sexta-feira, 6 de janeiro de 2023

Manly Palmer Hall - Los Antiguos Mistérios Religiosos

 
LOS MISTERIOS ANTIGUOS Y LAS SOCIEDADES SECRETAS QUE HAN INFLUIDO EN EL SIMBOLISMO MASÓNICO MODERNO

—Tercera parte—

Los más famosos de los antiguos Misterios religiosos fueron los eleusinos, cuyos ritos se celebraban cada cinco años en la ciudad de Eleusis para honrar a Ceres (Deméter, Rea o Isis) y a su hija, Perséfone. Los iniciados de la escuela eleusina eran famosos en toda Grecia por la belleza de sus conceptos filosóficos y la elevada moralidad que demostraban en su vida cotidiana. Debido a su excelencia, estos Misterios se expandieron a Roma y a Gran Bretaña y posteriormente se hicieron iniciaciones en estos dos países. Por lo general se cree que los Misterios eleusinos, que reciben este nombre por la comunidad del Ática en la que se celebraron por primera vez aquellos dramas sagrados, fueron fundados por Eumolpo alrededor de mil cuatrocientos años antes del nacimiento de Cristo y, a través de la filosofía platónica, sus principios se han conservado hasta la actualidad. Los ritos de Eleusis, con sus interpretaciones místicas de los secretos más valiosos de la naturaleza, eclipsaron a las civilizaciones de su época y poco a poco fueron absorbiendo muchas escuelas más pequeñas e incorporaron a su propio sistema toda la información valiosa que tuvieran aquellas instituciones menores. Heckethorn encuentra en los Misterios de Ceres y de Baco una metamorfosis de los ritos de Isis y Osiris y existen motivos de sobra para pensar que todas las escuelas consideradas secretas del mundo antiguo eran ramas de un mismo árbol filosófico que, con su raíz en el cielo y sus ramas en la tierra, es —como el espíritu humano— una causa invisible pero omnipresente de los medios objetivados que la expresan. Los Misterios eran los canales a través de los cuales se difundía aquella luz filosófica única y sus iniciados resplandecientes de comprensión intelectual y espiritual, eran el fruto perfecto del árbol divino, que daba fe ante el mundo material de la fuente recóndita de la luz y la verdad.

Los ritos de Eleusis se dividían en los llamados Misterios mayores y los menores. Según James Gardner, los Misterios menores se celebraban en primavera (probablemente en la época del equinoccio vernal) en la ciudad de Agrae y los mayores, en otoño (la época del equinoccio otoñal) en Eleusis o en Atenas. Se supone que los primeros se cumplían todos los años y los segundos, cada cinco años. Los rituales de los eleusinos eran muy complicados y para comprenderlos había que tener un conocimiento profundo de la mitología griega, que ellos interpretaban bajo su luz esotérica con ayuda de sus claves secretas. Los Misterios menores estaban dedicados a Perséfone. En Eleusinian and Bacchic Mysteries, Thomas Taylor resume su finalidad con estas palabras: «Los Misterios menores habían sido ideados por los teólogos antiguos, sus fundadores, para representar de forma oculta la condición del alma impura dotada de un cuerpo terrenal y envuelta en una naturaleza material y física». La leyenda que se utiliza en los ritos menores es la del rapto de la diosa Perséfone, hija de Ceres, por Plutón, el señor de los infiernos, o el Hades. Mientras Perséfone está cogiendo flores en un prado hermoso, de pronto se abre la tierra y el sombrío señor de la muerte, en un carruaje magnífico, sale de las lúgubres profundidades, la coge en sus brazos y se lleva a la diosa, que grita y forcejea, a su palacio subterráneo, donde la obliga a convertirse en su reina.

Es poco probable que muchos de los iniciados comprendieran el significado místico de esta alegoría, porque parece que muchos pensaban que se refería exclusivamente a la sucesión de las estaciones. Cuesta obtener información satisfactoria acerca de los Misterios, porque los candidatos estaban obligados por juramentos inviolables a no revelar jamás a los profanos los secretos más recónditos. Al comienzo de la ceremonia de iniciación, el candidato se ponía de pie sobre la piel de los animales que habían sido sacrificados a tal fin y juraba que la muerte sellaría sus labios antes de que divulgaran las verdades sagradas que estaban a punto de comunicarle. No obstante, algunos de sus secretos se han conservado por canales indirectos. Las enseñanzas que se transmitían a los neófitos eran, esencialmente, las siguientes: El alma humana —a menudo llamada «psique» y en los Misterios eleusinos simbolizada por Perséfone— es, esencialmente, algo espiritual. En realidad, habita en los mundos superiores, donde, al no estar limitada por la forma material ni por los conceptos materiales, se dice que está verdaderamente viva y se puede expresar. Según esta doctrina, la naturaleza humana o física del hombre es una tumba, un atolladero, algo falso y efímero, la causa de todos los pesares y sufrimientos. Platón describe el cuerpo como el sepulcro del alma, con lo cual no se refiere solo a la forma humana, sino también a la naturaleza humana. La melancolía y el abatimiento de los Misterios menores representaban el sufrimiento del alma espiritual, que no puede expresarse porque ha aceptado las limitaciones y las ilusiones del entorno humano. El quid del argumento eleusino era que el hombre no era ni mejor ni más sabio después de muerto que durante su vida. Si no supera la ignorancia durante su estancia aquí, al morir ingresa en la eternidad para deambular para siempre, cometiendo los mismos errores que aquí. Si no deja atrás el deseo de bienes materiales aquí, lo llevará consigo al mundo invisible, donde, como nunca puede satisfacer ese deseo, permanecerá en una agonía interminable. El Infierno de Dante describe simbólicamente los sufrimientos de aquellos que jamás han desprendido su naturaleza espiritual de las ansias, los hábitos, los puntos de vista y las limitaciones de su personalidad plutónica. Los que no habían hecho ningún esfuerzo por superarse (aquellos cuyas almas han dormido) durante su vida física, al morir entraban en el Hades, donde, tumbados en hileras, dormían durante toda la eternidad como habían dormido durante su vida.

Para los filósofos eleusinos, el nacimiento en el mundo físico era la muerte en el sentido más amplio de la palabra y el único nacimiento verdadero era el del alma espiritual del hombre al salir del vientre de su propia naturaleza carnal. «El alma que duerme está muerta», dice Longfellow y así establece la tónica de los Misterios eleusinos. Del mismo modo en que Narciso, mientras se contemplaba a sí mismo en el agua —los antiguos usaban este elemento móvil como símbolo del universo transitorio, ilusorio y material —, perdió la vida al tratar de abrazar su reflejo, el hombre que se mira en el espejo de la naturaleza y acepta como su ser verdadero el barro sin sentido que ve reflejado pierde la oportunidad que le brinda su vida física de desarrollar su ser inmortal e invisible. Un iniciado antiguo dijo en una ocasión que los vivos están gobernados por los muertos. Solo los que están familiarizados con el concepto eleusino de la vida pueden entender esta afirmación. Significa que la mayoría de las personas no se rigen por su espíritu vivo, sino por su personalidad animal sin sentido y, por lo tanto, muerta. Estos Misterios enseñaban la transmigración y la reencarnación, aunque de una forma algo insólita. Se creía que a medianoche los mundos invisibles estaban más cerca de la esfera terrestre y que las almas que adquirían existencia material se deslizaban en ella a medianoche. Por tal motivo, muchas de las ceremonias eleusinas se celebraban a esa hora. Algunos de los espíritus dormidos que no habían logrado despertar su naturaleza superior durante su vida terrenal y que entonces flotaban por ahí en los mundos invisibles, rodeados por una oscuridad que ellos mismos habían creado, de vez en cuando se introducían a esa hora y adoptaban la forma de diversas criaturas.

Los místicos de Eleusis también hacían hincapié en lo malo del suicidio y explicaban que en torno a este delito había un misterio profundo del cual no podían hablar, aunque advertían a sus discípulos que un gran pesar embargaba a todos los que se quitaban la vida. Esto, en esencia, constituye la doctrina esotérica que se transmitía a los iniciados en los Misterios menores. Como este grado se refería sobre todo a las miserias de aquellos que no conseguían aprovechar al máximo sus oportunidades filosóficas, las cámaras de iniciación eran subterráneas y los horrores del Hades se representaban de forma vívida en un complejo drama ritualista. Cuando lograba atravesar los tortuosos corredores, con sus pruebas y sus peligros, el candidato recibía el título honorario de mystes, que quería decir «alguien que ve a través de un velo o tiene una visión confusa».

También significaba que el candidato había llegado hasta el velo, que desaparecería en el grado superior. Es probable que la palabra moderna «místico», en el sentido de alguien que busca la verdad siguiendo los dictados de su corazón y el camino de la fe, derive de aquella palabra antigua, porque la fe es creer en la realidad de las cosas que no se ven o están veladas. Los Misterios mayores (a los cuales el candidato solo era admitido cuando había superado las pruebas de los menores e, incluso en ese caso, no siempre) estaban consagrados a Ceres, la madre de Perséfone, a la que representan deambulando por el mundo en busca de su hija raptada. Ceres portaba dos antorchas: la intuición y la razón, para ayudarla en la búsqueda de su hija perdida (el alma). Finalmente, localizaba a Perséfone no muy lejos de Eleusis y, en señal de gratitud, enseñaba a su pueblo a cultivar el grano, que era sagrado para ella, y también fundaba los Misterios. Ceres comparecía ante Plutón, el dios de las almas de los muertos, y le suplicaba que permitiera a Perséfone regresar a su casa. Al principio, el dios se negaba, porque Perséfone había comido un trozo de granada, el fruto de la mortalidad. Finalmente, sin embargo, cedía y accedía a dejar que Perséfone viviera en el mundo superior la mitad del año, si pasaba con él la otra mitad en la oscuridad del Hades.

Para los griegos, Perséfone era una manifestación de la energía solar, que en los meses de invierno vivía bajo tierra con Plutón, pero en verano regresaba otra vez con la diosa de la productividad. Según la leyenda, las flores adoraban a Perséfone y todos los años, cuando ella se marchaba hacia los reinos oscuros de Plutón, las plantas y los arbustos morían de tristeza. Mientras los profanos y los no iniciados tenían sus propias opiniones sobre estos temas, los sacerdotes —ellos eran los únicos que reconocían lo sublime de aquellas grandes parábolas filosóficas y religiosas— mantuvieron ocultas en lugar seguro las verdades de las alegorías griegas. Thomas Taylor tipifica las doctrinas de los Misterios mayores con las siguientes palabras: «Los (Misterios) mayores dan a entender vagamente, mediante visiones místicas y espléndidas, la dicha del alma tanto aquí como después cuando se purifica del envilecimiento de la naturaleza material y se eleva constantemente a las realidades de la visión intelectual (espiritual)».

