quarta-feira, 1 de fevereiro de 2023

Manly Palmer Hall - El Pentáculo

 

Para el simbolismo, una figura invertida siempre significa un poder depravado. Una persona corriente ni siquiera sospecha las propiedades ocultas de los pentáculos emblemáticos. Al respecto ha escrito el gran Paracelso: «No cabe duda de que muchos se burlarán de los sellos, sus caracteres y sus usos, como se describen en estos libros, porque les resulta increíble que los metales y los caracteres, que están muertos, produzcan algún efecto. Sin embargo, nadie ha demostrado jamás que los metales y tampoco que los caracteres, como los conocemos, estén muertos, porque las sales, el azufre y las quintaesencias de los metales son lo que mejor conserva la vida humana y son muy superiores a todas las demás plantas herbáceas con propiedades medicinales».
El mago negro no puede usar los símbolos de la magia blanca sin atraer sobre sí las fuerzas de la magia blanca, lo cual resultaría fatal para sus planes, de modo que tiene que distorsionar los hierogramas para que tipifiquen el hecho oculto de que él mismo está distorsionando los principios que los símbolos representan. La magia negra no es un arte fundamental, sino el uso incorrecto de un arte. Por consiguiente, no tiene símbolos propios, sino que se limita a tomar las figuras emblemáticas de la magia blanca y, al invertirlas y darles vuelta, se entiende que es siniestra.
Encontramos un buen ejemplo de esta práctica en el pentáculo, o estrella de cinco puntas, compuesta por cinco líneas unidas. Esta figura es el símbolo consagrado de las artes mágicas y representa las cinco propiedades del Gran Agente Mágico, los cincos sentidos del hombre, los cinco elementos de la naturaleza y las cinco extremidades del cuerpo humano. Mediante el pentáculo que hay dentro de su propia alma, el hombre no solo puede dominar y gobernar a todas las criaturas inferiores a sí mismo, sino que puede pedir la consideración de las que son superiores a él.
El pentáculo se utiliza mucho en la magia negra, pero cuando se usa así, su forma siempre difiere en alguna de las tres formas siguientes: es posible que la estrella se interrumpa en algún punto, de modo que las líneas convergentes no se toquen, o que esté invertida, de modo que tenga una punta hacia abajo y dos hacia arriba, o que esté deformada y que las puntas tengan distinta longitud. Cuando se usa en magia negra, el pentáculo recibe el nombre de «signo de la pezuña hendida», o la huella del diablo. A la estrella con dos puntas hacia arriba se la llama también la «cabra de Mendes», porque la estrella invertida tiene la misma forma que la cabeza de una cabra. Cuando se gira la estrella vertical y la punta superior queda hacia abajo, representa la caída de la estrella de la mañana.

LOS ELEMENTOS Y SUS HABITANTES

La exposición más lúcida y completa sobre pneumatología (la rama de la filosofía que trata de la sustancia espiritual) que existe se debe a Philipus Aureolus Paracelsus (Theophrastus Bombastus von Hohenheim), príncipe de los alquimistas y de los filósofos herméticos y verdadero poseedor del secreto real (la piedra filosofal y el elixir de la vida). Paracelso creía que cada uno de los cuatro elementos primarios conocidos por los antiguos (la tierra, el fuego, el aire y el agua) estaba compuesto por un principio sutil y vaporoso y una sustancia corpórea basta.
Por consiguiente, el aire tiene una naturaleza doble: está compuesto por una atmósfera tangible y por un sustrato volátil intangible al que podemos llamar «aire espiritual». El fuego es visible e invisible, discernible e indiscernible: una llama espiritual y etérea que se manifiesta a través de una llama material y sustancial. Si continuamos con la analogía, el agua es un líquido denso y una esencia potencial de naturaleza fluida. La tierra también tiene dos partes esenciales: la inferior es fija, terrenal e inmóvil y la superior es enrarecida, móvil y virtual. En general se aplica el nombre de «elementos» a las fases inferiores o físicas de estos cuatro principios primarios y la expresión «esencias elementales», a sus correspondientes constituciones invisibles y espirituales. Los minerales, las plantas, los animales y los hombres viven en un mundo compuesto por el aspecto basto de estos cuatro elementos y a partir de sus distintas combinaciones construyen sus organismos vivos. Henry Drummond, en La ley natural en el mundo espiritual, describe este proceso de la siguiente manera: «Si analizamos este punto material en el que comienza toda la vida, veremos que consiste en una sustancia gelatinosa y amorfa, semejante a la albúmina, o la clara de huevo. Está compuesta de carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno, se llama “protoplasma” y no solo es la unidad estructural con la que empiezan en la vida todos los cuerpos vivos, sino aquella de la que se componen posteriormente. “El protoplasma —dice Huxley—, simple o con núcleo, es la base formal de toda la vida. Es la arcilla del alfarero”». El elemento agua de los filósofos antiguos se ha convertido en el hidrógeno de la ciencia moderna; el aire se ha convertido en oxígeno; el fuego, en nitrógeno, y la tierra, en carbono. Así como la naturaleza visible está poblada por una cantidad infinita de criaturas vivas, en el equivalente invisible y espiritual de la naturaleza visible (compuesta por los principios tenues de los elementos visibles) viven, según Paracelso, gran cantidad de seres peculiares, a los que ha dado el nombre de elementales y que posteriormente se han llamado espíritus de la naturaleza. Paracelso clasificaba a aquellos seres elementales en cuatro grupos distintos, que él llamaba gnomos, ondinas, silfos y salamandras. Enseñaba que en realidad eran seres vivos que muchos se parecían a los seres humanos por su forma y que habitaban sus propios mundos, desconocidos para el hombre, porque sus sentidos, como no estaban bien desarrollados, no podían funcionar más allá de las limitaciones de los elementos más bastos.
Las civilizaciones de Grecia, Roma, Egipto, China e India creían de forma implícita en sátiros, duendecillos y trasgos y poblaban el mar de sirenas, los ríos y fuentes de ninfas, el aire de hadas, el fuego de lares y penates y la tierra de faunos, dríadas y hamadríades. A estos espíritus de la naturaleza se los tenía en altísima estima y se les hacían ofrendas propiciatorias. De vez en cuando, como consecuencia de las condiciones atmosféricas o de la sensibilidad peculiar de los devotos, se volvían visibles. Muchos autores escribieron acerca de ellos en términos que demuestran que realmente habían visto a aquellos habitantes de los reinos más perfectos de la naturaleza. Varios expertos opinan que muchos de los dioses que los paganos adoraban eran elementales, porque se supone que algunos de aquellos seres invisibles tenían una estatura imponente y un porte magnífico. Los griegos llamaban dæmon a algunos de estos elementales, sobre todo a los de los órdenes superiores, y los adoraban. Es probable que el más famoso de aquellos dæmons fuese el espíritu misterioso que instruyó a Sócrates y del cual el gran filósofo hablaba en términos de lo más elevados. Los que han estudiado a fondo la constitución invisible del hombre se dan cuenta de que es bastante probable que el daemon de Sócrates y el ángel de Jakob Böhme en realidad no fueran elementales, sino la propia naturaleza divina que predominaba en aquellos filósofos. En sus notas al Apuleius on the God of Socrates, Thomas Taylor afirma lo siguiente:
«Como el dæmon de Sócrates pertenecía, sin duda, al máximo orden, por lo que se deduce de la superioridad intelectual de Sócrates con respecto a la mayoría de los hombres, se justifica que Apuleyo llame Dios a este dæmon. Que el dæmon de Sócrates era, efectivamente, divino, resulta evidente a partir del testimonio del propio Sócrates en el primer Alcibíades, porque, en el transcurso de aquel diálogo, dice con toda claridad: “Hace mucho que opino que el Dios todavía no me ha ordenado que mantenga ninguna conversación contigo”. Y en la Apología de Sócrates manifiesta, sin dejar lugar a dudas, que a su dæmon le corresponde una trascendencia divina y que considera que figura en el orden de los dæmons». En una época se pensaba que los elementos invisibles que rodeaban la tierra y se compenetraban con ella estaban poblados por seres vivos e inteligentes, pero la idea puede resultar ridícula para la prosaica mente actual. Sin embargo, algunos de los principales intelectos del mundo se han mostrado a favor de esta doctrina. Los silfos de Facius Cardane, el filósofo milanés; la salamandra que vio Benvenuto Cellini; la olla de san Antonio, y le petit homme rouge (el hombrecillo o gnomo rojo) de Napoleón Bonaparte han hallado un lugar en las páginas de la historia.
La literatura también ha perpetuado el concepto de los espíritus de la naturaleza. El travieso Puck de El sueño de una noche de verano, de Shakespeare; los elementales del poema rosacruz El bucle arrebatado, de Alexander Pope; las criaturas misteriosas del Zanoni, de lord Lytton; la inmortal Campanilla de James Barrie, y los famosos jugadores de bolos que Rip van Winkle encontró en las montañas Catskill son personajes conocidos para los literatos. En el folclore y en la mitología de todos los pueblos abundan las leyendas relacionadas con estas misteriosas figurillas que rondan viejos castillos, vigilan tesoros en las profundidades de la tierra y construyen su hogar bajo la vasta protección de los hongos. Las hadas son un placer para los niños, al que la mayoría de ellos renuncia a regañadientes. No hace mucho, las principales mentes del mundo creían en la existencia de las hadas y todavía se sigue discutiendo si Platón, Sócrates y Jámblico estaban equivocados cuando reconocieron su realidad. Para describir las sustancias que constituyen el cuerpo de los elementales, Paracelso dividía la carne en dos tipos: por un lado, la que todos hemos heredado de Adán, que es la carne visible y corpórea, y, por el otro, la que no desciende de Adán y que, al estar más atenuada, no estaba sujeta a las limitaciones de aquella. El cuerpo de los elementales estaba compuesto de esta carne transustancial. Paracelso afirmaba que hay tanta diferencia entre el cuerpo de los hombres y el de los espíritus de la naturaleza como la que hay entre la materia y el espíritu. «Sin embargo —añade—, los elementales no son espíritus, porque tienen carne, sangre y huesos; viven y tienen hijos; comen y hablan, actúan y duermen, etcétera, de modo que, en realidad, no podemos considerarlos “espíritus”, sino que son seres que ocupan un lugar intermedio entre los hombres y los espíritus, semejantes a los hombres y a los espíritus, semejantes a los hombres y las mujeres por su organización y su forma, y semejantes a los espíritus por la rapidez de sus movimientos» (De occulta philosophia, traducido por Franz Hartmann). Más adelante, el mismo autor llama a estas criaturas composita, por cuanto la sustancia de la que están hechas parece una mezcla de espíritu y materia. Emplea el color para explicar la idea. Por ejemplo, de la combinación de azul y rojo se obtiene el morado, un color nuevo que no se parece a ninguno de los otros dos y, sin embargo, está compuesto por ellos Lo mismo ocurre con los espíritus de la naturaleza: no se parecen a las criaturas espirituales ni a los seres materiales y, sin embargo, están compuestos de una sustancia que podemos llamar «materia espiritual», o éter. Paracelso añade también que, si bien el hombre está compuesto de varias naturalezas (espíritu, alma, mente y cuerpo) combinadas en una sola unidad, el elemental no tiene más que un solo principio: el éter del cual está compuesto y en el cual vive. Recuerde el lector que por éter se entiende la esencia espiritual de uno de los cuatro elementos. «Existen tantos éteres como elementos y tantas familias distintas de espíritus de la naturaleza como éteres. Estas familias están completamente aisladas en su propio éter y no tienen ninguna relación con los moradores de los demás éteres; sin embargo, como dentro de su propia naturaleza el hombre posee centros de conciencia sensibles a los impulsos de los cuatro éteres, cualquiera de los reinos elementales se puede comunicar con él, si se cumplen las condiciones adecuadas».
Los espíritus de la naturaleza no pueden ser destruidos por los elementos materiales más toscos, como el fuego, la tierra, el aire o el agua, porque actúan a una velocidad de vibración superior a la de las sustancias terrestres. Al estar compuestos de un solo elemento o principio (el éter en el cual funcionan), no poseen un espíritu inmortal y al morir se limitan a desintegrarse y a regresar al elemento del cual se habían diferenciado. Después de la muerte no se conserva una conciencia individual, porque no existe ningún vehículo superior que la contenga. Al estar hechos de una sola sustancia, no hay fricción entre los vehículos, con lo cual sus funciones corporales no producen demasiado desgaste, de modo que viven hasta una edad avanzada. Los que están compuestos del éter terrestre son los que menos viven y los compuestos del éter del aire, los que más. La duración media de la vida está entre los trescientos y los mil años. Paracelso sostenía que viven en condiciones similares a nuestros ambientes terrestres y que en cierto modo están sujetos a enfermedades. Se cree que estas criaturas no se pueden desarrollar espiritualmente, aunque la mayoría de ellas son de una moralidad elevada.
Con respecto a los éteres elementales en los que existen los espíritus de la naturaleza, Paracelso escribió: «Viven en los cuatro elementos: las ninfas en el elemento del agua, los silfos en el del aire, los pigmeos en la tierra y las salamandras en el fuego. También se los llama ondinas, silvestres, gnomos, vulcanos, etcétera. Cada especie se mueve solo en el elemento al que pertenece y ninguna de ellas puede salir del elemento correspondiente, que para ellos es como el aire para nosotros o el agua para los peces, y ninguna puede vivir en el elemento que corresponde a otra clase. Para cada ser elemental, el elemento en el que vive es transparente, invisible y respirable, como lo es la atmósfera para nosotros». El lector ha de procurar no confundir los espíritus de la naturaleza con las auténticas ondas de vida que se desenvuelven en los mundos invisibles. Mientras que los elementales están compuestos por una sola esencia etérica (o atómica), los ángeles, los arcángeles y otros seres superiores y trascendentales poseen organismos complejos, formados por una naturaleza espiritual y una cadena de vehículos para expresar dicha naturaleza, que no difiere demasiado de la humana, aunque sin incluir el cuerpo físico con sus correspondientes limitaciones. A la filosofía de los espíritus de la naturaleza se le suele atribuir un origen oriental, probablemente brahmánico, y Paracelso obtuvo su conocimiento de ellos de los sabios orientales con los que estuvo en contacto durante su vida de andanzas filosóficas. Los egipcios y los griegos recogieron información de la misma fuente. A continuación, vamos a considerar por separado las cuatro divisiones principales de los espíritus de la naturaleza según las enseñanzas de Paracelso y el abate de Villars y los escasos escritos disponibles de otros autores.

