Resulta especialmente adecuado comenzar un estudio del simbolismo hermético con un análisis de los símbolos y los atributos de la Isis saíta, es decir, la Isis de Sais, famosa por la inscripción relacionada con ella que apareció en el frente de su templo en esta ciudad: «Yo, Isis, soy todo lo que ha sido, lo que es y lo que será y ningún hombre mortal me ha quitado nunca el velo».
Según Plutarco, muchos autores antiguos creían que esta diosa era la hija de Hermes; otros opinaban que era hija de Prometeo. Estos dos semidioses destacaban por su sabiduría divina. No es improbable que su parentesco con ellos sea meramente alegórico. Plutarco traduce el nombre de Isis con el significado de «sabiduría». Godfrey Higgins, en su Anacalypsis, deriva el nombre de Isis del hebreo, Iso, y del griego ζωω, «salvar». Sin embargo, algunas autoridades, como Richard Payne Knight, por ejemplo, creen —y así lo manifiesta en su obra The Symbolical Language of Ancient Art and Mythology— que la palabra tiene origen septentrional, posiblemente escandinavo o gótico. En estos idiomas, el nombre se pronuncia isa, que significa «hielo», o agua en su estado más pasivo, cristalizado y negativo. Esta divinidad egipcia con tantos nombres aparece como el principio de la fecundidad natural en casi todas las religiones del mundo antiguo. Se la conocía como la diosa de las diez mil denominaciones y el cristianismo la metamorfoseó en la Virgen María, porque Isis, a pesar de haber dado a luz a todas las cosas vivas —la principal entre ellas fue el Sol— seguía siendo virgen, según los relatos legendarios.
Apuleyo, en el undécimo libro de El asno de oro, atribuye a la diosa la siguiente declaración relacionada con sus poderes y sus atributos: «Mira. […], yo, conmovida por tus plegarias, estoy aquí contigo: yo, que soy la naturaleza, la progenitora de las cosas, la reina de todos los elementos, el origen primigenio de los tiempos, la divinidad suprema, la soberana de los espíritus de los muertos, la primera de los celestiales y el prototipo uniforme de los dioses. Yo, que gobierno con una inclinación de cabeza las cumbres luminosas de los cielos, las brisas salubres del océano y los silencios lúgubres de los infiernos y cuya única divinidad todo el orbe de la tierra venera bajo diversas formas, con distintos ritos y gran variedad de denominaciones. Por eso, los frigios primigenios me llaman Pessinuntica, la madre de los dioses: los habitantes del Ática me llaman Minerva Cecropia; soy la Venus de Pafos para los chipriotas, Diana para los cretenses portadores de flechas: los sicilianos trilingües me llaman Proserpina estigia, y para los eleusinos soy la antigua diosa Ceres. Algunos me llaman Juno; otros Bellona; soy Hécate para unos y Ramnusia para otros. Y aquellos a los que la divinidad solar ilumina en cuanto sale con sus rayos incipientes, es decir, los etíopes, los arios y los egipcios, expertos en el conocimiento antiguo y que me adoran en ceremonias perfectamente apropiadas, me llaman por mi nombre verdadero: reina Isis».
