaba a todos los hijos de Israel; la Mishná, o el alma de la ley, se revelaba a los rabinos y a los maestros, pero la Cábala, el alma del alma de la ley, se ocultaba con astucia y sus principios secretos solo se enseñaban a los iniciados más elevados entre los judíos.
Según algunos místicos judíos, Moisés subió tres veces al monte Sinaí y cada una de ellas permaneció en presencia de Dios cuarenta días. Durante los primeros cuarenta días se entregaron al profeta las tablas de la ley escrita; durante los segundos cuarenta días recibió el alma de la ley, y durante los últimos cuarenta días Dios lo instruyó en los misterios de la Cábala, el alma del alma de la ley. Moisés ocultó las instrucciones secretas que Dios le había dado en los primeros cuatro libros del Pentateuco y durante siglos los estudiosos de la Cábala han buscado en ellos la doctrina secreta de Israel. Así como la naturaleza espiritual del hombre está oculta en su cuerpo físico, la ley no escrita —la Mishná y la Cábala— está oculta dentro de las enseñanzas escritas del código mosaico. «Cábala» significa la tradición secreta u oculta, la ley no escrita y, según uno de los primeros rabinos, se entregó al hombre para que este, con ayuda de sus principios abstrusos, pudiera aprender a comprender el misterio tanto del universo que lo rodea como del que hay en su interior. El origen del cabalismo es objeto de legítima controversia. Los primeros iniciados de los Misterios cabalísticos creían que, al comienzo, Dios enseñó sus principios a una escuela de Sus ángeles, antes de la caída del hombre. Más tarde, los ángeles transmitieron los secretos a Adán, para que, a través del conocimiento adquirido después de haber entendido sus principios, la humanidad caída pudiese recuperar el patrimonio que había perdido. Desde el cielo enviaron al ángel Raziel para que enseñara a Adán los misterios de la Cábala. Se recurrió a distintos ángeles para iniciar a los patriarcas sucesivos en esta ciencia tan difícil. Tofiel fue el maestro de Shem; Rafael, el de Isaac; Metatrón, el de Moisés, y Miguel, el de David.
Christian D. Ginsburg ha escrito lo siguiente: «De Adán pasó a Noé y después a Abraham, el amigo de Dios, que emigró con ella a Egipto, donde el patriarca dejó traslucir una pequeña parte de aquella doctrina misteriosa. Fue así como los egipcios la conocieron y las demás naciones orientales pudieron introducirla en sus sistemas filosóficos. Moisés, que era erudito en toda la sabiduría de Egipto, se inició por primera vez en ella en su tierra natal, aunque solo llegó a dominarla durante los períodos que pasó en el desierto, cuando no solo le dedicó las horas libres de los cuarenta años completos, sino que recibió lecciones de uno de los ángeles. […] Moisés también inició a los setenta Ancianos en los secretos de esta doctrina y ellos a su vez la transmitieron de mano en mano. De todos los que formaron la línea ininterrumpida de la tradición, David y Salomón fueron los más iniciados en la Cábala».
Según Éliphas Lévi, los tres libros principales de la Cábala son el Sefer Yetzirah, el Libro de la Formación: el Zohar, el Libro de Esplendor, y el Apocalipsis, el Libro de la Revelación. No se sabe con certeza la fecha en que fueron escritos estos libros. Los cabalistas afirman que el Sefer Yetzirah fue escrito por Abraham. Aunque este es, con diferencia, el más antiguo de los libros de la Cábala, es probable que su autor fuese el rabino Akiba, en el año 120 de la era cristiana. Se supone que el Zohar fue escrito por Simeón bar Yojai, un discípulo de Akiba. El rabino Simeón fue condenado a muerte alrededor del año 161 por Lucius Verus, corregente del emperador Marco Aurelio Antonino. Huyó con su hijo, se escondió en una cueva y transcribió el manuscrito del Zohar con la ayuda de Elías, que se le aparecía de vez en cuando. Simeón permaneció doce años en la cueva, durante los cuales desarrolló el complejo simbolismo del «gran rostro» y el «pequeño rostro». Mientras conversaba con sus discípulos, el rabino Simeón expiró y la «lámpara de Israel» se apagó. Su muerte y su entierro estuvieron acompañados por numerosos fenómenos sobrenaturales.
Cuenta la leyenda que las doctrinas secretas del cabalismo existían desde el comienzo del mundo, pero que el rabino Simeón fue el primer hombre autorizado a ponerlas por escrito. Mil doscientos años después, los libros que había reunido fueron descubiertos y publicados para el bien de la humanidad por Moisés de León. Es probable que Moisés de León compilara el Zohar alrededor del 1305 después de Cristo y que extrajera el material de los secretos no escritos de místicos judíos anteriores. Del Apocalipsis, atribuido a san Juan Evangelista, tampoco se conoce una fecha con certeza y la identidad de su autor nunca se ha demostrado de forma satisfactoria. Debido a su brevedad y porque es la clave del pensamiento cabalístico, en este capítulo se reproduce el Sefer Yetzirah en su totalidad. Que se sepa, el Zohar nunca ha sido traducido por completo al inglés, aunque se puede conseguir en francés.
El Zohar contiene gran cantidad de principios filosóficos y en esta obra se incluye una paráfrasis de sus puntos más destacados. No muchos son conscientes de la influencia que tuvo el cabalismo en el pensamiento medieval, tanto cristiano como judío. Enseñaba que, dentro de los escritos secretos, se ocultaba una doctrina que era la clave de aquellos escritos. Esto se simboliza mediante las llaves cruzadas sobre la divisa papal. Muchos eruditos se pusieron a buscar aquellas verdades arcanas que permitirían la redención de la raza y sus escritos posteriores han demostrado que su esfuerzo no ha sido en vano.
Las teorías del cabalismo se entrelazan de forma inextricable con los principios de la alquimia, el hermetismo, el rosacrucismo y la masonería. En la actualidad, Cábala y hermetismo se consideran sinónimos que abarcan todos los arcanos y los esoterismos de la Antigüedad. El cabalismo sencillo de los primeros siglos de la era cristiana fue evolucionando poco a poco hasta convertirse en un sistema teológico complejo, que llegó a ser tan enrevesado que resultaba casi imposible comprender su dogma. Los cabalistas dividían los usos de su ciencia sagrada en cinco partes. La Cábala natural se empleaba exclusivamente para ayudar al investigador a estudiar los misterios de la naturaleza. La Cábala analógica se formuló para mostrar la relación que existe entre todo lo que hay en la naturaleza y revelaba al sabio que todas las criaturas y las sustancias eran, en esencia, una sola y que el hombre —el microcosmos— era una réplica en miniatura de Dios, el macrocosmos. La Cábala contemplativa surgió para revelar los misterios de las esferas celestes mediante las facultades intelectuales superiores. Con su ayuda, las facultades de razonamiento abstracto tomaban conciencia de los planos inconmensurables del infinito y aprendían a conocer a las criaturas que existían en ellos. La Cábala astrológica enseñaba a quienes la estudiaban el poder, la magnitud y la verdadera sustancia de los cuerpos siderales y también revelaba la constitución mística del propio planeta. La quinta, es decir, la Cábala mágica, era estudiada por quienes deseaban llegar a controlar a los demonios y las inteligencias infrahumanas de los mundos invisibles. También se la valoraba mucho como método para curar a los enfermos mediante talismanes, amuletos e invocaciones.
Según Adolph Franck, el Sefer Yetzirah difiere de otros libros sagrados en que no explica el mundo y los fenómenos que se desarrollan en él apoyándose en la idea de Dios ni erigiéndose en el intérprete de la voluntad suprema. En realidad, esta obra antigua revela a Dios valorando Su obra múltiple. En la preparación del Sefer Yetzirah para presentarlo al lector se han comparado cinco traducciones distintas al inglés. Aunque el resultado expresa las características destacadas de cada una de ellas, no es una traducción directa de un solo texto hebreo o latino. Si bien la intención era transmitir el espíritu, más que la letra, del documento antiguo, no ha habido un gran alejamiento de la versión original. Que se sepa, la primera traducción al inglés del Sefer Yetzirah fue obra del reverendo doctor Isidor Kalisch, en 1877.
En su traducción, el texto hebreo acompaña a las palabras en inglés. La obra del doctor Kalisch se ha tomado como base de la siguiente interpretación, pero se ha incorporado material de otros expertos y se han reescrito muchos pasajes para simplificar el tema general. También se ha tenido a mano una copia manuscrita en inglés del Book of the Cabalislick Art del doctor John Pistor. El documento carece de fecha, si bien, a juzgar por el tipo general de escritura, la copia se hizo durante el siglo XVIII. El tercer volumen utilizado como referencia fue el Sefer Yetzirah según el difunto William Wynn Westcott, Mago de la Sociedad Rosacruz de Inglaterra. El cuarto fue el Sefer Yetzirah, o Libro de la Creación, según la traducción que figura entre los Sacred Books and Early Literature of the East, editado por el profesor Charles F. Horne. El quinto era una publicación reciente, The Book of Formation, de Knut Stenring, que contiene una introducción de Arthur Edward Waite. También se han tenido a mano cuatro ejemplares más: dos en alemán, uno en hebreo y otro en latín. Algunas partes del Sefer Yetzirah se consideran más antiguas y más auténticas que el resto, pero la controversia al respecto es tan enrevesada e improductiva que resulta inútil añadir ningún comentario más. Por consiguiente, los pasajes dudosos se incluyen en el documento en el lugar que les corresponde naturalmente.

El Sefer Yetzirah, el Libro de la Formación

Capítulo uno
1. YAH, el Señor de los Ejércitos, el Elohim viviente, rey del universo, omnipotente, Dios misericordioso, supremo y alabado, que vive en las alturas y mora en la eternidad, sublime y santísimo, grabó Su nombre y ordenó (formó) y creó el universo en treinta y dos caminos (etapas) misteriosos de sabiduría (ciencia), mediante tres sefarim; a saber: los números, las letras y los sonidos, que son en Él uno y lo mismo.
2. Diez sefirot (diez propiedades del Inefable) y veintidós letras son la base de todas las cosas De estas veintidós letras, tres reciben el nombre de «madres», siete, el de «dobles» y doce son «sencillas».
3. Los diez números (las sefirot) de la nada son análogos a los diez dedos de las manos y los diez de los pies: cinco contra cinco. En el centro de ellos está la alianza con el Dios Único. En el mundo espiritual, es la alianza de la voz (la palabra) y en el mundo corpóreo, la circuncisión de la carne (el rito de Abraham).
4. Diez son los números (de las sefirot) de la nada, diez —no nueve, sino diez—, no once. Comprended esta gran sabiduría, entended este conocimiento y sed sabios Indagad en el misterio y reflexionad sobre él. Examinad todas las cosas por medio de las diez sefirot. Restaurad la palabra a Su Creador y volved a conducir al Creador a Su trono. Él es el único formador y no hay otro más que Él. Sus atributos son diez y no tienen límites.
5. Las diez sefirot inefables tienen diez infinidades que son las siguientes: El comienzo infinito y el final infinito: El bien infinito y el mal infinito: La altura infinita y la profundidad infinita: El Este infinito y el Oeste infinito; El Norte infinito y el Sur infinito, y por encima de ellas está el Señor Superlativo, el rey fiel, que rige sobre todos en todo desde Su morada sagrada, por los siglos de los siglos.
6. La aparición de las diez esferas (las sefirot) de la nada es como un relámpago o una llama brillante y no tienen principio ni fin. La Palabra de Dios está en ellas cuando van y cuando regresan. Corren para obedecer Su orden como un torbellino y se postran ante Su trono.
7. Las diez sefirot tienen el final unido a su principio y su principio unido a su final, unidos como la llama está casada con la brasa, porque el Señor es superlativamente Uno y para Él no hay segundo. Antes del uno, ¿qué se puede contar?
8. Con respecto al número (10) de esferas de la existencia (las sefirot) de la nada, sellad vuestros labios y guardad vuestro corazón al considerarlas y, si vuestra boca se abre para hablar y vuestro corazón se vuelca hacia el pensamiento, controladlos y volved al silencio, porque está escrito: «Y los seres iban y venían» (Ezequiel 1, 14). Y de esta manera se hizo la alianza con nosotros.
9. Estas son las diez emanaciones del número de la nada:
Primera. El espíritu del Elohim vivo, bendito y más que bendito sea el Elohim vivo de los tiempos Su voz, Su espíritu y Su palabra son el Espíritu Santo. Segunda. Produjo aire del espíritu y en el aire formó y creó veintidós sonidos: las letras Tres de ellas eran fundamentales, o madres; siete eran dobles, y doce eran sencillas (simples), pero el espíritu es lo primero y está por encima de todo. Tercera. Él extrajo agua primordial del aire. Formó allí veintidós letras y las creó con barro y marga, haciéndolas como un borde, levantándolas como una pared y rodeándolas como con un terraplén. Echó nieve sobre ellas y se convirtió en tierra y se lee: «Cuando dice a la nieve: “¡Cae sobre la tierra!”» (Job 37, 6). Cuarta. Extrajo el fuego (éter) del agua. Grabó y creó con él el trono de gloria. Creó a los serafines, los ofanim y las criaturas vivas sagradas (¿los querubines?) como sus ángeles de bondad y con (de) estos tres formó Su morada, según se lee: «Tomas por mensajeros a los vientos, a las llamas del fuego por ministros» (Salmo 104, 4). Quinta. Eligió tres consonantes ( I H V) de entre las sencillas, un secreto que pertenece a las tres madres, o primeros elementos c m a (A M Sh), aire, agua, fuego, (éter). Las selló con Su espíritu y las convirtió en un Gran Nombre y con él selló el universo en seis direcciones. Se volvió hacia el arriba y selló la altura con w h y ( I H V). Sexta. Se volvió hacia el abajo y selló la profundidad con w y h (H I V) Séptima. Se volvió hacia delante y selló el Este con h y w (V I H) Octava. Se volvió hacia atrás y selló el Oeste con y h w (V H I) Novena. Se volvió hacia la derecha y selló el Sur con h w y ( I V H) Décima. Se volvió hacia la izquierda y selló el Norte con y w h ( H V I) [Nota]. Esta distribución de las letras del Gran Nombre se ajusta a la del reverendo doctor Isidor Kalish.

Capítulo dos
1. Hay veintidós (sonidos y) letras básicas Tres son los elementos primeros, fundamentales o madres (agua, aire y fuego): siete son letras dobles, y doce son letras sencillas. Las tres letras fundamentales c m a tienen como base el equilibrio. En un extremo de la escala están las virtudes y en el otro, los vicios, puestos en equilibrio por la lengua. De las letras fundamentales, m (M) es muda como el agua, c (Sh) sibilante como el fuego y, a (A) un aliento reconciliador entre las dos.
2. Las veintidós letras básicas han sido diseñadas, designadas y establecidas por Dios y Él las combinó, las sopesó y las intercambió (cada una con las demás) y formó con ellas todos los seres que existen y todos los que se formarán en el futuro.
3. Él estableció veintidós letras básicas, formadas por la voz e impresas en el aire por el aliento, y estableció que se pronunciaran de forma audible en cinco partes distintas de la boca humana; a saber:
guturales — u h j a
palatales — q k y g
linguales — j n l f d
dentales — d s c z
labiales — t f w b
4. Fijó las veintidós letras básicas en un círculo (esfera), como un muro con doscientas treinta y una puertas, y giró la esfera hacia delante y hacia atrás. Vuelta hacia delante, la esfera significaba el bien; hacia atrás, el mal. Tres letras pueden servir de ejemplo: No hay nada mejor que n n u (O, N, G), placer (alegría), ni nada peor que u n n (N, G, O), peste (tristeza).
5. ¿Cómo se ha conseguido todo eso? Él combinó, sopesó y cambió: la a (A) con todas las demás letras seguidas y todas las demás otra vez con a (A), y todas otra vez con b (B); y lo mismo con toda la serie de letras Por consiguiente, se deduce que hay doscientas treinta y una formaciones o puertas, a través de las cuales se adelantan los poderes de las letras; cada una de las criaturas y cada una de las lenguas procedían de un solo nombre y de las combinaciones de sus letras.
6. Él creó una realidad de la nada. Hizo existir lo que no existía y labró pilares colosales con aire intangible. Esto se ha demostrado con el ejemplo de combinar la letra a (A) con todas las demás letras y todas las demás letras con a (A). Hablando, Él creó cada una de las criaturas y cada palabra mediante el poder de un solo nombre. A modo de ejemplo, piénsese en las veintidós sustancias elementales que surgen de la sustancia primitiva de a (A). Que cada criatura se produzca a partir de las veintidós letras demuestra que en realidad, se trata de las veintidós partes de un solo organismo vivo.

Capítulo tres
1. Los tres primeros elementos (las letras madre c m a) parecen una balanza: en un platillo, la virtud y en el otro, el vicio, mantenidos en equilibrio por la lengua.
2. Estas tres madres c m a encierran un misterio enorme, maravilloso y desconocido y están selladas por seis alas (o círculos elementales); a saber: aire, agua, fuego, cada uno de los cuales se divide en un poder activo y uno pasivo. Las madres c m a dieron origen a los padres (los progenitores) y estos dieron origen a las generaciones.
3. Dios nombró y estableció tres madres c m a las combinó, las sopesó y las intercambió, formando con ellas tres madres c m a en el universo, en el año y en el ser humano (masculino y femenino).
4. Las tres madres c m a que hay en el universo son el aire, el agua y el fuego. El cielo se creó a partir del elemento fuego (o éter) c la tierra, que comprende el mar y la tierra propiamente dicha, a partir del elemento agua m y el aire atmosférico, a partir del elemento aire, o espíritu a que establece el equilibrio entre ellos. Así se produjeron todas las cosas.
5. Las tres madres c m a producen durante el año el calor, el frío y el estado templado. El calor se creó a partir del fuego; el frío, a partir del agua, y el estado templado, del aire, que los equilibra.
6. Las tres madres c m a producen en el ser humano (masculino y femenino) el pecho, el abdomen y la cabeza. La cabeza se formó a partir del fuego c ; el abdomen, a partir del agua m ; y el pecho (tórax), del aire a que los equilibra.
7. Dios dejó que la letra a (A) predominara en el aire primordial, la coronó, la combinó con las otras dos y selló el aire en el universo, el estado templado en el año y el pecho en el ser humano (masculino y femenino).
8. Dios dejó que la letra m (M) predominara en el agua primordial, la coronó, la combinó con las otras dos y selló la tierra en el universo (incluidos la tierra propiamente dicha y el mar), el frío en el año y el abdomen en el ser humano (masculino y femenino).
9. Dios dejó que la letra c (Sh) predominara en el fuego primordial, la coronó, la combinó con las otras dos y selló el cielo en el universo, el calor en el año y la cabeza en el ser humano (masculino y femenino).

Capítulo cuatro
1. Las siete letras dobles t r p k d n b (B, G, D, K, P, R, Th), tienen dos pronunciaciones (dos voces), una aspirada y otra no ת תּ, ר רּ, פ פּ, כ בּ, ך ךּ, ג) aspirada בּ ב, גּ .(Estas letras sirven como modelo de suavidad y dureza, de fuerza y debilidad.
2. Las siete letras dobles simbolizan sabiduría, riquezas, fecundidad, vida, poder, paz y gracia.
3. Las siete letras dobles también representan las antítesis a las que está expuesta la vida humana. Lo opuesto de la sabiduría es la insensatez; de las riquezas, la pobreza; de la fecundidad, la esterilidad; de la vida, la muerte; del poder, la servidumbre: de la paz, la guerra, y de la belleza, la deformidad.
4. Las siete letras dobles señalan las seis dimensiones, altura, profundidad, Este y Oeste, Norte y Sur y, en el centro, el Templo Sagrado que las sostiene a todas.
5. Las letras dobles son siete y no seis; son siete y no ocho; reflexionad sobre este hecho, indagad en él y revelad su misterio oculto y volved a poner al Creador en Su trono.
6. Después de diseñar, establecer, purificar, sopesar e intercambiar las siete letras dobles, Dios formó con ellas los siete planetas del universo, los siete días del año y las siete entradas de los sentidos en el ser humano (masculino y femenino). De estas siete hizo también los siete cielos, las siete tierras y los siete sabbats. Por consiguiente, amó al siete más que a ningún otro número bajo Su trono.
7. Los siete planetas del universo son: Saturno, Júpiter, Marte, el Sol, Venus, Mercurio y la Luna. Los siete días del año son los siete días de la semana (es posible que se refiera a los siete días de la creación). Las siete puertas del ser humano (masculino y femenino) son los dos ojos, los dos oídos, los dos orificios nasales y la boca.
8. [Nota]: Knut Stenring discrepa de otros expertos en cuanto a esta disposición de los planetas y los días de la semana en las siete estrofas siguientes Kircher tiene otro ordenamiento distinto.
El reverendo doctor Isidor Kalish, William Wynn Westcott y The Sacred Books and Early Literature of the East adoptan la disposición siguiente. Primera. Hizo que la letra b (B) predominara en la sabiduría, la coronó, combinó cada una con las demás y formó con ellas la Luna en el universo, el primer día en el año y el ojo derecho en el ser humano (masculino y femenino). Segunda. Hizo que la letra n (G) predominara en las riquezas, la coronó, combinó cada una con las demás y formó con ellas Mane en el universo, el segundo día en el año y el oído derecho en el ser humano (masculino y femenino). Tercera. Hizo que la letra d (D) predominara en la fecundidad, la coronó, combinó cada una con las demás y formó con ellas el Sol en el universo, el tercer día en el año y el orificio nasal derecho en el ser humano (masculino y femenino). Cuarta. Hizo que la letra k (K) predominara en la vida, la coronó, combinó cada una con las demás y formó con ellas Venus en el universo, el cuarto día en el año y el ojo izquierdo en el ser humano (masculino y femenino). Quinta. Hizo que la letra p (P) predominara en el poder, la coronó, combinó cada una con las demás y formó con ellas Mercurio en el universo, el quinto día en el año y el oído izquierdo en el ser humano (masculino y femenino). Sexta. Hizo que la letra r (R) predominara en la paz, la coronó, combinó cada una con las demás y formó con ellas Saturno en el universo, el sexto día en el año y el orificio nasal izquierdo en el ser humano (masculino y femenino). Séptima. Hizo que la letra t (Th) predominara en la gracia, la coronó, combinó cada una con las demás y formó con ellas Júpiter en el universo, el séptimo día en el año y la boca en el ser humano (masculino y femenino).
9. Con las siete letras dobles diseñó también las siete tierras, los siete cielos, los siete continentes, los siete mares, los siete ríos, los siete desiertos, los siete días, las siete semanas (de la Pascua a Pentecostés) y, en medio de ellos, Su Palacio Sagrado. Hay un ciclo de siete años y el séptimo es el año de la liberación y después de siete años de liberación es el Jubileo. Por este motivo, Dios ama el número siete más que ninguna otra cosa que haya bajo el firmamento.
10. De esta manera, Dios unió las siete letras dobles. Con dos piedras se construyen dos casas, con tres piedras se construyen seis casas, con cuatro piedras se construyen veinticuatro casas, con cinco piedras se construyen ciento veinte casas, con seis piedras se construyen setecientas veinte casas y con siete piedras se construyen cinco mil cuarenta casas. Comenzad según esta disposición y seguid calculando más de lo que la boca puede expresar o el oído puede oír.

Capítulo cinco
1. Las doce letras sencillas q x u s n l y m z w h (H, V, Z, Ch, T, I, L, N, S, O, Tz, Q) simbolizan las doce propiedades fundamentales: el habla, el pensamiento, el movimiento, la vista, el oído, el trabajo, la copulación, el olfato, el sueño, la ira, el gusto (o tragar) y el regocijo.
2. Las letras sencillas corresponden a doce orientaciones: altura oriental, nordeste, profundidad oriental: altura meridional, sudeste, profundidad meridional; altura occidental, sudoeste, profundidad occidental; altura septentrional, noroeste, profundidad septentrional. Divergen por toda la eternidad y constituyen los brazos del universo.
3. Después de diseñar, establecer, sopesar e intercambiar las doce letras sencillas, Dios formó con ellas los doce signos del Zodiaco en el universo, los doce meses en el año y los doce órganos principales en el ser humano (masculino y femenino).
4. Los signos del Zodiaco son: Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpio, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis. Los meses del año son: nisan, ijar, sivan, tammuz, ab, elul, tisri, marcheshvan, kislev, tebet, sebat, y adar. Los órganos del cuerpo humano son: dos manos, dos pies, dos riñones, la bilis, el intestino delgado, el hígado, el esófago, el estómago y el bazo.
5. [Nota]: En las doce estrofas siguientes, Knut Stenring vuelve a discrepar, en esta ocasión con respecto a la disposición de las propiedades. 
Primera. Dios usó la letra h (H) para que predominara en el habla, la coronó, la combinó con las demás y con ellas hizo a Aries (el camero) en el universo, el mes nisan en el año y el pie derecho en el cuerpo humano (masculino y femenino). Segunda. Usó la letra w (V) para que predominara en el pensamiento, la coronó, la combinó con las demás y con ellas hizo a Tauro (el toro) en el universo, el mes ijar en el año y el riñón derecho en el cuerpo humano (masculino y femenino). Tercera. Hizo que la letra z (Z) predominara en el movimiento, la coronó, la combinó con las demás y con ellas hizo a Géminis (los gemelos) en el universo, el mes sivan en el año y el pie izquierdo en el cuerpo humano (masculino y femenino). Cuarta. Hizo que la letra j (Ch) predominara en la vista, la coronó, la combinó con las demás y con ellas hizo a Cáncer (el cangrejo) en el universo, el mes tammuz en el año y la mano derecha en el cuerpo humano (masculino y femenino). Quinta. Hizo que la letra f (T) predominara en el oído, la coronó, la combinó con las demás y con ellas hizo a Leo (el león) en el universo, el mes ab en el año y el riñón izquierdo en el cuerpo humano (masculino y femenino). Sexta. Hizo que la letra y (I) predominara en el trabajo, la coronó, la combinó con las demás y con ellas hizo a Virgo (la virgen) en el universo, el mes elul en el año y la mano izquierda en el cuerpo humano (masculino y femenino). Séptima. Hizo que la letra l (L) predominara en la copulación, la coronó, la combinó con las demás y con ellas hizo a Libra (la balanza) en el universo, el mes tisri en el año y la bilis en el cuerpo humano (masculino y femenino). Octava. Hizo que la letra n (N) predominara en el olfato, la coronó, la combinó con las demás y con ellas hizo a Escorpio (el escorpión) en el universo, el mes marcheshvan en el año y el intestino delgado en el cuerpo humano (masculino y femenino). Novena. Hizo que la letra s (S) predominara en el sueño, la coronó, la combinó con las demás y con ellas hizo a Sagitario (el arquero) en el universo, el mes kislev en el año y el estómago en el cuerpo humano (masculino y femenino). Décima. Hizo que la letra u (O) predominara en la ira, la coronó, la combinó con las demás y con ellas hizo a Capricornio (la cabra) en el universo, el mes tebet en el año y el hígado en el cuerpo humano (masculino y femenino). Undécima. Hizo que la letra x (Tz) predominara en el gusto (o tragar), la coronó, la combinó con las demás y con ellas hizo a Acuario (el aguador) en el universo, el mes sebat en el año y el esófago en el cuerpo humano (masculino y femenino). Duodécima. Hizo que la letra q (Q) predominara en el regocijo, la coronó, la combinó con las demás y con ellas hizo a Piscis (los peces) en el universo, el mes adar en el año y el bazo en el cuerpo humano (masculino y femenino).
6. Las hizo como un conflicto, las dispuso como provincias y las levantó como una pared. Las amó y las enfrentó como si estuvieran en guerra. (Los Elohim hicieron lo mismo en las demás esferas).