Los Gnomos

Los elementales que viven en el cuerpo atenuado de la tierra llamado el éter terrestre se agrupan bajo el título general de gnomos. Es probable que el nombre derive del griego genomus, que significa «habitante de la tierra». Así como en los elementos físicos objetivos de la naturaleza se desenvuelven seres humanos de muchas clases, en el cuerpo etéreo subjetivo de la naturaleza se desenvuelven muchos tipos de gnomos. Estos espíritus de la tierra trabajan en un elemento tan próximo a la tierra material en velocidad de vibración que tienen un poder inmenso sobre sus rocas y su flora y también sobre los elementos minerales del reino animal y el humano. Algunos, como los pigmeos, trabajan con las piedras, las gemas y los metales y se supone que son los guardianes de los tesoros escondidos. Viven en cuevas, bien abajo, en lo que los escandinavos llamaban la tierra de los nibelungos. En el magnífico ciclo operístico de Wagner. El anillo de los nibelungos, Alberico se proclama rey de los pigmeos y obliga a estas pequeñas criaturas a reunir para él los tesoros ocultos bajo la superficie de la tierra. Además de los pigmeos, hay otros gnomos, llamados duendecillos de los árboles y los bosques. A este grupo pertenecen los silvestres, los sátiros, los panes, las dríadas, las hamadríades, los durdalis, los elfos, los duendes y los viejos hombrecillos de los bosques.
Paracelso afirma que los gnomos construían sus casas de sustancias que, por su constitución, se asemejaban al alabastro, el mármol y el cemento, aunque se desconoce la verdadera naturaleza de estos materiales, ya que no tienen equivalentes en la naturaleza física. Algunas familias de gnomos se agrupan en comunidades, mientras que otras son inherentes a las sustancias con las cuales y en las cuales trabajan. Por ejemplo, las hamadríades viven y mueren en las plantas o los árboles de los que forman parte. Se dice que todos los arbustos y flores poseen su propio espíritu de la naturaleza, que a menudo usa el cuerpo físico de la planta como morada. Los antiguos filósofos reconocían el principio de inteligencia que se manifestaba por igual en cada aspecto de la naturaleza y creían que el tipo de selección natural que manifestaban unas criaturas que no poseían mentalidades organizadas en realidad expresaba las decisiones de los propios espíritus de la naturaleza. C. M. Gayley, en The Classic Myths, afirma lo siguiente: «Una característica agradable del paganismo antiguo era que le gustaba buscar en cada acción de la naturaleza la mano de la divinidad. La imaginación de los griegos poblaba las regiones de la tierra y el mar de divinidades, a cuya intervención atribuía los fenómenos que nuestra filosofía atribuye a la ley natural». Por consiguiente, en nombre de la planta con la que actuaba, el elemental aceptaba y rechazaba elementos comestibles, depositaba en ellos materia colorante, conservaba y protegía la semilla y realizaba muchas otras funciones beneficiosas. Cada especie era atendida por un tipo diferente, pero adecuado, de espíritu de la naturaleza. Por ejemplo, los que trabajaban con arbustos venenosos tenían aspecto desagradable. Se dice que los espíritus de la naturaleza de la tóxica cicuta se parecen mucho a pequeños esqueletos humanos, cubiertos por una capa fina de carne semitransparente. Viven dentro de la cicuta y gracias a ella y, si se corta la planta, permanecen con los brotes rotos hasta que los dos mueren, aunque, mientras haya la menor evidencia de vida en el arbusto, este manifiesta la presencia del guardián elemental. Los árboles grandes también tienen sus espíritus de la naturaleza, aunque su tamaño es mucho mayor que el de los elementales de las plantas más pequeñas. Las labores de los pigmeos incluyen el corte de los cristales en las rocas y la aparición de vetas en los minerales. Cuando los gnomos trabajan con animales o con seres humanos, su trabajo se limita a los tejidos correspondientes a su propia naturaleza; por consiguiente, trabajan con los huesos, que pertenecen al reino mineral, y los antiguos creían que era imposible reconstruir las extremidades rotas sin la colaboración de los elementales. Los gnomos pueden ser de distintos tamaños: la mayoría son mucho más pequeños que los seres humanos, aunque algunos pueden cambiar de estatura según les plazca, como consecuencia de la movilidad extrema del elemento en el que actúan. Con respecto a ellos, el abate de Villars escribió lo siguiente: «La tierra está llena hasta bien cerca del centro de gnomos, personas de escasa estatura, que son los guardianes de los tesoros, los minerales y las piedras preciosas. Son ingeniosos, amigos del hombre y fáciles de gobernar». No todos los expertos coinciden en cuanto a la amabilidad de los gnomos. Muchos afirman que son astutos y maliciosos, difíciles de manejar y traicioneros. No obstante, todos los autores reconocen que, cuando se gana su confianza, son fíeles y cumplidores. Los filósofos y los iniciados del mundo antiguo recibían instrucciones con respecto a estos hombrecillos misteriosos y se les enseñaba a comunicarse con ellos y a conseguir su colaboración para las empresas de importancia. Sin embargo, siempre se advertía a los magos que no debían traicionar jamás la confianza de los elementales, porque, si lo hacían, las criaturas invisibles, actuando a través de la naturaleza subjetiva del hombre, podían provocarles disgustos interminables y, probablemente, incluso la muerte. En la medida en que el místico ayudara a los demás, los gnomos lo salvarían, pero si pretendía usar su ayuda egoístamente para obtener poder temporal, se volvían contra él con furia implacable y lo mismo ocurría si trataba de engañarlos. Los espíritus de la tierra se reúnen en momentos determinados del año en grandes cónclaves, como sugiere Shakespeare en El sueño de una noche de verano, donde todos los elementales se congregan para manifestar su alegría por la belleza y la armonía de la naturaleza y la perspectiva de una cosecha excelente. Los gnomos están gobernados por un rey al que quieren y veneran; su nombre es Gob y por eso a sus súbditos los suelen llamar goblins. Los místicos medievales adjudicaban una esquina de la creación (uno de los puntos cardinales) a cada uno de los cuatro reinos de los espíritus de la naturaleza y, por su carácter terrenal, a los gnomos se les asignaba el Norte, el lugar que los antiguos consideraban el origen de la oscuridad y la muerte. También se asignaba a los gnomos una de las cuatro divisiones principales del temperamento humano y, como muchos de ellos vivían en la oscuridad de las cavernas y en la penumbra de los bosques, decían que su carácter era melancólico, sombrío y abatido, lo cual no significa que esta sea su manera de ser, sino, más bien, que tienen un control especial sobre elementos de una consistencia similar.
Los gnomos se casan y tienen familias y a las de sexo femenino se las llama «gnómidas». Algunos llevan ropas tejidas con los elementos en los que viven. En otros casos, su indumentaria forma parte de ellos mismos y crece con ellos, como el pelaje de los animales. Se dice que tienen un apetito insaciable y que pasan buena parte del día comiendo, pero que se ganan el pan trabajando con diligencia y a conciencia. La mayoría de ellos son bastante mezquinos y les gusta guardar cosas en lugares secretos. Existen muchas pruebas de que los niños pequeños los ven a menudo, porque su contacto con el aspecto material de la naturaleza todavía no es completo y siguen actuando más o menos conscientemente en los mundos invisibles. Según Paracelso, «el hombre vive en los elementos exteriores y los elementales viven en los elementos interiores. Estos tienen sus propias viviendas y prendas de vestir, modales y hábitos, lenguas y gobiernos, de la misma forma en que las abejas tienen a sus reinas y las manadas de animales tienen a sus líderes».
Paracelso difiere un poco de los místicos griegos en cuanto a las limitaciones medioambientales que impone a los espíritus de la naturaleza. Para el filósofo suizo, están hechos de éteres invisibles sutiles. Según esta hipótesis, no serían visibles más que en momentos determinados y solo para quienes estén en comunicación con sus vibraciones etéreas. Los griegos, por el contrario, aparentemente creían que muchos espíritus de la naturaleza tenían una constitución material que podía actuar en el mundo físico. A menudo, el recuerdo de un sueño es tan vívido que, al despertar, uno realmente cree que ha tenido una experiencia física. Es posible que estas diferencias de opinión se deban a la dificultad para determinar con precisión dónde acaba la visión física y dónde comienza la visión etérea. Sin embargo, ni siquiera esta explicación justifica satisfactoriamente el sátiro que, según san Jerónimo, fue capturado vivo durante el reinado de Constantino y expuesto al pueblo. Tenía forma humana y cuernos y patas de cabra. Después de su muerte, fue conservado en sal y fue llevado ante el emperador, para que fuera testigo de su existencia.