Le Plongeon cree que el mito egipcio de Isis tuvo una base histórica entre los mayas de América Central, que llamaban a su diosa «reina Moo». En el príncipe Coh, el mismo autor encuentra una correspondencia con Osiris, el hermano y esposo de Isis. La teoría de Le Plongeon era que la civilización maya era mucho más antigua que la egipcia. Al morir el príncipe Coh, su viuda, la reina Moo, huyó para salvarse de la ira de los asesinos y buscó refugio entre las colonias mayas de Egipto, donde la aceptaron como reina y le pusieron el nombre de Isis. Aunque puede ser que Le Plongeon tenga razón, la posible reina histórica se reduce a la insignificancia cuando se compara con la Virgen del mundo, alegórica y simbólica; además, el hecho de que aparezca entre tantas razas y pueblos diferentes resta credibilidad a la teoría de que existió realmente. Según Sexto Empírico, la guerra de Troya se libró por una estatua de la diosa lunar. Por aquella Helena lunar y no por una mujer, los griegos y los troyanos combatieron a las puertas de Troya. Varios autores han tratado de demostrar que Isis, Osiris, Tifón, Neftis y Aroueris (Thot o Mercurio) eran nietos del gran patriarca judío Noé, hijos de su hijo Ham, pero, como la historia de Noé y su arca es una alegoría cósmica relacionada con la repoblación de los planetas al comienzo de cada período del mundo, resulta menos probable que fueran personajes históricos. Según Robert Fludd, el sol tiene tres propiedades: vida, luz y calor, que vivifican y vitalizan los tres mundos: el espiritual, el intelectual y el material. Por consiguiente, se dice «de una luz, tres luces», es decir, los tres primeros maestros masones. Con toda probabilidad, Osiris representa el tercer aspecto (el material) de la actividad solar, que, gracias a sus influencias beneficiosas, vitaliza y da vida a la flora y la fauna de la tierra. Osiris no es el sol, pero el sol simboliza el principio vital de la naturaleza, que los antiguos conocían como Osiris. Su símbolo, por consiguiente, era un ojo abierto, en honor del Gran ojo del universo: el sol. En oposición al principio activo y radiante del fuego fecundo, el calor y el movimiento, era el principio pasivo y receptivo de la naturaleza.
La ciencia moderna ha demostrado que las formas, cuya magnitud varía desde los sistemas solares hasta los átomos están compuestas por núcleos positivos y radiantes, rodeados por cuerpos negativos que existen sobre las emanaciones de la vida central. A partir de esta alegoría tenemos la historia de Salomón y sus esposas, porque Salomón es el sol y sus esposas y concubinas son los planetas, las lunas, los asteroides y otros cuerpos receptivos dentro de su casa: la mansión solar. Isis, representada en el Cantar de los Cantares como la doncella de tez oscura de Jerusalén, simboliza la naturaleza receptiva: el principio acuoso y maternal que crea todas las cosas a partir de sí misma, una vez lograda la fecundación, gracias a la virilidad del sol. En el mundo antiguo, el año tenía 360 días. El Dios de la Inteligencia Cósmica reunía los cinco días adicionales para que fueran los cumpleaños de los cinco dioses que eran llamados «los hijos de Ham». En el primero de aquellos días especiales nacía Osiris y en el cuarto, Isis.
Tifón, el demonio o el espíritu del adversario de los egipcios, nacía el tercer día. El símbolo de Tifón suele ser un cocodrilo: a veces, su cuerpo es una combinación de un cocodrilo y un cerdo. Isis representa el conocimiento y la sabiduría y, según Plutarco, la palabra «Tifón» significa «insolencia» y «orgullo». El egoísmo, el egocentrismo y el orgullo son los enemigos mortales del conocimiento y la verdad. Esta parte de la alegoría se revela.