Capítulo seis
1. Hay tres elementos madre o primeros c m a (A, M, Sh), de los cuales emanaron tres padres (progenitores) —el aire, el agua y el fuego primordiales (espirituales)—, de los cuales surgieron los siete planetas (cielos) con sus ángeles y los doce puntos oblicuos (el Zodiaco).
2. Para demostrarlo, hay tres testigos fieles: el universo, el año y el ser humano. Son los doce, la balanza y los siete. Arriba está el dragón, abajo está el mundo y, por último, el corazón del ser humano, y en el medio está Dios que lo regula todo.
3. Los primeros elementos son el aire, el agua y el fuego; el fuego está arriba, el agua está abajo y el aliento del aire crea el equilibrio entre ellos. La señal es que el fuego lleva el agua. La letra m (M) es muda; c (Sh) sibilante como el fuego y entre ellas está a (A) un aliento de aire que las reconcilia.
4. El dragón (Tali) está en el universo como un rey en su trono; la esfera celeste está en el año como un rey en su imperio, y el corazón está en el cuerpo del ser humano como un rey en la guerra.
5. Dios también contrapuso a los opuestos: el bien contra el mal y el mal contra el bien. El bien procede del bien y el mal, del mal; el bien purifica al mal y el mal, al bien. El bien se reserva para los buenos y el mal, para los malvados
6. Hay tres de los cuales cada uno se sostiene a sí mismo: uno es afirmativo (lleno de bien), otro es negativo (lleno de mal) y el tercero los equilibra.
7. Hay siete divididos por tres contra tres y uno en el medio de todos (el equilibrio). Doce están en guerra; tres producen amor, y tres, odio; tres dan vida y tres la destruyen.
8. Los tres que provocan amor son el corazón y los dos oídos; los tres que producen odio son el hígado, la bilis y la lengua; los tres que dan vida son los dos orificios nasales y el bazo, y los tres destructores son la boca y las dos aberturas inferiores del cuerpo. Sobre todos ellos rige Dios, el rey fiel, desde Su morada sagrada por toda la eternidad. Dios es Uno sobre tres, tres está por encima de siete, siete está por encima de doce y, sin embargo, todo está vinculado.
9. Hay veintidós letras con las cuales el YO SOY (YAH), el Señor de los Ejércitos, todopoderoso y eterno, diseñó y creó mediante tres sefarim (los números, las letras y los sonidos). Su universo y formó con ellas todas las criaturas y todas las cosas que aún faltan por venir.
10. Después de que el patriarca Abraham comprendiera las grandes verdades, meditara sobre ellas y las entendiera perfectamente, se le apareció el Señor del universo (el Tetragrámmaton), lo llamó amigo Suyo, le besó la cabeza y celebró con él una alianza. En primer lugar, la alianza era entre los diez dedos de sus manos, que es la alianza de la lengua (espiritual); en segundo lugar, la alianza era entre los diez dedos de los pies, que es la alianza de la circuncisión (material), y Dios le dijo: «Antes de haberte formado […], te conocía» (Jeremías 1, 5).
Abraham ligó el espíritu de las veintidós letras (el Thora) a su lengua y Dios le reveló sus secretos. Dios permitió que las letras se sumergieran en agua. Las quemó en el fuego y las imprimió en los vientos. Las distribuyó entre los siete planetas y las entregó a los doce signos del Zodiaco. Éliphas Lévi describe al Magnifico Hombre Prototípico de la siguiente manera: «Esa síntesis de la palabra, formulada por la figura humana, ascendió y surgió lentamente del agua como el sol en su naciente. Cuando los ojos aparecieron, se hizo la luz; cuando la boca se manifestó, surgió la creación de los espíritus y la palabra transformada en expresión. La cabeza completa fue revelada, y esto completó el primer día de la creación. Los hombros, los brazos y el pecho se manifestaron; y así empezó el trabajo. Con una mano, la Imagen Divina volvió a poner el mar, mientras que con la otra, formó continentes y montañas. La Imagen creció y creció; los órganos generativos aparecieron y todos los seres comenzaron a aumentar y a multiplicarse. La forma se situó con el cuerpo erguido, con un pie sobre la tierra y el otro sobre las aguas.
Observándose de cuerpo completo en el océano de la creación, respiró sobre su propio reflejo y llamó a la vida a su semejanza. Dijo: “Hagamos al hombre” —y el hombre fue hecho—. No hay nada más bello en la obra maestra de cualquier poeta como esta visión de la creación lograda por el prototipo de la humanidad. Aquí el hombre no es más que la sombra de una sombra; y aún así, es la imagen del poder divino. El hombre también puede extender sus manos de Este a Oeste; a él se le otorga la Tierra como un dominio. Este es Adam Kadmon, el primer Adán de los Cabalistas. Esta es la razón por la cual se muestra como un gigante; y la razón por la que Swedenborg, que en sus sueños fue frecuentado por reminiscencias de la Cábala, dice que toda la creación no es más que un hombre titánico y que estamos hechos a imagen del universo»

FUNDAMENTOS DE LA COSMOLOGÍA CABALÍSTICA

Para los cabalistas, la Divinidad Suprema es un principio incomprensible que solo se puede descubrir mediante el proceso de eliminar, por orden, todos sus atributos cognoscibles. Lo que queda —después de retirar todo lo cognoscible — es AIN SOPH, el estado eterno de Ser. A pesar de ser indefinible, lo absoluto impregna todo el espacio. Abstracto hasta lo inconcebible, AIN SOPH es el estado incondicional de todas las cosas. Las sustancias, las esencias y las inteligencias se manifiestan por la inescrutabilidad de AIN SOPH, aunque lo absoluto en sí carece de sustancia, esencia o inteligencia. AIN SOPH se puede comparar con un gran campo de tierra rica en el cual crecen infinidad de plantas, cada una de un color, una forma y una fragancia distintas, aunque todas tienen las raíces en la misma tierra fértil, que, sin embargo, es distinta a todas las formas que se alimentan de ella. Las «plantas» son los universos, los dioses y el hombre; todos son nutridos por AIN SOPH y todos tienen su origen en una misma esencia indefinida; los espíritus, las almas y los cuerpos de todos están hechos de esta esencia y están condenados, como la planta, a regresar al suelo negro —AIN SOPH, el único inmortal— del cual proceden.
Para los cabalistas, AIN SOPH era «el más antiguo de todos los antiguos». Siempre se consideró asexuado. Su símbolo era un ojo cerrado. Aunque en verdad se puede decir con respecto a AIN SOPH que definirlo es profanarlo, los rabinos postularon determinadas teorías sobre la manera en que AIN SOPH proyectaba las creaciones fuera de Sí mismo y también asignaron a este No Ser absoluto determinados símbolos que consideraban descriptivos, al menos en parte, de Sus poderes. Como símbolo de la naturaleza de AIN SOPH usaban un círculo, que, de por sí, es emblema de eternidad. Este círculo hipotético envuelve una zona de vida incomprensible que no tiene dimensiones y el límite circular de esta vida es el infinito abstracto e inconmensurable. Según este concepto, Dios no solo es un centro, sino también superficie. La centralización es el primer paso hacia la limitación. Por consiguiente, los centros que se forman en las substancias de AIN SOPH son finitos, porque están predestinados a volver a disolverse en su propia causa, mientras que AIN SOPH es infinito, porque es la condición suprema de todo. La forma circular que se da a AIN SOPH significa que el espacio, en teoría, está encerrado dentro de un gran globo que parece de cristal, fuera del cual no hay nada, ni siquiera el vacío. Dentro de este globo —que representa a AIN SOPH— se producen la creación y la disolución.
Cada uno de los elementos y los principios que se usarán alguna vez en las eternidades del nacimiento, el desarrollo y la decadencia cósmicos se encuentra dentro de las sustancias transparentes de esta esfera intangible. Es el huevo cósmico que no se rompe hasta que «llegue a nosotros» el gran día, que es el final del ciclo de necesidad, cuando todas las cosas regresen a su causa fundamental. En el proceso de la creación, la vida difusa de AIN SOPH se retira desde la circunferencia hasta el centro del círculo y establece un punto, que es el Uno que se manifiesta primero, la limitación primitiva del O omnipresente. Por consiguiente, cuando la esencia divina se retira así del límite circular hacia el centro, deja atrás el abismo, o, como lo llaman los cabalistas, la gran privación, de modo que en AIN SOPH se establece una condición doble, donde antes no había más que una. La primera condición es el punto central: el resplandor primitivo y objetivado de la vida eterna y subjetivada. Alrededor de este resplandor está la oscuridad provocada por la falta de vida, que es atraída al centro para crear el primer punto, o germen universal. Por consiguiente, el AIN SOPH universal ya no brilla a través del espacio, sino sobre el espacio desde un primer punto establecido. Isaac Myer describe el proceso con las siguientes palabras: «Al principio, el AIN SOPH lo ocupaba todo y después hizo una concentración absoluta en Sí mismo, que produjo el abismo, lo profundo o el espacio, el Aveer Qadmon o aire primitivo, el Azoth, aunque la Cábala no considera a este el vacío perfecto o un espacio en el que no hay absolutamente nada, sino que lo concibe como las aguas o el mar caótico cristalino en el cual había cierto grado de luz inferior a aquella mediante la cual se hizo todo lo creado [los mundos y las jerarquías]».
En las enseñanzas secretas de la Cábala se enseña que el cuerpo del hombre está envuelto en una iridiscencia ovoide semejante a una burbuja, llamada el huevo áurico, que es la esfera causal del hombre. Guarda la misma relación con el cuerpo físico del hombre que el globo de AIN SOPH con Sus universos tratados. De hecho, este huevo áurico es la esfera de AIN SOPH del ente llamado ser humano. En la realidad, por consiguiente, la conciencia suprema del hombre está en esta aura, que se extiende en todas direcciones y rodea por completo sus cuerpos inferiores. Así como la conciencia del huevo cósmico se retira hacia un punto central, que entonces se denomina Dios —el Uno Supremo—, la conciencia del huevo áurico del hombre también se concentra, con lo cual se establece un punto de conciencia llamado el Ego. Como los universos de la naturaleza se forman a partir de los poderes latentes en el huevo cósmico, todo lo que usa el hombre a lo largo de todas sus reencarnaciones en todos los reinos de la naturaleza se extrae de los poderes latentes que hay dentro de su huevo áurico. El hombre no se separa jamás de este huevo y lo conserva incluso después de su muerte. Tanto sus nacimientos como sus muertes y sus renacimientos se producen dentro de él y no se puede romper hasta que «sea con nosotros» el día más bajo, cuando la humanidad —como el universo— se libere de la rueda de la necesidad.

El sistema cabalístico de los mundos

En el gráfico circular que aparece más adelante, los anillos concéntricos representan de forma esquemática las cuarenta velocidades de vibración —los cabalistas las llaman «esferas»— que emanan de AIN SOPH. El círculo X1 es el límite exterior del espacio, que circunscribe la superficie de AIN SOPH. La naturaleza del AIN SOPH Absoluto se divide en tres partes, representadas, respectivamente, por los espacios comprendidos entre X1 y X2, entre X2 y X3 y entre X3 y A1, como sigue:
Hay que tener en cuenta que, al principio, lo único que impregnaba la superficie del círculo era la sustancia suprema, AIN, porque los anillos interiores todavía no habían llegado a manifestarse. A medida que la Esencia Divina se fue concentrando, los anillos X2 y X3 se volvieron comprensibles, porque AIN SOPH es una limitación de AIN y AIN SOPH AUR, o la luz, es una limitación mayor aún. Por eso, la naturaleza del Uno Supremo se considera triple y, a partir de esta naturaleza triple, los poderes y los elementos de la creación se reflejaban en el abismo que dejaba el movimiento de AIN SOPH hacia su centro absoluto. El movimiento continuo de AIN SOPH hacia su centro absoluto hizo que se estableciera el punto en el círculo. El punto recibió el nombre de Dios, comola individualización suprema de la Esencia Universal. A este respecto, elZohar dice lo siguiente:
Cuando lo oculto de lo Oculto se quiso revelar, primero hizo un solo punto: el Infinito era totalmente desconocido y no difundía nada de luz antes de que este punto luminoso se hicierá visible de pronto, violentamente. El nombre de este punto es YO SOY y los hebreos lo llaman Eheieh. Los cabalistas dieron numerosos nombres a este punto. Sobre esta cuestión, Christian D. Ginsburg escribe, en esencia, lo siguiente: se llama al punto la primera corona, porque ocupa la posición más elevada. Lo llaman el anciano, porque es la primera emanación. Lo llaman punto primordial o fluido. Lo llaman la cabeza blanca, la Gran Faz —Macroprosopo— y la altura inescrutable, porque controla y gobierna todas las demás emanaciones. Cuando apareció el punto blanco radiante, lo llamaron Kéter, que significa «la corona», y de él surgieron nueve globos grandes, que se dispusieron en forma de árbol. Estos nueve, junto con la primera corona, constituyeron el primer sistema de sefirot. Estos diez fueron la primera limitación de diez puntos abstractos dentro de la naturaleza del AIN SOPH Absoluto. El poder de AIN SOPH no penetró en estos globos sino que se reflejó en ellos, como la luz del Sol se refleja en la tierra y los planetas. A estos diez globos se los llamó zafiros brillantes y muchos rabinos creen que de la palabra «zafiro» deriva sefira, el singular de sefirot. La amplia superficie que había quedado oculta al retirarse AIN SOPH hacia el punto central, Kéter. se llenó entonces con cuatro globos concéntricos llamados mundos, o esferas, y la luz de las diez sefirot se reflejó hacia abajo a través de cada una de ellas, sucesivamente. De este modo se establecieron cuatro árboles simbólicos, cada uno de los cuales llevaba los reflejos de los diez globos sefiróticos.
Las cuarenta esferas de la creación que salieron de AIN SOPH se dividen en cuatro grandes cadenas mundiales, de la siguiente manera: De A1 a A10, Atziluth, el mundo infinito de los nombres divinos. De B1 a B10, Briah, el mundo creativo de los arcángeles. De C1 a C10, Yetzirah, el mundo formativo de las jerarquías. De D1 a D10,Assiah, el mundo sustancial de los elementales. Cada uno de estos mundos tiene diez poderes, o esferas: un globo matriz y nueve más que proceden de sus emanaciones; cada globo sale del que lo precede. En el plano de Atziluth (de A1 a A10), el más elevado y más divino de todos los mundos creados, el AIN SOPH no manifestado estableció Su primer punto en el mar divino: las tres esferas de X. Este punto —A1— contiene en su interior toda la creación, pero, en este primer estado divino y no contaminado, el punto, o primer Dios manifestado, no era, para los cabalistas, una personalidad, sino un establecimiento o un fundamento divino. Lo llamaban la primera corona y de ella salían los demás círculos del mundo de Atziluth: A2, A3, A4, A5, A6, A7, A8, A9 y A10. En los tres mundos inferiores, estos círculos son inteligencias, planetas y elementos, pero en este primer mundo divino los llaman los anillos de los nombres sagrados. Los diez primeros grandes círculos (o globos) de luz que se manifestaron a partir de AIN SOPH y los diez nombres de Dios que los cabalistas les asignaron son los siguientes: De AIN SOPH salió A1, la primera corona, y el nombre del primer poder de Dios fue Eheie, que significa «yo soy [el que soy]».
De A1 salió A2, la primera sabiduría, y el nombre del segundo poder de Dios fue Jehová, que significa la esencia del ser. De A2 salió A3, el primer entendimiento, y el nombre del tercer poder de Dios fue Jehová Elohim, que significa Dios de dioses. De A3 salió A4, la primera misericordia, y el nombre del cuarto poder de Dios fue Él, que significa Dios Creador. De A4 salió A5, el primer rigor, y el nombre del quinto poder de Dios fue Elohim Gibor, que significa Dios Poderoso. De A5 salió A6, la primera belleza, y el nombre del sexto poder de Dios fue Eloah Vadaath, que significa Dios Fuerte. De A6 salió A7, la primera victoria, y el nombre del séptimo poder de Dios fue Jehová Sabaoth, que significa Dios de los Ejércitos. De A7 salió A8, la primera gloria, y el nombre del octavo poder de Dios fue Elohim Sabaoth, que significa Señor Dios de los Ejércitos. De A8 salió A9, el primer fundamento, y el nombre del noveno poder de Dios fue Shadai, El Chal, que significa omnipotente. De A9 salió A10, el primer reino, y el nombre del décimo poder de Dios fue Adonai Melej, que significa Dios. De A 10 salió B1, la segunda corona, y se estableció el mundo de Briah.
Las diez emanaciones de A1 a A10 inclusive son llamadas los fundamentos de todas las creaciones. Los cabalistas las consideran las diez raíces del árbol de la Vida. Están dispuestas en forma de una gran figura llamada Adán Kadmón, el hombre hecho de niebla de fuego (tierra roja), el prototipo del hombre universal. En el mundo de Atziluth, los poderes de Dios se manifiestan con la máxima pureza. Estas diez radiaciones puras y perfectas no descienden a los mundos inferiores y adoptan formas, sino que se reflejan en las sustancias de las esferas inferiores. Del primer mundo, el de Atziluth, se reflejan en el segundo, el de Briah. Así como el reflejo nunca tiene el mismo brillo que la imagen original, en el mundo de Briah las diez radiaciones pierden parte de su poder infinito. Un reflejo siempre es como el objeto reflejado, pero más pequeño y más débil.
En el segundo mundo, de B1 a B10, las esferas siguen el mismo orden que en el mundo de Atziluth, pero los diez círculos de luz son menos brillantes y más tangibles y aquí se los considera diez grandes espíritus: criaturas divinas que contribuyen a establecer el orden y la inteligencia en el universo. Como ya hemos dicho, B1 sale de A10 y está incluido en todas las esferas superiores a sí mismo. De B1 se toman nueve globos —B2, B3, B4, B5, B6, B7, B8, B9 y B10— que constituyen el mundo de Briah. Sin embargo, estas diez subdivisiones en realidad son los diez poderes de Atziluth reflejados en la sustancia del mundo de Briah. B1 es el soberano de este mundo, porque contiene todos los demás círculos de su propio mundo y también los del tercero y el cuarto mundo: C y D. En el mundo de Briah, las diez esferas de luz reciben el nombre de arcángeles de Briah. Su orden y su poder son los siguientes: De A10 salió B1, la segunda corona: recibe el nombre de Metatrón, el ángel de la presencia. De B1 salió B2, la segunda sabiduría: recibe el nombre de Raziel, el heraldo de la divinidad que reveló a Adán los misterios de la Cábala.
De B2 salió B3, el segundo entendimiento; recibe el nombre de Tsafkiel, la contemplación de Dios. De B3 salió B4, la segunda misericordia; recibe el nombre de Tsadkiel, la justicia de Dios. De B4 salió B5, el segundo rigor; recibe el nombre de Samael, el rigor de Dios. De B5 salió B6, la segunda belleza; recibe el nombre de Miguel, el semejante a Dios. De B6 salió B7, la segunda victoria; recibe el nombre de Haniel, la gracia de Dios. De B7 salió B8, la segunda gloria; recibe el nombre de Rafael, el médico divino. De B8 salió B9, el segundo fundamento; recibe el nombre de Gabriel, el hombre Dios. De B9 salió B10, el segundo reino; recibe el nombre de Sandalfón, el Mesías. De B10 salió C1, la tercera corona, y se estableció el mundo de Yetzirah.
Los diez arcángeles de Briah se conciben como diez grandes seres espirituales que tienen la obligación de manifestar los diez poderes del Gran Nombre de Dios que existen en el mundo de Atziluth, que rodea todo el mundo de la creación y se compenetra con él. Todo lo que se manifiesta en los mundos inferiores existe antes en los círculos intangibles de las esferas superiores, de modo que la creación es, en verdad, el proceso de volver tangible lo intangible, al prolongar lo intangible en diversas velocidades de vibración.
Los diez globos del poder de Briah, aunque en sí son reflejos, se reflejan hacia abajo en el tercer mundo, o Yetzirah, donde, más limitados aún en su expresión, se convierten en el Zodiaco espiritual e invisible que está detrás de la franja visible de las constelaciones. En este tercer mundo, los diez globos del mundo original de Atziluth están muy limitados y atenuados, aunque siguen siendo infinitamente poderosos en comparación con el estado de sustancia en el que vive el hombre. En el tercer mundo, de C1 a C10, los globos se convierten en jerarquías de criaturas celestiales, llamadas los Coros de Yetzirah.
Una vez más, todo está incluido dentro del círculo C1, el poder que controla el mundo de Yetzirah y que incluye en su interior y controla todo el mundo D. El orden de los globos y los nombres de las jerarquías que los componen son los siguientes: De B10 salió C1, la tercera corona; la jerarquía son los querubines, Chaioth Ha Kadosh, los animales sagrados. De C1 salió C2, la tercera sabiduría; la jerarquía son los querubines, Orphanim, las ruedas. De C2 salió C3, el tercer entendimiento; la jerarquía son los tronos, Aralim, los poderosos. De C3 salió C4, la tercera misericordia; la jerarquía son las dominaciones, Chashmalim, los brillantes. De C4 salió C5, el tercer rigor: la jerarquía son los poderes, Seraphim, las serpientes llameantes. De C5 salió C6, la tercera belleza; la jerarquía son las virtudes, Melachim, los reyes. De C6 salió C7, la tercera victoria; la jerarquía son los principados, Elohim, los dioses. De C7 salió C8, la tercera gloria; la jerarquía son los arcángeles, Ben Elohim, los hijos de Dios.
De C8 salió C9, el tercer fundamento; la jerarquía son los ángeles, Cherubim, el asiento de los hijos. De C9 salió C10, el tercer reino; la jerarquía es la humanidad, el Ishim, las almas de los justos. De C10 salió D1, la cuarta corona, y se estableció el mundo de Assiah. Desde el mundo de Yetzirah, la luz de las diez esferas se refleja en el mundo de Assiah, el más bajo de los cuatro. Los diez globos del mundo original de Atziluth adoptan aquí las formas de la materia física y el resultado es el sistema sideral. El mundo de Assiah, o el mundo elemental de la sustancia, es aquel al que la humanidad descendió cuando se produjo la caída de Adán. El jardín del Edén son los tres mundos superiores y, por sus pecados, el hombre fue expulsado a la esfera de la sustancia y asumió túnicas de piel (cuerpos). Todas las fuerzas espirituales de los mundos superiores, A, B y C, al chocar contra los elementos del mundo inferior, D, se distorsionan y se pervierten, lo cual provoca la creación de jerarquías de demonios que se corresponden con los espíritus buenos de cada uno de los mundos superiores.
En todos los Misterios antiguos, la materia se consideraba la causa de todo mal y el espíritu, la causa de todo bien, porque la materia inhibe y limita y a menudo obstruye de tal manera las percepciones interiores que el hombre no puede reconocer sus propias potencialidades divinas. Como la materia no deja a la humanidad reclamar su derecho inalienable, la llaman el Adversario, el poder del mal. El cuarto mundo, D, es el mundo de los sistemas solares y no solo comprende aquel al que pertenece la Tierra, sino todos los sistemas solares del universo. Hay discrepancias en cuanto a la distribución de los globos de este último mundo, de D1 a D10 inclusive. Quien gobierna el cuarto mundo es D1, al que algunos llaman el cielo ardiente y otros, el primum mobile, o el primer movimiento. De este fuego que da vueltas emana el Zodiaco estrellado material, D2, en contraposición al Zodiaco invisible espiritual del mundo de Yetzirah. A partir del Zodiaco, D2, las esferas de los planetas se diferencian siguiendo un orden concatenado. Las diez esferas del mundo de Assiah son las siguientes: De C10 salió D1, la cuarta corona; Rashith Ha-Galagalum, el primum mobile, la niebla de fuego que es el origen del universo material. De D1 salió D2, la cuarta sabiduría; Masloth, el Zodiaco, el firmamento de las estrellas fijas. De D2 salió D3, el cuarto entendimiento; Shabbathai, la esfera de Saturno. De D3 salió D4,la cuarta misericordia; Tzedeg, la esfera de Júpiter. De D4 salió D5, el cuarto rigor; Madim, la esfera de Marte. De D5 salió D6, la cuarta belleza; Shemesh, la esfera del Sol. De D6 salió D7, la cuarta victoria; Nogah, la esfera de Venus. De D7 salió D8, la cuarta gloria; Kokab, la esfera de Mercurio. De D8 salió D9, el cuarto fundamento; Levanah, la esfera de la Luna. De D9 salió D10, el cuarto reino; Cholom Yosodoth, la esfera de los cuatro elementos. Al insertar una esfera, que él llama empírea, delante del primum mobile, Kircher hace descender todas las demás un escalón, con lo cual elimina la esfera de los elementos y conviene a D 10 en la esfera de la Luna.
En el mundo de Assiah se encuentran los demonios y los tentadores, que también son reflejos de los diez grandes globos de Atziluth, pero, debido a la distorsión de las imágenes como consecuencia de las sustancias innobles del mundo de Assiah en las que se reflejan, se convierten en criaturas malvadas, que los cabalistas llaman cascarones. Existen diez jerarquías de estos demonios, correlacionadas con las diez jerarquías de los espíritus buenos que componen el mundo de Yetzirah, y también hay diez archidiablos, que corresponden a los diez arcángeles de Briah. Los magos negros utilizan a estos espíritus invertidos para conseguir sus nefandos objetivos, pero, con el tiempo, el demonio destruye a aquellos que se unen a él. Los diez órdenes de demonios y los diez archidiablos del mundo de Assiah son los siguientes:
D1, la corona maligna: la jerarquía se llama Thaumiel, los dobles de Dios, los bicéfalos; los archidiablos son Satán y Moloch. De D1 salió D2, la sabiduría maligna; la jerarquía se llama Chaigidiel, los que obstruyen; el archidiablo es Adam Belial. De D2 salió D3, el entendimiento maligno; la jerarquía se llama Satharial, el ocultamiento de Dios: el archidiablo es Lucífugo.
De D3 salió D4, la misericordia maligna; la jerarquía se llama Gamchicoth, el que perturba las cosas; el archidiablo es Astarot. De D4 salió D5, el rigor maligno; la jerarquía se llama Golab, la piromanía; el archidiablo es Asmodeo. De D5 salió D6, la belleza maligna; la jerarquía se llama Togarini, los que riñen; el archidiablo es Belfegor. De D6 salió D7, la victoria maligna; la jerarquía se llama Harab Serap, el cuervo dispensador; el archidiablo es Baal Chanan. De D7 salió D8, la gloria maligna; la jerarquía se llama Samael, el embrollón; el archidiablo es Adramelek. De D8 salió D9, el fundamento maligno; la jerarquía se llama Gamaliel, el obsceno; el archidiablo es Lilith. De D9 salió D10, el reino maligno: la jerarquía se llama Nahemoth, el impuro; el archidiablo es Nahema.
Según los cabalistas, los mundos, las inteligencias y las jerarquías se establecieron de acuerdo con la visión de Ezequiel. El hombre de la visión de Ezequiel simboliza el mundo de Atziluth; el trono simboliza el mundo de Briah: el firmamento, el mundo de Yetzirah, y las criaturas vivas, el mundo de Assiah. Estas esferas son las ruedas dentro de las ruedas del profeta. A continuación, los cabalistas establecieron una figura humana en cada uno de los cuatro mundos: A 1 era la cabeza y A10 eran los pies del hombre de Atziluth; B1 era la cabeza y B10, los pies del hombre de Briah; C1 era la cabeza y C10, los pies del hombre de Yetzirah; D1 era la cabeza y D10, los pies del hombre de Assiah. Estos cuatro se llaman los hombres del mundo; se consideran andróginos y son los prototipos de la humanidad.
El cuerpo humano, como el del universo, se considera una expresión material de los diez globos o esferas de luz. Por consiguiente, al hombre se lo llama microcosmos, el pequeño mundo, construido a semejanza del gran mundo del que forma parte. Los cabalistas también establecieron un hombre universal misterioso con la cabeza en A 1 y los pies en D 10. Este es, probablemente, el significado secreto de la gran figura del sueño de Nabucodonosor, con la cabeza en el mundo de Atziluth, los brazos y las manos en el mundo de Briah, el aparato reproductor en el mundo de Yetzirah y las piernas y los pies en el mundo de Assiah. Este es el gran hombre del Zohar, acerca del cual Éliphas Lévi escribe lo siguiente:
«No resulta menos asombroso observar al principio del Zohar la profundidad de sus conceptos y la sencillez sublime de sus imágenes se dice lo siguiente: “La ciencia del equilibrio es la clave de la ciencia oculta. Las fuerzas desequilibradas perecen en el vacío. Así pasaron los reyes del mundo antiguo, los príncipes de los gigantes. Han caído como árboles sin raíces y ya no se encuentra su lugar. A causa del conflicto de las fuerzas desequilibradas, la tierra devastada quedó vacía y sin forma hasta que el Espíritu de Dios se hizo un lugar en el cielo y redujo la masa de las aguas.
Todas las aspiraciones de la naturaleza se dirigieron entonces hacia la unidad de la forma, hacia la síntesis viva de fuerzas equilibradas; el rostro de Dios, coronado de luz, se elevó sobre el inmenso mar y se reflejó en sus aguas. Sus dos ojos se manifestaron, radiantes de esplendor, y lanzaron dos rayos de luz que se cruzaron con los del reflejo. La frente de Dios y Sus ojos formaron un triángulo en el cielo, cuyo reflejo formó otro triángulo en las aguas, y así le reveló el número seis, que es el de la creación del universo”. El texto, que sería ininteligible en una versión literal, se traduce aquí mediante su interpretación.
El autor deja claro que la forma humana que atribuye a la Divinidad no es más que una imagen de su significado y que Dios no se puede expresar mediante el pensamiento humano ni se puede representar mediante ninguna figura. Pascal decía que Dios es un círculo, cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia no está en ninguna. ¿Cómo vamos a imaginar un círculo sin su circunferencia? El Zohar adopta la antítesis de esta imagen paradójica y, con respecto al círculo de Pascal, diría, más bien, que la circunferencia está en todas partes, mientras que lo que no está en ninguna es el centro. Sin embargo, con una balanza y no con un círculo compara el equilibrio universal de las cosas. Afirma que el equilibrio está en todas partes y lo mismo ocurre con el punto central, donde queda suspendido. Llegamos a la conclusión de que el Zohar es, por consiguiente, más convincente y más profundo que Pascal. […] El Zohar es una génesis de luz; el Sefer Yetzirah es una escalera de verdad. En ellos se exponen los treinta y dos símbolos absolutos del habla, que son los números y las letras.
Cada letra produce un número, una idea y una forma, de modo que la matemática es aplicable a las formas y a las ideas, igual que a los números, en virtud de una proporción exacta y una correspondencia perfecta. Mediante la ciencia del Sefer Yetzirah, la mente humana se arraiga a la verdad y a la razón; explica todo el avance posible para la inteligencia mediante la evolución de los números. De este modo, el Zohar representa la verdad absoluta, mientras que el Sefer Yetzirah proporciona los métodos para conseguirla, reconocerla y aplicada». Cuando se coloca al propio hombre en el punto D 10, se revela su verdadera constitución. Existe en los cuatro mundos, de los cuales solo uno es visible. Entonces resulta evidente que las partes y los miembros que tiene en el plano material son, por analogía, jerarquías e inteligencias en los mundos superiores. Vemos aquí, nuevamente, una muestra de la ley de la compenetración.
Aunque en el interior del hombre está todo el universo (las cuarenta y tres esferas que se compenetran con D 10), él ignora su existencia, porque no puede controlar lo que es superior o mayor que él mismo. Sin embargo, todas estas esferas superiores ejercen control sobre él y así lo demuestran sus funciones y sus actividades. Si no lo hicieran, sería una masa de sustancia inerte. La muerte no es más que el resultado de desviar los impulsos vitales de los círculos superiores para que no lleguen al cuerpo inferior.
El control de los círculos transustanciales sobre su propio reflejo material se llama vida y el espíritu del hombre es, en realidad, un nombre que se da a este gran receptor de inteligencias, que se concentran en la sustancia a través de un punto llamado ego, situado en medio de ellas. X 1 es el límite exterior del huevo áurico humano y todo el diagrama se convierte en una muestra de la constitución del hombre o una muestra de la constitución cósmica, si se correlaciona con el universo. Mediante la cultura secreta de la escuela cabalística, se enseña al hombre a escalar los círculos (desarrollar su conciencia) hasta que por fin regresa a AIN SOPH. El proceso mediante el cual se consigue esto se denomina las cincuenta puertas de la luz. Kircher, el cabalista jesuita, declara que Moisés atravesó cuarenta y nueve puertas, pero que Cristo fue el único que atravesó la quincuagésima.
A la tercera edición del Sepher Yetzirah, traducida del hebreo por William Wynn Westcott, se adjuntan las cincuenta puertas de la inteligencia que emanan de Biná, la segunda sefira. Esta información procede del Oedipus Aegyptiacus, de Kircher. Las puertas se dividen en seis órdenes; cada uno de los cuatro primeros tiene diez subdivisiones, el quinto tiene nueve y el sexto, una sola.
El primer orden de puertas recibe el nombre de elemental y sus divisiones son las siguientes: I) el caos, hyle, la primera materia; 2) sin forma, el vacío, inerte; 3) el abismo; 4) el origen de los elementos; 5) la tierra (sin germen de semillas); 6) el agua; 7) el aire; 8) el fuego; 9) la diferenciación de cualidades; 10) la mezcla y la combinación.
El segundo orden de puertas recibe el nombre de década de la evolución y sus divisiones son las siguientes: 11) la diferenciación de los minerales; 12) aparecen los principios vegetales; 13) las semillas germinan en lo húmedo; 14) las plantas y los árboles; 15) la fructificación de la vida vegetal; 16) el origen de las formas inferiores de vida animal; 17) aparecen los insectos y los reptiles; 18) los peces, vertebrados que viven en el agua; 19) las aves, vertebrados que viven en el aire; 20) los cuadrúpedos, animales vertebrados terrestres.
El tercer orden de puertas recibe el nombre de década de la humanidad y sus divisiones son las siguientes: 21) la aparición del hombre; 22) el cuerpo humano material; 23) la concesión del alma humana; 24) el misterio de Adán y Eva; 25) el hombre completo como el microcosmos; 26) el don de cinco rostros humanos actuando en el exterior; 27) el don de cinco poderes para el alma; 28) Adán Kadmón, el hombre celestial; 29) los seres angélicos; 30) el hombre en la imagen de Dios.
El cuarto orden de puertas recibe el nombre de mundo de las esferas y sus divisiones son las siguientes: 31) el cielo de la Luna: 32) el cielo de Mercurio; 33) el cielo de Venus; 34) el cielo del Sol; 35) el cielo de Marte; 36) el cielo de Júpiter; 37) el cielo de Saturno; 38) el firmamento; 39) el primum mobile; 40) el cielo empíreo.
El quinto orden de puertas recibe el nombre de mundo angélico y sus divisiones son las siguientes: 41) Ishim, los hijos del fuego: 42) Orphanim, los querubines; 43) Aralim, los tronos; 44) Chashmalim, las dominaciones; 45) Seraphim, las virtudes: 46) Melachim, las potestades; 47) Elohim, los principados; 48) Ben Elohim, los ángeles;  49) Cherubim, los arcángeles. El sexto orden recibe el nombre de arquetipo y consta de una sola puerta: 50) Dios, AIN SOPH, aquel al que no ha visto ningún ojo humano. La quincuagésima puerta conduce desde la creación hacia el Principio Creativo y quien la atraviesa regresa a la condición ilimitada e indiferenciada del Todo. 
Las cincuenta puertas revelan cierto proceso evolutivo y dicen los rabinos que, para alcanzar el grado máximo de conocimiento, hay que pasar de forma consecutiva por todos estos órdenes de la vida, cada uno de los cuales constituía una puerta en la cual el espíritu, al pasar del inferior al superior, encontraba en cada organismo más receptivo nuevas vías de expresión.

