sexta-feira, 6 de janeiro de 2023

Manly Palmer Hall - La Atlantida y Los Dioses De La Antiguedad

 

La Atlántida es el tema de un artículo breve, pero importante, publicado en el Annual Report of the Board of Regents of the Smithsonian Institution for the year ending 30 de junio de 1915, cuyo autor, Pierre Termier, miembro de la Academia de Ciencias y Director del Servicio of the Geologic Chart de Francia, pronunció en 1912 una conferencia sobre la hipótesis de la Atlántida en el Instituto Oceanográfico. En el informe de la Smithsonian Institution se publica la traducción de las notas de aquella conferencia memorable.
«Tras un período prolongado de desdeñosa indiferencia —escribe Termier—, en los últimos años se observa que la ciencia vuelve a estudiar la Atlántida. Cuántos naturalistas geólogos, zoólogos o botánicos se preguntan hoy los unos a los otros si Platón no nos habrá transmitido, ligeramente ampliada, una página de la historia real de la humanidad. Todavía no estamos en condiciones de hacer ninguna afirmación, aunque cada vez parece más evidente que una región inmensa, continental o compuesta por grandes islas, se ha hundido al oeste de las columnas de Hércules también llamadas el estrecho de Gibraltar, y que no hace tanto que se produjo dicho derrumbe. En cualquier caso, se vuelve a plantear a los hombres de ciencias la cuestión de la Atlántida y, puesto que considero que no se podrá resolver jamás sin la colaboración de la oceanografía, me ha parecido natural tratarla aquí, en este templo de la ciencia marítima, y dirigir hacia este problema —despreciado durante mucho tiempo, pero que ahora se reactiva— la atención de los oceanógrafos, así como también la de aquellos que, a pesar de estar inmersos en el tumulto de las ciudades, no hacen oídos sordos al murmullo lejano del mar». En su conferencia, monsieur Termier presenta datos geológicos, geográficos y zoológicos que corroboran la teoría de la Atlántida. Vacía de forma figurada todo, el lecho del océano Atlántico, analiza las desigualdades de su cuenca y cita lugares, a lo largo de una línea que va desde las Azores hasta Islandia, en los que, al dragar, ha llegado lava hasta la superficie desde una profundidad de tres mil metros. La naturaleza volcánica de las islas que existen actualmente en el océano Atlántico confirma la afirmación de Platón de que la Atlántida fue destruida por cataclismos volcánicos. Termier adelanta también la conclusión de un joven zoólogo francés, Louis Germain, que reconoció la existencia de un continente atlántico unido a la península Ibérica y a Mauritania y que se prolongaba hacia el sur para incluir algunas regiones de clima desértico. Termier finaliza su conferencia con una explicación gráfica del hundimiento de aquel continente.
La descripción de la civilización atlante que Platón ofrece en el Critias se puede resumir como sigue. En los primeros tiempos, los dioses se repartieron la tierra entre ellos, de forma proporcional a sus dignidades respectivas. Cada uno se convirtió en la divinidad particular de la zona que le tocaba, donde levantó templos dedicados a sí mismo, ordenó sacerdotes y estableció un sistema de sacrificios. A Poseidón le correspondieron el mar y el continente insultar de la Atlántida. En medio de la isla había una montaña que era la morada de tres seres humanos primitivos, nacidos en la tierra: Evenor; su esposa, Leucipe, y su única hija, Clito o Clitoé. La doncella era muy hermosa y, tras la muerte repentina de sus padres, Poseidón la cortejó y juntos tuvieron cinco pares de hijos varones. Poseidón repartió su continente entre ellos y puso a Atlas, el mayor, por encima de los otros nueve. Además, en honor a Atlas, Poseidón llamó Atlántida al país y Atlántico al océano que lo rodeaba. Antes del nacimiento de sus diez hijos varones, Poseidón dividió el continente y el mar costero en zonas concéntricas de tierra y agua, tan perfectas como si las hubiese hecho con un torno. Dos zonas de tierra y tres de agua rodeaban la isla central, que Poseidón hizo que estuviera irrigada por dos manantiales de agua: uno caliente y el otro frío. Los descendientes de Atlas siguieron administrando la Atlántida y, gracias a su gobierno acertado y a su laboriosidad, el país alcanzó una posición de notable importancia. Daba la impresión de que los recursos naturales de la Atlántida eran ilimitados.
Se extraían metales preciosos se domesticaban los animales salvajes y se destilaban perfumes de sus flores fragantes. Además de disfrutar de aquella abundancia natural por su situación semi-tropical, los atlantes se ocuparon también de construir palacios, templos y muelles. Tendieron puentes para cruzar las zonas marinas y después excavaron un canal profundo para conectar el océano con el centro de la isla, donde estaban los palacios y el templo de Poseidón, que superaba en magnificencia a todas las demás construcciones. Crearon una red de puentes y canales para unir las distintas partes de su reino. A continuación, Platón describe las piedras blancas, negras y rojas que extrajeron de debajo de su continente y utilizaron para construir los edificios públicos y los muelles. Delimitaron con una muralla cada una de las zonas terrestres: la exterior estaba recubierta de bronce: la intermedia, de estaño, y la interior, que rodeaba la ciudadela, de auricalco. Dentro de la ciudadela, situada en la isla central, estaban los palacios, los templos y otros edificios públicos. En su centro, rodeado por una muralla de oro, había un santuario dedicado a Clito y a Poseidón. Allí nacieron los diez primeros príncipes de la isla y allí, todos los años, sus descendientes llevaban ofrendas. El templo del propio Poseidón, cuyo exterior estaba totalmente recubierto de plata y sus pináculos, de oro, también se alzaba dentro de la ciudadela. El interior del templo —incluidas las columnas y el suelo— era de marfil, oro, plata y auricalco. Dentro del templo había una estatua colosal de Poseidón, de pie en un carro tirado por seis caballos alados y rodeado por un centenar de nereidas montadas en delfines. Distribuidas en el exterior del edificio había estatuas doradas de los diez primeros reyes y sus esposas. En las arboledas y los jardines había fuentes de agua caliente y fría. Había numerosos templos dedicados a diversas divinidades, lugares de ejercicio para las personas y los animales, baños públicos y un hipódromo inmenso. En distintos lugares estratégicos de las zonas había fortificaciones y al gran puerto llegaban naves procedentes de todas las naciones marítimas. Las zonas estaban tan pobladas que siempre se sentía en el aire el sonido de voces humanas. La parte de la Atlántida que daba al mar se describía como elevada y escarpada, pero en tomo a la ciudad central había una planicie —protegida por montañas famosas por su tamaño, cantidad y belleza— que producía dos cosechas al año; en invierno recibía el agua de las lluvias y en verano, la de inmensos canales de riego, que también se usaban para el transporte. La planicie estaba dividida en sectores y en tiempos de guerra cada sector aportaba su cuota de hombres y carros para combatir. Los diez gobiernos diferían entre sí en detalles relacionados con los requisitos militares. Cada uno de los reyes de la Atlántida ejercía un control absoluto sobre su propio reino, pero las relaciones entre ellos se regían por un código grabado por los diez primeros reyes en una columna de auricalco que se alzaba en el templo de Poseidón. A intervalos alternos de cinco y seis años, se celebraba una peregrinación a aquel templo, para conceder el mismo honor a los números pares que a los impares.
Allí, mediante los sacrificios correspondientes, cada rey renovaba su juramento de lealtad a la inscripción sagrada. También allí los reyes llevaban vestiduras azul celeste y tomaban decisiones. Al amanecer, escribían sus sentencias en una tablilla dorada y las depositaban junto a sus vestiduras, como recordatorio. Las leyes principales de los reyes de la Atlántida establecían que no podían levantarse en armas los unos contra los otros y que debían colaborar con cualquiera de ellos que fuese atacado. En cuestiones de guerra y en las de mayor trascendencia, los descendientes directos de la familia de Atlas tenían la última palabra. Ningún rey podía decidir sobre la vida y la muerte de ninguno de los suyos sin el consentimiento de la mayoría de los diez. Para concluir su descripción, Platón declara que aquel fue el gran imperio que atacó a los estados helénicos aunque aquello no ocurrió hasta después de que su poder y su esplendor hubiesen apartado a los reyes atlantes del camino de la sabiduría y la virtud. Llenos de falsa ambición, los gobernantes de la Atlántida decidieron conquistar el mundo entero. Al darse cuenta de la maldad de los atlantes Zeus reunió a los dioses en su morada sagrada para hablar con ellos Aquí acaba bruscamente la narración de Platón, porque el Critias nunca fue acabado. En el Timeo hay otra descripción de la Atlántida, que supuestamente proporcionó a Solón un sacerdote egipcio, y que concluye con estas palabras: «Mas después se produjeron violentos terremotos e inundaciones y en un solo día y noche de lluvia todos tus hombres belicosos en masa, se hundieron en la tierra y la isla de la Atlántida desapareció también de la misma forma y se hundió bajo las aguas. Este es el motivo por el cual en aquellas partes el mar es intransitable e impenetrable, porque hay tal cantidad de barro poco profundo en el camino, y esto se debe al hundimiento de la isla».
