sexta-feira, 6 de janeiro de 2023
Manly Palmer Hall - La Atlantida y Los Dioses De La Antiguedad
Manly Palmer Hall - Los Ritos Báquicos y Dionisíacos
Manly Palmer Hall - Los Mistérios órficos
Manly Palmer Hall - Los Antiguos Mistérios Religiosos
—Tercera parte—
Los más famosos de los antiguos Misterios religiosos fueron los eleusinos, cuyos ritos se celebraban cada cinco años en la ciudad de Eleusis para honrar a Ceres (Deméter, Rea o Isis) y a su hija, Perséfone. Los iniciados de la escuela eleusina eran famosos en toda Grecia por la belleza de sus conceptos filosóficos y la elevada moralidad que demostraban en su vida cotidiana. Debido a su excelencia, estos Misterios se expandieron a Roma y a Gran Bretaña y posteriormente se hicieron iniciaciones en estos dos países. Por lo general se cree que los Misterios eleusinos, que reciben este nombre por la comunidad del Ática en la que se celebraron por primera vez aquellos dramas sagrados, fueron fundados por Eumolpo alrededor de mil cuatrocientos años antes del nacimiento de Cristo y, a través de la filosofía platónica, sus principios se han conservado hasta la actualidad. Los ritos de Eleusis, con sus interpretaciones místicas de los secretos más valiosos de la naturaleza, eclipsaron a las civilizaciones de su época y poco a poco fueron absorbiendo muchas escuelas más pequeñas e incorporaron a su propio sistema toda la información valiosa que tuvieran aquellas instituciones menores. Heckethorn encuentra en los Misterios de Ceres y de Baco una metamorfosis de los ritos de Isis y Osiris y existen motivos de sobra para pensar que todas las escuelas consideradas secretas del mundo antiguo eran ramas de un mismo árbol filosófico que, con su raíz en el cielo y sus ramas en la tierra, es —como el espíritu humano— una causa invisible pero omnipresente de los medios objetivados que la expresan. Los Misterios eran los canales a través de los cuales se difundía aquella luz filosófica única y sus iniciados resplandecientes de comprensión intelectual y espiritual, eran el fruto perfecto del árbol divino, que daba fe ante el mundo material de la fuente recóndita de la luz y la verdad.
Los ritos de Eleusis se dividían en los llamados Misterios mayores y los menores. Según James Gardner, los Misterios menores se celebraban en primavera (probablemente en la época del equinoccio vernal) en la ciudad de Agrae y los mayores, en otoño (la época del equinoccio otoñal) en Eleusis o en Atenas. Se supone que los primeros se cumplían todos los años y los segundos, cada cinco años. Los rituales de los eleusinos eran muy complicados y para comprenderlos había que tener un conocimiento profundo de la mitología griega, que ellos interpretaban bajo su luz esotérica con ayuda de sus claves secretas. Los Misterios menores estaban dedicados a Perséfone. En Eleusinian and Bacchic Mysteries, Thomas Taylor resume su finalidad con estas palabras: «Los Misterios menores habían sido ideados por los teólogos antiguos, sus fundadores, para representar de forma oculta la condición del alma impura dotada de un cuerpo terrenal y envuelta en una naturaleza material y física». La leyenda que se utiliza en los ritos menores es la del rapto de la diosa Perséfone, hija de Ceres, por Plutón, el señor de los infiernos, o el Hades. Mientras Perséfone está cogiendo flores en un prado hermoso, de pronto se abre la tierra y el sombrío señor de la muerte, en un carruaje magnífico, sale de las lúgubres profundidades, la coge en sus brazos y se lleva a la diosa, que grita y forcejea, a su palacio subterráneo, donde la obliga a convertirse en su reina.