EL ÁRBOL SEFIRÓTICO

El árbol sefirótico se puede considerar un compendio invalorable de la filosofía secreta que originariamente constituía el espíritu y el alma del hasidismo. La Cábala es la herencia inestimable de Israel, pero cada año son menos los que comprenden sus verdaderos principios. El judío actual, si no se da cuenta de la profundidad de las doctrinas de su pueblo, suele estar impregnado de la forma de ignorancia más peligrosa, el modernismo, y tiende a considerar la Cábala como algo malo que tiene que rechazar como si fuera la peste o como una superstición ridícula que ha sobrevivido a la magia negra de la Edad Media. Sin embargo, sin la clave que proporciona la Cábala, ni los judíos ni los gentiles podrán resolver los misterios espirituales tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.
El árbol sefirótico está compuesto por diez globos de esplendor luminoso dispuestos en tres columnas verticales y conectados mediante veintidós canales o caminos. Los diez globos se llaman las sefirot y a ellas se asignan los números del uno al diez. Las tres columnas se llaman Misericordia (la de la derecha), Rigor (la de la izquierda) y, la intermedia, Templanza, como poder conciliador. También se puede decir que las columnas representan la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza, que constituyen el apoyo trino del universo, porque está escrito que el fundamento de todas las cosas es el tres. Los veintidós canales son las letras del alfabeto hebreo, a las que se asignan los arcanos mayores del mazo de cartas simbólicas del Tarot.
Éliphas Lévi decía que si se distribuían las cartas del Tarot según un orden específico, uno podía descubrir todo lo cognoscible acerca de Dios, su universo y uno mismo. Cuando los diez números que corresponden a los globos (las sefirot) se combinan con las veintidós letras relacionadas con los canales, la suma da treinta y dos: el número que corresponde a los caminos cabalísticos de la sabiduría. Estos caminos, a los que a veces se alude como los treinta y dos dientes de la boca del Gran Rostro o los treinta y dos nervios que salen del Cerebro Divino, son análogos a los primeros treinta y dos grados de la masonería, que elevan al candidato a la dignidad de príncipe del secreto real. Resulta también sumamente significativo para los cabalistas que en las escrituras hebreas originales el nombre de Dios aparezca treinta y dos veces en el primer capítulo del Génesis. En las traducciones de la Biblia al inglés, el nombre aparece treinta y tres veces, según el análisis místico del cuerpo humano que hacen los rabinos, la columna vertebral tiene treinta y dos segmentos que conducen al templo de la sabiduría: el cráneo.
Los estudiosos judíos posteriores combinaron los cuatro árboles cabalísticos que se han descrito en el capítulo anterior en un solo diagrama completo, al que llamaron no solo sefirótico, sino el Adán arquetípico o celeste. Según algunos expertos, la creación que se describe en los primeros capítulos del Génesis es la de este Adán celeste y no la de un hombre terrenal. El universo se formó a partir de las sustancias de este hombre divino y en él permanece y seguirá estando, incluso después de que las esferas se vuelvan a disolver en su propia sustancia primitiva. En realidad, jamás se concibe la divinidad como contenida en las sefirot, que no son más que recipientes hipotéticos utilizados para definir los límites de la Esencia Creativa. Adolph Franck prefiere comparar las sejfirot con cuencos de vidrio transparentes de muchos colores y llenos de una luz pura, que, aparentemente, asume el color de sus recipientes, pero cuya naturaleza esencial permanece siempre igual e inalterable. En la página siguiente vemos las diez sefirot que componen el cuerpo del Adán prototípico, los números relacionados con ellas y las partes del universo a las que corresponden.
No se puede dejar de destacar en todo momento que las sefirot y las propiedades que se les atribuyen, al igual que la tetractys de los pitagóricos, no son más que símbolos del sistema cósmico con su multitud de partes. El significado más estricto y más completo de estos emblemas no se puede revelar por escrito ni de palabra, sino que se debe descubrir como fruto del estudio y la meditación. Dice el Zohar que hay una prenda —la doctrina escrita— que todos los hombres pueden ver. Los que tienen entendimiento no ven la prenda, sino el cuerpo que hay debajo: el código intelectual y filosófico. Sin embargo, los más sabios, los siervos del rey celestial, lo único que ven es el alma —la doctrina espiritual—, la raíz eterna y en permanente crecimiento de la ley. Éliphas Lévi también escribe acerca de esta gran verdad y declara que nadie puede entrar en la Casa secreta de la Sabiduría, a menos que lleve puesta la voluminosa capa de Apolonio de Tiana y, en la mano, la lámpara de Hermes. La capa representa las cualidades de serenidad e independencia que deben envolver a la persona que busca la verdad como un manto de fuerza, mientras que la lámpara siempre encendida del sabio representa la mente iluminada y el intelecto perfectamente equilibrado, sin los cuales jamás se puede resolver el misterio de los siglos.
A veces se representa el árbol sefirótico como un cuerpo humano, con lo cual se establece de forma más definida la verdadera identidad del primer hombre, u hombre celeste: Adán Kadmón, la idea del universo. Entonces, los diez globos divinos (las sefirot) se consideran análogos a los diez miembros y órganos sagrados del Protogonos, según la disposición siguiente. Kéter es la corona de la cabeza prototípica y podría hacer referencia a la glándula pineal; Jojmá y Biná son, respectivamente, el hemisferio derecho y el izquierdo del Gran Cerebro; Jésed y Gevurá (Pechad) son, respectivamente, el brazo derecho y el izquierdo y representan los miembros creativos y activos del Gran Hombre: Tíféret es el corazón, o, según algunos, todas las vísceras; Nétsaj y Hod son, respectivamente, la pierna derecha y la izquierda, o los apoyos del mundo; Yesod es el aparato reproductor, o el fundamento de la forma, y Maljut representa los dos pies, o la base del ser. En ocasiones se considera a Yesod el poder generativo masculino y a Maljut, el femenino. El Gran Hombre concebido de esta manera es la imagen gigantesca del sueño de Nabucodonosor, con la cabeza de oro, los brazos y el pecho de plata, el cuerpo de bronce, las piernas de hierro y los pies de arcilla. Los cabalistas medievales también asignaban uno de los diez mandamientos y una décima parte del Padre Nuestro, por orden, a cada una de las diez sefirot.
Con respecto a las emanaciones de Kéter que se establecen como tres tríadas de poderes creativos —en el Zohar las califican de tres cabezas con tres caras cada una—, H. P. Blavatsky escribe lo siguiente: «Esta [Kéter] era la primera de las sefirot y contenía en sí misma a las otras nueve t w r y p s sefirot o inteligencias, que, en su totalidad y unidad, representan al hombre arquetípico, Adán Kadmón, el πρωτογονοσ, que, a pesar de su individualidad o unidad, es dual, o bisexual, en griego didumos, porque es el prototipo de toda la humanidad. De este modo obtenemos tres trinidades, cada una de las cuales está dentro de una “cabeza”. En la primera cabeza, o cara (la Trimurti hindú de tres caras), encontramos a Sephira [Kéter], el primer andrógino, en el vértice del triángulo superior, que emite a Hachama [Jojmá], o la sabiduría, una potencia masculina y activa —también llamada Jah, h y— y a Biná, h g y b , o la inteligencia, una potencia femenina y pasiva, que también está representada en el nombre de Jehová, h w h y. Estas tres forman la primera trinidad, o “cara” de las sefirot. De esta tríada emanó Hesed, d s h, o la misericordia, una potencia activa masculina, también llamada El, de la cual emanó Gevurá, h d w b n, o la justicia, también llamada Eloha, una potencia femenina pasiva: de la unión de estas dos se produjo Tiféret, t d a p t, la belleza, la clemencia, el sol espiritual, conocido por el nombre divino de Elohim, y se formó la segunda tríada, “cara” o “cabeza”. Estas emanaron, a su vez, la potencia masculina Netzah, h x n, la firmeza o Jehová Sabaoth, que produjo la potencia femenina pasiva, Hod, d w h, el esplendor, o Elohim Sabaoth; las dos produjeron a Yesod, d w s, el fundamento, que es el poderoso y vivo El-Chai, que así produjo la tercera trinidad, o “cabeza”. La décima de las sefirot es, más bien, una díada y se representa en el diagrama como el círculo inferior. Es Maljut, o el reino, t w k l m, y Shejiná, h n y b c, también llamado Adonai, y Cherubim, entre las huestes angélicas. La primera “cabeza” recibe el nombre de mundo intelectual; la segunda “cabeza” es el mundo sensual o de la percepción, y la tercera es el mundo material o físico».
Los cabalistas posteriores también hacen una división del árbol sefirótico en cinco partes, en las cuales la distribución de los globos se hace según el orden siguiente:
1) Macroprosopo, o Gran Faz, es el nombre que se aplica a Kéter como la primera y más exaltada de las sefirot e incluye las nueve potencias o sefirot que salen de Kéter.
2) Abba, el Gran Padre, es el término que por lo general se aplica a Jojmá, la sabiduría universal y primera emanación de Kéter, aunque, según Ibn Gebirol, Jojmá representa al Hijo, el Logos o la Palabra que nace de la unión de Kéter y Biná.
3) Almaja Gran Madre, es el nombre por el que se suele conocer a Biná, la tercera sefira. Este es el Espíritu Santo, de cuyo cuerpo salen las generaciones. Al ser la tercera persona de la tríada creativa, corresponde a Jehová, el demiurgo.
4) Microprosopo, o Faz Menor, está compuesto por seis sefirot: Jésed, Gevurá, Tiféret, Netzah, Hod y Yesod. Se lo suele llamar el Adán inferior, o Zauir Anpin, mientras que el Macroprosopo, o Adán superior, es Arij Anpin. Como corresponde, la Faz Menor se representa mediante la estrella de seis puntas, o los triángulos entrelazados de Sión, y también por las seis caras del cubo. Representa las direcciones norte, este, sur, oeste, arriba y abajo y también los seis días de la creación. En su enumeración de las partes del Microprosopo, MacGregor-Mathers incluye a Biná como la parte primera y superior del Adán inferior, con lo cual lo convierte en septenario. Si consideramos que el Microprosopo tiene seis partes, sus globos (las sefirot) son análogos a los seis días de la creación y el décimo globo, Maljut, al sabbat del descanso.
5) La esposa del Microprosopo es Maljut, el arquetipo de las sefirot, cuya constitución cuaternaria se compone de combinaciones de los cuatro elementos. Es la Eva divina que sale del costado del Microprosopo y combina las fuerzas de todo el árbol cabalístico en una sola esfera, que podríamos llamar el hombre. Según los misterios de las sefirot, el orden de la creación, o el relámpago divino que zigzaguea por los cuatro mundos según el orden de las emanaciones divinas, se describe de esta manera: de AIN SOPH, la nada y el todo, la potencia eterna e incondicionada, sale Macroprosopo, la Gran Faz, de quien está escrito: «Dentro de Su cráneo existen a diario trece mil mirladas de mundos que deben su existencia a Él y que Él conserva». 
Del propio Macroprosopo, la voluntad direccionalizada de AIN SOPH, correspondiente a Kéter, la corona de las sefirot, salen las nueve esferas inferiores, de las cuales Él es la suma y la causa. Las veintidós letras del alfabeto hebreo, con cuyas diversas combinaciones se establecen las leyes del universo, constituyen el cetro de Macroprosopo, que Él empuña desde Su trono llameante en el mundo de Atziluth.
De este andrógino eterno y antiguo —Kéter— salen Jojmá, el Gran Padre, y Biná, la Gran Madre, por lo general llamados, respectivamente, Abba y Aima; masculino el primero, femenino el segundo, prototipos del sexo, que corresponden a las dos primeras letras del nombre sagrado, Jehová, h w h y, IHVH. El Padre es la w , o I, y la Madre es la h , o H. Abba y Alma simbolizan las actividades creativas del universo y se establecen en el mundo creativo de Briah. En el Zohar está escrito lo siguiente: «Por consiguiente, todo se establece en la igualdad de lo masculino y lo femenino, porque, de no ser así, ¿cómo podrían subsistir? Este comienzo es el Padre de todas las cosas, el Padre de todos los Padres, y los dos están unidos entre sí, y uno de los caminos brilla en el otro: Jojmá, la sabiduría, como el Padre, y Biná, el entendimiento, como la Madre».
Hay diferencias de opinión con respecto a algunas de las relaciones de las partes de la primera tríada. Algunos cabalistas, entre ellos Ibn Gebirol, consideran a Kéter el Padre, a Biná la Madre y a Jojmá, el Hijo. Según esta disposición, la sabiduría, que es el atributo del Hijo, se convierte en la creadora de las esferas inferiores. El símbolo de Biná es la paloma, un emblema adecuado para el instinto maternal de la Madre Universal.
Debido a la gran similitud de su tríada creativa con la trinidad cristiana, los cabalistas posteriores reordenaron las tres primeras sefirot y añadieron un punto misterioso llamado Daath —una hipotética séptima sefira—, situado en la intersección de la línea horizontal que conecta Jojmá con Biná con la línea vertical que conecta Kéter con Tíféret. Aunque los primeros cabalistas no lo mencionan, Daath es un elemento sumamente importante y su incorporación al árbol sefirótico no se produjo sin una conciencia plena de la importancia de esta acción. Si Jojmá se considera la energía activa e inteligente de Kéter y Biná su capacidad receptiva, Daath se convierte en el pensamiento que, creado por Jojmá, fluye hacia Biná.
La postulación de Daath aclara el problema de la Trinidad Creadora, que aquí aparece representada esquemáticamente como compuesta por Jojmá (el Padre), Biná (la Madre o Espíritu Santo) y Daath, la Palabra mediante la cual se crearon los mundos. Isaac Myer reduce la importancia de Daath, al afirmar que se trata de un subterfugio para ocultar el hecho de que Kéter, en lugar de Jojmá, es el verdadero Padre de la tríada creadora, pero no hace ningún esfuerzo por ofrecer una explicación satisfactoria del simbolismo de esta sefira hipotética. Según la noción original, de la unión del Padre Divino y la Madre Divina surge Microprosopo, la Faz Menor o cara pequeña, que se establece en el mundo de Yetzirah, o de la formación, y corresponde a la letra w, o V, del Gran Nombre. Los seis poderes de Microprosopo surgen de su propia fuente, que es Biná, la madre del Adán inferior, y están contenidos en ella; constituyen las esferas de los planetas sagrados; su nombre es Elohim, y se mueven sobre la cara de las profundidades. La décima sefira —Maljut, el reino— se describe como la esposa del Adán inferior, creada espalda con espalda con su señor, y a ella se atribuye la última h, o H, la última letra del Nombre Sagrado. La morada de Maljut queda en el cuarto mundo —Assiah— y está compuesta por todos los poderes superiores reflejados en los elementos de la esfera terrestre. Por consiguiente, veremos que el árbol cabalístico se extiende a lo largo de cuatro mundos, con sus ramas en la materia y sus raíces en el antiguo de los antiguos: Macroprosopo. Tres columnas verticales sostienen el sistema universal que representa el árbol sefirótico. El pilar del centro tiene su fundamento en Kéter, el eterno; desciende a través de la sefira hipotética, Daath, y a continuación a través de Tiféret y Yesod, y su extremo inferior descansa sobre la base firme de Maljut, el último de los globos. La verdadera importancia del pilar central es el equilibrio. Demuestra que la divinidad siempre se manifiesta emanando polos de expresión desde el medio de sí misma, pero manteniéndose al margen de la ilusión de polaridad. Si sumamos los números de las cuatro sefirot conectadas por esta columna (1 + 6 + 9 + 10), la suma es 26, el número de Jehová.
La columna de la derecha, llamada Jachin, tiene su base en Jojmá, la sabiduría que mana de Dios; los tres globos suspendidos de ella son potencias masculinas. La columna de la izquierda se llama Boaz. Los tres globos que lleva son potencias femeninas y receptivas, porque se basa en el entendimiento, una potencia receptiva y maternal. Obsérvese que la sabiduría se considera radiante o efusiva, mientras que el entendimiento es receptivo, o algo que se llena cuando la sabiduría fluye. Al final, los tres pilares se unen en Maljut, en el cual se manifiestan todos los poderes de los mundos superiores.
Los cuatro globos de la columna central revelan la función de la capacidad creativa en los distintos mundos. En el primero, el poder creativo es la Voluntad, la única causa divina; en el segundo, el Daath hipotético, la Palabra procedente del pensamiento divino; en el tercero, Tiféret, el Sol, o punto focal entre Dios y la naturaleza; en el cuarto es doble: son el polo positivo y el negativo del aparato reproductor, del cual Yesod es el masculino y Maljut, el femenino.
En el árbol sefirótico de Kircher, habría que destacar en particular que los ornamentos del Tabernáculo aparecen en las distintas partes del diagrama, lo que indica una relación directa entre la Casa sagrada de Dios y el universo, una relación que siempre se debe considerar que existe entre la divinidad mediante cuya actividad se produce el mundo y el mundo en sí, que tiene que ser la casa o el vehículo de dicha divinidad. Si el mundo científico moderno pudiera percibir siquiera la verdadera profundidad de estas deducciones filosóficas de los antiguos, se daría cuenta de que quienes idearon la estructura de la Cábala poseían un conocimiento del plan celestial comparable en todos los aspectos al de los sabios actuales.
El Tetragrámmaton, o el nombre de Dios de cuatro letras, escrito de esta manera, h w h y, se pronuncia Jehová. La primera letra es h y, la yod, el germen, la vida, la llama, la causa, el uno y el más fundamental de los emblemas fálicos judíos. Su valor numérico es 10 y se tiene que considerar el 1 contenido en el 10. En la Cábala se dice que, en realidad, la yod son tres yods, de las cuales la primera es el principio, la segunda es el centro y la tercera es el final. Su trono es la sefira Jojmá (según Ibn Gebirol, es Kéter), desde la cual avanza para impregnar a Biná, que es la primera h hé. El resultado de esta unión es Tiféret, que es la w vau, cuyo poder es 6 y que simboliza los seis miembros del Adán inferior. La última h hé, es Maljut, la Madre inferior, que participa en parte de las potencias de la Madre Divina, la primera hé. Si ponemos las cuatro letras del Tetragrámmaton en una columna vertical, se obtiene una figura muy parecida al cuerpo humano, en la cual la yod hace las veces de la cabeza, la primera hé son los brazos y los hombros, la vau es el tronco del cuerpo y la última hé son las caderas y las piernas. Si sustituimos las letras hebreas por sus equivalentes en inglés, no se observan cambios sustanciales en la forma ni cambia la analogía. También resulta sumamente significativo que, si insertamos la letra c shin, en medio del nombre de Jehová, se forma la palabra Jehoshua, o Jesús, de esta forma: En los Misterios cabalísticos, según Éliphas Lévi, a veces se escribe el nombre Jehová uniendo veinticuatro puntos —los veinticuatro poderes delante del trono— y se cree que el nombre del poder del mal es el signo de Jehová al revés o invertido.
Acerca de la Gran Palabra, Albert Pike escribe lo siguiente: «La Palabra Verdadera del masón se encuentra en el significado oculto y profundo del nombre inefable de la divinidad, comunicado por Dios a Moisés, un significado que se perdió hace mucho, precisamente por las precauciones que se tomaron para ocultarlo. La verdadera pronunciación de aquel nombre era en realidad un secreto, en el cual, no obstante, residía el secreto mucho más profundo de su significado. En dicho significado se incluía toda la verdad que podemos conocer con respecto a la naturaleza de Dios».