En la introducción a su traducción del Timeo, Thomas Taylor toma una cita de la Historia de Etiopía escrita por Marcelo que contiene la siguiente referencia a la Atlántida: «Porque cuentan que en aquel tiempo había siete islas en el océano Atlántico, consagradas a Proserpina, y, además de estas, otras tres de una magnitud descomunal; una de ellas estaba consagrada a Plutón; otra, a Anión, y otra, que está en medio de aquellas y mide mil estadios, a Neptuno». Crantor, en su comentario sobre lo que dice Platón, afirmó que, según los sacerdotes egipcios, la historia de la Atlántida estaba escrita en estelas que todavía se conservaban en tomo al año 300 a. de C. Ignatius Donnelly, que estudió en profundidad el tema de la Atlántida, creía que los atlantes fueron los primeros en domesticar caballos, que, por tal motivo, siempre se han considerado particularmente consagrados a Poseidón.
Si analizamos con atención la descripción de la Atlántida que hace Platón, resulta evidente que la historia no se puede considerar totalmente fidedigna, sino, más bien, en parte alegoría y en parte real. Orígenes, Porfirio, Proclo, Jámblico y Siriano reconocían que la historia ocultaba un profundo misterio filosófico, pero no coincidían en cuanto a su verdadera interpretación. La Atlántida de Platón simboliza la triple naturaleza tanto del universo como del cuerpo humano. Los diez reyes de la Atlántida son los puntos o números de la tetractys, que nacen como cinco pares de opuestos.
Los números del uno al diez rigen a todas las criaturas y los números, a su vez, están sometidos al control de la mónada, o uno, el mayor de ellos. Con el cetro de tres dientes de Poseidón, aquellos reyes dominaban a los habitantes de las siete islas pequeñas y las tres grandes que componían la Atlántida. Desde un punto de vista filosófico, las diez islas representan los poderes trinos de la Divinidad Superior y los siete regentes que se inclinan ante Su trono eterno. Si tomamos la Atlántida como arquetipo de la esfera, su inmersión significa el descenso de la conciencia racional y organizada al reino ilusorio y pasajero de la ignorancia irracional y mortal. Tanto el hundimiento de la Atlántida como la historia bíblica de la «caída del hombre» suponen una involución espiritual, un requisito esencial para la evolución consciente.
O bien el Platón iniciado utilizó la alegoría de la Atlántida para cumplir dos finalidades totalmente diferentes o, de lo contrario, las versiones que conservaban los sacerdotes egipcios fueron alteradas para perpetuar la doctrina secreta. Esto no pretende dar a entender que la Atlántida fuese algo meramente mitológico, pero supera el obstáculo más grave para la aceptación de la teoría de la Atlántida, es decir, las versiones fantásticas acerca de su origen, tamaño, apariencia y fecha de destrucción: el 9600 a. de C. En medio de la isla central de la Atlántida había una montaña majestuosa que proyectaba una sombra de cinco mil estadios de extensión y cuya cima tocaba la esfera del æther. Esta montaña es el eje del mundo, sagrada entre muchas razas y simbólica de la cabeza humana, que surge de los cuatro elementos del cuerpo. Esta montaña sagrada, en cuya cima se alzaba el templo de los dioses, dio origen a las historias sobre Olimpo, Meru y Asgard. La ciudad de las puertas doradas, la capital de la Atlántida, es la que actualmente se preserva en muchas religiones como la Ciudad de los Dioses o la Ciudad Santa. Aquí tenemos el arquetipo de la Nueva Jerusalén, con sus calles pavimentadas en oro y sus doce puertas resplandecientes de piedras preciosas. «La historia de la Atlántida —escribe Ignatius Donnelly— es la clave de la mitología griega. No cabe la menor duda de que aquellos dioses griegos eran seres humanos. La tendencia a asignar atributos divinos a los grandes gobernantes terrenales está muy implantada en la naturaleza humana».
El mismo autor respalda su punto de vista destacando que las divinidades de la mitología griega no se consideraban creadoras del universo, sino más bien regentes puestos por los creadores originales, más antiguos. El Jardín del Edén, del cual la humanidad fue expulsada con una espada flamígera, es, tal vez, una alusión al Paraíso terrenal, que, supuestamente, estaba situado al oeste de las columnas de Hércules y que fue destruido por cataclismos volcánicos. La leyenda del diluvio también se puede remontar a la inundación de la Atlántida, durante la cual el agua destruyó un «mundo». ¿Acaso el conocimiento religioso, filosófico y científico que poseían los sacerdotes de la Antigüedad procedía de la Atlántida, cuyo hundimiento arrasó todo vestigio de su participación en el drama del progreso mundial? El culto al sol de los atlantes se ha perpetuado en los rituales y las ceremonias tanto del cristianismo como del paganismo. En la Atlántida, tanto la cruz como la serpiente eran emblemas de la sabiduría divina. Los progenitores divinos (atlantes) de los mayas y los quichés de América Central coexistían dentro del resplandor verde y azul celeste de Gucumatz, la «serpiente emplumada». Los seis sabios nacidos en el cielo se manifestaban como centros de luz unidos o sintetizados por el séptimo y principal de su orden: la «serpiente emplumada».
El título de serpiente «alada» o «emplumada» se aplicaba a Quetzalcóatl, o Kukulcán, el iniciado centroamericano. El centro de la sabiduría-religión atlante era —se supone— un templo piramidal inmenso que se alzaba en la cima de una meseta, en medio de la ciudad de las puertas doradas. Desde allí salían los sacerdotes-iniciados de la pluma sagrada, llevando las llaves de la sabiduría universal hasta los confines de la tierra.
Las mitologías de muchas naciones contienen relatos de dioses que «salieron del mar». Algunos chamanes de los indios americanos hablan de hombres santos vestidos con plumas de aves y abalorios que salían de las aguas azules y los instruían en las artes y los oficios. Entre las leyendas de los caldeos figura la de Oannes, una criatura en parte anfibia que salió del mar y enseñó a los pueblos salvajes que vivían en las orillas a leer y escribir, a labrar la tierra, a cultivar plantas medicinales, a estudiar las estrellas, a establecer formas de gobierno racionales y a familiarizarse con los Misterios sagrados. Entre los mayas, Quetzalcóatl, el Dios Salvador —algunos estudiosos cristianos creen que era santo Tomás—, salió de las aguas y, después de instruir al pueblo en los aspectos esenciales de la civilización, se hizo a la mar en una balsa mágica de serpientes para huir de la ira del temible dios del espejo humeante: Tezcatlipoca.
Aquellos semidioses de una época fabulosa que, como Esdras, salieron del mar, ¿no serán sacerdotes atlantes? Todo lo que el hombre primitivo recordaba de los atlantes era el esplendor de sus ornamentos dorados, la trascendencia de su sabiduría y lo sagrado de sus símbolos: la cruz y la serpiente. No tardaron en olvidar que procedían del mar, porque, para las mentes no instruidas, hasta las barcas eran sobrenaturales. Dondequiera que los atlantes ganaban prosélitos, erigían pirámides y templos siguiendo el modelo del inmenso santuario de la ciudad de las puertas doradas. Tal es el origen de las pirámides de Egipto, México y América Central. Los túmulos de Normandía y Gran Bretaña, al igual que los de los indios americanos, son restos de una cultura similar. Cuando los atlantes se encontraban en pleno programa de colonización y conversión mundial, comenzaron los cataclismos que hundieron la Atlántida. Los sacerdotes-iniciados de la pluma sagrada que prometieron regresar a los asentamientos de sus misiones no volvieron nunca más y, al cabo de siglos, la tradición conserva tan solo un relato fantástico de los dioses que salieron de un lugar donde ahora está el mar.
Con estas palabras resume H. P. Blavatsky las causas que precipitaron el desastre de la Atlántida: «Siguiendo las malvadas insinuaciones de su demonio, Thevetat, la raza de los atlantes se transformó en una nación de magos perversos: como consecuencia de esto se declaró la guerra, cuya historia sería demasiado larga de narrar, aunque se puede hallar su esencia en las alegorías distorsionadas de la raza de Caín, los gigantes, y la de Noé y su virtuosa familia. El conflicto llegó a su fin con la inmersión de la Atlántida, que tiene su imitación en las historia del diluvio babilónico y mosaico. Los gigantes y los magos “[…] y toda la carne murió […] y todos los hombres”. Todos menos Xisusthrus y Noé, que, básicamente, son casi idénticos al gran Padre de los thlinkithianos del Popol Vuh, el libro sagrado de los guatemaltecos, que también narra su huida en una barca grande, como el Noé hindú, Vaisvasvata».
De los atlantes, el mundo ha recibido no solo la herencia de las artes y los oficios, las filosofías y las ciencias, la ética y las religiones, sino también la herencia del odio, la lucha y la perversión. Los atlantes instigaron la primera guerra y se dice que todas las guerras posteriores se han librado como un esfuerzo vano de justificar la primera y de reparar el daño que causó. Antes de que la Atlántida se hundiera, sus iniciados espiritualmente iluminados se dieron cuenta de que su tierra estaba condenada por haberse apartado del camino de la luz y se retiraron del infortunado continente. Llevando consigo la doctrina sagrada y secreta, aquellos atlantes se establecieron en Egipto, donde llegaron a ser los primeros gobernantes «divinos». Casi todos los grandes mitos cosmológicos que forman la base de los diversos libros sagrados del mundo se basan en los rituales de los Misterios de la Atlántida.