Es poco probable que muchos de los iniciados comprendieran el significado místico de esta alegoría, porque parece que muchos pensaban que se refería exclusivamente a la sucesión de las estaciones. Cuesta obtener información satisfactoria acerca de los Misterios, porque los candidatos estaban obligados por juramentos inviolables a no revelar jamás a los profanos los secretos más recónditos. Al comienzo de la ceremonia de iniciación, el candidato se ponía de pie sobre la piel de los animales que habían sido sacrificados a tal fin y juraba que la muerte sellaría sus labios antes de que divulgaran las verdades sagradas que estaban a punto de comunicarle. No obstante, algunos de sus secretos se han conservado por canales indirectos. Las enseñanzas que se transmitían a los neófitos eran, esencialmente, las siguientes: El alma humana —a menudo llamada «psique» y en los Misterios eleusinos simbolizada por Perséfone— es, esencialmente, algo espiritual. En realidad, habita en los mundos superiores, donde, al no estar limitada por la forma material ni por los conceptos materiales, se dice que está verdaderamente viva y se puede expresar. Según esta doctrina, la naturaleza humana o física del hombre es una tumba, un atolladero, algo falso y efímero, la causa de todos los pesares y sufrimientos. Platón describe el cuerpo como el sepulcro del alma, con lo cual no se refiere solo a la forma humana, sino también a la naturaleza humana. La melancolía y el abatimiento de los Misterios menores representaban el sufrimiento del alma espiritual, que no puede expresarse porque ha aceptado las limitaciones y las ilusiones del entorno humano. El quid del argumento eleusino era que el hombre no era ni mejor ni más sabio después de muerto que durante su vida. Si no supera la ignorancia durante su estancia aquí, al morir ingresa en la eternidad para deambular para siempre, cometiendo los mismos errores que aquí. Si no deja atrás el deseo de bienes materiales aquí, lo llevará consigo al mundo invisible, donde, como nunca puede satisfacer ese deseo, permanecerá en una agonía interminable. El Infierno de Dante describe simbólicamente los sufrimientos de aquellos que jamás han desprendido su naturaleza espiritual de las ansias, los hábitos, los puntos de vista y las limitaciones de su personalidad plutónica. Los que no habían hecho ningún esfuerzo por superarse (aquellos cuyas almas han dormido) durante su vida física, al morir entraban en el Hades, donde, tumbados en hileras, dormían durante toda la eternidad como habían dormido durante su vida.
Para los filósofos eleusinos, el nacimiento en el mundo físico era la muerte en el sentido más amplio de la palabra y el único nacimiento verdadero era el del alma espiritual del hombre al salir del vientre de su propia naturaleza carnal. «El alma que duerme está muerta», dice Longfellow y así establece la tónica de los Misterios eleusinos. Del mismo modo en que Narciso, mientras se contemplaba a sí mismo en el agua —los antiguos usaban este elemento móvil como símbolo del universo transitorio, ilusorio y material —, perdió la vida al tratar de abrazar su reflejo, el hombre que se mira en el espejo de la naturaleza y acepta como su ser verdadero el barro sin sentido que ve reflejado pierde la oportunidad que le brinda su vida física de desarrollar su ser inmortal e invisible. Un iniciado antiguo dijo en una ocasión que los vivos están gobernados por los muertos. Solo los que están familiarizados con el concepto eleusino de la vida pueden entender esta afirmación. Significa que la mayoría de las personas no se rigen por su espíritu vivo, sino por su personalidad animal sin sentido y, por lo tanto, muerta. Estos Misterios enseñaban la transmigración y la reencarnación, aunque de una forma algo insólita. Se creía que a medianoche los mundos invisibles estaban más cerca de la esfera terrestre y que las almas que adquirían existencia material se deslizaban en ella a medianoche. Por tal motivo, muchas de las ceremonias eleusinas se celebraban a esa hora. Algunos de los espíritus dormidos que no habían logrado despertar su naturaleza superior durante su vida terrenal y que entonces flotaban por ahí en los mundos invisibles, rodeados por una oscuridad que ellos mismos habían creado, de vez en cuando se introducían a esa hora y adoptaban la forma de diversas criaturas.