Osiris —representado aquí como el sol— se convirtió en rey de Egipto y concedió a su pueblo la plena ventaja de su luz intelectual: después continuó su camino a través de los cielos, visitando a los pueblos de otras naciones y convirtiendo a todos aquellos con los que entraba en contacto. Plutarco afirma, además, que los griegos reconocían en Osiris a la misma persona que reverenciaban con los nombres de Dioniso y Baco. Mientras estaba lejos de su país, su hermano Tifón, el malvado —como el Loki escandinavo—, conspiró contra la divinidad solar para destruirla. Reunió a setenta y dos personas como cómplices de su conspiración y alcanzó su abominable objetivo de una manera muy sutil. Mandó hacer una caja decorada muy bonita del tamaño exacto del cuerpo de Osiris y la llevó a la sala de banquetes en la que los dioses se estaban dando un festín. Todos admiraron el hermoso arcón y Tifón prometió dárselo a aquel cuyo cuerpo encajara mejor. Uno tras otro se tumbaron en la caja, pero se volvían a levantar, desilusionados, hasta que finalmente lo probó también Osiris. En cuanto estuvo en el arcón, Tifón y sus cómplices clavaron la tapa y sellaron las aberturas con plomo fundido. A continuación, arrojaron la caja al Nilo, en el cual flotó hasta el mar. Plutarco afirma que esto ocurrió el decimoséptimo día del mes de Athyr, cuando el sol estaba en la constelación de Escorpio. Esto es muy significativo, porque el escorpión es el símbolo de la traición. Osiris entró en el baúl en la misma estación en la que Noé subió al arca para salvarse del diluvio. Plutarco declara también que los faunos (como Pan) y los sátiros (los espíritus de la naturaleza y de los elementos) fueron los primeros en descubrir que Osiris había sido asesinado y de inmediato dieron la voz de alarma; de aquel episodio surgió la palabra «pánico» con el significado de «miedo» o «terror» multitudinario. Cuando Isis recibió la noticia de la muerte de su esposo —se lo contaron unos niños que habían visto a los asesinos cuando salían corriendo con la caja—, enseguida se vistió de luto y salió en su busca.
Finalmente, Isis averiguó que el arcón había flotado hasta la costa de Biblos, donde había quedado enganchado en las ramas de un árbol, que, milagrosamente, no tardó en crecer en torno a la caja. Cuando lo supo el rey de aquel país, se asombró tanto que mandó talar el árbol y hacer con su tronco una columna para sostener el techo de su palacio. Isis fue a Biblos y recuperó el cuerpo de su esposo, pero Tifón volvió a robarlo y lo cortó en catorce trozos, que dispersó por toda la tierra. Desesperada, Isis se puso a reunir los restos cortados de su esposo, pero solo pudo encontrar trece. Reprodujo el decimocuarto —el falo— en oro, porque el original había caído al río Nilo y un pez se lo había tragado. Más tarde, Tifón murió luchando contra el hijo de Osiris. Algunos egipcios creían que las almas de los dioses iban al cielo, donde brillaban como estrellas. Se suponía que el alma de Isis brillaba desde Sirio, mientras que Tifón se convirtió en la constelación de la Osa. No es seguro, sin embargo, que la idea se hubiese generalizado en algún momento. Los egipcios suelen representar a Isis con un tocado que simboliza el trono vacío de su esposo asesinado y esta estructura peculiar fue aceptada en determinadas dinastías como su jeroglífico. Los tocados de los egipcios tienen gran importancia simbólica y emblemática, porque representan el cuerpo áurico de las inteligencias sobrenaturales y se usan de la misma forma en que se usan el nimbo, el halo y la aureola en el arte religioso cristiano.
El famoso simbolista masónico Frank C. Higgins ha observado con perspicacia que los recargados tocados de determinados dioses y faraones están inclinados hacia atrás en el mismo ángulo que el eje de la tierra. Las vestimentas, las insignias, las joyas y los ornamentos de los antiguos hierofantes simbolizaban las energías que irradiaba el cuerpo humano. La ciencia moderna está redescubriendo muchos de los secretos perdidos de la filosofía hermética. Uno de ellos es la capacidad para medir la evolución mental, las cualidades del alma y la salud física de una persona a partir de las descargas de energía eléctrica semivisible que manan constantemente de la superficie de la piel de todo ser humano durante toda su vida.
