sexta-feira, 6 de janeiro de 2023

Manly Palmer Hall - Isis - La Virgen Del Mundo

 

Resulta especialmente adecuado comenzar un estudio del simbolismo hermético con un análisis de los símbolos y los atributos de la Isis saíta, es decir, la Isis de Sais, famosa por la inscripción relacionada con ella que apareció en el frente de su templo en esta ciudad: «Yo, Isis, soy todo lo que ha sido, lo que es y lo que será y ningún hombre mortal me ha quitado nunca el velo».
Según Plutarco, muchos autores antiguos creían que esta diosa era la hija de Hermes; otros opinaban que era hija de Prometeo. Estos dos semidioses destacaban por su sabiduría divina. No es improbable que su parentesco con ellos sea meramente alegórico. Plutarco traduce el nombre de Isis con el significado de «sabiduría». Godfrey Higgins, en su Anacalypsis, deriva el nombre de Isis del hebreo, Iso, y del griego ζωω, «salvar». Sin embargo, algunas autoridades, como Richard Payne Knight, por ejemplo, creen —y así lo manifiesta en su obra The Symbolical Language of Ancient Art and Mythology— que la palabra tiene origen septentrional, posiblemente escandinavo o gótico. En estos idiomas, el nombre se pronuncia isa, que significa «hielo», o agua en su estado más pasivo, cristalizado y negativo. Esta divinidad egipcia con tantos nombres aparece como el principio de la fecundidad natural en casi todas las religiones del mundo antiguo. Se la conocía como la diosa de las diez mil denominaciones y el cristianismo la metamorfoseó en la Virgen María, porque Isis, a pesar de haber dado a luz a todas las cosas vivas —la principal entre ellas fue el Sol— seguía siendo virgen, según los relatos legendarios.
Apuleyo, en el undécimo libro de El asno de oro, atribuye a la diosa la siguiente declaración relacionada con sus poderes y sus atributos: «Mira. […], yo, conmovida por tus plegarias, estoy aquí contigo: yo, que soy la naturaleza, la progenitora de las cosas, la reina de todos los elementos, el origen primigenio de los tiempos, la divinidad suprema, la soberana de los espíritus de los muertos, la primera de los celestiales y el prototipo uniforme de los dioses. Yo, que gobierno con una inclinación de cabeza las cumbres luminosas de los cielos, las brisas salubres del océano y los silencios lúgubres de los infiernos y cuya única divinidad todo el orbe de la tierra venera bajo diversas formas, con distintos ritos y gran variedad de denominaciones. Por eso, los frigios primigenios me llaman Pessinuntica, la madre de los dioses: los habitantes del Ática me llaman Minerva Cecropia; soy la Venus de Pafos para los chipriotas, Diana para los cretenses portadores de flechas: los sicilianos trilingües me llaman Proserpina estigia, y para los eleusinos soy la antigua diosa Ceres. Algunos me llaman Juno; otros Bellona; soy Hécate para unos y Ramnusia para otros. Y aquellos a los que la divinidad solar ilumina en cuanto sale con sus rayos incipientes, es decir, los etíopes, los arios y los egipcios, expertos en el conocimiento antiguo y que me adoran en ceremonias perfectamente apropiadas, me llaman por mi nombre verdadero: reina Isis».