Los místicos de Eleusis también hacían hincapié en lo malo del suicidio y explicaban que en torno a este delito había un misterio profundo del cual no podían hablar, aunque advertían a sus discípulos que un gran pesar embargaba a todos los que se quitaban la vida. Esto, en esencia, constituye la doctrina esotérica que se transmitía a los iniciados en los Misterios menores. Como este grado se refería sobre todo a las miserias de aquellos que no conseguían aprovechar al máximo sus oportunidades filosóficas, las cámaras de iniciación eran subterráneas y los horrores del Hades se representaban de forma vívida en un complejo drama ritualista. Cuando lograba atravesar los tortuosos corredores, con sus pruebas y sus peligros, el candidato recibía el título honorario de mystes, que quería decir «alguien que ve a través de un velo o tiene una visión confusa».
También significaba que el candidato había llegado hasta el velo, que desaparecería en el grado superior. Es probable que la palabra moderna «místico», en el sentido de alguien que busca la verdad siguiendo los dictados de su corazón y el camino de la fe, derive de aquella palabra antigua, porque la fe es creer en la realidad de las cosas que no se ven o están veladas. Los Misterios mayores (a los cuales el candidato solo era admitido cuando había superado las pruebas de los menores e, incluso en ese caso, no siempre) estaban consagrados a Ceres, la madre de Perséfone, a la que representan deambulando por el mundo en busca de su hija raptada. Ceres portaba dos antorchas: la intuición y la razón, para ayudarla en la búsqueda de su hija perdida (el alma). Finalmente, localizaba a Perséfone no muy lejos de Eleusis y, en señal de gratitud, enseñaba a su pueblo a cultivar el grano, que era sagrado para ella, y también fundaba los Misterios. Ceres comparecía ante Plutón, el dios de las almas de los muertos, y le suplicaba que permitiera a Perséfone regresar a su casa. Al principio, el dios se negaba, porque Perséfone había comido un trozo de granada, el fruto de la mortalidad. Finalmente, sin embargo, cedía y accedía a dejar que Perséfone viviera en el mundo superior la mitad del año, si pasaba con él la otra mitad en la oscuridad del Hades.
Para los griegos, Perséfone era una manifestación de la energía solar, que en los meses de invierno vivía bajo tierra con Plutón, pero en verano regresaba otra vez con la diosa de la productividad. Según la leyenda, las flores adoraban a Perséfone y todos los años, cuando ella se marchaba hacia los reinos oscuros de Plutón, las plantas y los arbustos morían de tristeza. Mientras los profanos y los no iniciados tenían sus propias opiniones sobre estos temas, los sacerdotes —ellos eran los únicos que reconocían lo sublime de aquellas grandes parábolas filosóficas y religiosas— mantuvieron ocultas en lugar seguro las verdades de las alegorías griegas. Thomas Taylor tipifica las doctrinas de los Misterios mayores con las siguientes palabras: «Los (Misterios) mayores dan a entender vagamente, mediante visiones místicas y espléndidas, la dicha del alma tanto aquí como después cuando se purifica del envilecimiento de la naturaleza material y se eleva constantemente a las realidades de la visión intelectual (espiritual)».
Mientras que los Misterios menores trataban de la época prenatal del hombre, cuando la conciencia, en sus nueve días (embriológicamente, meses), descendía al reino de la ilusión y asumía el velo de la irrealidad, los Misterios mayores trataban de los principios de la regeneración espiritual y revelaban a los iniciados no solo el método más sencillo, sino también el más directo y completo de liberar sus naturalezas superiores de la esclavitud de la ignorancia material. Como Prometeo encadenado a la cima del monte Cáucaso, la naturaleza superior del hombre está encadenada a su personalidad inadecuada. Los nueve días de iniciación también simbolizaban las nueve esferas que atraviesa el alma en su descenso, durante el proceso de adoptar una forma terrestre. No se conocen los ejercicios secretos para el desarrollo espiritual que se daban a los discípulos de los grados superiores, aunque existen motivos para pensar que eran similares a los Misterios brahmánicos, porque se sabe que las ceremonias eleusinas finalizaban con las palabras sánscritas konx om par. La parte de la alegoría que se refiere a los dos períodos de seis meses, durante uno de los cuales Perséfone debe permanecer con Plutón, mientras que, durante el otro, puede volver a visitar el mundo superior, reflexión profunda. Es probable que los eleusinos supieran que el alma se marcha del cuerpo durante el sueño o que, por lo menos, adquiría la capacidad de marcharse gracias al entrenamiento especial que, sin duda, estaban en condiciones de brindarle. Por consiguiente, Perséfone permanecería como soberana del reino de Plutón durante las rituales durante los períodos de sueño. Se enseñaba al iniciado a interceder ante Plutón para que permitiera que Perséfone (el alma del iniciado) ascendiera desde la oscuridad de su naturaleza material hacia la luz del conocimiento. Cuando así se desprendía de las ataduras del barro y de los conceptos cristalizados, el iniciado se liberaba no solo durante el período de su vida, sino para toda la eternidad, porque, a partir de entonces nunca más era despojado de aquellas cualidades del alma que después de la muerte eran sus medios de manifestación y expresión en el llamado mundo celestial.