Mientras que los Misterios menores trataban de la época prenatal del hombre, cuando la conciencia, en sus nueve días (embriológicamente, meses), descendía al reino de la ilusión y asumía el velo de la irrealidad, los Misterios mayores trataban de los principios de la regeneración espiritual y revelaban a los iniciados no solo el método más sencillo, sino también el más directo y completo de liberar sus naturalezas superiores de la esclavitud de la ignorancia material. Como Prometeo encadenado a la cima del monte Cáucaso, la naturaleza superior del hombre está encadenada a su personalidad inadecuada. Los nueve días de iniciación también simbolizaban las nueve esferas que atraviesa el alma en su descenso, durante el proceso de adoptar una forma terrestre. No se conocen los ejercicios secretos para el desarrollo espiritual que se daban a los discípulos de los grados superiores, aunque existen motivos para pensar que eran similares a los Misterios brahmánicos, porque se sabe que las ceremonias eleusinas finalizaban con las palabras sánscritas konx om par. La parte de la alegoría que se refiere a los dos períodos de seis meses, durante uno de los cuales Perséfone debe permanecer con Plutón, mientras que, durante el otro, puede volver a visitar el mundo superior, reflexión profunda. Es probable que los eleusinos supieran que el alma se marcha del cuerpo durante el sueño o que, por lo menos, adquiría la capacidad de marcharse gracias al entrenamiento especial que, sin duda, estaban en condiciones de brindarle. Por consiguiente, Perséfone permanecería como soberana del reino de Plutón durante las rituales durante los períodos de sueño. Se enseñaba al iniciado a interceder ante Plutón para que permitiera que Perséfone (el alma del iniciado) ascendiera desde la oscuridad de su naturaleza material hacia la luz del conocimiento. Cuando así se desprendía de las ataduras del barro y de los conceptos cristalizados, el iniciado se liberaba no solo durante el período de su vida, sino para toda la eternidad, porque, a partir de entonces nunca más era despojado de aquellas cualidades del alma que después de la muerte eran sus medios de manifestación y expresión en el llamado mundo celestial.

En contraste con la idea del Hades como un estado de oscuridad inferior, se decía que los dioses vivían en lo alto de las montañas; un buen ejemplo de esto lo encontramos en el monte Olimpo, donde se supone que vivían juntas las doce divinidades griegas. Por consiguiente, en su deambular iniciático, el neófito entraba en cámaras cada vez más brillantes para representar el ascenso del espíritu desde los mundos inferiores hacia el terreno de la felicidad absoluta. Como punto culminante de sus andanzas, ingresaba en una gran sala abovedada, en cuyo centro se alzaba una estatua de la diosa Ceres brillantemente iluminada, donde, en presencia del hierofante y rodeado por sacerdotes con vestiduras espléndidas, era instruido en los misterios secretos más elevados de Eleusis. Al concluir la ceremonia, era aclamado como epoptes, que significa «alguien que ha visto con sus propios ojos». Por este motivo, la iniciación también se llamaba «autopsia». A continuación, entregaban al epoptes determinados libros sagrados, probablemente escritos en clave, junto con unas tablillas de piedra que llevaban grabadas las instrucciones secretas.

En The Obelisk in Freemasonry, John A. Weisse describe a los personajes que ofician los Misterios eleusinos como un hierofante masculino y otro femenino, que dirigían las iniciaciones; un hombre y una mujer portadores de antorchas; un heraldo, y un hombre y una mujer encargados del altar. Había también numerosos ayudantes de menor importancia. Dice que, según Porfirio, el hierofante representa al demiurgo platónico o creador del mundo; el portador de la antorcha, al sol; el encargado del altar, a la luna; el heraldo, a Hermes o Mercurio, y los demás ayudantes, a las estrellas menores. Según se deduce de los documentos disponibles, los rituales iban acompañados de gran cantidad de fenómenos extraños y aparentemente sobrenaturales. Muchos iniciados sostienen que realmente han visto a los propios dioses vivos. Si esto era consecuencia del éxtasis religioso o de una auténtica cooperación de los poderes invisibles con los sacerdotes visibles seguirá siendo un misterio. En Las metamorfosis o El asno de oro, Apuleyo describe con las siguientes palabras lo que con toda probabilidad fue su iniciación en los Misterios eleusinos: «Me acerqué a los confines de la muerte y, después de pisar el umbral de Proserpina, regresé y me llevaron por todos los elementos. A medianoche vi el sol que brillaba con una luz espléndida y me acerqué claramente a los dioses de abajo y los dioses de arriba y de cerca los adoré».

En los Misterios de Eleusis se admitían las mujeres y los niños y hubo una época en la que realmente había miles de iniciados. Como toda aquella gente no estaba preparada para las doctrinas espirituales y místicas más elevadas, era inevitable que se produjera una división dentro de la misma sociedad. Las enseñanzas más elevadas solo se transmitían a una cantidad limitada de iniciados, que, por su mentalidad superior, manifestaban una comprensión global de los conceptos filosóficos básicos. Sócrates se negó a ser iniciado en los Misterios eleusinos, porque, como conocía sus principios a pesar de no pertenecer a la orden, se dio cuenta de que ser miembro le sellaría los labios Que los Misterios eleusinos se basaban en verdades grandes y eternas lo demuestra lo mucho que los veneraban las mentes preclaras de la Antigüedad. Se pregunta M. Ouvaroff: «¿Habrían hablado de ellos con tanta admiración Píndaro, Platón. Cicerón y Epícteto si el hierofante se hubiese conformado con proclamar en voz alta sus propias opiniones o las de su orden?».

Las prendas que llevaban los candidatos al iniciarse se conservaban durante muchos años y se creía que poseían propiedades casi sagradas. Así como el alma no se puede cubrir más que de sabiduría y virtud, los candidatos, que aún no poseían el verdadero conocimiento, se presentaban ante los Misterios desnudos; primero se les daba la piel de algún animal y después una prenda consagrada que simbolizaba las enseñanzas filosóficas que recibía el iniciado. En el transcurso de la iniciación, el candidato atravesaba dos puertas. La primera conducía hacia abajo, a los mundos inferiores, y simbolizaba su nacimiento a la ignorancia. La segunda conducía hacia arriba, a una habitación muy iluminada con lámparas invisibles, en la que estaba la estatua de Ceres y que simbolizaba el mundo superior o la casa de la Luz y la Verdad. Estrabón afirma que en el gran templo de Eleusis cabían entre veinte y treinta mil personas. Las cuevas dedicadas por Zaratustra también tenían estas dos puertas que simbolizaban la vía del nacimiento y la de la muerte. El siguiente párrafo, tomado de Porfirio, nos brinda una impresión bastante adecuada del simbolismo eleusino: «Al ser Dios un principio luminoso que reside en medio del fuego más etéreo, siempre permanece invisible a los ojos de aquellos que no se elevan por encima de la vida material: en este sentido, la visión de cuerpos transparentes, como el cristal, el mármol de Paros e incluso el marfil, recuerda la idea de la luz divina, como la visión del oro despierta la idea de pureza, porque el oro no se puede mancillar. Algunos han pensado que una piedra negra simbolizaba la invisibilidad de la esencia divina. Para expresar la razón suprema, la Divinidad se representaba con forma humana y hermosa, porque Dios es la fuente de la belleza; con diferentes edades y en diversas actitudes, sentada o de pie, de un sexo u otro, como una virgen o un joven, un esposo o una novia, para que se pudieran marcar todos los tonos y los matices. Por consiguiente, todo lo luminoso se atribuía a los dioses; la esfera y todo lo que es esférico, al universo, al sol y la luna y en ocasiones a la Fortuna y la Esperanza: el círculo y todas las figuras circulares, a la eternidad: a los movimientos celestes, a los círculos y las zonas de los cielos; la sección de los círculos, a las fases de la luna, y las pirámides y los obeliscos, al principio ígneo y, a través de este, a los dioses del cielo. Un cono expresa el sol; un cilindro, la tierra; el falo y el triángulo (símbolo de la matriz) designan la generación». Según Heckethorn, los Misterios eleusinos sobrevivieron a todos los demás y no dejaron de existir como institución hasta casi cuatrocientos años después de Cristo, cuando finalmente los suprimió Teodosio (llamado «el Grande»), que destruyó con crueldad todo lo que no aceptaba la fe cristiana. Con respecto a esta, que fue la más grande de todas las instituciones filosóficas dijo Cicerón que enseñaba a los hombres no solo a vivir, sino también a morir.



Manly Palmer Hall - Los Mistérios Odínicos

 