Le Plongeon cree que el mito egipcio de Isis tuvo una base histórica entre los mayas de América Central, que llamaban a su diosa «reina Moo». En el príncipe Coh, el mismo autor encuentra una correspondencia con Osiris, el hermano y esposo de Isis. La teoría de Le Plongeon era que la civilización maya era mucho más antigua que la egipcia. Al morir el príncipe Coh, su viuda, la reina Moo, huyó para salvarse de la ira de los asesinos y buscó refugio entre las colonias mayas de Egipto, donde la aceptaron como reina y le pusieron el nombre de Isis. Aunque puede ser que Le Plongeon tenga razón, la posible reina histórica se reduce a la insignificancia cuando se compara con la Virgen del mundo, alegórica y simbólica; además, el hecho de que aparezca entre tantas razas y pueblos diferentes resta credibilidad a la teoría de que existió realmente. Según Sexto Empírico, la guerra de Troya se libró por una estatua de la diosa lunar. Por aquella Helena lunar y no por una mujer, los griegos y los troyanos combatieron a las puertas de Troya. Varios autores han tratado de demostrar que Isis, Osiris, Tifón, Neftis y Aroueris (Thot o Mercurio) eran nietos del gran patriarca judío Noé, hijos de su hijo Ham, pero, como la historia de Noé y su arca es una alegoría cósmica relacionada con la repoblación de los planetas al comienzo de cada período del mundo, resulta menos probable que fueran personajes históricos. Según Robert Fludd, el sol tiene tres propiedades: vida, luz y calor, que vivifican y vitalizan los tres mundos: el espiritual, el intelectual y el material. Por consiguiente, se dice «de una luz, tres luces», es decir, los tres primeros maestros masones. Con toda probabilidad, Osiris representa el tercer aspecto (el material) de la actividad solar, que, gracias a sus influencias beneficiosas, vitaliza y da vida a la flora y la fauna de la tierra. Osiris no es el sol, pero el sol simboliza el principio vital de la naturaleza, que los antiguos conocían como Osiris. Su símbolo, por consiguiente, era un ojo abierto, en honor del Gran ojo del universo: el sol. En oposición al principio activo y radiante del fuego fecundo, el calor y el movimiento, era el principio pasivo y receptivo de la naturaleza.
La ciencia moderna ha demostrado que las formas, cuya magnitud varía desde los sistemas solares hasta los átomos están compuestas por núcleos positivos y radiantes, rodeados por cuerpos negativos que existen sobre las emanaciones de la vida central. A partir de esta alegoría tenemos la historia de Salomón y sus esposas, porque Salomón es el sol y sus esposas y concubinas son los planetas, las lunas, los asteroides y otros cuerpos receptivos dentro de su casa: la mansión solar. Isis, representada en el Cantar de los Cantares como la doncella de tez oscura de Jerusalén, simboliza la naturaleza receptiva: el principio acuoso y maternal que crea todas las cosas a partir de sí misma, una vez lograda la fecundación, gracias a la virilidad del sol. En el mundo antiguo, el año tenía 360 días. El Dios de la Inteligencia Cósmica reunía los cinco días adicionales para que fueran los cumpleaños de los cinco dioses que eran llamados «los hijos de Ham». En el primero de aquellos días especiales nacía Osiris y en el cuarto, Isis.
Tifón, el demonio o el espíritu del adversario de los egipcios, nacía el tercer día. El símbolo de Tifón suele ser un cocodrilo: a veces, su cuerpo es una combinación de un cocodrilo y un cerdo. Isis representa el conocimiento y la sabiduría y, según Plutarco, la palabra «Tifón» significa «insolencia» y «orgullo». El egoísmo, el egocentrismo y el orgullo son los enemigos mortales del conocimiento y la verdad. Esta parte de la alegoría se revela.