En contraste con la idea del Hades como un estado de oscuridad inferior, se decía que los dioses vivían en lo alto de las montañas; un buen ejemplo de esto lo encontramos en el monte Olimpo, donde se supone que vivían juntas las doce divinidades griegas. Por consiguiente, en su deambular iniciático, el neófito entraba en cámaras cada vez más brillantes para representar el ascenso del espíritu desde los mundos inferiores hacia el terreno de la felicidad absoluta. Como punto culminante de sus andanzas, ingresaba en una gran sala abovedada, en cuyo centro se alzaba una estatua de la diosa Ceres brillantemente iluminada, donde, en presencia del hierofante y rodeado por sacerdotes con vestiduras espléndidas, era instruido en los misterios secretos más elevados de Eleusis. Al concluir la ceremonia, era aclamado como epoptes, que significa «alguien que ha visto con sus propios ojos». Por este motivo, la iniciación también se llamaba «autopsia». A continuación, entregaban al epoptes determinados libros sagrados, probablemente escritos en clave, junto con unas tablillas de piedra que llevaban grabadas las instrucciones secretas.
En The Obelisk in Freemasonry, John A. Weisse describe a los personajes que ofician los Misterios eleusinos como un hierofante masculino y otro femenino, que dirigían las iniciaciones; un hombre y una mujer portadores de antorchas; un heraldo, y un hombre y una mujer encargados del altar. Había también numerosos ayudantes de menor importancia. Dice que, según Porfirio, el hierofante representa al demiurgo platónico o creador del mundo; el portador de la antorcha, al sol; el encargado del altar, a la luna; el heraldo, a Hermes o Mercurio, y los demás ayudantes, a las estrellas menores. Según se deduce de los documentos disponibles, los rituales iban acompañados de gran cantidad de fenómenos extraños y aparentemente sobrenaturales. Muchos iniciados sostienen que realmente han visto a los propios dioses vivos. Si esto era consecuencia del éxtasis religioso o de una auténtica cooperación de los poderes invisibles con los sacerdotes visibles seguirá siendo un misterio. En Las metamorfosis o El asno de oro, Apuleyo describe con las siguientes palabras lo que con toda probabilidad fue su iniciación en los Misterios eleusinos: «Me acerqué a los confines de la muerte y, después de pisar el umbral de Proserpina, regresé y me llevaron por todos los elementos. A medianoche vi el sol que brillaba con una luz espléndida y me acerqué claramente a los dioses de abajo y los dioses de arriba y de cerca los adoré».
En los Misterios de Eleusis se admitían las mujeres y los niños y hubo una época en la que realmente había miles de iniciados. Como toda aquella gente no estaba preparada para las doctrinas espirituales y místicas más elevadas, era inevitable que se produjera una división dentro de la misma sociedad. Las enseñanzas más elevadas solo se transmitían a una cantidad limitada de iniciados, que, por su mentalidad superior, manifestaban una comprensión global de los conceptos filosóficos básicos. Sócrates se negó a ser iniciado en los Misterios eleusinos, porque, como conocía sus principios a pesar de no pertenecer a la orden, se dio cuenta de que ser miembro le sellaría los labios Que los Misterios eleusinos se basaban en verdades grandes y eternas lo demuestra lo mucho que los veneraban las mentes preclaras de la Antigüedad. Se pregunta M. Ouvaroff: «¿Habrían hablado de ellos con tanta admiración Píndaro, Platón. Cicerón y Epícteto si el hierofante se hubiese conformado con proclamar en voz alta sus propias opiniones o las de su orden?».