Manly Palmer Hall - Los Ritos Báquicos y Dionisíacos

 

El rito báquico gira en torno a la alegoría del joven Baco (Dioniso o Zagreo), que fue descuartizado por los titanes. Estos gigantes consiguieron destruir a Baco al hacer que quedara fascinado por su propia imagen reflejada en un espejo. Tras desmembrarlo, los titanes primero hirvieron los trozos en agua y después los asaron. Palas rescató el corazón del dios asesinado y esta precaución permitió a Baco (Dioniso) volver a surgir con todo su esplendor anterior. Júpiter, el demiurgo, que vio el crimen de los titanes, les arrojó sus rayos y los mató y quemó sus cadáveres hasta reducirlos a cenizas con el fuego celestial. De las cenizas de los titanes, que también contenían una parte de la carne de Baca cuyo cuerpo habían devorado en parte, fue creada la raza humana. Por eso se decía que la vida cotidiana de los hombres contenía una parte de la vida báquica. Por este motivo, los Misterios griegos advertían contra el suicidio.
Aquel que intente destruirse alza su mano contra la naturaleza de Baco que lleva en su interior, ya que el cuerpo del hombre es, indirectamente, la tumba de este dios y, por consiguiente, hay que conservarlo con el máximo cuidado. Baco (Dioniso) representa el alma racional del mundo inferior. Es el jefe de los titanes, los artífices de las esferas mundanas. Los pitagóricos lo llamaban «la mónada titánica». De este modo, Baco es la idea absoluta de la esfera titánica y los titanes, o dioses de los fragmentos, son los medios activos gracias a los cuales la sustancia universal se crea según el modelo de esta idea. El estado báquico representa la unidad del alma racional en un estado de autoconocimiento y el estado titánico, la diversidad del alma racional que, al dispersarse por toda la creación, pierde la conciencia de su propia unidad esencial. El espejo que Baco contempla y que constituye la causa de su caída es el gran mar de ilusión, el mundo inferior creado por los Titanes. Baco (el alma racional mundana), al ver su imagen ante él, la acepta como una semejanza suya e infunde alma a la semejanza; es decir, que la idea racional infunde alma a su reflejo: el universo irracional. Al infundir alma a la imagen irracional, le implanta el deseo de llegar a ser como su origen: la imagen racional. Por consiguiente, los antiguos decían que el hombre no conoce a los dioses mediante la lógica ni la razón, sino al advertir la presencia de los dioses en su interior. Después de que Baco se mirara en el espejo y siguiera su propio reflejo hacia la materia, el alma racional del mundo fue dividida y repartida por los titanes por toda la esfera mundana cuya esencia natural es, pero no pudieron desparramar el corazón, o la fuente. Los titanes tomaron el cuerpo desmembrado de Baco y lo hirvieron en agua, como símbolo de la inmersión en el universo material, que representa la incorporación del principio báquico a la forma. Después asaron los trozos para significar el posterior ascenso de la naturaleza espiritual al salir de su forma. Cuando Júpiter, padre de Baco y demiurgo del universo, vio que los titanes estaban involucrando irremediablemente la idea racional o divina al esparcir sus miembros a través de los componentes del mundo inferior, mató a los titanes para que la idea divina no se perdiera por completo. Con las cenizas de los titanes formó la humanidad, cuya existencia tenía por objeto preservar y, con el tiempo, liberar la idea báquica, o el alma racional, de la maquinación titánica, Júpiter, como demiurgo y creador del universo material, es la tercera persona de la triada creadora y, por consiguiente, el señor de la muerte, porque la muerte solo existe en la esfera inferior del ser que él preside. Se produce la desintegración para que, a continuación, pueda haber reintegración a un nivel superior de la forma o la inteligencia. Los rayos de Júpiter simbolizan su poder desintegrador y revelan la finalidad de la muerte, que es rescatar el alma racional del poder devorador de la naturaleza irracional.
El hombre es una criatura compuesta, cuya naturaleza inferior consiste en fragmentos de los titanes y cuya naturaleza superior es la carne (vida) sagrada e inmortal de Baco. Por eso, el hombre puede tener tanto una existencia titánica (irracional) como una báquica (racional). Es probable que los titanes de Hesíodo, que eran doce, fueran análogos al zodiaco celeste, mientras que los titanes que asesinaron y descuartizaron a Baco representaran los poderes zodiacales distorsionados por su intervención en el mundo material. De este modo, Baco representa el sol, que es desmembrado por los signos del Zodiaco y a partir de cuyo cuerpo se forma el universo. Cuando se crearon las formas terrenales a partir de las diversas partes de su cuerpo, se perdió la sensación de integridad y se impuso la sensación de separación. El corazón de Baco, salvado por Palas, o Minerva, fue extraído de los cuatro elementos simbolizados por su cuerpo desmembrado y llevado a las capas celestiales. El corazón de Baco es el centro inmortal del alma racional. Después de que el alma racional se hubiese distribuido por toda la creación y la naturaleza del hombre, se instituyeron los Misterios báquicos a fin de desenredarla de la naturaleza titánica irracional. Este proceso consistía en elevar el alma para hacerla salir de su estado de separación y entrar en el de unidad. Se recuperaron las distintas partes y los distintos miembros de Baco que estaban dispersos por todo el mundo. Una vez reunidas todas las panes racionales, Baco resucita. Los ritos de Dioniso eran muy similares a los de Baco y muchos consideran a estos dos dioses uno solo. Se transportaban estatuas de Dioniso en los Misterios eleusinos, sobre todo en los grados inferiores. Baco, que representa el alma de la esfera mundana, podía tener una diversidad infinita de formas y nombres Aparentemente, Dioniso era su aspecto solar. Los Arquitectos Dionisíacos constituían una sociedad secreta antigua que, en principios y doctrinas, se asemejaba mucho a la orden masónica moderna. Eran una organización de constructores unidos por su conocimiento secreto de la relación entre las ciencias terrenales y las divinas de la arquitectura. Se suponía que el rey Salomón los había empleado para construir su templo, aunque no eran judíos ni adoraban al Dios de los judíos, sino que eran seguidores de Baco y de Dioniso. Los Arquitectos Dionisíacos erigieron muchos de los grandes monumentos de la Antigüedad. Poseían un lenguaje secreto y un sistema para marcar sus piedras, y todos los años celebraban asambleas y fiestas sagradas. Se desconoce la naturaleza exacta de sus doctrinas. Se cree que Juram Abí fue un iniciado de esta sociedad.

Manly Palmer Hall - Los Mistérios órficos

 

Orfeo, el bardo tracio y gran iniciador de los griegos, dejó de ser conocido como hombre y fue alabado como divinidad varios siglos antes de la era cristiana. Escribe Thomas Taylor: «En cuanto al propio Orfeo […], casi no se encuentran vestigios de su vida entre las inmensas ruinas del tiempo. Porque ¿quién ha podido asegurar jamás algo con certeza acerca de su origen, su edad, su país y su condición? De lo único de lo que podemos estar seguros, de común acuerdo, es de que antiguamente vivió una persona llamada Orfeo, que fue el fundador de la teología entre los griegos, el que instituyó su vida y su moral, el primero de los profetas y el príncipe de los poetas; él mismo era hijo de una musa y enseñó a los griegos sus ritos y sus misterios sagrados; de su sabiduría, como de una fuente perenne y abundante, brotaron la musa divina de Homero y la teología sublime de Pitágoras y Platón».
Orfeo fue el fundador del sistema mitológico griego, que le sirvió para promulgar sus doctrinas filosóficas. El origen de su filosofía es incierto. Es posible que la obtuviera de los brahmanes y hay leyendas que dicen que era hindú; su nombre podría derivar de ὀρφανῖος, que significa «oscuro». Orfeo fue iniciado en los Misterios egipcios, de los cuales obtuvo amplios conocimientos de magia, astrología, hechicería y medicina. También le fueron confiados los Misterios cabíricos de Samotracia, que contribuyeron, sin duda, a sus conocimientos de medicina y de música. La historia de amor de Orfeo y Eurídice es uno de los episodios trágicos de la mitología griega y, aparentemente, constituye la característica más destacada del rito Órfico. Cuando intentaba huir de un villano que pretendía seducirla, Eurídice murió como consecuencia del veneno que le inyectó una serpiente venenosa que la picó en el talón. Orfeo penetró hasta lo más profundo del infierno y tanto encantó a Plutón y a Perséfone con la belleza de su música que estuvieron de acuerdo en permitir a Eurídice volver a la vida, si Orfeo la conducía otra vez al reino de los vivos sin darse la vuelta ni una sola vez para ver si ella lo seguía. Sin embargo, tan grande era su temor de que ella se alejase de él que volvió la cabeza y Eurídice, con un grito desconsolado, fue arrastrada otra vez al reino de la muerte. Orfeo deambuló un tiempo por la tierra, desconsolado, y hay varias versiones distintas sobre la forma en que murió. Algunas dicen que lo mató un rayo; otras, que, al no conseguir salvar a su amada Eurídice, se suicidó. No obstante, la versión que se suele aceptar de su muerte es que lo destrozaron las ménades de Ciconia por haberlas desdeñado. En el libro décimo de la República de Platón, se anuncia que, por su triste destino a manos de mujeres, el alma de quien había sido Orfeo, al ser destinada a vivir otra vez en el mundo físico, prefirió regresar en el cuerpo de un cisne a nacer de una mujer. La cabeza de Orfeo, tras ser arrancada de su cuerpo, fue arrojada al río Hebro junto con su lira y llegó flotando hasta el mar, donde quedó en una grieta de la roca y dio oráculos durante muchos años. La lira, después de haber sido robada de su santuario y de contribuir a la destrucción del ladrón, fue recogida por los dioses, que la convirtieron en una constelación. Hace tiempo que se alaba a Orfeo como patrono de la música. En su lira de siete cuerdas tocaba armonías tan perfectas que hasta los propios dioses reconocían su poder. Cuando tocaba las cuerdas de su instrumento, las aves y los animales se reunían a su alrededor y, cuando paseaba por los bosques, sus encantadoras melodías hacían que hasta los viejos árboles se esforzaran por arrancar sus raíces nudosas de la tierra para seguirlo. Orfeo es uno de los numerosos inmortales que se sacrificaron para que la humanidad pudiera alcanzar la sabiduría de los dioses. Comunicaba a los hombres los secretos divinos mediante el simbolismo de su música y varios autores han manifestado que, aunque los dioses lo amaban, temían que derrocara su reino y, por consiguiente y a su pesar, provocaron su destrucción.
A medida que fue pasando el tiempo, el Orfeo histórico llegó a confundirse por completo con la doctrina que representaba y acabó convirtiéndose en el símbolo de la escuela griega de la Sabiduría Antigua. Así, pues, Orfeo fue declarado hijo de Apolo, la verdad divina y perfecta, y de Calíope, la musa de la armonía y el ritmo. En otras palabras, Orfeo es la doctrina secreta (Apolo) revelada a través de la música (Calíope). Eurídice es la humanidad que muere por la picadura de la serpiente del falso conocimiento y queda prisionera en el infierno de la ignorancia. En esta alegoría, Orfeo representa la teología, que consigue ganársela al rey de los muertos, aunque no logra resucitarla, porque juzga mal y desconfía del conocimiento innato que hay dentro del alma humana. Las mujeres de Ciconia que descuartizaron a Orfeo simbolizan las diversas facciones teológicas rivales que destruyen el cuerpo de la Verdad. Sin embargo, no lo consiguen mientras sus gritos discordantes no ahogan la armonía que Orfeo producía con su lira mágica. La cabeza de Orfeo representa las doctrinas esotéricas de su culto, que siguen viviendo y hablando aun después de que su cuerpo (el culto) haya sido destruido. La lira es la enseñanza secreta de Orfeo; las siete cuerdas son las siete verdades divinas que constituyen las claves del conocimiento universal. Las diferentes versiones de su muerte representan los distintos medios utilizados para destruir las enseñanzas secretas: la sabiduría puede morir de muchas formas diferentes al mismo tiempo. La alegoría de Orfeo encarnado en el cisne blanco significa, simplemente, que las verdades espirituales que promulgó continuarán y serán enseñadas por los iniciados iluminados de todos los siglos futuros. El cisne es el símbolo de los iniciados en los Misterios y también es símbolo del poder divino que ha creado el mundo.

