domingo, 23 de abril de 2023

Albert Pike - Las Enseñanzas De La Masoneria

Conferencia
Leída a Petición
de la Gran Logia,
por el Hermano ..'. Albert Pike
Las Nocivas Consecuencias de las Escisiones
y Disputas por el Poder en la Masonería,
y de las Envidias y los Desacuerdos
entre los Ritos Masónicos
1858

Tal es, hermanos míos, el tema sobre el cual se me ha pedido que me dirija a vosotros. Algunos, que tienen los intereses de la Masonería en el co­razón, han creído que era posible decir algo sobre esta cuestión que podría servir para borrar impre­siones erróneas, para aumentar la unión y la ar­monía entre Masones, y para persuadir a la socie­dad en general que su bienestar y progreso están, en parte, implicados en el avance y prosperidad de la Masonería. Han exigido que yo diga eso; y, aun­que de una manera natural poco dispuesto a ha­cerlo, mi obligación como Masón me obstruye to­dos los caminos para poder escapar, y obliga a la falta de inclinación que ceda al mandato impera­tivo del deber.
No necesitaría discusión el mostrar que para la misma Orden Masónica, como para cualquier otra orden o asociación, por poco pretenciosas y poco importantes que sean, las disensiones in­testinas, las luchas por la posesión del poder, las envidias y ardores de corazón deben necesaria­mente de ser dañinas, retardar su crecimiento y progreso, repeler a aquellos que, si estuviera en paz dentro de sí misma, buscarían aproximarse a sus puertas; y al principio disminuir y final­mente destruir su capacidad para ser útil. Si esto fuera todo lo que yo deseaba demostrar, podría concluir ahora mismo.
Pero nosotros, hermanos míos, no creemos que esto sea todo. Nosotros creemos que los intereses más elevados de la Sociedad y de la comunidad en la que vivimos y, quizás, incluso intereses más am­plios y más generales aún, aquellos de la Nación, y de la humanidad en general, son afectados y da­ñados, en eso que afecta y daña a la Masonería. Nosotros creemos que el mundo sin nuestros Tem­plos está profundamente interesado en la conti­nuación o restauración de la paz y armonía den­tro; y que cada Masón que anima o por apatía per­mite las disensiones dentro de las paredes que es­conden nuestros misterios de los ojos del mundo,es un enemigo, no sólo de la Masonería, sino tam­bién del avance y prosperidad del mundo.
Es realmente verdad que el mundo en general, los hombres de estado y los hombres de negocios, no tienen el hábito de conceder mucha importan­cia a las operaciones pacíficas, los esfuerzos acti­vos y las influencias silenciosas de la Masonería. Algunos incluso piensan mal de la orden; para otros sus pretensiones son objeto de risa y alimen­tan el escarnio; mientras que probablemente la impresión general es que es una asociación inocua e inofensiva, bastante loable por sus tendencias benevolentes, obras benéficas, y la ayuda que sus miembros se prestan mutuamente unos a otros; pero una, en la que el mundo en general no está interesado en ningún sabio; una, cuyas ceremonias son frivolas; sus secretos, mero fingimiento; sus tí­tulos y dignidades, absurdos, y sus desacuerdos, meras disputas infantiles por honores estériles y una vacía precedencia. Encaja sólo para provocar las sonrisas de compasión de los serios y la risa sarcástica de los malos de corazón.
Tampoco se ha de negar, que hay cierta garan­tía para esto, en la desgraciada proclividad de her­manos excesivamente celosos y faltos de juicio para hacer remontar la historia de la Masonería a los tiempos cuando Adán en el Jardín del Edén era Gran Maestro; para inventar fábulas y elaborar tradiciones; para invertir con una santidad miste­riosa los trillados tópicos que todo el mundo es li­bre de conocer; para dar interpretaciones de sím­bolos que cada intelectual sabe que no son verdad y que cada hombre con tino sabe que son insípi­das y triviales; en el vano desfile de títulos sono­ros y condecoraciones brillantes; y sobre todo, en las disputas airadas que quiebran el seno de la Orden, acompañadas por palabras agrias, epítetos ásperos y acusaciones en voz alta, que desmienten la demanda de los combatientes de la hermandad, con respecto a cuestiones que para el mundo pa­recen insignificantes e irreales.
¿Está la sociedad realmente interesada en la paz y el progreso de la Masonería? ¿Tiene el mun­do un derecho moral para exigir que la armonía gobierne en nuestros templos? ¿Es esta una mate­ria que concierna en modo alguno a la comuni­dad? ¿Cómo son de graves e importantes los inte­reses que por nuestras locas disensiones impru­dentemente ponemos en peligro? ¿Y mediante qué medios se han de restaurar y mantener la paz y la armonía?
Tales son las cuestiones que se me exige consi­derar. Para hacer esto, es evidentemente necesario primero establecer qué es la Masonería, cuáles son sus objetos y por qué medios y utensilios propone llevar a cabo esos objetos.
El bienestar de cada nación, como el de cada in­dividuo, es triple: físico, moral e intelectual. Ni fí­sico, ni moral, ni intelectualmente es nunca un pueblo estacionario. Siempre, o bien avanza o bien retrocede; y cuando uno escala una colina de nieve, avanzar exige esfuerzo continuo, mientras que para resbalar hacia abajo uno no necesita sino detenerse.
La felicidad y prosperidad de un pueblo consiste en avanzar en cualquiera de las tres líneas, física, moral e intelectual, a la vez; porque el día de su caída se acerca cada vez más, incluso cuando su intelecto está más desarrollado y las obras de su genio son más ilustres y mientras sus comodidades físicas aumentan, si su progreso moral no lleva el mismo ritmo del progreso físico e intelectual; y sin embargo sin este último, los dos primeros no in­dican la condición más elevada de un gran pueblo.
Esa institución merece el título de "benefactor público", que por un sistema de juiciosas obras be­néficas y ayuda mutua disminuye la suma total de la necesidad y pobreza absoluta del macilento, y alivia al poder público de una porción de la carga que las necesidades de los pobres y sin cobijo le imponen: porque así ayuda al progreso físico del pueblo.
Todavía merece más el título, si además requie­re imperativamente a sus miembros una actuación estricta y leal de todos esos deberes hacia su pró­jimo como individuos, que la más elevada y pura moralidad ordena; y así es la potente ayuda del derecho, y el forzador de los preceptos morales del gran Maestro que predicó el Sermón de la Mon­taña; porque así trabaja por la elevación moral del pueblo.
y todavía más, si sus iniciados se dedican tam­
bién, por necesidad, a los verdaderos intereses del
pueblo; si son la tropa de la Libertad, Igualdad y
Fraternidad, y a la vez del buen gobierno, del buen
orden y de las leyes, que elaboradas por los repre­
sentantes de todos, para el bien general de todos,
deben implícitamente ser obedecidas por todos:
porque así de nuevo se ayuda en elevar aún más el
carácter moral del pueblo.
y sobre todo, si además de todo esto, se afana
por elevar al pueblo intelectualmente, enseñando
a los que entran en sus portales las verdades más
profundas de la Filosofía, y la sabiduría de los sa­
bios de cualquier época; una concepción racional
de la Divinidad; del universo que Él ha creado, y
de las leyes que lo gobiernan; una valoración ver­
dadera del Hombre mismo, de su libertad para
actuar, de su dignidad y su destino.
Deseo hablar sólo de lo que la Masonería en­seña; y de establecer pretensiones nada extrava­gantes en su representación. Que sus preceptos no se obedecen totalmente por sus iniciados, a ningún sabio no apoca su valor o excelencia; como la imperfecta actuación de sus creyentes no apoca la excelencia de la religión.
La teoría y las intenciones de cada hombre que vive son mejores y más puras que su práctica, -no digo que lo sean desgraciadamente; porque es una de las grandes gentilezas de la Providencia, y una prueba concluyente de la existencia y de la be­nevolencia infinita de Dios, por la que el peor así como el más puro de los hombres tiene que luchar necesariamente siempre, para alcanzar un ideal y modelo de una excelencia más rara de la que pue­da nunca lograr, por mucho que se esfuerce o lu­che. Se ha dicho bien y verdaderamente que inclu­so la hipocresía es el homenaje involuntario que el vicio rinde a la virtud.
Que los Masones no viven de acuerdo con las enseñanzas de su Orden prueba sólo que son hom­bres; que, como otros hombres, son débiles con las flaquezas de la débil naturaleza humana; y que en la incesante lucha contra sus pasiones y las pode­rosas circunstancias, que nos rodean a todos noso­tros, es a menudo su destino el estar perplejo. Si las doctrinas de la Masonería son buenas, por ne­cesidad tienen su fruto y nunca se enseñan en vano. Porque nunca se siembran en vano las semi­llas aladas de la Verdad; y si se confían a los vien-tos, Dios se encarga de que echen raíces en algún sitio y crezcan.
Indagar qué es la Masonería, no es sólo buscar saber sobre su historia, sus antecedentes y sus es­tadísticas, sino más y principalmente indagar cuá­les son su moral y su filosofía. Esto último es la in­vestigación que me he propuesto resolver; pero como su importancia para el mundo exterior de­pende de la extensión de la Orden, del número de sus miembros y de su permanencia, debo prime­ro y con esta vista, sólo decir unas palabras sobre lo primero. Si la Orden Masónica fuera meramente una cosa del pasado, efímera y desapareciera ma­ñana; si fuera local y confinada a un país o a hom­bres de una fe, o si el número de iniciados fuera pequeño, y por tanto su capacidad para el bien o el mal fuera limitada, sería comparativamente poco importante indagar cuál fuera su moralidad y su filosofía.
No es efímera o transitoria. No aseveraré que fuera coetánea de Noé o Enoch, o que sus Logias se celebraran dentro de las paredes sagradas del primer templo de Jerusalén, o incluso que surgie­ra durante los tiempos de las Cruzadas. Es sufi­ciente decir que su origen está escondido en las brumas y sombras de la antigüedad. El Árabe construye en sus rudos muros los bloques labrados que una vez fueran parte de palacios Babilonios,cuando Ezequiel profetizó y cuando Daniel inter­pretó los sueños de Reyes: las piedras talladas por los Antiguos Etruscos antes de que Rómulo matara a su hermano y construyera la primera muralla para Roma, pueden verse todavía en las obras de arquitectos Romanos: y por tanto en nuestros ri­tuales, que atestiguan la antigüedad de la Orden, permanecen palabras ahora obsoletas, olvidado hace tiempo su significado y sólo recientemente recuperadas.
Sabemos por testimonio histórico que la Orden existía en Inglaterra y Escocia en el siglo XVII y fue introducida en Francia en el año 1721. Ya en el año 1787, se había extendido a casi cada Estado Europeo, a las Indias Orientales y Occidentales y Turquía; y se estimaba que había entonces 3.217 Logias, que contaban con al menos 200.000 miembros. Entonces Estados Unidos estaba en su primera infancia, principalmente confinado a una estrecha franja de país a lo largo de la costa Atlán­tica, y allí y en Canadá se estimaba que había sólo 85 Logias.
Ahora, en nuestros treinta y un estados, el Dis­trito de Columbia y nuestros Territorios hay trein­ta y seis Grandes Logias; y en toda la nación cer­ca de 4.200 Logias, a parte de otros cuerpos su­bordinados de todos los Ritos; con no menos de 140.000 miembros. En cada país Cristiano del glo-bo nuestros Templos se frecuentan; y en Turquía, India y Persia, el Mahometano se inclina con reve­rencia ante el altar de la Masonería. En Inglaterra, Francia, Escocia, Irlanda, Alemania y Suiza, la Orden ha continuado avanzando. Aunque los Pa­pas la han excomulgado y la Inquisición la ha per­seguido, la Masonería aún vive en España y bajo la sombra del trono Papal; y cuando en Nápoles ha sido poco seguro reunirse en tierra, las Logias se han celebrado en el mar abierto, a la vista de las mil luces de la ciudad y de los faros de Messina, con los cielos estrellados sólo para cubrir la Logia triangular de los botes, desde las cuales hasta el Cielo se elevaba el dulce incienso de la oración Masónica.
Los más grandes, los más sabios y los mejores entre los hombres de cada país han ordenado la gran Orden tanto en tiempos antiguos como en los modernos; y se han unido celosamente en su tra­bajo. Hombres de estado, soldados, abogados, in­telectuales, poetas, artistas, mercaderes, mecánicos y trabajadores, durante ciento treinta y siete años al menos se han "reunido en nuestras Logias seria­mente y se han marchado honestamente". Paul Jones, Lafayette y Washington fueron Masones: Franklin se sentó con Lalande en la misma Lo­gia en la que Helvetius había vestido el mandil. Casi todos los grandes comandantes y generales de Napoleón, incluyendo los tres reyes, José, Murat y Bernadotte conocían los números místicos, y convirtieron a los Ritos Francés y Escocés en ilus­tres. Las ciencias naturales contribuyeron con la Masonería con un Lacépéde, la pintura con Horace Vernet, la música con un Meyerbeer, el teatro con Taima; el derecho, con Philippe Dupin, su no menos ilustre hermano mayor y Odilon Barrot.
En otros países la Masonería contó con nom­bres distinguidos, demasiado numerosos para mencionarlos: y actualmente en el nuestro, sus iniciados ocupan los elevados puestos del país, lle­van el timón del barco del Estado, se sientan en departamentos de Estado, de Guerra, de Interior, y otros, presiden en el escaño, y representan a nuestro país en tribunales extranjeros.
En Europa ha fundado bibliotecas públicas, es­tablecido escuelas libres, dado premios por actos eminentes de virtud y heroísmo, establecido casas para Masones pobres y desamparados, alimentado a los hambrientos, vestido a los desnudos y sido el amigo de los oprimidos y desgraciados.
En nuestro propio país, sigue con buena fe el mismo camino. Establece escuelas y funda acade­mias, y sus cinco mil doscientas Logias son mu­chos centros desde los cuales la caridad fluye en todas las direcciones como la luz, y cuyas haciendas son ricas por la gratitud de viudas, y la grati­tud emocionada de los huérfanos.
Y destacando sobre todos, como una gran luz que envía sus rayos lejos al otro lado de las aguas, está La Logia de Socorro de Louisiana, la más noble de las instituciones Masónicas, que abre del todo sus puertas a los enfermos, los desampara­dos, los extraños sin amigos y da honor a la Ma­sonería y al Estado.
Con esta simple mirada a la historia, los ante­cedentes, el personal y las estadísticas de la Maso­nería, debo estar contento. Es suficiente mostrar que es importante para esta comunidad, para la Unión y para el mundo, saber cuál es la moral y la filosofía enseñada por esta Gran Orden, perma­nente y ampliamente extendida.
Entonces, ¿cuál es la moralidad de la Masone­ría? Escuchen y aprenderán.
La Masonería dice a su iniciado: "ESTÁTE Contento. Compara tu condición no con los po­cos que están por encima de ti, sino con los mi­les con los que no cambiarías de ningún modo tu fortuna ni tu condición. Un soldado no debe pensar de sí mismo que no es próspero, si no tiene el éxito de Alejandro o Wellington; ni se vea ningún hombre como desgraciado si no tie­ne la riqueza de Rothschild; sino más bien per­mítase el primero alegrarse si no es aminorado como muchos generales que sucumbieron, caba­llo y hombre, antes de Napoleón; y el último, que no es el mendigo, que en el frío viento de invierno acerca su andrajoso sombrero pidiendo limosna. Puede haber muchos que sean más ri­cos y más afortunados; es cierto que hay mu­chos miles que son muy desdichados, compara­dos contigo".