Las prendas que llevaban los candidatos al iniciarse se conservaban durante muchos años y se creía que poseían propiedades casi sagradas. Así como el alma no se puede cubrir más que de sabiduría y virtud, los candidatos, que aún no poseían el verdadero conocimiento, se presentaban ante los Misterios desnudos; primero se les daba la piel de algún animal y después una prenda consagrada que simbolizaba las enseñanzas filosóficas que recibía el iniciado. En el transcurso de la iniciación, el candidato atravesaba dos puertas. La primera conducía hacia abajo, a los mundos inferiores, y simbolizaba su nacimiento a la ignorancia. La segunda conducía hacia arriba, a una habitación muy iluminada con lámparas invisibles, en la que estaba la estatua de Ceres y que simbolizaba el mundo superior o la casa de la Luz y la Verdad. Estrabón afirma que en el gran templo de Eleusis cabían entre veinte y treinta mil personas. Las cuevas dedicadas por Zaratustra también tenían estas dos puertas que simbolizaban la vía del nacimiento y la de la muerte. El siguiente párrafo, tomado de Porfirio, nos brinda una impresión bastante adecuada del simbolismo eleusino: «Al ser Dios un principio luminoso que reside en medio del fuego más etéreo, siempre permanece invisible a los ojos de aquellos que no se elevan por encima de la vida material: en este sentido, la visión de cuerpos transparentes, como el cristal, el mármol de Paros e incluso el marfil, recuerda la idea de la luz divina, como la visión del oro despierta la idea de pureza, porque el oro no se puede mancillar. Algunos han pensado que una piedra negra simbolizaba la invisibilidad de la esencia divina. Para expresar la razón suprema, la Divinidad se representaba con forma humana y hermosa, porque Dios es la fuente de la belleza; con diferentes edades y en diversas actitudes, sentada o de pie, de un sexo u otro, como una virgen o un joven, un esposo o una novia, para que se pudieran marcar todos los tonos y los matices. Por consiguiente, todo lo luminoso se atribuía a los dioses; la esfera y todo lo que es esférico, al universo, al sol y la luna y en ocasiones a la Fortuna y la Esperanza: el círculo y todas las figuras circulares, a la eternidad: a los movimientos celestes, a los círculos y las zonas de los cielos; la sección de los círculos, a las fases de la luna, y las pirámides y los obeliscos, al principio ígneo y, a través de este, a los dioses del cielo. Un cono expresa el sol; un cilindro, la tierra; el falo y el triángulo (símbolo de la matriz) designan la generación». Según Heckethorn, los Misterios eleusinos sobrevivieron a todos los demás y no dejaron de existir como institución hasta casi cuatrocientos años después de Cristo, cuando finalmente los suprimió Teodosio (llamado «el Grande»), que destruyó con crueldad todo lo que no aceptaba la fe cristiana. Con respecto a esta, que fue la más grande de todas las instituciones filosóficas dijo Cicerón que enseñaba a los hombres no solo a vivir, sino también a morir.