La fecha en que se fundaron los Misterios odínicos es incierta. Algunos autores declaran que se establecieron en el siglo I antes de Cristo y otros en el siglo I después de Cristo. Roben Macoy, del grado 33, da la siguiente descripción de su origen: «Se deduce de las crónicas septentrionales que, en el siglo I de la era cristiana, Sigge, el jefe de la tribu asiática de Aser, emigró del mar Caspio y el Cáucaso hacia el norte de Europa. Dirigió el rumbo hacia el noroeste, desde el mar Negro en dirección a Rusia, donde, según la tradición, colocó a uno de sus hijos como gobernante, como dicen que había hecho con los sajones y los francos. A continuación atravesó Cimbria en dirección a Dinamarca, donde puso como soberano a su quinto hijo, Skióld, y se trasladó a Suecia, donde gobernaba entonces Gylf, que rindió pleitesía a aquel forastero extraordinario y fue iniciado en sus misterios. No tardó en convertirse allí en señor, levantó Sigtuna como capital de su imperio, promulgó un nuevo código y estableció los misterios sagrados. Él mismo asumió el nombre de Odín, fundó el clero de los doce drottar (¿druidas?), que se encargaban del culto secreto y la administración de la justicia y, como profetas, revelaban el futuro. Los ritos secretos de aquellos misterios festejaban la muerte del hermoso y encantador Balder y representaban la pena de los dioses y los hombres ante su muerte y su vuelta a la vida».
Después de su muerte, el Odín histórico fue deificado y su identidad sefundió con la del Odín mitológico, el dios de la sabiduría, cuyo culto había promulgado. Entonces, el odinismo sustituyó al culto a Thor, el dios del trueno, la divinidad suprema del antiguo panteón escandinavo. Todavía se puede ver el túmulo en el cual, según la leyenda, fue enterrado el rey Odín, cerca del lugar donde está situado su gran templo, en Upsala. Los doce drottar que presidían los Misterios odínicos personificaban, evidentemente, los doce nombres sagrados e inefables de Odín. Los rituales de los Misterios odínicos eran muy similares a los de los griegos, los persas y los brahmanes, en los cuales se basaban. Los drottar, que simbolizaban los signos del Zodiaco, eran los custodios de las artes y las ciencias y las revelaban a aquellos que superaban las pruebas de iniciación. Al igual que muchos otros cultos paganos, los Misterios odínicos, como institución, fueron destruidos por el cristianismo, aunque la causa fundamental de su decadencia fue la corrupción del clero. La mitología es casi siempre el ritual y el simbolismo de una escuela mistérica. En pocas palabras, el drama sagrado que constituía la base de los Misterios odínicos es el siguiente: «Al creador supremo e invisible de todas las cosas lo llamaban “el Padre Supremo”. Su regente en la naturaleza era Odín, el dios de un solo ojo. Como Quetzalcóatl. Odín fue elevado a la dignidad de divinidad suprema. Según los drottar, el universo se formó a partir del cuerpo de Ymir, el gigante de la escarcha. Ymir se formó a partir de las nubes de niebla que se elevaban de Ginnungagap, la inmensa grieta en el caos a la cual los primigenios gigantes de la escarcha y gigantes del fuego habían arrojado nieve y fuego. Los tres dioses, Odín, Vili y Ve, dieron muerte a Ymir y con él formaron el mundo. A partir de los distintos miembros de Ymir se crearon las distintas partes de la naturaleza».
Después de que Odín impusiera orden, hizo construir un hermoso palacio, llamado Asgard, en la cima de la montaña, donde los doce Æsir (dioses) vivían juntos, muy por encima de las limitaciones de los hombres mortales. En aquella montaña también estaba el Valhalla, el palacio de los fallecidos, donde todos aquellos que habían tenido una muerte heroica luchaban y se daban festines día tras día. Por la noche, sus heridas curaban y el jabalí cuya carne comían se renovaba con la misma rapidez con la que lo consumían. Balder el Hermoso, el Cristo escandinavo, era el hijo bienamado de Odín. Balder no era guerrero; su espíritu amable y encantador llevó paz y alegría a los corazones de los dioses y todos lo querían, menos uno. Del mismo modo en que Jesús tuvo a Judas entre Sus doce discípulos uno de los doce dioses era falso: Loki, la personificación del mal. Loki hizo que Höor, el dios ciego del destino, disparara contra Balder una flecha de muérdago. Al morir Balder, la luz y la alegría desaparecieron de la vida de los demás dioses, que, desconsolados, se reunieron para buscar un método que les permitiera resucitar aquel espíritu de vida y juventud eternas. El resultado fue el establecimiento de los Misterios.
Los Misterios odínicos se celebraban en criptas o cuevas subterráneas, cuyas nueve cámaras representan los nueve mundos de los Misterios. Al candidato que quería ingresar se le encomendaba la misión de resucitar a Balder de entre los muertos. Aunque él no lo sabía, él mismo representaba el papel de Balder. Se denominaba a sí mismo «trotamundos»; las cavernas que atravesaba simbolizaban los mundos y las esferas de la naturaleza. Los sacerdotes que lo iniciaban eran emblemas del sol, la luna y las estrellas Los tres iniciadores supremos —el Sublime, el Igual al Sublime y el Supremo— eran análogos al maestro adorador y el guardián menor y el mayor de las logias masónicas. Después de vagar durante horas por los pasadizos intrincados, el candidato era conducido ante una estatua de Balder el Hermoso, el prototipo de todos los iniciados en los Misterios. Esta figura se levantaba en el centro de un gran aposento techado con escudos. En medio de la cámara había una planta con siete flores, como emblemas de los planetas. En aquella sala, que simbolizaba el hogar de los Aesir, o la Sabiduría, el neófito juraba guardar secreto y ser piadoso sobre la hoja desnuda de una espada. Bebía el hidromiel santificado de un cuenco hecho con un cráneo humano y, después de resistir todas las torturas y de superar todas las pruebas con las que pretendían desviarlo del camino de la sabiduría, finalmente se le permitía descubrir el misterio de Odín, la personificación de la sabiduría. Le entregaban, en nombre de Balder, el anillo sagrado de la orden, lo aclamaban como hombre renacido y decían de él que había muerto y había resucitado sin pasar por las puertas de la muerte. La inmortal composición de Richard Wagner Der Ring des Nibelungen se basa en los rituales mistéricos del culto odínico. Aunque el gran compositor se tomó muchas libertades con la historia original, las óperas del ciclo El anillo del nibelungo, considerado la tetralogía más espléndida de dramas musicales del mundo, han captado y conservado de forma notable la majestuosidad y el poder de la saga original. La acción comienza con Das Rheingold y continúa con Die Walküre y Siegfried hasta llegar a su imponente apogeo en Götterdämmerung, «El crepúsculo de los dioses».

Manly Palmer Hall - Los Mistérios de User-Hep

 

La identidad del Serapis grecoegipcio (al que los griegos conocían como Serapis y los egipcios como User-Hep) está envuelta en un velo de misterio impenetrable. Aunque esta divinidad era una figura conocida entre los símbolos de los ritos secretos de iniciación egipcios, su naturaleza arcana solo se revelaba a aquellos que habían cumplido los requisitos de su culto. Por consiguiente, lo más probable era que, salvo los sacerdotes iniciados, ni los propios egipcios conocieran su verdadero carácter. No se tiene constancia de que exista ninguna versión auténtica de los ritos de Serapis si bien un análisis de la divinidad y los símbolos que la acompañan revela sus puntos más destacados. En un oráculo entregado al rey de Chipre, Serapis se describe a sí mismo con estas palabras: «Soy un dios como el que os enseño: Tengo el cielo estrellado por cabeza y por tronco, el mar; La tierra me sirve de pies; los oídos, de conductos de aire, Y los rayos brillantes del sol son mis ojos».
Se han hecho varios intentos infructuosos de averiguar la etimología de la palabra «Serapis». Godfrey Higgins destaca que soros era el nombre que daban los egipcios a un ataúd de piedra y Apis era la encarnación de Osiris en el toro sagrado. Al combinarse las dos palabras el resultado era «Soros-Apis» o «Sor-Apis», «la tumba del toro». Sin embargo, es poco probable que los egipcios adoraran un ataúd con forma de hombre. Varios autores antiguos, incluido Macrobio, han afirmado que Serapis era un nombre del Sol, porque su imagen a menudo tenía un halo de luz en torno a la cabeza. En su Oration Upon the Sovereign Sun, Juliano habla del dios con estas palabras:«Un Júpiter, un Plutón, un Sol es Serapis». En hebreo, Serapis se dice Saraph, que significa «brillar». Por este motivo, los judíos designaban así a una de sus jerarquías de seres espirituales: los Serafim.
Sin embargo, la teoría más común sobre el origen del nombre Serapis es aquella que la considera una derivación de la combinación Osiris-Apis. Hubo una época en la que los egipcios creían que los muertos eran absorbidos en la naturaleza de Osiris, el dios de los muertos. Aunque existe una similitud notoria entre Osiris-Apis y Serapis, la teoría propuesta por los egiptólogos de que Serapis no es más que un nombre dado a Apis, el toro sagrado de Egipto, después de muerto, resulta insostenible, si tenemos en cuenta la sabiduría trascendente de los sacerdotes egipcios, que, con toda probabilidad, usaban al dios para simbolizar el alma del mundo (anima mundi). El cuerpo material de la naturaleza se llamaba Apis y el alma que escapaba del cuerpo al morir pero estaba enredada con la forma durante la vida física se denominaba Serapi. C. W. King opina que Serapis era una divinidad de extracción brahmánica y que su nombre es la forma helenizada de Seradah o Sri-pa, dos títulos que se atribuyen a Yama, el dios hindú de la muerte. Parece razonable, sobre todo porque hay una leyenda según la cual Serapis, en forma de toro, fue transportado por Baco de India a Egipto. La prioridad de los Misterios hindúes confirma aún más esta teoría. Se sugieren otros significados de la palabra «Serapis», como «el toro sagrado», «el sol en Tauro», «el alma de Osiris», «la serpiente sagrada» y «la retirada del toro». Esta última apelación hace referencia a la ceremonia de ahogar al Apis sagrado en aguas del Nilo cada veinticinco años. Hay bastantes pruebas de que la famosa estatua de Serapis que había en el Serapeum de Alejandría al principio había sido objeto de culto con otro nombre en Sínope y desde allí fue llevada a Alejandría. También hay una leyenda que cuenta que Serapis fue uno de los primeros reyes egipcios, a quien debían los cimientos de su poderío filosófico y científico, y que, después de su muerte, fue elevado a la categoría de dios. Según Filarco, la palabra «Serapis» significa «el poder que dispuso el universo en el maravilloso orden actual».
En su Isis y Osiris, Plutarco ofrece la siguiente versión sobre el origen de la espléndida estatua de Serapis que se alzaba en el Serapeum de Alejandría: «Cuando era faraón de Egipto, Ptolomeo Sóter tuvo un sueño extraño en el cual veía una estatua enorme que cobraba vida y ordenaba al faraón que la llevase a Alejandría lo más rápido posible. Ptolomeo Soter, que desconocía el paradero de la estatua, quedó totalmente desconcertado, porque no sabía cómo averiguarlo. Mientras el faraón relataba su sueño, se presentó un gran viajero de nombre Sosibio y declaró que había visto una imagen semejante en Sínope. El faraón envió de inmediato a Soteles y a Dionisio para que negociaran el traslado de la figura a Alejandría. Transcurrieron tres años antes de que finalmente la consiguieran y los emisarios del faraón acabaron robándola y, para disimular el robo, difundieron la historia de que la estatua había cobrado vida, había recorrido la calle que pasaba por su templo y había subido a bordo del barco que estaba preparado para transportarla a Alejandría. A su llegada a Egipto, llevaron a la figura ante dos iniciados egipcios: Timoteo el Eumólpida y Manetón de Sebbenitos, que de inmediato anunciaron que se trataba de Serapis. Entonces los sacerdotes declararon que era equivalente a Plutón. Esto constituyó un golpe maestro, porque en Serapis los griegos y los egipcios hallaron una divinidad común, con lo cual se pudo consumar la unidad religiosa de las dos naciones. Algunos autores primitivos han descrito varias figuras de Serapis que se alzaban en los diversos templos dedicados a él en Egipto y Roma; casi todas mostraban más influencia griega que egipcia. En algunas había una gran serpiente enroscada en torno al cuerpo del dios. Otras lo mostraban como una mezcla de Osiris y Apis.
Una descripción del dios que, con toda probabilidad, resulta bastante exacta es la que lo representa como una figura alta y poderosa, que transmite la doble impresión de fuerza masculina y gracia femenina, con el rostro de alguien profundamente sumido en sus pensamientos y una expresión más bien triste. Tenía el cabello largo y peinado de un modo algo femenino, con rizos que le caían sobre el pecho y los hombros; el rostro, dejando aparte la espesa barba, también era francamente femenino. La figura de Serapis solía aparecer envuelta de la cabeza a los pies en gruesos ropajes, que los iniciados creían que servían para ocultar el hecho de que su cuerpo era andrógino. Varios materiales se emplearon para hacer las estatuas de Serapis. No cabe duda de que algunas fueron talladas en piedra o mármol por artesanos hábiles; es posible que otras se fundieran en metales, tanto preciosos como de baja ley. Se ha hecho un Serapis colosal combinando láminas de distintos metales. En un laberinto consagrado a Serapis había una estatua suya de cuatro metros de altura que tenía fama de estar hecha de una sola esmeralda. Los escritores modernos, al hablar de esta imagen, sostienen que había sido hecha vertiendo cristal verde en un molde, aunque, según los egipcios, soportó todas las pruebas como si fuera una esmeralda de verdad. San Clemente de Alejandría describe una figura de Serapis hecha con los siguientes elementos: en primer lugar, limaduras de oro, plata, plomo y estaño; en segundo lugar, todo tipo de piedras egipcias, incluidos zafiros, hematitas, esmeraldas y topacios, todo esto molido y mezclado con la sustancia colorante que había quedado del funeral de Osiris y Apis. El resultado era una figura extraña y curiosa de color añil. Algunas de las estatuas de Serapis debían de estar hechas de sustancias sumamente duras, porque, cuando un soldado cristiano, en cumplimiento del edicto de Teodosio, golpeó al Serapis alejandrino con su hacha, esta se hizo añicos y de ella salieron chispas. También es bastante probable que se adorara a Serapis en forma de serpiente, al igual que muchas de las divinidades superiores del panteón egipcio y el griego.
Llamaban a Serapis Teón Heptagrámmaton, o el dios con el nombre de siete letras. El nombre «Serapis» contiene siete letras, como «Abraxas» y «Mithras». En sus himnos a Serapis, los sacerdotes cantaban las siete vocales. De vez en cuando se lo representa con cuernos o una corona de siete rayos, que, evidentemente, representaban las siete inteligencias divinas que se manifiestan a través de la luz solar. La Enciclopedia Británica destaca que la mención auténtica más antigua de Serapis está relacionada con la muerte de Alejandro. Era tal el prestigio de Serapis que fue el único dios al que consultaron en relación con el rey moribundo. La escuela secreta de filosofía de los egipcios estaba dividida entre los misterios menores y los mayores: los primeros estaban consagrados a Isis y los segundos, a Serapis y Osiris. Según Wilkinson, solo los sacerdotes podían acceder a los misterios mayores. Ni siquiera el heredero al trono estaba autorizado hasta que era coronado faraón; entonces, en virtud de su realeza, se convertía automáticamente en sacerdote y en cabeza temporal de la religión del Estado.
Los pocos que tuvieron acceso a los misterios mayores no violaron jamás sus secretos. Buena parte de la información relacionada con los rituales de los grados superiores de los Misterios egipcios se ha recogido a partir de la inspección de las cámaras y los pasillos en los que se hacían las iniciaciones. Bajo el templo de Serapis que fue destruido por Teodosio se hallaron extraños aparatos mecánicos construidos por los sacerdotes en las criptas y cavernas subterráneas en las que se celebraban los ritos de iniciación nocturnos. Aquellos aparatos demuestran las duras pruebas de valor moral y físico que los candidatos tenían que superar. Después de atravesar aquellos caminos tortuosos, los neófitos que sobrevivían a aquellas duras pruebas eran conducidos a presencia de Serapis, una figura noble e imponente, iluminada por luces invisibles.
Los laberintos también eran una característica notable en relación con el rito de Serapis y E. A. Wallis Budge, en Los dioses de los egipcios, representa a Serapis (como el minotauro) con cuerpo de hombre y cabeza de toro. Los laberintos simbolizaban los enredos y las ilusiones del mundo inferior por los cuales vaga el alma humana en su búsqueda de la verdad. En el laberinto habita el hombre animal inferior con cabeza de toro, que trata de destruir el alma que está atrapada en el laberinto de la ignorancia terrenal. En esta relación, Serapis se convierte en el examinador o adversario que pone a prueba las almas de los que pretenden sumarse a los inmortales. El laberinto se usaba también, sin duda, para representar el sistema solar, donde el hombre-toro representaba al sol que vive en el laberinto místico de sus planetas, lunas y asteroides. Los Misterios gnósticos conocían el significado arcano de Serapis y, a través del gnosticismo, este dios quedó asociado inextricablemente con el cristianismo primitivo. Es más, durante un viaje a Egipto en el año 134, el emperador Adriano, manifestó en una carta a Serviano que los adoradores de Serapis eran cristianos y que los obispos de la iglesia también celebraban oficios religiosos en su santuario. Incluso anunció que el propio patriarca, cuando estuvo en Egipto, se vio obligado a adorar a Serapis además de a Cristo.
La insospechada importancia de Serapis como prototipo de Cristo se aprecia mejor después de analizar el siguiente extracto de The Gnostics and Their Remains de C. W. King: «No cabe la menor duda de que la cabeza de Serapis, cuyo rostro manifiesta una majestuosidad grave y meditabunda, proporcionó la idea inicial para realizar los retratos convencionales del Redentor. Los prejuicios judíos de los primeros conversos eran tan poderosos que podemos estar seguros de que no se hizo ningún intento de representar Su semblante hasta varias generaciones después de que murieran los que lo habían contemplado en la tierra». Serapis fue usurpando poco a poco las posiciones que antes habían ocupado otros dioses egipcios y griegos y se convirtió en la divinidad suprema de las dos religiones. Su poder continuó hasta el siglo IV de la era cristiana. En el año 385, Teodosio, futuro exterminador de la filosofía pagana, publicó su memorable edicto De Idolo Serapidis Diruendo, Cuando, en cumplimiento de esta orden, los soldados cristianos entraron en el Serapeum de Alejandría para destruir la imagen de Serapis que llevaba siglos allí, su veneración por el dios era tan grande que no se atrevían a tocarla, por temor a que la tierra se abriera bajo sus pies y los tragara. Al final, venciendo su temor, echaron por tierra la estatua, saquearon el edificio y, por último, como digno punto culminante de aquel ataque, quemaron la magnífica biblioteca situada en los majestuosos aposentos del Serapeum. Varios escritores han registrado el hecho sorprendente de que se hallaran símbolos cristianos entre las ruinas de los cimientos de aquel templo pagano. Sócrates, un historiador de la iglesia del siglo V, declaró que, después de que los piadosos cristianos arrasaran el Serapeum de Alejandría y dispersaran los demonios que vivían allí disfrazados de dioses, ¡encontraron bajo los cimientos el monograma de Cristo! Dos citas confirmarán aún más la relación entre los Misterios de Serapis y los de otros pueblos antiguos. La primera procede de The Simbolical Language of Ancient Art and Mythology de Richard Payne Knight: «Por consiguiente, Varrón [en La lengua latina] dice que Coelum y Terra, es decir, la mente universal y el cuerpo productivo, eran los grandes dioses de los Misterios de Samotracia y que coinciden con el Serapis y la Isis de los egipcios posteriores, el Taautos y la Astarté de los fenicios y el Saturno y la Ops de los romanos». La segunda cita está tomada de Moral y dogma del rito escocés antiguo y aceptado de Albert Pike: «A vos —dice Marciano Capella en su himno al sol—, los habitantes del Nilo os adoran como Serapis y Menfis os venera como Osiris; en los ritos sagrados de Persia sois Mitra; en Frigia, Atis; Libia se inclina ante vos como Amón y la Biblos fenicia, como Adonis; de modo que el mundo entero os adora con nombres diferentes».