Las Ondinas

Así como los gnomos estaban limitados en su función al elemento tierra, las ondinas —nombre que se daba a la familia de los elementales del agua—actúan en la esencia invisible y espiritual llamada éter húmedo (o líquido). Su velocidad de vibración se aproxima a la del elemento agua y por eso las ondinas pueden controlar en gran medida el curso y la función de este líquido en la naturaleza. Parece que la belleza es la tónica de los espíritus del agua. Dondequiera que los encontremos representados en pinturas o esculturas, abundan en simetría y gracia. Como controlan el elemento agua, que siempre ha sido un símbolo femenino, resulta natural que los espíritus del agua se representen habitualmente con forma femenina. Hay numerosos grupos de ondinas. Algunas viven en las cascadas, donde se pueden ver entre el rocío; otras son autóctonas de los ríos que corren con rapidez; algunas tienen su hábitat en terrenos pantanosos o marismas que chorrean o rezuman, mientras que otros grupos viven en los lagos transparentes de las montañas. Según los filósofos de la Antigüedad, cada fuente tiene su ninfa y cada ola del océano, su oceánida. Los espíritus del agua se conocían con nombres tales como oréades, nereidas, limoníades, náyades sirenas y potámides. Las ninfas a menudo derivaban su nombre de los arroyos, lagos o mares en los que moraban.
En su descripción, los antiguos coincidían en determinadas características destacadas. Por lo general, casi todas las ondinas se parecían mucho a los seres humanos en aspecto y tamaño, aunque las que vivían en arroyos y fuentes pequeñas tenían, como corresponde, proporciones más reducidas. Se creía que aquellos espíritus del agua en ocasiones podían adoptar la apariencia de seres humanos normales y que llegaban a relacionarse con hombres y mujeres. Abundan las leyendas sobre estos espíritus y su adopción por parte de familias de pescadores, pero en casi todos los casos las ondinas oían la llamada de las aguas y regresaban al reino de Neptuno, el rey del mar.
No se sabe casi nada acerca de las ondinas masculinas. Los espíritus del agua no establecían hogares a la manera de los gnomos, sino que vivían en cavernas de coral debajo del agua o entre los juncos que crecen en las márgenes de los ríos o a orillas de los lagos. Entre los celtas hay una leyenda que dice que, antes de la llegada de sus habitantes actuales, Irlanda estaba poblada por una raza extraña de criaturas semidivinas que, al llegar los celtas modernos, se retiraron a las marismas y los terrenos pantanosos, donde permanecen hasta hoy. Unas ondinas diminutas vivían bajo las hojas de los nenúfares y en casitas de musgo salpicadas por las cascadas. Las ondinas trabajaban con las esencias vitales y los líquidos de las plantas, los animales y los seres humanos, y estaban presentes en todo lo que contuviera agua. Cuando se dejaban ver, por lo general se parecían a las diosas de la estatuaria griega. Surgían del agua envueltas en la neblina y no podían existir mucho tiempo lejos de ella. Existen muchas familias de ondinas, cada una con sus propias limitaciones. Es imposible hablar aquí de todas ellas en detalle. Aman y honran a su reina, Necksa, a la que sirven incansablemente. Se dice que son vitales y a ellas se ha dado como trono la esquina occidental de la creación. Son seres bastante emotivos, amistosos con la vida humana y aficionados a servir a la humanidad. A veces se representan a lomos de delfines o de otros peces grandes y parecen sentir un afecto especial por las flores y las plantas, a las que sirven casi con tanta devoción e inteligencia como los gnomos. Los poetas antiguos decían que los cantos de las ondinas sonaban en el viento del oeste y que su vida estaba consagrada al embellecimiento de la tierra material.

Salamandras

El tercer grupo de elementales es el de las salamandras, o espíritus del fuego, que viven en el éter espiritual atenuado que es el elemento fuego invisible de la naturaleza. Sin ellas no puede existir el fuego material; no se puede encender una cerilla y el pedernal o el acero no producen chispas sin la ayuda de una salamandra, que aparece enseguida —eso creían los místicos medievales—, evocada por la fricción. El hombre no se puede comunicar bien con las salamandras, debido al elemento abrasador en el que viven, porque todo se reduce a cenizas en su presencia. Con mezclas especiales de plantas aromáticas y perfumes, los filósofos del mundo antiguo fabricaban muchos tipos de incienso. Los vapores que surgían al quemar incienso eran especialmente adecuados como medio de expresión de estos elementales, que hacían sentir su presencia al tomar el efluvio etéreo del humo del incienso. Las salamandras son tan variadas en cuanto a sus agrupaciones y sus arreglos como las ondinas o los gnomos. Constituyen muchas familias, que difieren en su aspecto, su tamaño y su categoría. Algunas veces se las podía ver como bolitas de luz. Dice Paracelso: «Se han visto salamandras en forma de bolas ardientes o lenguas de fuego, corriendo por los campos o escudriñando en las casas».
En opinión de los investigadores medievales de los espíritus de la naturaleza, lo más habitual era que la salamandra tuviera forma de lagarto, de unos treinta centímetros de largo o algo más, y que se viera como una Urodela resplandeciente, retorciéndose y arrastrándose en medio del fuego. Otro grupo se describía como inmensos gigantes llameantes con ropas sueltas, protegidos con planchas de una armadura ardiente. Algunos expertos medievales, como el abate de Villars, sostenían que Zaratustra (Zoroastro) era hijo de Vesta —se suponía que había sido la esposa de Noé— y la gran salamandra Oromasis. Por eso, a partir de aquel entonces se han mantenido fuegos imperecederos en los altares persas en honor del padre llameante de Zaratustra. La subdivisión más importante de las salamandras era la de los Acthnici, unas criaturas que solo aparecían como globos poco definidos. Se suponía que flotaban sobre el agua por la noche y de vez en cuando aparecían como llamas ramificadas en los mástiles y las jarcias de los barcos (el fuego de san Telmo). Las salamandras eran los elementales más fuertes y más poderosos y estaban regidas por un espíritu llameante espléndido llamado Djin, que tenía un aspecto terrible e imponente. Las salamandras eran peligrosas y se advertía a los sabios que no se acercaran a ellas, ya que las ventajas derivadas de estudiarlas a menudo no compensaban el precio que había que pagar. Como los antiguos asociaban el calor con el Sur, esta esquina de la creación se asignaba a las salamandras como trono y ellas ejercían una influencia especial sobre todos los seres que tenían un temperamento fogoso o apasionado. Tanto en los animales como en el hombre, las salamandras actúan a través de la naturaleza emocional, por medio del calor corporal, el hígado y el torrente sanguíneo. Sin su ayuda, no habría calor.

Los Silfos

Aunque los sabios decían que la cuarta clase de elementales, o silfos, vivían en el elemento aire, no se referían con esto a la atmósfera natural de la tierra, sino al medio espiritual, invisible e intangible: una sustancia etérea con una composición semejante a la de nuestra atmósfera, pero mucho más sutil. En el último discurso de Sócrates, que Platón conserva en su Fedón, el filósofo condenado dice lo siguiente: «Y hay sobre la tierra animales y hombres, algunos en una región intermedia, mientras que otros [los elementales] viven en torno al aire, como nosotros vivimos en torno al mar; otros en islas alrededor de las cuales fluye el aire, cerca del continente; en una palabra, ellos usan el aire como nosotros usamos el agua y el mar y para ellos el éter es lo que el aire para nosotros. Además, gracias a la disposición de sus estaciones, no padecen enfermedades [Paracelso lo niega] y viven mucho más que nosotros y tienen la vista, el oído y el olfato y todos los demás sentidos mucho más desarrollados, en la misma medida en que el aire es más puro que el agua o el éter que el aire. También poseen templos y lugares sagrados en los que realmente viven los dioses y escuchan sus voces y reciben sus respuestas y son conscientes de ellos y mantienen conversaciones con ellos y observan el sol, la luna y las estrellas como realmente son y sus demás bienaventuranzas son del mismo estilo que esta». Aunque se creía que los silfos vivían entre las nubes y en el aire que los rodeaba, su verdadero hogar estaba situado en las cimas de las montañas.
En sus notas editoriales a Las ciencias ocultas de Salverte, Anthony Todd Thomson escribe lo siguiente: «Es evidente que las hadas son de origen escandinavo, aunque se supone que la palabra fairy deriva o, mejor dicho, es una variante del persa parí, un ser imaginario bienhechor, cuya misión consiste en proteger a los hombres de las maldiciones de los espíritus malignos; sin embargo, es más probable que remita al gótico fagur, así como los elfos derivan de alfa, la denominación general de toda la tribu. Si se admite tal derivación del nombre de las hadas, podemos datar el comienzo de la creencia popular en las hadas británicas en el período de la conquista danesa. Se creía que eran seres aéreos diminutos hermosos, vivaces y beneficiosos en su relación con los mortales y que vivían en una región llamada “el país de las hadas”, o Alfheinner; por lo general, aparecían de vez en cuando sobre la tierra y dejaban rastros de sus visitas, en forma de hermosos aros verdes, en los lugares donde habían pisado el césped cubierto de rocío en sus danzas a la luz de la luna». Los antiguos atribuían a los silfos la tarea de modelar los copos de nieve y de reunir las nubes; lograban esto último con la ayuda de las ondinas, que proporcionaban la humedad. Los vientos eran su vehículo particular y los antiguos los llamaban espíritus del aire. Son los más elevados de todos los elementales y su elemento original es el que tiene la velocidad de vibración más alta. Viven cientos de años y a menudo llegan a los mil, sin mostrar ninguna señal de envejecimiento. El jefe de los silfos se llama Paralda y de él se dice que vive en la montaña más alta de la tierra. Los silfos femeninos reciben el nombre de sílfides.
Se cree que los silfos, las salamandras y las ninfas tenían mucho que ver con los oráculos de los antiguos; en realidad, eran los únicos que hablaban desde las profundidades de la tierra y desde el aire. Algunas veces, los silfos adoptan forma humana, aunque parece que solo por poco tiempo. Su tamaño varía, si bien en la mayoría de los casos no son más grandes que los seres humanos y a menudo mucho más pequeños. Dicen que los silfos aceptan seres humanos en sus comunidades y que les permiten vivir en ellas bastante tiempo; de hecho, Paracelso escribió al respecto, aunque, evidentemente, no pudo haber ocurrido mientras el forastero humano conservaba su cuerpo físico. Algunos creen que las musas de los griegos eran silfos, porque se dice que estos espíritus se congregan en torno a la mente del soñador, el poeta y el artista y lo inspiran con su conocimiento profundo de la belleza y el funcionamiento de la naturaleza. Se adjudicaba a los silfos la esquina oriental de la creación. Su carácter es alborozado, cambiante y excéntrico. Parece que las peculiaridades que abundan entre los hombres geniales se deben a su colaboración con los silfos, cuya ayuda lleva implícita la falta de coherencia de estos seres. Los silfos actúan con los gases del cuerpo humano e, indirectamente, con el sistema nervioso, donde también se nota su inconstancia. No tienen domicilio fijo, sino que vagan de un lugar a otro: son nómadas elementales, poderes invisibles, pero siempre presentes en la actividad inteligente del universo.