Manly Palmer Hall - Los Antiguos Mistérios Religiosos

 
LOS MISTERIOS ANTIGUOS Y LAS SOCIEDADES SECRETAS QUE HAN INFLUIDO EN EL SIMBOLISMO MASÓNICO MODERNO

—Tercera parte—

Los más famosos de los antiguos Misterios religiosos fueron los eleusinos, cuyos ritos se celebraban cada cinco años en la ciudad de Eleusis para honrar a Ceres (Deméter, Rea o Isis) y a su hija, Perséfone. Los iniciados de la escuela eleusina eran famosos en toda Grecia por la belleza de sus conceptos filosóficos y la elevada moralidad que demostraban en su vida cotidiana. Debido a su excelencia, estos Misterios se expandieron a Roma y a Gran Bretaña y posteriormente se hicieron iniciaciones en estos dos países. Por lo general se cree que los Misterios eleusinos, que reciben este nombre por la comunidad del Ática en la que se celebraron por primera vez aquellos dramas sagrados, fueron fundados por Eumolpo alrededor de mil cuatrocientos años antes del nacimiento de Cristo y, a través de la filosofía platónica, sus principios se han conservado hasta la actualidad. Los ritos de Eleusis, con sus interpretaciones místicas de los secretos más valiosos de la naturaleza, eclipsaron a las civilizaciones de su época y poco a poco fueron absorbiendo muchas escuelas más pequeñas e incorporaron a su propio sistema toda la información valiosa que tuvieran aquellas instituciones menores. Heckethorn encuentra en los Misterios de Ceres y de Baco una metamorfosis de los ritos de Isis y Osiris y existen motivos de sobra para pensar que todas las escuelas consideradas secretas del mundo antiguo eran ramas de un mismo árbol filosófico que, con su raíz en el cielo y sus ramas en la tierra, es —como el espíritu humano— una causa invisible pero omnipresente de los medios objetivados que la expresan. Los Misterios eran los canales a través de los cuales se difundía aquella luz filosófica única y sus iniciados resplandecientes de comprensión intelectual y espiritual, eran el fruto perfecto del árbol divino, que daba fe ante el mundo material de la fuente recóndita de la luz y la verdad.

Los ritos de Eleusis se dividían en los llamados Misterios mayores y los menores. Según James Gardner, los Misterios menores se celebraban en primavera (probablemente en la época del equinoccio vernal) en la ciudad de Agrae y los mayores, en otoño (la época del equinoccio otoñal) en Eleusis o en Atenas. Se supone que los primeros se cumplían todos los años y los segundos, cada cinco años. Los rituales de los eleusinos eran muy complicados y para comprenderlos había que tener un conocimiento profundo de la mitología griega, que ellos interpretaban bajo su luz esotérica con ayuda de sus claves secretas. Los Misterios menores estaban dedicados a Perséfone. En Eleusinian and Bacchic Mysteries, Thomas Taylor resume su finalidad con estas palabras: «Los Misterios menores habían sido ideados por los teólogos antiguos, sus fundadores, para representar de forma oculta la condición del alma impura dotada de un cuerpo terrenal y envuelta en una naturaleza material y física». La leyenda que se utiliza en los ritos menores es la del rapto de la diosa Perséfone, hija de Ceres, por Plutón, el señor de los infiernos, o el Hades. Mientras Perséfone está cogiendo flores en un prado hermoso, de pronto se abre la tierra y el sombrío señor de la muerte, en un carruaje magnífico, sale de las lúgubres profundidades, la coge en sus brazos y se lleva a la diosa, que grita y forcejea, a su palacio subterráneo, donde la obliga a convertirse en su reina.

Es poco probable que muchos de los iniciados comprendieran el significado místico de esta alegoría, porque parece que muchos pensaban que se refería exclusivamente a la sucesión de las estaciones. Cuesta obtener información satisfactoria acerca de los Misterios, porque los candidatos estaban obligados por juramentos inviolables a no revelar jamás a los profanos los secretos más recónditos. Al comienzo de la ceremonia de iniciación, el candidato se ponía de pie sobre la piel de los animales que habían sido sacrificados a tal fin y juraba que la muerte sellaría sus labios antes de que divulgaran las verdades sagradas que estaban a punto de comunicarle. No obstante, algunos de sus secretos se han conservado por canales indirectos. Las enseñanzas que se transmitían a los neófitos eran, esencialmente, las siguientes: El alma humana —a menudo llamada «psique» y en los Misterios eleusinos simbolizada por Perséfone— es, esencialmente, algo espiritual. En realidad, habita en los mundos superiores, donde, al no estar limitada por la forma material ni por los conceptos materiales, se dice que está verdaderamente viva y se puede expresar. Según esta doctrina, la naturaleza humana o física del hombre es una tumba, un atolladero, algo falso y efímero, la causa de todos los pesares y sufrimientos. Platón describe el cuerpo como el sepulcro del alma, con lo cual no se refiere solo a la forma humana, sino también a la naturaleza humana. La melancolía y el abatimiento de los Misterios menores representaban el sufrimiento del alma espiritual, que no puede expresarse porque ha aceptado las limitaciones y las ilusiones del entorno humano. El quid del argumento eleusino era que el hombre no era ni mejor ni más sabio después de muerto que durante su vida. Si no supera la ignorancia durante su estancia aquí, al morir ingresa en la eternidad para deambular para siempre, cometiendo los mismos errores que aquí. Si no deja atrás el deseo de bienes materiales aquí, lo llevará consigo al mundo invisible, donde, como nunca puede satisfacer ese deseo, permanecerá en una agonía interminable. El Infierno de Dante describe simbólicamente los sufrimientos de aquellos que jamás han desprendido su naturaleza espiritual de las ansias, los hábitos, los puntos de vista y las limitaciones de su personalidad plutónica. Los que no habían hecho ningún esfuerzo por superarse (aquellos cuyas almas han dormido) durante su vida física, al morir entraban en el Hades, donde, tumbados en hileras, dormían durante toda la eternidad como habían dormido durante su vida.

Para los filósofos eleusinos, el nacimiento en el mundo físico era la muerte en el sentido más amplio de la palabra y el único nacimiento verdadero era el del alma espiritual del hombre al salir del vientre de su propia naturaleza carnal. «El alma que duerme está muerta», dice Longfellow y así establece la tónica de los Misterios eleusinos. Del mismo modo en que Narciso, mientras se contemplaba a sí mismo en el agua —los antiguos usaban este elemento móvil como símbolo del universo transitorio, ilusorio y material —, perdió la vida al tratar de abrazar su reflejo, el hombre que se mira en el espejo de la naturaleza y acepta como su ser verdadero el barro sin sentido que ve reflejado pierde la oportunidad que le brinda su vida física de desarrollar su ser inmortal e invisible. Un iniciado antiguo dijo en una ocasión que los vivos están gobernados por los muertos. Solo los que están familiarizados con el concepto eleusino de la vida pueden entender esta afirmación. Significa que la mayoría de las personas no se rigen por su espíritu vivo, sino por su personalidad animal sin sentido y, por lo tanto, muerta. Estos Misterios enseñaban la transmigración y la reencarnación, aunque de una forma algo insólita. Se creía que a medianoche los mundos invisibles estaban más cerca de la esfera terrestre y que las almas que adquirían existencia material se deslizaban en ella a medianoche. Por tal motivo, muchas de las ceremonias eleusinas se celebraban a esa hora. Algunos de los espíritus dormidos que no habían logrado despertar su naturaleza superior durante su vida terrenal y que entonces flotaban por ahí en los mundos invisibles, rodeados por una oscuridad que ellos mismos habían creado, de vez en cuando se introducían a esa hora y adoptaban la forma de diversas criaturas.

Los místicos de Eleusis también hacían hincapié en lo malo del suicidio y explicaban que en torno a este delito había un misterio profundo del cual no podían hablar, aunque advertían a sus discípulos que un gran pesar embargaba a todos los que se quitaban la vida. Esto, en esencia, constituye la doctrina esotérica que se transmitía a los iniciados en los Misterios menores. Como este grado se refería sobre todo a las miserias de aquellos que no conseguían aprovechar al máximo sus oportunidades filosóficas, las cámaras de iniciación eran subterráneas y los horrores del Hades se representaban de forma vívida en un complejo drama ritualista. Cuando lograba atravesar los tortuosos corredores, con sus pruebas y sus peligros, el candidato recibía el título honorario de mystes, que quería decir «alguien que ve a través de un velo o tiene una visión confusa».

También significaba que el candidato había llegado hasta el velo, que desaparecería en el grado superior. Es probable que la palabra moderna «místico», en el sentido de alguien que busca la verdad siguiendo los dictados de su corazón y el camino de la fe, derive de aquella palabra antigua, porque la fe es creer en la realidad de las cosas que no se ven o están veladas. Los Misterios mayores (a los cuales el candidato solo era admitido cuando había superado las pruebas de los menores e, incluso en ese caso, no siempre) estaban consagrados a Ceres, la madre de Perséfone, a la que representan deambulando por el mundo en busca de su hija raptada. Ceres portaba dos antorchas: la intuición y la razón, para ayudarla en la búsqueda de su hija perdida (el alma). Finalmente, localizaba a Perséfone no muy lejos de Eleusis y, en señal de gratitud, enseñaba a su pueblo a cultivar el grano, que era sagrado para ella, y también fundaba los Misterios. Ceres comparecía ante Plutón, el dios de las almas de los muertos, y le suplicaba que permitiera a Perséfone regresar a su casa. Al principio, el dios se negaba, porque Perséfone había comido un trozo de granada, el fruto de la mortalidad. Finalmente, sin embargo, cedía y accedía a dejar que Perséfone viviera en el mundo superior la mitad del año, si pasaba con él la otra mitad en la oscuridad del Hades.

Para los griegos, Perséfone era una manifestación de la energía solar, que en los meses de invierno vivía bajo tierra con Plutón, pero en verano regresaba otra vez con la diosa de la productividad. Según la leyenda, las flores adoraban a Perséfone y todos los años, cuando ella se marchaba hacia los reinos oscuros de Plutón, las plantas y los arbustos morían de tristeza. Mientras los profanos y los no iniciados tenían sus propias opiniones sobre estos temas, los sacerdotes —ellos eran los únicos que reconocían lo sublime de aquellas grandes parábolas filosóficas y religiosas— mantuvieron ocultas en lugar seguro las verdades de las alegorías griegas. Thomas Taylor tipifica las doctrinas de los Misterios mayores con las siguientes palabras: «Los (Misterios) mayores dan a entender vagamente, mediante visiones místicas y espléndidas, la dicha del alma tanto aquí como después cuando se purifica del envilecimiento de la naturaleza material y se eleva constantemente a las realidades de la visión intelectual (espiritual)».