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LOS MISTERIOS ANTIGUOS Y LAS SOCIEDADES SECRETAS QUE HAN INFLUIDO EN EL SIMBOLISMO MASÓNICO MODERNO
—Segunda parte—
Toda la historia del gnosticismo cristiano y el pagano está envuelta en el mayor misterio y oscuridad, porque, si bien los gnósticos eran, sin duda, escritores prolíficos, de su literatura ha sobrevivido muy poco. Se granjearon la animosidad de la Iglesia cristiana primitiva y, cuando esta institución alcanzó una posición de poder mundial, destruyó todos los registros del cultus gnóstico que encontró. La palabra «gnóstico» procede del griego gnosis, que significa «conocimiento». Los miembros de la orden decían que estaban familiarizados con las doctrinas secretas del cristianismo primitivo. Interpretaban los Misterios cristianos según el simbolismo pagano. Ocultaban al profano su información secreta y sus principios filosóficos y solo se los enseñaban a un grupo reducido de personas iniciadas especialmente. Se supone a menudo que Simón el Mago, el famoso mago del Nuevo Testamento, fue el fundador del gnosticismo. De ser así, la escuela se formó en el siglo I después de Cristo y es, probablemente, la primera de las numerosas ramas que han nacido del tronco principal del cristianismo. Para los entusiastas de la Iglesia cristiana primitiva, todo aquello con lo que no estaban de acuerdo había sido inspirado por el demonio. Que Simón el Mago tenía poderes misteriosos y sobrenaturales no lo niegan ni sus enemigos, aunque, según ellos, aquellos poderes se los habían prestado los espíritus infernales y las furias, que —afirmaban— eran sus compañeros inseparables. Sin duda, la leyenda más interesante acerca de Simón es la que narra sus enfrentamientos teosóficos con el apóstol san Pedro mientras los dos promulgaban sus doctrinas diferentes en Roma. Según la historia que narran los Padres de la Iglesia, Simón tenía que demostrar su superioridad espiritual ascendiendo al cielo en un carro de fuego. Unos poderes invisibles lo levantaron y lo elevaron a una altura considerable. Cuando san Pedro lo vio, gritó en voz alta y ordenó a los demonios (los espíritus del aire) que soltaran al mago. Los espíritus malignos, al recibir la orden del gran santo, se vieron obligados a obedecer y Simón cayó desde muy alto y se mató: aquello fue una prueba contundente de la superioridad de los poderes cristianos. No cabe duda de que la historia es un invento, al no ser más que una de las numerosas versiones —casi todas dispares— acerca de su muerte. Se siguen acumulando pruebas que demuestran que san Pedro no estuvo jamás en Roma, con lo cual se van disipando rápidamente sus últimos vestigios posibles de autenticidad.
De que Simón fue un filósofo no cabe la menor duda, porque, siempre que se conservan sus palabras exactas, sus pensamientos sintéticos y trascendentales están expresados de maravilla. Los principios del gnosticismo se describen bien en esta declaración literal suya, que supuestamente ha preservado Hipólito: «A vosotros, por consiguiente, digo lo que digo y escribo lo que escribo. Y lo que escribo es lo siguiente. De los eones [períodos, planos o ciclos de vida creativa y creada en sustancia y espacio, criaturas celestiales] universales hay dos brotes, sin principio ni fin, que salen de una sola raíz, que es el poder invisible, el silencio inaprensible [bythós]. De estos brotes, uno se manifiesta desde arriba: es el Gran Poder, la Mente Universal que todo lo ordena, masculino, y el otro [se manifiesta] desde abajo: es el Gran Pensamiento, femenino, que todo lo produce. Por consiguiente, ambos, al emparejarse, se unen y manifiestan la Distancia Media, el aire incomprensible, sin principio ni fin, en la cual está el Padre que sostiene todas las cosas y alimenta aquellas cosas que tienen principio y fin».
Con esto hemos de entender que la manifestación es el resultado de un principio positivo y uno negativo, que actúan el uno sobre el otro, y que se produce en el plano medio o punto de equilibrio, llamado pléroma. Este pléroma es una sustancia especial que se produce como consecuencia de la combinación de eones espirituales y materiales. Del pléroma se diferenciaba el Demiurgo, el mortal inmortal, ante el cual somos responsables por nuestra existencia física y los sufrimientos que debemos padecer en relación con ella. Según el sistema gnóstico, del Uno Eterno emanaban tres parejas de opuestos, llamadas syzygías, que, sumadas a él, formaban un total de siete. Los seis (las tres parejas de) eones (principios divinos vivos) fueron descritos por Simón en los Philosophumena de la siguiente manera:«Los dos primeros eran la mente (nous) y el pensamiento (epinoia); después venían la voz (phone) y su opuesto, el nombre (onoma) y, por último, la razón (logismos) y la reflexión (enthumesis). De estos seis elementos primigenios, unidos con la “llama eterna”, salieron los eones (ángeles) que formaron los mundos inferiores siguiendo las indicaciones del Demiurgo». Ahora vamos a referirnos a la manera en que este gnosticismo primitivo de Simón el Mago y Menandro, su discípulo, fue ampliado y a menudo distorsionado por los adeptos posteriores al culto.