LAS CLAVES CABALÍSTICAS DE LA CREACIÓN DEL HOMBRE

En A World of Wonders, publicado en 1607, Henrie Stephen habla de un monje antonino que contaba que cuando estuvo en Jerusalén, el patriarca de aquella ciudad le había enseñado no solo una de las costillas del «Verbo hecho carne» y algunos rayos de la estrella de Belén, ¡sino también el hocico de un serafín, la uña del dedo de la mano de un querubín, los cuernos de Moisés y una urna que contenía el aliento de Jesucristo! Para un pueblo que creía implícitamente en serafines lo bastante tangibles como para que sus morros se pudiesen conservar, las cuestiones más profundas de la filosofía del judaísmo han de ser, por fuerza, incomprensibles. Tampoco cuesta imaginar la reacción que se produciría en la mente de un sabio antiguo si le dijeran que a un querubín —según san Agustín, representa a los evangelistas; según Philo Judaeus (más conocido como Filón de Alejandría), la circunferencia más exterior de todos los cielos, y, según varios Padres de la Iglesia, la sabiduría de Dios— le habían crecido uñas. La desesperante confusión de los principios divinos con las figuras alegóricas creadas para ponerlos al alcance de las facultades limitadas de los no iniciados ha provocado los errores más atroces acerca de las verdades espirituales. No obstante, conceptos casi tan ridículos como estos se alzan como barreras insalvables para comprender de verdad el simbolismo del Antiguo y el Nuevo Testamento, porque, mientras el hombre no separe su capacidad de razonamiento de la telaraña de absurdos venerados en la que su mente lleva siglos atrapada, ¿cómo va a poder descubrir la verdad? 
El Antiguo Testamento —en especial el Pentateuco— contiene no solo la versión tradicional de la creación del mundo y del hombre, sino también, encerrados en su interior, los secretos de los iniciadores egipcios de Moisés con respecto a la génesis del hombre Dios (el iniciado) y el misterio de su resurrección mediante la filosofía. Aunque se sabe que el Legislador de Israel compiló varias obras, además de las que se le suelen atribuir, los escritos que circulan en la actualidad como los supuestos libros sexto y séptimo de Moisés en realidad son tratados espurios sobre magia negra que les colaron a los crédulos durante la Edad Media. Resulta casi inconcebible que, de los cientos de millones de estudiosos serios y piadosos de las Sagradas Escrituras, apenas un puñado haya captado lo sublime de las enseñanzas esotéricas de Sod (los misterios judíos de Adonai). Sin embargo, el conocimiento de los tres procesos cabalísticos denominados gematría, notaricón y temurá permite descubrir muchas de las verdades más profundas de la antigua superfísica judía. Se entiende por gematría no solo el intercambio de letras por sus equivalentes numéricos, sino también el método que permite determinar, mediante el análisis de sus medidas, la finalidad mística por la cual ha sido construido un edificio u otro objeto. S.L. MacGregor-Mathers, en La Qabalah desvelada, da el siguiente ejemplo de la aplicación de la gematría: «Así también el pasaje del Génesis 18, 2, VHNH SHLSHH, Vehenna Shalisha, “he aquí que había tres individuos”, tiene el mismo valor numérico que ALV MIKAL GBRIAL VRPAL, Elo Mikhael Gabriel VeRaphael. “Estos son Miguel, Gabriel y Rafael”, por cada frase = 701». Suponiendo que los lados de un escaleno midan 11, 9 y 6 pulgadas (27,94, 22,86 y 15,24 centímetros, respectivamente), un triángulo de tales dimensiones sería, pues, un símbolo adecuado de Jehová, porque la suma de sus tres lados sería 26, el valor numérico de la palabra hebrea IHVH. La gematría incluye también el sistema para descubrir el significado arcano de una palabra mediante el análisis del tamaño y el orden de los trazos utilizados para formar las distintas letras que la componen: además de los judíos, también la utilizaban los griegos. Los libros del Nuevo Testamento —en particular los atribuidos a san Juan—contienen numerosos ejemplos de su uso. Según Nicéforo Calixto, el Evangelio según san Juan fue descubierto en una cueva bajo el templo de Jerusalén, donde el volumen había sido escondido «mucho antes de la era cristiana». La existencia de material interpolado en el cuarto evangelio corrobora la creencia de que la obra fue escrita en un principio sin ninguna referencia específica al hombre llamado Jesús y las afirmaciones que allí se atribuyen a Él eran, originariamente, las disertaciones místicas de la personificación de la Mente Universal. Los demás escritos de san Juan —las epístolas y el Apocalipsis— están envueltos en un velo de misterio similar. Mediante el notaricón, cada letra de una palabra se puede convertir en el primer carácter de una palabra nueva.
Por ejemplo, a partir de la palabra BRASHITH, la primera palabra del libro del Génesis, se extraen seis palabras que significan que «en el comienzo el Elohim vio que Israel aceptaría la ley». MacGregor-Mathers también da seis ejemplos más de notaricón, formados a partir de la palabra anterior por Solomon Meir Ben Mosca un cabalista medieval. Del famoso acróstico atribuido a la sibila eritrea, san Agustín derivó la palabra ΙΧΘΥΣ que, mediante el notaricón, se expandió hasta formar la frase siguiente: «Jesucristo, hijo de Dios, Salvador». Mediante otro uso del notaricón, que consiste en hacer exactamente lo contrario que con el anterior, la primera letra, la última o la del medio de las palabras de una oración se unían para formar una o más palabras nuevas. Por ejemplo, se puede extraer la palabra «amén», άμήν de w f a n d l m y n d a, «el Señor es el rey fiel». Como estos recursos crípticos se incorporaban a sus escrituras sagradas, los sacerdotes antiguos recomendaban a sus discípulos que jamás tradujeran, corrigieran ni reescribieran el contenido de los Libros sagrados.
Bajo el nombre general de temurá se agrupan y se explican distintos sistemas que consisten en sustituir varias letras por otras, según unas tablas preestablecidas o determinadas disposiciones matemáticas de las letras, regulares o irregulares. Por ejemplo, se dividía el alfabeto en dos partes iguales y se escribía en líneas horizontales, de modo que las letras de la fila inferior se pudieran cambiar por las de la fila superior o viceversa. Mediante este procedimiento, se pueden usar las letras de la palabra kuzu en lugar de las de IHVH, el Tetragrámmaton. En otra forma de temurá, simplemente se reordenan las letras. h y t c es la piedra que se encuentra en el centro del mundo y desde este punto la tierra se expande en todas direcciones. Cuando se rompe en dos, la piedra es h y t c, que significa «el puesto de Dios». Además, la temurá puede consistir en un sencillo anagrama, como en la palabra inglesa live (vivir), que, invertida, se convierte en evil (mal). Los diversos sistemas de la temurá figuran entre los recursos más complejos y profundos de los antiguos rabinos.
Los estudiosos de la teología están cada vez más convencidos de que las traducciones de las Escrituras que se han aceptado hasta ahora no transmiten de forma adecuada el espíritu de los documentos originales «Después de que Hilkiah editara y publicara el primer ejemplar del Libro de Dios en todo el mundo —escribe H. P. Blavatsky—, este ejemplar desaparece, de modo que Ezra tiene que hacer otra Biblia, que Judas Macabeo finaliza; […] al ser transcrito de un alfabeto a otro, quedó tan corrompido que resultaba irreconocible; […] la masora culminó la labor de destrucción; finalmente, tenemos un texto que no tiene novecientos años, en el cual abundan las omisiones, las interpolaciones y las distorsiones premeditadas.»
El profesor de Harvard Crawford Howell Toy señala lo siguiente: «Los manuscritos fueron copiados y vueltos a copiar por escribas que no solo cometían errores de vez en cuando en letras y palabras, sino que se permitían introducir material nuevo en el texto o combinar en un manuscrito determinado, sin marcas ni separaciones, textos compuestos por otras personas; se encuentran ejemplos de este tipo de procedimientos sobre todo en Miqueas y en Jeremías y en los grupos de profecías que se incluyen bajo los nombres de Isaías y Zacarías»
¿Es posible que la mutilación de la Sagrada Biblia —en parte accidental—represente, no obstante, un intento concreto de confundir al lector no iniciado y de tal modo ocultar mejor los secretos de los tannaim judíos? El mundo cristiano jamás ha tenido en su poder aquellos pergaminos ocultos que contienen la doctrina secreta de Israel y si los cabalistas tenían razón al suponer que los libros perdidos de los Misterios mosaicos estaban entretejidos en la Torá, entonces resulta que en realidad las Escrituras son unos libros que están dentro de otros libros. En círculos rabínicos se suele pensar que el cristianismo no ha comprendido nunca el Antiguo Testamento y, probablemente, jamás lo comprenderá. De hecho, se tiene la sensación —al menos en algunos ámbitos— de que el Antiguo Testamento pertenece de forma exclusiva al judaísmo y también de que el cristianismo, después de perseguir implacablemente a los judíos, se toma libertades injustificadas cuando incluye en su canon sagrado escrituras que son exclusivamente judías. Sin embargo, como destaca un rabino en particular, si el cristianismo se ve obligado a usar las escrituras judías, ¡como mínimo debería tratar de hacerlo con un poco de inteligencia! En el capítulo inicial del Génesis se dice que, después de crear la luz y separarla de la oscuridad, los siete Elohim dividieron las aguas que estaban debajo del firmamento de las que estaban por encima del firmamento y que, después de establecer así el universo inferior, perfectamente de acuerdo con las enseñanzas esotéricas de los Misterios hindúes, egipcios y griegos, a continuación los Elohim se concentraron en producir la flora y la fauna y, por último, el ser humano. «Y dijo Dios: “Hagamos el ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra. […]”. Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó. Y bendíjolos Dios y díjoles Dios: “Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra […]”».
Reflexionemos en silencio sobre el asombroso uso que se hace de los pronombres en este extracto del «ejemplo más perfecto de literatura inglesa». Cuando la palabra hebrea plural y andrógina Elohim se traducía por la palabra singular y asexuada «Dios», los primeros capítulos del Génesis casi no tenían sentido. Posiblemente, se temía que, de haberse traducido correctamente la palabra como «el ente creador masculino y el femenino», ¡se habría acusado a los cristianos —con razón— de adorar a una pluralidad de dioses, después de haber insistido tanto con el monoteísmo! Sin embargo, la forma plural del verbo «hagamos» y del pronombre «nuestra» revela, sin lugar a dudas, el carácter panteísta de la divinidad. Asimismo, la constitución andrógina del Elohim (Dios) se revela en el versículo siguiente, donde se dice que Él (Dios) creó al ser humano a su imagen y semejanza, masculino y femenino, o, mejor dicho, como todavía no se habían separado los sexos masculino-femenino, lo cual asesta un golpe mortal al concepto tradicional de que Dios es una potencia masculina, como lo representa Miguel Ángel en el techo de la Capilla Sixtina. A continuación, los Elohim ordenan a aquellos seres andróginos que sean fecundos ¡Obsérvese que ni el principio masculino ni el femenino existían todavía por separado! Por último, reparemos en que, en inglés, se usa el verbo replenish (que significa «llenar», pero sobre todo «volver a llenar»), cuyo prefijo re indica «volver a un estado o posición anterior u original» o «repetición o restauración». Esta referencia decisiva a la existencia de la humanidad con anterioridad a la «creación del hombre» descrita en el Génesis debe resultar evidente incluso para quien eche una ojeada superficial a las Escrituras. Si revisamos los diccionarios, enciclopedias y comentarios de la Biblia, descubrimos que la forma plural de la palabra Elohim escapa a la comprensión de sus respetados autores y editores. The New Schaf -Herzog Encyclopedia of Religious Knowledge sintetiza de este modo la controversia acerca de la forma plural de la palabra Elohim: «¿Acaso significa, ya sea ahora o en sus orígenes, la pluralidad de la divinidad?».
A Dictionary of the Bible, editado por James Hastings, contiene la siguiente conclusión, que repite lo que sentían los etimólogos más críticos de la Biblia: «También es difícil explicar el uso del plural Elohim». El doctor Havemick considera que la forma plural Elohim representa la abundancia y la enorme riqueza que existía en el ser divino. Su afirmación, que aparece en The Popular and Critical Bible Encyclopaedia, es un ejemplo de los esfuerzos realizados para sortear esta palabra tan peligrosa. Según el International Standard Bible Dictionary, las explicaciones que brindan los teólogos modernos —el doctor Havernick es buen ejemplo de ello— son demasiado ingeniosas para haber sido concebidas por los primeros hebreos y sostiene que la palabra representa la supervivencia de una etapa politeísta del pensamiento semítico. The Jewish Encyclopedia apoya esta hipótesis con la siguiente afirmación sucinta: «Teniendo en cuenta lo que revelan al respecto el material epigráfico, las tradiciones y el folclore, está demostrado que los semitas tienen tendencias politeístas».
Diversas escuelas filosóficas, tanto judías como gentiles, han brindado explicaciones eruditas o no acerca de la identidad de Adán. En aquel hombre primigenio, los neoplatónicos reconocían la idea platónica de humanidad: el arquetipo o patrón del genus homo. Filón de Alejandría opinaba que Adán representa la mente humana, capaz de comprender —y, por consiguiente, de poner nombre— a las criaturas que lo rodeaban, aunque incapaz de comprender el misterio de su propia naturaleza, al cual, por lo tanto, no nombraba. También se comparaba a Adán con la mónada pitagórica, que, en virtud de su estado de unidad perfecta, podía morar en la esfera edénica. Cuando, por medio de un proceso similar a la fisión, la mónada se convertía en díada —el símbolo adecuado de la discordia y el engaño—, a la criatura que se formaba entonces se la desterraba de su hogar celeste. De este modo, el hombre doble era expulsado del Paraíso, que pertenecía a la creación íntegra, y se ponían un querubín y una espada flamígera de guardia a las puertas del mundo causal. Por consiguiente, solo cuando restablece la unidad dentro de sí mismo puede el hombre recuperar su estado espiritual primordial. Según los isarim, la doctrina secreta de Israel enseñaba que existían cuatro adanes, cada uno de los cuales vivía en uno de los cuatro mundos cabalísticos.
El primero, o el Adán celeste, vivía solo en la esfera de Atziluth y dentro de su naturaleza existían todas las potencialidades espirituales y materiales. El segundo Adán vivía en la esfera de Briah: igual que el primero, era andrógino y la décima división de su cuerpo (su talón, Maljut) correspondía a la iglesia de Israel, que herirá la cabeza de la serpiente. El tercer Adán —también andrógino— estaba envuelto en un cuerpo de luz y moraba en la esfera de Yetzirah. El cuarto Adán no era más que el tercero después de caer en la esfera de Assiah, momento en el cual el hombre espiritual asumía la cáscara animal o la túnica de piel. El cuarto Adán seguía siendo considerado un solo individuo, aunque había experimentado una división y existían en él dos cáscaras o cuerpos físicos: en uno de ellos se encamaba la potencia masculina y en el otro, la femenina. La naturaleza universal de Adán se revela en las distintas versiones acerca de las sustancias de las que estaba hecho. Al principio, se decretó·que la «tierra» que se usara para formarlo tenía que proceder de los siete mundos; sin embargo, como estos planos se negaron a entregar parte de sus sustancias, el Creador les arrancó por la fuerza los elementos que se emplearían en la constitución de Adán. San Agustín descubrió un notaricón en el nombre de Adán: demostró que las cuatro letras que lo componen {en inglés, a, de, a y eme} son las iniciales de las cuatro palabras Anatole Dysis Arktos Mesembria, los nombres griegos de las cuatro esquinas del mundo. El mismo autor ve también en Adán un prototipo de Cristo, porque escribe lo siguiente: «Adán duerme para que se pueda crear a Eva; Cristo muere para que se pueda formar la Iglesia. Mientras Adán duerme, se forma a Eva de su costado. Cuando Cristo muere, le golpean con una lanza el costado y de la herida fluyen los sacramentos que forman la Iglesia. […] El propio Adán era la figura del que iba a venir».
En su obra reciente, Judaism, George Foote Moore describe con estas palabras las proporciones del hombre adánico: «Era una masa inmensa que llenaba todo el mundo hasta todos los puntos cardinales. El polvo del que estaba formado su cuerpo procedía de todas las partes del mundo o del emplazamiento del altar futuro. Tiene mayor interés el concepto de que el hombre fuese creado andrógino, porque es, probablemente, una muestra de una tradición extranjera adaptada a la primera pareja del Génesis. R. Samuel bar Nahman (siglo III) dijo que, cuando Dios creó a Adán, lo creó mirando hacia los dos lados (sypwudpwyd) y después lo cortó en dos y le hizo dos espaldas, una para cada figura».
El Zohar concibe la existencia de dos adanes: el primero era un ser divino que dio un paso al frente desde la máxima oscuridad original y creó al segundo Adán, el terrenal, según Su propia imagen. El hombre superior o celeste era la esfera causal, cuyas potencias y potencialidades divinas se consideraban una personalidad gigante; sus miembros, según los gnósticos, eran los elementos básicos de la existencia. Es posible que a este Adán se lo representara mirando hacia los dos lados, para indicar que con un rostro miraba la causa próxima por sí misma y, con el otro, el extenso mar del cosmos en el cual se iba a sumergir. Desde un punto de vista filosófico, Adán se puede considerar una representación de la plena naturaleza espiritual del ser humano, que es andrógina e incorruptible. El hombre mortal apenas conoce esta naturaleza más plena. Así como el espíritu contiene en sí la materia y es, al mismo tiempo, la causa y la culminación del estado denominado materia, Eva representa la parte inferior, o mortal, que se saca de la creación espiritual más grande y más completa o que tiene una existencia temporal en ella. Como representante de la parte inferior del individuo, Eva es la tentadora, que, conspirando con la serpiente del conocimiento mortal, hizo que Adán se sumiera en un estado como de trance en el cual no tenía conciencia de su propio Ser superior. Cuando Adán supuestamente despertó, en realidad quedó dormido, porque ya no estaba en el espíritu, sino en el cuerpo; como se había producido una división en su interior, el verdadero Adán quedó en el Paraíso, mientras su parte inferior se encarnaba en un organismo material (Eva) y vagaba por la oscuridad de la existencia mortal.
Aparentemente, los seguidores de Mahoma comprendían mejor que los no iniciados de otras sectas la verdadera importancia mística del Paraíso, porque se daban cuenta de que, antes de su caída, la morada del ser humano no quedaba en un jardín físico en ningún lugar de la tierra, sino, más bien, en una esfera superior (el mundo angélico), bañada por cuatro corrientes místicas de vida. Después de ser expulsado del Paraíso, Adán llegó a la isla de Ceilán y este lugar es sagrado para algunas sectas hindúes, que reconocen en la vieja isla de Lanka —se supone que en algún momento estuvo conectada con tierra firme mediante un puente— el lugar donde estaba el jardín del Edén, del cual emigró la raza humana. Según Las mil y una noches, todavía se puede ver la huella de Adán en lo alto de una montaña de Ceilán. En las leyendas islámicas, Adán se reunió después con su esposa y, cuando murió, Melquisedec llevó su cuerpo a Jerusalén después del diluvio para enterrarlo allí.
La palabra ADM significa una especie o raza y solo por la falta de un conocimiento adecuado se ha considerado a Adán un individuo. Como el macrocosmos. Adán es el andrógino gigante, incluso el demiurgo; como el microcosmos, es la principal obra del demiurgo y, dentro de la naturaleza del microcosmos, el demiurgo estableció todas las cualidades y los poderes que Él mismo poseía. Sin embargo, el demiurgo no poseía la inmortalidad y, por consiguiente, no podía otorgársela a Adán. Según la leyenda, el demiurgo se esforzó para que el hombre no supiera que su Hacedor estaba incompleto. En consecuencia, el hombre adánico era partícipe de las cualidades y las características de los ángeles, que eran los ministros del demiurgo. Los cristianos gnósticos afirmaban que la redención de la humanidad estaba asegurada a través de la descendencia de la nous (la mente universal), que era un gran ser espiritual superior al demiurgo y que, al entrar en la constitución del hombre, otorgaba la inmortalidad consciente a lo que hacía el demiurgo. Que el simbolismo fálico ocupa un lugar destacado en los comienzos del misticismo judío es incuestionable. Hargrave Jennings ve en la figura de Adán un ejemplo del lingam de Shiva, que era un símbolo pétreo del poder creador del generador del mundo. «En las obras de Gregorie […] —escribe Jennings— hay un pasaje que dice que “Noé rezaba todos los días en el arca delante del cuerpo de Adán”, es decir, delante del falo; Adán era el falo primitivo, el gran procreador de la raza humana. “Posiblemente parezca extraño —dice— que todos los días se diga aquella oración delante del cuerpo de Adán”, pero “es una tradición reconocida entre los orientales que Dios ordenó a Adán que conservara su cadáver sobre tierra hasta que llegara el momento en que un sacerdote del Altísimo Dios lo sepultara uwalakkgp en el medio de la tierra”. Con esto se refiere al monte Moria, el Meru de India. “Este cuerpo de Adán fue embalsamado y transmitido de padres a hijos, hasta que finalmente fue entregado por Lamec en las manos de Noé”».
Esta interpretación aclara en cierto modo la afirmación cabalística de que en el primer Adán estaban incluidas todas las almas de los israelitas. Aunque según la Legenda aurea Adán fue enterrado con las tres semillas del árbol del Conocimiento en la boca, conviene tener en cuenta que a menudo se tejían mitos aparentemente contradictorios en torno a una misma persona. Uno de los misterios profundos del cabalismo es el que se plantea en el notaricón basado en las letras del nombre de Adán (ADM). Estas tres letras forman las iniciales de los nombres Adán, David y el Mesías y se dice que estas tres personalidades contenían una sola alma. Como esta alma representa el alma mundial de la humanidad, Adán significa el alma que envuelve; el Mesías, el alma que evoluciona, y David, la condición del alma llamada epigénesis.
En común con ciertas instituciones filosóficas de Asia, los Misterios judíos contenían una doctrina extraña que tenía que ver con las sombras de los dioses. Mirando hacia abajo, al abismo, los Elohim contemplaron sus propias sombras y las tomaron como modelo para la creación inferior. «En la representación dramática de la creación del hombre en los Misterios —escribe el anónimo director del Balliol College —, los Alehim [Elohim] estaban representados por hombres que, al esculpir la forma de un ser adamita, de un hombre, trazaban su contorno sobre su propia sombra o lo modelaban en su propia sombra dibujada en la pared. De esta forma se originó en Egipto el arte de dibujar y las figuras jeroglíficas talladas en los monumentos egipcios tienen tan poco relieve que siguen pareciendo una sombra».
En el ritualismo de los primeros Misterios judíos se representaba el esplendor de la creación y los diversos actores se hacían pasar por los entes creadores. La tierra roja con la cual se hizo el hombre adánico puede representar el fuego, sobre todo porque Adán está relacionado con la yod, o la llama, que es la primera letra del sagrado nombre de Jehová. En Juan 2, 20, está escrito que se tardaron cuarenta y seis años en construir el templo y san Agustín ve en esta afirmación una gematría secreta y sagrada, porque, según la filosofía griega de los números, el valor numérico del nombre Adán es 46, con lo cual Adán se convierte en el ejemplo del templo, porque la Casa de Dios —como el hombre primitivo— era un microcosmos o una personificación del universo.
En los Misterios se atribuye a Adán el poder peculiar de la generación espiritual. En lugar de reproducir su especie mediante el proceso de la generación física, hizo salir de sí —o, para ser más correctos, que se reflejara en la sustancia— una sombra de sí mismo; a continuación, le infundió alma, con lo cual se convirtió en una criatura viva. No obstante, estas sombras solo duran mientras perdure la figura original de las cuales son un reflejo, porque, al desaparecer el original, todas las semejanzas se desvanecen con él. En eso reside la clave de la creación alegórica de Eva del costado de Adán, porque Adán, que representa la idea o el molde, se refleja en el universo material como una multitud de imágenes animadas que, en conjunto, reciben el nombre de Eva. Según otra teoría, la división de los sexos tuvo lugar en la esfera arquetípica y por eso las sombras del mundo inferior se dividieron en dos clases que concordaban con los órdenes establecidos en el arquetipo. En la atracción aparentemente incomprensible de un sexo por el otro, Platón reconocía el impulso cósmico a la reunión de las mitades cortadas de aquel ser arquetípico.
Lo que se puede deducir exactamente de la división de los sexos que se describe de forma simbólica en el Génesis es una cuestión muy controvertida. Casi todo el mundo acepta que el hombre era más que nada andrógino y resulta razonable suponer que a la larga va a recuperar su bisexualidad. En cuanto a la forma en que lo conseguirá se proponen dos opiniones. Una escuela de pensamiento sostiene que el alma humana en realidad se dividió en dos partes (una masculina y otra femenina) y que el hombre sigue siendo una criatura imperfecta hasta que estas partes se vuelven a unir mediante la emoción que el ser humano llama amor. De este concepto ha surgido la doctrina —de la que tanto se ha abusado — de las almas gemelas, que deben buscar a lo largo de los siglos hasta encontrar la parte complementaria de cada alma partida. El concepto moderno de matrimonio se basa, en cierto modo, en este ideal.
Según la otra escuela, la llamada división de los sexos se produjo cuando se suprimió uno de los polos del ser andrógino para que las energías vitales que se manifestaban a través de él pudieran orientarse hacia el desarrollo del raciocinio. Desde este punto de vista, en realidad el hombre sigue siendo andrógino y espiritualmente completo, aunque en el mundo material la parte femenina de la naturaleza del hombre y la parte masculina de la de la mujer están inactivas. Sin embargo, mediante el desenvolvimiento espiritual y el conocimiento que transmiten los Misterios, el elemento latente en cada naturaleza se va volviendo activo poco a poco y a la larga el ser humano recupera el equilibrio sexual. Según esta teoría, la mujer se eleva desde su posición como parte imprevisible del hombre a una de absoluta igualdad. Desde este punto de vista, el matrimonio se considera una camaradería en la cual dos individualidades completas que manifiestan polaridades opuestas se asocian para que cada una despierte las cualidades latentes en la otra y contribuir así a alcanzar la completitud individual. Se podría decir que para la primera teoría el matrimonio es un fin, mientras que, para la segunda, es un medio para alcanzar un fin. Las escuelas filosóficas más profundas se han inclinado por la segunda, porque reconoce mejor las potencialidades infinitas de la completitud divina en los dos aspectos de la creación. La Iglesia cristiana se opone fundamentalmente a la teoría del matrimonio, al sostener que solo alcanzan el grado más elevado de espiritualidad aquellos que preservan el estado virginal. Aparentemente, este concepto surgió en algunas sectas de los primeros cristianos gnósticos, que enseñaban que propagar la especie humana era incrementar y perpetuar el poder del demiurgo, porque el mundo inferior se consideraba una invención perversa, creada para atrapar las almas de todos los que nacían en él y, por lo tanto, era pecado contribuir a traer almas a la tierra. Por consiguiente, cuando el desafortunado padre o madre se presente ante el tribunal final, todos sus hijos aparecerán también y lo acusarán de ser la causa de los sufrimientos que conlleva la existencia física. Refuerza este parecer la alegoría de Adán y Eva, cuyo pecado —que motivó la caída de la humanidad—todos admiten que tuvo que ver con el misterio de la procreación. La humanidad, que debe al padre Adán su existencia física, considera a su progenitor la causa fundamental de su desgracia y en el día del Juicio Final se alzará como una progenie poderosa y acusará a su antepasado común.
Según las sectas gnósticas que mantenían una actitud más racional sobre el tema, la mera existencia de los mundos inferiores quería decir que el creador supremo tenía una finalidad definida para su creación y dudar de su criterio era, por consiguiente, un grave error. La Iglesia, sin embargo, se arrogó aparentemente la increíble prerrogativa de corregir a Dios a este respecto, porque, siempre que le era posible, siguió imponiendo el celibato, una práctica que produce una cantidad alarmante de neuróticos. En los Misterios, el celibato se reserva a aquellos que han alcanzado cierto grado de desenvolvimiento espiritual. En cambio, cuando se lo defiende para la masa de la humanidad no iluminada, se convierte en una herejía peligrosa, fatal tanto para la religión como para la filosofía. Así como el cristianismo, en su fanatismo, ha acusado a todos los judíos por la crucifixión de Jesús, ha sido igual de sistemático para calumniar a todos los miembros del sexo femenino. Para reivindicar a Eva, la filosofía sostiene que la alegoría se limita a implicar que sus emociones tientan al hombre para que se aparte del camino seguro de la razón. Muchos de los primeros Padres de la Iglesia trataron de establecer una relación directa entre Adán y Cristo, pasando por alto así, evidentemente, la naturaleza tan pecaminosa del antepasado común del hombre, puesto que es cierto que, cuando san Agustín compara a Adán con Cristo y a Eva con la Iglesia, no pretende acusar a esta institución de ser la causa directa de la caída del hombre. Sin embargo, por algún motivo inexplicable, para la religión el intelectualismo —en realidad, cualquier forma de conocimiento— siempre ha sido fatal para el desarrollo espiritual del hombre. Los hermanos ignorantinos son un ejemplo destacado de esta actitud. En este drama ritualista, posiblemente derivado de los egipcios, Adán, expulsado del jardín del Edén, representa al hombre exiliado filosóficamente de la esfera de la Verdad. Por ignorancia, el hombre cae; por la sabiduría se redime. El jardín del Edén representa la casa de los Misterios, en medio de la cual crecían tanto el árbol de la Vida como el árbol del Conocimiento del Bien y del Mal.
El ser humano —el Adán desterrado — intenta entrar desde el patio que está fuera del santuario (el universo exterior) al sanctasanctórum, pero ante él se alza una criatura enorme con una espada flamígera, que, con un movimiento lento pero continuo, traza un amplio círculo que el hombre adánico no puede atravesar.
El querubín dirige al buscador las siguientes palabras: —Hombre, polvo eres y al polvo tornarás. Te ha conformado el creador de las formas y a la esfera de la forma perteneces; el aliento insuflado en tu alma era el de la forma y como una llama titilará. Más que lo que eres no podrás ser. Como morador del mundo exterior, tienes prohibido entrar aquí dentro.
—Muchas veces he venido a este patio y he suplicado que me dejaseis entrar a la casa de mi Padre —responde Adán—, pero me lo habéis impedido y me habéis enviado a seguir vagando en la oscuridad. Cierto es que estoy hecho de tierra y que mi Hacedor no pudo otorgarme el don de la inmortalidad, pero ya no volveréis a echarme, porque, en mi deambular por la oscuridad, he descubierto que el Todopoderoso ha decretado mi salvación, porque ha enviado desde Su Misterio más recóndito a Su Hijo único, que se hizo cargo del mundo creado por el demiurgo. Sobre los elementos de este mundo fue crucificado y ha derramado Su sangre para mi salvación. Dios ha entrado en Su creación, la ha hecho brotar y ha establecido en ella un camino que conduce hasta Él. Aunque mi Hacedor no pudo dame la inmortalidad, esta era inherente al polvo mismo del cual estoy hecho, porque, antes de que se creara el mundo y antes de que el demiurgo se convirtiera en regente de la naturaleza, la vida eterna se había estampado sobre la faz del cosmos Y este es su signo: la cruz. ¿Me negáis la entrada, a mí, que por fin he conocido el misterio de mi existencia?
—Quien tiene conciencia, ¡es! —responde la voz—. ¡Mira!
Adán mira a su alrededor: se encuentra en un lugar radiante y en el centro hay un árbol con joyas rutilantes en lugar de frutas y, enroscada en su tronco, hay una serpiente alada llameante, coronada con una diadema de estrellas. La que había hablado era la voz de la serpiente.
—¿Quién sois? —pregunta Adán.
—Soy Satanás —responde la serpiente— y me han petrificado: soy el Adversario, el Señor que se opone a ti, el que implora tu destrucción ante el tribunal eterno. Era tu enemigo el día en que fuiste creado, te he conducido a la tentación, te he entregado en las manos del mal, te he calumniado y siempre me he esforzado por lograr tu perdición. Soy el guardián del árbol del Conocimiento y he jurado que no compartirá sus frutos nadie a quien yo pueda extraviar.
—Durante siglos incontables —responde Adán— he sido siervo vuestro. En mi ignorancia he escuchado vuestras palabras y ellas me han conducido por caminos de pesadumbre. Me habéis puesto en la cabeza sueños de poder y, cuando me he esforzado para que se cumplieran, no me han acarreado más que dolor. Habéis sembrado en mí las semillas del deseo y, cuando he ambicionado los placeres de la carne, el sufrimiento ha sido mi única recompensa. Me habéis enviado falsos profetas y falsos razonamientos y, cuando me esforcé por comprender la magnitud de la Verdad, descubrí que vuestras leyes eran falsas y lo único que recibí a cambio de mis esfuerzos fue consternación. ¡Oh, espíritu artero, no quiero volver a veros nunca más! Me he cansado de vuestro mundo de ilusiones. Ya no volveré a trabajar en vuestras viñas de iniquidad. Poneos a mis espaldas, tentador, junto con todas vuestras tentaciones. No hay dicha ni paz ni bien ni futuro en las doctrinas del egoísmo, el odio y la pasión que predicáis. ¡Dejo de lado todas estas cosas y renuncio a vuestro reinado para siempre! —Mira, Adán, la naturaleza de tu Adversario —responde la serpiente y desaparece en un resplandor cegador.
En su lugar aparece un ángel resplandeciente, con prendas doradas brillantes y enormes alas de color escarlata que se extienden desde una esquina del cielo hasta la otra. Consternado y atemorizado, Adán se postra ante la criatura divina. —Soy el Señor que está contra ti y así consigue tu salvación —continúa la voz—. Tú me has odiado, pero en los siglos venideros me bendecirás, porque te he apartado de la esfera del demiurgo; te he desviado de la ilusión del mundo; he logrado que te alejaras del deseo; he despertado en tu alma la inmortalidad de la cual yo mismo soy partícipe. ¡Sígueme, Adán, porque yo soy el camino, la verdad y la vida!