A veces Isis se representa simbólicamente con la cabeza de una vaca y en ocasiones todo el animal es su símbolo. Los primeros dioses escandinavos eran extraídos a lengüetazos de bloques de hielo por la Madre Vaca (Audhumla), que, por su leche, simbolizaba el principio del nutrimiento natural y la fecundidad. Algunas veces se representa a Isis como un pájaro. A menudo lleva en una mano la crux ansata, símbolo de la vida eterna, y en la otra el cetro florido, símbolo de su autoridad. Thot Hermes Trismegisto, el fundador del saber egipcio y el sabio del mundo antiguo, entregó a los sacerdotes y los filósofos de la Antigüedad los secretos que se han conservado hasta hoy en mitos y leyendas. Estas alegorías y figuras emblemáticas ocultan las fórmulas secretas para la regeneración espiritual, mental, moral y física que vulgarmente se conocen como la química mística del alma (la alquimia). Estas verdades sublimes se comunicaban a los iniciados de las escuelas mistéricas, pero permanecían ocultas a los profanos que, como no comprendían los principios filosóficos abstractos, adoraban a los ídolos de hormigón que representaban aquellas verdades secretas. La personificación de la sabiduría y el sigilo de Egipto es la Esfinge, que ha mantenido a salvo sus secretos durante un centenar de generaciones. Los misterios del hermetismo, las grandes verdades espirituales ocultas al mundo por la ignorancia de este y las claves de las doctrinas secretas de los filósofos antiguos, todo esto se representa simbólicamente mediante la Virgen Isis, que, velada de la cabeza a los pies, solo revela su sabiduría a los pocos que han sido puestos a prueba e iniciados que han adquirido el derecho a acceder a su presencia sagrada, a arrancar de la figura velada de la naturaleza el velo de oscuridad y a situarse cara a cara con la Realidad Divina. A menos que se indique lo contrario, las explicaciones que figuran en estas páginas sobre los símbolos peculiares de la Virgen Isis se basan en selecciones de una traducción libre del cuarto libro de la Bibliotèque des Philosophes Hermétiques, titulado «El significado hermético de los símbolos y los atributos de Isis», con interpolaciones del compilador para ampliar y aclarar el texto. Las estatuas de Isis estaban adornadas con el sol, la luna y las estrellas y muchos emblemas pertenecientes a la tierra, sobre la cual se suponía que gobernaba, como personificación del espíritu guardián de la naturaleza. Se han hallado varias imágenes de la diosa con las marcas de su dignidad y su cargo todavía intactas. Según los filósofos antiguos, personificaba la Naturaleza Universal, la madre de todo lo producido. Por lo general, la divinidad se representaba como una mujer parcialmente desnuda, a menudo embarazada y a veces cubierta por una prenda suelta de color verde o negro o de cuatro tonos distintos mezclados: blanco, negro, amarillo y rojo.
Apuleyo la describe con estas palabras:
«En primer lugar, sus cabellos, abundantes y largos y vueltos un poco hacia dentro, se dispersaban promiscuamente sobre su cuello divino y caían con suavidad. Una corona de muchas formas, hecha de flores diversas, envolvía la cima sublime de su cabeza y en el medio de la corona, justo encima de la frente, había un orbe liso que parecía un espejo o, mejor dicho, una luz blanca refulgente, que indicaba que ella era la luna. Víboras que surgían a la manera de surcos rodeaban la corona del lado derecho y el izquierdo y también se extendían desde arriba espigas de maíz. Su ropa era de muchos colores y estaba tejida con el mejor lino y en un momento dado relucía con un esplendor blanco, en otro era amarilla como la flor del azafrán y en otro enrojecía, con una rojez sonrosada. Sin embargo, lo que más me deslumbró fueron unas vestiduras muy negras, que refulgían con destellos oscuros y que, después de desplegarse y pasarte por debajo del lado derecho y ascender hasta su hombro izquierdo, subían protuberantes como el centro de un escudo, mientras que la parte pendiente de las vestiduras caía en muchos pliegues y, al