La escuela del gnosticismo se dividió en dos partes fundamentales, llamadas habitualmente el «culto sirio» y el «culto alejandrino». Estas escuelas coincidían en lo fundamental, pero la segunda se inclinaba más hacia el panteísmo, mientras que la primera era dualista. Mientras que el culto sirio era en gran medida simoniano, la escuela alejandrina brotó de las deducciones filosóficas de un cristiano egipcio muy inteligente, llamado Basílides, que —según decía— había recibido instrucciones del apóstol san Mateo. Al igual que Simón el Mago, era emanacionista con inclinaciones neoplatónicas. De hecho, todo el Misterio gnóstico se basa en la hipótesis de las emanaciones como relación lógica entre dos opuestos irreconciliables: el espíritu absoluto y la sustancia absoluta, que, según los gnósticos, coexistían en la eternidad. Algunos afirman que Basílides fue el verdadero fundador del gnosticismo, aunque existen muchas pruebas de que Simón el Mago estableció sus principios fundamentales en el siglo anterior. El alejandrino Basílides inculcó en sus seguidores el hermetismo egipcio, el ocultismo oriental, la astrología caldea y la filosofía persa y con sus doctrinas trató de unir las escuelas del cristianismo primitivo con los antiguos Misterios paganos. A él se atribuye la formulación de una concepción peculiar de la divinidad que lleva el nombre de Abraxas. Hablando del significado original de esta palabra, Godfrey Higgins, en The Celtic Druids, ha demostrado que, si se suman los poderes numerológicos de las letras que forman la palabra «abraxas», el resultado es 365. El mismo autor destaca también que, aplicando un procedimiento similar al nombre de Mitra, se obtiene el mismo valor numérico. Basílides enseñaba que los poderes del universo se dividían en 365 eones o ciclos espirituales y que la suma de todos ellos era el Padre Supremo, al cual daba la apelación cabalística de Abraxas, como simbólica, numéricamente, de Sus poderes, atributos y emanaciones divinos. Abraxas se suele representar como una criatura compuesta, con cuerpo humano y cabeza de gallo, y cada una de sus piernas acaba en una serpiente. C. W. King, en The Gnostics and Their Remains, ofrece la siguiente descripción breve de la filosofía gnóstica de Basílides, tomándola de los escritos de san Ireneo, uno de los primeros obispos y mártires cristianos:«Afirmaba que Dios, el Padre eterno, no creado, había hecho primero la nous, la mente; después el logos, la palabra: después la phrónesis, la inteligencia, y de la phrónesis salieron sophia, la sabiduría, y dynamis, la fuerza».
En su descripción de Abraxas, C. W. King afirma: «Según Bellermann, la imagen compuesta inscrita con el nombre real de Abraxas es un pantheos gnóstico que representa al Ser Supremo, con las cinco emanaciones marcadas con los símbolos correspondientes. A partir del cuerpo humano, la forma que se atribuye habitualmente a la divinidad, surgen los dos soportes: la nous y el logos, representados por medio de las serpientes —como símbolo de los sentidos internos— y el entendimiento; por eso, para los griegos, la serpiente era un atributo de Pallas. Su cabeza de gallo representa la phrónesis, porque aquel ave es el emblema de la previsión y la vigilancia. Sus dos brazos sostienen los símbolos de sophia y dynamis: el escudo de la sabiduría y el látigo del poder».