ANÁLISIS DE LAS CARTAS DEL TAROT

Abundan las discrepancias en las opiniones de los expertos acerca del origen de los naipes, su finalidad y la fecha de su aparición en Europa. En Researches into the History of Playing Cards, Samuel Weller Singer expone su opinión de que las cartas llegaron al sur de Europa procedentes de India a través de Arabia. Es probable que las cartas del Tarot formaran parte de la tradición mágica y filosófica que los Caballeros Templarios obtuvieron de los sarracenos o de alguna de las sectas místicas que por entonces prosperaban en Siria. A su regreso a Europa y para evitar la persecución, los templarios ocultaron el significado arcano de los símbolos presentando las hojas de su libro mágico de forma ostensible como un recurso para entretenerse y hacer apuestas. La señora de John King van Rensselaer apoya esta opinión y dice lo siguiente: Que los guerreros trajeron las cartas a su regreso, como importaron a sus propios países muchas de las costumbres y los hábitos recién adquiridos en Oriente, parece un hecho reconocido, que no contradice la afirmación de algunos autores que han declarado que los gitanos —que comenzaron a vagar por Europa más o menos por aquella época— trajeron consigo e introdujeron las cartas, que empleaban, tanto entonces como ahora, para adivinar el futuro.
A través de los gitanos, las cartas del Tarot se pueden rastrear hasta el simbolismo religioso de los antiguos egipcios En una obra extraordinaria titulada The Gypsies, Samuel Roberts presenta pruebas abundantes de su origen egipcio. Escribe, por ejemplo, lo siguiente: «No se conoce con certeza la fecha de la llegada de los gitanos a Inglaterra. Se los menciona por primera vez en nuestra legislación en diversos estatutos contra ellos durante el reinado de Enrique VIII, en los que eran descritos como “un pueblo extravagante, que se denomina a sí mismo ‘egipcio’, no practica ningún oficio ni comercio, pero se desplaza en grandes números […]”». Según una leyenda curiosa, tras la destrucción del Serapeum de Alejandría, la gran masa de sacerdotes que se ocupaban de él se reunieron para preservar los secretos de los ritos de Serapis. Sus descendientes (los gitanos) se llevaron consigo los volúmenes más valiosos que salvaron del incendio de la biblioteca —el Libro de Enoch, o Thot (el Tarot)—, comenzaron a vagar por la faz de la tierra y se mantuvieron apartados, con una lengua antigua y el derecho inalienable de la magia y el misterio. Court de Gébelin creía que a misma palabra «Tarot» derivaba de dos palabras egipcias: Tar, que significa «camino», y Ro, que significa «real». De este modo, el Tarot constituye el camino real hacia la sabiduría.
En su Histoire de la Magie, P. Christian, portavoz de cierta sociedad secreta francesa, presenta un relato fantástico de una supuesta iniciación en los Misterios egipcios, en la cual los veintidós arcanos mayores del Tarot asumen las proporciones de tableros de dibujo de enorme tamaño y cubren una gran galería. Deteniéndose por turnos delante de cada carta, el iniciador describe su simbolismo al candidato. Édouard Schuré, cuya fuente de información era similar a la de los cristianos, alude a la misma ceremonia en su capítulo de iniciación a los Misterios herméticos.
Aunque es muy posible que los egipcios utilizaran las cartas del Tarot en sus rituales, estos místicos franceses no presentan más pruebas que sus propias afirmaciones. Además, la validez de los llamados Tarots egipcios que circulan en la actualidad no ha quedado demostrada nunca de forma totalmente satisfactoria. No solo los dibujos son bastante modernos sino que, además, el simbolismo tiene más un dejo francés que influencia egipcia. El Tarot es sin duda, un elemento fundamental en el simbolismo rosacruz y es, posiblemente, el libro del conocimiento universal que los miembros de la orden afirmaban poseer. Rota mundi es una expresión que aparece con frecuencia en los primeros manifiestos de la Fraternidad de la Rosa Cruz. Si cambiamos el orden de las letras que forman la palabra rota, se convierte en taro, el nombre antiguo de estas cartas misteriosas. W. F. C. Wigston ha encontrado pruebas de que sir Francis Bacon utilizaba el simbolismo del Tarot en sus claves En sus criptogramas, Bacon emplea a menudo los números 21, 56 y 78, directamente relacionados con las divisiones de la baraja del Tarot. En el gran Folio de Shakespeare de 1623, el nombre de pila de lord Bacon aparece veintiuna veces en la página 56 de las Historias.
Muchos de los símbolos que aparecen en las cartas del Tarot tienen un claro interés masónico. El numerólogo pitagórico también dirá que existe una relación importante entre los números de las cartas y los dibujos que acompañan a los números. Llamará de inmediato la atención del cabalista el orden significativo de las cartas y para el alquimista ciertos emblemas no tendrán sentido, salvo para alguien muy versado en la química divina de la transmutación y la regeneración. Así como los griegos ponían las letras de su alfabeto —con los números correspondientes— sobre las diversas partes del cuerpo de su logos, representado con forma humana, las cartas del Tarot presentan una analogía no solo con las partes y los miembros del universo, sino también con las divisiones del cuerpo humano. En realidad, constituyen la clave de la constitución mágica del hombre.
Las cartas del Tarot se deben considerar 1) como jeroglíficos independientes y completos, cada uno de los cuales representa un principio, ley, poder o elemento de la naturaleza diferente; 2) en relación las unas con las otras, como un agente que repercute en otro, y 3) como vocales y consonantes de un alfabeto filosófico. Las leyes que rigen todos los fenómenos se representan mediante los símbolos que aparecen en las cartas del Tarot, cuyos valores numéricos son iguales a los equivalentes numéricos de los fenómenos. Así como cada estructura está compuesta por ciertas partes elementales, las cartas del Tarot representan los componentes de la estructura de la filosofía. Sea cual fuere la ciencia o la filosofía con la cual trabaje el estudioso, las cartas del Tarot se pueden identificar con los componentes fundamentales de su materia y, de este modo, cada cana se relaciona con una parte específica, según las leyes matemáticas y filosóficas. «Una persona que estuviera en la cárcel —escribe Éliphas Lévi— y no tuviera más libro que el Tarot, si supiera usarlo, podría, en unos cuantos años, adquirir el conocimiento universal y sería capaz de hablar sobre todas las cuestiones con un conocimiento sin igual y una elocuencia inagotable.»
Las diversas opiniones de expertos destacados sobre el simbolismo del Tarot son bastante irreconciliables. Las conclusiones del docto Court de Gébelin y del estrafalario Grand Etteila —las primeras autoridades en la materia— no solo están totalmente en desacuerdo con las de Lévi, sino que este desacredita a los dos por igual; la disposición de los arcanos del Tarot según Lévi fue rechazada a su vez por Arthur Edward Waite y Paúl Case, que la consideraban un intento de confundir a los estudiosos. Para los «tarotistas reformados», los seguidores de Lévi —sobre todo Papus, Christian, Westcott y Schuré— eran personas sinceras, pero ignorantes, que deambulaban en la oscuridad porque les faltaba la nueva baraja de cartas del Tarot de Pamela Coleman Smith, revisada por Waite.
La mayoría de los que escriben acerca del Tarot —Waite constituye una excepción destacada— parten de la hipótesis de que los veintidós arcanos mayores representan las letras del alfabeto hebreo. Esta suposición no se basa en nada más sustancial que la coincidencia de que los dos son veintidós. Que Postel, Saint-Martin y Lévi escribieran sendos libros divididos en partes correspondientes a los Tarots mayores constituye un detalle interesante sobre el tema. Las cartas de los arcanos mayores representan episodios del Libro de la Revelación y el Apocalipsis de san Juan también está dividido en veintidós capítulos. Suponiendo que la Cábala contiene la solución al enigma del Tarot, los buscadores a menudo han pasado por alto otras líneas de investigación posibles. Sin embargo, la tarea de averiguar la verdadera relación entre los arcanos del Tarot, las letras del alfabeto hebreo y los caminos de la sabiduría no ha tenido, hasta ahora, demasiado éxito. No se pueden sincronizar los arcanos mayores del Tarot con las veintidós letras del alfabeto hebreo sin determinar antes el lugar correcto de la carta sin numerar, o cero: le Mat, el Loco. Lévi la coloca entre la vigésima y la vigésima primera y la asigna a la letra hebrea shin (c). Papus, Christian y Waite siguen el mismo orden, aunque este último declara que tal distribución es incorrecta. Según Westcott, la carta cero es la vigésima segunda de los arcanos mayores del Tarot. Por otra parte, tanto Court de Gébelin como Paul Case sitúan la carta sin numerar antes de la primera carta numerada de los arcanos mayores, porque, si se sigue el orden natural de los números (tanto según el sistema pitagórico como el cabalístico), la carta cero tiene que ir, naturalmente, antes que la número uno. Sin embargo, esto no resuelve el problema, porque los intentos de asignar una letra hebrea a cada arcano del Tarot producen un efecto que dista mucho de ser convincente. Waite, que hizo una nueva versión del Tarot, se expresa con las siguientes palabras: «No se me debe incluir entre los que están satisfechos con que haya una correspondencia válida entre las letras hebreas y los símbolos de los arcanos del Tarot».
La explicación real puede ser que los arcanos mayores del Tarot ya no están en el mismo orden que cuando formaban las hojas del libro sagrado de Hermes, porque los egipcios, o incluso sus sucesores árabes, podrían haber mezclado las cartas a propósito para preservar mejor sus secretos. Case ha desarrollado un sistema que, a pesar de ser superior a la mayoría, depende en gran medida de dos puntos discutibles; a saber: la precisión del Tarot revisado de Waite y la justificación de asignar la primera letra del alfabeto hebreo a la carta sin numerar, o cero. Puesto que la alef (la primera letra hebrea) tiene el valor numérico de uno, asignarla a la carta cero equivale a afirmar que cero es igual a la letra alef y, por consiguiente, sinónimo del número uno. Con singular perspicacia, Court de Gébelin asignó la carta cero a AIN SOPH, la Causa Primera Incognoscible. Así como el panel central de la Tabla Bembina representa el poder creador rodeado por siete tríadas de divinidades manifiestas, la carta cero puede representar el poder eterno, del cual los veintiún aspectos que lo rodean o manifiestan no son más que expresiones limitadas. Si consideramos que los veintiún arcanos mayores son formas limitadas que existen en la sustancia abstracta de la carta cero, entonces se convierte en su común denominador. Por consiguiente, ¿cuál de las letras del alfabeto hebreo es el origen de todas las demás? La respuesta es evidente: la yod. En presencia de tantas especulaciones, una más no puede molestar. La carta cero —le Mat, el Loco— se ha comparado con el universo material, porque la esfera mortal es el mundo irreal. El universo inferior, como el cuerpo mortal del ser humano, no es más que un traje, un disfraz multicolor, comparable con un gorro de bufón. Sin embargo, bajo las prendas del loco está la sustancia divina, de la cual el bufón no es más que una sombra; este mundo es un martes de carnaval, un esplendor de chispas divinas ocultas bajo el atuendo de los locos. ¿Acaso no se puso esta carta cero, el Loco, en la baraja del Tarot para engañar a todos aquellos que no pudieran atravesar el velo de la ilusión?
Los hierofantes iluminados de los Misterios confiaron las cartas del Tarot al cuidado de los locos y los ignorantes, con lo cual se convirtieron en juguetes y, en muchos casos, incluso instrumentos del vicio. Por consiguiente, los malos hábitos del ser humano en realidad se transformaron en los autores inconscientes de sus preceptos filosóficos. «Hemos de admirar la sabiduría de los iniciados —escribe Papus—, que utilizaron el vicio para obtener resultados más beneficiosos que la virtud». ¿Acaso este acto de los antiguos sacerdotes no demuestra que todo el misterio del Tarot está envuelto en el simbolismo de su carta cero? Si el conocimiento se confiaba así a los locos, ¿no habría que buscarlo en esta carta?
Si colocamos le Mat delante de la primera carta de la baraja del Tarot y disponemos las demás en una línea horizontal, ordenadas de izquierda a derecha, veremos que el Loco camina hacia los demás arcanos, como si fuera a pasar por las distintas cartas. Igual que el neófito que tiene los ojos vendados y está atascado espiritualmente, le Mat está a punto de emprender la aventura suprema: atravesar las puertas de la Sabiduría Divina. Si consideramos que la carta cero no tiene ninguna relación con los arcanos mayores, desaparece la analogía numérica entre estas cartas y las letras hebreas, al quedar una de estas sin su correspondencia en el Tarot. En tal caso, habrá que asignar la letra que sobra a una carta hipotética llamada «los elementos», que se supone que se deshizo para formar las cincuenta y seis canas de los arcanos menores. Es posible que cada uno de los arcanos mayores esté sujeto a una división similar.
El arcano mayor número uno se llama le Bateleur, el Mago, y, según Court de Gébelin, indica que toda la estructura de la creación no es más que un sueño, que la existencia es hacer juegos malabares con los elementos divinos y que la vida es un juego perpetuo de riesgos. Los aparentes milagros de la naturaleza no son más que proezas de prestidigitación cósmica. El ser humano es como la pelotita en manos del mago, que agita su varita y, ¡zas!, la hace desaparecer. El mundo que lo observa no se da cuenta de que el objeto desaparecido ha sido escondido con habilidad por el mago en el hueco de su mano. Se trata del mismo experto al que Omar Jayyam denomina «el maestro del espectáculo». Su mensaje es que los sabios dirigen los fenómenos de la naturaleza y jamás se dejan engañar por ellos. El Mago está de pie detrás de una mesa sobre la cual hay varios objetos, entre los que destacan una copa: el Santo Grial y la copa que josé puso en el saco de Benjamín; una moneda: el tributo y los salarios del Maestro Constructor, y una espada: la de Goliat y también la hoja mística del filósofo, que separa lo falso de lo verdadero. El tocado del Mago tiene la forma de la curva lemniscata, que representa el primer movimiento de la creación. Su mano derecha apunta a la tierra y con la izquierda sujeta en alto la varita que simboliza su hegemonía sobre el universo terrestre: los objetos que están sobre la mesa. La varita es la vara de Jacob y también la vara que reverdeció: la columna vertebral del ser humano coronada por el globo de la inteligencia creativa. En el Tarot seudoegipcio, el Mago lleva un uraeus o una cinta dorada sobre la frente, la mesa que tiene delante tiene la forma de un cubo perfecto y su cinturón es la serpiente de la eternidad, que devora su propia cola. El arcano mayor número dos se llama la Papesse, la Papisa o la Sacerdotisa, y se ha asociado con una leyenda curiosa acerca de la única mujer que ocupó jamás la silla pontifical. Se supone que la papisa Juana lo consiguió disfrazándose de hombre y que murió lapidada cuando se descubrió su subterfugio. En esta carta aparece una mujer sentada, coronada con una tiara rematada por una media luna. En el regazo tiene la Torá, o el libro de la Ley (por lo general, parcialmente cerrado), y, en la mano izquierda, las claves de la doctrina secreta: una llave de oro y otra de plata. Detrás de ella se alzan dos pilares (Jachin y Boaz), entre los cuales se extiende un velo multicolor. Su trono está sobre un suelo que parece un tablero de ajedrez. Algunas veces aparece una figura llamada Juño en lugar de la Sacerdotisa. Como la hierofante de los Misterios de Cibelea esta figura simbólica representa la Shejiná, o la Sabiduría Divina. En el Tarot seudoegipcio, la Sacerdotisa lleva un velo, para recordar que todo el rostro de la verdad no se revela al hombre no iniciado. Un velo cubre también la mitad de su libro, con lo cual da a entender que solo la mitad del misterio del ser se puede comprender.
El arcano mayor número tres se llama l’Imperatrice, la Emperatriz, y se ha comparado con la «mujer vestida del sol» que se describe en el Apocalipsis. En esta carta aparece la figura sublime de una mujer sentada en un trono, que sostiene en la mano derecha un escudo con un fénix grabado y en la izquierda un cetro coronado por un orbe o una flor con tres hojas. Debajo del pie izquierdo a veces aparece la media luna. Lleva una corona o le rodea la cabeza una diadema de estrellas y a veces, las dos cosas. Recibe el nombre de Generación y representa el mundo espiritual triple del cual sale el mundo material cuádruple. Para el graduado en la universidad de los Misterios, es el alma máter de cuyo cuerpo el iniciado «vuelve a nacer». En el Tarot seudoegipcio, la Emperatriz aparece sentada en un cubo lleno de ojos y tiene un pájaro en equilibrio en el índice de la mano izquierda. La parte superior de su cuerpo está rodeada de una aureola dorada radiante. Como emblema del poder que emana de todo el universo tangible, a menudo se la representa embarazada.
El arcano mayor número cuatro es llamado l’Empereur, el Emperador, y con este valor numérico se asocia directamente con la gran divinidad venerada por los pitagóricos con la forma de la tétrada. Por sus símbolos, queda claro que es el Demiurgo, el Gran Rey del mundo inferior. Lleva una armadura y su trono es un bloque de piedra, sobre el cual también se puede ver con claridad un fénix. Tiene las piernas cruzadas de una manera muy elocuente y lleva un cetro coronado por un orbe o bien un cetro en la mano derecha y un orbe en la izquierda. El orbe en sí demuestra que es el soberano del mundo. Sobre el pecho derecho y el izquierdo, respectivamente, aparecen los símbolos del sol y de la luna, que en el simbolismo se denominan los ojos del Gran Rey. La postura de su cuerpo y sus piernas forma el símbolo del azufre, el signo del antiguo monarca alquímico. En el Tarot seudoegipcio, la figura aparece de perfil. Lleva un mandil masónico y la falda forma un triángulo rectángulo. Lleva en la cabeza la corona del Norte y le adorna la frente el uraeus enroscado. El arcano mayor número cinco recibe el nombre de le Pape, el Papa, y representa al hierofante o sumo sacerdote de una escuela mistérica pagana o cristiana. En esta carta, el hierofante lleva puesta la tiara y, en la mano izquierda, la cruz triple que remata el globo del mundo. La mano derecha, que lleva en el dorso los estigmas, hace «el signo eclesiástico del esoterismo» y ante él se arrodillan dos suplicantes o acólitos. El respaldo del trono papal tiene la forma de una columna celestial y una terrestre. Esta carta representa al iniciado o maestro del misterio de la vida y, según los pitagóricos, al médico espiritual. El universo ilusorio en forma de dos figuras (la polaridad) se arrodilla delante del trono en el que está sentado el iniciado, que ha elevado su conciencia al plano del entendimiento espiritual y la realidad. En el Tarot seudoegipcio, el Maestro lleva el uraeus. Una figura blanca y una negra —la vida y la muerte, la luz y la oscuridad, el bien y el mal— se arrodillan ante él. El dominio sobre la irrealidad del iniciado se indica mediante la tiara y la cruz triple, emblemas del gobierno sobre los tres mundos que han salido de la Causa Primera Incognoscible.
El arcano mayor número seis se llama l’Amoureux, los Amantes. Esta carta tiene dos formas distintas. Una muestra una ceremonia de bodas en la que un sacerdote une a un joven y una doncella (¿Adán y Eva?) en santo matrimonio. Algunas veces, aparece por encima una figura alada que traspasa a los amantes con su dardo. La otra forma de la carta muestra a un joven con una figura femenina a cada lado. Una de estas figuras lleva una corona dorada y tiene alas, mientras que la otra está ataviada con las prendas largas y sueltas de las bacantes y lleva en la cabeza una corona de hojas de parra. Las doncellas representan la dualidad del alma del ser humano (lo espiritual y lo animal): la primera, su ángel guardián, y la segunda, su demonio siempre presente. El joven está al comienzo de su madurez, en «la bifurcación del camino», donde debe escoger entre la virtud y el vicio, entre lo eterno y lo temporal. Arriba, en un halo de luz, está el genio del destino (su estrella), que los profanos confunden con Cupido. Si el joven hace una elección imprudente, la flecha del destino, que tiene los ojos vendados, lo atravesará. En el Tarot seudoegipcio, la flecha del genio apunta directamente a la figura del vicio, con lo cual indica que su camino conduce a la destrucción. Esta carta recuerda al ser humano que el precio del libre albedrío, o, mejor dicho, de la capacidad de elección, es la responsabilidad. El arcano mayor número siete se llama le Chariot, el Carro, y representa a un guerrero victorioso, con una corona y montado en un carro tirado por esfinges o caballos blancos y negros. Cuatro columnas sostienen el dosel estrellado del carro. Esta carta representa al Exaltado que viaja en el carro de la creación. El vehículo de la energía solar que lleva el número siete revela la verdad arcana de que los siete planetas son los carros del poder solar que viaja victorioso entre ellos. Las cuatro columnas que sostienen el dosel representan a los cuatro Poderosos que sostienen los mundos representados por las colgaduras tachonadas de estrellas. La figura lleva el cetro de la energía solar y adornan sus hombros dos medias lunas: urim y tummim. Las esfinges que tiran del carro representan el poder secreto y desconocido que transporta sin cesar al soberano victorioso por las distintas partes de su universo. En algunas barajas del Tarot, el vencedor representa al hombre regenerado, porque el cuerpo del carro es un cubo de piedra. El hombre con la armadura no está de pie en el carro, sino que sale del cubo, con lo cual representa la ascensión del tres desde el cuatro: momento de levantar la solapa del mandil del Maestro Masón. En el Tarot sudoegipcio, el guerrero lleva la espada curva de Luna, tiene barba como símbolo de madurez y se adorna con el collar de las órbitas planetarias. Su cetro (que simboliza el universo triple) lleva un cuadrado en el extremo, con un círculo encima, rematado por un triángulo.
El arcano mayor número ocho se llama la Justice, la Justicia, y representa una figura sentada en un trono, cuyo respaldo se eleva en forma de dos columnas. Está coronada y lleva en la mano derecha una espada y en la izquierda, una balanza. Esta carta recuerda el juicio del alma en la sala de Osiris. Enseña que solo las fuerzas equilibradas resisten y que la justicia eterna destruye con la espada lo que está desequilibrado. A veces se representa a la Justicia con una trenza de su propio cabello enroscada en torno al cuello, de una manera semejante al nudo de un ahorcado. Es una manera sutil de sugerir que el hombre es la causa de su propia perdición y que sus actos (simbolizados por su cabello) son el instrumento de su aniquilación. En el Tarot seudoegipcio, la figura de la Justicia aparece subida sobre un estrado con tres escalones, porque los únicos que pueden administrarla del todo son aquellos que han sido elevados al tercer grado. La Justicia tiene los ojos vendados, para que lo visible no influya en modo alguno en su decisión.
El arcano mayor número nueve se llama l’Hermite, el Ermitaño, y representa a un anciano envuelto en el hábito de un monje con capucha, inclinado sobre un bastón. La creencia popular era que esta carta representaba a Di6genes en su búsqueda de un hombre honrado. En la mano derecha, el ermitaño lleva una lámpara que oculta en parte entre los pliegues de su capa. Por consiguiente, el Ermitaño representa las organizaciones secretas que, durante siglos incontables, han ocultado celosamente a los profanos la luz de la Sabiduría Antigua. El bastón del Ermitaño es el conocimiento, que es el principal y el único apoyo del ser humano. Algunas veces, la vara mística está dividida por nudos en siete partes, a modo de sutil referencia al misterio de los siete centros sagrados que existen a lo largo de la columna del hombre. En el Tarot seudoegipcio, el Ermitaño protege la lámpara tras una capa rectangular, para hacer hincapié en la verdad filosófica de que, si se expone la sabiduría a la furia de la ignorancia, quedaría destruida como la llamita de una lámpara que no estuviese protegida de la tormenta. El cuerpo de los hombres forma un manto a través del cual su naturaleza divina se puede ver apenas, como la llama de un farol cubierto en parte. Mediante la renuncia —la vida hermética—, el hombre alcanza la profundidad de carácter y la tranquilidad de espíritu. El arcano mayor número diez se llama la Roue de Fortune, la Rueda de la Fortuna, y representa una rueda misteriosa con ocho rayos: el conocido símbolo budista del ciclo de necesidad. A su borde se aferran Anubis y Tifón, los principios del bien y el mal. Encima está la esfinge inmóvil, llevando la espada de la Justicia, como representación del equilibrio perfecto de la Sabiduría Universal. Anubis aparece subiendo y Tifón descendiendo, pero, cuando Tifón llega al fondo, el mal vuelve a ascender y, cuando Anubis llega a la parte superior, el bien vuelve a menguar. La Rueda de la Fortuna representa el universo inferior como un todo, con la Sabiduría Divina (la esfinge) como árbitro eterno entre el bien y el mal. En India, el chakra, o rueda, se asocia con los centros vitales, tanto del mundo como del individuo. En el Tarot seudoegipcio, la esfinge está armada con una jabalina y Tifón sale despedido de la rueda. Las columnas verticales, que sostienen la rueda y están colocadas de tal modo que solo se ve una, representan el eje del mundo, con la esfinge inescrutable sobre su Polo Norte. Algunas veces, la rueda con su apoyo está en una barca en el agua. El agua es el océano de Ilusión, que es el único fundamento del ciclo de necesidad. El arcano mayor número once se llama la Force, la Fuerza, y representa a una muchacha con un sombrero en forma de lemniscata y las manos sobre la boca de un león de apariencia feroz. Hay mucha controversia con respecto a si la joven está abriendo o cerrando la boca del león. La mayoría de los autores dicen que le está cerrando las fauces, aunque un examen crítico transmite la impresión contraria. La joven simboliza la fuerza espiritual y el león puede ser el mundo animal, que la muchacha está dominando, o la sabiduría secreta, de la cual es dueña. El león representa también el solsticio de verano y la muchacha, a Virgo, porque, cuando el sol entra en esta constelación, la Virgen roba al león su fuerza. El trono del rey Salomón estaba adornado con leones y a él mismo se lo comparaba con el rey de las bestias, que tenía la clave de la sabiduría entre los dientes. En este sentido, la muchacha podría estar abriendo la boca del león para hallar la llave que tiene dentro, porque el valor es un requisito previo para adquirir el conocimiento. En el Tarot seudoegipcio, el simbolismo es el mismo, salvo que la doncella se representa como una sacerdotisa que lleva una corona compleja en forma de un pájaro rematado por serpientes y un ibis.
El arcano mayor número doce se llama le Pendu, el Colgado, y representa a un joven colgado por su pierna izquierda de una viga horizontal que está sostenida por dos troncos de árbol, de cada uno de los cuales se han cortado seis ramas. La pierna derecha del joven está cruzada por detrás de la izquierda y tiene los brazos cruzados detrás de la espalda, de tal manera que forma una cruz por encima de un triángulo con la punta hacia abajo.
La figura constituye de este modo un símbolo invertido del azufre y, según Lévi, significa la consecución de la magnum opus. En algunas barajas, la figura lleva bajo cada brazo un saco de dinero del cual caen monedas. La tradición popular asocia esta carta con Judas Iscariote, del cual se dice que fue y se ahorcó, y los sacos de dinero representan el pago que recibió por su traición. Lévi compara al Colgado con Prometeo, el sufridor eterno, y declara, además, que los pies vueltos hacia arriba indican la espiritualización de la naturaleza inferior. También es posible que la figura invertida indique la pérdida de las facultades espirituales, porque la cabeza está por debajo del nivel del cuerpo. Los muñones de las doce ramas son los signos del Zodiaco divididos en dos grupos: los positivos y los negativos. Por consiguiente, la imagen representa el triunfo temporal de la polaridad sobre el principio espiritual del equilibrio. Esto significa que, para alcanzar las alturas de la filosofía, el hombre debe invertir o cambiar radicalmente el orden de su vida. Entonces pierde su sentido de posesión personal, porque renuncia a la regla del oro en favor de la regla de oro. En el Tarot seudoegipcio, el Colgado está suspendido entre dos palmeras y representa a la divinidad solar, que muere eternamente por su mundo.
El arcano mayor número trece se llama la Mort, la Muerte, y representa a un esqueleto cosechando con una gran guadaña, que va cortando las cabezas, las manos y los pies que surgen de la tierra a su alrededor. En el transcurso de su labor, parece que el esqueleto se ha cortado uno de sus propios pies. Esta peculiaridad no se manifiesta en todas las barajas del Tarot, pero este punto destaca muy bien la verdad filosófica de que el desequilibrio y la destructividad son sinónimos. El esqueleto es el emblema adecuado de la divinidad primera y suprema, porque es el fundamento del cuerpo, como lo Absoluto es el fundamento de la creación. El esqueleto que cosecha representa, físicamente, la muerte, pero, filosóficamente, es el impulso irresistible de la naturaleza que hace que cada ser acabe por absorberse dentro de la condición divina en la que existía antes de que se manifestase el universo ilusorio. La hoja de la guadaña es la luna, con su poder cristalizador. El campo en el que cosecha la muerte es el universo y la carta revela que todo lo que crece fuera de la tierra será cortado y volverá a la tierra. Los reyes, las reinas, los cortesanos y los truhanes son iguales para la muerte, que es la dueña de las partes visibles y aparentes de todas las criaturas En algunas barajas del Tarot, la Muerte se representa como una figura con armadura montada en un caballo blanco que pisotea tanto a los ancianos como a los jóvenes. En el Tarot seudoegipcio se puede ver un arco iris detrás de la figura de la muerte, para indicar que la mortalidad del cuerpo alcanza la inmortalidad del espíritu. A pesar de que la muerte destruye la forma, jamás puede destruir la vida, que se renueva constantemente. Esta carta es el símbolo de la renovación permanente del universo: la desintegración para que pueda haber reintegración en un nivel superior de expresión.
El arcano mayor número catorce se llama la Temperance, la Templanza, y representa a una figura angelical con el sol sobre la frente. Lleva dos recipientes, uno vacío y el otro lleno, y vierte constantemente el contenido del más alto en el que está más abajo. En algunas barajas del Tarot, el agua que fluye adopta la forma del símbolo de Acuario. No obstante, ni una gota del agua viva se desperdicia en aquel traspaso interminable entre el recipiente superior y el inferior. Cuando se llena el de abajo, se invierten los recipientes, lo que representa que la vida pasa primero de lo invisible a lo visible y, después, de lo visible otra vez a lo invisible. El espíritu que controla este flujo es un emisario del gran Jehová, el demiurgo del mundo. El sol, o la acumulación de luz, en la frente de la mujer controla el flujo de agua, que, tras ser atraído hacia el aire por los rayos solares, desciende sobre la tierra en forma de lluvia, para volver a ser atraída hacia arriba y a descender ad infinitum. Aquí se demuestra también el paso de las fuerzas de la vida humana de un lado a otro, entre el polo positivo y el negativo del sistema creativo. En el Tarot seudoegipcio, el simbolismo es el mismo, aunque la figura alada es masculina, en lugar de femenina. Está rodeada por una aureola solar y vierte agua de un recipiente de oro a uno de plata, con lo cual representa el descenso de las fuerzas celestiales a las esferas sublunares.
El arcano mayor número quince se llama le Diable, el Diablo, y representa a una criatura semejante a Pan, con cuernos de camero o de ciervo, brazos y cuerpo de hombre y piernas y pies de cabra o de dragón. La figura está de pie sobre una piedra cúbica, en cuya cara anterior hay un aro al cual están encadenados dos sátiros. A modo de cetro, este llamado demonio lleva una antorcha o una vela encendida. Toda la figura simboliza los poderes mágicos de la luz astral, o el espejo universal, en el cual se reflejan las fuerzas divinas en un estado invertido, o infernal. El demonio tiene alas de murciélago, para demostrar que pertenece a la esfera inferior, nocturna o de las sombras. Las naturalezas animales del ser humano, en forma de un elemental masculino y uno femenino, están encadenadas a su escabel. La antorcha es la luz falsa que guía a las almas no iluminadas hacia su propia perdición. En el Tarot seudoegipcio aparece Tifón —una criatura alada, mezcla de cerdo, ser humano, murciélago, cocodrilo e hipopótamo— de pie en medio de su propia destructividad y sosteniendo en alto la tea del incendiario. Tifón es creado por las propias fechorías del ser humano, que, al volverse contra quien las comete, lo destruyen.
El arcano mayor número dieciséis se llama le Feu du Ciel, el Fuego del Cielo, y representa una torre cuyas almenas, en forma de corona, son destruidas por un relámpago que sale del sol. Es posible que la corona —bastante más pequeña que la torre que remata— indique que su destrucción se debe a su insuficiencia. El relámpago a veces tiene la forma del signo zodiacal de Escorpio y la torre se puede considerar un emblema fálico. De la torre caen dos figuras, una por delante y la otra por detrás. Esta carta del Tarot se asocia popularmente con la caída tradicional del hombre. La naturaleza divina de la humanidad se representa como una torre. Cuando se destruye su corona, el hombre cae al mundo inferior y adopta la ilusión de la materialidad. Aquí también hay una clave del misterio del sexo. Se supone que la torre está llena de monedas de oro, que llueven en grandes cantidades desde el orificio abierto por el relámpago y sugieren posibles poderes. En el Tarot seudoegipcio, la torre es una pirámide cuyo vértice es destrozado por un relámpago, haciendo referencia al piramidón que falta en la Casa Universal. Para respaldar la opinión de Lévi de que esta carta está relacionada con la letra hebrea ayn, la figura que cae en primer plano tiene, en general, un aspecto parecido al de la decimosexta letra del alfabeto hebreo.
El arcano mayor número diecisiete se llama les Étoiles, las Estrellas, y representa a una joven arrodillada con un pie en el agua y el otro en tierra, cuyo cuerpo sugiere, en cierto modo, una esvástica. Tiene dos recipientes, cuyo contenido vierte en la tierra y en el mar. Por encima de la cabeza de la muchacha hay ocho estrellas, una de las cuales es excepcionalmente grande y brillante. Court de Gébelin opina que la gran estrella es Sothis, o Sirio; las siete restantes son los planetas sagrados de los antiguos. Él cree que la figura femenina corresponde a Isis en el momento de provocar las crecidas del Nilo que acompañaban la salida de la estrella canina. La figura desnuda de Isis podría querer decir que la Naturaleza no se viste de verdor hasta que la subida de las aguas del Nilo hace salir la vida germinal de las plantas y las flores. El arbusto y el ave (o la mariposa) significan el crecimiento y la resurrección que acompañan a la subida de las aguas. En el Tarot seudoegipcio, la gran estrella contiene un diamante compuesto por un triángulo blanco y negro y el arbusto en flor es una planta alta con tres hojas en la punta, sobre la cual se posa una mariposa. En este caso, Isis tiene la forma de un triángulo en posición vertical y los recipientes se han convertido en copas poco profundas. Los elementos del agua y la tierra que tiene bajo los pies representan los opuestos de la naturaleza, que comparten de forma imparcial la abundancia divina.
El arcano mayor número dieciocho se llama la Lune, la Luna, y representa a la luna que sale entre dos torres, una clara y la otra oscura. Un perro y un lobo aúllan a la Luna que sube y en primer plano hay un estanque, del cual sale una langosta. Entre las torres hay un camino sinuoso que se pierde en lontananza. En esta carta, Court de Gébelin ve otra referencia a la crecida del Nilo y afirma, basándose en la autoridad de Pausanias, que los egipcios creían que las inundaciones del Nito se debían a las lágrimas de la diosa de la luna, que, al caer en el río, aumentaban su caudal. Se puede ver cómo caen estas lágrimas de la cara lunar. Court de Gébelin también relaciona las torres con las columnas de Hércules, más allá de las cuales, según los egipcios, jamás pasaban los luminares. Destaca también que los egipcios representaban los trópicos como perros que, como porteros fieles, impedían que el sol y la luna se acercaran demasiado a los polos. El cangrejo o langosta representa el movimiento retrógrado de la luna.Esta carta también hace referencia al camino de la sabiduría. En su búsqueda de la realidad, el hombre surge de la charca de la ilusión. Después de dominar a los guardianes de las puertas de la sabiduría, pasa entre la fortaleza de la ciencia y la de la teología y sigue el camino sinuoso que conduce a la liberación espiritual. Ilumina débilmente su camino la razón humana (la luna), que no es más que un reflejo de la sabiduría divina. En el Tarot seudoegipcio, las torres son pirámides, los perros son uno blanco y uno negro y la luna queda oculta en parte tras las nubes. Toda la escena sugiere el lugar lóbrego y sombrío en el que se representaban los dramas mistéricos de los ritos inferiores. El arcano mayor número diecinueve se llama le Soleil, el Sol, y en él aparecen dos niños —probablemente Géminis, los gemelos— juntos en un jardín rodeado por un círculo mágico de flores. Uno de estos niños debería aparecer como un varón y el otro, como una niña. Detrás de ellos hay una pared de ladrillos que, según parece, circunda el jardín.
Por encima de la pared sale el sol, cuyos rayos son rectos y curvos, alternativamente. Trece lágrimas caen de la cara del sol. Lévi, que ve en los dos niños a la Fe y a la Razón, que deben coexistir mientras perdure el universo temporal, escribe lo siguiente: «El equilibrio humano requiere dos pies; los mundos gravitan mediante dos fuerzas, y para la procreación hacen falta dos sexos. Este es el significado del arcano de Salomón, representado por los dos pilares del templo, Jakin y Bohas». El sol de la Verdad brilla en el jardín del mundo, presidido por estos dos niños, como personificaciones de los poderes eternos. La armonía del mundo depende de la coordinación de dos cualidades simbolizadas a lo largo de los siglos como la mente y el corazón. En el Tarot seudoegipcio, en lugar de los niños aparecen un joven y una doncella. Por encima de ellos, en una aureola solar, aparece el emblema fálico de la reproducción: una Mea que atraviesa un círculo. Géminis está regido por Mercurio y los dos niños personifican a las serpientes enroscadas en torno al caduceo.
El arcano mayor número veinte se llama le Jugement, el Juicio Final, y presenta tres figuras que parecen surgir de sus tumbas, aunque solo se ve un ataúd. Por encima de ellas y cubierta de gloria hay una figura alada (supuestamente, el arcángel Gabriel) tocando una trompeta. Esta cana representa la triple naturaleza espiritual del hombre que se libera del sepulcro de su constitución material. Como en realidad solo un tercio del espíritu entra en el cuerpo físico —los otros dos tercios constituyen el ánthropos o Superhombre hermético—, solo una de las tres figuras sale efectivamente de la tumba. Court de Gébelin cree que tal vez lo del ataúd fue una idea que se les ocurrió en el último momento a los que inventaron la cana y que en verdad la escena representa la creación, más que la resurrección. En filosofía, estas dos palabras son casi sinónimas. El toque de trompeta representa la palabra creadora, que hace que el hombre, al pronunciarla, se libere de sus limitaciones terrenales. En el Tarot seudoegipcio, es evidente que las tres figuras representan las partes de un solo ser, porque aparecen tres momias saliendo de un solo sarcófago.
El arcano mayor número veintiuno se llama le Monde, el Mundo, y muestra a una figura femenina envuelta en un pañuelo que, al ondear al viento, adopta la forma de la letra hebrea kaf Con las manos extendidas —en cada una de las cuales sujeta una varita— y la pierna izquierda cruzada por detrás de la derecha, la figura adopta la forma del símbolo alquímico del azufre. La figura central está rodeada por una corona con forma de mandorla, que Lévi compara con la corona cabalística: Kéter. Los querubines de la visión de Ezequiel ocupan las cuatro esquinas.
Esta carta recibe el nombre del microcosmos y el macrocosmos, porque en ella se sintetizan todos los seres que contribuyen a la estructura de la creación. La figura que tiene la forma del símbolo del azufre representa el fuego divino y el corazón del Gran Misterio. La corona es la naturaleza, que rodea el centro fogoso. Los querubines representan los elementos, los mundos, las fuerzas y los planos que salen del centro divino y fogoso de la vida. La corona también representa la corona del iniciado, que se entrega a los que dominan a los cuatro guardianes y llegan ante la Verdad revelada. En el Tarot seudoegipcio, los querubines rodean una corona compuesta por doce flores trifoliadas: los decanatos del Zodiaco. Una figura humana arrodillada por debajo de la corona toca un arpa de tres cuerdas, porque el espíritu debe crear armonía en la triple constitución de su naturaleza inferior antes de poder conseguir la corona solar de la inmortalidad.
Los cuatro palos de los arcanos menores se consideran análogos a los cuatro elementos, las cuatro esquinas de la creación y los cuatro mundos del cabalismo. Se supone que la clave para comprender los arcanos menores es el Tetragrámmaton, o el nombre de Jehová de cuatro letras, IHVH. Los cuatro palos de los arcanos menores también representan las grandes divisiones de la sociedad: las copas son los sacerdotes; las espadas, los militares; los oros son los comerciantes, y los bastos, los campesinos. Desde el punto de vista de lo que Court de Gébelin denomina la «geografía política», las copas representan a los países del norte: las espadas, a Oriente; los oros, a Occidente, y los bastos, a los países del sur. Las diez cartas numeradas de cada palo representan a las naciones que componen cada una de estas grandes divisiones. Los reyes son sus gobiernos; las reinas, sus religiones; los caballeros, sus historias y su idiosincrasia, y los pajes, sus artes y sus ciencias. Se han escrito complejos tratados sobre el uso de las cartas del Tarot para la adivinación, pero, como esta práctica es contraria a la finalidad fundamental del Tarot, de su análisis no surgirá ningún provecho.
En los museos europeos se encuentran muchos ejemplos interesantes de los primeros naipes y también se guardan muestras notables en las vitrinas de varios coleccionistas privados. Existen unos cuantos mazos pintados a mano que son sumamente artísticos. Representan a varios personajes importantes, contemporáneos de sus creadores. En algunos casos, las figuras son retratos del monarca reinante y de su familia. En Inglaterra se popularizaron las cartas grabadas y en el Museo Británico también se pueden ver algunas cartas curiosas, hechas con plantillas Se utilizaban emblemas heráldicos y Chatto, en Facts and Speculations on the Origin and History of Playing Cards, reproduce cuatro cartas heráldicas en las que las armas del papa Clemente IX adornan al rey de tréboles.
Ha habido mazos filosóficos, con emblemas escogidos de la mitología griega y la romana, y también mazos educativos, adornados con mapas o representaciones pictóricas de lugares y hechos históricos famosos. Se han encontrado muchos ejemplos excepcionales de naipes unidos a las tapas de algunos libros primitivos. En Japón, para poder jugar bien a determinados juegos de cartas hay que conocer muy bien casi todas las obras maestras de la literatura de aquel país. En India hay mazos circulares, que representan episodios de los mitos orientales. También hay cartas que, en cierto sentido de la palabra, no lo son, porque, en lugar de estar hechas de cartulina, están diseñadas sobre madera, marfil e incluso metal. Hay cartas cómicas que caricaturizan a personas y lugares desagradables y hay otras que conmemoran diversos logros humanos. Durante la guerra de secesión, circuló en Estados Unidos una baraja patriótica con estrellas, águilas, anclas y la bandera estadounidense en lugar de los palos y en la que aparecían generales famosos en lugar de las figuras.
Los naipes modernos son los arcanos menores del Tarot, de los cuales se ha suprimido el paje o valet de cada palo, con lo cual quedan trece cartas en cada uno. Sin embargo, incluso en su forma abreviada, la baraja moderna tiene profunda importancia simbólica, porque, aparentemente, su disposición tiene que ver con las divisiones del año. Los dos colores, rojo y negro, representan las dos grandes épocas del año: cuando el sol está al norte del ecuador y cuando está al sur. Los cuatro palos representan las estaciones, las edades de los antiguos griegos y las yugas de los hindúes. Las doce figuras son los signos del Zodiaco dispuestos en grupos de tres: un Padre, un Poder y una Mente, según la parte superior de la Tabla Bembina. Las diez cartas numeradas de cada palo representan los árboles sefiróticos que existen en cada uno de los cuatro mundos (los palos). Las trece cartas de cada palo son los trece meses lunares del año y las cincuenta y dos cartas de la baraja son las cincuenta y dos semanas del año. Si contamos los puntos de las cartas numeradas y calculamos la jota, la reina y el rey como once, doce y trece, respectivamente, la suma de las cincuenta y dos cartas da 364. Si atribuimos un punto al comodín, el resultado es 365, es decir, la cantidad de días del año. Milton Pottenger creía que los Estados Unidos de América se diseñaron de acuerdo con el mazo de naipes convencional y que el gobierno llegará a constar de cincuenta y dos estados administrados por la división quincuagésima tercera: el distrito de Columbia.
Las figuras contienen un montón de símbolos masónicos importantes. Nueve están de frente y tres de perfil. Aquí tenemos la «rueda de la ley» interrumpida, que representa los nueve meses del período prenatal y los tres grados de desenvolvimiento espiritual necesarios para producir el hombre perfecto. Los cuatro reyes armados son los arquitectos amonianos egipcios, que arrancaron el universo a cuchilladas. También son los signos fundamentales del Zodiaco. Las cuatro reinas, con flores de ocho pétalos en la mano como símbolo de Cristo, son los signos fijos del Zodiaco. Las cuatro jotas, dos de las cuales llevan ramitas de acacia —la jota de corazones, en la mano, y la de tréboles, en el sombrero—, son los cuatro signos comunes del Zodiaco. Cabe destacar también que las figuras de los piques no miran hacia el número que está en la esquina de la carta, sino hacia el otro lado, como si temieran a aquel emblema de la muerte. El Gran Maestro de la orden de las cartas es el rey de tréboles, que lleva el orbe como símbolo de su dignidad. Según este simbolismo, el ajedrez es el más importante de todos los juegos.
Ha sido llamado «el juego real», el pasatiempo de los reyes. Como las cartas del Tarot, las piezas del ajedrez representan los elementos de la vida y la filosofía. Ya se jugaba en India y en China mucho antes de que llegara a Europa. Los príncipes de las Indias Orientales solían sentarse en los balcones de sus palacios y jugar al ajedrez con seres humanos colocados encima de un suelo de mármol con cuadrados blancos y negros en el patio que había abajo. La creencia popular es que los faraones egipcios jugaban al ajedrez, aunque, después de estudiar sus esculturas y sus miniados, se ha llegado a la conclusión de que aquel juego era una especie de damas. En China, con frecuencia se tallaban las piezas para representar las dinastías de guerreros, como la manchú y la ming. El tablero de ajedrez está compuesto por sesenta y cuatro cuadrados, blancos y negros alternativamente, y simboliza el suelo de la Casa de los Misterios. Sobre aquel campo de la existencia o el pensamiento se mueven un montón de figuras talladas de forma extraña, cada una según sus propias normas. El rey blanco es Ormuz; el rey negro es Ahrimán, y en las planicies del cosmos se libra, con el correr del tiempo, el gran combate entre la luz y la oscuridad. De la constitución filosófica del ser humano, los reyes representan el espíritu; las reinas, la mente; los alfiles, las emociones; los caballos, la vitalidad, y las torres, el cuerpo físico. Las piezas del lado del rey son positivas y las del lado de la reina, negativas. Los peones son los impulsos sensoriales y la capacidad de percepción: las ocho partes del alma. El rey blanco y su séquito simbolizan el Yo y sus vehículos; el rey negro y su comitiva, el no Yo, el falso ego y su legión. Por consiguiente, el juego del ajedrez plantea la eterna lucha de cada parte de la naturaleza compuesta del hombre contra la sombra de sí misma. La naturaleza de cada una de las piezas se pone de manifiesto en la manera en que se mueve y la geometría es la clave para interpretarlas. Por ejemplo, la torre (el cuerpo) se mueve tanto horizontal como verticalmente; el alfil (las emociones) se mueve en diagonal; el rey, al ser el espíritu, no se puede capturar, pero pierde la batalla cuando queda tan rodeado que no puede escapar.
Si bien la religión de los primeros israelitas ha sido muy criticada, quienes la menosprecian no han tenido en cuenta el momento ni el entorno en los cuales surgió, de forma natural y coherente. No se puede juzgar una civilización comparándola con otra totalmente separada de ella en el tiempo. Al mundo moderno, muchas costumbres antiguas le parecen crueles y bárbaras y, sin embargo, es culpable todos los días de ofensas que habrían resultado igual de repugnantes para la sensibilidad de los pueblos antiguos. Nunca ha habido en el mundo una mayoría de personas pensantes. Solo de vez en cuando se encuentra algún cerebro que realmente trata de resolver no sólo los problemas de su propio destino, sino también los de los demás. El aspecto esotérico, espiritual de todas las religiones es un código hermoso, humanitario y trascendental, que solo comprenden aquellos que se han elevado por encima del plano de lo prosaico y lo convencional. Durante siglos, el hombre ha cumplido la «letra de la ley», sin darse cuenta de que «la letra mata, mas el Espíritu da vida».
Para el verdadero estudioso y místico, el Antiguo Testamento es una fuente de inspiración interminable. Para el intelectual, es motivo de incesantes discusiones y se acalora por las fechas y los lugares, pasando por alto por completo las verdades sublimes que se ocultan tras las alegorías rudimentarias de las Escrituras. Quien conoce a fondo el Misterio del Tabernáculo no necesita ninguna otra religión, porque será uno con los profetas de todos los tiempos. En el transcurso de su vida cotidiana, cada hombre —sin saberlo— es un sacerdote del Tabernáculo, porque, así como Jehová designaba a sus sacerdotes para que mantuvieran en orden Su casa, del mismo modo se designa a cada persona para que mantenga en orden su pequeño mundo. La Naturaleza es el Tabernáculo, el hombre es el sacerdote y el único Dios de todas las naciones y todos los pueblos habita en cada alma humana, detrás del velo bordado del sanctasanctórum.