Manly Palmer Hall - El Simbolismo Masonico

 

LOS MISTERIOS ANTIGUOS Y LAS SOCIEDADES SECRETAS QUE HAN INFLUIDO EN EL SIMBOLISMO MASÓNICO MODERNO

—Segunda parte—

Toda la historia del gnosticismo cristiano y el pagano está envuelta en el mayor misterio y oscuridad, porque, si bien los gnósticos eran, sin duda, escritores prolíficos, de su literatura ha sobrevivido muy poco. Se granjearon la animosidad de la Iglesia cristiana primitiva y, cuando esta institución alcanzó una posición de poder mundial, destruyó todos los registros del cultus gnóstico que encontró. La palabra «gnóstico» procede del griego gnosis, que significa «conocimiento». Los miembros de la orden decían que estaban familiarizados con las doctrinas secretas del cristianismo primitivo. Interpretaban los Misterios cristianos según el simbolismo pagano. Ocultaban al profano su información secreta y sus principios filosóficos y solo se los enseñaban a un grupo reducido de personas iniciadas especialmente. Se supone a menudo que Simón el Mago, el famoso mago del Nuevo Testamento, fue el fundador del gnosticismo. De ser así, la escuela se formó en el siglo I después de Cristo y es, probablemente, la primera de las numerosas ramas que han nacido del tronco principal del cristianismo. Para los entusiastas de la Iglesia cristiana primitiva, todo aquello con lo que no estaban de acuerdo había sido inspirado por el demonio. Que Simón el Mago tenía poderes misteriosos y sobrenaturales no lo niegan ni sus enemigos, aunque, según ellos, aquellos poderes se los habían prestado los espíritus infernales y las furias, que —afirmaban— eran sus compañeros inseparables. Sin duda, la leyenda más interesante acerca de Simón es la que narra sus enfrentamientos teosóficos con el apóstol san Pedro mientras los dos promulgaban sus doctrinas diferentes en Roma. Según la historia que narran los Padres de la Iglesia, Simón tenía que demostrar su superioridad espiritual ascendiendo al cielo en un carro de fuego. Unos poderes invisibles lo levantaron y lo elevaron a una altura considerable. Cuando san Pedro lo vio, gritó en voz alta y ordenó a los demonios (los espíritus del aire) que soltaran al mago. Los espíritus malignos, al recibir la orden del gran santo, se vieron obligados a obedecer y Simón cayó desde muy alto y se mató: aquello fue una prueba contundente de la superioridad de los poderes cristianos. No cabe duda de que la historia es un invento, al no ser más que una de las numerosas versiones —casi todas dispares— acerca de su muerte. Se siguen acumulando pruebas que demuestran que san Pedro no estuvo jamás en Roma, con lo cual se van disipando rápidamente sus últimos vestigios posibles de autenticidad.

De que Simón fue un filósofo no cabe la menor duda, porque, siempre que se conservan sus palabras exactas, sus pensamientos sintéticos y trascendentales están expresados de maravilla. Los principios del gnosticismo se describen bien en esta declaración literal suya, que supuestamente ha preservado Hipólito: «A vosotros, por consiguiente, digo lo que digo y escribo lo que escribo. Y lo que escribo es lo siguiente. De los eones [períodos, planos o ciclos de vida creativa y creada en sustancia y espacio, criaturas celestiales] universales hay dos brotes, sin principio ni fin, que salen de una sola raíz, que es el poder invisible, el silencio inaprensible [bythós]. De estos brotes, uno se manifiesta desde arriba: es el Gran Poder, la Mente Universal que todo lo ordena, masculino, y el otro [se manifiesta] desde abajo: es el Gran Pensamiento, femenino, que todo lo produce. Por consiguiente, ambos, al emparejarse, se unen y manifiestan la Distancia Media, el aire incomprensible, sin principio ni fin, en la cual está el Padre que sostiene todas las cosas y alimenta aquellas cosas que tienen principio y fin».