Pero la satisfacción de un Masón no debe ser de ningún modo una mera satisfacción egoísta; como el que disfruta de comodidades y es indife­rente al malestar de otros. Habrá siempre en este mundo ofensas que perdonar, sufrimientos que aliviar, penas que piden compasión, necesidades y pobreza extrema que mitigar, y amplia ocasión para el ejercicio de la caridad y beneficencia acti­vas. Y aquel que se sienta despreocupado entre todo ello, quizás disfrutando de sus propias como­didades y lujos máximamente, contrastándolos con la desdicha hambrienta y harapienta y la indi­gencia temblorosa de sus semejantes, no está con­tento, sino que es insensible y brutal.
Es la visión más triste sobre la Tierra, la de un hombre, holgazán y lujurioso o la de otro laborio­so y pobre, a quien la necesidad apela en vano y el sufrimiento grita en una lengua desconocida. El hombre cuya precipitada cólera le lleva a la violen­cia o el delito, no es la mitad de indigno de vivir.
Este es el mayordomo desleal que malversa lo que se le da en confianza para los indigentes y empo­brecidos entre sus hermanos. El verdadero Masón debe estar, y debe tener derecho a estar, contento consigo mismo; y puede estarlo, sólo cuando viva, no para él solo, sino para otros que necesitan su ayuda y que reclaman su compasión.
"La Caridad" dice un antiguo y excelente escri­tor, "es el gran canal a través del cual Dios pasa todas sus mercedes sobre la humanidad. Ya que recibimos absolución de nuestros pecados en pro­porción a nuestra capacidad de perdonar a nues­tro hermano. Esta es la regla de nuestras esperan­zas, y la medida de nuestro deseo en este mundo; y en el día de la muerte y del juicio, el gran vere­dicto sobre la humanidad se tramitará de acuerdo con nuestras limosnas, que es la otra cara de la caridad. Dios mismo es amor; y cada acto de ca­ridad que mora en nosotros nos hace partícipes de la Naturaleza Divina".
Estos principios la Masonería los reduce a la práctica; y por estos espera que se guíen y gobier­nen sus iniciados. Les dice en palabras del gran ro­mano: "Los hombres en ningún aspecto se aproxi­man más a la divinidad que cuando benefician a los hombres. Servir y hacer el bien a tantos como sea posible -no hay nada más grande en tu fortu­na que el que tú puedas hacer esto y nada más excelente en tu naturaleza que el que desees hacer­lo". Esta espera que cada hombre haga algo, de acuerdo con sus propios medios; y si no está solo, por la combinación y asociación. Una Logia pue­de ayudar a fundar una escuela o una academia; y si no, puede al menos educar a un niño o una niña, el hijo de un Hermano pobre o difunto. Y no debería olvidarse nunca que en el niño más pobre que no se tiene en estima, que parece abandona­do a la ignorancia y el vicio, puede encontrarse latente la virtud, el intelecto y el genio; y que res­catándole del fango y dándole los medios de una educación y desarrollo, la Logia puede proveer al mundo un beneficio tan grande como le dio John Faust, el chico de Mentz, que le reveló el arte de la Imprenta.
Sin embargo nunca conocemos la importancia de los actos que llevamos a cabo. La hija del fa­raón pensó muy poco lo que estaba haciendo por la raza humana y las amplias e inimaginables con­secuencias que dependían de su acto de caridad cuando extrajo el pequeño de una mujer Hebrea de entre los juncos que crecían a orillas del Nilo, y decidió criarlo como suyo propio.
¡Con qué frecuencia un acto de caridad, que le costaba poco al que lo hacía, ha dado al mundo un gran pintor, un gran escultor, un gran músico, un gran inventor! ¡Con qué frecuencia tal acto ha transformado al chico harapiento en un benefactor de su raza! Porque no hay ley, ¡gracias a Dios!, que limite las consecuencias que se cosecharán de una sola buena obra. La pequeña limosna de una viuda puede no solamente ser igual de aceptable para Dios, sino que puede producir tan grandes resultados como el ofrecimiento rico y costoso.
La Masonería inculca al señor cuidado y ama­bilidad para el esclavo que Dios ha colocado en su poder y bajo su protección.
Enseña a los empresarios de otros hombres en las minas, manufacturas y talleres, consideración y humanidad por aquellos que dependen de su tra­bajo para conseguir el pan, y para los cuales la fal­ta de empleo significa morirse de hambre y el ex­ceso de trabajo, la fiebre, el agotamiento y la muerte. A la vez que enseña a los empleados el ser honestos, puntuales y leales, como también el ser respetuosos y obedientes en todas las órdenes ade­cuadas, también enseña al empresario que cada hombre o mujer que desea trabajar, tiene derecho a tener un trabajo que hacer; y que estos y aque­llos que por motivos de enfermedad o debilidad, edad avanzada o por ser niños no pueden trabajar, tienen derecho a la alimentación, la ropa y el co­bijo contra los elementos inclementes; que come­te un pecado horrible contra la Masonería y ante los ojos de Dios, si cierra su taller o fábrica, o deja de funcionar su mina, cuando no les da lo que considera suficiente provecho, y por tanto despide a sus trabajadores y trabajadoras para morirse de hambre; o cuando reduce sus salarios tanto que ellos y sus familias no pueden con eso alimentar­se, ni vestirse, ni alojarse confortablemente; o por exceso de trabajo deben darle su sangre y su vida a cambio del sueldo mísero de sus jornales; y que su deber como Masón y como Hermano perento­riamente le requiere continuar empleando a aque­llos que de otro modo estarán apurados por el hambre y el frío y tienen que recurrir al robo y al vicio; y pagarles salarios justos, aunque ello pue­da reducir o anular sus beneficios o incluso comer­se su capital; ya que Dios no ha hecho sino PRES­TARLE su riqueza, y convertido en Su limosnero y agente para invertirlo.
No sólo en sus obras de caridad, sino también en otros aspectos, la Masonería hará que sus ini­ciados sean Generosos; no preocupados con no devolver más de lo que han recibido, sino prefi­riendo que el balance sobre el libro de contabilidad de los beneficios esté a su favor. El que, según se cree, ha recibido pago de todos los beneficios y fa­vores que ha concedido, es como un malgastador que ha consumido toda su hacienda y se lamenta que esté vacía. Aquel que corresponde a nuestros favores con ingratitud, aumenta en vez de disminuir nuestra riqueza; y aquel que no puede devol­ver un favor, es igualmente pobre, ya surja la in­capacidad de la pobreza de espíritu y la sordidez del alma o necesidad pecuniaria real.
Si es rico el que tiene grandes sumas invertidas, y cuya fortuna consiste en obligaciones por las cuales otros hombres prometen pagarle dinero, lo es aún más aquel al que muchos deben grandes amabilidades y favores. Además de una suma mo­derada cada año, el rico meramente invierte sus medios, y la que él nunca utiliza es aún, como los favores no correspondidos y las amabilidades no recíprocas, una verdadera porción de su fortuna.
Es parte del Masón proteger al débil contra el fuerte, y a los indefensos contra la rapacidad y la habilidad; socorrer y consolar al pobre, y ser el guardián, por debajo de Dios, de Sus inocentes e indefensos pupilos; valorar a los amigos más que a las riquezas o la fama, y la gratitud más que el poder o el dinero; y por tanto ser el verdadero hi­dalgo por privilegio de Dios, encontrándose su es­cudo de armas y su cuartel en el gran libro del Cie­lo sobre Heráldica; ser liberal, pero sólo de lo que es suyo propio; ser generoso, pero sólo cuando ha sido primero justo; dar, cuando implica la priva­ción de un lujo o comodidad.
"No reconoceré como iniciado", declara la Ma­sonería, "al hombre que no es desinteresado y generoso, no sólo en hechos, sino también en sus opiniones de los hombres y sus explicaciones de la conducta de estos. El que es egoísta y codicioso, o severo y poco generoso, no permanecerá dentro de los límites estrictos de la Honestidad y la Verdad, sino que en breve cometerá injusticias. Aquel que se ama a sí mismo demasiado, debe de necesitar amar a los otros demasiado poco; y aquel que se siente inclinado a hacer juicios ásperos, no tarda­rá en dar un injusto veredicto, y más tarde o nun­ca, escuchar el caso. El impío, el codicioso y el sen­sual; el hombre gobernado por la inclinación y no por el deber; el poco amable, severo, crítico o da­ñino en las relaciones de la vida; el padre infiel o el hijo poco obediente; el amo cruel o el criado desleal; el amigo traicionero, el prójimo malo, o el amargo y poco generoso competidor, pueden llevar el vestido blanco del Masón y regocijarse con to­dos los títulos de la orden; pero se aleja grande­mente sin rumbo de la verdadera Luz Masónica".
Además, la Masonería requería de sus Iniciados Fidelidad. "La verdad prometida se ha de cumplir siempre". No cesa de repetirles, era un axioma in­cluso entre paganos. El romano virtuoso decía: "No dejes que lo que parece provechoso sea vil, o si es vil deja que no parezca provechoso". La pa­labra de un Masón, como la de un Caballero en los tiempos de la caballería, una vez dada, debería ser sagrada; y el juicio de sus hermanos sobre aquel que quebranta su compromiso, debería ser severo como los juicios de los Censores Romanos contra aquel que quebrantaba su juramento. Debería elegirse siempre la calamidad más que la bajeza; y debería preferirse morir más que vivir deshonrado.
La Diligencia y la Honestidad son virtudes particularmente inculcadas en la Masonería. Cuando los arrogantes Estuardo se sentaron en el trono de Inglaterra, y los Borbón en el de Francia, afirmando cada uno que gobernaban por Derecho Divino; cuando el Gobierno Repu­blicano estaba más lejos de la vida real que Uto­pía y New Atlantis; cuando la nobleza creía que había nacido para gobernar y el pueblo para tra­bajar duro y servir; cuando el Rango, la Casta y el Privilegio miraban por encima del hombro con desprecio señorial al delantal de cuero del artesano y el jubón y frisa del trabajador, La Gran Orden forjaba silenciosamente sus grados de Aprendiz, Artesano y Maestro Masón o Constructor; adoptaba para sí misma un sistema democrático de gobierno; y como sucesor de los semidioses y la Princesa de las antiguas leyendas de los Misterios, seleccionaba a un humilde ar­tesano, el hijo de una pobre viuda de Tiro, un hombre diligente y honesto, habilidoso para tra­bajar el bronce y el hierro; y lo representaba a él como el Par de Reyes. La historia del mundo a duras penas ofrece una lección más significa­tiva y extraordinaria.
Como las abejas no aman a los zánganos, es verdad que los Masones no tienen ningún amor por los ociosos y perezosos; porque los que son así son ya inútiles y están en el camino de volverse disolutos y viciosos; y la honestidad perfecta, que debería ser requisito común a todos ellos, se en­cuentra más raramente que los diamantes. Hacer con ahínco y constantemente, hacer leal y hones­tamente, lo que tengamos que hacer, quizás esto requiera poco, cuando se considera desde cual­quier punto de vista incluyendo todo el cuerpo de la ley moral.
Creemos, a los veinte años, que la vida es dema­siado larga para lo que tenemos que aprender y hacer; y que hay una distancia casi fabulosa entre nuestra edad y la de nuestro abuelo. Pero cuando, a la edad de sesenta años, si somos lo suficiente­mente afortunados para alcanzarla, o lo suficien­temente desgraciados, como puede ser el caso, y de acuerdo a como hemos usado o perdido nues­tro tiempo, nos paramos y miramos atrás a lo lar­go de todo el camino que hemos recorrido, y su­mamos e intentamos equilibrar nuestras cuentas con el Tiempo, nos damos cuenta de que hemos acortado demasiado la Vida y desaprovechado una gran parte de nuestros días. Entonces en nuestra mente restamos de la suma total de nuestros años, las horas que innecesariamente hemos pasado durmiendo; las horas de vigilia de cada día, duran­te los cuales la superficie de la laguna de la mente no se ha movido ni agitado por un solo pensa­miento; los días de los que nos hemos librado cuando pudimos, para obtener un objeto real o imaginado que yacía más allá de nuestro alcance, en el camino entre el cual y nosotros se interpo­nían fastidiosamente los días; y las horas malgas­tadas y peor que malgastadas, en bobadas y liber­tinaje; y reconocemos con muchos suspiros, que pudimos haber aprendido y hecho en la mitad de años pasados, más de lo que hemos aprendido y hecho en nuestros cuarenta años de hombría.
¡Aprender y hacer! Ese es el trabajo del alma aquí abajo. El alma crece, tan verdad como el roble crece. Mientras el árbol toma el aire y las partículas que flotan en el aire, el rocío y la llu­via, y el alimento de la tierra que yace apilado alrededor de sus raíces y por su misteriosa quí­mica los transforma en savia y fibra, en madera y hoja, en flor y fruto, y gusto y color y perfume; así el alma bebe el conocimiento y por una al­quimia divina cambia lo que aprende a su pro­pia sustancia, y la desarrolla de dentro hacia fuera y crece, con una fuerza y poder inherente como aquello que yace escondido en el germen de la bellota.
Dormir poco y estudiar mucho, decir poco y oír y pensar mucho; aprender que podemos hacer co­sas; y entonces hacer con ahínco y vigorosamente, sea lo que sea lo que el deber, los intereses de nuestros compañeros, nuestro país y la humanidad requieran, -estos son los deberes que la Masone­ría prescribe a sus iniciados.
Requiere de ellos "honestidad en los contratos, sinceridad en las afirmaciones, simplicidad en las negociaciones y lealtad en las actuaciones". Les dice en el conciso lenguaje del escritor antiguo: "No mientas en absoluto, ni en algo pequeño ni en algo grande, ni en sustancia ni en circunstancia, ni de palabra ni en hechos; esto es, no finjas lo que es falso; no declares lo que no es verdad; y deja que la medida de tu afirmación o negativa sea la comprensión de tu contratante".
"Que cualquier hombre debería estar peor por nosotros, y nuestra acción directa, y por nuestra intención, está en contra de la regla de equidad, justicia y caridad". Nosotros, por tanto no hace­mos esto a otros, lo que podríamos razonablemen­te desear que nos hicieran a nosotros; porque nos volvemos más ricos sobre las ruinas de su fortuna. El buen Masón no desea recibir nada de otro, sin devolverle un equivalente: por ese sencillo principió, la Masonería desaprueba las apuestas y el jue­go entre sus miembros; mientras frunce el ceño ante aquel que recibe un salario por un trabajo que él es incompetente de hacer, o le exige más de lo que valen sus servicios honestamente y de acuer­do a la costumbre; ante el mercader que vende un artículo inferior por un precio válido; ante el espe­culador que hace de las necesidades y aflicciones de otros hombres su hacienda.