Observaciones generales 

Algunos de los antiguos discrepaban de Paracelso y compartían la opinión de que los reinos elementales eran capaces de luchar entre ellos; además, reconocían en los enfrentamientos de los elementos los desacuerdos entre estos reinos de los espíritus de la naturaleza. Cuando caía un rayo sobre una roca y la partía, creían que las salamandras estaban atacando a los gnomos. Como no se podían atacar entre sí en el plano de su propia esencia etérica, porque no había correspondencia vibratoria entre los cuatro éteres de los que estaban compuestos estos reinos, tenían que atacar a través de un denominador común, es decir, la sustancia material del universo físico en el cual ejercían cierta cantidad de poder.
También se libraban guerras dentro de los propios grupos: un ejército de gnomos atacaba a otro y estallaba entre ellos una guerra civil. Los filósofos de antaño resolvían los problemas de las aparentes contradicciones de la naturaleza mediante la individualización y la personificación de todas sus fuerzas, a las que atribuían un carácter bastante parecido al humano, y a continuación esperaban que manifestaran las típicas contradicciones humanas. Se asignaban los cuatro signos fijos del Zodiaco a los cuatro reinos de los elementales. Se decía que los gnomos tenían la naturaleza de Tauro; las ondinas, la naturaleza de Escorpio; las salamandras eran ejemplos de la constitución de Leo, mientras que los silfos manipulaban las emanaciones de Acuario.
El cristianismo reunía a todos los seres elementales bajo el título de «demonio», un nombre poco apropiado que ha tenido consecuencias de gran alcance, porque para la persona corriente la palabra «demonio» quiere decir algo malo y los espíritus de la naturaleza no son, en esencia, más malignos que los minerales, los vegetales y los animales. Muchos de los primeros Padres de la Iglesia afirmaban que se habían reunido y habían debatido con los elementales.
Como ya hemos dicho, los espíritus de la naturaleza no tienen esperanza de conseguir la inmortalidad, aunque algunos filósofos han sostenido que, en casos aislados, les otorgaron la inmortalidad algunos adeptos e iniciados que conocían determinadas sutilezas de los mundos invisibles. Del mismo modo en que se produce la desintegración en el mundo físico, también existe en el equivalente etéreo de la sustancia física. En condiciones normales, al morir, un espíritu de la naturaleza se limita a regresar a la esencia primaria transparente de la cual se había diferenciado en un principio. Si se produce algún crecimiento evolutivo, solo queda registrado en la conciencia de esa esencia, o elemento, primario, y no en el ser diferenciado temporalmente del elemental. Por carecer del organismo complejo y de los vehículos espirituales e intelectuales del hombre, los espíritus de la naturaleza son infrahumanos en su inteligencia racional, pero de sus funciones —limitadas a un solo elemento— se obtiene un tipo de inteligencia especializada que supera considerablemente al hombre en las líneas de investigación peculiares al elemento en el cual existen.
Los Padres de la Iglesia han aplicado indiscriminadamente a los elementales los nombres de «íncubos» y «súcubos». Sin embargo, los íncubos y los súcubos son creaciones malvadas y antinaturales, mientras que «elementales» es un nombre genérico para todos los habitantes de las cuatro esencias elementales. Según Paracelso, los íncubos y los súcubos (que son masculinos y femeninos, respectivamente) son criaturas parásitas que subsisten en los pensamientos y las emociones negativos del cuerpo astral. Estos términos se aplican también a los organismos superfísicos de los hechiceros y los magos negros. Si bien estas larvae no tienen nada de seres imaginarios, son, a pesar de todo, fruto de la imaginación. Para los sabios antiguos eran la causa invisible del vicio, porque rondan en los éteres que rodean a las personas débiles moralmente y sin cesar las incitan a cometer excesos degradantes. Por este motivo, frecuentan el ambiente de antros, tugurios y burdeles, donde se aferran a los desventurados que se han entregado a la iniquidad. Al dejar que sus sentidos se insensibilicen como consecuencia del abuso de drogas que crean dependencia o de estimulantes alcohólicos, el individuo se pone en contacto temporalmente con estos habitantes del plano astral. Las huríes que ven los adictos al hachís o al opio y los monstruos horribles que atormentan a quienes padecen de delirium tremens son ejemplos de seres submundanos que solo son visibles para aquellos que, con sus prácticas maléficas, los atraen como un imán.
Quien difiere por completo de los elementales y también de los íncubos y los súcubos es el vampiro, al que Paracelso define como el cuerpo astral de alguien vivo o muerto (por lo general, este último estado). Para prolongar su existencia en el plano físico, el vampiro roba a los vivos su energía vital y la usa indebidamente para sus propios fines. En su De Ente Spirituali, Paracelso escribe lo siguiente acerca de estos seres malignos: «Ninguna persona sana y pura puede obsesionarse con ellos, porque tales larvae solo pueden afectar a los seres humanos si estos les hacen sitio en su mente. Una mente sana es un castillo que no se puede invadir si su amo no lo quiere: pero si se les permite entrar, despiertan las pasiones de hombres y mujeres, crean ansias en ellos, provocan malos pensamientos que causan perjuicios en el cerebro: agudizan el intelecto animal y ahogan el sentido moral. Los espíritus del mal solo obsesionan a aquellos seres humanos en los que predomina la animalidad. No se pueden poseer las mentes que están iluminadas por el espíritu de la verdad: solo se pueden someter a su influencia aquellas que habitualmente se rigen por sus propios impulsos inferiores». Un concepto extraño y que diverge en cierto modo de lo convencional es el desarrollado por el conde de Gabalis con respecto a la inmaculada concepción, es decir, que representa la unión de un ser humano con un elemental. Entre la prole que resulta de tales uniones menciona a Hércules, Aquiles, Eneas, Teseo, Melquisedec, el divino Platón, Apolonio de Tiana y el mago Merlín.

Manly Palmer Hall - La Teoría y la Práctica de la Magia Negra

 

A partir de un breve análisis de sus premisas básicas, podemos aclarar un poco la complejidad de la teoría y la práctica de la magia ceremonial.
Primera. El universo visible tiene una contrapartida invisible, cuyos planos superiores están poblados por espíritus buenos y hermosos, mientras que los planos inferiores, oscuros y ominosos, son la morada de los malos espíritus y los demonios dirigidos por el ángel caído y sus diez príncipes.
Segunda. Mediante los procesos secretos de la magia ceremonial es posible ponerse en contacto con estas criaturas invisibles y obtener su ayuda para algunas tareas humanas. Los espíritus buenos prestan ayuda de buen grado para cualquier empresa respetable; en cambio, los espíritus del mal solo sirven a aquellos que viven para corromper y destruir.
Tercera. Es posible establecer pactos con los espíritus, en virtud de los cuales el mago se convierte, por un tiempo determinado, en amo de un ser elemental.
Cuarta. La magia negra se celebra con la colaboración de un espíritu demoníaco, que sirve al hechicero durante toda su vida terrenal, con la condición de que, después de su muerte, el mago se convierta en siervo de su propio demonio. Por este motivo, el mago negro hará lo imposible por prolongar su existencia física, puesto que no le espera nada más allá de la tumba.
La forma más peligrosa de magia negra es la perversión científica del poder oculto para satisfacer un deseo personal. Su forma menos compleja y más universal es el egoísmo humano, porque el egoísmo es la causa fundamental de todo el mal terrenal. Un hombre es capaz de entregar su alma eterna a cambio del poder temporal y a lo largo de los siglos ha evolucionado un proceso misterioso que en realidad le permite hacer este intercambio. En sus diversas ramas, el arte negro incluye casi todas las formas de la magia ceremonial, la nigromancia, la brujería, la hechicería y el vampirismo. Dentro de la misma categoría general se incluyen también el mesmerismo y el hipnotismo, salvo cuando se utilizan exclusivamente con fines médicos, aunque incluso entonces existe un elemento de riesgo para todas las partes implicadas. Aunque parecería que el demonismo medieval ha desaparecido, existen pruebas en abundancia de que en muchas formas del pensamiento moderno —sobre todo en las llamadas psicología de la prosperidad, metafísica del fortalecimiento de la fuerza de voluntad y tácticas de venta agresiva— la magia negra no ha hecho más que experimentar una metamorfosis y, por más que su nombre haya cambiado, su naturaleza sigue siendo la misma. Un mago medieval muy famoso fue el doctor Johannes Faustus, más conocido como el doctor Fausto, que, mediante el estudio de obras mágicas, logró someter a su servicio a un elemental que le sirvió durante muchos años de diversas formas. Se cuentan extrañas leyendas acerca de los poderes mágicos del doctor Fausto. En una ocasión en la que, aparentemente, el filósofo estaba juguetón, arrojó su manto sobre un montón de huevos que había en la cesta de una vendedora en el mercado y de inmediato salieron de ellos los polluelos. En otra ocasión, después de haber caído por la borda de una barca, fue rescatado y devuelto a la embarcación con la ropa todavía seca. Sin embargo, como casi todos los demás magos, el doctor Fausto acabó finalmente en desastre: lo hallaron una mañana con un cuchillo clavado en la espalda y la opinión extendida fue que su espíritu familiar lo había asesinado. Si bien en general se considera que el doctor Fausto de Goethe no es más que un personaje ficticio, en realidad aquel viejo mago vivió durante el siglo XVI. El doctor Fausto escribió un libro en el cual describe sus experiencias con los espíritus, del cual copiamos a continuación un trozo.