Con esto hemos de entender que la manifestación es el resultado de un principio positivo y uno negativo, que actúan el uno sobre el otro, y que se produce en el plano medio o punto de equilibrio, llamado pléroma. Este pléroma es una sustancia especial que se produce como consecuencia de la combinación de eones espirituales y materiales. Del pléroma se diferenciaba el Demiurgo, el mortal inmortal, ante el cual somos responsables por nuestra existencia física y los sufrimientos que debemos padecer en relación con ella. Según el sistema gnóstico, del Uno Eterno emanaban tres parejas de opuestos, llamadas syzygías, que, sumadas a él, formaban un total de siete. Los seis (las tres parejas de) eones (principios divinos vivos) fueron descritos por Simón en los Philosophumena de la siguiente manera:«Los dos primeros eran la mente (nous) y el pensamiento (epinoia); después venían la voz (phone) y su opuesto, el nombre (onoma) y, por último, la razón (logismos) y la reflexión (enthumesis). De estos seis elementos primigenios, unidos con la “llama eterna”, salieron los eones (ángeles) que formaron los mundos inferiores siguiendo las indicaciones del Demiurgo». Ahora vamos a referirnos a la manera en que este gnosticismo primitivo de Simón el Mago y Menandro, su discípulo, fue ampliado y a menudo distorsionado por los adeptos posteriores al culto.

La escuela del gnosticismo se dividió en dos partes fundamentales, llamadas habitualmente el «culto sirio» y el «culto alejandrino». Estas escuelas coincidían en lo fundamental, pero la segunda se inclinaba más hacia el panteísmo, mientras que la primera era dualista. Mientras que el culto sirio era en gran medida simoniano, la escuela alejandrina brotó de las deducciones filosóficas de un cristiano egipcio muy inteligente, llamado Basílides, que —según decía— había recibido instrucciones del apóstol san Mateo. Al igual que Simón el Mago, era emanacionista con inclinaciones neoplatónicas. De hecho, todo el Misterio gnóstico se basa en la hipótesis de las emanaciones como relación lógica entre dos opuestos irreconciliables: el espíritu absoluto y la sustancia absoluta, que, según los gnósticos, coexistían en la eternidad. Algunos afirman que Basílides fue el verdadero fundador del gnosticismo, aunque existen muchas pruebas de que Simón el Mago estableció sus principios fundamentales en el siglo anterior. El alejandrino Basílides inculcó en sus seguidores el hermetismo egipcio, el ocultismo oriental, la astrología caldea y la filosofía persa y con sus doctrinas trató de unir las escuelas del cristianismo primitivo con los antiguos Misterios paganos. A él se atribuye la formulación de una concepción peculiar de la divinidad que lleva el nombre de Abraxas. Hablando del significado original de esta palabra, Godfrey Higgins, en The Celtic Druids, ha demostrado que, si se suman los poderes numerológicos de las letras que forman la palabra «abraxas», el resultado es 365. El mismo autor destaca también que, aplicando un procedimiento similar al nombre de Mitra, se obtiene el mismo valor numérico. Basílides enseñaba que los poderes del universo se dividían en 365 eones o ciclos espirituales y que la suma de todos ellos era el Padre Supremo, al cual daba la apelación cabalística de Abraxas, como simbólica, numéricamente, de Sus poderes, atributos y emanaciones divinos. Abraxas se suele representar como una criatura compuesta, con cuerpo humano y cabeza de gallo, y cada una de sus piernas acaba en una serpiente. C. W. King, en The Gnostics and Their Remains, ofrece la siguiente descripción breve de la filosofía gnóstica de Basílides, tomándola de los escritos de san Ireneo, uno de los primeros obispos y mártires cristianos:«Afirmaba que Dios, el Padre eterno, no creado, había hecho primero la nous, la mente; después el logos, la palabra: después la phrónesis, la inteligencia, y de la phrónesis salieron sophia, la sabiduría, y dynamis, la fuerza».

En su descripción de Abraxas, C. W. King afirma: «Según Bellermann, la imagen compuesta inscrita con el nombre real de Abraxas es un pantheos gnóstico que representa al Ser Supremo, con las cinco emanaciones marcadas con los símbolos correspondientes. A partir del cuerpo humano, la forma que se atribuye habitualmente a la divinidad, surgen los dos soportes: la nous y el logos, representados por medio de las serpientes —como símbolo de los sentidos internos— y el entendimiento; por eso, para los griegos, la serpiente era un atributo de Pallas. Su cabeza de gallo representa la phrónesis, porque aquel ave es el emblema de la previsión y la vigilancia. Sus dos brazos sostienen los símbolos de sophia y dynamis: el escudo de la sabiduría y el látigo del poder».

Los gnósticos estaban divididos en sus opiniones con respecto al Demiurgo, o creador de los mundos inferiores. Él estableció el universo terrestre con ayuda de seis hijos varones, o emanaciones (posiblemente, los ángeles planetarios), que él formó fuera y a la vez dentro de Sí mismo. Como ya hemos dicho, el Demiurgo se diferenciaba como la creación inferior de la sustancia llamada pléroma. Un grupo de gnósticos creía que el Demiurgo era la causa de todas las desgracias y que era una criatura malvada, que, al construir aquel mundo inferior, había alejado las almas de los hombres de la verdad, envolviéndolas en un medio mortal. Para la otra escuela, el Demiurgo tenía inspiración divina y se limitaba a cumplir las órdenes del Señor invisible. Algunos gnósticos opinaban que el Demiurgo era el Dios judío: Jehová. Este concepto, con un nombre ligeramente diferente, influyó, aparentemente, en el rosacrucismo medieval, que consideraba a Jehová el Señor del universo material, en lugar de la Divinidad Suprema. Abundan en la mitología las historias de dioses que compartían una naturaleza celestial y una terrestre. El Odín escandinavo es un buen ejemplo de una divinidad mortal, sometida a las leyes de la naturaleza, aunque, al mismo tiempo y al menos en cierto sentido, también era una Divinidad Suprema.

El punto de vista gnóstico con respecto al Cristo es digno de consideración. Esta orden sostenía que era la única escuela que tenía imágenes verdaderas del Sirio Divino. Aunque se trataba, con toda probabilidad, de concepciones idealistas del Salvador basadas en las esculturas y pinturas existentes de las divinidades solares paganas, el cristianismo no tenía nada más. Para los gnósticos, el Cristo era la personificación de la nous, la mente divina, y emanaba de los eones espirituales superiores. Descendió al cuerpo de Jesús en el bautismo y lo abandonó antes de la crucifixión. Los gnósticos declaraban que el Cristo no había sido crucificado, porque su nous divina no podía morir, sino que Simón, el cirenaico, ofreció su vida por él, y que la nous, gracias a su poder, hizo que Simón se pareciera a Jesús. Con respecto al sacrificio cósmico del Cristo, Ireneo afirma lo siguiente: «Cuando el Padre no creado ni nombrado vio la corrupción de la humanidad, envió al mundo a su primogénito, Nous en forma de Cristo, para redimir a todos los que crean en Él, con el poder de los creadores del mundo (el Demiurgo y sus seis hijos varones, los genios planetarios). Él apareció entre los hombres como Jesús hecho hombre e hizo milagros»

Los gnósticos dividían la humanidad en tres partes: aquellos que, como salvajes, adoraban solo a la naturaleza visible; aquellos que, como los judíos, adoraban al Demiurgo, y, por último, ellos mismos u otros de un culto similar, incluidas determinadas escuelas de cristianos, que adoraban al Nous (Cristo) y la auténtica luz espiritual de los eones superiores. Tras la muerte de Basílides, Valentino se convirtió en la principal inspiración del movimiento gnóstico. Complicó aún más el sistema de la filosofía gnóstica, añadiéndole infinidad de detalles. Incrementó la cantidad de emanaciones del Gran Uno (el Abismo) a quince parejas y también hizo mucho hincapié en la Virgen Sofía, o la sabiduría. En los Libros del Salvador, parte de los cuales se conocen habitualmente como el Pistis Sophia, se puede encontrar bastante material relacionado con la extraña doctrina de los eones y sus peculiares habitantes James Freeman Clarke, refiriéndose a las doctrinas de los gnósticos, dice lo siguiente:«Estas doctrinas, por extrañas que nos parezcan, tuvieron amplia influencia en la Iglesia cristiana». Muchas de las teorías de los antiguos gnósticos, en particular las relacionadas con cuestiones científicas, han sido corroboradas por la investigación moderna. Del tronco principal del gnosticismo se ramificaron varias escuelas, como los valentinianos, los ofitas (adoradores de serpientes) y los adamitas. A partir del siglo III, su poder decayó y los gnósticos prácticamente desaparecieron del mundo filosófico. En la Edad Media intentaron resucitar los principios del gnosticismo, pero, debido a la destrucción de sus documentos, no pudieron conseguir el material necesario. Todavía existen muestras de la filosofía gnóstica en el mundo moderno, pero llevan otros nombres y su verdadero origen ni siquiera se sospecha. En realidad, muchos de los conceptos gnósticos se han incorporado a los dogmas de la Iglesia cristiana y nuestras interpretaciones más recientes del cristianismo a menudo siguen las líneas del emanacionismo gnóstico.



Manly Palmer Hall - El Rito de Mitra

 