Le dice a cada Masón: "Debe ser nuestro firme deseo vivir, negociar y actuar de modo que, cuan­do nos llegue el momento de morir, podamos de­cir y nuestras conciencias sentenciar, que ningún hombre en la Tierra es más pobre porque nosotros seamos más ricos; que lo que tenemos, lo hemos ganado o comprado honestamente; y que ningún hombre, y especialmente ninguna viuda o huérfa­no pueda detenerse ante Dios y afirmar que por las Normas de Equidad administradas en su Gran Tri­bunal, la casa en que morimos, esta tierra que le­gamos a nuestros herederos, el dinero que enri­quece a aquellos que sobreviven para llevar nues­tro nombre, son suyos y no nuestros, y que noso­tros en ese Gran Foro somos sólo sus fideicomi­sarios o administradores. Porque es muy cierto que Dios es justo, y que nos hará cumplir ese fidei­comiso severamente; y para todos aquellos que nosotros expoliemos, para todos los que estafemos, para todos aquellos de los que tomemos cual­quier cosa sea lo que sea sin corresponderla com­pleta y justamente, Él decretará una compensación amplia y adecuada".
"Cuida" entonces dice a cada hermano, "de que no recibas ningún jornal que, aquí o en cualquier otro sitio, no te merezcas. Porque si lo haces, abu­sas de alguien, tomando aquello que en el tribunal de Dios le pertenece; y ya sea eso que tomas así, ri­queza o rango, influencia o reputación".
De nuevo, le dice: "¡Sé entusiasta y leal! ¡Sé des­interesado y benevolente! Pon paz en caso de disensiones, disputas y peleas entre los Hermanos. El Deber es el magnetismo moral que controla y guía el camino del verdadero Masón sobre los ma­res tumultuosos de la vida. Aunque las Estrellas del Honor, Reputación y Recompensa, brillen o no; a plena luz del día o en la oscuridad de la no­che de los problemas y adversidades; en calma o en plena tormenta, ese imán infalible todavía le muestra el camino verdadero a emprender, e indi­ca con seguridad dónde está el puerto, que de no alcanzarse implica naufragio y deshonor. Él obede­ce implícitamente su orden silenciosa, como el ma­rinero, cuando no se ve tierra durante muchos días y el océano, sin camino ni linderos, aúlla enfada­do a su alrededor; sigue la orden silenciosa de la aguja, como si fuera el dedo de Dios, señalando infaliblemente el Norte. Para cumplir ese deber, ya se premie, ya no se premie su desempeño, es su única preocupación; ni debe importarle que su cumplimiento no tenga testigos; y aunque lo que haya hecho nunca lo sepa toda la humanidad.
Los tiempos y las circunstancias cambian; pero la virtud (en el significado original de la antigua palabra romana, Virtus, hombría) y el Deber con­tinúan siempre igual. Los males a los que se han de hacer frente sólo toman otra forma y se desa­rrollan de manera diferente. Hay la misma necesi­dad ahora de Verdad y Lealtad que había en los días de las órdenes de caballería. En ninguna épo­ca del mundo ha tenido el hombre mejor oportu­nidad que ahora de mostrar una hombría elevada y un heroísmo noble.
Cuando una horrible epidemia arrasa una ciu­dad y la muerte se inhala con el aire que los hom­bres respiran; cuando los que siguen vivos son es­casamente suficientes para enterrar a los muertos; la mayoría huyen vilmente despavoridos, para vol­ver y vivir respetables e influyentes, cuando el pe­ligro ha pasado. Pero el antiguo espíritu caballe­resco de dedicación y desinterés y desprecio de la muerte todavía está vivo y no se ha extinguido en el corazón humano. En todas partes se encuentran unos pocos que aguantan firmemente y sin temor en sus puestos para enfrentarse y desafiar el peligro, no por dinero, ni para recibir honores por ello, ni para proteger su propia casa, sino por mera humanidad, y para obedecer los dictados infalibles del deber. Los hermanos de alguna Orden o aso­ciación benevolente, o filántropos que no pertene­cen a ninguna Orden, cuidan de los enfermos, res­pirando la pestilente atmósfera del hospital. Explo­ran las guaridas de la necesidad y la desdicha. Gentes venerables alivian los dolores de los que se están muriendo, y alimentan la lámpara de la vida en el convaleciente. Realizan las últimas y tristes ceremonias para los muertos y por todo no buscan otra recompensa que la aprobación de sus propias conciencias. Como si fuera uno, un miembro de La Gran Orden, que, porque vive entre nosotros, y no busca tal reconocimiento, que no nombraré, van como voluntarios a ciudades lejanas donde la cruz está marcada en cada puerta, la pestilencia se agazapa en cada casa, y el abatimiento y el terror están en cada corazón; allí atienden a los enfermos y alivian a los que sufren, cuando el destructor fantasmal se ha ido, un ESTADO grava sus nombres sobre las tablas eternas de su memoria y las ma­dres enseñan a sus hijos a bendecirlos y recordar­los en sus oraciones.
Estos obedecen la ley Masónica del Deber; -es­tos, y el capitán que permanece en su puesto a bordo de su barco hecho añicos hasta que el último bote, cargado hasta el filo del agua, de pasaje­ros y tripulación, ha partido del barco; y entonces, como Herndon, baja tranquilamente con su barco hasta las misteriosas profundidades del océano; el piloto que permanece al timón cuando las rápidas llamas se arremolinan a su alrededor y le abrasan hasta perder la vida; el bombero que escala las pa­redes en llamas, y se hunde entre las llamas, para salvar las vidas de aquellos que no tienen sobre él ninguna alegación por lazos de sangre o de amis­tad, o incluso de normal conocido, -estos y todos los hombres que colocados en el puesto del deber, aguantan ahí estoicamente para morir si es nece­sario, pero no para abandonar su puesto.
La Gran Orden insiste en que sus iniciados de­ben ser Justos; que usando fielmente esa facultad moral, la conciencia, y aplicándola a relaciones y circunstancias existentes, la desarrollarán a todas sus fuerzas afines; y por tanto deducirá los debe­res que, fuera de estas relaciones y estas circuns­tancias, y limitados y restringidos por ellas, surjan y se vuelvan obligatorios sobre nosotros; y para aprender justicia, la ley de la justicia, la norma di­vina de conducta para la conducta humana. Dice, en parte con palabras de un pensador profundo aunque errático: "Cada alejamiento de la verdade­ra justicia práctica se acompaña sin duda de pér­dida para el hombre injusto, aunque de la pérdida no se informe al público. La injusticia, pública o privada, como cualquier otro pecado y ofensa va seguido inevitablemente de sus consecuencias, que los hombres designan como su castigo. El empre­sario egoísta, codicioso, inhumano, fraudulenta­mente nada generoso y el amo cruel, son aborre­cidos por el gran corazón popular; mientras que el amo amable, el empresario liberal, los hombres generosos, los humanos y los justos, son tenidos en buena opinión por todos los hombres, e inclu­so la envidia es un tributo a sus virtudes. Los hom­bres reverencian a todos aquellos que defienden la verdad y la justicia y que nunca se encogen. El mundo construye monumentos a sus patriotas y destruyen las estatuas de sus canallas. Cuatro grandes hombres de Estado, organizadores del de­recho, embalsamados en piedra, miran con des­precio a los Legisladores de Francia mientras pa­san a su Palacio de Legislación, oradores silencio­sos para decirles como aman las naciones a los justos. ¡Cuánto reverenciamos los rasgos de már­mol de aquellos justos jueces, Jay y Marshall, que miran tan tranquilamente el Tribunal Supre­mo de Estados Unidos! ¡Qué monumento ha cons­truido Washington en el centro de América y de todo el mundo, no porque él soñara con una jus­ticia ideal impracticable, sino por su constante y logrado esfuerzo de ser justo en la práctica!.
"Pero solamente la necesidad y el bien más grande del mayor número posible, pueden interfe­rir legítimamente con el dominio de una justicia absoluta e ideal. El gobierno no debería dar alas a los fuertes a expensas de los débiles, ni proteger al capitalista y poner impuestos al trabajador. Los poderosos no deberían buscar un monopolio de desarrollo y disfrute; no sólo la prudencia y lo oportuno para hoy debería apelarse por los esta­distas, sino la conciencia y el derecho: no debería olvidarse la justicia al mirar el interés, ni descui­darse la moralidad política por la economía polí­tica; no deberíamos tener gobierno para gastos domésticos nacionales en vez de organización na­cional basada en los derechos.
"Podemos diferir bien en cuanto al derecho abs­tracto de muchas cosas; ya que tal cuestión tiene muchas caras, y pocos hombres los consideran to­dos; muchos, tan sólo uno. Pero todos nosotros re­conocemos fácilmente la crueldad, la injusticia, la inhumanidad, la parcialidad, la extralimitación, el trato duro, por sus rasgos feos y familiares. No ne­cesitamos sentarnos como Tribunal de Errores y Apelaciones para revisar y revocar la Providencia de Dios, para saber y odiar y despreciarlos".
Y por tanto dice y, de nuevo, en parte con pa­labras del mismo Pensador: "Una sentencia se es­cribe contra todo lo que es injusto: escrita por Dios en la naturaleza del hombre y en la naturaleza del Universo, porque está en la naturaleza de Dios. La fidelidad a tus facultades, confianza en sus convic­ciones -esa es la justicia hacia ti mismo; una vida obedeciendo, eso es la justicia hacia los hombres. Ninguna ofensa tiene realmente éxito. La ganancia de la injusticia es una pérdida; su placer, sufri­miento. La injusticia a menudo parece prosperar, pero su éxito es su derrota y vergüenza. Después de largo tiempo, el día del ajuste de cuentas llega siempre tanto a la nación como al individuo. El ca­nalla se engaña a sí mismo. El avaro, que mata de hambre al cuerpo de su hermano, mata también de hambre a su propia alma, y en la muerte se arrastrará fuera de su gran hacienda de injusticia, pobre, desnudo e infeliz. Cualquiera que huye de un deber, evita una ganancia. El juicio superficial a menudo falla, la justicia interior, nunca, y siem­pre vemos un triunfo continuo y progresivo de la Justicia".
La Verdad, se le dice inicialmente al Masón, es un atributo divino y la base de cada virtud; y la franqueza, la seriedad, la sinceridad, la llaneza, el trato sencillo, no son sino diferentes modos en los que la Verdad se desarrolla. Nuestras conferencias dicen: "Los muertos, los ausentes, los inocentes, y aquellos que confían en él, ningún Masón los ha de engañar voluntariamente". A todos estos debe una justicia más noble, ya que son las pruebas más seguras de la Equidad Humana. "Sólo el hombre más abandonado" decía Cicerón "engañaría a quien habría continuado indemne de no haber confiado. Todas las obras nobles que han marca­do paso a través de épocas sucesivas, han procedi­do de hombres de la Verdad y valor genuino. El hombre que es siempre exacto es a la vez virtuoso y sabio y así posee los mayores guardias para su seguridad; porque la ley no tiene poder para gol­pear al virtuoso, ni puede la fortuna derrocar al sabio".
En esta época de exageración y declaraciones no sinceras, cuando los libros se escriben y se publi­can e incluso se leen, cuyo objeto es enseñar la ge­neración creciente, lo fácil que se puede hacer for­tuna enmarañando primos con mentiras y cuando es algo tan raro que una persona dé una explica­ción verdadera del discurso o argumento hechos contra sus opiniones o su partido, que la repetición del fenómeno en largos intervalos de tiempo va más allá de hacer que el ateo más confirmado e in­curable acabe por reconocer que no cree en los milagros, -en esta época cuando las mentiras di­chas por resultado y la facultad de expresión de las cuales es un don que concede unos ingresos cómo­dos, que pueden imprimirse por vapor y viajar en las alas invisibles del relámpago- la Masonería todavía se adhiere a su antigua moral y dice a sus iniciados: "Di siempre la sencilla Verdad, ni más ni menos, o no digas nada en absoluto". Y añade "No seas chismoso, ni comerciante del escándalo, por­que aquel que lo es seguro que a menudo va más allá de la verdad".
Con los errores e incluso pecados de otros hom­bres, que no nos afectan personalmente a nosotros o a los nuestros, y no es necesario que nuestra condena sea odiosa, no tenemos realmente nada que hacer. El periodista no tiene privilegio que le convierta en el censor de la moral. No hay obliga­ción que recaiga en nosotros de pregonar nuestra desaprobación de cada acto falto de juicio, inapro-piado o injusto que cualquier otro hombre come­ta. No se está obligado alistarse en la policía o ju­gar a ser espía o delator.
"Uno debería", dice un gran alemán "no escri­bir ni hablar contra ninguna otra persona en este mundo. Cada hombre en él tiene suficiente por ha­cer vigilándose a sí mismo. Cada uno de nosotros está lo suficientemente enfermo en este gran Laza­reto y el periodismo y los escritos políticos cons­tantemente nos recuerdan una escena vista una vez en un pequeño hospital, donde era horrible oír cómo los pacientes se reprochaban unos a otros con burla por sus dolencias; cómo uno, que esta­ba en los huesos por la tuberculosis, se burlaba que estaba hinchado por hidropesía; cómo el le­proso se reía del cáncer de piel en la cara de su compañero de habitación, y éste de nuevo de la parálisis de su prójimo, hasta que al final el pa­ciente que deliraba por la fiebre saltó de la cama y arrancó las envolturas de los cuerpos heridos de sus compañeros y nada se podía ver sino horren­da miseria y mutilación". Si lo consideramos bien, ¿es el negocio de hacer desfilar ante todo el mun­do cada tragedia doméstica y cada acto de deshon­rosa villanía menos repugnante o más beneficiosa para la humanidad?
Muy a menudo la censura concedida a los actos de los hombres, por aquellos que se han elegido y encargado a sí mismos como guardianes de la mo­ral pública, no se merece. A menudo, no sólo no se merece, sino que también se debe elogiar en vez de censurar; y cuando se merece, es siempre extrava­gante y por lo tanto injusta.
Incluso el hombre que hace mal y comete erro­res a menudo tiene una casa tranquila, un hogar de leña pacífico, una mujer tierna y cariñosa e hi­jos inocentes, que no saben de sus malas acciones, pasadas y de las que está arrepentido desde hace mucho tiempo, o presentes y que desde ese mo­mento han de ser expiadas con penitencia sincera y poderoso tormento y amargo remordimiento; o, si ellos lo hacen, ámalo tanto mejor, porque siendo mortal se ha equivocado, y siendo a imagen de Dios, se ha arrepentido, o, persuadido por sus sua­ves y gentiles influencias, se arrepentirá y las ex­piará, si ningún censor no invitado se lanza entre él y ellas. Que cada golpe dirigido a este marido y padre golpea brutalmente el pecho de la mujer y las hijas y, aunque sean inocentes, las hace parti­cipar de la vergüenza que recae sobre él, no con­tiene al guardián moderno de la moral pública, sino que valiente como César, golpea y mata, y entonces visita a aquellos a cuyos viciosos apetitos él ha servido de alcahuete, para admirarle y alabar­le por el acto generoso y varonil.
"Si buscas", dice un escritor antiguo, "compor­tamientos elevados y tensos, encontrarás a la ma­yor parte en hombres viles. La arrogancia es una mala hierba que siempre crece en un estercolero. No hay arrogancia tan grande como la proclama­ción de los errores y culpas de otros hombres, por aquellos que no entienden nada sino la escoria de las acciones y que convierten en su ocupación el manchar famas merecidas".