EL TABERNÁCULO EN EL DESIERTO

No cabe duda de que buena parte del material que se menciona en los cinco primeros libros del Antiguo Testamento procede de los ritos de iniciación de los Misterios egipcios. Los sacerdotes de Isis eran muy versados en las tradiciones ocultas y, durante su cautiverio en Egipto, los israelitas aprendieron mucho de ellos con respecto al significado de la divinidad y la manera de adorarla. La autoría de los cinco primeros libros del Antiguo Testamento se atribuye en general a Moisés, pero realmente que fuera él quien los escribió es objeto de controversia. Bastantes pruebas apoyan la hipótesis de que el Pentateuco fue compilado en una fecha bastante posterior, a partir de tradiciones orales. Con respecto a la autoría de estos libros, Thomas Inman hace una afirmación bastante sorprendente: «Es cierto que tenemos libros que atribuimos a Moisés, del mismo modo que hay o ha habido libros que atribuimos a Homero, Orfeo, Enoch, Mormón y Junius: sin embargo, la existencia de estas obras y la creencia de que fueron escritas por aquellos cuyo nombre llevan no constituyen verdaderas pruebas de aquellos hombres ni de la autenticidad de las obras que reciben su nombre. También es cierto que se habla en ocasiones de Moisés en tiempos de los primeros reyes de Jerusalén; sin embargo, resulta evidente que estos pasajes fueron escritos con posterioridad y que han sido introducidos en los lugares en los que han sido hallados con la intención clara de dar la impresión de que David y Salomón conocían al Legislador».
Aunque el famoso erudito tenía —sin duda— suficientes pruebas para corroborar su opinión, esta afirmación parece demasiado general. Aparentemente, se basaba en el hecho de que Thomas Inman dudaba de la existencia histórica de Moisés, duda que partía de la similitud etimológica entre la palabra «Moisés» y un nombre antiguo del sol. Como consecuencia de estas deducciones, Inman trató de demostrar que el Legislador de Israel no era más que otra forma del mito solar omnipresente. Si bien Inman demostró que, trasponiendo dos de las letras antiguas, la palabra «Moisés» (hcm) se convierte en «Shemmah» (hmc), una manera de llamar al globo celeste, parece haber pasado por alto el hecho de que, en los Misterios antiguos, era habitual dar a los iniciados nombres que eran sinónimos del sol, para simbolizar que habían alcanzado la redención y la regeneración del poder solar en su propia naturaleza. Es mucho más probable que el hombre al que conocemos como Moisés fuera un representante acreditado de las escuelas secretas, que se esforzaba —como lo han hecho muchos otros emisarios— en instruir a las razas primitivas en los misterios de sus almas inmortales.
Es probable que nunca se llegue a saber a ciencia cierta el nombre verdadero del Gran Anciano de Israel que a lo largo de la historia se conoce como Moisés. La palabra «Moisés», entendida en su sentido egipcio esotérico, significa aquel que ha sido admitido en las escuelas mistéricas de la sabiduría y se ha puesto a enseñar a los ignorantes acerca de la voluntad de los dioses y los misterios de la vida, como se explicaban estos misterios en los templos de Isis, Osiris y Serapis. Existe bastante controversia en torno a la nacionalidad de Moisés. Algunos sostienen que era judío y que había sido adoptado y educado por la casa gobernante de Egipto; otros opinan que era egipcio de pura cepa. Unos pocos llegan incluso a equipararlo con el inmortal Hermes, porque los dos ilustres fundadores de sistemas religiosos recibieron del cielo unas tablas que, supuestamente, habían sido escritas por la mano de Dios. Las historias que se narran en relación con Moisés —que la hija del faraón se lo encontró en un arca de juncos, que fue adoptado por la familia real de Egipto y su posterior rebelión contra la autocracia egipcia—coinciden exactamente con algunas de las ceremonias por las que pasaban los candidatos de los Misterios egipcios en sus andanzas rituales en busca de la verdad y el conocimiento. También se pueden encontrar analogías con los movimientos de los cuerpos celestes. No es extraño que el Moisés erudito, iniciado en Egipto, enseñara a los judíos una filosofía que contenía los principios más importantes del esoterismo egipcio.
Las religiones que había en Egipto en la época del cautiverio de los israelitas eran mucho más antiguas de lo que advertían incluso los propios sacerdotes egipcios No era fácil compilar historias en aquellos tiempos y los egipcios se conformaban con remontar los orígenes de su raza a un período mitológico en el que los propios dioses deambulaban por la tierra y, con su propio poder, establecieron el doble imperio del Nilo.
Los egipcios no se imaginaban que aquellos progenitores divinos eran los atlantes, que, obligados por los cataclismos volcánicos a abandonar sus siete islas, habían emigrado a Egipto —por entonces, una colonia de la Atlántida —, donde establecieron un gran centro de civilización filosófico y literario que posteriormente ejercería una influencia profunda en la religión y la ciencia de innumerables razas y pueblos. En la actualidad, nadie se acuerda de Egipto, pero lo egipcio será recordado y venerado siempre. Egipto está muerto y, sin embargo, seguirá siendo inmortal en su literatura, su filosofía y su arquitectura.
Así como Odín fundó sus Misterios en Escandinavia y Quetzalcóatl, en México, Moisés, trabajando incansablemente con el pueblo, entonces nómada, de las doce tribus de Israel, estableció en medio de él su escuela secreta y simbólica, que es lo que se conoce como los Misterios del Tabernáculo. El Tabernáculo de los judíos no era más que un templo construido según el modelo de los templos egipcios, que se podía transportar para satisfacer las necesidades del carácter errante por el cual eran famosos los israelitas. Cada una de las partes del Tabernáculo y lo que lo rodeaba simbolizaba alguna gran verdad natural o filosófica. Para el profano no era más que un lugar al que llevar ofrendas y en el cual hacer sacrificios; para el sabio era un templo de aprendizaje consagrado al Espíritu Universal de la Sabiduría. Aunque las grandes mentes del mundo judío y el cristiano se han dado cuenta de que la Biblia es un libro lleno de alegorías, parece que pocos se han tomado la molestia de investigar sus símbolos y sus parábolas. Dicen que, cuando Moisés instituyó sus Misterios, transmitió a unos pocos iniciados escogidos determinadas enseñanzas orales que jamás se podían poner por escrito, sino que se tenían que preservar verbalmente de generación en generación. Aquellas instrucciones tenían forma de claves filosóficas, gracias a las cuales las alegorías revelaban su significado oculto. Los judíos llamaban Cábala (Cabalá, Kabbalah, Qabbalah) a aquellas claves místicas de sus escritos sagrados.
Parece que el mundo moderno ha olvidado la existencia de aquellas enseñanzas no escritas, que brindaban una explicación satisfactoria de las aparentes contradicciones de las Escrituras, y que tampoco recuerda que los paganos nombraron custodio de la clave del templo de la sabiduría al Jano de dos caras. Jano se ha transformado en san Pedro, que tantas veces se representa con la llave de la puerta del cielo en la mano. Las llaves de oro y plata del «vicario de Dios en la tierra», el Papa, representan esta «doctrina secreta» que, cuando se comprende bien, abre el cofre de los tesoros de la Cábala cristiana y la judía. Los templos del misticismo egipcio (de los cuales se copió el Tabernáculo) eran, según sus propios sacerdotes, representaciones del universo en miniatura. El sistema solar siempre se consideró un gran templo de iniciación, en el cual los candidatos ingresaban por las puertas del nacimiento; después de abrirse paso por los pasillos tortuosos de la existencia terrenal, se aproximaban por fin al velo del Gran Misterio (la Muerte), a través de cuya puerta volvían a desvanecerse en el mundo invisible. Sócrates recordó veladamente a sus discípulos que la Muerte era, en realidad, la gran iniciación, porque sus últimas palabras fueron: «Critón, le debo un gallo a Asclepio; no te olvides de pagárselo».
La vida es el gran misterio y solo aquellos que superan sus pruebas, las interpretan bien y extraen de ellas la esencia de la experiencia llegan a conocer la verdad. Por eso se construían los templos con la forma del mundo y sus rituales se basaban en la vida y sus innumerables problemas. No era el propio Tabernáculo lo único que seguía el modelo del misticismo egipcio: sus utensilios también tenían la forma antigua y aceptada. Hasta el Arca de la Alianza era una adaptación del arca egipcia, con las mismas figuras arrodilladas en la tapa. En los bajorrelieves del templo de File se ven sacerdotes egipcios transportando su arca —muy semejante a la de los judíos — a hombros por medio de unas pértigas, como las que se describen en el Éxodo.