Cuando los Misterios persas inmigraron al sur de Europa, no tardaron en ser asimilados por la mentalidad latina y el culto creció rápidamente, sobre todo entre los soldados romanos; durante las guerras de conquista romanas, los legionarios llevaron aquellas enseñanzas por casi toda Europa. El culto a Mitra llegó a hacerse tan poderoso que como mínimo un emperador romano fue iniciado en la orden, que se reunía en cavernas bajo la ciudad de Roma. Con respecto a la difusión de esta escuela mistérica por distintas partes de Europa, afirma C. W. King en The Gnostics and Their Remains:
«Aún abundan los bajorrelieves mitraicos tallados en rocas o en tablillas de piedra en los países que antes pertenecían a las provincias occidentales del Imperio romano; existen varios en Alemania, muchos más en Francia y en esta isla (Gran Bretaña) se han descubierto a menudo en la línea de la muralla de Adriano, además de uno célebre que está en Bath».
Alexander Wilder, en su Philosophy and Ethics of the Zoroasters, sostiene que Mitra es el nombre zendo del sol y que se supone que viva dentro de su esfera brillante. Mitra tiene un aspecto masculino y otro femenino, aunque él mismo no es andrógino. Por una parte, es el señor del sol, poderoso y radiante, y el más magnífico de los yazata (los izad o genios del sol). Por la otra, esta divinidad representa el principio femenino y el universo mundano se reconoce como símbolo suyo. Representa a la naturaleza como receptiva y terrestre, que solo fructifica cuando la baña la gloria de la esfera solar. El culto mitraico es una simplificación de las enseñanzas más complejas de Zaratustra (Zoroastro), el mago persa del fuego. Según los persas, en la eternidad coexistían dos principios. El primero de ellos, Ahura-Mazda u Ormuz, era el espíritu del Bien. De Ormuz salieron una serie de jerarquías de espíritus buenos y hermosos (ángeles y arcángeles). El segundo de estos principios eternos se llamaba Ahrimán y también era un espíritu puro y hermoso, pero más adelante se rebeló contra Ormuz, celoso de su poder Sin embargo, esto no ocurrió hasta después de que Ormuz creara la luz, porque previamente Ahrimán no había sido consciente de la existencia de Ormuz. Debido a sus celos y su rebeldía, Ahrimán se convirtió en el espíritu del Mal y, a partir de sí mismo, diferenció huestes de criaturas destructivas para hacer daño a Onnuz.
Cuando Ormuz creó la tierra, Ahrimán se introdujo en sus peores elementos Cada vez que Ormuz hacía algo bueno, Ahrimán ponía en él el principio de la maldad. Finalmente, cuando Ormuz creó la raza humana, Ahrimán se encarnó en la naturaleza inferior del hombre, de modo que, en cada personalidad, el espíritu del Bien y el espíritu del Mal luchan por el control. Durante tres mil años, Ormuz gobernó los mundos celestiales con la luz y la bondad; después creó al hombre y, durante tres mil años más, lo dirigió con sabiduría e integridad, pero entonces comenzó el poder de Ahrimán y la lucha por el alma humana continúa durante los tres mil años siguientes. Durante el cuarto período de tres mil años, el poder de Ahrimán será destruido. El Bien volverá otra vez a la tierra, la maldad y la muerte serán derrotadas y finalmente el espíritu del Mal se inclinará humildemente ante el trono de Ormuz. Mientras Ormuz y Ahrimán luchan por controlar el alma humana y por la supremacía en la naturaleza, Mitra, el dios de la inteligencia, se interpone entre los dos como mediador. Muchos autores han reparado en la similitud entre el mercurio y Mitra. Del mismo modo en que el mercurio químico actúa como disolvente (según los alquimistas), Mitra trata de establecer la armonía entre los dos antagonistas celestes. Existen muchas similitudes entre el cristianismo y el culto a Mitra. Uno de los motivos es, probablemente, que los místicos persas invadieron Italia durante el siglo I después de Cristo y durante los primeros años de su historia los dos cultos estuvieron muy unidos. He aquí lo que afirma la Enciclopedia Británica acerca de los misterios mitraicos y los cristianos:
«El espíritu fraternal y democrático de las primeras comunidades y su origen humilde; la identificación del objeto de adoración con la luz y el sol; las leyendas de los pastores con sus dones y la adoración, el diluvio y el arca; la representación artística del carro de fuego y la extracción de agua de las piedras; el uso de campanas y velas, agua bendita y la comunión; la santificación del domingo y del 25 de diciembre: la insistencia en la conducta moral, el énfasis que ponían en la abstinencia y el autocontrol: la doctrina del cielo y el infierno, de la revelación primitiva, de la mediación del Logos que emana de lo divino, el sacrificio expiatorio, la lucha constante entre el bien y el mal y el triunfo final de aquel, la inmortalidad del alma, el juicio final, la resurrección de la carne y la destrucción del universo por el fuego son algunas de las similitudes que, reales o tan solo aparentes, permitieron al mitraísmo prolongar su resistencia al cristianismo». Los ritos de Mitra se celebraban en cuevas. Porfirio, en La gruta de las ninfas, afirma que Zaratustra (Zoroastro) fue el primero que consagró una gruta para adorar a Dios, porque una caverna simboliza la tierra o el mundo inferior de la oscuridad. John P. Lundy, en su Monumental Christianity, describe la cueva de Mitra con las siguientes palabras: «Sin embargo, esta cueva estaba adornada con los signos del Zodiaco, Cáncer y Capricornio. Los solsticios de verano e invierno eran los que más llamaban la atención, como las puertas de las almas que descendían a esta vida o salían de ella para ascender hacia los dioses: Cáncer era la puerta del descenso y Capricornio, la del ascenso. Estas son las dos vías de los inmortales que suben y bajan de la tierra al cielo y del cielo a la tierra». Se cree que la llamada «silla de san Pedro», en Roma, se había usado en uno de los Misterios paganos, posiblemente el de Mitra, en cuyas grutas subterráneas se reunían los devotos de los Misterios cristianos en los primeros tiempos de su fe. En Anacalypsis, Godfrey Higgins escribe que, en 1662, mientras se limpiaba aquella silla sagrada de Bar Jonás, se descubrieron en ella los doce trabajos de Hércules y que, posteriormente, los franceses descubrieron en la misma silla la confesión de fe de Mahoma, escrita en árabe.
La iniciación en los ritos de Mitra, como la iniciación en muchas otras escuelas filosóficas antiguas consistía, aparentemente, en tres grados importantes. La preparación para estos grados consistía en la auto-purificación, el desarrollo de las capacidades intelectuales y el control de la naturaleza animal. En el primer grado se entregaba al candidato una corona en la punta de una espada y se lo instruía en los misterios del poder oculto de Mitra. Es probable que le enseñaran que la corona dorada representaba su propia naturaleza espiritual, que debía exteriorizar y desarrollar antes de poder glorificar realmente a Mitra, porque Mitra era su propia alma, que actuaba como mediador entre Ormuz, su espíritu, y Ahrimán, su naturaleza animal. En el segundo grado le entregaban la armadura de la inteligencia y la pureza y lo enviaban a la oscuridad de los pozos subterráneos a luchar contra las bestias de la lujuria, la pasión y la degeneración. En el tercer grado le daban una capa con los signos del Zodiaco y otros símbolos astrológicos dibujados o bordados. Una vez acabadas las iniciaciones, lo aclamaban como si hubiese resucitado de entre los muertos, lo instruían en las enseñanzas secretas de los místicos persas y se convertía en miembro hecho y derecho de la orden. Los candidatos que superaban con éxito las iniciaciones mitraicas recibían el nombre de «leones» y se les ponía en la frente la marca de la cruz egipcia. El propio Mitra se representa a menudo con cabeza de león y dos pares de alas. Durante todo el ritual se repetían las referencias al nacimiento de Mitra como divinidad solar, su sacrificio por el hombre, su muerte para que los hombres alcancen la vida eterna y, por último, su resurrección y la salvación de toda la humanidad gracias a su intercesión ante el trono de Ormuz.
Aunque el culto a Mitra no alcanzó la altura filosófica que logró Zaratustra, tuvo un efecto trascendental en la civilización del mundo occidental, porque hubo una época en la cual casi toda Europa se había convertido a sus doctrinas. Roma, en sus relaciones con otras naciones, les inoculó sus principios religiosos y en muchas instituciones posteriores se manifiesta la cultura mitraica. Las referencias al «león» y a la «garra del león» en el grado masónico de Maestro tienen un fuerte tinte mitraico y es posible que se originen en este culto. En la iniciación mitraica aparece una escalera de siete travesaños. Faber opina que esta escalera era, originariamente, una pirámide de siete escalones Es posible que la escalera masónica de siete travesaños se originase en este símbolo mitraico. Nunca se permitió el ingreso de mujeres en la orden mitraica: sin embargo, los niños varones se iniciaban mucho antes de alcanzar la madurez. Es posible que la negativa a permitir el ingreso de mujeres en la masonería se basara en el motivo esotérico que figuraba en las instrucciones secretas de los mitraicos. Este culto es otro ejemplo excelente de aquellas sociedades secretas cuyas leyendas son, en gran medida, representaciones simbólicas del sol y su viaje a través de las casas celestes. Mitra, que surge de una piedra, no es más que el sol que se eleva por encima del horizonte o, como suponían los antiguos, que sale del horizonte en el equinoccio vernal. John O’Neill cuestiona la teoría de que Mitra fuese una divinidad solar y, en The Night of the Gods, escribe lo siguiente:«El Mitra avestano, el yazata de la luz, tiene “diez mil ojos, es alto, con pleno conocimiento (perethuvaedayana), es fuerte, no duerme y está siempre en vela (jaghaurvaunghem)”. El dios supremo Ahura Mazda también tiene un solo ojo o, de lo contrario, se dice que “con sus ojos el sol, la luna y las estrellas todo lo ve”. La teoría de que Mitra era originariamente un título del dios supremo de los cielos (que expulsaba de la corte al sol) es la única que cumple todos los requisitos. Resulta evidente que aquí tenemos orígenes en abundancia para el ojo de la masonería y su nunquam dormio». El lector no debe confundir el Mitra persa con el védico. Según Alexander Wilder, «los ritos mitraicos sustituyeron a los Misterios de Baco y se convirtieron en la base del sistema gnóstico, que se impuso durante muchos siglos en Asia, Egipto e incluso en el Occidente remoto».

Manly Palmer Hall - Los Mistérios Druídicos de Britania y la Galia

 

En algún período remoto, los habitantes originales y primitivos de Britania revivieron y reformaron sus instituciones nacionales. Hasta entonces, su sacerdote o instructor había recibido simplemente el nombre de Gwydd, pero consideraron que se había vuelto necesario dividir su cometido entre el sacerdote nacional o supremo y otro con una influencia más limitada. A partir de entonces, aquel se convirtió en el Der-Wydd (druida) o instructor superior y [este en el] Go-Wydd u O-Vydd (vate), el instructor subordinado; los dos respondían al nombre general de Beirdd (bardos) o maestros de la sabiduría. A medida que el sistema fue madurando y creciendo, el orden de los bardos pasó a estar compuesto por tres clases: los druidas, los Beirdd Braint o bardos privilegiados y los vates.

El origen de la palabra «druida» es objeto de controversia. Max Müller cree que, como la palabra irlandesa drui, significa «el hombre de los robles». Además, llama la atención al hecho de que los griegos llamaban dryades a los dioses de los bosques y las divinidades de los árboles. Algunos creen que la palabra tiene origen teutónico y otros la atribuyen a los galeses. Unos pocos la remontan al gaélico druidh, que significa «hombre sabio» o «hechicero». En sánscrito, la palabra dru quiere decir «árbol».

En tiempos de la conquista romana, los druidas estaban perfectamente instalados en Britania y la Galla. No se cuestionaba el poder que tenían sobre el pueblo y ha habido casos en los que unos ejércitos que estaban a punto de atacarse envainaron sus espadas cuando así se lo ordenaron los druidas de blancas vestiduras. Ninguna empresa de gran importancia comenzaba sin la colaboración de estos patriarcas, que actuaban como mediadores entre los dioses y los hombres. Merecidamente, se atribuye a la orden druídica un conocimiento profundo de la naturaleza y sus leyes. Según la Enciclopedia Británica, la geografía, las ciencias físicas, la teología natural y la astrología eran sus estudios preferidos. Los druidas tenían conocimientos básicos de medicina, en particular del uso de plantas medicinales. También se ha hallado instrumental quirúrgico rudimentario en Inglaterra e Irlanda. En un curioso tratado sobre la medicina británica primitiva se establece que todos los que la practicasen habían de contar con un jardín o un patio donde cultivar ciertas hierbas necesarias para su profesión. Éliphas Lévi, el célebre trascendentalista, hace la siguiente afirmación significativa: «Los druidas eran sacerdotes y médicos, curaban por magnetismo y cargaban amuletos con su influencia fluida. Sus remedios universales eran el muérdago y los huevos de serpiente, porque estas sustancias atraen la luz astral de una forma especial. La solemnidad con la que cortaban el muérdago atraía hacia esta planta la confianza popular y le otorgaba gran poder magnético.