Osiris —representado aquí como el sol— se convirtió en rey de Egipto y concedió a su pueblo la plena ventaja de su luz intelectual: después continuó su camino a través de los cielos, visitando a los pueblos de otras naciones y convirtiendo a todos aquellos con los que entraba en contacto. Plutarco afirma, además, que los griegos reconocían en Osiris a la misma persona que reverenciaban con los nombres de Dioniso y Baco. Mientras estaba lejos de su país, su hermano Tifón, el malvado —como el Loki escandinavo—, conspiró contra la divinidad solar para destruirla. Reunió a setenta y dos personas como cómplices de su conspiración y alcanzó su abominable objetivo de una manera muy sutil. Mandó hacer una caja decorada muy bonita del tamaño exacto del cuerpo de Osiris y la llevó a la sala de banquetes en la que los dioses se estaban dando un festín. Todos admiraron el hermoso arcón y Tifón prometió dárselo a aquel cuyo cuerpo encajara mejor. Uno tras otro se tumbaron en la caja, pero se volvían a levantar, desilusionados, hasta que finalmente lo probó también Osiris. En cuanto estuvo en el arcón, Tifón y sus cómplices clavaron la tapa y sellaron las aberturas con plomo fundido. A continuación, arrojaron la caja al Nilo, en el cual flotó hasta el mar. Plutarco afirma que esto ocurrió el decimoséptimo día del mes de Athyr, cuando el sol estaba en la constelación de Escorpio. Esto es muy significativo, porque el escorpión es el símbolo de la traición. Osiris entró en el baúl en la misma estación en la que Noé subió al arca para salvarse del diluvio. Plutarco declara también que los faunos (como Pan) y los sátiros (los espíritus de la naturaleza y de los elementos) fueron los primeros en descubrir que Osiris había sido asesinado y de inmediato dieron la voz de alarma; de aquel episodio surgió la palabra «pánico» con el significado de «miedo» o «terror» multitudinario. Cuando Isis recibió la noticia de la muerte de su esposo —se lo contaron unos niños que habían visto a los asesinos cuando salían corriendo con la caja—, enseguida se vistió de luto y salió en su busca.
Finalmente, Isis averiguó que el arcón había flotado hasta la costa de Biblos, donde había quedado enganchado en las ramas de un árbol, que, milagrosamente, no tardó en crecer en torno a la caja. Cuando lo supo el rey de aquel país, se asombró tanto que mandó talar el árbol y hacer con su tronco una columna para sostener el techo de su palacio. Isis fue a Biblos y recuperó el cuerpo de su esposo, pero Tifón volvió a robarlo y lo cortó en catorce trozos, que dispersó por toda la tierra. Desesperada, Isis se puso a reunir los restos cortados de su esposo, pero solo pudo encontrar trece. Reprodujo el decimocuarto —el falo— en oro, porque el original había caído al río Nilo y un pez se lo había tragado. Más tarde, Tifón murió luchando contra el hijo de Osiris. Algunos egipcios creían que las almas de los dioses iban al cielo, donde brillaban como estrellas. Se suponía que el alma de Isis brillaba desde Sirio, mientras que Tifón se convirtió en la constelación de la Osa. No es seguro, sin embargo, que la idea se hubiese generalizado en algún momento. Los egipcios suelen representar a Isis con un tocado que simboliza el trono vacío de su esposo asesinado y esta estructura peculiar fue aceptada en determinadas dinastías como su jeroglífico. Los tocados de los egipcios tienen gran importancia simbólica y emblemática, porque representan el cuerpo áurico de las inteligencias sobrenaturales y se usan de la misma forma en que se usan el nimbo, el halo y la aureola en el arte religioso cristiano.
El famoso simbolista masónico Frank C. Higgins ha observado con perspicacia que los recargados tocados de determinados dioses y faraones están inclinados hacia atrás en el mismo ángulo que el eje de la tierra. Las vestimentas, las insignias, las joyas y los ornamentos de los antiguos hierofantes simbolizaban las energías que irradiaba el cuerpo humano. La ciencia moderna está redescubriendo muchos de los secretos perdidos de la filosofía hermética. Uno de ellos es la capacidad para medir la evolución mental, las cualidades del alma y la salud física de una persona a partir de las descargas de energía eléctrica semivisible que manan constantemente de la superficie de la piel de todo ser humano durante toda su vida.