No es más honorable ahora que antes para uno, convertirse en un espía perpetuo de las acciones de otros hombres, y en chismoso general, incluso si uno es lo suficientemente afortunado como para tener una imprenta y unos caracteres, y por tanto puede vender su escándalo a una multitud en vez de a uno. ¡Imagínate sólo un caballero que hace d( esto su negocio para ganarse la \ ida, pescando en todas las cloacas morales de una ciudad, para en­contrar todos los casos de \il vicio y repugnante depravación, que para la buena reputación de la naturaleza humana debería ignorarse, y se coloca en las esquinas de las calles para venderlos oral­mente a todos los lascivos y crueles que quieren escuchar y por sus molestias depositarían en su mano seis peniques!
El mismo escritor antiguo añade, y sus palabras se pueden aplicar singularmente hoy: "Su malicia los vuelve rápidos de vista, aptos para advertir una culpa y hacerla pública y con una construcción tensa para pervertir aquellas cosas que las inten­ciones de quien las ha hecho le han dicho a su alma que eran honestas. Ponen a los vicios de otros hombres en alto para que los vea todo el mundo. Si no pueden ventilar pruebas, ventilarán probabilidades; y si no pueden hacer esto, constru­yen mentiras, como Dios creó el mundo, de la nada, sabiendo que la multitud las creerá, porque las afirmaciones son más aptas para ganar la creencia que las negaciones para desacreditarles y que una mentira va más veloz que el vuelo de un águila, mientras que la contradicción se queda atrás a un paso similar al de un caracol y paran­do, nunca le alcanza".
En sus palabras la Masonería establece su re­gla: "Si hay virtudes, y si se te invita a hablar del que las posee, comunícalas imparcialmente; y si hay vicios mezcladas con ellas, conténtate con que el mundo las sepa por otra lengua que no por la tuya. Porque si el que ha obrado mal no merece misericordia (que Cristo, que murió por él, no lo dice), su esposa, sus padres o sus hijos, u otras personas inocentes que le quieren, puede que sí la merezcan.
El Masón se dedica a la causa de la Liberalidad y la Tolerancia contra el Fanatismo y la Persecu­ción, política y religiosa; a la de la Educación, la Instrucción y la Ilustración contra el Error, la Incultura y la Ignorancia.
La Tolerancia, que establece que todo hombre tiene el mismo derecho a su opinión y fe, que no­sotros tenemos a las nuestras; la Liberalidad, que establece que, ya que ningún ser humano puede decir con certeza, en el choque y conflicto de fe y credos hostiles, lo que es Verdad, ni que él esté en su posesión con seguridad, cada uno debería sen­tir que es bastante posible que otro, igualmente honesto y sincero consigo mismo, y que sin em­bargo tiene la opinión contraria, puede él mismo estar en su posesión; \ que sea lo que sea lo que uno cree firmemente \ según su conciencia, es ver­dad, para él: estos son los enemigos mortales de ese fanatismo que persigue por motivo de la opi­nión, e inicia cruzadas contra cualquier cosa que estime que es contraria, en su imaginaria santidad, a la ley de Dios.
Y la Educación, la Instrucción y la Ilustra­ción son sólo los medios ciertos por los que la In­tolerancia y el Fanatismo pueden perder totalmen­te su fuerza.
Ningún verdadero Masón se burla de las con­vicciones honestas ni de un celo ardiente en la causa de la Verdad y la justicia, sino que él niega absolutamente el derecho de cualquier hombre para asumir la prerrogativa de la Deidad, y conde­nar la fe y opiniones de su Hermano como heréti­cas y merecedoras de castigo. Ni aprueba el cami­no de aquellos que ponen en peligro la paz de grandes naciones y los sólidos intereses de su pro­pia raza, entregándose al lujo barato de una filan­tropía quimérica y visionaria, que llevan sus ropas alrededor para evitar el contacto con sus semejan­tes y se creen más cerca del cielo proclamando su propia santidad.
Ya que él sabe que la Intolerancia y el Fanatis­mo han sido maldiciones infinitamente más gran­des para la humanidad que la Ignorancia o el Error. No olvida que a Galileo se le negó el libre disfrute de la luz y el aire, porque declaraba que la Tierra se movía, y que, hace doscientos años el potro de tormento y la hoguera habrían sido el premio de Agassiz y Lyell. ¡Mejor cualquier error que la persecución! ¡Mejor cualquier creencia u opinión, por muy irracional y absurda que fuera que las torturas y el auto de fe! Y sabe también cuán inexplicablemente absurdo es para una cria­tura, que para él y todo lo que tiene dentro y alre­dedor son misterios, torturar e incluso matar a otros, porque no piensan como él con respecto al más profundo de todos esos misterios, el menor de los cuales está completamente más allá de la com­prensión de cualquiera.
Se sostiene, en palabras de un escritor sabio "que la virtud de ningún modo consiste en pensar o creer, que es materia accidental e inevitable, en la que el hombre es sincero, sino en hacer, que depende solamente de sí mismo. La virtud no es sino el valor heroico de hacer lo que se piensa que es verdad, a pesar de todos los enemigos de la car­ne o del espíritu, o las tentaciones o las amenazas. El hombre es responsable de la honradez de su doctrina, pero no de la justicia de ésta. El entu­siasmo devoto es más fácil que una buena acción. El fin del Pensamiento es la acción, y el solo pro­pósito de la Religión es una ética. Es justo reque­rir a un hombre que busque la verdad, pero no que él la encuentre. Un error especulativo, engendra­do en el enorme almacén de la ignorancia, la mala interpretación humana, no debería aniquilar en nuestras mentes la fervorosa admiración que todo hombre justo y de mente justa debería sentir y sabe que debería sentir, de vida de constante bon­dad y continuos sacrificios. Todas las acciones de la vida de un hombre, armónicos en su excelencia como los planetas en sus órbitas, deberían pesar algo más que simples plumas en la balanza, inclu­sos si él es tan desafortunado como para no poder solucionar el misterio de los misterios. No es lo que creemos, sino en lo que nos volvemos, lo que es importante para un hombre, y la religión no es sino un instrumento para ennoblecer la naturale­za moral del hombre".
Esto es igualmente el propósito y misión de la Masonería: "Difundir información útil, fomentar el refinamiento intelectual, apresurar la llegada del gran día cuando la aurora del conocimiento gene­ral hará desaparecer las brumas persistentes y pe­rezosas, incluso desde la base de la gran pirámide social es su elevada llamada, en la que la virtud más espléndida y consumada pueda empujar hacia delante, ansiosa de representar un papel". Y se es­pera que el momento llegará pronto, para el cual la Masonería ha trabajo tanto tiempo, cuando "ya que los hombres no soportarán más tiempo que se les guíe con los ojos vendados por la ignorancia, de ese modo ya no cederán más ante el principio vil de juzgar y tratar a sus semejantes, no de acuerdo con el mérito intrínseco de sus acciones, sino de acuerdo con la coincidencia accidental e involun­taria de su opinión".
Una de las lecciones más tempranas enseñadas al Masón Iniciado es que cada Templo Masón, en sí mismo un símbolo del Universo, y del alma de cada hombre justo y valioso, se sostiene por tres grandes columnas, la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza o Armonía. Los significados íntimos de estas tres columnas no soy libre de hacer públicos aquí. Implican las verdades más elevadas de la Fi­losofía y los más profundos Misterios de la Natu­raleza. Cuando el Masón está avanzado, sin em­bargo, hasta cierto punto, aprende que estos tres pilares del viejo Templo se sustituyen por otros tres, los nombres de los cuales os son familiares a vosotros -Fe, Esperanza y Caridad- virtudes que cada Masón y cada hombre y mujer debería po­seer: Fe -en Dios, que es un Padre bueno, sabio y misericordioso, y no un tirano, al que debemos amar como hijos, y no temer como esclavos; en la Naturaleza Humana, confianza en nuestra especie, en la honestidad de los propósitos e intenciones de los hombres, en la capacidad del hombre para mejorar y avanzar, la misma fe en otros que nos gustaría que ellos tuvieran en nosotros; -y Fe en nosotros; -en nuestro poder de hacer algún bien,y ejercer alguna influencia sobre nuestros seme­jantes: Fe en que si no somos sinceros y honestos, podemos ayudar a destruir la ignorancia, el error y la ofensa, y volvernos inmortales en nuestras buenas influencias que perdurarán después de que hayamos muerto, es noble y modesta confianza en nosotros mismos, que es el secreto en todo éxito, y el padre de todas las grandes y nobles acciones... Esperanza, en la definitiva aniquilación del Mal en el Universo, en el triunfo final de la Masonería, que hará de todos los hombres una familia; en el cese de las guerras y los derramamientos de san­gre, y la llegada de la Paz y la Libertad; en la libe­ración final del intelecto y del alma humanas en cada país del globo; y en otra Vida, donde el hom­bre, inmortal, será feliz... y la Caridad, que la Fe y la Esperanza nos enseña, para aquellos que di­fieren de nosotros en opinión, para ellos y su fe, e incluso para sus errores, esa caridad que alivia las necesidades y aflicciones de los hombres, y con mano abierta da a los que sufren y a los desampa­rados consuelo, y que perdona y juzga con miseri­cordia las faltas y defectos de otros, les cree mejor de lo que parecen, y nos enseña a juzgar y hacer a otros como nos gustaría que nos juzgaran e hicie­ran a nosotros.
El ser Confiado, Optimista, Indulgente: estos, cuando todo a nuestro alrededor es egoísmo, desesperanza, mala opinión de la naturaleza humana, y juicio áspero y amargo, son los verdaderos apo­yos de todo Templo Masónico, y las bases de toda naturaleza valiente y heroica. Y también son los viejos pilares del Templo bajo nombres diferentes: porque sólo es Sabio el que juzga a otros Carita­tivamente, y trata sus errores con Misericordia; sólo es Fuerte el que es Optimista, y no hay Belle­za de proporciones o armonía, como una Fe firme en Dios, en nuestros semejantes y en nosotros mismos.
Nuestros discursos nos dicen: el verdadero Ma­són trabaja para beneficiar a aquellos que vendrán después de él, y para el avance y mejora de su raza. Esta es una pobre ambición que está conte­nida en los limites de una sola vida. Absolutamen­te todos los hombres que merecen vivir, desean so­brevivir a sus propios funerales, y vivir después en el bien que hayan hecho a la humanidad, más que en la escritura que dura incluso lo máximo en las arenas de la memoria humana. La mayoría de los hombres desean dejar alguna obra tras ellos, que pueda sobrevivir a su día y breve generación. Este es un impulso instintivo, que nos da Dios, y que a menudo se encuentra en el corazón humano más rudo, la prueba más segura de la inmortalidad del alma, y de la diferencia radical entre el hombre y los animales más sabios. Plantar árboles que después de que hayamos muerto darán cobijo a nues­tros hijos, es tan natural como amar la sombra de aquellos que nuestros padres plantaron.
En su afán de sobrevivir, el hombre se convierte en inmortal, antes de la resurrección general. Los Pensamientos del Pasado son las Leyes del Presen­te y del Futuro. Eso que decimos y hacemos, si sus efectos no duran más allá de nuestras vidas, es de ligera importancia.
Aquello que viva cuando hayamos muerto, como parte del gran cuerpo de la ley promulgada por los Muertos, es el único acto que vale la pena realizar, el único pensamiento que vale la pena expresar. El deseo de hacer algo que beneficie al mundo, cuando ya no nos alcanzará ni elogio, ni oprobio donde durmamos profundamente en la tumba, es la ambición más noble que entretiene al hombre.
Sembrar para que otros recojan la cosecha, tra­bajar y plantar para aquellos que ocuparán la Tie­rra cuando estemos muertos, proyectar nuestras buenas influencias al futuro lejos y vivir más allá de nuestro tiempo; gobernar como los Reyes del Pensamiento sobre los hombres que aún no han nacido, bendecir con los regalos gloriosos de la Verdad y la Luz y la Libertad a aquellos que pue­de que nunca conozcan el nombre del Dador, ni les importe en qué tumba reposen sus cenizas no respetadas, es el verdadero oficio de un Masón y el destino más enorgullecedor de un hombre.
Leemos en los Instructores Masónicos sobre la Masonería Especulativa para distinguirla de la Masonería Operativa. Confieso que me alegraré de verla caer en desuso. Siempre me parece que se implica la idea de hablar mucho y de no hacer nada. La Masonería no es especulativa, sino operativa. Es trabajo. La buena Masonería es rea­lizar el trabajo de la vida. Su trabajo natural es la vida práctica. Sus preceptos tienen la intención de servir para uso práctico. No se pensó para los gan­dules, los lujuriosos, los indiferentes y los egoístas. Desear la regeneración de la raza humana, y po­seer un amor al ser humano que incluya al mun­do entero, es muy placentero y fácil. La dificultad es, que cuando la Masonería no es más que eso, el campo a cultivar es tan extenso, que ninguna otra cosecha se recoge en cualquiera de sus esquinas que no sea maleza.
Es una ambición loable desear ser el benefactor del mundo, o al menos de una nación, pero la mayoría pueden esperar serlo, solamente a través de las influencias que pueden ejercer dentro de su reducido círculo, y sería también demasiado espe­rar que tu gran filántropo, que tiene a la humani­dad como cliente, se ocupe de los intereses dignos de compasión de su propia vecindad y de la erradicación de los males que crecen como exuberan­te cizaña venenosa alrededor de su puerta.
"El verdadero Masón, por el contrario, se ocupa de lo que está cerca al alcance de la mano. Justo ahí encuentra suficiente por hacer. Su Masonería es vivir una vida verdadera, hono­rable, justa y afectuosa, por el motivo de ser un buen hombre. Encuentra suficientes males, cer­ca y alrededor de él, que corregir: males en los negocios, males en la vida social y abusos al pró­jimo, ofensas abundantes por todos sitios, que rectificar, necedades con risas estridentes, que aniquilar". "La Masonería", según se ha dicho bien, "no puede en nuestra época, abandonar el camino amplio de la vida. Debe caminar en la calle, aparecer en la abarrotada manzana y en­señar a los hombres por sus acciones, su vida, más elocuente que cualquier palabra".
La Orden dice, en su custodia de aquellos que presiden sobre sus Logias: "No debes permitir ce­rrar ninguna asamblea que puedas presidir, sin re­cordar a las mentes de los hermanos los deberes de un Masón. Este es un deber imperativo. No ol­vides que hace más de tres mil años Zoroastro dijo: ¡Sé bueno, sé amable, sé humano y caritati­vo, ama a tus semejantes, consuela a los afligidos, perdona a aquellos que te han ofendido! Ni que hace más de dos mil trescientos años, Confucio repetía, también citando las palabras de aquellos que habían vivido antes que él: "Ama a tu prójimo como a ti mismo; No hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti; Perdona las injurias; Perdona a tu enemigo, reconcilíate con él, présta­le ayuda, invoca a Dios en su beneficio".
"No permitas que la moralidad de tu Logia sea inferior a la del Filósofo Persa o Chino".
"Insta a tus hermanos a la enseñanza y la prác­tica no ostentosa de la moralidad de la Logia, sin tener en cuenta las épocas, los lugares, las religio­nes o los pueblos".
"Ìnstales a amarse mutuamente, a dedicarse unos a otros, a ser leales a su país, gobierno y le­yes, ya que servir al país es pagar una deuda cara y sagrada".