Extracto del libro del Dr. Fausto, Wittenberg, 1524

Desde mi juventud he seguido las artes y las ciencias y he sido un lector de libros infatigable. Entre los que cayeron en mis manos figura un volumen que contenía todo tipo de invocaciones y fórmulas mágicas. Hallé en él información sobre la manera de obligar a un espíritu, ya sea de fuego, agua, tierra o aire, a cumplir la voluntad de un mago que sea capaz de controlarlo. Descubrí también que, como algunos espíritus son más poderosos que otros, cada uno se adapta para hacer algo diferente y cada uno es capaz de producir determinados efectos sobrenaturales. Después de leer aquel libro extraordinario, hice varios experimentos, porque deseaba poner a prueba la veracidad de sus afirmaciones. Al principio, tenía escasa fe en que se produjera lo prometido, pero, con la primera invocación que probé, se manifestó ante mí un espíritu poderoso, que quiso saber por qué lo había invocado. Su advenimiento me dejó tan atónito que casi no supe qué decir, aunque al final le pedí que me ayudara en mis investigaciones mágicas Respondió que lo haría si se cumplían determinadas condiciones. Las condiciones eran que hiciera un pacto con él. Yo no deseaba hacerlo, pero, como en mi ignorancia no me había protegido con un círculo, sino que estaba a merced del espíritu, no me atreví a rechazar su petición y me resigné a lo inevitable, pensando que lo más prudente era dejarme llevar por la corriente. Entonces le dije que, si se mostraba servicial conmigo, según mis deseos y necesidades, durante cierto tiempo, me pondría a su disposición. Una vez acordado el pacto, aquel espíritu poderoso, cuyo nombre era Astaroth, me presentó a otro espíritu, llamado Marbuel, que fue puesto a mi servicio. Interrogué a Marbuel, para ver si era adecuado para mis necesidades Le pregunté si era rápido y me respondió:
«Tan rápido como el viento». Su respuesta no me satisfizo, de modo que le repliqué: «No puedes ser mi siervo. Vuelve por donde has venido». No tardó en manifestarse otro espíritu, cuyo nombre era Aniguel. Le formulé la misma pregunta y me respondió que era rápido como las aves en el aire, de modo que le dije: «Tú también eres demasiado lento para mí. Vuelve por donde has venido». En el mismo instante se manifestó otro espíritu, de nombre Aziel. Por tercera vez formulé mi pregunta y él respondió: «Soy tan rápido como el pensamiento humano». «Me servirás», le dije, y aquel espíritu me fue fiel durante mucho tiempo, aunque no se puede contar cómo me sirvió en un documento de este tamaño y aquí me limitaré a indicar la manera de invocar a los espíritus y de preparar los círculos de protección. Hay muchos tipos de espíritus que se dejan invocar por el hombre y se convierten en siervos suyos De estos mencionaré algunos:
Aziel: el más poderoso de los que sirven al hombre. Se manifiesta con una forma humana agradable, de unos noventa centímetros de altura. Hay que invocarlo tres veces para que aparezca en el círculo que se ha preparado para él. Proporciona riquezas y trae cosas al instante desde grandes distancias, según la voluntad del mago. Es tan rápido como el pensamiento humano. 
Aniguel: servicial y sumamente útil, se presenta con la forma de un niño de diez años. Hay que invocarlo tres veces Está capacitado especialmente para descubrir tesoros y minerales ocultos en el suelo, que proporcionará al mago.
Marbuel: verdadero señor de las montañas y tan rápido como un pájaro volando. Es un espíritu hostil y problemático, difícil de controlar. Hay que invocarlo cuatro veces. Aparece en la persona de Marte [un guerrero con una armadura pesada]. Presentará al mago aquellas cosas que crecen por encima y por debajo de la tierra. Es en particular el señor de la raíz de primavera. [La raíz de primavera es una planta misteriosa, probablemente de color rojizo, que, según los magos medievales, tenía la propiedad de hacer salir o abrir todo lo que tocase. Si la ponían contra una puerta cerrada con llave, la puerta se abría. Los herméticos creían que el pájaro carpintero de cabeza roja estaba dotado especialmente de la facultad de descubrir la raíz de primavera, de modo que lo seguían hasta el nido y obturaban el agujero del árbol donde estaban sus crías. Entonces el pájaro carpintero partía enseguida a buscar la planta y, cuando la descubría, la llevaba hasta el árbol y con ella retiraba el tapón que obstruía la entrada al nido. Entonces el mago le quitaba la planta al ave. También se afirmaba que, debido a la estructura de la planta, algunos espíritus elementales que se manifestaban mediante la propensión a hacer salir o abrir cosas utilizaban el cuerpo etéreo de la raíz de primavera como medio de expresión.]
Azabel: un señor del mar poderoso, que controla lo que está tanto por encima como por debajo del agua. Recupera cosas que se han perdido o hundido en ríos, lagos y océanoa como barcos y tesoros hundidos. Cuanto más enérgica sea la invocación, más prisa se dará para cumplir su misión.
Machiel: se presenta en forma de una hermosa doncella y con su ayuda el mago consigue honor y dignidad. Ella convierte a aquellos a quienes sirve en dignos y nobles, refinados y gentiles y colabora en todo lo relacionado con los litigios y la justicia. No se presenta a menos que se la invoque dos veces.
Baruel: el maestro de todas las artes. Se manifiesta como un trabajador cualificado y se presenta con delantal. Puede enseñar más a un mago en un instante que todos los trabajadores cualificados del mundo juntos en veinte años. Hay que invocarlo tres veces. Estos son los espíritus más serviciales para el hombre, pero hay muchísimos más que, por falta de espacio, no puedo describir. Ahora bien, si alguien desea la ayuda de un espíritu para conseguir algo, primero tiene que dibujar el signo del espíritu al que desea invocar. El dibujo se tiene que trazar justo delante de un círculo hecho antes de la salida del sol, en el que se han de colocar el interesado y sus ayudantes. Si uno desea ayuda financiera, debe invocar al espíritu Aziel. Hay que dibujar su signo delante del círculo. Si uno quiere otras cosas, tiene que trazar el signo del espíritu capaz de proporcionarlas. En el lugar donde se va a trazar el círculo, primero hay que dibujar una cruz enorme con una espada grande con la que nadie haya sido herido. A continuación, hay que hacer tres círculos concéntricos. El central se hace con una tira larga de pergamino sin usar y se debe colgar encima de doce cruces hechas de madera de espino de la cruz. En el pergamino hay que escribir los nombres y los símbolos acordes con la figura que sigue. Por fuera de este primer círculo hay que trazar el segundo de esta forma: Primero se sujeta un hilo de seda roja que se haya hilado o retorcido hacia la izquierda, en lugar de hacia la derecha. A continuación se ponen en el suelo doce cruces hechas de hojas de laurel y también se prepara una tira larga de papel blanco intacto. Se escriben con una pluma sin usar los caracteres y los símbolos que se ven en el segundo círculo. Se enrolla esta tira de papel con el hilo de seda roja y se clava sobre las doce cruces de hojas de laurel. Por fuera de este segundo círculo se hace otro, también con pergamino sin usar, y se clava sobre doce cruces de palmera consagrada.
Después de hacer estos tres círculos, uno se introduce en ellos hasta quedar de pie en el centro sobre un pentáculo trazado en el medio de la gran cruz dibujada en primer lugar. Para que salga bien, hay que hacer todo según la descripción y, después de leer toda la invocación sagrada, se pronuncia el nombre del espíritu que uno desea que aparezca. Es fundamental que el nombre se pronuncie con toda claridad. También hay que tener en cuenta el día y la hora, porque cada espíritu solo puede ser invocado en determinados momentos.
Si bien en el momento de firmar su pacto con el demonio elemental es posible que el mago negro esté totalmente convencido de que tiene la fuerza suficiente para controlar de forma indefinida los poderes que se ponen a su disposición, no tarda mucho en desengañarse. Antes de que hayan transcurrido muchos años, tiene que volcar todas sus energías al problema de la autopreservación. Un mundo de horrores al que su propia codicia lo ha ido adaptando se le va acercando cada vez más, hasta que existe al borde de una vorágine, esperando ser arrastrado a sus turbias profundidades de un momento a otro. Con miedo a morir, porque entonces se convertirá en siervo de su propio demonio, el mago comete un delito tras otro para prolongar su desdichada existencia terrenal. Al darse cuenta de que la vida se mantiene gracias a una misteriosa fuerza vital universal que es común a todas las criaturas, el mago negro se convierte a menudo en un vampiro oculto que roba esta energía a los demás. Según la superstición medieval, los magos negros se convertían en hombres lobo que vagaban por la tierra durante la noche y atacaban a víctimas indefensas para conseguir la fuerza vital que contenía su sangre.

El modus operandi para la invocación de espíritus

El siguiente fragmento condensado, extraído de un manuscrito antiguo, se reproduce a continuación como ejemplo del ritualismo de la magia ceremonial.

Plegaria inicial

“Dios omnipotente y eterno que habéis ordenado toda la creación para vuestra gloria y alabanza y para la salvación del hombre, os suplico de todo corazón que enviéis a uno de vuestros espíritus de la orden de Júpiter, uno de los mensajeros de Zadkiel, a quien habéis designado gobernador de vuestro firmamento en este momento, para que fielmente, de buen grado y de inmediato me enseñe todo aquello que le pida, ordene o requiera. No obstante, oh, Santísimo Dios, que no se haga mi voluntad sino la vuestra, por medio de Jesucristo, vuestro único Hijo, nuestro Señor. Amén.
La invocación
[Después de consagrar como corresponde sus vestiduras y sus utensilios y de protegerse con su círculo, el mago invoca ahora a los espíritus para que aparezcan y accedan a sus demandas].
Espíritus cuya asistencia requiero, observad el signo y los nombres sagrados del Dios todopoderoso. Obedeced el poder de este pentáculo nuestro; salid de vuestras cavernas y de los lugares oscuros en los que os escondéis: interrumpid la ocupación dolorosa de los infelices mortales a los que torturáis sin cesar: venid a este lugar donde la bondad divina nos ha reunido; prestad atención a nuestras órdenes y conoced nuestras demandas justas; no penséis que vuestra resistencia nos hará cejar en nuestro empeño. Nada nos hará prescindir de vuestra obediencia. Os lo ordenamos por los nombres misteriosos de Elohe Agla Elohim Adonay Gibort. Amén. Apelo a vos Zadkiel, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, la Santísima Trinidad, unidad inefable. Os invoco y os suplico, Zadkiel, que ahora atendáis las palabras y los conjuros que utilizaré en este día por los nombres sagrados de Dios Elohe El Elohim Elion Zebaoth Escerehie lah Adonay Tetragrammaton.
Os conjuro, os exorcizo, oh, espíritu de Zadkiel, por estos nombres sagrados Hagios O Theos Iscyros Athanatos Paracletus Agla orí Alpha el Omega lolh Aglanbroth Abiel Anathiel Tetragrammaton y por todos los demás nombres de Dios grandes y gloriosos, sagrados e inefables, misteriosos, poderosos e incomprensibles, para que escuchéis las palabras de mi boca y me enviéis a Pabiel o a algún otro de los espíritus que os sirven y velan por vos para que me enseñe lo que le pida en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Os suplico, Pabiel, por todos los espíritus del cielo, los serafines, querubines, tronos, dominaciones, principados, potestades, virtudes, arcángeles y ángeles, por los sagrados grandes y gloriosos ángeles Orphaniel Tetra-Oagiel Salamla Acimoy pastor poti, que os presentéis de inmediato, que os mostréis enseguida para que podamos veros y oíros, que nos habléis y cumpláis nuestros deseos y que por vuestra estrella, Júpiter, y por todas las constelaciones del cielo y por lo que sea que obedezcáis y por vuestro carácter que habéis dado, propuesto y confirmado, que me atendáis de acuerdo con la plegaria y las peticiones que he hecho a Dios Todopoderoso y que de inmediato me enviéis a uno de los espíritus que velan por vos para que de buen grado, de verdad y fielmente cumpla todos mis deseos y que le ordenéis que comparezca ante mí en la forma de un hermoso ángel, que se ponga en comunicación conmigo con delicadeza, cortesía, amabilidad y docilidad y que no permita que ningún espíritu maligno me ocasione ningún tipo de daño, me asuste ni me espante de ningún modo ni que me engañe en modo alguno. En virtud de Nuestro Señor Jesucristo, en cuyo nombre atiendo, espero y aguardo vuestra aparición. Que así sea, que así sea, que así sea. Amén, amén, amén. Interrogatorios [Después de convocar el espíritu a su presencia, el mago lo interroga de la siguiente manera:]
—¿Venís en paz en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo?
—Sí —responderá el espíritu.
—Me alegro de que estéis aquí, noble espíritu. ¿Cuál es vuestro nombre? —Pabiel. — responderá el espíritu.
—Os he invocado en el nombre de Jesús de Nazaret, ante cuyo nombre todos se arrodillan en el cielo, la tierra y el infierno y todas las bocas reconocen que no hay ningún nombre como el suyo, que ha dado poder a los hombres para atado y para desalarlo todo en su Santísimo Nombre, incluso a los que confían en su salvación. ¿Sois el mensajero de Zadkiel?
—Sí —responderá el espíritu.
—¿Me confirmáis que a partir de este momento me revelaréis todo lo que deseo saber y me enseñaréis a aumentar mi saber y mis conocimientos y me mostraréis todos los secretos de la magia y de todas las ciencias liberales para que así pueda manifestar la gloria de Dios Todopoderoso?
—Sí —responderá el espíritu.
—Entonces os suplico que vengáis a mí cada vez que os invoque y que me prestéis juramento y yo cumpliré religiosamente mi promesa y mi pacto con Dios Todopoderoso y os recibiré con amabilidad cada vez que comparezcáis ante mí.
Autorización para partir —Puesto que venís en paz y sosiego y habéis respondido a mis peticionea doy humildes y abundantes gracias a Dios Todopoderoso, en cuyo nombre os he invocado y habéis venido y ahora podéis partir en paz a cumplir vuestras órdenes para regresar a mí cada vez que os invoque por vuestro juramento o por vuestro nombre o por vuestra orden o por vuestro oficio, que os ha sido concedido por el Creador, y que el poder de Dios sea conmigo y con vos y con todos los hijos de Dios, amén. —Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Es conveniente que el invocador permanezca en el círculo unos cuantos minutos después de recitar la autorización y, si el lugar donde se ha llevado a cabo está al aire libre, que destruya todo rastro del círculo, etcétera, y que regrese tranquilamente a su casa. En cambio, si la invocación se desarrolla en un lugar apartado de una vivienda, etcétera, el círculo puede quedar, ya que puede servir para una invocación futura, aunque la habitación o el edificio se tiene que cerrar con llave, para que no entren extraños. El acuerdo que se acaba de presentar es pura magia ceremonial. En el caso de la magia negra, es el mago el que tiene que firmar el pacto, en lugar del demonio. Cuando el mago negro somete a un elemental a su servicio, se entabla una lucha de ingenios que acaba ganando el demonio. El mago firma el pacto entre él y el demonio con su propia sangre, porque en el arcano de la magia se declara que «quien controla la sangre de otro controla su alma». Mientras el mago no falle, el elemental cumplirá al pie de la letra su obligación en virtud del pacto, pero el demonio hará todo lo posible para que el mago no pueda cumplir su parte del acuerdo. Cuando el mago, situado dentro de su círculo, haya invocado el espíritu que desea controlar y le haya transmitido su intención, el espíritu responderá algo así como: «No puedo acceder a tu pedido ni satisfacerlo, a menos que dentro de cincuenta años te entregues a mí en cuerpo y alma, para que yo haga lo que me plazca».
Si el mago se niega, se discutirán otras condiciones. Es posible que el espíritu diga: «Estaré a tu servicio mientras todos los viernes por la mañana salgas a la calle a dar limosna en nombre de Lucifer. Serás mío la primera vez que dejes de hacerlo». Si el mago se sigue negando, porque se da cuenta de que el demonio hará que le resulte imposible atenerse al contrato, se discutirán otros términos, hasta llegar finalmente a un pacto, que podría ser como sigue: «Por el presente me comprometo ante el Gran Espíritu Lucífugo, príncipe de los demonios, a que todos los años le entregaré un alma humana para que haga con ella lo que le plazca y a cambio Lucífugo se compromete a otorgarme los tesoros de la tierra y a cumplir todos mis deseos mientras dure mi vida natural. Si no consigo entregarle todos los años la ofrenda mencionada, le entregaré mi propia alma. Firmado:…». [El invocador firma el pacto con su propia sangre.]