[…] Algún día, el avance del magnetismo nos revelará las propiedades absorbentes del muérdago y entonces comprenderemos el secreto de estas plantas mullidas que extraían las virtudes desaprovechadas de los vegetales y se recargaban de tinturas y sabores Una ciencia médica que será nueva porque es vieja utilizará con conocimiento de causa las setas, las trufas, las agallas de los árboles y los diferentes tipos de muérdago […] pero no se debe avanzar más rápido que la ciencia, que retrocede para poder avanzar más».

El muérdago no solo era sagrado como símbolo del remedio universal o panacea, sino también porque crecía en el roble. A través del símbolo del roble, los druidas adoraban a la Divinidad Suprema y, por consiguiente, todo lo que creciera en este árbol era sagrado para Ella. En determinadas épocas del año, según la posición del sol, la luna y las estrellas, el archidruida trepaba al roble y cortaba el muérdago con una hoz dorada destinada a tal fin. La planta parásita se envolvía en telas blancas que se utilizaban precisamente para la ocasión: para que no tocara la tierra y se contaminara con las vibraciones terrestres. Por lo general se sacrificaba un toro blanco debajo del árbol. Los druidas eran iniciados de una escuela secreta que existía entre ellos. Esta escuela, muy semejante a los Misterios báquicos y los eleusinos de Grecia o a los ritos egipcios de Isis y Osiris, se designa justamente con el nombre de «Misterios druídicos». Mucho se ha especulado con respecto a la sabiduría secreta que los druidas afirmaban poseer. Sus enseñanzas secretas no se escribieron jamás, sino que se transmitían de forma oral a los candidatos preparados especialmente. Robert Brown, del grado 32, opina que los sacerdotes británicos obtuvieron su información de los navegantes tirios y fenicios que, miles de años antes de la era cristiana, establecieron colonias en Britania y la Galia mientras buscaban estaño. Thomas Maurice, en su Indian Antiquities, diserta largamente sobre las expediciones fenicias, cartaginesas y griegas que iban a las islas Británicas en busca de estaño. Otros opinan que los Misterios celebrados por los druidas eran de origen oriental, posiblemente budista.

La proximidad de las islas Británicas a la Atlántida perdida puede explicar el culto solar, que desempeña un papel importante en los rituales del druidismo. Según Artemidoro, en una isla cercana a Gran Bretaña adoraban a Ceres y a Perséfone con ritos y ceremonias similares a los de Samotracia. No cabe duda de que el panteón druídico incluye gran cantidad de deidades griegas y romanas, lo cual dejó pasmado a César durante su conquista de Britania y la Galia y lo hizo afirmar que aquellas tribus adoraban a Mercurio, Apolo, Marte y Júpiter de una manera similar a la de los países latinos. Es casi seguro que los Misterios druídicos no son autóctonos de Britania ni de la Galia, sino que emigraron de alguna de las civilizaciones más antiguas.

La escuela de los druidas se dividía en tres partes distintas y las enseñanzas secretas que representaban son prácticamente las mismas que los misterios ocultos tras las alegorías de la Logia Azul masónica. La inferior de estas tres divisiones era la del vate (ovydd), un grado honorario que no requería ninguna purificación ni preparación especial. Los vates vestían de verde, el color druídico del conocimiento, y tenían que saber un poco de medicina, astronomía, poesía —en la medida de lo posible— y a veces música. Un vate era una persona admitida en la orden druídica por su excelencia general y su conocimiento superior acerca de los problemas de la vida. La segunda división era la del bardo (beirdd), cuyos miembros vestían de azul celeste para representar la armonía y la verdad. Les correspondía la tarea de memorizar, al menos en parte, los veinte mil versos de la poesía sagrada druídica. A menudo se los representaba con el arpa primitiva británica o irlandesa, un instrumento cuyas cuerdas eran de cabello humano, tantas como costillas había de un lado del cuerpo humano. Aquellos bardos se elegían a menudo como maestros de los candidatos a ingresar en los Misterios druídicos. Los neófitos llevaban trajes a rayas azules, verdes y blancas, los colores sagrados de la orden druídica. La tercera división era la de los druidas (derwyddon), cuya tarea específica consistía en ocuparse de las necesidades religiosas de la población. Para alcanzar esta dignidad, los candidatos primero tenían que llegar a ser bardos privilegiados. Los druidas iban siempre vestidos de blanco: era símbolo de su pureza y el color que ellos usaban para simbolizar el sol.

Para alcanzar la posición elevada de archidruida, o jefe espiritual de la organización, el sacerdote tenía que superar los seis grados sucesivos de la orden druídica. (Los miembros de los distintos grados se distinguían por el color de su faja, porque todos llevaban vestiduras blancas. Algunos autores opinan que el título de archidruida era hereditario y que pasaba de padres a hijos, aunque es más probable que el honor se concediera por votación. Su titular era elegido entre los miembros más sabios de los grados druídicos superiores, por sus virtudes y su integridad). Según James Gardner, en Britania solía haber dos archidruidas: uno residía en la isla de Anglesey y el otro en la isla de Man. Se supone que había otros en la Galia. Estos dignatarios por lo general llevaban un cetro dorado y una corona de hojas de roble como símbolo de su autoridad. Los miembros más jóvenes de la orden druídica iban afeitados y vestidos modestamente, mientras que los más ancianos llevaban largas barbas canosas y espléndidos adornos dorados. Como el sistema educativo de los druidas británicos superaba al de sus colegas del continente europeo, muchos jóvenes gajos eran enviados a escuelas druídicas en Britania para recibir instrucción filosófica. Éliphas Lévi afirma que los druidas vivían en rigurosa abstinencia, estudiaban las ciencias naturales, guardaban el secreto más estricto y solo admitían nuevos miembros después de prolongados períodos de prueba. Muchos de los sacerdotes de la orden vivían en edificios bastante similares a los monasterios actuales. Se reunían en grupos, como los ascetas del Lejano Oriente. Aunque el celibato no era obligatorio, pocos contraían matrimonio. Muchos de los druidas se retiraban del mundo y vivían como ermitaños en cuevas, en casas toscas de piedra o en pequeñas chozas en medio de algún bosque, donde oraban y meditaban y de las que solo salían para cumplir sus obligaciones religiosas. En su Ten Great Religions, James Freeman Clarke describe como sigue las creencias de los druidas: «Los druidas creían en tres mundos y en la transmigración de uno a otro: un mundo superior a este, en el cual reinaba la felicidad; un mundo inferior, de desdicha, y el estado actual. Esta transmigración servía para castigar y recompensar y también para purificar el alma. En el mundo presente —decían—, el Bien y el Mal están tan bien equilibrados que el hombre tiene la máxima libertad y puede elegir o rechazar ambos. Las tríadas galesas nos cuentan que la metempsicosis tenía tres propósitos: reunir en el alma las propiedades de todo el ser, adquirir el conocimiento de todas las cosas y conseguir poder para vencer al mal. También hay —dicen— tres tipos de conocimiento: el conocimiento del nombre de cada cosa, el de su causa y el de su influencia. Hay tres cosas que decrecen constantemente: la oscuridad, la falsedad y la muerte, y hay tres que crecen constantemente: la luz, la vida y la verdad».

Como casi todas las escuelas de los Misterios, las enseñanzas de los druidas se dividían en dos partes diferenciadas. La más sencilla, un código moral, se enseñaba a todo el mundo, mientras que la doctrina esotérica, más profunda, solo se presentaba a los sacerdotes iniciados. Para ingresar en la orden, el candidato tenía que ser de buena familia y de moral intachable. No se le confiaban secretos importantes hasta que no hubiese sido tentado de muchas formas y la fortaleza de su carácter no hubiese sido sometida a duras pruebas. Los druidas enseñaron a los pueblos de Britania y la Galla acerca de la inmortalidad del alma. Creían en la transmigración y, aparentemente, en la reencarnación. Pedían prestado en una vida y prometían devolver en la siguiente. Creían en un infierno purificador en el que expiarían sus pecados para pasar después a la felicidad de la unidad con los dioses. Los druidas enseñaban que todos los hombres se salvarían, pero que algunos debían regresar a la tierra varias veces para aprender las lecciones de la vida humana y para vencer el mal inherente en su propia naturaleza. Antes de que se confiaran a un candidato las doctrinas secretas de los druidas, tenía que jurar guardar el secreto. Aquellas doctrinas se transmitían solo en la profundidad de los bosques y en la oscuridad de las cuevas.

En aquellos sitios poco frecuentados se instruía al neófito acerca de la creación del universo, las personalidades de los dioses, las leyes de la naturaleza, los secretos de la medicina oculta, los misterios de los cuerpos celestes y los rudimentos de la magia y la hechicería. Los druidas tenían gran cantidad de días festivos. La luna nueva y la llena y el sexto día de la luna eran períodos sagrados. Se cree que las iniciaciones solo se celebraban durante los dos solsticios y los dos equinoccios. Al amanecer del vigésimoquinto día de diciembre se celebraba el nacimiento de la divinidad solar. Según algunos, las enseñanzas secretas de los druidas están teñidas de la filosofía pitagórica. Los druidas tenían una virgen madre con un niño en los brazos que era sagrada para sus Misterios y su divinidad solar resucitaba en la misma época del año en la que los cristianos actuales celebran la Pascua. Tanto la cruz como la serpiente eran sagradas para los druidas, que, para hacer la primera, cortaban todas las ramas de un roble y sujetaban una de ellas al tronco para formar la letra te. Aquella cruz de roble se convirtió en símbolo de su divinidad suprema. También adoraban al sol, la luna y las estrellas. La luna era objeto de especial veneración. César afirmaba que Mercurio era uno de los dioses principales de los galos. Se supone que los druidas adoraban a Mercurio con la apariencia de un cubo de piedra. También sentían gran veneración por los espíritus de la naturaleza (hadas, gnomos y ondinas), pequeñas criaturas de los bosques y los ríos a los que hacían muchas ofrendas. A continuación, la descripción de los templos de los druidas que hace Charles Heckethorn en The Secret Societies of All Ages & Countries:

«Los templos en los que conservaban el fuego sagrado por lo general estaban situados en promontorios y en robledales espesos; los había de diversas formas: circular, porque el círculo es el símbolo del universo: ovalado, en referencia al huevo mundano, del cual surgieron, según la tradición de numerosas naciones el universo o, según otras, nuestros primeros padres: serpenteante, porque la serpiente era el símbolo de Hu, el Osiris druídico; cruciforme, porque la cruz es un emblema de regeneración, o alado, para representar el movimiento del espíritu divino. […] Sus divinidades principales se podían reducir a dos: una masculina y una femenina, el gran padre y la gran madre, Hu y Ceridwen, que reúnen las mismas características que Osiris e Isis, Baco y Ceres o cualquier otra pareja de dioses supremos que representen los dos principios de todo ser».