"A respetar todas las formas de adoración, a to­lerar todas las opiniones políticas y religiosas, no culpar, y menos aún condenar la religión de otros, a no buscar convertir a nadie, sino estar contento si ellos tienen la religión de Sócrates; -una vene­ración por el Creador, la religión de las buenas obras, y el reconocimiento agradecido de las ben­diciones de Dios".
"A fraternizar con todos los hombres, a asistir a todos aquellos que sean desgraciados, y a pospo­ner alegremente sus propios intereses por los de la Orden".
"A convertir en regla permanente de sus vidas pensar bien, hablar bien y actuar bien".
"A colocar al Sabio por encima del Soldado, el Noble o el Príncipe y a tomar como modelos al sa­bio y bueno".
"A ver que sus declaraciones y práctica, sus en­señanzas y conductas estén siempre de acuerdo".
"A convertir en su lema lo siguiente: Haz aque­llo que tú deberías hacer, dejando que el resulta­do sea lo que sea".
Mientras la Masonería inculca estos deberes a individuos, también requiere a sus iniciados traba­jar, activa y tenazmente, por el beneficio de su país. Es el patrón de los oprimidos, así como el consuelo de los que son desgraciados. "Le parece un honor más valioso ser el instrumento del avan­ce y la reforma, que disfrutar todo lo que el rango y las dignidades y los títulos elevados pueden otor­gar. Es el abogado de la gente corriente en aque­llas cosas que conciernen a los mejores intereses de la humanidad". Odia el poder insolente y la usurpación descarada. Se compadece de los po­bres, los apenados y los desconsolados. De buena gana levanta y mejora a los ignorantes, los hundi­dos y a los postrados.
Es el Predicador de la Libertad, la Fraterni­dad y la Igualdad, de una libertad decente y bien regulada, basada en la ley, y protegida por una constitución inviolable, bajo la cual los de­rechos del individuo y la minoría están tan segu­ros como los de la mayoría, de la Libertad que no es licencia, ni anarquía, ni permisividad, ni Despotismo de partido, y por la cual los hom­bres son libres, pero no demasiado libres; de la Fraternidad, en ese sentido sobrio que conside­ra a los hombres como los hijos de un Padre común, para ser amados cuando son buenos, compadecidos y no odiados cuando son malos, persuadidos y no perseguidos cuando están equivocados; de la Igualdad a ojos de la ley, en derechos políticos y derecho de conciencia.
Pero no es su misión comprometerse en cons­piraciones contra el Gobierno Civil. No es el el propagandista fanático de ningún credo o teoría, ni se proclama a sí misma el enemigo general de los Reyes. No contrae alianzas enmarañadoras con ninguna Secta de Teóricos, soñadores o filósofos políticos. Se sienta lejos de todo en su tranquila dignidad y simplicidad; la misma en una Repúbli­ca o bajo un Monarca; la misma en Turquía como en la Roca de Plymouth; la misma ahora cuando se fundó el primer Templo en Jerusalén.
Reconoce la verdad de la proposición que la ne­cesidad, así como también el derecho y la justicia abstractas e ideales, juega un papel en la elabora­ción de leyes, la administración del gobierno y la regulación de relaciones en la sociedad, y gobier­na en todos los asuntos de los hombres. Sabe que la libertad sigue a la aptitud para la libertad, como la consecuencia sigue a la causa, y que ningún pueblo será realmente libre hasta que sea capaz de gobernarse a sí mismo. Por lo tanto, no predica la sedición ni anima a la rebelión por un pueblo o una raza, cuando sólo puede acabar en desastre y derrota, o, si tiene éxito, en derramamiento de sangre y salvajismo y al final en una esclavitud peor que la anterior.
Pero dondequiera que un pueblo está capacita­do para ser libre y lucha generosamente para vol­verse así, ahí van todas sus simpatías. Odia y de­testa al Tirano y al opresor, y a aquel que aprove­cha el poder legal para cometer abusos. Frunce el ceño ante la crueldad y la injustificable falta de respeto de los derechos de la Humanidad, y es la enemiga del despotismo tanto del populacho como del autócrata. Cree en la libertad y en la justicia. La longitud de la vida, dice a sus iniciados, no se mide por sus horas o días, sino por lo que hemos hecho con ella por nuestro país y nuestro género humano. Una vida inútil es breve, aunque dure un siglo, pero la de Alejandro Magno fue larga como la de los robles, aunque murió a la edad de trein­ta y cinco años. Si nosotros no hacemos sino co­mer y beber y dormir, y dejamos que pase todo a nuestro alrededor sin darle la importancia que merece, o si vivimos sólo para amasar riqueza, o ganar dignidades o llevar títulos, podríamos muy bien no haber vivido en absoluto.
En todas las épocas, la humanidad ha tenido tres enemigos principales: el Despotismo del Po­der Real, que alega gobernar por Derecho Divino; la insolencia, la crueldad y sed de sangre del PO­DER Sacerdotal, armado con el potro de tormen­to, la hoguera y la horca; y las pretensiones arro­gantes del Rango, la Casta y el Privilegio, cerca­dos con la exclusividad e irritados cuando la Ver­dad y el derecho han parecido interferir y dismi­nuir sus "derechos concedidos", por la elevación del pueblo a la dignidad de hombres.
Estos tres han sido siempre los enemigos impla­cables de la Libertad Humana, y durante muchos siglos el Pueblo ganó terreno, sólo cuando los su­mos Pontífices hicieron arrodillarse a los Reyes o el Trono se había hecho contra la dominación in­solente de los vicarios de Dios, cuando el rey des­terraba y diezmaba a sus arrogantes nobles, o los nobles hacían concesiones a los ciudadanos y al pueblo, para alistarlos contra la corona.
La Masonería se fundó para ser La Orden del Pueblo. Siempre ha ejercido su influencia toman­do partido por la libertad civil y religiosa, de la emancipación tanto de los músculos como de la mente de todos los que eran aptos para ser libres, de la educación y la ilustración, de la elevación de las masas oprimidas de la Humanidad al nivel de igualdad en el que deberían estar.
La oposición a la Tiranía Real convirtió el go­bierno de la Masonería en algo democrático, el odio de la usurpación y la intolerancia Sacerdo­tales dedicó sus Logias a San Juan, abrió sus puer­tas a hombres de todos los credos, y las cerró a las discusiones sectarias, y la adopción de un funda­dor y trabajador de metales, el hijo de una pobre viuda fenicia, como el Héroe de su leyenda, evi­dencia la hostilidad contra los privilegios injustos de oligarquías y aristocracias y contra las Órdenes que por medio de monopolios que descansan pe­sadamente sobre los hombros del pueblo, viven en haraganería arrogante y llena de lujos.
Desea ver el despotismo depuesto en todos si­tios, y el gobierno constitucional, establecido en su lugar; el Poder Sacerdotal de todas las Iglesias convertido en algo parecido al que ejercieron los Apóstoles en los primeros días del Cristianismo; los caminos para el empleo civil y el rango, para los cargos y los honores, abiertos a todos aquellos cuyos méritos y capacidad les dan derecho a aspi­rar: y por lo tanto, este es ahora, como lo fue siem­pre, su lema:
"Devoción por los intereses del Pueblo, aborrecimiento de la Tiranía, consideración sagra­da por los derechos del Libre Pensamiento, Li­bre Discurso y Libre Conciencia, hostilidad im­placable contra la Intolerancia, el Fanatismo, la Arrogancia y la Usurpación, respeto y con­sideración por el trabajo, que convierte la na­turaleza humana en algo noble, y desprecio por todos los monopolios que suministran el lujo in­solente y consentido".
El Conde de Fernig, hermano nuestro, dijo en la Gran Logia Central del Rito Escocés en Francia en 1843: "El hombre, frágil y débil, debería ser apoyado por la Masonería Escocesa. Debería ele­varle, sin cambiar su propia naturaleza o dejarle volverse corrupto. Rechaza el dogma que ordena la muerte de los Sentidos, como rechaza también la filosofía que ensalza la sensualidad. Cierra del mis­mo modo los libros de Zenón, como los de Epicu-ro. Cree en el Gran Arquitecto del universo, en la inmortalidad del alma, en la necesidad de mode­rar y gobernar las pasiones humanas, para conver­tirlas en virtudes humanas.
"Esta es la sustancia de nuestros preceptos. So­bre estas bases el Consejo Supremo desea erigir ese Templo luminoso al cual los Sabios de cada país y de todas las religiones pueden acudir".
"Pero para efectuar esto, debemos estar conven­cidos que ningún esfuerzo es insignificante y ninguna ayuda tiene poca importancia Todos somos fracciones de la gran Unidad Social. Todos juga­mos un papel, más o menos brillante, más o me­nos activo, pero siempre seguro y siempre real, en este mundo. Un edificio no se compone de gran­des sillares solamente. Hay materiales de aparien­cia secundaria, que ayudan a producir su simetría, su solidez e incluso su belleza. Con nosotros tam­bién nada es inútil. Es necesario que cada Herma­no deba ser un Masón, no sólo en la Logia, sino también en el mundo; que él predique también con su ejemplo así como con sus labios; que cul­tive la sabiduría, practique la Fraternidad, en su sentido más pleno, respete la justicia, y que haga que sea respetada; y entonces, ya sea un humilde trabajador entre las masas, ya sea alguien que se sienta en los consejos de los reyes, él tendrá cum­plida su tarea valiosamente".
"Actuando así, demostraremos que la Masone­ría contiene unas semillas fructíferas, que por el interés de cada Príncipe y de cada país es impor­tante el buscar su desarrollo".
"Cuando los fundadores de nuestra Orden des­terraron la política de nuestros templos, estaban lejos de querer decir que no deberíamos ejercer ninguna influencia sobre la sociedad, sino que de­seaban que su influencia fuera pura, severa y mo­ral. Fijaron la sede de nuestro poder más allá de las tormentas del mundo exterior, en el hogar do­méstico. Nos mandaron mejorar al hombre y la familia, porque sabían que la fuerza que forma los hábitos y la moral dicta las leyes".
"Ellos no escondían el hecho de que muchas ge­neraciones deben pasar antes de que se pueda con­seguir el objetivo. Conocían también las debilida­des del corazón humano. Sabían que los hijos del Gran Arquitecto desearían crear, como Él, con una palabra y un gesto sin la ayuda del tiempo, que solo da fruto y madura. ¡Deseo arrogante y vano! ¡Tengamos nosotros objetivos más moderados! ¡Aprendamos nosotros a ser pacientes, a no des­animarnos, a no quejarnos, si no vemos la obra co­ronada con el éxito, antes de que cerremos los ojos a este mundo! ¿Qué es un solo momento en la eternidad? ¿Y porque la hoja cae sobre la raíz, cesa por lo tanto de crecer el árbol? ¡Dejemos de nue­vo otra vez arar los surcos labrados por nuestros padres, y el campo se convertirá en un campo fértil y productivo!".
En la misma celebración, el Hermano Phiuppe Dupin dijo: "En Roma, al niño que, nacido como Patricio, se le destinaba a los honores peligrosos del manejo de los asuntos públicos, viendo en el Atrium sólo las estatuas de sus ancestros, sus fren­tes ceñidas con coronas triunfales, era, por decir­lo así, criado bajos sus ojos, y apremiado por su inspiradora presencia, creció naturalmente hasta su nivel, al menos, se esforzó en hacer eso. Con el mismo pensamiento el antiguo adagio de nuestros padres tenía el mismo origen: Nobleza Obliga".
"Por lo tanto, mis Hermanos, mientras estu­diamos historia y contemplamos el pasado glo­rioso de aquellos que vivían y luchaban bajo nuestras banderas, estemos también noblemen­te orgullosos, y digamos: ¡La Masonería Obli­ga! ¡Sí la Masonería es Obligación! Ya que ha sido la precursora de la civilización. En sus proscritos Templos, todas las verdades han en­contrado a veces una cuna, a veces un refugio: y cuando el mundo estaba molesto con virtudes salvajes y supersticiones estúpidas, purificaba creencias, levantaba altares a la Tolerancia, la Compasión y la Justicia, a todas esas Imágenes santas que ahora dan luz al mundo. La Masone­ría Obliga: ya que cuando la intolerancia predi­caba furiosamente la adoración de los dioses he­chos con las manos de los hombres, fue en cor­poraciones, en sociedades secretas, en Socieda­des Masónicas, que por el título de "Gran Arqui­tecto del Universo", se proclamó a un Dios como Creador, Protector y Juez Supremo de la raza humana. Fue ahí que los hombres aprendieron a defender los grandes principios de la Libertad de Conciencia y Libre Pensamiento, es decir, la doctrina de la mejora y progreso, en relación tanto con el intelecto como con el corazón, con el intelecto y la virtud. Por esa doctrina lucharon nuestros padres. La batalla fue fiera, sanguina­ria, gloriosa. Tenéis vuestros Héroes, Sabios y Mártires. Poseéis la gloria inmensa de haber triunfado por la felicidad de todos".
"Pero ahora, cuando la mano de la intolerancia ya no está armada con el acero, cuando vuestros Templos tienen protectores augustos, y la sociedad camina en vuestros senderos, ¿habéis de concluir que la Masonería ha vivido su tiempo, cumplido su tarea y puede descansar de sus esfuerzos? ¿Hemos de buscar ahora en reposo indolente el premio de nuestros afanes? Eso sería confundir a la vez el objetivo de la Institución, la condición de la socie­dad y las exigencias de la misión generosa a la cual nos hemos dedicado nosotros mismos".
"Cuando el despotismo de la ciega superstición tiranizaba a todo el mundo, la Masonería, despro­vista de poder material, gobernaba y reinaba en el dominio de las ideas, protestaba por el presente, y buscaba iluminar el futuro. Ahora, en la esfera ele­vada que ocupa, debería aún reinar y gobernar para completar su trabajo, quizás por un curso di­ferente. Así las creencias de los hombres ya no son rudas y salvajes y la Masonería no necesita miti­garlas y combatirlas, pero ahora que los credos se han debilitado y castrado por el mero efecto de la civilización, ¿no es el noble deber de la Masonería esforzarse en darles nueva vida y vigor, y desarro­llar lo que hay de verdadero, consolador, justo, útil y venerable en ellas? Habéis hasta ahora puesto los límites a todos los excesos y deberíais hacerlo de nuevo: deberíais mantener el orden en las institu­ciones, entre los hombres, en las ideas; precisa­mente porque habéis luchado hasta ahora contra los excesos y los errores que había que desaprobar, es ahora vuestra misión luchar contra los excesos y errores en la dirección contraria".
"Profesáis como base de vuestra doctrina la ley de la Igualdad, y la Fraternidad entre hombres, de la Libertad para todos; pero deberíais también en­señar a todos los hombres el verdadero significa­do y el valor representativo de esas palabras, que pueden iluminar e instruir, pero que pueden guiar por mal camino y desconcertar; ya que vosotros, por vuestros estudios y por la vida práctica de vuestras Logias, habéis aprendido lo que significan y lo que ordenan".
"Para vosotros, como para todos los hombres de progreso, la palabra "Igualdad" significa igualdad de derechos, por iguales virtudes y capacidades; una participación en las mismas ventajas, para aquellos que, por títulos iguales, los merecen. En­tenderla en cualquier otro sentido es contrario a los principios de la moralidad y la justicia y a las enseñanzas de la Naturaleza misma".