Manly Palmer Hall - La Magia Ceremonial y Brujeria

 

La magia ceremonial es el arte antiguo de invocar y controlar a los espíritus mediante la aplicación científica de determinadas fórmulas. Un mago, envuelto en vestiduras sagradas y con una varita que lleve inscritas figuras jeroglíficas, podía, por el poder que le conferían determinadas palabras y símbolos, controlar a los habitantes invisibles de los elementos y del mundo astral. Si bien la magia ceremonial compleja de la Antigüedad no era necesariamente mala, de su perversión surgieron varias escuelas falsas de brujería o magia negra. Egipto, un gran centro del saber y cuna de numerosas artes y ciencias, proporcionó un entorno ideal para la experimentación trascendental. Allí, los magos negros de la Atlántida siguieron ejerciendo sus poderes sobrehumanos hasta socavar y corromper por completo la moralidad de los Misterios primitivos. Mediante el establecimiento de una casta sacerdotal, usurparon el puesto que antes ocupaban los iniciados y tomaron las riendas del gobierno espiritual. De este modo, la magia negra dictaba la religión estatal y paralizaba las actividades intelectuales y espirituales del individuo, al exigir su conformidad total y decidida con el dogma formulado por la clase sacerdotal. El faraón se convirtió en un títere en las manos del Concilio Escarlata, un comité de archihechiceros que los sacerdotes habían puesto en el poder.
Aquellos hechiceros emprendieron entonces la destrucción sistemática de todas las claves de la Sabiduría Antigua, para que nadie pudiera tener acceso al conocimiento necesario para llegar a ser maestro sin haberse convertido antes en miembro de su orden. Mutilaron los rituales de los Misterios mientras presumían de preservarlos, de modo que, aunque el neófito pasara de un grado a otro, no pudiera obtener el conocimiento que le correspondía. Se introdujo la idolatría, al alentarse el culto a las imágenes que al principio los sabios habían erigido solo como símbolos para el estudio y la meditación. Se dieron falsas interpretaciones a los emblemas y las figuras de los Misterios y se crearon teologías complicadas para confundir la mente de sus devotos. Las masas, privadas de su derecho inalienable al saber y sumidas en la ignorancia, acabaron por convenirse en esclavos abyectos de los impostores espirituales. Se impuso en todo el mundo la superstición y los magos negros dominaban por completo los asuntos nacionales, como consecuencia de lo cual la humanidad sigue padeciendo las sofisterías de la clase sacerdotal de la Atlántida y Egipto. Plenamente convencidos de que sus Escrituras lo aprobaban, muchos cabalistas medievales dedicaron su vida a la práctica de la magia ceremonial. El trascendentalismo de los cabalistas se basa en la fórmula antigua y mágica del rey Salomón, a quien los judíos consideran desde hace mucho el príncipe de los magos ceremoniales.
Entre los cabalistas de la Edad Media había gran cantidad de magos negros, que se alejaron de los conceptos nobles del Sefer Yetzirah para enredarse en el demonismo y la brujería. Pretendían reemplazar con espejos mágicos, puñales consagrados y círculos desplegados en torno a postes de clavos de ataúdes la vida virtuosa que, sin la asistencia de complejos rituales ni de criaturas inframundanas conduce al hombre, indefectiblemente, a un estado de auténtica completitud individual. Quienes pretendían controlar a los espíritus elementales mediante la magia ceremonial esperaban obtener de los mundos invisibles conocimientos poco comunes o poderes sobrenaturales. El diablillo rojo de Napoleón Bonaparte y las cabezas oraculares de infausta memoria de los Medici son ejemplos de las desastrosas consecuencias que acarrea permitir que los seres elementales dicten el curso del proceder humano. Aunque parezca que el demonio erudito y divino de Sócrates ha sido una excepción, en realidad esto demuestra que la condición intelectual y moral del mago tiene mucho que ver con el tipo de elemental que es capaz de invocar; sin embargo, hasta el demonio de Sócrates lo abandonó cuando se dictó su sentencia de muerte.
El trascendentalismo y todas las formas de magia fenomenalista no son más que callejones sin salida, productos de la hechicería de los atlantes, y quienes abandonan el camino recto de la filosofía para deambular por allí casi siempre han sido víctimas de su imprudencia. Cuando el hombre es incapaz de controlar sus propios apetitos, tampoco es capaz de gobernar a unos espíritus elementales fogosos y apasionados.
Más de un mago ha perdido la vida por haberse internado por un camino en el cual las criaturas submundanas podían intervenir activamente en sus asuntos. ¿Qué esperaba conseguir Éliphas Lévi cuando invocaba al espíritu de Apolonio de Tiana? ¿Acaso satisfacer la curiosidad constituye motivo suficiente para justificar la dedicación de toda una vida a una empresa peligrosa e inútil? Si Apolonio, cuando estaba vivo, se negaba a divulgar sus secretos a los profanos, ¿existe alguna probabilidad de que, después de muerto, los revele a los curiosos? El propio Lévi no se atrevía a afirmar que el espectro que se le apareció fuese en realidad el gran filósofo, porque era muy consciente de la propensión de los elementales a hacerse pasar por los muertos. La mayoría de las modernas apariciones espiritistas no son más que criaturas elementales que se hacen pasar por cuerpos compuestos por la sustancia del pensamiento suministrada precisamente por las personas que desean contemplar aquellos espectros de seres incorpóreos.

Manly Palmer Hall - La Magia de los Metales y las Piedras Preciosas

 