La construcción del Tabernáculo

Moisés, hablando en nombre de Jehová, el Dios de Israel, nombró a dos arquitectos para que supervisaran la construcción del Tabernáculo: Besalel, hijo de Uri. de la tribu de Judá, y Oholiab, hijo de Ahisamach, de la tribu de Dan. Eran tan populares que también el pueblo los eligió por unanimidad. Cuando Jacob bendijo a sus hijos en su lecho de muerte, asignó a cada uno de ellos un símbolo. El símbolo de Judá era un león y el de Dan, una serpiente o un ave (posiblemente un águila). El león y el águila son dos de los cuatro animales de los querubines (los signos fijos del Zodiaco) y los alquimistas rosacruces sostenían que la misteriosa piedra de la sabiduría (el alma) estaba compuesta con la ayuda de la sangre del león rojo y el gluten del águila blanca. Es probable que haya una relación mística oculta entre el fuego (el león rojo), el agua (el águila blanca) —como se utilizaban en la química oculta— y los representantes de las dos tribus, cuyos símbolos coincidían con estos elementos alquímicos.
Así como el Tabernáculo era la morada de Dios entre los hombres, el cuerpo del alma en el hombre es la morada de su naturaleza divina, en tomo a la cual se reúne una constitución material formada por doce partes, del mismo modo en que las tribus de Israel acampaban alrededor del recinto consagrado a Jehová. La idea de que el Tabernáculo en realidad era un símbolo de una verdad espiritual invisible e incomprensible para los israelitas se corrobora con lo que se dice en el octavo capítulo de la Epístola a los Hebreos: «Éstos dan culto en lo que es sombra y figura de realidades celestiales, según le fue revelado a Moisés al emprender la construcción de la Tienda». Vemos aquí que al lugar de culto físico y material lo llaman «sombra», o símbolo de una institución espiritual, invisible pero omnipotente. Las normas para la construcción del Tabernáculo se describen en el capítulo 25 del libro del Éxodo: «Yahvé habló a Moisés diciendo: “Di a los israelitas que reserven ofrendas para mí. Me reservaréis la ofrenda de todo aquel a quien su corazón mueva. De ellos reservaréis lo siguiente: oro, plata y bronce; púrpura violeta y escarlata, carmesí, lino fino y pelo de cabra; pieles de carnero teñidas de rojo, cueros finos y maderas de acacia; aceite para el alumbrado, aromas para el óleo de la unción y para el incienso aromático; piedras de ónice y piedras de engaste para el efod y el pectoral. Me harás un Santuario para que yo habite en medio de ellos. Lo haréis conforme al modelo de la Morada y al modelo de todo su mobiliario que yo voy a mostrarte”». El patio del Tabernáculo era un espacio cerrado, de cincuenta codos de ancho y cien codos de largo, flanqueado por cortinajes de lino colgados de pilares de bronce, con una distancia de cinco codos entre ellos. Había veinte de aquellos pilares en cada uno de los lados más largos y diez en los más cortos. Cada pilar tenía la base de bronce y el capitel de plata, el Tabernáculo siempre se disponía con los lados largos mirando al Norte y al Sur y los lados cortos hacia el Este y el Oeste, con la entrada al Este, lo que demuestra la influencia del culto primitivo al sol.
El patio exterior tenía como finalidad fundamental aislar la tienda del Tabernáculo propiamente dicho, que se alzaba en el centro del recinto. A la entrada del patio, situada en la cara oriental del rectángulo, estaba el altar de los holocaustos, hecho de placas de bronce sobre madera y adornado con cuernos de toros y carneros. Más adentro, pero en la misma línea que este altar, estaba la jofaina de la purificación, un gran recipiente con agua para las abluciones de los sacerdotes. La jofaina estaba compuesta por dos partes: la superior era un cuenco inmenso, probablemente tapado, que alimentaba el cuenco inferior, en el cual los sacerdotes se lavaban antes de participar en las diversas ceremonias. Se supone que en aquella jofaina estaban incrustados los espejos de metal de las mujeres de las doce tribus de Israel.

Las medidas del Tabernáculo

propiamente dicho eran las siguientes: «Su longitud, cuando se construyó, era de treinta codos y tenía diez codos de ancho. Uno de sus muros daba al Sur y el otro estaba expuesto al Norte; en la parte posterior quedaba el Oeste. Tenía que medir lo mismo de alto que de ancho (diez codos)».
Los bibliólogos tienen por costumbre dividir el interior del Tabernáculo en dos salas: una de diez codos de ancho, diez codos de altura y veinte codos de largo, llamada el Lugar Santo, que contenía tres objetos especiales; a saber: la menorá, o candelabro de siete brazos, la mesa de los panes de la presencia y el altar del incienso; la otra tenía diez codos de ancho, diez codos de altura y diez codos de largo, se llamaba el Sanctasanctórumy solo contenía un objeto: el Arca de la Alianza. Las dos salas estaban separadas entre sí por un velo ornamental, en el cual había bordadas flores de muchos tipos, pero ninguna figura animal ni humana.
Flavio Josefo da a entender que había un tercer compartimiento, formado por una subdivisión del Lugar Santo, al menos de forma hipotética, en dos cámaras. El historiador judío no es demasiado explícito en su descripción de esta tercera sala y la mayoría de los autores parecen haber pasado por alto este punto y no lo mencionan en absoluto, aunque Flavio Josefo afirma categóricamente que Moisés dividió la tienda interior en tres partes. El velo que separaba el Lugar Santo del Sanctasanctórum estaba colgado de cuatro pilares, lo cual era, probablemente, un símbolo sutil de los cuatro elementos, mientras que a la entrada de la tienda propiamente dicha los judíos colocaban siete pilares, en referencia a los siete sentidos y las siete vocales del nombre sagrado. Que posteriormente solo se mencionen cinco pilares se puede deber al hecho de que, en la actualidad, el hombre solo dispone de cinco sentidos desarrollados y cinco vocales activas. El escritor judío primitivo que escribió The Baraitha se refiere a los cortinajes con las siguientes palabras:
«Les entregaron diez tapices de lino fino torzal de color azul, púrpura y escarlata. Como se dice: “Harás la Morada con diez tapices de lino fino torzal, de púrpura, violeta y escarlata”. […] Les dieron once piezas de pelo de cabra y cada pieza medía treinta codos de largo […]. El rabino Judá dijo: “Había dos cubiertas: la inferior de pieles de carnero teñidas de rojo y la superior de pieles de tejón”».
Calmet opina que lo que se ha traducido como «tejón» en realidad en hebreo era «púrpura oscuro» y, por consiguiente, no hacía referencia a ningún animal en concreto, sino, probablemente, a un tejido impermeable muy denso de un color oscuro y discreto. Durante el período en el cual el pueblo de Israel vagó por el desierto, se supone que una columna de fuego permanecía inmóvil en el aire encima del Tabernáculo por la noche, mientras que una columna de humo lo acompañaba durante el día. Los judíos llamaban Shejiná a aquella nube, que simbolizaba la presencia del Señor. En uno de los libros judíos primitivos que se dejaron de lado al compilar el Talmud aparece la siguiente descripción de la Shejiná:
Entonces una nube cubrió la tienda de la congregación y la gloria del Señor inundó el Tabernáculo. Era una de las nubes de gloria que acompañaron a los israelitas en el desierto durante cuarenta años Una del lado derecho y la otra del izquierdo y una por delante de ellos y la otra por detrás. Y una encima de ellos y una nube en medio de ellos (y la nube, la Shejiná, que estaba en la tienda) y la columna de nube que se movía delante de ellos, haciendo descender ante ellos los sitios elevados y elevando ante ellos los sitios bajos matando serpientes y escorpiones, quemando espinas y maderas de brezo y guiándolos por el camino recto.

Los enseres del Tabernáculo

No cabe duda de que, desde un punto de vista esotérico, el Tabernáculo, los enseres que contenía y su ceremonial son análogos a la estructura, los órganos y las funciones del cuerpo humano. A la entrada del patio exterior del Tabernáculo estaba el Altar de los Holocaustos, de cinco codos de largo y cinco codos de ancho, pero apenas tres codos de altura. Su superficie superior era una rejilla de bronce sobre la cual se colocaba el sacrificio, mientras que debajo estaba el lugar para el fuego. Aquel altar quería decir que el candidato, al entrar por primera vez en el recinto del santuario, no debe ofrecer sobre el altar de bronce un pobre toro o un carnero inofensivo, sino lo que correspondía a ellos dentro de su propia naturaleza. El toro, como símbolo de campechanía, representaba su propia constitución grosera, que tiene que arder en el fuego de su divinidad.
Más al oeste, en la misma línea que el altar de bronce, estaba la Jofaina de la Purificación, ya descrita. Para el sacerdote, representaba que tenía que lavar no solo su cuerpo, sino también su alma, para quitarle toda impureza, porque nadie que no esté limpio tanto en cuerpo como en alma puede presentarse ante la divinidad y seguir vivo. Después de la Jofaina de la Purificación estaba la entrada al Tabernáculo propiamente dicho, orientada hacia el Este, de modo que los primeros rayos del sol naciente entraran e iluminaran la cámara. Entre los pilares con incrustaciones se podía ver el Lugar Santo, una cámara misteriosa en cuyas paredes colgaban unas cortinas magníficas, bordadas con rostros de querubines. Contra la pared meridional del Lugar Santo estaba el gran Candelabro, o lámpara, de oro; se creía que pesaba como cincuenta kilos. De su eje central salían seis brazos, cada uno de los cuales acababa en una depresión en forma de copa en la que había una lámpara de aceite. Las lámparas eran siete: tres en los brazos de cada lado y una en el tallo central. El Candelabro estaba adornado con setenta y dos almendras, botones y flores. Flavio Josefo dice que son setenta, pero siempre que los hebreos utilizan este número redondo en realidad quieren decir setenta y dos. Enfrente del Candelabro, contra la pared septentrional, había una mesa con doce Panes de la Presencia en dos pilas de seis panes cada una. En esta mesa había también dos incensarios encendidos, que se colocaban en lo alto de las pilas de Panes de la Presencia para que el humo del incienso fuera un aroma aceptable para el Señor, que llevara consigo, al ascender, el alma del Pan de la Presencia.
En el centro de la habitación, casi contra la división que conducía al Sanctasanctórum, estaba el Altar del Incienso, hecho de madera recubierta de chapas de oro. Tenía un codo de ancho y un codo de largo y dos codos de altura. Aquel altar simbolizaba la laringe humana, desde la cual suben las palabras de la boca del hombre como una ofrenda aceptable al Señor, porque la laringe ocupa, en la constitución del hombre, el puesto comprendido entre el Lugar Santo, que es el tronco, y el Sanctasanctórum, que es la cabeza y lo que contiene. Nadie puede ingresar en el Sanctasanctórum, salvo el Sumo Sacerdote, y él solo en momentos determinados. En aquella sala no había nada más que el Arca de la Alianza, apoyada en la pared occidental, frente a la entrada. Según el Éxodo, el Arca medía dos codos y medio de largo, un codo y medio de ancho y un codo y medio de altura. Esta ba hecha de madera de acacia negra, revestida por dentro y por fuera con láminas de oro, y contenía las tablas sagradas de la ley que fueron entregadas a Moisés en el monte Sinaí. La tapa del Arca tenía la forma de un plato de oro, sobre el cual se arrodillaban dos criaturas misteriosas enfrentadas, llamadas querubines, con las alas arqueadas por encima de sus cabezas. Sobre aquel trono situado entre las alas de los celestiales descendía el Señor de Israel cuando deseaba comunicarse con Su Sumo Sacerdote.
Por comodidad, todos los enseres del Tabernáculo eran fáciles de transportar. Cada altar y cada objeto, del tamaño que fuera, disponía de unas pértigas que se pasaban por unos anillos, para que pudiera ser transportado por cuatro o más portadores. El Arca de la Alianza conservó las pértigas hasta que por fin fue colocada en el Sanctasanctórum de su Casa Eterna: el templo del rey Salomón. No cabe duda de que los judíos primitivos eran conscientes, al menos en parte, de que su Tabernáculo era algo simbólico. Flavio Josefo lo notó y, aunque ha sido muy criticado por interpretar el simbolismo del Tabernáculo según el paganismo egipcio y el griego, su descripción del significado oculto de sus cortinajes y sus enseres es digna de consideración. Dice lo siguiente:
«Cuando Moisés distinguió tres partes en el Tabernáculo y adjudicó dos de ellas a los sacerdotes, como lugar accesible y común, quiso indicar la tierra y el mar, a los que todo el mundo podía acceder; sin embargo, reservó la tercera parte a Dios, porque el cielo es inaccesible para el hombre. Cuando ordenó que se dispusieran doces panes sobre la mesa, quiso indicar el año, dividido en la misma cantidad de meses. Al ramificar el candelabro en setenta partes, en secreto daba a entender los decanatos, o las setenta divisiones de los planetas, y, en cuanto a las siete lámparas del candelabro, hacían referencia a la trayectoria de los planetas, puesto que tal es su número. Asimismo, los velos, que estaban compuestos de cuatro partes, indicaban los cuatro elementos: el lino era adecuado para indicar la tierra, porque esta planta sale de la tierra: el morado representaba el mar, porque para teñir de ese color se utiliza la sangre de un marisco; el azul es adecuado para representar el aire, y el escarlata será, naturalmente, un indicio del fuego.
Como las vestiduras del sumo sacerdote eran de lino, hacían referencia a la tierra: el azul indicaba el cielo —era como el relámpago en sus granadas — y en el ruido de las campanillas se parecía al trueno. En cuanto al efod, demostraba que Dios había hecho el universo de cuatro (elementos) y, en cuanto al oro entretejido, […] hacía referencia al esplendor que todo lo iluminaba. También hizo que el pectoral se colocara en medio del efod, para asemejarse a la tierra, porque ocupa el lugar central del mundo. La faja que ceñía al sumo sacerdote representaba el océano, que rodea el universo y lo incluye. Cada una de las piedras de ónice nos indica el sol y la luna; me refiero a las que tenían carácter de botones en las hombreras del sumo sacerdote. En cuanto a las doce piedras, tanto si entendemos que representan los meses como si entendemos la misma cantidad de signos en el círculo que los griegos llaman Zodiaco, no andaremos errados en su significado. Con respecto a la mitra, que era de color azul, me parece que representa el cielo, porque, de lo contrario, ¿cómo podría inscribirse en ella el nombre de Dios? Que también la adornara una corona y, además, de oro, se debe al esplendor que complace a Dios». También tiene importancia simbólica que el Tabernáculo se construyese en siete meses y que se dedicara a Dios en el momento de la luna nueva. Todos los metales que se utilizaron para construir el Tabernáculo eran emblemáticos. El oro representa la espiritualidad y las láminas de oro que cubrían la madera de acacia negra eran símbolos de la naturaleza espiritual que glorifica la naturaleza humana, representada por la madera. Según los místicos, el cuerpo físico del hombre está rodeado de una serie de cuerpos invisibles de distintos colores y gran esplendor. En la mayoría de los pueblos, la naturaleza espiritual queda oculta y aprisionada en la naturaleza material, pero en algunos esta constitución interna se ha exteriorizado y la naturaleza espiritual está fuera, de modo que rodea la personalidad del hombre con un gran resplandor. La plata, que aparece en el capitel de los pilares, hace referencia a la luna, que era sagrada tanto para los judíos como para los egipcios. Los sacerdotes celebraban ceremonias rituales secretas en la época de la luna nueva y la luna llena y estos dos períodos se consagraban a Jehová. Según los antiguos, la plata era el oro con el rayo del sol vuelto hacia dentro, en lugar de exteriorizarse. Mientras que el oro simbolizaba el alma espiritual, la plata representaba la naturaleza purificada y regenerada del ser humano.
El bronce que se empleaba en los altares exteriores era una sustancia compuesta por una aleación de metales preciosos y de baja ley, con lo cual representaba la constitución del individuo medio, que es una combinación de los elementos superiores y los inferiores. Las tres divisiones del Tabernáculo tendrían que revestir especial interés para los masones, porque representan los tres grados de la Logia Azul, mientras que las tres órdenes de sacerdotes que atendían el Tabernáculo se preservan en la masonería moderna como el aprendiz, el compañero y el maestro. Los habitantes de las islas Hawai construyeron un tabernáculo parecido al de los judíos, salvo que sus salas estaban superpuestas, en lugar de estar una detrás de la otra, como ocurre en el caso del Tabernáculo de los israelitas. Las tres salas son también las tres cámaras importantes de la Gran Pirámide de Gizeh.

Las vestiduras de gala

Como se explicaba en la cita tomada de Flavio Josefo, las vestiduras y los ornamentos de los sacerdotes judíos tenían un significado secreto y hasta el día de hoy existe un lenguaje religioso en clave, oculto en los colores, las formas y los usos de las vestiduras sagradas no solo entre los sacerdotes cristianos y los judíos, sino también en las religiones paganas. Las vestiduras de los sacerdotes del Tabernáculo recibían el nombre de cahanoeoe; las del sumo sacerdote se llamaban cahanoeoe rabboe. Encima del machanese, una prenda interior parecida a unos pantalones cortos, llevaban el chethone, una túnica delicada de hilo fino que llegaba al suelo y tenía mangas largas que se sujetaban a los brazos del usuario. Una faja con muchos bordados, que daba varias vueltas alrededor de la cintura (un poco más arriba de lo habitual) y de la que quedaba un extremo colgando por delante, y una birreta estrecha de lino, llamada masnaemphthes, completaban el atuendo del sacerdote corriente.
Las vestiduras del Sumo Sacerdote eran similares a las de los grados inferiores, aunque se les añadían algunas prendas y ornamentos. Sobre la túnica de lino blanco tejida especialmente, el Sumo Sacerdote llevaba un hábito sin costuras ni mangas, de color azul celeste, que le llegaba a los pies. Recibía el nombre de meeir y estaba adornado con una orla en la que se alternaban las campanillas y las granadas. En el Eclesiástico, aquellas campanillas y su significado se describen con estas palabras: «Y lo rodeó de granadas y de muchas campanillas de oro alrededor, de modo que, al andar, se produjera un ruido y un sonido que se oyera por el templo, para recordar a los niños de su pueblo». El meeir se sujetaba también con una faja multicolor finamente bordada y con hilo de oro introducido en el bordado. El efod, una prenda corta que, según la descripción de Flavio Josefo, parecía una chaqueta, se llevaba sobre la parte superior del meeir. Estaba tejido con hilos de muchos colores, probablemente rojo, azul, morado y blanco, como los cortinajes y las telas que cubrían el Tabernáculo. También llevaba hilos de oro fino entretejidos. El efod se sujetaba a cada hombro mediante un ónice con forma de botón y en las dos piedras estaban grabados los nombres de los doce hijos de Jacob: seis en cada una. Se suponía que aquellos botones de ónice servían como oráculos y, cuando el Sumo Sacerdote formulaba determinadas preguntas, emitían un resplandor celestial. Cuando se iluminaba el ónice del hombro derecho, quería decir que Jehová respondía de forma afirmativa a la pregunta del Sumo Sacerdote; en cambio, cuando relucía el de la izquierda, indicaba una respuesta negativa. En medio de la superficie delantera del efod había un espacio para poner el essen, o pectoral de la rectitud y la profecía, que, como su nombre indica, también era un oráculo muy poderoso.
Era más o menos cuadrado y consistía en un cuerpo bordado en el que había engastadas doce piedras, cada una en un engarce de oro. Debido al gran peso de sus piedras, cada una de las cuales tenía un tamaño considerable y un valor inmenso, el pectoral se mantenía en su sitio mediante cadenillas especiales de oro y cintas. Las doce piedras del pectoral, como las piedras de ónice de las hombreras del efod, tenían la misteriosa capacidad de iluminarse con la gloria divina y, por consiguiente, de servir como oráculos. Con respecto al extraño poder de estos símbolos resplandecientes de las doce tribus de Israel, Flavio Josefo escribe lo siguiente: «Mencionaré algo más maravilloso aún que esto: porque Dios anunciaba de antemano, mediante aquellas doce piedras que el Sumo Sacerdote llevaba sobre el pecho y que estaban insertadas en su pectoral, cuándo saldrían victoriosos en la batalla, porque era tal el esplendor que brillaba en ellas antes de que el ejército emprendiera la marcha que todos percibían la presencia de Dios para ayudarlos. Sucedió entonces que aquellos griegos, que sentían veneración por nuestras leyes, como les resultaba imposible contradecirlo, dieron al pectoral el nombre de “el oráculo”». El autor añade a continuación que las piedras dejaron de encenderse y brillar como doscientos años antes de que él escribiera su historia, porque los judíos habían infringido las leyes de Jehová y el Dios de Israel ya no estaba satisfecho con Su pueblo elegido.
Los judíos aprendieron astronomía de los egipcios y es probable que las doce joyas del pectoral simbolizaran las doce constelaciones del Zodiaco. Aquellas doce jerarquías celestiales se consideraban joyas que adornaban el pectoral del hombre universal, el Macroprosopo, mencionado en el Zohar como «el anciano de los días». El número doce aparece con frecuencia entre los pueblos antiguos, casi todos los cuales tenían un panteón constituido por doce semidioses, presidido por el Invencible, que era Él mismo, sometido al Impenetrable Padre de Todos. Este uso del número doce destaca en particular en los escritos judíos y los cristianos: los doce profetas, los doce patriarcas, las doce tribus y los doce apóstoles; cada grupo tiene un significado oculto determinado, porque cada uno hace referencia al Divino Duodécimo, cuyas emanaciones se manifiestan en el universo creado y tangible a través de doce canales individualizados. La doctrina secreta también enseñaba a los sacerdotes que las joyas representaban centros de vida dentro de su propia constitución, que, cuando se desarrollaban según las instrucciones esotéricas del templo, eran capaces de absorber en sí mismas la luz divina de la divinidad y de volverla a irradiar. Los rabinos enseñaban que cada uno de los hilos de lino retorcidos que se usa ron para tejer los cortinajes y los ornamentos del Tabernáculo contenía veinticuatro fibras distintas, para recordar a los perspicaces que la experiencia que se adquiere durante las veinticuatro horas del día se convierte en los hilos con los que se tejen las vestiduras de gala.

El Urim y el Thummim

En el reverso del essen, o pectoral, había un bolsillo que contenía unos objetos misteriosos: el urim y el thummim. Aparte del hecho de que se usaban para la adivinación, poco más se sabe de ellos. Algunos autores sostienen que eran piedras pequeñas (parecidas a los fetiches que algunos pueblos aborígenes veneran todavía) que los israelitas habían llevado consigo al marchar de Egipto, convencidos de que poseían poderes adivinatorios. Otros creían que el urim y el thummim tenían forma de dados, que se arrojaban al suelo y servían para tomar decisiones. Unos pocos sostienen que no eran más que nombres sagrados, escritos en láminas de oro, que se llevaban como talismanes. «Según algunos, el urim y el thummim representan “luces y perfecciones” o “la luz y la verdad”; esto último presenta una analogía asombrosa con las dos figuras de Re (Ra) y Temis que aparecen en el pectoral que llevaban los egipcios.»
El tocado no era lo menos extraordinario de las vestiduras del Sumo Sacerdote. Encima del simple birrete blanco del sacerdote corriente, este dignatario llevaba una tela azul  una corona de oro, que constaba de tres bandas, una por encima de la otra, como la mitra triple de los magos persas. Esta corona simbolizaba que el Sumo Sacerdote no solo imperaba sobre los tres mundos que los antiguos habían diferenciado (el cielo, la tierra y el infierno), sino también sobre las tres divisiones del ser humano y el universo: el mundo espiritual, el intelectual y el material. Estas divisiones también estaban representadas en los tres aposentos del propio Tabernáculo.
En lo alto del tocado había una copa de oro diminuta, con forma de flor, que significaba que la naturaleza del sacerdote era receptiva y que tenía un recipiente en su propia alma que, como si fuera una copa, podía recoger las aguas eternas de la Vida que caían en él desde el cielo. Esta flor situada sobre la coronilla de su cabeza se asemeja en su significado esotérico a la rosa que crecía en una calavera, tan famosa en la simbología de los templarios. Los antiguos creían que la naturaleza espiritual que huía del cuerpo ascendía a través de la coronilla; por consiguiente, el cáliz o la copa con forma de flor simbolizaba también la conciencia espiritual. En el Rente de la corona de oro estaba escrito en hebreo «consagrada a Yahveh».
Aunque las togas y los ornamentos aumentaban el respeto y la veneración de los israelitas por su Sumo Sacerdote, todo aquel boato no significaba nada para Jehová. Por consiguiente, antes de entrar en el Sanctasanctórum, el Sumo Sacerdote se quitaba todas aquellas galas terrenales y se presentaba desnudo ante el Señor Dios de Israel. Allí podía vestirse tan solo con sus propias virtudes y su espiritualidad debía adornarlo como una prenda de vestir. Cuenta la leyenda que quienquiera que por casualidad entrase en el Sanctasanctórum sin estar limpio era destruido por un relámpago del fuego divino procedente del trono de Dios. Si el Sumo Sacerdote tenía aunque solo fuera un pensamiento egoísta, lo mataba. Como nadie sabe cuándo le puede pasar por la cabeza un pensamiento inadecuado, había que tomar precauciones, por si el Sumo Sacerdote moría cuando estaba en presencia de Jehová. Como los demás sacerdotes no podían entrar en el santuario, cuando su líder estaba a punto de entrar a recibir las órdenes del Señor, le ataban una cadena en tomo a uno de los pies, para que, si moría mientras estaba detrás del velo, pudieran arrastrar su cadáver hacia fuera.

Manly Palmer Hall - Farmacologia, Química y Terapêuticas Herméticas

 

El arte de la curación era, en un principio, una de las ciencias secretas de la clase sacerdotal y el misterio de sus orígenes se esconde tras el mismo velo que oculta la génesis de la creencia religiosa. Todas las formas superiores de conocimiento estaban, al comienzo, en poder de las castas sacerdotales. El templo fue la cuna de la civilización. Los sacerdotes, en ejercicio de su prerrogativa divina, dictaban las leyes y las hacían cumplir, nombraban a los gobernantes y los controlaban, se ocupaban de las necesidades de los vivos y guiaban el destino de los muertos. El clero monopolizaba todas las ramas del saber y solo admitía entre sus filas a quienes reunían las cualidades intelectuales y morales necesarias para perpetuar sus arcanos. La siguiente cita, tomada de El político de Platón, tiene que ver con esta cuestión: «[…] en Egipto, no se permite reinar al propio rey, a menos que tenga poderes sacerdotales, y si perteneciera a otra clase y hubiese llegado al trono mediante la violencia, debe formar parte del clero».
Los candidatos que aspiraban a ser miembros de las órdenes religiosas eran sometidos a duras pruebas —llamadas «iniciaciones»— para demostrar que eran dignos. Los sacerdotes aceptaban como hermanos a quienes lograban superarlas y los instruían en las enseñanzas secretas. Entre los antiguos, la filosofía, la ciencia y la religión nunca se consideraban por separado, sino que cada una se tomaba como una parte esencial del todo. La filosofía era científica y religiosa; la ciencia era filosófica y religiosa, y la religión era filosófica y científica. La sabiduría perfecta se consideraba inalcanzable, a menos que se armonizaran estas tres expresiones de la actividad mental y moral.
Si bien los médicos modernos reconocen a Hipócrates como padre de la medicina, los antiguos therapeutae atribuían al Hermes inmortal la distinción de ser el fundador del arte de curar. San Clemente de Alejandría, al describir los libros atribuidos a la pluma de Hermes, dividió los escritos sagrados en seis clasificaciones generales, una de las cuales, el Pastophorus, estaba dedicada a la ciencia de la medicina. La Smaradgine, o Tabla de Esmeralda, hallada en el valle del Hebro y en general atribuida a Hermes, en realidad es una fórmula química de una orden elevada y secreta. Hipócrates, el famoso médico griego, durante el siglo V antes de Cristo desvinculó el arte de curar de las demás ciencias del templo y estableció de este modo un precedente de separación, una de cuyas consecuencias es el extremo materialismo científico tan difundido en la actualidad. Los antiguos se daban cuenta de la interdependencia de las ciencias, pero los modernos no y, en consecuencia, unos sistemas de conocimiento incompletos procuran mantener el individualismo aislado. Los obstáculos con los que se enfrenta actualmente la investigación científica se deben, en gran medida, a las limitaciones sesgadas impuestas por quienes no están dispuestos a aceptar nada que trascienda de las percepciones concretas de los cinco sentidos humanos principales.