"¿No os pertenece a vosotros, a vosotros, que siempre habéis defendido la libertad, el declarar los deberes austeros que nos impone a todos, y de­mostrar que no puede tener base sólida, a menos que se construya sobre la base de la virtud y del respeto de los derechos de otros? ¿No necesita la voz de la Masonería todavía incitar a la unión fra­ternal a todos los hombres y a cada pueblo? Esa es su misión. Incluye a los dos Hemisferios en el vas­to círculo de la beneficencia fraternal. Porque vuestra esfera de acción no se ciñe y limita a las fronteras de esta área. La Masonería es de todos los países y de todos los tiempos".
Ya en 1741, el Gran Maestro, el Duque D'Antin dijo: "El mundo entero es sólo una República, de la cual cada nación es una familia, y cada indivi­duo, un hijo. El arte sublime de la Masonería sin interferir con los diferentes deberes que la diver­sidad de Estados exigen, tiende a crear un nuevo Pueblo, el cual, compuesto de muchas naciones, las une a todas, por decirlo así, por la fuerza cohesiva de la Ciencia, la Moralidad y la Virtud". El tiempo nos ha capacitado para mejorar sólo un poco esta definición.
La respuesta a la investigación de qué es la Ma­sonería, sería muy incompleta si no se dijera nada de su filosofía. Sin embargo, no tengo tiempo sino para decir poco.
La Masonería es tanto menos una secta religio­sa como tampoco, un partido político. Como abar­ca todos los partidos, así también abarca todas las sectas, para formar con todas ellas una vasta aso­ciación fraternal. La moral de la Antigüedad, la de la ley de Moisés y la del Cristianismo son nuestras. Reconocemos a cada profesor de Moralidad, a cada Reformador, como Hermano. Ningún Masón tiene el derecho de decidir en lugar de otro, den­tro de un Templo Masónico, el grado de venera­ción que debe sentir por cada Reformador o el Fundador de cualquier Religión. Enseñamos una creencia en ningún credo en particular, ya que enseñamos la no-creencia en ninguno. En todas las religiones hay una base de Verdad, en todas hay fragmentos al menos de pura Moralidad. Todo lo que enseña la doctrina cardinal de la Ma­sonería, lo respetamos; a todos los maestros y reformadores de la humanidad los admiramos y reverenciamos.
No infravaloramos la importancia de cualquier Verdad. No pronunciamos ninguna palabra que pueda parecer irreverente por cualquier seguidor de cualquier fe. No decimos al Musulmán que sólo es importante para él que no hay sino un solo Dios y totalmente no esencial si Mahoma fue su profeta o no. No decimos al Hebreo que el Mesías que espera nació en Belén hace casi dos mil años, y que sustituyó la ley de Moisés por una fe mejor. Y tampoco decimos al Cristiano genuino que Jesús de Nazaret no fue sino un hombre como nosotros, o su historia el renacimiento irreal de una antigua leyenda. El hacer esto va más allá de nuestra juris­dicción.
La Masonería, de ninguna época en concreto, pertenece a todos los tiempos; de ninguna religión en concreto, encuentra sus grandes verdades en todas.
No es incredulidad o escepticismo. Tiene su propio credo, sencillo y sublime, el cual cada hom­bre bueno de cada religión puede aprobar. Expo­ne todas las filosofías antiguas, y modesta y no proféticamente expresa la suya propia.
Para cada Masón hay un Dios -Uno Supremo, Infinito en Bondad, Sabiduría, Providencia, Jus­ticia y Benevolencia; Creador, Influyente y Pro­tector de todas las cosas. Cómo o por medio de qué intermediarios, fuerzas o emanaciones Él crea y actúa, y de qué modo Él se manifiesta Él mismo, la Masonería lo deja a los Credos y Religiones que lo investiguen.
Para cada Masón el alma del hombre es inmor­tal. Si emanó de, y volverá a, Dios, y cuál ha de ser su modo continuado de existencia a partir de ese momento, cada uno lo juzga por sí mismo. La Ma­sonería no se fundó para establecer eso.
Para cada Masón, la Sabiduría o Inteligencia, la Fuerza, la Armonía, o la Aptitud, la Propor­ción o Belleza, son la Trinidad de los Atributos de Dios. Con las sutilidades de la Filosofía y del Escolasticismo con respecto a ellos, la Masonería no se inmiscuye, ni decide, con respecto a la rea­lidad de las supuestas existencias que son sus Per­sonificaciones; ni si la Trinidad Cristiana sea tal Personificación o una Realidad de la más solemne importancia y significación.
Para cada Masón, la Infinita Justicia y Benevo­lencia de Dios da amplia seguridad, el Mal será destronado finalmente, y lo Bueno, lo Verdadero y lo Hermoso reinarán triunfantes y eternos. Ense­ña que el mal, el dolor y la pena existen como par­te de un plan sabio y benéfico, cuyas partes, todas ellas, funcionan juntas bajo la mirada de Dios, hacia un resultado que será la perfección. Si la existencia del mal se explica correctamente en este credo o en aquel; por Tifón, la Gran Serpiente; por Ahriman y su ejército de espíritus perversos; por los Gigantes y Titanes luchando contra el Cielo; por los dos principios coexistentes y coeternos del Bien y del Mal; por la tentación de Satán y la caí­da del hombre; está más allá del dominio de la Masonería decidir y ni tan siquiera lo indaga. Ni está dentro de su área determinar cómo el triunfo final de la Luz y la Verdad y el Bien, sobre la Os­curidad y el Error y el Mal se ha de alcanzar.
Por lo tanto no duda de ninguna verdad, y no enseña el escepticismo en ningún credo, excepto cuando tal credo puede rebajar su elevada estima­ción propia de la Divinidad, degradarle hasta el ni­vel de las pasiones de la Humanidad, en el desti­no elevado del hombre, refutar la bondad e infinita benevolencia de Dios, golpear las grandes colum­nas de la Masonería, Caridad, Esperanza y Fe, o inculcar la inmoralidad y el poco aprecio hacia los deberes activos de la vida.
No es una religión, sino una Adoración; y una unidad en la cual todos los hombres civilizados se pueden agrupar; porque no se encarga de explicar o de establecer dogmáticamente esos grandes mis­terios, que están por encima de la débil compren­sión de nuestro intelecto humano. Confía en Dios, y tiene Esperanza: Cree como un niño y es humil­de: no desenvaina ninguna espada para obligar a otros a adoptar su creencia o a estar feliz con sus esperanzas: y ESPERA con paciencia entender los misterios de la Naturaleza y el Dios de la natura­leza en lo futuro.
La primera gran Verdad de la Masonería es que ningún hombre ha visto a Dios en ninguna época. Él es Uno, Eterno, Todopoderoso, Omnisciente,Infinitamente Justo, Misericordioso, Benevolente y Compasivo; Creador y Protector de todas las co­sas, la Fuente de la Luz y la Vida, co-extensivo con el Tiempo y el Espacio, Eterno como primero, e Infinito como lo segundo; Quién pensó y con el pensamiento creó el Universo y todas los seres vi­vos y las Almas de los Hombres: Eso que Es: Per­manente: mientras que todo a Su lado es una Gé­nesis perpetua: que Su Justicia, Sabiduría y Mise­ricordia son infinitas y perfectas por igual y sin embargo no tienen conflictos en lo más mínimo la una con la otra.
Cuando los primeros robles todavía hacían bro­tar sus hojas, el hombre perdió el conocimiento perfecto del Verdadero Dios Único, la antigua Existencia absoluta, la Mente infinita y la Inte­ligencia Suprema, y flotó indefenso sobre el océa­no sin orillas de conjetura. Entonces el Intelecto se atribulaba y torturaba a sí mismo con la búsque­da del aprendizaje, ya fuera el universo material una mera combinación de átomos por azar o el resultado de una sabiduría Infinita no creada: . . . ya fuera todo lo material y espiritual creado por la Deidad de la nada, o fueran la materia y Él coexistentes, y la creación sólo moldeando hasta la forma desde el caos: ... ya fuera el Universo Dios o fuera Dios el alma del Universo, impregnando cada parte de él; ... o una existencia independiente, separada y a parte del Universo; una Existen­cia personal;... ya produjera Él con acción inme­diata siempre recurrente y siempre presente la su­cesión continua de fenómenos y efectos, o ya sean esos efectos no otra cosa sino los resultados de una ley inmutable establecida por Él en los tiempos re­motos de la Eternidad. Todas sus Filosofías, lu­chando como pudieron, para evitar el abismo pe­ligroso, acabaron en una de las dos conclusiones siguientes: o que no hay Dios o que todo lo que existe es Dios, -en Ateísmo o Panteísmo teóricos; y por lo tanto, vagaron incluso más profundamen­te en la oscuridad y estuvieron perdidos, y ya no había para ellos ningún Dios real, sino sólo un gran Universo estúpido.
El Ateísmo, es verdad, nunca fue más que una teoría. "Se ha dicho", según escribe un gran pen­sador, "que la Muerte es el fin; que este mundo no tiene Dios; que no hay Providencia; que la Natu­raleza es un concurso fortuito de átomos; que el pensamiento es una función fortuita de la materia, un resultado fortuito de un resultado fortuito, un disparo del azar desde la gran pistola de viento del Universo, accidentalmente cargada, dirigida al azar, y disparada por azar. Las Cosas ocurren, no se planean. Hay suerte y hay mala suerte, pero no hay Providencia. Hay sólo un Universo todo en desorden: no hay Infinito, ni Razón, ni Conciencia,ni Corazón, ni Alma en las cosas, nada que reve­renciar, que apreciar, que amar, que adorar, en lo cual confiar, sino sólo una Fuerza fea, ajena y ex­traña para nosotros, que golpea a aquellos que amamos, y nos convierte en meros gusanos en la arena caliente del mundo. Desde el cielo no nos sonríe ninguna Providencia amable, en todos sus miles de ojos estrellados; y en las tormentas, una Violencia maligna, con su espada relampa­gueante, apuñala en la oscuridad buscando a hom­bres que asesinar".
El hombre nunca pudo estar contento con eso -creer que no había ninguna Mente que pensaba por el hombre, ni Conciencia que estableciera le­yes eternas, ningún Corazón que ama a aquel a quien nada de la Tierra ama o se preocupa, ningu­na Voluntad del Universo para guiar a las nacio­nes en el camino de la justicia, la sabiduría y el amor. La Historia no es el concurso fortuito de sucesos o la Naturaleza, el de los átomos. Él no puede creer que no haya plan o propósito en la Naturaleza, que guíe nuestra salida así como nues­tra llegada, que haya un poderoso ir, pero que no va a ninguna parte; que toda la belleza, sabiduría, afecto, justicia y moralidad en el mundo sea un ac­cidente, y pueda acabar mañana.
Todo eso está dicho bien y verdaderamente. La Masonería acepta su verdad y no sólo requiere del aspirante de dentro de sus templos el manifestar una creencia en la existencia de Dios, sino que antes de que se haga Masón, debe unirse en ora­ción a ella, y declarar que en Él pone su confian­za. Con eso está por el momento contenta, pero después se esfuerza en comunicarle ideas raciona­les y adecuadas del Gran Arquitecto del Universo; eso hace honor a la Deidad y no es idolatría.
Más verdaderamente se decía "No es profa­nidad negar la Deidad de los vulgares ignorantes, sino asignarle a Él los atributos imaginados por ellos". También se ha dicho con acierto: "Cierta­mente, ciertamente, los viajeros han visto muchos ídolos monstruosos en muchos países, pero ningu­nos ojos humanos han visto imágenes más atrevi­das, vulgares, y chocantes, de la naturaleza Divina que nosotros, criaturas de polvo, hacemos a nues­tra propia semejanza, de nuestras propias pasio­nes, impíamente invirtiendo el orden de la crea­ción y respirando nuestro propio espíritu en una imagen mental e ídolo del Creador".
Por lo tanto se ha dicho acertadamente por otro que "cada religión y cada concepto de Dios es idolatría en cuanto a que es imperfecto; y sus­tituye una idea débil y temporal en el lugar sa­grado de ese Ser Incognoscible, que puede cono­cerse sólo en parte, y que, por lo tanto, puede honorarse incluso por los más ilustrados de sus creyentes, sólo en proporción con sus limitadas fuerzas de entendimiento e imaginándose para sí mismas Sus perfecciones".
Ningún símbolo de la Deidad puede ser apro­piado o duradero excepto en un sentido relativo o moral. No podemos ensalzar palabras que tienen sólo un significado sensual, por encima del senti­do. Llamarle a Él una Fuerza o Poder, o una In­teligencia es simplemente engañarnos a nosotros mismos en la creencia de que usamos palabras que tienen un significado para nosotros, cuando real­mente no tienen más del que tenían los antiguos símbolos visibles.
Llamarle Soberano, Padre, Gran Arquitecto del Cielo y la Tierra, Extensión, Tiempo, Prin­cipio, Medio y Fin, Cuyo Rostro se Gira a Todos Lados, La Fuente de la Vida y la Muerte, no es sino ofrecer a otros hombres ciertos símbolos mentales, mediante los cuales nos esforzamos en vano en comunicarles las mismas ideas vagas que los hombres de todas las épocas han luchado por expresar impotentes; y se puede dudar de si han tenido éxito, o en comunicar, o en formar en nues­tras mentes, cualquier idea más clara y definida y verdadera y adecuada, de la Deidad: en cualquier otro aspecto que el de Su moral con toda nuestra vanidad metafísica y sutilidad lógica, que las que los rudos antiguos tuvieron, que se esforzaron en simbolizar, y, por lo tanto, en expresar Sus cuali­dades, por el Fuego, la Luz, el Sol y las Estrellas, el Loto y el Escarabajo; todos ellos, tipos, de lo que, excepto por tipos, más o menos suficientes, no pudo o no puede expresarse en absoluto.
Los Dioses Paganos no eran realidades, sino meras personificaciones ideales, o de los Cuer­pos Celestiales, las Fuerzas de la Naturaleza o los Principios de la Luz y de la Oscuridad, del Bien y del Mal. Los antiguos adoraban las Fuer­zas de la Naturaleza en la constelación, y las constelaciones en los animales imaginados ahí. Pero siempre había unos pocos que creían que sólo había un Verdadero Dios, que no tiene for­ma corporal; y que nunca se ha visto por ningún hombre; que no es la Luz, ni el Fuego; sino In­telecto y Existencia puras y absolutas; una Per­sonalidad, existente antes que el Universo, que Él creó con un pensamiento; que el pasado, el presente y el ilimitable futuro, la serie infinita de sucesos y de sucesiones del Tiempo en ambas direcciones están siempre presentes ante Él en un mismo momento. No hay para Él Futuro, ni Pasado. Está presente por todos lados, y no hay para ÉL, ni Ahí, ni Otro Lugar, sino todo es para Él, Aquí y Ahora; que Él es necesariamen­te inmutable, infinitamente justo, sabio y pode­roso, sin embargo, infinitamente misericordioso,amoroso y benevolente; y ni puede estar enfada­do, ni arrepentirse.
Y por lo tanto la Masonería dice a sus Inicia­dos esto: "Dios es Uno, sin igual; Solo, Eterno e Inmutable; y no ese supuesto Dios de la Natura­leza, cuyos numerosos poderes se imaginaba que se revelaban inmediatamente a los Sentidos en la rueda incesante del movimiento, la vida y la muerte".
"La Multiplicidad es una ilustración infinita del Único. Las Fuerzas de la Naturaleza son leyes establecidas por la Existencia absoluta no creada. En la ausencia de la Creación por Él, ninguna cua­lidad puede añadirse a Su nombre. Por las Emana­ciones de Su Omnipotencia nos volvemos cons­cientes de Su Ser abstracto; y el ELOHIM por el cual Él creó todo lo que existe, son sus Fuerzas creado­ras y una parte de esas Emanaciones".
"Todos los Dioses de los Paganos son ídolos fal­sos; porque siendo sólo cualidades y pasiones hu­manas ampliadas y personificadas, son totalmen­te irreales y no tienen existencia. No hay sino un solo Dios, infinito e incomprensible, al cual ningu­na cualidad humana puede asignársele adecuada­mente, incluso cuando se imagina infinito".