Mientras que los Misterios menores trataban de la época prenatal del hombre, cuando la conciencia, en sus nueve días (embriológicamente, meses), descendía al reino de la ilusión y asumía el velo de la irrealidad, los Misterios mayores trataban de los principios de la regeneración espiritual y revelaban a los iniciados no solo el método más sencillo, sino también el más directo y completo de liberar sus naturalezas superiores de la esclavitud de la ignorancia material. Como Prometeo encadenado a la cima del monte Cáucaso, la naturaleza superior del hombre está encadenada a su personalidad inadecuada. Los nueve días de iniciación también simbolizaban las nueve esferas que atraviesa el alma en su descenso, durante el proceso de adoptar una forma terrestre. No se conocen los ejercicios secretos para el desarrollo espiritual que se daban a los discípulos de los grados superiores, aunque existen motivos para pensar que eran similares a los Misterios brahmánicos, porque se sabe que las ceremonias eleusinas finalizaban con las palabras sánscritas konx om par. La parte de la alegoría que se refiere a los dos períodos de seis meses, durante uno de los cuales Perséfone debe permanecer con Plutón, mientras que, durante el otro, puede volver a visitar el mundo superior, reflexión profunda. Es probable que los eleusinos supieran que el alma se marcha del cuerpo durante el sueño o que, por lo menos, adquiría la capacidad de marcharse gracias al entrenamiento especial que, sin duda, estaban en condiciones de brindarle. Por consiguiente, Perséfone permanecería como soberana del reino de Plutón durante las rituales durante los períodos de sueño. Se enseñaba al iniciado a interceder ante Plutón para que permitiera que Perséfone (el alma del iniciado) ascendiera desde la oscuridad de su naturaleza material hacia la luz del conocimiento. Cuando así se desprendía de las ataduras del barro y de los conceptos cristalizados, el iniciado se liberaba no solo durante el período de su vida, sino para toda la eternidad, porque, a partir de entonces nunca más era despojado de aquellas cualidades del alma que después de la muerte eran sus medios de manifestación y expresión en el llamado mundo celestial.

En contraste con la idea del Hades como un estado de oscuridad inferior, se decía que los dioses vivían en lo alto de las montañas; un buen ejemplo de esto lo encontramos en el monte Olimpo, donde se supone que vivían juntas las doce divinidades griegas. Por consiguiente, en su deambular iniciático, el neófito entraba en cámaras cada vez más brillantes para representar el ascenso del espíritu desde los mundos inferiores hacia el terreno de la felicidad absoluta. Como punto culminante de sus andanzas, ingresaba en una gran sala abovedada, en cuyo centro se alzaba una estatua de la diosa Ceres brillantemente iluminada, donde, en presencia del hierofante y rodeado por sacerdotes con vestiduras espléndidas, era instruido en los misterios secretos más elevados de Eleusis. Al concluir la ceremonia, era aclamado como epoptes, que significa «alguien que ha visto con sus propios ojos». Por este motivo, la iniciación también se llamaba «autopsia». A continuación, entregaban al epoptes determinados libros sagrados, probablemente escritos en clave, junto con unas tablillas de piedra que llevaban grabadas las instrucciones secretas.

En The Obelisk in Freemasonry, John A. Weisse describe a los personajes que ofician los Misterios eleusinos como un hierofante masculino y otro femenino, que dirigían las iniciaciones; un hombre y una mujer portadores de antorchas; un heraldo, y un hombre y una mujer encargados del altar. Había también numerosos ayudantes de menor importancia. Dice que, según Porfirio, el hierofante representa al demiurgo platónico o creador del mundo; el portador de la antorcha, al sol; el encargado del altar, a la luna; el heraldo, a Hermes o Mercurio, y los demás ayudantes, a las estrellas menores. Según se deduce de los documentos disponibles, los rituales iban acompañados de gran cantidad de fenómenos extraños y aparentemente sobrenaturales. Muchos iniciados sostienen que realmente han visto a los propios dioses vivos. Si esto era consecuencia del éxtasis religioso o de una auténtica cooperación de los poderes invisibles con los sacerdotes visibles seguirá siendo un misterio. En Las metamorfosis o El asno de oro, Apuleyo describe con las siguientes palabras lo que con toda probabilidad fue su iniciación en los Misterios eleusinos: «Me acerqué a los confines de la muerte y, después de pisar el umbral de Proserpina, regresé y me llevaron por todos los elementos. A medianoche vi el sol que brillaba con una luz espléndida y me acerqué claramente a los dioses de abajo y los dioses de arriba y de cerca los adoré».

En los Misterios de Eleusis se admitían las mujeres y los niños y hubo una época en la que realmente había miles de iniciados. Como toda aquella gente no estaba preparada para las doctrinas espirituales y místicas más elevadas, era inevitable que se produjera una división dentro de la misma sociedad. Las enseñanzas más elevadas solo se transmitían a una cantidad limitada de iniciados, que, por su mentalidad superior, manifestaban una comprensión global de los conceptos filosóficos básicos. Sócrates se negó a ser iniciado en los Misterios eleusinos, porque, como conocía sus principios a pesar de no pertenecer a la orden, se dio cuenta de que ser miembro le sellaría los labios Que los Misterios eleusinos se basaban en verdades grandes y eternas lo demuestra lo mucho que los veneraban las mentes preclaras de la Antigüedad. Se pregunta M. Ouvaroff: «¿Habrían hablado de ellos con tanta admiración Píndaro, Platón. Cicerón y Epícteto si el hierofante se hubiese conformado con proclamar en voz alta sus propias opiniones o las de su orden?».

Las prendas que llevaban los candidatos al iniciarse se conservaban durante muchos años y se creía que poseían propiedades casi sagradas. Así como el alma no se puede cubrir más que de sabiduría y virtud, los candidatos, que aún no poseían el verdadero conocimiento, se presentaban ante los Misterios desnudos; primero se les daba la piel de algún animal y después una prenda consagrada que simbolizaba las enseñanzas filosóficas que recibía el iniciado. En el transcurso de la iniciación, el candidato atravesaba dos puertas. La primera conducía hacia abajo, a los mundos inferiores, y simbolizaba su nacimiento a la ignorancia. La segunda conducía hacia arriba, a una habitación muy iluminada con lámparas invisibles, en la que estaba la estatua de Ceres y que simbolizaba el mundo superior o la casa de la Luz y la Verdad. Estrabón afirma que en el gran templo de Eleusis cabían entre veinte y treinta mil personas. Las cuevas dedicadas por Zaratustra también tenían estas dos puertas que simbolizaban la vía del nacimiento y la de la muerte. El siguiente párrafo, tomado de Porfirio, nos brinda una impresión bastante adecuada del simbolismo eleusino: «Al ser Dios un principio luminoso que reside en medio del fuego más etéreo, siempre permanece invisible a los ojos de aquellos que no se elevan por encima de la vida material: en este sentido, la visión de cuerpos transparentes, como el cristal, el mármol de Paros e incluso el marfil, recuerda la idea de la luz divina, como la visión del oro despierta la idea de pureza, porque el oro no se puede mancillar. Algunos han pensado que una piedra negra simbolizaba la invisibilidad de la esencia divina. Para expresar la razón suprema, la Divinidad se representaba con forma humana y hermosa, porque Dios es la fuente de la belleza; con diferentes edades y en diversas actitudes, sentada o de pie, de un sexo u otro, como una virgen o un joven, un esposo o una novia, para que se pudieran marcar todos los tonos y los matices. Por consiguiente, todo lo luminoso se atribuía a los dioses; la esfera y todo lo que es esférico, al universo, al sol y la luna y en ocasiones a la Fortuna y la Esperanza: el círculo y todas las figuras circulares, a la eternidad: a los movimientos celestes, a los círculos y las zonas de los cielos; la sección de los círculos, a las fases de la luna, y las pirámides y los obeliscos, al principio ígneo y, a través de este, a los dioses del cielo. Un cono expresa el sol; un cilindro, la tierra; el falo y el triángulo (símbolo de la matriz) designan la generación». Según Heckethorn, los Misterios eleusinos sobrevivieron a todos los demás y no dejaron de existir como institución hasta casi cuatrocientos años después de Cristo, cuando finalmente los suprimió Teodosio (llamado «el Grande»), que destruyó con crueldad todo lo que no aceptaba la fe cristiana. Con respecto a esta, que fue la más grande de todas las instituciones filosóficas dijo Cicerón que enseñaba a los hombres no solo a vivir, sino también a morir.



Manly Palmer Hall - Los Mistérios Odínicos

 