tener nuditos de flecos, fluía con gracia en los extremos. Había estrellas brillantes dispersas por la orla bordada de las vestiduras y por toda su superficie, y la luna llena que brillaba en medio de las estrellas dejaba escapar fuegos llameantes. Sin embargo, una corona compuesta exclusivamente por todo tipo de flores y frutas se adhería con una conexión indivisible al borde de aquellas vestiduras llamativas en todas sus ondulaciones. Lo que llevaba en las manos también eran objetos de una naturaleza muy diferente, porque en la mano derecha llevaba, por cierto, un cascabel de bronce [un sistro], con una capa fina en forma de campana atravesada por varillas que producían un triple sonido agudo por el movimiento vibratorio de su brazo. De la mano izquierda le colgaba un recipiente alargado, con forma de embarcación, en cuya asa, en la parte más evidente, un áspid alzaba la cabeza erguida y el gran cuello hinchado. Unos zapatos tejidos con las hojas de la palmera de la victoria le cubrían los pies inmortales». El color verde alude a la vegetación que cubre la faz de la tierra y, por consiguiente, representa la vestidura de la naturaleza. El negro representa la muerte y la corrupción como camino hacia la nueva vida y la generación. «El que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios». (Juan 3, 3)
El blanco, el amarillo y el rojo representan los tres colores principales de la medicina alquímica, hermética y universal, una vez desaparecida la negrura de su putrefacción. Los antiguos daban el nombre de Isis a una de sus medicinas ocultas: por consiguiente, la descripción que damos aquí está algo relacionada con la química. Su ropa negra también representa que la luna, o la humedad lunar —el mercurio universal sófico y la sustancia que actúa en la naturaleza, según la terminología alquímica—, no tiene luz propia, sino que recibe del sol su luz, su fuego y su fuerza vitalizadora. Isis era la imagen o la representante de las grandes obras de los sabios: la piedra filosofal, el elixir de la vida y la panacea universal. Otros jeroglíficos que aparecen en relación con Isis no son menos curiosos que los ya descritos, pero resulta imposible enumerarlos a todos, porque los herméticos egipcios usaban indistintamente muchos símbolos. La diosa llevaba a menudo en la cabeza un sombrero hecho de ramas de ciprés, como muestra de duelo por su esposo muerto y también por la muerte física por la que tenían que pasar todas las criaturas para recibir una nueva vida en la posteridad o en una resurrección periódica. La cabeza de Isis a veces aparece adornada con una corona de oro o una guirnalda de hojas de olivo, como marcas evidentes de su soberanía como reina del mundo y señora de todo el universo. La corona de oro representa también la untuosidad aurífica o la grasitud sulfurosa del fuego solar y el vital que ella otorga a todos los individuos mediante la circulación constante de los elementos; esta circulación se simboliza con el cascabel musical que lleva en la mano. El sistro también es el símbolo yónico de la pureza. Una serpiente entrelazada con las hojas de olivo que lleva en la cabeza y que devora su propia cola indica que aquella untuosidad aurífica estaba manchada con el veneno de la corrupción terrestre que la rodeaba y que había que mortificarla y purificarla mediante siete circulaciones o purificaciones planetarias, llamadas «águilas flotantes» (en la terminología alquímica), para volverla medicinal y capaz de devolver la salud. (Aquí se reconocen las emanaciones del sol como una medicina que cura las enfermedades humanas). Las siete circulaciones planetarias se representan mediante las circunvalaciones de la logia masónica, mediante la marcha de los sacerdotes judíos siete veces en torno a las murallas de Jericó y la de los sacerdotes musulmanes siete veces en torno a la Kaaba de La Meca. De la corona de oro salen tres cuernos de la abundancia, como símbolo de la gran cantidad de dones de la naturaleza que proceden de una sola raíz que tiene su origen en los cielos (la cabeza de Isis).