Según las enseñanzas de los Misterios, los rayos de los cuerpos celestes, al chocar contra las influencias cristalizadoras del mundo inferior, se convierten en los distintos elementos. Como son partícipes de las virtudes astrales de su origen, estos elementos neutralizan determinadas formas desequilibradas de la actividad celestial y, cuando se combinan adecuadamente, contribuyen en gran medida al bienestar humano. Poco sabemos en la actualidad acerca de estas propiedades mágicas, pero es posible que al mundo moderno le resulte provechoso analizar los descubrimientos de los filósofos antiguos que determinaron aquellas relaciones mediante una experimentación exhaustiva. De dicha investigación surgió la costumbre de identificar los metales con los huesos de las diversas divinidades. Por ejemplo, según Manetón, los egipcios consideraban que el hierro era el hueso de Marte y la piedra imán, el de Horus.
Por analogía, el plomo sería el esqueleto físico de Saturno; el cobre, el de Venus; el azogue, el de Mercurio; el oro, el del sol; la plata, el de la luna, y el antimonio, el de la tierra. Tal vez se demuestre que el uranio es el metal de Urano y el radio, el de Neptuno. Las cuatro edades de los místicos griegos —la Edad de Oro, la Edad de Plata, la Edad de Bronce y la Edad de Hierro— son expresiones metafóricas que hacen referencia a los cuatro períodos principales de la vida de todas las cosas. En las divisiones del día, representan el amanecer, el mediodía, el crepúsculo y la medianoche; en la vida de los dioses, los hombres y el universo, denotan los períodos del nacimiento, el crecimiento, la madurez y la decadencia. Las edades griegas también guardan una correspondencia estrecha con las cuatro yugas de los hindúes: Krita-yuga, Treta-yuga, Dvapara-yuga y Kali-yugu.
Ullamudeian describe de esta manera la forma de calcularlas: «En cada uno de los doce signos hay 1800 minutos; si multiplicamos esta cifra por 12, el resultado es 21 600; es decir, 1800 x 12 = 21 600. Si multiplicamos 21 600 por 80, el resultado es 1728 000, que es la duración de la primera edad, llamada Krita-yuga. Si multiplicamos el mismo número por 60, el resultado será 1296 000, que son los años de la segunda edad, Treta-yuga. Si se multiplica esta cantidad por 40, el resultado es 864 000, la duración de la tercera edad: Dvapara-yuga. La misma cantidad, multiplicada por 20, da 432 000, la cuarta edad, Kali-yuga». (Obsérvese que estos múltiplos disminuyen de forma inversamente proporcional a la tetractys pitagórica: 1, 2, 3 y 4.)
Según H. P. Blavatsky, Orfeo enseñaba a sus seguidores a influir en el público mediante una piedra imán y Pitágoras prestaba especial atención al color y la naturaleza de las piedras preciosas; añade también lo siguiente: «Los budistas afirman que el zafiro produce serenidad y ecuanimidad y expulsa los malos pensamientos, al establecer una circulación sana en el hombre. Lo mismo hace una batería eléctrica, con su corriente bien dirigida, según nuestros electricistas. Los budistas sostienen que “el zafiro puede abrir (al espíritu del hombre) puertas y viviendas, aunque tengan barrotes; produce el deseo de orar y aporta más paz que ninguna otra piedra preciosa, pero quien lo use debe llevar una vida pura y santa”».
Abundan en la mitología los relatos sobre anillos mágicos y joyas talismánicas. En el segundo libro de la República, Platón describe un anillo que, cuando el engaste estaba vuelto hacia dentro, volvía invisible a su portador. Gracias a él, el pastor Giges llegó al trono de Lidia. Flavio Josefo también describe los anillos mágicos diseñados por Moisés y el rey Salomón y Aristóteles menciona uno que proporcionaba amor y honor a su poseedor. En su capítulo sobre este tema, Enrique Cornelio Agripa no solo menciona los mismos anillos, sino que además afirma, basándose en la autoridad de Filóstrato, que Apolonio de Tiana prolongó su vida durante más de ciento treinta años con la ayuda de siete anillos mágicos que le obsequió un príncipe de las Indias Orientales. Cada uno de aquellos siete anillos llevaba engastada una piedra preciosa que poseía la naturaleza de uno de los siete planetas dominantes de la semana y, al cambiar a diario los anillos, Apolonio se protegía de la enfermedad y de la muerte, gracias a la intervención de las influencias planetarias. El filósofo también enseñó a sus discípulos las virtudes de aquellas joyas talismánicas y consideraba aquella información imprescindible para el teúrgo. Agripa describe la preparación de anillos mágicos con las siguientes palabras: «Cuando cualquier estrella [planeta] asciende afortunadamente, con el aspecto o conjunción favorable de la luna, debemos tomar una piedra y una planta que estén bajo aquella estrella y hacer un anillo del metal que sea adecuado para ella y engastar en él la piedra y poner la planta o la raíz debajo, sin omitir las inscripciones de imágenes, nombres y caracteres, así como también las sufumigaciones correspondientes».
Hace tiempo que se toma el anillo como símbolo de consecución, perfección e inmortalidad; esto último se debe a que el aro de metal precioso no tiene principio ni final. En los Misterios, los iniciados llevaban anillos cincelados para parecer una serpiente con la cola en la boca, como prueba material de la posición que habían alcanzado en la orden. Los hierofantes llevaban sellos en los que se grababan determinados emblemas secretos y no era extraño que un mensajero, para demostrar que era el representante oficial de un príncipe o de algún otro dignatario, portara junto con el mensaje una impresión del anillo de su amo o el propio sello. La intención original del anillo de boda era implicar que en la naturaleza de su portador se había alcanzado el estado de equilibrio y totalidad. Por consiguiente, aquella banda sencilla de oro daba fe de la unión del Ser Superior (Dios) con el ser inferior (la Naturaleza) y la ceremonia que consumaba aquella unión indisoluble de la Divinidad y la humanidad en la naturaleza única del místico iniciado constituía el matrimonio hermético de los Misterios.
Al describir las insignias del mago, Éliphas Lévi declara que el domingo (el día del sol) debe llevar en la mano derecha una varita dorada con un rubí o un crisólito engarzado; el lunes (el día de la luna) debe llevar un collar de tres vueltas compuesto por perlas, cristales y selenitas; el martes (el día de Marte) debe llevar una varita de acero magnetizado y un anillo del mismo metal con una amatista engarzada; el miércoles (el día de Mercurio) debe llevar un collar de perlas o cuentas de vidrio que contengan mercurio y un anillo con una ágata engarzada; el jueves (el día de Júpiter) debe llevar una varita de vidrio o resina y ponerse un anillo con una esmeralda o un zafiro engarzados; el viernes (el día de Venus) debe llevar una varita de cobre pulido y ponerse un anillo con una turquesa y una corona o una diadema adornada con lapislázuli y berilo, y el sábado (el día de Saturno) debe llevar una varita adornada con un ónice y una cadena en tomo al cuello hecha de plomo.
Paracelso, Agripa, Kircher, Lilly y muchos otros magos y astrólogos han hecho tablas con las gemas y las piedras correspondientes a los distintos planetas y signos del Zodiaco. A partir de sus escritos se ha elaborado la lista que aparece a continuación. Se atribuyen al sol el carbúnculo, el rubí, el granate —sobre todo el piropo— y otras piedras ardientes y a veces el diamante; a la luna, la perla, la selenita y otras formas de cristal; a Saturno, el ónice, el jaspe, el topacio y algunas veces el lapislázuli; a Júpiter, el zafiro, la esmeralda y el mármol; a Marte, la amatista, el jacinto, la piedra imán y en ocasiones el diamante; a Venus, la turquesa, el berilo, la esmeralda y a veces la perla, el alabastro, el coral y la cornalina; a Mercurio, el crisólito, el ágata y el mármol de muchos colores.
Al Zodiaco, los mismos expertos le asignaron las siguientes gemas y piedras: a Aries, la sardónica, la sanguinaria, la amatista y el diamante; a Tauro, la cornalina, la turquesa, el jacinto, el zafiro, el ágata musgosa y la esmeralda; a Géminis, el topacio, el ágata, la crisoprasa, el cristal y el aguamarina; a Cáncer, el topacio, la calcedonia, el ónice negro, la piedra de la luna, la perla, el ojo de gato, el cristal y a veces la esmeralda; a Leo, el jaspe, la sardónica, el berilo, el rubí, el crisólito, el ámbar, la turmalina y a veces el diamante; a Virgo, la esmeralda, la cornalina, el jade, el crisólito y a veces el jaspe rosado y el jacinto; a Libra, el berilo, el sardo, el coral, el lapislázuli, el ópalo y a veces el diamante; a Escorpio, la amatista, el berilo, la sardónica, el aguamarina, el carbúnculo, la piedra imán, el topacio y la malaquita; a Sagitario, el jacinto, el topacio, el crisólito, la esmeralda, el carbúnculo y la turquesa; a Capricornio, la crisoprasa, el rubí, la malaquita, el ónice negro, el ónice blanco, el azabache y la piedra de la luna; a Acuario, el cristal, el zafiro, el granate, el circón y el ópalo: a Piscis, el zafiro, el jaspe, el crisólito, la piedra de la luna y la amatista. Tanto el espejo mágico como la bola de cristal son símbolos poco comprendidos. ¡Ay del mortal ignorante que crea al pie de la letra las historias que circulan sobre ellos! Descubrirá —a menudo a costa de su cordura y su salud — que, aunque muchas veces se confundan, la hechicería y la filosofía no tienen nada en común. Los magos persas llevaban espejos como símbolo de la esfera material que refleja la divinidad desde cada una de sus partes. La bola de cristal, de la que tanto se ha abusado como medio para cultivar los poderes parapsicológicos, es un símbolo triple:
l) representa el Huevo Universal cristalino, en cuyas profundidades transparentes existe la creación; 2) es un modelo adecuado de la divinidad antes de que se sumerja en la materia, y 3) representa la esfera etérica del mundo, en cuyas esencias traslúcidas se estampa y se preserva la imagen perfecta de toda la actividad terrestre.
Los meteoros, o rocas del espacio, se consideraban muestras del favor divino y se conservaban como prueba de un pacto entre los dioses y la comunidad en la que caían. De vez en cuando se encuentran piedras naturales con marcas o cortes curiosos. En China hay una placa de mármol cuya veta es un retrato perfecto del dragón chino. La piedra de Oberammergau, tallada por la naturaleza en una notable semejanza con el rostro de Cristo, según se lo concibe popularmente, es tan extraordinaria que hasta los monarcas europeos solicitaban el privilegio de contemplarla. Este tipo de piedras eran objeto de muy alta estimación por parte de los pueblos primitivos e incluso en la actualidad ejercen una influencia enorme sobre las personas con mentalidad religiosa.

Manly Palmer Hall - El Santo Grial

 

Igual que el zafiro Schethiyâ, el Lapis Exilis, la joya de la corona del arcángel Lucifer, cayó del cielo. Miguel, arcángel del sol y dios oculto de Israel, a la cabeza de los ejércitos angélicos, se abatió sobre Lucifer y sus legiones de espíritus rebeldes. Durante el conflicto, Miguel, con su espada flamígera, arrancó de un golpe el brillante Lapis Exilis deja corona de su adversario y la piedra verde atravesó los anillos celestiales y cayó en el abismo oscuro e inconmensurable. De la gema radiante de Lucifer se formó el sangreal, o Santo Grial, del cual dicen que bebió Cristo en la última cena. Aunque sigue siendo objeto de controversia si el Grial era una copa o una fuente, por lo general se representa como un cáliz de considerable tamaño y belleza poco corriente. Según la leyenda, José de Arimatea llevó la copa o Grial al lugar de la crucifixión y recogió en ella la sangre que manaba de las heridas del nazareno moribundo. Posteriormente, José, que se había convertido en custodio de las reliquias sagradas —el sangreal y la lanza de Longino—, se las llevó a un país lejano. Según una versión, sus descendientes al final depositaron aquellas reliquias en la abadía de Glastonbury, en Inglaterra; según otra, las llevaron a un hermoso castillo en Montsalvat, en España, construido por los ángeles en una sola noche. Con el nombre de Preste Juan, Parsifal, el último de los reyes del Grial, llevó consigo a India la copa sagrada, que así desapareció para siempre del mundo occidental. La búsqueda posterior del sangreal constituyó el motivo de la mayor parte de las historias de caballería andante de las leyendas artúricas y las ceremonias de la mesa redonda.
Jamás se ha dado una interpretación adecuada de los Misterios del Grial. Algunos creen que los Caballeros del Santo Grial eran una organización poderosa de místicos cristianos que perpetuó la Sabiduría Antigua mediante los rituales y los sacramentos de la copa oracular. La búsqueda del Santo Grial es la búsqueda eterna de la verdad y Albert G. Mackey encuentra en ella una variación de la leyenda masónica de la Palabra Perdida, buscada durante tanto tiempo por los miembros de la Hermandad. También hay pruebas que demuestran que la historia del Grial es una ampliación de un antiguo mito pagano de la naturaleza, que se ha conservado por la sutileza con que estaba injertado en el culto del cristianismo. Desde este punto de vista en particular, el Santo Grial es, sin duda, un tipo de arca o recipiente en el cual se preserva la vida del mundo y, por consiguiente, representa el cuerpo de la Gran Madre: la Naturaleza. Su color verde lo asocia con Venus y con el misterio de la generación y también con la fe islámica, cuyo color sagrado es el verde y cuyo sabbat es el viernes, el día de Venus.
El Santo Grial es un símbolo tanto del mundo inferior (o irracional) como de la naturaleza física del hombre, porque los dos son receptáculos de las esencias vivas de los mundos superiores. Este es el misterio de la sangre redentora que, al descender sobre el estado de la muerte, vence al último enemigo, animando a toda la sustancia con su propia inmortalidad. Para el cristiano, cuya fe mística destaca en particular el elemento del amor, el Santo Grial representa el corazón, en el cual se arremolina constantemente el agua viva de la vida eterna. Además, para el cristiano, la búsqueda del Santo Grial es la búsqueda del Yo verdadero que, una vez hallado, constituye la consumación de la magnum opus.
Los únicos que pueden encontrar la copa sagrada son los que se han elevado por encima de las limitaciones de la sensualidad. En su poema místico The Vision of Sir Launfal, James Russel Lowell revela la verdadera naturaleza del Santo Grial, al demostrar que solo es visible para un estado determinado de conciencia espiritual. Únicamente al regresar de la búsqueda vana de la ambición exaltada, el caballero anciano y arruinado reconoció en la copa transformada del leproso el cáliz resplandeciente con el que había soñado toda su vida. Algunos autores encuentran similitudes entre la leyenda del Grial y las historias de las divinidades solares mártires cuya sangre, al descender de los cielos a la tierra, caía en la copa de la materia, de la cual era liberada mediante los ritos iniciáticos. El Santo Cirial también podía ser la vaina utilizada con tanta frecuencia en los Misterios antiguos como emblema de germinación y resurrección y, si la forma de cáliz del Grial deriva de la flor, significa la regeneración y la espiritualización de las fuerzas generadoras del hombre.
Hay muchos relatos de imágenes de piedra que, por las sustancias que entraban en su composición y el ceremonial que se siguió en su construcción, fueron dotadas de alma por las divinidades a semejanza de las cuales habían sido creadas. A dichas imágenes se atribuían diversas facultades humanas y poderes, como el habla, el pensamiento e incluso el movimiento. Si bien no cabe duda de que los sacerdotes renegados recurrían a artimañas —se relata un ejemplo de ellas en un fragmento apócrifo curioso titulado Bel and the Dragon, que, supuestamente, se suprimió del final del Libro de Daniel—, muchos de los fenómenos registrados en relación con estatuas y reliquias consagradas resultan muy difíciles de explicar, a menos que se admita la intervención de medios sobrenaturales.
La historia registra la existencia de piedras que sumían en estado de éxtasis a todos aquellos que oían el sonido que producían al ser golpeadas. También ha habido imágenes que seguían resonando durante horas después de que la propia sala hubiese quedado en silencio y piedras musicales que producían las armonías más dulces En reconocimiento de la santidad que atribuían a las piedras, los griegos y los romanos apoyaban la mano sobre determinados pilares consagrados cuando hacían un juramento. En la Antigüedad, las piedras desempeñaban un papel para determinar el destino de los acusados, porque era habitual que los jurados, para alcanzar su veredicto, echaran guijarros en una bolsa.
Los griegos recurrían a menudo a las piedras para adivinar el futuro y dicen que Helena predijo la destrucción de Troya mediante la litomancia. Muchas supersticiones populares sobre las piedras sobreviven durante la llamada edad de las tinieblas; destaca entre ellas la relacionada con la famosa piedra negra del asiento del trono de la coronación de la abadía de Westminster, de la cual se dice que es la misma roca que Jacob usó como cabezal. La piedra negra también aparece varias veces en el simbolismo religioso. La llamaban Heliogábalo, una palabra que se supone deriva de Elagabal, la divinidad solar sirio-fenicia. La piedra estaba consagrada al sol y se le atribuían propiedades grandes y diversas. La piedra negra de la Kaaba, en La Meca, se sigue venerando en todo el mundo musulmán. Dicen que al principio era blanca y brillaba tanto que se podía ver desde varios días de distancia de La Meca, pero que, con el paso de los siglos, se fue ennegreciendo por las lágrimas de los peregrinos y los pecados del mundo.