La fecha en que se fundaron los Misterios odínicos es incierta. Algunos autores declaran que se establecieron en el siglo I antes de Cristo y otros en el siglo I después de Cristo. Roben Macoy, del grado 33, da la siguiente descripción de su origen: «Se deduce de las crónicas septentrionales que, en el siglo I de la era cristiana, Sigge, el jefe de la tribu asiática de Aser, emigró del mar Caspio y el Cáucaso hacia el norte de Europa. Dirigió el rumbo hacia el noroeste, desde el mar Negro en dirección a Rusia, donde, según la tradición, colocó a uno de sus hijos como gobernante, como dicen que había hecho con los sajones y los francos. A continuación atravesó Cimbria en dirección a Dinamarca, donde puso como soberano a su quinto hijo, Skióld, y se trasladó a Suecia, donde gobernaba entonces Gylf, que rindió pleitesía a aquel forastero extraordinario y fue iniciado en sus misterios. No tardó en convertirse allí en señor, levantó Sigtuna como capital de su imperio, promulgó un nuevo código y estableció los misterios sagrados. Él mismo asumió el nombre de Odín, fundó el clero de los doce drottar (¿druidas?), que se encargaban del culto secreto y la administración de la justicia y, como profetas, revelaban el futuro. Los ritos secretos de aquellos misterios festejaban la muerte del hermoso y encantador Balder y representaban la pena de los dioses y los hombres ante su muerte y su vuelta a la vida».
Después de su muerte, el Odín histórico fue deificado y su identidad sefundió con la del Odín mitológico, el dios de la sabiduría, cuyo culto había promulgado. Entonces, el odinismo sustituyó al culto a Thor, el dios del trueno, la divinidad suprema del antiguo panteón escandinavo. Todavía se puede ver el túmulo en el cual, según la leyenda, fue enterrado el rey Odín, cerca del lugar donde está situado su gran templo, en Upsala. Los doce drottar que presidían los Misterios odínicos personificaban, evidentemente, los doce nombres sagrados e inefables de Odín. Los rituales de los Misterios odínicos eran muy similares a los de los griegos, los persas y los brahmanes, en los cuales se basaban. Los drottar, que simbolizaban los signos del Zodiaco, eran los custodios de las artes y las ciencias y las revelaban a aquellos que superaban las pruebas de iniciación. Al igual que muchos otros cultos paganos, los Misterios odínicos, como institución, fueron destruidos por el cristianismo, aunque la causa fundamental de su decadencia fue la corrupción del clero. La mitología es casi siempre el ritual y el simbolismo de una escuela mistérica. En pocas palabras, el drama sagrado que constituía la base de los Misterios odínicos es el siguiente: «Al creador supremo e invisible de todas las cosas lo llamaban “el Padre Supremo”. Su regente en la naturaleza era Odín, el dios de un solo ojo. Como Quetzalcóatl. Odín fue elevado a la dignidad de divinidad suprema. Según los drottar, el universo se formó a partir del cuerpo de Ymir, el gigante de la escarcha. Ymir se formó a partir de las nubes de niebla que se elevaban de Ginnungagap, la inmensa grieta en el caos a la cual los primigenios gigantes de la escarcha y gigantes del fuego habían arrojado nieve y fuego. Los tres dioses, Odín, Vili y Ve, dieron muerte a Ymir y con él formaron el mundo. A partir de los distintos miembros de Ymir se crearon las distintas partes de la naturaleza».
Después de que Odín impusiera orden, hizo construir un hermoso palacio, llamado Asgard, en la cima de la montaña, donde los doce Æsir (dioses) vivían juntos, muy por encima de las limitaciones de los hombres mortales. En aquella montaña también estaba el Valhalla, el palacio de los fallecidos, donde todos aquellos que habían tenido una muerte heroica luchaban y se daban festines día tras día. Por la noche, sus heridas curaban y el jabalí cuya carne comían se renovaba con la misma rapidez con la que lo consumían. Balder el Hermoso, el Cristo escandinavo, era el hijo bienamado de Odín. Balder no era guerrero; su espíritu amable y encantador llevó paz y alegría a los corazones de los dioses y todos lo querían, menos uno. Del mismo modo en que Jesús tuvo a Judas entre Sus doce discípulos uno de los doce dioses era falso: Loki, la personificación del mal. Loki hizo que Höor, el dios ciego del destino, disparara contra Balder una flecha de muérdago. Al morir Balder, la luz y la alegría desaparecieron de la vida de los demás dioses, que, desconsolados, se reunieron para buscar un método que les permitiera resucitar aquel espíritu de vida y juventud eternas. El resultado fue el establecimiento de los Misterios.
Los Misterios odínicos se celebraban en criptas o cuevas subterráneas, cuyas nueve cámaras representan los nueve mundos de los Misterios. Al candidato que quería ingresar se le encomendaba la misión de resucitar a Balder de entre los muertos. Aunque él no lo sabía, él mismo representaba el papel de Balder. Se denominaba a sí mismo «trotamundos»; las cavernas que atravesaba simbolizaban los mundos y las esferas de la naturaleza. Los sacerdotes que lo iniciaban eran emblemas del sol, la luna y las estrellas Los tres iniciadores supremos —el Sublime, el Igual al Sublime y el Supremo— eran análogos al maestro adorador y el guardián menor y el mayor de las logias masónicas. Después de vagar durante horas por los pasadizos intrincados, el candidato era conducido ante una estatua de Balder el Hermoso, el prototipo de todos los iniciados en los Misterios. Esta figura se levantaba en el centro de un gran aposento techado con escudos. En medio de la cámara había una planta con siete flores, como emblemas de los planetas. En aquella sala, que simbolizaba el hogar de los Aesir, o la Sabiduría, el neófito juraba guardar secreto y ser piadoso sobre la hoja desnuda de una espada. Bebía el hidromiel santificado de un cuenco hecho con un cráneo humano y, después de resistir todas las torturas y de superar todas las pruebas con las que pretendían desviarlo del camino de la sabiduría, finalmente se le permitía descubrir el misterio de Odín, la personificación de la sabiduría. Le entregaban, en nombre de Balder, el anillo sagrado de la orden, lo aclamaban como hombre renacido y decían de él que había muerto y había resucitado sin pasar por las puertas de la muerte. La inmortal composición de Richard Wagner Der Ring des Nibelungen se basa en los rituales mistéricos del culto odínico. Aunque el gran compositor se tomó muchas libertades con la historia original, las óperas del ciclo El anillo del nibelungo, considerado la tetralogía más espléndida de dramas musicales del mundo, han captado y conservado de forma notable la majestuosidad y el poder de la saga original. La acción comienza con Das Rheingold y continúa con Die Walküre y Siegfried hasta llegar a su imponente apogeo en Götterdämmerung, «El crepúsculo de los dioses».

Manly Palmer Hall - Los Mistérios de User-Hep

 