En esta figura, los naturalistas paganos representan todos los poderes vitales de los tres reinos y familias de tipo sublunar: el mineral, el vegetal y el animal. (El hombre se considera animal). En una de sus orejas estaba la luna y en la otra, el sol, para indicar que estos dos eran los principios agente y paciente, o padre y madre, de todos los objetos naturales y que Isis, o la Naturaleza, utiliza estos dos luminares para comunicar sus poderes a toda la familia de animales, vegetales y minerales. En la nuca tenía los caracteres de los planetas y los signos del Zodiaco que asistían a los planetas en sus funciones, lo cual significaba que las influencias celestiales dirigían los destinos de los principios y los espermas de todas las cosas, porque eran los que gobernaban todos los cuerpos sublunares, que transformaban en pequeños mundos hechos a imagen y semejanza del gran universo. Isis sostiene en la mano derecha un pequeño velero, cuyo mástil es el huso de una rueca. De la parte superior del mástil sale una jarra de agua, cuya asa tiene la forma de una serpiente hinchada de veneno, para indicar que Isis conduce la barca de la vida, llena de dificultades y desgracias, por el océano tormentoso del Tiempo. El huso simboliza el hecho de que ella hila y corta el hilo de la Vida. Estos emblemas significan, además, que en Isis abunda la humedad, con la cual nutre todos los cuerpos naturales y los preserva del calor del sol, humedeciéndolos con la humedad nutritiva de la atmósfera. La humedad favorece la vegetación, pero aquella humedad sutil (el éter de la vida) siempre está más o menos contaminada por algún veneno procedente de la corrupción o la descomposición y, para purificarla, hay que ponerla en contacto con el invisible fuego limpiador de la naturaleza, que la digiere, perfecciona y revitaliza, para convertirla en una panacea universal que cure y renueve todos los cuerpos de la naturaleza.
La serpiente muda de piel todos los años y de este modo se renueva: es el símbolo de la resurrección de la vida espiritual a partir de la naturaleza material. Esta renovación de la tierra tiene lugar todas las primaveras, cuando el espíritu vivificador del sol vuelve a los países del hemisferio norte. La Virgen simbólica lleva en la mano izquierda un sistro y un címbalo, o una estructura de metal cuadrada que, cuando se golpea, emite la nota de la naturaleza (Fa); a veces también una rama de olivo, para indicar la armonía que mantiene entre los objetos naturales con su poder regenerador. Mediante los procesos de la muerte y la corrupción, da vida a un montón de criaturas de diversas formas durante períodos de cambio perpetuo. El címbalo se hace cuadrado, en lugar de tener la forma triangular habitual, para simbolizar que todas las cosas se transmutan y se regeneran según la armonía de los cuatro elementos. El doctor Sigismund Bacstrom creía que si un médico podía establecer armonía entre los elementos de la tierra, el fuego, el aire y el agua, y podía unirlos en una piedra —la piedra filosofal, simbolizada por la estrella de seis puntas o por los dos triángulos entrelazados—, dispondría de los medios para curar todas las enfermedades. El doctor Bacstromafirmaba, además, que a él no le cabía la menor duda de que el fuego (el espíritu) universal y omnipresente de la naturaleza «lo hace todo y lo es todo en todo». Por atracción, repulsión, movimiento, calor, sublimación, evaporación, desecación, condensación, coagulación y fijación, el fuego (el espíritu) universal manipula la materia y se manifiesta en toda la creación. Cualquier individuo que comprenda estos principios y los adapte a los tres departamentos de la naturaleza se convierte en un verdadero filósofo. Del pecho derecho de Isis salía un racimo de uvas y del izquierdo, una espiga de maíz o una gavilla de trigo, de color dorado, que indican que la naturaleza es la fuente de nutrición para la vida vegetal, animal y humana y que de ella se nutren todas las cosas. El color dorado del trigo (o el maíz) indica que en el oro espiritual o el de la luz solar se esconde el primer esperma de toda la vida.