A veces Isis se representa simbólicamente con la cabeza de una vaca y en ocasiones todo el animal es su símbolo. Los primeros dioses escandinavos eran extraídos a lengüetazos de bloques de hielo por la Madre Vaca (Audhumla), que, por su leche, simbolizaba el principio del nutrimiento natural y la fecundidad. Algunas veces se representa a Isis como un pájaro. A menudo lleva en una mano la crux ansata, símbolo de la vida eterna, y en la otra el cetro florido, símbolo de su autoridad. Thot Hermes Trismegisto, el fundador del saber egipcio y el sabio del mundo antiguo, entregó a los sacerdotes y los filósofos de la Antigüedad los secretos que se han conservado hasta hoy en mitos y leyendas. Estas alegorías y figuras emblemáticas ocultan las fórmulas secretas para la regeneración espiritual, mental, moral y física que vulgarmente se conocen como la química mística del alma (la alquimia). Estas verdades sublimes se comunicaban a los iniciados de las escuelas mistéricas, pero permanecían ocultas a los profanos que, como no comprendían los principios filosóficos abstractos, adoraban a los ídolos de hormigón que representaban aquellas verdades secretas. La personificación de la sabiduría y el sigilo de Egipto es la Esfinge, que ha mantenido a salvo sus secretos durante un centenar de generaciones. Los misterios del hermetismo, las grandes verdades espirituales ocultas al mundo por la ignorancia de este y las claves de las doctrinas secretas de los filósofos antiguos, todo esto se representa simbólicamente mediante la Virgen Isis, que, velada de la cabeza a los pies, solo revela su sabiduría a los pocos que han sido puestos a prueba e iniciados que han adquirido el derecho a acceder a su presencia sagrada, a arrancar de la figura velada de la naturaleza el velo de oscuridad y a situarse cara a cara con la Realidad Divina. A menos que se indique lo contrario, las explicaciones que figuran en estas páginas sobre los símbolos peculiares de la Virgen Isis se basan en selecciones de una traducción libre del cuarto libro de la Bibliotèque des Philosophes Hermétiques, titulado «El significado hermético de los símbolos y los atributos de Isis», con interpolaciones del compilador para ampliar y aclarar el texto. Las estatuas de Isis estaban adornadas con el sol, la luna y las estrellas y muchos emblemas pertenecientes a la tierra, sobre la cual se suponía que gobernaba, como personificación del espíritu guardián de la naturaleza. Se han hallado varias imágenes de la diosa con las marcas de su dignidad y su cargo todavía intactas. Según los filósofos antiguos, personificaba la Naturaleza Universal, la madre de todo lo producido. Por lo general, la divinidad se representaba como una mujer parcialmente desnuda, a menudo embarazada y a veces cubierta por una prenda suelta de color verde o negro o de cuatro tonos distintos mezclados: blanco, negro, amarillo y rojo.
Apuleyo la describe con estas palabras:
«En primer lugar, sus cabellos, abundantes y largos y vueltos un poco hacia dentro, se dispersaban promiscuamente sobre su cuello divino y caían con suavidad. Una corona de muchas formas, hecha de flores diversas, envolvía la cima sublime de su cabeza y en el medio de la corona, justo encima de la frente, había un orbe liso que parecía un espejo o, mejor dicho, una luz blanca refulgente, que indicaba que ella era la luna. Víboras que surgían a la manera de surcos rodeaban la corona del lado derecho y el izquierdo y también se extendían desde arriba espigas de maíz. Su ropa era de muchos colores y estaba tejida con el mejor lino y en un momento dado relucía con un esplendor blanco, en otro era amarilla como la flor del azafrán y en otro enrojecía, con una rojez sonrosada. Sin embargo, lo que más me deslumbró fueron unas vestiduras muy negras, que refulgían con destellos oscuros y que, después de desplegarse y pasarte por debajo del lado derecho y ascender hasta su hombro izquierdo, subían protuberantes como el centro de un escudo, mientras que la parte pendiente de las vestiduras caía en muchos pliegues y, al tener nuditos de flecos, fluía con gracia en los extremos. Había estrellas brillantes dispersas por la orla bordada de las vestiduras y por toda su superficie, y la luna llena que brillaba en medio de las estrellas dejaba escapar fuegos llameantes. Sin embargo, una corona compuesta exclusivamente por todo tipo de flores y frutas se adhería con una conexión indivisible al borde de aquellas vestiduras llamativas en todas sus ondulaciones. Lo que llevaba en las manos también eran objetos de una naturaleza muy diferente, porque