"Los Poderes de Dios no son Personas, ni Se­res distintos a Él, pero Sus Pensamientos, son inmateriales como nuestros pensamientos, y existen en Él, como los pensamientos existen en nues­tras propias almas".
"Dios es el Alma del Universo, distinto y supe­rior al Universo de las cosas, como el alma del hombre es distinto y superior a su frágil cuerpo".
"No hay Dios rival en guerra con Lo Inefable, ni Principio Perverso independiente y existente por sí mismo en rebelión contra Él. El Universo es un gran todo, en el que todo tiende a un buen re­sultado, a través de una serie infinita de cosas, como una gran armonía en la que la disonancia y la concordancia se mezclan, y que, sin cualquiera de las dos, sería imperfecto".
El hombre, cuyo intelecto es demasiado limitado para comprender estos misterios, debe creer; y la fe sencilla es más sabia que todas las especulaciones vanas de la Filosofía. Dejadle apartarse lejos de to­das esas vanas Filosofías, que se esfuerzan en expli­car todo lo que existe, sin admitir que hay un Dios, separado y a parte del Universo; que es Su obra, esa Naturaleza universal construida en un Dios, y ado­rada sola; que aniquila el espíritu y que no creáis ningún testimonio excepto el de los sentidos corpo­rales; que por fórmulas lógicas y diestras combina­ciones de palabras hacen que el Dios real, vivo, que nos guía y protege desaparezca en brumas oscuras de una simple abstracción e irrealidad, siendo esta misma una simple fórmula lógica.
En todas las épocas, los hilos dorados de la Ver­dad han destellado en el tejido del Error. ¡Afortu­nado es el Masón que, por la Luz de la Sabiduría, la Verdadera Luz Masónica, la primera Emanación de la Divinidad, puede discernir los hilos dorados, jeroglíficos de Dios, escritos cuando el tiempo co­menzó, y leerlos correctamente, como fueron leí­dos por nuestros Antiguos Hermanos en los tiem­pos antiguos!
Así en todas las épocas la Palabra de Dios, Su Pensamiento, la Gran Fuerza Creativa, que no se manifiesta a través de órganos materiales ni con una voz audible para los oídos mortales, ha sona­do en las almas de los hombres, y les ha enseña­do las grandes Verdades de la Razón, la Filosofía y la Religión. ¡Afortunado es el Masón que puede oír esa Palabra, que es la manifestación de la Di­vinidad, de modo inteligible y significativo; el Pen­samiento de Dios, que hizo las Estrellas y todo lo que existe, y las Grandes Leyes de la Armonía y el Movimiento!
En todas las épocas, brillos rosáceos de luz, que tifien las oscuras nubes del Error, han enseñado a la Humanidad que la Verdad y la Luz, perfecta y gloriosa, se demoran bajo el horizonte de la Visión Mortal, a tiempo para elevarse como el Sol y llenar el Universo de Dios con luz y gloria, en la aurora del día fijado por Él. ¡Afortunado el Masón que acepta con fe y esperanza firmes esos rayos que se debaten y que doran las nubes, como prueba evi­dente de que, en buen momento divino, Su Auro­ra llegará y será eterna!
La existencia de un Dios, que es el alma in­material del Universo, presente en él por todas partes, y sin embargo totalmente distinto a él, es un misterio más allá de nuestra comprensión; pero no más que la existencia del alma humana, la llegada de la luz a la Tierra de las estrellas más remotas, después de viajar muchos miles de años, la presencia de electricidad y calor latentes en los cuerpos más sólidos: -y la existencia de un Universo sin Alma, sin un Dios y no creado por un Dios, sería un misterio más grande y más incomprensible aún.
La idea de que Dios nunca comenzó a existir, sino que siempre existió, está más allá de nuestra comprensión, y que el alma lucha en vano captar; pero no más que la idea de un espacio infinito en extensión y tiempo: -y sería un misterio mucho más grande si, después de una eternidad, en la que no había habido ningún Dios, y en la que había habido por todas partes en el espacio infinito la nada; nunca durante una eternidad completa de Tiempo, ningún eco de Pensamiento; Dios, sin una causa, había comenzado a ser.
Que el Pensamiento y la Voluntad de Dios, expresados en la palabra, son una Fuerza omnipo­tente infinita, de Creación y Producción, de Pro­tección y Destrucción, que comportó la existencia a partir de la Nada, el infinito Universo de los Mundos, es un misterio, el más grande de todos los misterios, tenemos costumbre de pensar; pero es tan comprensible como la existencia de un Alma, de un Pensamiento que puede separarse y salir del Alma; que puede vivir después de que haya muerto el que lo expresó; ese es un Poder real, y moldea los destinos, e influye en el sino, de la Humanidad: -y sería un misterio más grande aún si el Universo material, no instintivo con una alma, sin tener un Creador y sin una Causa hubie­ra existido siempre o hubiera saltado a la existen­cia por sí mismo.
La acción de la voluntad de un hombre en la conducta de otro; la fuerza desconocida, invisible e inmaterial que atrae al imán con irresistible energía al Norte, el desarrollo de la bellota en el roble, el fenómeno de los sueños, son igualmente misterios e igualmente incomprensibles para noso­tros. Dios es un misterio, sólo como todo lo que nos rodea lo es también, y como nosotros somos misterios para nosotros mismos.
Dios Vive y es Inmortal. Su Pensamiento, que creó, conserva. Controla el Universo, todas las es­feras, todas las palabras, todas las acciones de la Humanidad y de cada criatura animada e inanima­da. Habla en el alma de cada hombre que vive. Las Estrellas, la Tierra, los Árboles, los Vientos, la voz universal de la Naturaleza, la Tempestad y la Ava­lancha, el rugir del Mar y la voz grave de la Cas­cada, el ronco Trueno, y el susurro suave del Ria­chuelo, las montañas heladas navegando en los Mares del Norte, la canción de los pájaros, las vo­ces del Amor, el habla de los Hombres, todos son el alfabeto en el cual se comunica con los hombres, y les informa de la voluntad y ley de Dios "que los hizo y los bendijo a todos".
Antes de que el mundo se hiciera viejo, la ver­dad y el conocimiento primitivos desaparecieron de las mentes de los hombres. Entonces el hombre se preguntó: "¿Qué soy yo? ¿Y cómo y de dónde vengo? ¿Y a dónde voy?". Y el alma mirando ha­cia dentro se esforzó en aprender si ese "Yo" que era consciente de su propia individualidad e iden­tidad; si eran la simple materia, su pensamiento, razón, pasiones y afectos simples resultados de la combinación de la materia, o si era una existencia inmaterial, envuelta en los impedimentos de la materia; si era una esencia individual, completa y perfecta por sí misma, con una vida inmortal se­parada e inherente, o una porción infinitesimal un gran Principio Primero o Alma Universal, que impregna el Universo, se extiende a través de las infinitudes del espacio, y ondula como luz y calor; y así siguieron discurriendo cada vez más por los laberintos del Error, e imaginaron filosofías vanas, revolcándose en el fango del materialismo y el sensualismo, o batiendo vanamente sus alas en el vacío de las abstracciones y la idealidad.
Pero la Masonería nos enseña que el alma hu­mana es inmortal, no el mero resultado de la or­ganización, ni un agregado de tipos de acción, de la materia; ni una simple sucesión de fenómenos y percepciones, sino una Existencia, única e idén­tica, un Espíritu Vivo, una chispa de la Gran Luz Central, que ha entrado y mora en el cuerpo, para separarse de él en la muerte, y volver a Dios que se la dio; que no se dispersa o desvanece en la muerte, como el aliento o el humo, ni se puede aniquilar, sino que todavía existe y posee actividad e inteligencia, incluso cuando existió en Dios an­tes que ella fuera envuelta en un cuerpo. Es inmor­tal, no por necesidad, sino, a menos que, como ella y todas las cosas emanaron de Dios, Le complaz­ca para adoptarla de nuevo dentro de Él.
No entendemos esto, sino que lo creemos. Lu­chamos por expresar la Verdad, con palabras que son inadecuadas. Lejos en el Pasado oscuro, oímos a nuestros Antiguos Hermanos, con expresión va­cilante, esforzándose en expresar la misma idea de la inmortalidad, diciendo:
"La semilla muere y de su muerte nace el nue­vo brote del nuevo trigo, para producir cien".
"El gusano muere en su prisión estrecha, tejida por sí mismo, y de su muerte nace la brillante po­lilla, emblema de la inmortalidad".
"La serpiente de larga vida muere y vuelve a re­novar su propia existencia, y de la muerte del sue­ño de la noche, el misterio menor, llega la renova­da vida de la mañana".
"Ahora, como siempre, de la muerte nace la vida, de la oscuridad despierta siempre la luz y al Mal en círculo eterno le sucede el Bien".
Es el gran problema de la Existencia Huma­na, si la Fuerza y Principio del Bien al final de­pondrá y destruirá la Fuerza y Principio del Mal; si el dolor, la calamidad y el pecado desaparece­rán en el futuro del Universo, y a partir de en­tonces será Luz y Alegría y Dicha y Felicidad; si hay otra vida, en la cual las influencias malignas del Demonio del Mal no se sentirán, y donde la reparación se llevará a cabo para compensar los sufrimientos de la Virtud, y las calamidades de los buenos, en esta vida: ya que es el Gran Pro­blema si somos mejores que los animales que mueren y si hay un Padre Grande, Bueno y Be­néfico en el Cielo, que a Su propio tiempo co­nectará los mil enlaces de circunstancias y lle­varlos a un buen y excelente resultado.
Las leyes que controlan y regulan el Universo son las del Movimiento y la Armonía. Vemos sólo los incidentes aislados de las cosas y con nuestra débil y limitada capacidad de visión no podemos discernir su conexión, ni los poderosos acordes que hace de la aparente desarmonía una perfecta armonía. El Mal es simplemente aparente y todo es en realidad bueno y perfecto. Ya que el dolor y el pesar, la persecución y la calamidad, la aflicción y la indigencia, la enfermedad y la muerte, no son sino los medios por los cuales sólo las más nobles virtudes se pueden desarrollar. Sin ellos, y sin el error y el pecado, y el daño y la ofensa, ya que no puede haber ningún efecto sin una causa adecua­da, no podría haber ni paciencia, ni prudencia, ni templanza, ni valor para enfrentarse al peligro; ni verdad, cuando hablar es azaroso; ni amor que viva a pesar de la ingratitud; ni caridad, ni abne­gación, ni perdón, ni tolerancia, ni juicio caritati­vo de los motivos y acciones del hombre; ni patrio­tismo, ni heroísmo, ni abnegación, ni generosidad. Las virtudes y excelencias humanas no existirían, no se conocerían sus nombres, sus naturalezas se­rían totalmente incomprensibles para nosotros. La vida sería de un nivel bajo, plano, muerto, sobre la cual ninguno de los elevados elementos de la na­turaleza humana emergería, y el hombre yacería envuelto en indolencia satisfecho y en apática ocio­sidad, un mero negativo sin valor, en vez del valíente y fuerte soldado contra las legiones sombrías del Mal y de la inclemente Dificultad.
Las Leyes de la Naturaleza son el desarrollo del AMOR, que es la Ley Universal, el motivo Divino de la Creación. Por eso fluyen la atracción y las afini­dades, y el rápido flash de la corriente eléctrica, las mareas, las nubes, los movimientos del mundo, la influencia de la voluntad y el misterioso poder del magnetismo. La Naturaleza es una gran Armonía y de esa armonía cada ser humano es un tono. De Dios fluye en círculos incesantes como la luz y el esplendor del Sol. A Él vuelven las notas de esa ar­monía y se entremezclan con el poderoso diapasón de las esferas y son inmortales.
El hombre no está gobernado por un Destino ciego al que no se puede resistir y que es inexora­ble, sino que es Libre de elegir entre el Bien y el Mal. Somos conscientes de nuestra libertad para actuar, como somos conscientes de nuestra exis­tencia y de nuestra permanente identidad. "Tene­mos las mismas pruebas de la una como de la otra, si ponemos en duda a una de las dos, no tenemos la certeza de ninguna, y todo es irreal, y podemos negar nuestra libertad de voluntad o actuación, sólo considerando como algo básico que es una cosa imposible, lo que comportaría la negación de la omnipotencia de Dios".
¡Los Misterios del Gran Universo de Dios!
¿Cómo podemos nosotros con nuestra limitada visión mental esperar captarlos y comprenderlos? El Espacio infinito, expandiéndose hacia fuera desde nosotros en todas direcciones, sin límite; Tiempo infinito sin principio, ni fin; y nosotros Aquí y Ahora, en el centro de cada uno de ellos: una infinidad de Soles, los más cercanos de los cuales sólo disminuyen en tamaño, vistos con el telescopio más poderoso; cada uno con su séqui­to de mundos; algunos que parece que vemos, cuya luz que ahora alcanza nuestros ojos ha viaja­do durante cincuenta siglos; nuestro mundo que gira sobre su eje, y que se apresura siempre en su trayectoria alrededor del sol; y él con el sol y todo nuestro especial sistema girando alrededor de al­gún gran punto central; y éste y las estrellas y los mundos brillando eternamente con una inconcebi­ble rapidez a través del cielo ilimitable; -y enton­ces en cada gota de agua que bebemos, multitudes increíbles de seres vivos, invisibles a simple vista, de una minuciosidad increíble, sin embargo, orga­nizados, vivos, alimentándose, devorándose el uno al otro; sin duda, conscientes de su identidad, memoria e instinto.
Tales son los misterios del gran Universo creado por Dios, y sin embargo, sabríamos gustosamente por medio de qué proceso Él los creó; entenderíamos Sus Poderes, Sus Cualidades, Sus Emanaciones, Su modo de Existir y Actuar; el plan de acuerdo con el cual todos los hechos prosiguen, -ese plan profundo como Dios mismo; sabríamos las leyes por las cuales Él controla el Universo; gustosamente Le vería­mos y le hablaríamos cara a cara; y no estamos dispuestos a creer que no entendemos.
Nos ordena amarnos los unos a los otros y que nos volvamos como niños pequeños. Nos dice que amarle a Él y amar al prójimo son los grandes mandamientos, cuya obediencia nos hará vivir; y nosotros reñimos y nos peleamos, nos odiamos y nos perseguimos los unos a los otros porque no podemos tener la misma opinión acerca de Su esencia, o ponernos de acuerdo sobre un inventa­rio completo de Sus cualidades, o creer que esta doctrina o esa es herejía o verdad; empapando el mundo con sangre, diezmando reinos, y convir­tiendo tierras fértiles en desiertos, por la gloria de Dios y para defender la verdad; hasta que, por guerras religiosas, persecuciones y asesinatos, la Tierra durante muchos siglos ha girado alrededor del Sol, como una morgue, humeando con sangre humana coagulada, la sangre de un hermano ase­sinado por su hermano por motivo de opinar dife­rente, que la ha empapado y contaminado todas sus venas y la ha convertido en un terror para sus Hermanas del Universo.
Y si todos los hombres hubieran obedecido siempre con todo su corazón, las suaves y gentiles enseñanzas de la Masonería, ese mundo habría sido siempre un paraíso, mientras que la Intole­rancia y la Persecución hacen de él un infierno. Ya que este es el credo Masónico: Cree en la benevo­lencia, sabiduría y justicia infinitas de Dios; Espe­ra el triunfo final del bien sobre el mal, y la Armo­nía Perfecta como resultado final de todas las con­cordias y discordias del Universo; y sé Caritativo, como Dios lo es, hacia la incredulidad, los errores, los disparates y las imperfecciones de los hombres; porque todos somos una gran Hermandad.