En la faja que rodea la parte superior del cuerpo de la estatua aparecen una cantidad de emblemas misteriosos. La faja se une por delante mediante cuatro placas doradas (los elementos), dispuestas en forma de un cuadrado. Esto significaba que Isis o la Naturaleza, la primera materia (en terminología alquímica), era la esencia de los cuatro elementos (vida, luz, calor y fuerza), cuya quintaesencia generaba todas las cosas. En esta faja se representan numerosas estrellas, lo cual indica su influencia en la oscuridad, así como la influencia del sol en la luz. Isis es la Virgen inmortalizada en la constelación de Virgo, donde está situada la Madre del Mundo con la serpiente bajo los pies y una corona de estrellas en la cabeza. Lleva en los brazos una gavilla de cereales y a veces a una joven divinidad solar. La estatua de Isis se colocaba en un pedestal de piedra oscura adornado con cabezas de carneros y sus pies se apoyaban sobre un montón de reptiles venenosos. Esto indica que la Naturaleza tiene poder para liberar de la acidez o la salinidad a todos los corrosivos y para superar todas las impurezas de la corrupción terrenal que se adhieran a los cuerpos. Las cabezas de carneros indican que el momento más auspicioso para generar vida es el período durante el cual el sol pasa por el signo de Aries. Las serpientes bajo los pies indican que la Naturaleza tiende a preservar la vida y a curar la enfermedad expulsando las impurezas y la corrupción. En este sentido se verifican los axiomas conocidos por los filósofos antiguos; a saber: La Naturaleza contiene a la Naturaleza. La Naturaleza se regocija de su propia naturaleza. La Naturaleza supera a la Naturaleza.
La Naturaleza no se puede corregir, si no es por su propia naturaleza. Por consiguiente, al contemplar la estatua de Isis, no debemos perder de vista el sentido oculto de sus alegorías; de lo contrario, la Virgen sigue siendo un enigma inexplicable. De un aro de oro que lleva en el brazo izquierdo desciende una línea en cuyo extremo hay suspendida una caja profunda llena de carbones encendidos e incienso. Isis, o la Naturaleza personificada, lleva consigo el fuego sagrado, preservado religiosamente, que las vestales mantienen encendido en un templo especial. Este fuego es la llama auténtica e inmortal de la Naturaleza: etérea, esencial, la autora de la vida. El aceite inagotable, el bálsamo de la vida, tan alabado por los sabios y del que tanto se habla en las Escrituras, se representa a menudo como el combustible de esta llama inmortal. Del brazo derecho de la figura desciende también un hilo, en cuyo extremo se sujeta una balanza, para indicar la exactitud de la Naturaleza en sus pesos y medidas. A menudo se representa a Isis como símbolo de la Justicia, porque la Naturaleza siempre es constante. La Virgen del Mundo aparece a veces de pie entre dos grandes columnas —la Jachin y la Boaz de la masonería —, que simbolizan el hecho de que la Naturaleza alcanza la productividad mediante la polaridad. Como la sabiduría personificada, Isis se yergue entre los pilares de los opuestos, demostrando así que el entendimiento siempre se encuentra en el punto de equilibrio y que la verdad a menudo está crucificada entre los dos ladrones aparentemente contradictorios.