Manly Palmer Hall - Las Tablas de la Ley

 

Cuando estaba en lo alto del monte Sinaí, Moisés recibió de Jehová dos tablas en las que se inscribían los caracteres del Decálogo, trazados por el propio dedo del Dios de Israel. Aquellas tablas estaban hechas del zafiro divino, Schethiyâ, que el Altísimo, tras arrancarlo de su propio trono, había lanzado al abismo para que se convirtiera en el fundamento y el generador de los mundos. El aliento divino rompió aquella piedra sagrada, hecha de rocío celestial, y en cada una de las dos partes el fuego negro dibujó las figuras de la Ley. Aquellas inscripciones preciosas, resplandecientes de esplendor celestial, fueron entregadas por el Señor el día del sabbat en las manos de Moisés, que pudo leer las letras iluminadas del lado del revés por la transparencia de la gran joya.
Los Diez Mandamientos son las diez piedras preciosas brillantes que el Uno Santo puso en el mar de zafiro del Ser, y en las profundidades de la materia los reflejos de estas joyas se ven como las leyes que rigen las esferas sublunares. Son los diez sagrados, mediante los cuales la Divinidad Suprema ha estampado Su voluntad sobre la faz de la Naturaleza. Es la misma década a la cual los pitagóricos rendían homenaje bajo la forma de la tetractys, el triángulo de puntos espermáticos que revela a los iniciados todo el funcionamiento del plan cósmico; porque el diez es el número de la perfección, la llave de la creación y el símbolo adecuado de Dios, el hombre y el universo. Por su idolatría, Moisés pensó que los israelitas no eran dignos de recibir las tablas de zafiro y, por consiguiente, las destruyó, para que los Misterios de Jehová no fueran violados. En lugar del original, Moisés utilizó dos tablas de piedra tosca, en cuya superficie grabó diez letras antiguas. Mientras que en las primeras tablas —partícipes de la divinidad del árbol de la Vida—resplandecían las verdades eternas, las segundas —partícipes de la naturaleza del árbol del Bien y del Mal— solo revelaban verdades temporales, de modo que la antigua tradición de Israel regresó una vez más al cielo y no dejó más que su sombra entre los hijos de las doce tribus. Una de las dos tablas de piedra que el Legislador entregó a sus seguidores representaba las tradiciones orales y la otra, las tradiciones escritas en las que se fundaba la Escuela Rabínica. Los distintos expertos no se ponen de acuerdo sobre el tamaño ni sobre el contenido de las tablas inferiores.
Algunos dicen que eran tan pequeñas que cabían en el hueco de una mano; otros declaran que cada tabla medía diez o doce codos de largo y tenía un peso enorme. Unos cuantos niegan incluso que fueran de piedra y sostienen que eran de una madera llamada sedr, que, según los musulmanes, abunda en el Paraíso. Las dos tablas significan el mundo superior y el inferior, respectivamente: el principio formativo paterno y el materno. En su estado individual presentan lo andrógino cósmico. La rotura de las tablas significa vagamente la separación de la esfera superior de la inferior y también la división de los sexos. En las procesiones religiosas de los griegos y los egipcios se transportaba un arca o una embarcación que contenía tablas, conos y recipientes de piedra de diversas formas que representaban los procesos de procreación. El arca de los israelitas —construida según el modelo de los arcones sagrados de los Misterios isíacos— contenía tres objetos sagrados, cada uno de los cuales tenía una importante interpretación fálica: el cuenco de maná, la vara que reverdeció y las tablas de la ley, que son el primero, el segundo y el tercer principio de la tríada creativa. El maná, la vara que reverdeció y las tablas de piedra son también imágenes adecuadas de la Cábala, la Mishná y la ley escrita, respectivamente, o sea, el espíritu, el alma y el cuerpo del judaísmo. Cuando la llevaron a la Casa Eterna del rey Salomón, el Arca de la Alianza solo contenía las tablas de la ley. ¿Querrá decir esto que, incluso en épocas tan tempranas, la tradición secreta ya se había perdido y solo quedaba la letra de la revelación?
Como representación del poder que creó la esfera inferior o demiúrgica, las tablas de piedra eran sagradas para Jehová, en contraposición a las tablas de zafiro, que representaban la potencia que establecía la esfera superior o celestial. No cabe duda de que las tablas mosaicas tienen su prototipo en los pilares u obeliscos de piedra colocados a ambos lados de la entrada de los templos paganos. Es posible que estas columnas pertenezcan a aquella época remota en la que los hombres adoraban al Creador a través de Su signo zodiacal de Géminis, cuyo símbolo siguen siendo los pilares fálicos de los gemelos celestes. «Los Diez Mandamientos —escribe Hargrave Jennings— están inscritos en dos grupos de cinco cada uno, en forma columnar. Los cinco que están a la derecha (mirando desde el altar) significan la Ley; los cinco que están a la izquierda significan los Profetas. La piedra de la derecha es masculina y la de la izquierda, femenina. Corresponden a los dos pilares (o torres) de piedra separados que hay delante de todas las catedrales y de todos los templos de las épocas paganas». El mismo autor afirma que la Ley es masculina, porque procede directamente de la divinidad, mientras que los Profetas, o los Evangelios, eran femeninos, porque nacieron a través de la naturaleza humana. La tabla de la ley derecha simboliza también a Jachin, el pilar blanco de la luz, y la izquierda, a Boaz, el pilar sombrío de la oscuridad. Así se llamaban los dos pilares de bronce situados en el porche del templo del rey Salomón. Tenían dieciocho codos de altura y estaban decorados con hermosas coronas de cadenas, redes y granadas.
En lo alto de cada pilar había un gran cuenco —en la actualidad dicen, erróneamente, que era una bola o un globo—: es probable que uno de ellos tuviera fuego y el otro, agua. El globo celeste —al principio era el cuenco que contenía fuego— que coronaba la columna de la derecha (Jachin) era el símbolo del hombre divino; el globo terrestre (el cuenco de agua) que coronaba la columna de la izquierda (Boaz) era el símbolo del hombre terrenal. Estos dos pilares connotan también, respectivamente, la expresión activa y la pasiva de la energía divina, el sol y la luna, el azufre y la sal, el bien y el mal, la luz y la oscuridad. Entre ellos está la puerta que conduce a la Casa de Dios y, al encontrarse a la entrada del santuario, son un recordatorio de que Jehová es una divinidad tanto andrógina como antropomorfa. Como dos columnas paralelas, denotan los signos zodiacales de Cáncer y Capricornio, que antiguamente se ponían en la cámara de iniciación para representar el nacimiento y la muerte: los extremos de la vida física. Por consiguiente, representan el solsticio de verano y el de invierno, que los masones conocen actualmente con la denominación relativamente moderna de «los dos san Juan».
En el misterioso árbol sefirótico de los judíos, estos dos pilares representan la misericordia y el rigor. Estas columnas que se alzaban delante de la entrada del templo del rey Salomón tenían la misma importancia simbólica que los obeliscos que había delante de los santuarios en Egipto. Según su interpretación cabalística, los nombres de los dos pilares significan: «en la fortaleza se establecerá Mi Casa». En el esplendor de la iluminación mental y espiritual, el Sumo Sacerdote se situaba entre los dos pilares como testigo mudo de la virtud perfecta del equilibrio: ese punto hipotético equidistante de todos los extremos. Personificaba así la naturaleza divina del hombre en medio de su constitución compleja: la misteriosa mónada pitagórica ante la presencia de la díada. A un lado se elevaba la columna formidable del intelecto y, al otro, el pilar de bronce de la carne. A mitad de camino entre los dos se alza el hombre sabio glorificado, aunque no puede alcanzar el estado elevado sin haber sufrido antes sobre la cruz que surge de la unión de aquellos dos pilares. Algunas veces, los judíos primitivos representaban a los dos pilares, Jachin y Boaz, como las piernas de Jehová, con lo cual querían decir al filósofo moderno que la Sabiduría y el Amor, en su sentido de máxima exaltación, soportan todo el orden de la creación, tanto el mundano como el supramundano.

Jacques Bergier - Melquisedeque

  Melquisedeque aparece pela primeira vez no livro Gênese, na Bíblia. Lá está escrito: “E Melquisedeque, rei de Salem, trouxe pão e vinho. E...