La identidad del Serapis grecoegipcio (al que los griegos conocían como Serapis y los egipcios como User-Hep) está envuelta en un velo de misterio impenetrable. Aunque esta divinidad era una figura conocida entre los símbolos de los ritos secretos de iniciación egipcios, su naturaleza arcana solo se revelaba a aquellos que habían cumplido los requisitos de su culto. Por consiguiente, lo más probable era que, salvo los sacerdotes iniciados, ni los propios egipcios conocieran su verdadero carácter. No se tiene constancia de que exista ninguna versión auténtica de los ritos de Serapis si bien un análisis de la divinidad y los símbolos que la acompañan revela sus puntos más destacados. En un oráculo entregado al rey de Chipre, Serapis se describe a sí mismo con estas palabras: «Soy un dios como el que os enseño: Tengo el cielo estrellado por cabeza y por tronco, el mar; La tierra me sirve de pies; los oídos, de conductos de aire, Y los rayos brillantes del sol son mis ojos».
Se han hecho varios intentos infructuosos de averiguar la etimología de la palabra «Serapis». Godfrey Higgins destaca que soros era el nombre que daban los egipcios a un ataúd de piedra y Apis era la encarnación de Osiris en el toro sagrado. Al combinarse las dos palabras el resultado era «Soros-Apis» o «Sor-Apis», «la tumba del toro». Sin embargo, es poco probable que los egipcios adoraran un ataúd con forma de hombre. Varios autores antiguos, incluido Macrobio, han afirmado que Serapis era un nombre del Sol, porque su imagen a menudo tenía un halo de luz en torno a la cabeza. En su Oration Upon the Sovereign Sun, Juliano habla del dios con estas palabras:«Un Júpiter, un Plutón, un Sol es Serapis». En hebreo, Serapis se dice Saraph, que significa «brillar». Por este motivo, los judíos designaban así a una de sus jerarquías de seres espirituales: los Serafim.
Sin embargo, la teoría más común sobre el origen del nombre Serapis es aquella que la considera una derivación de la combinación Osiris-Apis. Hubo una época en la que los egipcios creían que los muertos eran absorbidos en la naturaleza de Osiris, el dios de los muertos. Aunque existe una similitud notoria entre Osiris-Apis y Serapis, la teoría propuesta por los egiptólogos de que Serapis no es más que un nombre dado a Apis, el toro sagrado de Egipto, después de muerto, resulta insostenible, si tenemos en cuenta la sabiduría trascendente de los sacerdotes egipcios, que, con toda probabilidad, usaban al dios para simbolizar el alma del mundo (anima mundi). El cuerpo material de la naturaleza se llamaba Apis y el alma que escapaba del cuerpo al morir pero estaba enredada con la forma durante la vida física se denominaba Serapi. C. W. King opina que Serapis era una divinidad de extracción brahmánica y que su nombre es la forma helenizada de Seradah o Sri-pa, dos títulos que se atribuyen a Yama, el dios hindú de la muerte. Parece razonable, sobre todo porque hay una leyenda según la cual Serapis, en forma de toro, fue transportado por Baco de India a Egipto. La prioridad de los Misterios hindúes confirma aún más esta teoría. Se sugieren otros significados de la palabra «Serapis», como «el toro sagrado», «el sol en Tauro», «el alma de Osiris», «la serpiente sagrada» y «la retirada del toro». Esta última apelación hace referencia a la ceremonia de ahogar al Apis sagrado en aguas del Nilo cada veinticinco años. Hay bastantes pruebas de que la famosa estatua de Serapis que había en el Serapeum de Alejandría al principio había sido objeto de culto con otro nombre en Sínope y desde allí fue llevada a Alejandría. También hay una leyenda que cuenta que Serapis fue uno de los primeros reyes egipcios, a quien debían los cimientos de su poderío filosófico y científico, y que, después de su muerte, fue elevado a la categoría de dios. Según Filarco, la palabra «Serapis» significa «el poder que dispuso el universo en el maravilloso orden actual».
En su Isis y Osiris, Plutarco ofrece la siguiente versión sobre el origen de la espléndida estatua de Serapis que se alzaba en el Serapeum de Alejandría: «Cuando era faraón de Egipto, Ptolomeo Sóter tuvo un sueño extraño en el cual veía una estatua enorme que cobraba vida y ordenaba al faraón que la llevase a Alejandría lo más rápido posible. Ptolomeo Soter, que desconocía el paradero de la estatua, quedó totalmente desconcertado, porque no sabía cómo averiguarlo. Mientras el faraón relataba su sueño, se presentó un gran viajero de nombre Sosibio y declaró que había visto una imagen semejante en Sínope. El faraón envió de inmediato a Soteles y a Dionisio para que negociaran el traslado de la figura a Alejandría. Transcurrieron tres años antes de que finalmente la consiguieran y los emisarios del faraón acabaron robándola y, para disimular el robo, difundieron la historia de que la estatua había cobrado vida, había recorrido la calle que pasaba por su templo y había subido a bordo del barco que estaba preparado para transportarla a Alejandría. A su llegada a Egipto, llevaron a la figura ante dos iniciados egipcios: Timoteo el Eumólpida y Manetón de Sebbenitos, que de inmediato anunciaron que se trataba de Serapis. Entonces los sacerdotes declararon que era equivalente a Plutón. Esto constituyó un golpe maestro, porque en Serapis los griegos y los egipcios hallaron una divinidad común, con lo cual se pudo consumar la unidad religiosa de las dos naciones. Algunos autores primitivos han descrito varias figuras de Serapis que se alzaban en los diversos templos dedicados a él en Egipto y Roma; casi todas mostraban más influencia griega que egipcia. En algunas había una gran serpiente enroscada en torno al cuerpo del dios. Otras lo mostraban como una mezcla de Osiris y Apis.
Una descripción del dios que, con toda probabilidad, resulta bastante exacta es la que lo representa como una figura alta y poderosa, que transmite la doble impresión de fuerza masculina y gracia femenina, con el rostro de alguien profundamente sumido en sus pensamientos y una expresión más bien triste. Tenía el cabello largo y peinado de un modo algo femenino, con rizos que le caían sobre el pecho y los hombros; el rostro, dejando aparte la espesa barba, también era francamente femenino. La figura de Serapis solía aparecer envuelta de la cabeza a los pies en gruesos ropajes, que los iniciados creían que servían para ocultar el hecho de que su cuerpo era andrógino. Varios materiales se emplearon para hacer las estatuas de Serapis. No cabe duda de que algunas fueron talladas en piedra o mármol por artesanos hábiles; es posible que otras se fundieran en metales, tanto preciosos como de baja ley. Se ha hecho un Serapis colosal combinando láminas de distintos metales. En un laberinto consagrado a Serapis había una estatua suya de cuatro metros de altura que tenía fama de estar hecha de una sola esmeralda. Los escritores modernos, al hablar de esta imagen, sostienen que había sido hecha vertiendo cristal verde en un molde, aunque, según los egipcios, soportó todas las pruebas como si fuera una esmeralda de verdad. San Clemente de Alejandría describe una figura de Serapis hecha con los siguientes elementos: en primer lugar, limaduras de oro, plata, plomo y estaño; en segundo lugar, todo tipo de piedras egipcias, incluidos zafiros, hematitas, esmeraldas y topacios, todo esto molido y mezclado con la sustancia colorante que había quedado del funeral de Osiris y Apis. El resultado era una figura extraña y curiosa de color añil. Algunas de las estatuas de Serapis debían de estar hechas de sustancias sumamente duras, porque, cuando un soldado cristiano, en cumplimiento del edicto de Teodosio, golpeó al Serapis alejandrino con su hacha, esta se hizo añicos y de ella salieron chispas. También es bastante probable que se adorara a Serapis en forma de serpiente, al igual que muchas de las divinidades superiores del panteón egipcio y el griego.
Llamaban a Serapis Teón Heptagrámmaton, o el dios con el nombre de siete letras. El nombre «Serapis» contiene siete letras, como «Abraxas» y «Mithras». En sus himnos a Serapis, los sacerdotes cantaban las siete vocales. De vez en cuando se lo representa con cuernos o una corona de siete rayos, que, evidentemente, representaban las siete inteligencias divinas que se manifiestan a través de la luz solar. La Enciclopedia Británica destaca que la mención auténtica más antigua de Serapis está relacionada con la muerte de Alejandro. Era tal el prestigio de Serapis que fue el único dios al que consultaron en relación con el rey moribundo. La escuela secreta de filosofía de los egipcios estaba dividida entre los misterios menores y los mayores: los primeros estaban consagrados a Isis y los segundos, a Serapis y Osiris. Según Wilkinson, solo los sacerdotes podían acceder a los misterios mayores. Ni siquiera el heredero al trono estaba autorizado hasta que era coronado faraón; entonces, en virtud de su realeza, se convertía automáticamente en sacerdote y en cabeza temporal de la religión del Estado.
Los pocos que tuvieron acceso a los misterios mayores no violaron jamás sus secretos. Buena parte de la información relacionada con los rituales de los grados superiores de los Misterios egipcios se ha recogido a partir de la inspección de las cámaras y los pasillos en los que se hacían las iniciaciones. Bajo el templo de Serapis que fue destruido por Teodosio se hallaron extraños aparatos mecánicos construidos por los sacerdotes en las criptas y cavernas subterráneas en las que se celebraban los ritos de iniciación nocturnos. Aquellos aparatos demuestran las duras pruebas de valor moral y físico que los candidatos tenían que superar. Después de atravesar aquellos caminos tortuosos, los neófitos que sobrevivían a aquellas duras pruebas eran conducidos a presencia de Serapis, una figura noble e imponente, iluminada por luces invisibles.
Los laberintos también eran una característica notable en relación con el rito de Serapis y E. A. Wallis Budge, en Los dioses de los egipcios, representa a Serapis (como el minotauro) con cuerpo de hombre y cabeza de toro. Los laberintos simbolizaban los enredos y las ilusiones del mundo inferior por los cuales vaga el alma humana en su búsqueda de la verdad. En el laberinto habita el hombre animal inferior con cabeza de toro, que trata de destruir el alma que está atrapada en el laberinto de la ignorancia terrenal. En esta relación, Serapis se convierte en el examinador o adversario que pone a prueba las almas de los que pretenden sumarse a los inmortales. El laberinto se usaba también, sin duda, para representar el sistema solar, donde el hombre-toro representaba al sol que vive en el laberinto místico de sus planetas, lunas y asteroides. Los Misterios gnósticos conocían el significado arcano de Serapis y, a través del gnosticismo, este dios quedó asociado inextricablemente con el cristianismo primitivo. Es más, durante un viaje a Egipto en el año 134, el emperador Adriano, manifestó en una carta a Serviano que los adoradores de Serapis eran cristianos y que los obispos de la iglesia también celebraban oficios religiosos en su santuario. Incluso anunció que el propio patriarca, cuando estuvo en Egipto, se vio obligado a adorar a Serapis además de a Cristo.
La insospechada importancia de Serapis como prototipo de Cristo se aprecia mejor después de analizar el siguiente extracto de The Gnostics and Their Remains de C. W. King: «No cabe la menor duda de que la cabeza de Serapis, cuyo rostro manifiesta una majestuosidad grave y meditabunda, proporcionó la idea inicial para realizar los retratos convencionales del Redentor. Los prejuicios judíos de los primeros conversos eran tan poderosos que podemos estar seguros de que no se hizo ningún intento de representar Su semblante hasta varias generaciones después de que murieran los que lo habían contemplado en la tierra». Serapis fue usurpando poco a poco las posiciones que antes habían ocupado otros dioses egipcios y griegos y se convirtió en la divinidad suprema de las dos religiones. Su poder continuó hasta el siglo IV de la era cristiana. En el año 385, Teodosio, futuro exterminador de la filosofía pagana, publicó su memorable edicto De Idolo Serapidis Diruendo, Cuando, en cumplimiento de esta orden, los soldados cristianos entraron en el Serapeum de Alejandría para destruir la imagen de Serapis que llevaba siglos allí, su veneración por el dios era tan grande que no se atrevían a tocarla, por temor a que la tierra se abriera bajo sus pies y los tragara. Al final, venciendo su temor, echaron por tierra la estatua, saquearon el edificio y, por último, como digno punto culminante de aquel ataque, quemaron la magnífica biblioteca situada en los majestuosos aposentos del Serapeum. Varios escritores han registrado el hecho sorprendente de que se hallaran símbolos cristianos entre las ruinas de los cimientos de aquel templo pagano. Sócrates, un historiador de la iglesia del siglo V, declaró que, después de que los piadosos cristianos arrasaran el Serapeum de Alejandría y dispersaran los demonios que vivían allí disfrazados de dioses, ¡encontraron bajo los cimientos el monograma de Cristo! Dos citas confirmarán aún más la relación entre los Misterios de Serapis y los de otros pueblos antiguos. La primera procede de The Simbolical Language of Ancient Art and Mythology de Richard Payne Knight: «Por consiguiente, Varrón [en La lengua latina] dice que Coelum y Terra, es decir, la mente universal y el cuerpo productivo, eran los grandes dioses de los Misterios de Samotracia y que coinciden con el Serapis y la Isis de los egipcios posteriores, el Taautos y la Astarté de los fenicios y el Saturno y la Ops de los romanos». La segunda cita está tomada de Moral y dogma del rito escocés antiguo y aceptado de Albert Pike: «A vos —dice Marciano Capella en su himno al sol—, los habitantes del Nilo os adoran como Serapis y Menfis os venera como Osiris; en los ritos sagrados de Persia sois Mitra; en Frigia, Atis; Libia se inclina ante vos como Amón y la Biblos fenicia, como Adonis; de modo que el mundo entero os adora con nombres diferentes».

Manly Palmer Hall - El Simbolismo Masonico

 

LOS MISTERIOS ANTIGUOS Y LAS SOCIEDADES SECRETAS QUE HAN INFLUIDO EN EL SIMBOLISMO MASÓNICO MODERNO

—Segunda parte—

Toda la historia del gnosticismo cristiano y el pagano está envuelta en el mayor misterio y oscuridad, porque, si bien los gnósticos eran, sin duda, escritores prolíficos, de su literatura ha sobrevivido muy poco. Se granjearon la animosidad de la Iglesia cristiana primitiva y, cuando esta institución alcanzó una posición de poder mundial, destruyó todos los registros del cultus gnóstico que encontró. La palabra «gnóstico» procede del griego gnosis, que significa «conocimiento». Los miembros de la orden decían que estaban familiarizados con las doctrinas secretas del cristianismo primitivo. Interpretaban los Misterios cristianos según el simbolismo pagano. Ocultaban al profano su información secreta y sus principios filosóficos y solo se los enseñaban a un grupo reducido de personas iniciadas especialmente. Se supone a menudo que Simón el Mago, el famoso mago del Nuevo Testamento, fue el fundador del gnosticismo. De ser así, la escuela se formó en el siglo I después de Cristo y es, probablemente, la primera de las numerosas ramas que han nacido del tronco principal del cristianismo. Para los entusiastas de la Iglesia cristiana primitiva, todo aquello con lo que no estaban de acuerdo había sido inspirado por el demonio. Que Simón el Mago tenía poderes misteriosos y sobrenaturales no lo niegan ni sus enemigos, aunque, según ellos, aquellos poderes se los habían prestado los espíritus infernales y las furias, que —afirmaban— eran sus compañeros inseparables. Sin duda, la leyenda más interesante acerca de Simón es la que narra sus enfrentamientos teosóficos con el apóstol san Pedro mientras los dos promulgaban sus doctrinas diferentes en Roma. Según la historia que narran los Padres de la Iglesia, Simón tenía que demostrar su superioridad espiritual ascendiendo al cielo en un carro de fuego. Unos poderes invisibles lo levantaron y lo elevaron a una altura considerable. Cuando san Pedro lo vio, gritó en voz alta y ordenó a los demonios (los espíritus del aire) que soltaran al mago. Los espíritus malignos, al recibir la orden del gran santo, se vieron obligados a obedecer y Simón cayó desde muy alto y se mató: aquello fue una prueba contundente de la superioridad de los poderes cristianos. No cabe duda de que la historia es un invento, al no ser más que una de las numerosas versiones —casi todas dispares— acerca de su muerte. Se siguen acumulando pruebas que demuestran que san Pedro no estuvo jamás en Roma, con lo cual se van disipando rápidamente sus últimos vestigios posibles de autenticidad.