El brillo dorado de su cabello oscuro indica que, a pesar de ser lunar, debe su poder a los rayos del sol, de los cuales obtiene su tez rubicunda. Así como la luna está envuelta en la luz reflejada del sol, Isis como la virgen de la Revelación, está ataviada con el esplendor de la luminosidad solar. Apuleyo afirma que, mientras dormía, vio surgir del océano a la venerable diosa Isis. Los antiguos se daban cuenta de que las formas primarias de vida procedían del agua y la ciencia moderna opina lo mismo. En la descripción que hace de la vida primitiva sobre la tierra en su Esquema de la historia, H. G. Wells afirma lo siguiente: «Sin embargo, aunque el océano y el agua intennareal ya estaban llenos de vida, la tierra por encima de la línea de la marea alta seguía siendo, por lo que podemos suponer, un páramo pedregoso, sin ningún rastro de vida». En el capítulo siguiente añade: «Dondequiera que hubiese costa, había vida y aquella vida continuaba dentro del agua, junto a ella y con ella como hogar, como medio y como necesidad fundamental». Los antiguos creían que el esperma universal procedía del vapor cálido, húmedo pero abrasador. La Isis velada, cuyas meras coberturas representan el vapor, es un símbolo de aquella humedad, que es la portadora o el vehículo de la vida espermática del sol, representada por el niño que sostiene en sus brazos Puesto que el sol, la luna y las estrellas, al ponerse, dan la impresión de hundirse en el mar y también porque el agua recibe sus rayos en sí misma, se creía que el mar era el caldo de cultivo del esperma de las cosas vivas. El esperma nace de la combinación de las influencias de los cuerpos celestes; por eso, algunas veces se representa a Isis embarazada. La estatua de Isis a menudo iba acompañada por la figura de un gran buey blanco y negro, que representa a Osiris como Tauro, el toro del Zodiaco, o Apis, un animal consagrado a Osiris, por sus marcas y sus colores peculiares.
Entre los egipcios, el toro era una bestia de carga: por consiguiente, la presencia del animal servía para recordar las labores que con paciencia realizaba la Naturaleza para que todas las criaturas tuvieran vida y salud. Harpócrates, el dios del silencio, que se llevaba los dedos a la boca, acompañaba muchas veces a la estatua de Isis. Nos advierte que ocultemos los secretos de los sabios a aquellos que no son dignos de conocerlos. Los druidas de Britania y la Galia tenían un profundo conocimiento de los misterios de Isis y la adoraban bajo el símbolo de la luna. Para Godfrey Higgins es un error considerar a Isis como sinónimo de la luna. La luna fue elegida para Isis por su dominio sobre el agua. Para los druidas, el sol era el padre y la luna la madre de todas las cosas y mediante estos símbolos adoraban a la naturaleza universal.
La figura de Isis se utiliza a veces para representar las artes ocultas y mágicas, como la nigromancia, la invocación, la hechicería y la taumaturgia. En uno de los mitos relacionados con ella, dicen que Isis había conjurado al dios invencible de las Eternidades, Ra, para que le revelara su nombre secreto y sagrado y que él se lo dijo. Aquel nombre equivale a la Palabra Perdida de la masonería, mediante la cual cualquier mago puede obligar a las divinidades invisibles y superiores a obedecerlo. Los sacerdotes de Isis llegaron a ser expertos en el uso de las fuerzas invisibles de la Naturaleza. Conocieron el hipnotismo, el mesmerismo y otras prácticas similares mucho antes de que el mundo moderno soñara con su existencia. Plutarco describe los requisitos de los seguidores de Isis con estas palabras: «Porque, así como no es la longitud de la barba ni la tosquedad del hábito lo que constituye un filósofo, tampoco el afeitado frecuente ni el mero hecho de llevar vestiduras de hilo convierten a uno en devoto de Isis; por el contrario, solo podrá ser un fiel servidor o seguidor de esta diosa quien, después de escuchar y de familiarizarse como corresponde con la historia de los actos de estos dioses, indague en las verdades ocultas que están escondidas tras ellos y lo analice todo según los dictados de la razón y la filosofía». Durante la Edad Media, los trovadores de Europa Central preservaron en canciones las leyendas de esta diosa egipcia y compusieron sonetos a la mujer más hermosa del mundo. Aunque pocos llegaron a descubrir su identidad, ella era Sophia, la Virgen de la Sabiduría, a la que todos los filósofos del mundo habrían cortejado. Isis representa el misterio de la maternidad, que, para los antiguos, era la prueba más evidente de la sabiduría omnisciente de la Naturaleza y del poder dominante de Dios. En la actualidad, para la persona que busca la verdad es el arquetipo de lo Gran Desconocido y solo quienes le quiten el velo serán capaces de resolver los misterios de la vida, la muerte, la generación y la regeneración.