quarta-feira, 1 de fevereiro de 2023

Manly Palmer Hall - La Entrada a La Casa De Los Mistérios

Heinrich Khunrath:

Amphitheatrum Sapientiae Aeternae Khunrath describe en detalle esta figura simbólica que representa el camino a la vida eterna, de la siguiente manera:

“Este es el portal del anfiteatro de la única sabiduría verdadera y de la única sabiduría verdadera y eterna, un portal estrecho, ciertamente, pero suficientemente majestuoso y consagrado a Jehová. La subida a este portal está hecha por un trayecto místico, indiscutiblemente prologetico, de escalones colocados frente a este como se muestra en la lámina. Consiste de siete escalones teosóficos, o mejor dicho, filosóficos, de la Doctrina de los Hijos Fieles. Después de ascender por los escalones, se sigue por el camino de Dios el Padre, ya sea directamente por inspiración o por diferentes medios transmitidos. Según las siete solemnes leyes que brillan en el portal, aquellos que son divinamente inspirados tienen el poder de entrar y, con los ojos del cuerpo y de la mente, ver, contemplar e investigar, de forma Cristiano-Cabalística, divino-mágica, psico-quimica, la naturaleza de la Sabiduría, Bondad, y Poder del Creador; para que al final, no mueran sofisticadamente, sino que vivan teosóficamente, y que los filósofos ortodoxos creados puedan, con una filosofía sincera, interpretar las obras del Señor, y dignamente alabar a Dios, que ha bendecido a Sus amigos”. La figura y la descripción arriba expuesta constituyen una de las exposiciones más notables que jamás se ha hecho de la aparición de la Casa del Hombre Sabio y de la forma en la cualse debe entrar a este lugar. Siguiendo el camino que señalan los sabios, quien busca la verdad llega finalmente a la cima del monte de la sabiduría y, al mirar hacia abajo, contempla el panorama de la vida que se extiende ante él. Las ciudades de las planicies no son más que motitas y por todas partes el horizonte queda oculto tras la bruma gris de lo Desconocido. Entonces el alma se da cuenta de que la sabiduría reside en la amplitud de miras y se incrementa en función de la perspectiva. Entonces, como los pensamientos del hombre lo elevan hacia el cielo, las calles se pierden en ciudades las ciudades en naciones, las naciones en continentes, los continentes en la tierra, la tierra en el espacio y el espacio en la eternidad infinita, hasta que al final solo quedan dos cosas: el Yo y la bondad de Dios.

Si bien el cuerpo físico del hombre vive en él y se mezcla con la multitud irresponsable, cuesta pensar que el hombre vive realmente en un mundo propio, un mundo que ha descubierto elevándose en comunión con las profundidades de su propia naturaleza interna. El hombre puede vivir dos vidas. Una es una lucha desde el vientre hasta la tumba, cuya duración se mide por algo que el propio hombre ha creado: el tiempo. Bien podemos llamarla «la vida inconsciente». La otra vida va desde el entendimiento hasta el infinito. Comienza con la comprensión, dura para siempre y se consuma en el plano de la eternidad. Se la llama «la vida filosófica». Los filósofos no nacen ni mueren, porque, cuando llegan a darse cuenta de la inmortalidad, son inmortales. Cuando han alcanzado la comunión con el Yo, se dan cuenta de que en su interior hay un fundamento inmortal que no desaparece. Sobre una base viva y vibrante —el Yo— erigen una civilización que perdurará después de que el sol, la luna y las estrellas hayan dejado de existir. El tonto no vive más que para el presente: el filósofo vive para siempre.

Una vez que la conciencia racional del hombre hace rodar la piedra y sale de su sepulcro, ya no muere más, porque después del segundo nacimiento, de carácter filosófico, ya no puede desaparecer. No se debe deducir de esto la inmortalidad física, sino, más bien, que el filósofo ha aprendido que su cuerpo físico no es más su verdadero Yo, del mismo modo que la tierra física no es su verdadero mundo. Cuando se da cuenta de que él y su cuerpo no son lo mismo —que, aunque la forma perezca, la vida no se pierde—, alcanza la inmortalidad consciente. A aquella inmortalidad hacía referencia Sócrates cuando dijo: «Anito y Meleto pueden, sin duda, condenarme a muerte, pero no pueden hacerme daño». Para los sabios, la existencia física no es más que la habitación exterior de la sala de la vida.

Abriendo las puertas de esta antecámara, el iluminado pasa a otra existencia más grande y más perfecta. El ignorante vive en un mundo limitado por el tiempo y el espacio. En cambio, para los que captan la importancia y la dignidad de Ser, aquellas no son más que formas fantasmas, ilusiones de los sentidos: son límites arbitrarios que la ignorancia del hombre impone a la duración de la Divinidad. El filósofo vive y se emociona al darse cuenta de esta duración, porque, según él, la Causa Omnisciente considera aquel período infinito el momento de todos los logros.

El hombre no es la criatura insignificante que parece ser; su cuerpo físico no es la verdadera dimensión de su auténtico ser. La naturaleza invisible del hombre es tan amplia como su comprensión y tan inconmensurable como sus pensamientos. Los dedos de su mente se extienden y agarran las estrellas; su espíritu se mezcla con la vida palpitante del propio cosmos Quien haya alcanzado el estado de entendimiento ha aumentado tanto su capacidad de conocimiento que poco a poco va incorporando en su interior los diversos elementos del universo. Lo desconocido no es más que lo que todavía falta por incluir en la conciencia del buscador. La filosofía ayuda al hombre a desarrollar el sentido de apreciación, porque, así como revela la gloria y la suficiencia del conocimiento, también despliega los poderes y las facultades latentes que le permiten dominar los secretos de las siete esferas.

Desde el mundo de las actividades físicas, los antiguos iniciados llamaban a sus discípulos a la vida de la mente y el espíritu. A lo largo de los siglos, los Misterios han estado en el umbral de la Realidad: un lugar hipotético entre el noúmeno y el fenómeno, la sustancia y la sombra. Las puertas de los Misterios siempre están entreabiertas y los que quieren pueden entrar en el espacioso domicilio del espíritu. El mundo de la filosofía no queda ni a la derecha ni a la izquierda, ni arriba ni abajo. Como una esencia sutil que impregna todo el espacio y toda la sustancia, está en todas partes: penetra en lo más interno y lo más externo de todo el ser. En todos los hombres y en todas las mujeres, estas dos esferas están conectadas por una puerta que conduce desde el no yo y sus preocupaciones hasta el Yo y sus realizaciones. En los místicos, esta puerta es el corazón y, mediante la espiritualización de sus emociones, se ponen en contacto con el plano más elevado, que, una vez sentido y conocido, se convierte en la suma de lo que vale la pena. En los filósofos, la razón es la puerta entre el mundo exterior y el interior, y la mente iluminada salva el abismo entre lo corpóreo y lo incorpóreo. Por consiguiente, la divinidad nace dentro del que ve y, desde las preocupaciones de los hombres, se eleva hacia las preocupaciones de los dioses. En esta época de cosas «prácticas», los hombres se burlan hasta de la existencia de Dios Se mofan de la bondad, mientras reflexionan con la mente ofuscada sobre la fantasmagoría de lo material. Han olvidado el camino que conduce más allá de las estrellas. Se han desmoronado las grandes instituciones místicas de la Antigüedad, que invitaban al hombre a ingresar en su herencia divina, y las instituciones creadas por el hombre se yerguen ahora donde antes los antiguos templos del saber alzaban un misterio de columnas acanaladas y mármoles pulidos. Los sabios vestidos de blanco que entregaron al mundo ideales de cultura y belleza se han envuelto en sus vestiduras y han desaparecido de la vista de los hombres. Sin embargo, esta pequeña tierra todavía está bañada —como antes — por la luz de su Generador Providencial. Criaturas ingenuas siguen haciendo frente a los misterios de la existencia física. Los hombres siguen riendo y llorando, amando y odiando; algunos sueñan todavía con un mundo más noble, una vida más plena, una comprensión más perfecta. Tanto en el corazón como en la mente del hombre, las puertas que conducen de la mortalidad a la inmortalidad se mantienen entreabiertas La virtud, el amor y el idealismo siguen siendo los regeneradores de la humanidad. Dios sigue amando y conduciendo los destinos de Su creación. El camino sigue subiendo, serpenteante, hacia la consecución. El alma del hombre no ha perdido sus alas, que solo están dobladas bajo su vestidura de carne. La filosofía sigue siendo el poder mágico que, rompiendo el recipiente de arcilla, libera el alma de la esclavitud del hábito y la perversión y, como antes el alma liberada puede desplegar las ajas y remontarse hasta sus propios orígenes.

Los que proclaman los Misterios vuelven a hablar y dan a todos los hombres la bienvenida a la Casa de la Luz. La gran institución de materialidad ha fracasado. La civilización falsa construida por el hombre se ha dado la vuelta y, como el monstruo de Frankenstein, está destruyendo a su creador. La religión vaga sin rumbo por el laberinto de la especulación teológica. La ciencia choca, impotente, contra las barreras de lo desconocido. La única que conoce el camino es la filosofía trascendental. Solo la razón iluminada puede elevar la parte lúcida del hombre hacia la luz. Solo la filosofía puede enseñar al hombre a nacer bien, a vivir bien, a morir bien y, de forma perfecta, a volver a nacer. A este grupo de elegidos —los que han escogido la vida del conocimiento, de la virtud y de la utilidad—, los filósofos de todos los tiempos te invitan a entrar, lector.


Jacques Bergier - Melquisedeque

  Melquisedeque aparece pela primeira vez no livro Gênese, na Bíblia. Lá está escrito: “E Melquisedeque, rei de Salem, trouxe pão e vinho. E...