El Sistema de Filosofía Médica de Paracelso

Después de que se hiciera caso omiso de ellos durante mucho tiempo, durante la Edad Media se volvieron a reunir los axiomas y las fórmulas de la sabiduría hermética, se pusieron por escrito y se hicieron esfuerzos sistemáticos para comprobar su validez. A Theophrastus de Hohenheim, que respondía al nombre de Paracelso —que significa «más grande que Celso»—, debe el mundo gran parte del conocimiento que posee actualmente sobre los sistemas de medicina antiguos.
Paracelso dedicó toda su vida a estudiar y presentar la filosofía hermética. Aprovechó todas las nociones y todas las teorías y, si bien los miembros de la fraternidad médica menosprecian hoy su memoria, como se opusieron entonces a su sistema, el mundo oculto sabe que en algún momento será reconocido como el médico supremo de todos los tiempos. Aunque sus enemigos no le perdonan su carácter heterodoxo y exótico y, por sus ansias de viajar, lo han llamado vagabundo, la suya fue una de las pocas mentes que procuraron conciliar con inteligencia el arte de curar con los sistemas filosóficos y religiosos del paganismo y el cristianismo. Para defender su derecho a buscar el conocimiento en todas partes de la tierra y entre todas las clases sociales, Paracelso escribió lo siguiente: «Por lo tanto, considero que es para mí motivo de alabanza y no de culpa haber continuado hasta ahora y dignamente con mis vagabundeos. Por eso doy fe, con respecto a la naturaleza, de que quien la investigue deberá recorrer sus libros con los pies. Lo que está escrito no se ha investigado mediante sus cartas, sino en la naturaleza, de una tierra a otra, a veces en una tierra y otras veces en una hoja, puesto que así es el códice de la naturaleza y así hay que pasar sus páginas».
Paracelso fue un gran observacionista y quienes mejor lo conocieron lo llamaban «el segundo Hermes» y «el Trismegisto suizo». Recorrió Europa de cabo a rabo y es posible que penetrara en tierras orientales mientras buscaba supersticiones y descubría doctrinas supuestamente perdidas. Aprendió mucho de los gitanos acerca del uso de las plantas herbáceas con propiedades medicinales y, aparentemente, de los árabes sobre la fabricación de talismanes y sobre las influencias de los cuerpos celestes Para él era mucho más importante curar a los enfermos que mantener una postura médica ortodoxa, de modo que sacrificó una carrera médica que podría haber llegado a ser digna y fue perseguido toda la vida por atacar implacablemente los sistemas terapéuticos de su época. Su hipótesis fundamental era que todo lo que había en el universo era bueno para algo y por eso arrancaba hongos de las lápidas y recogía rocío en platillos de cristal a medianoche. Era un verdadero explorador de los arcanos de la naturaleza. Según muchos expertos, fue el descubridor del mesmerismo, que Mesmer desarrolló a partir del estudio de las obras de este gran médico suizo. Sus propias palabras extravagantes nos proporcionan la mejor manera de expresar el absoluto desprecio que Paracelso sentía por los limitados sistemas médicos que estuvieron en boga durante su vida y su convencimiento de que eran inadecuados: «Sin embargo, la cantidad de enfermedades debidas a causas desconocidas es muy superior a las que proceden de causas mecánicas y para aquellas nuestros médicos no conocen ninguna cura, porque, al no conocer sus causas, no pueden hacerlas desaparecer. Lo único que les permite la prudencia es observar al paciente y elucubrar sobre su estado, y el paciente puede sentirse satisfecho si los medicamentos que le administran no le ocasionan daños graves ni impiden su restablecimiento.
Los mejores de nuestros médicos populares son los que causan menos daño. Sin embargo, lamentablemente, algunos envenenan a sus pacientes con mercurio y otros los purgan o hacen que mueran desangrados. Algunos han aprendido tanto que su saber les ha hecho perder todo el sentido común, mientras que otros se preocupan mucho más de su propio provecho que de la salud de sus pacientes. Una enfermedad no cambia de estado para ajustarse a los conocimientos del médico, sino que el médico debería comprender las causas de la enfermedad. El médico debería estar al servicio de la naturaleza, en lugar de ser su enemigo; debe ser capaz de guiarla y dirigirla en su lucha por la vida, en lugar de ponerle, por su intromisión poco razonable, nuevos obstáculos en el camino de la recuperación».
La teoría de que casi todas las enfermedades tienen origen en la naturaleza invisible del hombre (el astrum) es un precepto fundamental de la medicina hermética, porque si bien los herméticos no despreciaban en absoluto el cuerpo físico, creían que la constitución material del hombre era una emanación o una objetivación de sus principios espirituales invisibles. A continuación presentamos una reseña breve, pero —creemos— bastante completa, de los principios herméticos de Paracelso.
Existe una sola sustancia vital en la naturaleza, en la cual subsiste todo. Se llama archaeus, o fuerza vital, y es sinónimo de la luz astral o el aire espiritual de los antiguos. Con respecto a esta sustancia, Éliphas Lévi ha escrito lo siguiente: «La luz, el agente creador, cuyas vibraciones son el movimiento y la vida de todas las cosas; la luz, latente en el éter universal y radiante en tomo a centros absorbentes, que, al saturarse de ella, proyectan a su vez movimiento y vida, formando así corrientes creativas; la luz, astralizada en las estrellas, animalizada en los animales, humanizada en los seres humanos; la luz, que vegeta en todas las plantas, reluce en los metales, produce todas las formas de la naturaleza y lo equilibra todo mediante las leyes de la simpatía universal: esta es la luz que muestra los fenómenos del magnetismo, que Paracelso descubrió, que tiñe la sangre, que se arroja desde el aire al ser inhalado y descargado por los fuelles herméticos de los pulmones».
Esta energía vital tiene origen en el cuerpo espiritual de la tierra. Todo objeto creado tiene dos cuerpos: uno visible y material y otro invisible y trascendente. Este último consiste en la contrapartida etérea de la forma física: constituye el vehículo del archaeus y lo podemos llamar «cuerpo vital». Esta funda etérica no desaparece con la muerte, sino que permanece hasta que la forma física se desintegra por completo.
Estos «dobles etéricos» que se ven en torno a los cementerios han dado lugar a la creencia en fantasmas. Como su sustancia es mucho más fina que la del cuerpo terrenal, el doble etérico es mucho más susceptible a los impulsos y a las disonancias. Las perturbaciones de este cuerpo de luz astral provocan buena parte de las enfermedades. Paracelso enseñaba que una persona con una actitud mental malsana puede envenenar su propia naturaleza etérica y que esta infección, al desviarse del flujo natural de la fuerza vital, aparece más adelante como una dolencia física. Todas las plantas y los minerales tienen una naturaleza invisible compuesta por este archaeus, pero cada uno la manifiesta de una forma diferente. Con respecto a los cuerpos de luz astral de las flores, en 1650 Jacques Gaffarel escribió lo siguiente: «Respondo que, aunque se corten en trocitos, se machaquen en un mortero e incluso se quemen hasta reducirlas a cenizas, mantienen —por algún poder secreto y maravilloso de la naturaleza —, tanto en el jugo como en las cenizas, la misma forma y figura que tenían antes y, aunque no sea visible en ese momento, un artista puede, con arte, volverlas visibles a los ojos. Es posible que algunos —aquellos que solo leen los títulos de los libros— encuentren ridícula esta historia, pero quienes así lo deseen pueden verla confirmada, si recurren a las obras de M. du Chesne, S. de la Violette, uno de los mejores químicos que han dado nuestros tiempos, quien afirma que él mismo vio a un excelente médico polaco de Cracovia que guardaba en frascos las cenizas de casi todas las plantas conocidas, de modo que si alguien por curiosidad tenía deseos de ver alguna de ellas, por ejemplo, una rosa, en uno de sus frascos, él cogía el que contenía las cenizas de una rosa y lo sostenía sobre una vela encendida; en cuanto las cenizas comenzaban a sentir el calor, uno podía ver cómo empezaban a moverse y después se levantaban y se dispersaban por el frasco y uno observaba enseguida una especie de nubecilla negra, que se dividía en muchas partea hasta que, finalmente, acababa por representar una rosa, pero tan bella, tan fresca y tan perfecta que uno habría pensado que era tan sólida y olorosa como las que crecen en un rosal».
Según Paracelso, los trastornos del doble etérico eran la causa principal de enfermedad, de modo que trataba de volver a armonizar sus sustancias, poniéndolas en contacto con otros cuerpos cuya energía vital pudiese suministrarles los elementos necesarios o que tuviesen la fuerza suficiente para superar la enfermedad existente en el aura del enfermo. Al eliminarse así su causa invisible, la dolencia no tardaba en desaparecer. Paracelso llamaba mumia al vehículo del archaeus, o fuerza vital. Un buen ejemplo de mumia física es la vacuna, que es el vehículo de un virus semiastral. Todo lo que sirviera como medio de transmisión del archaeus, ya sea orgánico o inorgánico, realmente físico o parcialmente espiritualizado, se denominaba mumia. La forma más universal de la mumia era el éter, que la ciencia moderna ha aceptado como una sustancia hipotética que actúa como medio entre el reino de la energía vital y el de la sustancia orgánica e inorgánica. Resulta prácticamente imposible controlar la energía universal si no es a través de alguno de sus vehículos (la mumia). Un buen ejemplo de esto es la comida. El hombre no se nutre de animales muertos ni de organismos vegetales, pero cuando incorpora a su cuerpo sus estructuras, lo primero que hace es adquirir control sobre la mumia, o doble etérico, del animal o la planta. Una vez logrado este control, el organismo humano dirige el flujo del archaeus hacia sus propios usos.
Paracelso afirma lo siguiente: «Lo que constituye la vida está dentro de la mumia y, al impartir la mumia, impartimos la vida». En esto consiste el secreto de las propiedades terapéuticas de los talismanes y los amuletos, porque la mumia de las sustancias de las cuales están compuestos actúa como un canal que conecta a la persona que los lleva con determinadas manifestaciones de la fuerza vital universal. Según Paracelso, así como las plantas purifican la atmósfera al incorporar a su constitución el anhídrido carbónico que exhalan los animales y los seres humanos, los vegetales y los animales aceptan los elementos de las enfermedades que les transmiten los seres humanos. Como estas formas de vida inferiores tienen organismos y necesidades diferentes de los humanos, a menudo son capaces de asimilar estas sustancias sin efectos negativos. Otras veces, la planta o el animal muere: se sacrifica para que sobreviva la criatura más inteligente y, por consiguiente, más útil. Paracelso descubrió que, en cualquiera de los dos casos, el paciente se iba aliviando poco a poco de su mal. Cuando la vida inferior había asimilado por completo la mumia ajena del paciente o, al no poder hacerlo, había muerto o se había desintegrado, se producía la recuperación completa.
Hicieron falta muchos años de investigación para determinar cuáles eran las plantas o los animales que mejor aceptaban la mumia de cada una de las distintas enfermedades. Paracelso descubrió que, muchas veces, la forma de las plantas indicaba los órganos del cuerpo humano para los que mejor servían. El sistema médico de Paracelso se basaba en la teoría de que, al extraer del organismo del paciente la mumia etérica enferma para incorporarla a la naturaleza de algún ser lejano e imparcial de un valor relativamente escaso, era posible desviar del paciente el flujo de los archaeus que habían estado revitalizando y nutriendo el mal sin cesar. Al transplantarse el vehículo de expresión, el archaeus se veía obligado a acompañar a su mumia y el paciente se recuperaba.

La teoría hermética sobre las causas de la enfermedad

Según los filósofos herméticos, había siete causas principales de enfermedad. La primera eran los malos espíritus: criaturas nacidas de acciones malas y que se alimentaban de la energía vital de aquellos a los que se adherían. La segunda causa era el trastorno de la naturaleza espiritual y la naturaleza material: cuando estas no se coordinaban, se producía una deficiencia mental y física. La tercera era una actitud mental malsana o anormal. La melancolía, las emociones morbosas, el exceso de sentimiento, como las pasiones, la lujuria, la codicia y el odio, afectaban a la mumia y desde allí provocaban una reacción en el cuerpo físico, donde producían úlceras, tumores, cánceres, fiebre y tuberculosis. Para los antiguos, el germen de la enfermedad era una unidad de mumia que se había impregnado de las emanaciones de las malas influencias con las que había estado en contacto. En otras palabras, los gérmenes eran criaturas minúsculas nacidas de los malos pensamientos y acciones del ser humano.
La cuarta causa de la enfermedad era lo que los orientales llamaban karma, es decir, la ley de la compensación, según la cual cada persona tiene que pagar por las indiscreciones y los delitos que ha cometido en el pasado. El médico tenía que tener mucho cuidado de no interferir con esta ley para no frustrar el plan de la justicia eterna. La quinta causa eran el movimiento y los aspectos de los cuerpos celestes. Las estrellas no imponían la enfermedad, sino, más bien, la incitaban. Según los herméticos, una persona fuerte y sabia gobernaba sus estrellas, mientras que una persona débil y negativa era gobernada por ellas. Estas cinco causas de enfermedad tienen una naturaleza que está por encima de lo físico y se tienen que valorar mediante un razonamiento inductivo y deductivo y un análisis meticuloso de la vida y el temperamento del paciente. La sexta causa de enfermedad era el mal uso de la facultad, órgano o función; por ejemplo, forzar demasiado un músculo o poner a prueba los nervios. La séptima causa era la presencia en el organismo de sustancias extrañas, impurezas u obstrucciones. Entran en esta categoría la alimentación, el aire, la luz solar y la presencia de cuerpos extraños. Esta lista no incluye las heridas accidentales, que no entran en la categoría de enfermedades. Con frecuencia, son métodos mediante los cuales se manifiesta la ley del karma. Según los herméticos, la enfermedad se podría prevenir o combatir con eficacia de siete maneras. 
En primer lugar, mediante hechizos e invocaciones, en los cuales el médico ordena al espíritu maligno que provoca el mal que salga del paciente. Es probable que este procedimiento se basase en el relato bíblico del hombre poseído por los demonios al que Jesús curó cuando les ordenó que salieran de él y entrasen en una manada de cerdos. Algunas veces, los espíritus malignos entraban en un paciente a petición de alguien que deseaba hacerle daño. En estos casos, el médico les ordenaba que regresasen a la persona que los había enviado. Se tiene constancia de que en algunos casos los espíritus malignos salieron por la boca en forma de nubes de humo y otras veces por la nariz en forma de llamas. Incluso se afirma que podían salir en forma de aves e insectos.
El segundo método de curación es a través de la vibración. La falta de armonía de los cuerpos se neutralizaba salmodiando hechizos y recitando los nombres sagrados o tocando instrumentos musicales y cantando. A veces se ponían delante del enfermo artículos de distintos colores, porque los antiguos reconocían, al menos en parte, el principio de la terapia del color, que actualmente está en vías de redescubrirse.
El tercer método consistía en usar talismanes y amuletos. Los antiguos creían que los planetas controlaban las funciones del cuerpo humano y que, fabricando amuletos con distintos metales, podían combatir las influencias malignas de los diversos astros. Por ejemplo, a una persona anémica le falta hierro. Se creía que el hierro estaba sometido al control de Marte; por consiguiente, para atraer hacia el paciente las influencias de Marte, se le colgaba al cuello un talismán hecho de hierro, que llevaba inscritas determinadas instrucciones secretas a las que se atribuía el poder de invocar al espíritu de Marte. Si el paciente tenía demasiado hierro en el organismo, se lo sometía a la influencia de un talismán compuesto del metal que correspondiese a algún planeta que se llevase mal con Marte, cuya influencia contrarrestaría, entonces, la energía de Marte y, por consiguiente, contribuiría a restaurar la normalidad.
El cuarto método consistía en recurrir a plantas medicinales. Si bien utilizaban talismanes metálicos, la mayoría de los médicos antiguos no estaban de acuerdo con el uso interno de ningún tipo de medicina mineral. Las plantas medicinales eran su remedio preferido. Como ocurría con los metales, cada planta tenía asignado uno de los planetas. Después de diagnosticar la enfermedad y su causa con ayuda de los astros, los médicos administraban el antídoto vegetal.
El quinto método para curar las enfermedades era la oración. Todos los pueblos antiguos creían en la intercesión compasiva de la divinidad para mitigar el sufrimiento humano. Según Paracelso, la fe podía curar todas las enfermedades. Sin embargo, son pocas las personas que poseen suficiente fe.
El sexto método —más prevención que cura— consistía en regular la alimentación y los hábitos de la vida cotidiana. Si el individuo evitaba lo que provocaba la enfermedad, se mantenía sano. Los antiguos creían que la salud era el estado normal del ser humano y que la enfermedad era consecuencia de que el hombre desobedeciera los dictados de la naturaleza. El séptimo método era la «medicina práctica», que consistía, fundamentalmente, en sangrar, purgar y aplicar líneas de tratamiento similares. Si bien estos procedimientos eran útiles cuando se usaban con moderación, su exceso era peligroso. Más de un ciudadano útil ha muerto veinticinco o cincuenta años antes de tiempo como consecuencia de una purga drástica o por haber perdido toda la sangre. Paracelso utilizaba los siete métodos de tratamiento y hasta sus peores enemigos reconocían que obtenía resultados casi milagrosos. Cerca de su antigua propiedad, en Hohenheim, cae mucho rocío en determinadas épocas del año y él descubrió que, si se recogía el rocío cuando los planetas presentaban una configuración determinada, el agua que obtenía poseía virtudes medicinales maravillosas, porque había absorbido las propiedades de los cuerpos celestes.
Fitoterapia y Farmacología herméticas Las hierbas silvestres eran sagradas para los primeros paganos, que creían que los dioses habían creado las plantas para curar las enfermedades humanas. Cuando se preparaban y se aplicaban correctamente, todas las raíces y todos los arbustos servían para aliviar el sufrimiento o para desarrollar las capacidades espirituales, mentales, morales o físicas. En The Mistletoe and Its Philosophy, P. Davidson rinde homenaje a las plantas con estas bellas palabras: «Se han escrito libros sobre el lenguaje de las flores y las plantas medicinales; desde los tiempos más remotos, el poeta ha mantenido con ellas la conversación más dulce y más amorosa y hasta los reyes se consideran afortunados cuando obtienen sus esencias de segunda mano para perfumarse; sin embargo, para el verdadero médico, el Sumo Sacerdote de la naturaleza, hablan en un tono mucho más elevado y exaltado. No hay planta ni mineral que haya revelado a los científicos hasta la última de sus propiedades. ¿Cómo pueden confiar en que, por cada una de las propiedades descubiertas, no queden muchos poderes ocultos en la naturaleza íntima de la planta? Se ha llamado a algunas flores “estrellas de la tierra” y ¿por qué no van a ser hermosas? ¿Acaso desde que nacieron no han sonreído bajo el esplendor del sol durante el día y no han dormido bajo el brillo de las estrellas por la noche? ¿Acaso no han venido a la tierra desde un mundo más espiritual que el nuestro, puesto que Dios hizo “todas las plantas del campo antes de que estuvieran en la tierra y todas las hierbas del campo antes de que este creciera?”». Numerosos pueblos primitivos han usado remedios a base de plantas y han obtenido muchas curaciones notables.
Los chinos, los egipcios y los indios americanos curaban con plantas algunas enfermedades para las cuales la ciencia moderna no tiene remedio. El doctor Nicholas Culpeper, cuya provechosa vida finalizó en 1654, fue, probablemente, el fítoterapeuta más famoso. Al ver que los sistemas médicos de su época eran sumamente insatisfactorios, dirigió su atención a las plantas silvestres y descubrió un medio de curación que le dio renombre en todo el país. Según la correlación del doctor Culpeper entre astrología y fitoterapia, cada planta quedaba bajo la jurisdicción de uno de los planetas o luminares. Creía que la enfermedad también estaba controlada por las configuraciones celestes. Resumía su sistema de tratamiento como sigue: «Se puede combatir la enfermedad con las plantas del planeta contrario al que las provoca; por ejemplo, las enfermedades de Júpiter, con las plantas de Mercurio y viceversa; las enfermedades de los luminares, con las plantas de Saturno y viceversa, y las enfermedades de Marte, con las plantas de Venus y viceversa. […] Hay un método para curar las enfermedades a veces por simpatía, con lo cual cada planeta cura su propia enfermedad; por ejemplo, el sol y la luna con sus plantas curan los ojos; Saturno cura el bazo; Júpiter, el hígado; Marte, la vesícula y las enfermedades de la cólera, y Venus, las enfermedades de los instrumentos de la procreación».
Los fitoterapeutas europeos medievales redescubrieron solo en parte los antiguos secretos herméticos de Egipto y Grecia, que fueron los países que desarrollaron los fundamentos de casi todas las ciencias y las artes modernas. En aquella época, los métodos que se empleaban para curar figuraban entre los secretos que se transmitían a los iniciados en los Misterios La preparación de ungüentos, colirios, filtros y pócimas iba acompañada de extraños ritos. De la eficacia de aquellos medicamentos hay constancia en los registros históricos. También se usaban muchos inciensos y perfumes. Barrett, en El mago, describe la teoría en la que basaba su trabajo de la siguiente manera: «Por consiguiente, dado que nuestro espíritu es el vapor puro, sutil, lúcido, etéreo y oleoso de la sangre, no hay nada más adecuado para los colirios que los vapores similares, que son mejores para nuestro espíritu en sustancia, porque entonces, a causa de su similitud, más lo remueven, atraen y transforman». Se han estudiado exhaustivamente los venenos y en algunas comunidades se administraban a los condenados a muerte extractos de plantas mortales, como en el caso de Sócrates. Los Borgia italianos, de infausta memoria, llevaron el arte del envenenamiento a su máxima perfección. Incontables hombres y mujeres brillantes fueron liquidados con rapidez y eficiencia gracias al conocimiento casi sobrehumano de la química que la familia Borgia conservó durante muchos siglos.
Los sacerdotes egipcios descubrieron extractos vegetales con los cuales se podía inducir temporalmente la clarividencia y los utilizaron durante los rituales de iniciación de sus Misterios. Algunas veces mezclaban estas drogas con los alimentos que daban a los candidatos y otras veces se presentaban en forma de pócimas sagradas y se les explicaba su naturaleza. Poco después de que se le administrara la droga, al neófito le daba un mareo. Se encontraba flotando en el espacio y, mientras su cuerpo físico estaba totalmente insensible —los sacerdotes lo protegían para que no sufriera daño alguno—, el candidato pasaba por una cantidad de experiencias extrañas que podía contar cuando recuperaba la conciencia. Con los conocimientos actuales, cuesta apreciar un arte tan desarrollado que, mediante bebedizos, perfumes e inciensos, logre inducir la actitud mental deseada de forma casi instantánea: sin embargo, existió sin duda un arte semejante entre la clase sacerdotal del mundo pagano primitivo. Con respecto a este tema, H. P. Blavatsky, la ocultista más destacada del siglo XIX, ha escrito lo siguiente: «Las plantas también tienen propiedades místicas similares en un grado de lo más maravilloso y el secreto de las plantas de los sueños y los hechizos solo se ha perdido para la ciencia europea y, aunque sea inútil decirlo, le resulta desconocido, salvo en muy pocos casos notorios, como el opio y el hachís. En cambio, los efectos parapsicológicos incluso de estas pocas sobre el organismo humano se consideran muestras de un trastorno mental transitorio. Las mujeres de Tesalia y Épiro, las sacerdotisas de los ritos de Sabazios, no se llevaron consigo sus secretos cuando sus santuarios desaparecieron, sino que todavía se conservan y quienes son conscientes de la naturaleza del soma conocen también las propiedades de otras plantas».
Se utilizaban compuestos a base de hierbas para producir una clarividencia transitoria en relación con los oráculos, sobre todo el de Delfos Las palabras pronunciadas durante aquellos trances provocados se consideraban proféticas. Los médiums modernos, si bien mantienen el control como consecuencia de la catalepsia que, en parte, se imponen ellos mismos, transmiten mensajes en cierto modo similares a los de los profetas antiguos, aunque en la mayoría de los casos sus resultados son mucho menos precisos, porque los adivinos actuales no conocen las fuerzas ocultas de la naturaleza.
Los Misterios enseñaban que, durante los grados más elevados de iniciación, los propios dioses participaban en la instrucción de los candidatos o, como mínimo, estaban presentes, lo cual constituía, en sí, una bendición. Como las divinidades vivían en los mundos invisibles y solo se presentaban con su cuerpo espiritual, el neófito no podía conocerlos sin la ayuda de drogas que estimulasen el centro de clarividencia de su conciencia (probablemente, la glándula pineal). Muchos iniciados en los Misterios antiguos afirmaban categóricamente que habían hablado con los inmortales y que habían visto a los dioses. Cuando se corrompieron los principios paganos, se produjo una división en los Misterios. El grupo de los verdaderos iluminados se separó del resto y, conservando los secretos más importantes, desapareció sin dejar rastros. Los demás se mantuvieron lentamente a la deriva, como barcos sin timón, sobre las rocas de la degeneración y la desintegración. Algunas de las fórmulas secretas menos importantes cayeron en manos de los profanos, que las pervirtieron, como ocurrió con las bacanales, en cuyo transcurso se combinaban drogas con vino, que fue lo que dio lugar realmente a las orgías. En algunas partes de la tierra se sostenía que había pozos, manantiales o fuentes naturales cuyas aguas estaban teñidas de propiedades sagradas por los minerales a través de los cuales discurrían. A menudo se levantaban templos cerca de estos lugares y en algunos casos las cuevas naturales que había en sus proximidades se consagraban a alguna divinidad. «A los aspirantes a la iniciación y a quienes acudían a solicitar a los dioses sueños proféticos los preparaban mediante un ayuno más o menos prolongado, al cabo del cual consumían comidas preparadas expresamente y también bebidas misteriosas, como el agua de Lete y el agua de Mnemósine, en la gruta de Trofonio, o la del Ciceion, en los Misterios eleusinos. Se mezclaban directamente distintas drogas con las carnes o se introducían en las bebidas, según el estado mental o físico que hubiera que inducir en el receptor y el tipo de visión que este quisiese obtener.»
El mismo autor afirma que a algunas sectas de los primeros años del cristianismo se las acusaba de utilizar drogas con la misma finalidad general que los paganos. La secta de los asesinos, o los yezidis, como se suelen conocer, presentaba un aspecto bastante interesante del problema de la droga. En el siglo xi, esta orden capturó la fortaleza del monte Alamut y se instaló en Irak. Se sospecha que Hasan BenSabah, el fundador de la orden y conocido como «el viejo de la montaña», controlaba a sus seguidores usando narcóticos. Hasan les hacía creer que estaban en el Paraíso y que estarían allí para siempre si lo obedecían de forma implícita mientras estuvieran vivos. En su Confesiones de un inglés comedor de opio, De Quincey describe los peculiares efectos psicológicos que provoca este derivado de la amapola. Es posible que el uso de una droga similar diese origen a la idea del Paraíso que tenían los yezidis.
Los filósofos de todos los tiempos han enseñado que el universo visible no es más que una fracción del total y que, por analogía, el cuerpo físico del hombre en realidad es la parte menos importante de su compleja constitución. La mayoría de los sistemas médicos actuales pasan por alto casi por completo al hombre superfísico. Apenas prestan atención a las causas y concentran sus esfuerzos en mejorar los efectos Paracelso notó la misma propensión por parte de los médicos en su época y comentó acertadamente: «Existe una gran diferencia entre el poder que suprime las causas invisibles de la enfermedad —eso es magia— y el que hace desaparecer tan solo los efectos externos: eso es física, hechicería y curanderismo». La enfermedad es antinatural y es indicio de un desajuste interno o entre los órganos o los tejidos. No se puede recuperar la salud permanente mientras no se restablezca la armonía. La virtud más destacada de la medicina hermética era su reconocimiento de que los trastornos espirituales y psicofísicos eran, en gran medida, los causantes del estado denominado enfermedad física.
La sugestoterapia fue utilizada con notable éxito por los sacerdotes - médicos del mundo antiguo. Entre los indios americanos, los chamanes o curanderos hacían desaparecer la enfermedad con ayuda de danzas, invocaciones y amuletos misteriosos. Algo que habría que tener muy en cuenta es el hecho de que, a pesar de desconocer los métodos modernos de tratamiento médico, aquellos hechiceros efectuaron innumerables curas. Los rituales mágicos utilizados por los sacerdotes egipcios para curar la enfermedad se basaban en una comprensión muy avanzada del complejo funcionamiento de la mente humana y sus consecuencias en la constitución física. No cabe duda de que el mundo egipcio y el brahmán conocían el principio fundamental de la vibroterapia. Mediante salmodias y mantras, que hacían hincapié en un sonido vocal o consonántico determinado, producían reacciones vibratorias que disipaban las congestiones y ayudaban a la naturaleza a reconstituir los miembros rotos y los organismos agotados. También aplicaban su conocimiento de las leyes que regían la vibración a la constitución espiritual del ser humano; mediante sus salmodias, estimulaban los centros latentes de la conciencia y de este modo incrementaban muchísimo la sensibilidad de la naturaleza subjetiva.
En el Libro de los Muertos se han preservado hasta nuestra generación muchos de los secretos de los egipcios. Aunque está traducido, solo unos pocos comprenden la trascendencia secreta de los pasajes mágicos de este pergamino antiguo. Los orientales tienen una comprensión muy sutil de la dinámica del sonido. Saben que cada palabra que se pronuncia tiene un poder tremendo y que, si se disponen las palabras de una manera determinada, pueden crear vórtices de fuerza en el universo invisible que los rodea y, de este modo, ejercer una influencia profunda en la sustancia física. La palabra sagrada con la que se creó el mundo, la Palabra Perdida que la masonería sigue buscando y el triple nombre de dios, simbolizado por el Om (o Aum) de los hindúes, indican la veneración que sienten por el principio del sonido. Los llamados «nuevos descubrimientos» de la ciencia moderna a menudo no son más que redescubrimientos de secretos bien conocidos por los sacerdotes y los filósofos del paganismo antiguo. Como consecuencia de la crueldad del hombre para con el hombre se han perdido registros y fórmulas que, de haberse preservado, habrían resuelto muchos de los problemas principales de esta civilización. Con la espada y la tea, las razas destruyen por completo los registros de sus predecesores y después encuentran, inevitablemente, un destino extemporáneo, porque les falta precisamente la sabiduría que han destruido.

Jacques Bergier - Melquisedeque

  Melquisedeque aparece pela primeira vez no livro Gênese, na Bíblia. Lá está escrito: “E Melquisedeque, rei de Salem, trouxe pão e vinho. E...