De que Simón fue un filósofo no cabe la menor duda, porque, siempre que se conservan sus palabras exactas, sus pensamientos sintéticos y trascendentales están expresados de maravilla. Los principios del gnosticismo se describen bien en esta declaración literal suya, que supuestamente ha preservado Hipólito: «A vosotros, por consiguiente, digo lo que digo y escribo lo que escribo. Y lo que escribo es lo siguiente. De los eones [períodos, planos o ciclos de vida creativa y creada en sustancia y espacio, criaturas celestiales] universales hay dos brotes, sin principio ni fin, que salen de una sola raíz, que es el poder invisible, el silencio inaprensible [bythós]. De estos brotes, uno se manifiesta desde arriba: es el Gran Poder, la Mente Universal que todo lo ordena, masculino, y el otro [se manifiesta] desde abajo: es el Gran Pensamiento, femenino, que todo lo produce. Por consiguiente, ambos, al emparejarse, se unen y manifiestan la Distancia Media, el aire incomprensible, sin principio ni fin, en la cual está el Padre que sostiene todas las cosas y alimenta aquellas cosas que tienen principio y fin».

Con esto hemos de entender que la manifestación es el resultado de un principio positivo y uno negativo, que actúan el uno sobre el otro, y que se produce en el plano medio o punto de equilibrio, llamado pléroma. Este pléroma es una sustancia especial que se produce como consecuencia de la combinación de eones espirituales y materiales. Del pléroma se diferenciaba el Demiurgo, el mortal inmortal, ante el cual somos responsables por nuestra existencia física y los sufrimientos que debemos padecer en relación con ella. Según el sistema gnóstico, del Uno Eterno emanaban tres parejas de opuestos, llamadas syzygías, que, sumadas a él, formaban un total de siete. Los seis (las tres parejas de) eones (principios divinos vivos) fueron descritos por Simón en los Philosophumena de la siguiente manera:«Los dos primeros eran la mente (nous) y el pensamiento (epinoia); después venían la voz (phone) y su opuesto, el nombre (onoma) y, por último, la razón (logismos) y la reflexión (enthumesis). De estos seis elementos primigenios, unidos con la “llama eterna”, salieron los eones (ángeles) que formaron los mundos inferiores siguiendo las indicaciones del Demiurgo». Ahora vamos a referirnos a la manera en que este gnosticismo primitivo de Simón el Mago y Menandro, su discípulo, fue ampliado y a menudo distorsionado por los adeptos posteriores al culto.

La escuela del gnosticismo se dividió en dos partes fundamentales, llamadas habitualmente el «culto sirio» y el «culto alejandrino». Estas escuelas coincidían en lo fundamental, pero la segunda se inclinaba más hacia el panteísmo, mientras que la primera era dualista. Mientras que el culto sirio era en gran medida simoniano, la escuela alejandrina brotó de las deducciones filosóficas de un cristiano egipcio muy inteligente, llamado Basílides, que —según decía— había recibido instrucciones del apóstol san Mateo. Al igual que Simón el Mago, era emanacionista con inclinaciones neoplatónicas. De hecho, todo el Misterio gnóstico se basa en la hipótesis de las emanaciones como relación lógica entre dos opuestos irreconciliables: el espíritu absoluto y la sustancia absoluta, que, según los gnósticos, coexistían en la eternidad. Algunos afirman que Basílides fue el verdadero fundador del gnosticismo, aunque existen muchas pruebas de que Simón el Mago estableció sus principios fundamentales en el siglo anterior. El alejandrino Basílides inculcó en sus seguidores el hermetismo egipcio, el ocultismo oriental, la astrología caldea y la filosofía persa y con sus doctrinas trató de unir las escuelas del cristianismo primitivo con los antiguos Misterios paganos. A él se atribuye la formulación de una concepción peculiar de la divinidad que lleva el nombre de Abraxas. Hablando del significado original de esta palabra, Godfrey Higgins, en The Celtic Druids, ha demostrado que, si se suman los poderes numerológicos de las letras que forman la palabra «abraxas», el resultado es 365. El mismo autor destaca también que, aplicando un procedimiento similar al nombre de Mitra, se obtiene el mismo valor numérico. Basílides enseñaba que los poderes del universo se dividían en 365 eones o ciclos espirituales y que la suma de todos ellos era el Padre Supremo, al cual daba la apelación cabalística de Abraxas, como simbólica, numéricamente, de Sus poderes, atributos y emanaciones divinos. Abraxas se suele representar como una criatura compuesta, con cuerpo humano y cabeza de gallo, y cada una de sus piernas acaba en una serpiente. C. W. King, en The Gnostics and Their Remains, ofrece la siguiente descripción breve de la filosofía gnóstica de Basílides, tomándola de los escritos de san Ireneo, uno de los primeros obispos y mártires cristianos:«Afirmaba que Dios, el Padre eterno, no creado, había hecho primero la nous, la mente; después el logos, la palabra: después la phrónesis, la inteligencia, y de la phrónesis salieron sophia, la sabiduría, y dynamis, la fuerza».

En su descripción de Abraxas, C. W. King afirma: «Según Bellermann, la imagen compuesta inscrita con el nombre real de Abraxas es un pantheos gnóstico que representa al Ser Supremo, con las cinco emanaciones marcadas con los símbolos correspondientes. A partir del cuerpo humano, la forma que se atribuye habitualmente a la divinidad, surgen los dos soportes: la nous y el logos, representados por medio de las serpientes —como símbolo de los sentidos internos— y el entendimiento; por eso, para los griegos, la serpiente era un atributo de Pallas. Su cabeza de gallo representa la phrónesis, porque aquel ave es el emblema de la previsión y la vigilancia. Sus dos brazos sostienen los símbolos de sophia y dynamis: el escudo de la sabiduría y el látigo del poder».

Los gnósticos estaban divididos en sus opiniones con respecto al Demiurgo, o creador de los mundos inferiores. Él estableció el universo terrestre con ayuda de seis hijos varones, o emanaciones (posiblemente, los ángeles planetarios), que él formó fuera y a la vez dentro de Sí mismo. Como ya hemos dicho, el Demiurgo se diferenciaba como la creación inferior de la sustancia llamada pléroma. Un grupo de gnósticos creía que el Demiurgo era la causa de todas las desgracias y que era una criatura malvada, que, al construir aquel mundo inferior, había alejado las almas de los hombres de la verdad, envolviéndolas en un medio mortal. Para la otra escuela, el Demiurgo tenía inspiración divina y se limitaba a cumplir las órdenes del Señor invisible. Algunos gnósticos opinaban que el Demiurgo era el Dios judío: Jehová. Este concepto, con un nombre ligeramente diferente, influyó, aparentemente, en el rosacrucismo medieval, que consideraba a Jehová el Señor del universo material, en lugar de la Divinidad Suprema. Abundan en la mitología las historias de dioses que compartían una naturaleza celestial y una terrestre. El Odín escandinavo es un buen ejemplo de una divinidad mortal, sometida a las leyes de la naturaleza, aunque, al mismo tiempo y al menos en cierto sentido, también era una Divinidad Suprema.

El punto de vista gnóstico con respecto al Cristo es digno de consideración. Esta orden sostenía que era la única escuela que tenía imágenes verdaderas del Sirio Divino. Aunque se trataba, con toda probabilidad, de concepciones idealistas del Salvador basadas en las esculturas y pinturas existentes de las divinidades solares paganas, el cristianismo no tenía nada más. Para los gnósticos, el Cristo era la personificación de la nous, la mente divina, y emanaba de los eones espirituales superiores. Descendió al cuerpo de Jesús en el bautismo y lo abandonó antes de la crucifixión. Los gnósticos declaraban que el Cristo no había sido crucificado, porque su nous divina no podía morir, sino que Simón, el cirenaico, ofreció su vida por él, y que la nous, gracias a su poder, hizo que Simón se pareciera a Jesús. Con respecto al sacrificio cósmico del Cristo, Ireneo afirma lo siguiente: «Cuando el Padre no creado ni nombrado vio la corrupción de la humanidad, envió al mundo a su primogénito, Nous en forma de Cristo, para redimir a todos los que crean en Él, con el poder de los creadores del mundo (el Demiurgo y sus seis hijos varones, los genios planetarios). Él apareció entre los hombres como Jesús hecho hombre e hizo milagros»

Los gnósticos dividían la humanidad en tres partes: aquellos que, como salvajes, adoraban solo a la naturaleza visible; aquellos que, como los judíos, adoraban al Demiurgo, y, por último, ellos mismos u otros de un culto similar, incluidas determinadas escuelas de cristianos, que adoraban al Nous (Cristo) y la auténtica luz espiritual de los eones superiores. Tras la muerte de Basílides, Valentino se convirtió en la principal inspiración del movimiento gnóstico. Complicó aún más el sistema de la filosofía gnóstica, añadiéndole infinidad de detalles. Incrementó la cantidad de emanaciones del Gran Uno (el Abismo) a quince parejas y también hizo mucho hincapié en la Virgen Sofía, o la sabiduría. En los Libros del Salvador, parte de los cuales se conocen habitualmente como el Pistis Sophia, se puede encontrar bastante material relacionado con la extraña doctrina de los eones y sus peculiares habitantes James Freeman Clarke, refiriéndose a las doctrinas de los gnósticos, dice lo siguiente:«Estas doctrinas, por extrañas que nos parezcan, tuvieron amplia influencia en la Iglesia cristiana». Muchas de las teorías de los antiguos gnósticos, en particular las relacionadas con cuestiones científicas, han sido corroboradas por la investigación moderna. Del tronco principal del gnosticismo se ramificaron varias escuelas, como los valentinianos, los ofitas (adoradores de serpientes) y los adamitas. A partir del siglo III, su poder decayó y los gnósticos prácticamente desaparecieron del mundo filosófico. En la Edad Media intentaron resucitar los principios del gnosticismo, pero, debido a la destrucción de sus documentos, no pudieron conseguir el material necesario. Todavía existen muestras de la filosofía gnóstica en el mundo moderno, pero llevan otros nombres y su verdadero origen ni siquiera se sospecha. En realidad, muchos de los conceptos gnósticos se han incorporado a los dogmas de la Iglesia cristiana y nuestras interpretaciones más recientes del cristianismo a menudo siguen las líneas del emanacionismo gnóstico.



Invocações e Evocações: Vozes Entre os Véus

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