Godfrey Higgins afirma que Hu, el Poderoso, considerado el primer poblador de Britania, procedía de un lugar que las tríadas galesas llaman «el país del verano»», donde actualmente está situada Constantinopla. Albert Pike dice que la Palabra Perdida de la masonería está oculta en el nombre del dios druida Hu. La escasa información existente acerca de las iniciaciones secretas de los druidas indica una marcada similitud entre su escuela mistérica y las de Grecia y Egipto. Hu, la divinidad solar, fue asesinado y, tras pasar por una cantidad de pruebas extrañas y rituales místicos, recuperó la vida. Había tres grados en los Misterios druídicos, pero eran pocos los que los superaban todos. Se enterraba al candidato en un ataúd, como símbolo de la muerte de la divinidad solar. Sin embargo, la prueba suprema consistía en echarlo al mar en una barca abierta. Muchos perdieron la vida en esta prueba. Taliesin, un erudito antiguo que pasó por todos los Misterios, describe la iniciación de la barca abierta en The Origin of Pagan Idolatry de Faber. Se decía que los pocos que superaban aquel tercer grado habían «nacido otra vez» y que les enseñaban las verdades secretas y ocultas que los sacerdotes druidas conservaban desde la Antigüedad. De aquellos iniciados salieron muchos de los dignatarios del mundo religioso y político británico.


Manly Palmer Hall - Los Mistérios Antiguos y Las Sociedades Secretas

 

LOS MISTERIOS ANTIGUOS Y LAS SOCIEDADES SECRETAS QUE HAN INFLUIDO EN EL SIMBOLISMO MASÓNICO MODERNO

—Primera parte—

Cuando tienen que hacer frente a un problema que exige aplicar la facultad de razonamiento, las personas inteligentes no pierden el aplomo y tratan de encontrar una solución buscando datos que tengan que ver con la cuestión. En cambio, ante un problema similar, las de mentalidad inmadura se abruman. Es posible que aquellas estén capacitadas para resolver el enigma de su propio destino: a estas,en cambio, hay que conducirlas como a un rebaño de ovejas y hay queenseñarles en un lenguaje sencillo. Dependen casi exclusivamente de los cuidados del pastor. El apóstol san Pablo decía que a estos niños había que alimentarlos con leche, mientras que la carne es la comida de los hombresfuertes. La irreflexión es casi sinónimo de puerilidad, mientras que la reflexión simboliza la madurez. Hay, no obstante, muy pocas mentes maduras en el mundo y por eso las doctrinas filosófico-religiosas de los paganos se dividieron para satisfacer las necesidades de estos dos grupos fundamentales del intelecto humano: uno, filosófico y el otro, incapaz de apreciar los misterios más profundos de la vida. A los pocos capaces de discernir les fueron reveladas las enseñanzas esotéricas o espirituales, mientras que la mayoría incompetente recibió solo las interpretaciones literales o exotéricas. A fin de simplificar las grandes verdades de la naturaleza y los principios abstractos de la ley natural, las fuerzas vitales del universo se personificaron y se transformaron en los dioses de las mitologías antiguas. Mientras las multitudes ignorantes presentaban sus ofrendas ante los altares de Príapo y de Pan (divinidades que representan las energías de la procreación), los sabios reconocían en aquellas estatuas de mármol meras concreciones simbólicas de grandes verdades abstractas. En todas las ciudades del mundo antiguo había templos para el culto y las ofrendas del público y en todas las comunidades había también filósofos y místicos muy versados en las tradiciones naturales que solían reunirse y formar escuelas filosóficas y religiosas cerradas. Los más importantes de aquellos grupos se conocían con el nombre de «Misterios». Muchos de los grandes cerebros de la Antigüedad fueron iniciados en aquellas fraternidades secretas mediante ritos extraños y misteriosos, algunos de los cuales eran sumamente crueles. Alexander Wilder define los Misterios como «obras dramáticas sagradas que se representaban en momentos señalados. Los más famosos eran los de Isis, Sabazios, Cibeles y Eleusis». Una vez admitidos, se instruía a los iniciados en la sabiduría secreta que se había preservado durante siglos. Platón, iniciado en una de estas órdenes secretas, fue muy criticado, porque en sus obras reveló muchos de los principios filosóficos secretos de los Misterios.

Todas las naciones paganas han tenido y tienen no solo su religión oficial, sino también otra a la cual solo han podido acceder los filósofos elegidos. Muchos de estos cultos antiguos desaparecieron de la faz de la tierra sin revelar sus secretos, aunque unos cuantos han sobrevivido la prueba del tiempo y sus símbolos misteriosos todavía se conservan. Buena parte del ritualismo de la masonería se basa en las pruebas a las que los hierofantes antiguos sometían a los candidatos antes de confiarles las llaves de la sabiduría. Pocos se dan cuenta de hasta qué punto las antiguas escuelas secretas han influido en los intelectos contemporáneos y, a través de ellos, en la posteridad. Robert Macoy, del grado 33, en su General History, Cyclopedia and Dictionary of Freemasonry, rinde un homenaje espléndido al papel que han desempeñado los antiguos Misterios en la construcción del edificio de la cultura humana. Dice, en parte: «Parece que toda la perfección de la civilización y todos los avances de la filosofía, la ciencia y el arte entre los antiguos se deben a aquellas instituciones que, bajo el velo del misterio, intentaban poner de manifiesto las verdades más sublimes de la religión, la moralidad y la virtud y estampadas en el corazón de sus discípulos. […] Su objetivo principal era enseñar la doctrina de un Dios único, la resurrección del hombre a la vida eterna, la dignidad del alma humana y conducir a las personas para ver la sombra de la divinidad en la belleza, la magnificencia y el esplendor del universo».

Con la decadencia de la virtud, que ha precedido a la destrucción de todas las naciones de la historia, los Misterios fueron degenerando. La hechicería sustituyó a la magia divina. Se introdujeron prácticas indescriptibles (como las bacanales) y se impuso la perversión, porque las instituciones no pueden ser mejores que los miembros que las componen. Desesperados, los pocos fieles que quedaban trataron de evitar que las doctrinas secretas cayeran en el olvido. En algunos casos lo consiguieron, pero la mayoría de las veces los arcanos se perdieron y solo se conservó la cáscara vacía de los Misterios.

Thomas Taylor ha escrito lo siguiente: «El hombre es por naturaleza, un animal religioso». Desde los albores de su conciencia, el hombre ha adorado y reverenciado objetos como símbolos del Objeto invisible, omnipresente e indescriptible con respecto al cual no podía descubrir prácticamente nada. Los Misterios paganos se opusieron a los cristianos durante los primeros siglos de su iglesia y declararon que, para la nueva fe (el cristianismo), la virtud y la integridad no eran requisitos para la salvación. Celso exponía su opinión cáustica sobre el tema en los siguientes términos:

«Que, sin embargo, no acuso a los cristianos con mayor amargura que la que impone la verdad se puede conjeturar de lo siguiente, porque quienes convocan a los hombres a otros misterios proclaman: “Que se acerquen aquellos que tengan las manos limpias y que pronuncien palabras sabias”. Asimismo, otros proclaman: “Que se acerquen los puros de toda maldad, aquellos cuya alma no sea consciente de ningún mal y que lleven una vida justa y recta”. Tales cosas proclaman los que prometen la purificación de todo error. Oigamos ahora quiénes son llamados a los misterios cristianos: los pecadores, los insensatos, los simples y, en síntesis, los que lloran; ellos recibirán el reino de Dios. ¿No llamáis acaso, al pecador, al injusto, al ladrón, al brujo, al sacrílego o al profanador de tumbas? ¿A quiénes más tendría que llamar el que convoca para reunir a todos los ladrones?».

Celso no arremetía contra la fe verdadera de los primeros místicos cristianos, sino contra las formas falsas que ya se estaban introduciendo en su época. Los ideales del cristianismo primitivo se basaban en los elevados principios morales de los Misterios paganos y los primeros cristianos que se reunían bajo la ciudad de Roma usaban como lugar de culto los templos subterráneos de Mitra, de cuyo culto procede la mayor parte del sacerdotismo de la Iglesia actual. Los filósofos antiguos creían que nadie puede vivir de forma inteligente si no posee un conocimiento fundamental de la naturaleza y de sus leyes. Para poder obedecer, el hombre tiene que comprender y los Misterios se dedicaban a enseñar a los hombres el funcionamiento de la ley divina en la esfera terrestre. Eran pocos los cultos primitivos que realmente adoraban a divinidades antropomórficas aunque su simbolismo pudiera inducirnos a pensar lo contrario. Eran más moralistas que religiosos y más filosóficos que teológicos. Enseñaban al hombre a usar sus facultades con más inteligencia, a ser pacientes ante la adversidad, a tener valor ante el peligro, a mantenerse fieles ante las tentaciones y, sobre todo, a pensar que una vida digna era el mejor sacrificio que podían ofrecer a Dios y que su cuerpo era un altar sagrado para la divinidad. El culto al sol desempeñaba un papel importante en casi todos los Misterios paganos primitivos, lo cual indica la probabilidad de que se originaran en la Atlántida, cuyos habitantes eran adoradores del sol. La divinidad solar se solía representar como un joven hermoso, de largos cabellos dorados, como símbolo de los rayos del sol. Aquella divinidad solar dorada era asesinada por rufianes malvados que personificaban el principio de la maldad del universo. Por medio de determinados rituales y ceremonias que simbolizaban la purificación y la regeneración, aquel maravilloso dios del bien volvía a la vida y se convertía en el salvador de su pueblo. Los procesos secretos que permitían su resurrección simbolizaban aquellas culturas mediante las cuales el hombre consigue superar su naturaleza inferior, dominar sus apetitos y manifestar el lado más elevado de sí mismo. Los Misterios se organizaban con el propósito de ayudar a la criatura humana en apuros a volver a despertar los poderes espirituales que, rodeados por el círculo maldito de la lujuria y la degeneración, dormían en su alma. En otras palabras, se brindaba al hombre una manera de recuperar el estado que había perdido.

En el mundo antiguo, casi todas las sociedades secretas eran filosóficas y religiosas. Durante el medioevo, eran fundamentalmente religiosas y políticas, aunque se mantuvieron algunas escuelas filosóficas. En la época actual, las sociedades secretas de los países occidentales son principalmente políticas o fraternales, aunque en algunas de ellas, como la masonería, sobreviven aún los antiguos principios religiosos y filosóficos. Por una cuestión de espacio no podemos hacer un análisis detallado de las escuelas secretas. Realmente ha habido montones de aquellos cultos antiguos, con ramas en todas partes del mundo oriental y del occidental. Alguna, como las de Pitágoras y los herméticos, muestran una marcada influencia oriental, mientras que los rosacruces, según proclaman ellos mismos, obtuvieron de los místicos árabes la mayor parte de su sabiduría. Aunque las escuelas mistéricas por lo general se asociaban con la civilización, hay pruebas de que los pueblos menos civilizados de la época prehistórica las conocían. Los nativos de islas remotas, muchos de los cuales vivían según las formas menos evolucionadas de salvajismo, poseen rituales místicos y prácticas secretas que, aunque primitivos, muestran claros tintes masónicos.