Los gnósticos estaban divididos en sus opiniones con respecto al Demiurgo, o creador de los mundos inferiores. Él estableció el universo terrestre con ayuda de seis hijos varones, o emanaciones (posiblemente, los ángeles planetarios), que él formó fuera y a la vez dentro de Sí mismo. Como ya hemos dicho, el Demiurgo se diferenciaba como la creación inferior de la sustancia llamada pléroma. Un grupo de gnósticos creía que el Demiurgo era la causa de todas las desgracias y que era una criatura malvada, que, al construir aquel mundo inferior, había alejado las almas de los hombres de la verdad, envolviéndolas en un medio mortal. Para la otra escuela, el Demiurgo tenía inspiración divina y se limitaba a cumplir las órdenes del Señor invisible. Algunos gnósticos opinaban que el Demiurgo era el Dios judío: Jehová. Este concepto, con un nombre ligeramente diferente, influyó, aparentemente, en el rosacrucismo medieval, que consideraba a Jehová el Señor del universo material, en lugar de la Divinidad Suprema. Abundan en la mitología las historias de dioses que compartían una naturaleza celestial y una terrestre. El Odín escandinavo es un buen ejemplo de una divinidad mortal, sometida a las leyes de la naturaleza, aunque, al mismo tiempo y al menos en cierto sentido, también era una Divinidad Suprema.
El punto de vista gnóstico con respecto al Cristo es digno de consideración. Esta orden sostenía que era la única escuela que tenía imágenes verdaderas del Sirio Divino. Aunque se trataba, con toda probabilidad, de concepciones idealistas del Salvador basadas en las esculturas y pinturas existentes de las divinidades solares paganas, el cristianismo no tenía nada más. Para los gnósticos, el Cristo era la personificación de la nous, la mente divina, y emanaba de los eones espirituales superiores. Descendió al cuerpo de Jesús en el bautismo y lo abandonó antes de la crucifixión. Los gnósticos declaraban que el Cristo no había sido crucificado, porque su nous divina no podía morir, sino que Simón, el cirenaico, ofreció su vida por él, y que la nous, gracias a su poder, hizo que Simón se pareciera a Jesús. Con respecto al sacrificio cósmico del Cristo, Ireneo afirma lo siguiente: «Cuando el Padre no creado ni nombrado vio la corrupción de la humanidad, envió al mundo a su primogénito, Nous en forma de Cristo, para redimir a todos los que crean en Él, con el poder de los creadores del mundo (el Demiurgo y sus seis hijos varones, los genios planetarios). Él apareció entre los hombres como Jesús hecho hombre e hizo milagros»
Los gnósticos dividían la humanidad en tres partes: aquellos que, como salvajes, adoraban solo a la naturaleza visible; aquellos que, como los judíos, adoraban al Demiurgo, y, por último, ellos mismos u otros de un culto similar, incluidas determinadas escuelas de cristianos, que adoraban al Nous (Cristo) y la auténtica luz espiritual de los eones superiores. Tras la muerte de Basílides, Valentino se convirtió en la principal inspiración del movimiento gnóstico. Complicó aún más el sistema de la filosofía gnóstica, añadiéndole infinidad de detalles. Incrementó la cantidad de emanaciones del Gran Uno (el Abismo) a quince parejas y también hizo mucho hincapié en la Virgen Sofía, o la sabiduría. En los Libros del Salvador, parte de los cuales se conocen habitualmente como el Pistis Sophia, se puede encontrar bastante material relacionado con la extraña doctrina de los eones y sus peculiares habitantes James Freeman Clarke, refiriéndose a las doctrinas de los gnósticos, dice lo siguiente:«Estas doctrinas, por extrañas que nos parezcan, tuvieron amplia influencia en la Iglesia cristiana». Muchas de las teorías de los antiguos gnósticos, en particular las relacionadas con cuestiones científicas, han sido corroboradas por la investigación moderna. Del tronco principal del gnosticismo se ramificaron varias escuelas, como los valentinianos, los ofitas (adoradores de serpientes) y los adamitas. A partir del siglo III, su poder decayó y los gnósticos prácticamente desaparecieron del mundo filosófico. En la Edad Media intentaron resucitar los principios del gnosticismo, pero, debido a la destrucción de sus documentos, no pudieron conseguir el material necesario. Todavía existen muestras de la filosofía gnóstica en el mundo moderno, pero llevan otros nombres y su verdadero origen ni siquiera se sospecha. En realidad, muchos de los conceptos gnósticos se han incorporado a los dogmas de la Iglesia cristiana y nuestras interpretaciones más recientes del cristianismo a menudo siguen las líneas del emanacionismo gnóstico.
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