en la mano derecha llevaba, por cierto, un cascabel de bronce [un sistro], con una capa fina en forma de campana atravesada por varillas que producían un triple sonido agudo por el movimiento vibratorio de su brazo. De la mano izquierda le colgaba un recipiente alargado, con forma de embarcación, en cuya asa, en la parte más evidente, un áspid alzaba la cabeza erguida y el gran cuello hinchado. Unos zapatos tejidos con las hojas de la palmera de la victoria le cubrían los pies inmortales». El color verde alude a la vegetación que cubre la faz de la tierra y, por consiguiente, representa la vestidura de la naturaleza. El negro representa la muerte y la corrupción como camino hacia la nueva vida y la generación. «El que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios». (Juan 3, 3)
El blanco, el amarillo y el rojo representan los tres colores principales de la medicina alquímica, hermética y universal, una vez desaparecida la negrura de su putrefacción. Los antiguos daban el nombre de Isis a una de sus medicinas ocultas: por consiguiente, la descripción que damos aquí está algo relacionada con la química. Su ropa negra también representa que la luna, o la humedad lunar —el mercurio universal sófico y la sustancia que actúa en la naturaleza, según la terminología alquímica—, no tiene luz propia, sino que recibe del sol su luz, su fuego y su fuerza vitalizadora. Isis era la imagen o la representante de las grandes obras de los sabios: la piedra filosofal, el elixir de la vida y la panacea universal. Otros jeroglíficos que aparecen en relación con Isis no son menos curiosos que los ya descritos, pero resulta imposible enumerarlos a todos, porque los herméticos egipcios usaban indistintamente muchos símbolos. La diosa llevaba a menudo en la cabeza un sombrero hecho de ramas de ciprés, como muestra de duelo por su esposo muerto y también por la muerte física por la que tenían que pasar todas las criaturas para recibir una nueva vida en la posteridad o en una resurrección periódica. La cabeza de Isis a veces aparece adornada con una corona de oro o una guirnalda de hojas de olivo, como marcas evidentes de su soberanía como reina del mundo y señora de todo el universo. La corona de oro representa también la untuosidad aurífica o la grasitud sulfurosa del fuego solar y el vital que ella otorga a todos los individuos mediante la circulación constante de los elementos; esta circulación se simboliza con el cascabel musical que lleva en la mano. El sistro también es el símbolo yónico de la pureza. Una serpiente entrelazada con las hojas de olivo que lleva en la cabeza y que devora su propia cola indica que aquella untuosidad aurífica estaba manchada con el veneno de la corrupción terrestre que la rodeaba y que había que mortificarla y purificarla mediante siete circulaciones o purificaciones planetarias, llamadas «águilas flotantes» (en la terminología alquímica), para volverla medicinal y capaz de devolver la salud. (Aquí se reconocen las emanaciones del sol como una medicina que cura las enfermedades humanas). Las siete circulaciones planetarias se representan mediante las circunvalaciones de la logia masónica, mediante la marcha de los sacerdotes judíos siete veces en torno a las murallas de Jericó y la de los sacerdotes musulmanes siete veces en torno a la Kaaba de La Meca. De la corona de oro salen tres cuernos de la abundancia, como símbolo de la gran cantidad de dones de la naturaleza que proceden de una sola raíz que tiene su origen en los cielos (la cabeza de Isis).
En esta figura, los naturalistas paganos representan todos los poderes vitales de los tres reinos y familias de tipo sublunar: el mineral, el vegetal y el animal. (El hombre se considera animal). En una de sus orejas estaba la luna y en la otra, el sol, para indicar que estos dos eran los principios agente y paciente, o padre y madre, de todos los objetos naturales y que Isis, o la Naturaleza, utiliza estos dos luminares para comunicar sus poderes a toda la familia de animales, vegetales y minerales. En la nuca tenía los caracteres de los planetas y los signos del Zodiaco que asistían a los planetas en sus funciones, lo cual significaba que las influencias celestiales dirigían los destinos de los principios y los espermas de todas las cosas, porque eran los que gobernaban todos los cuerpos sublunares, que transformaban en pequeños mundos hechos a imagen y semejanza del gran universo. Isis sostiene en la mano derecha un pequeño velero, cuyo mástil es el huso de una rueca. De la parte superior del mástil sale una jarra de agua, cuya asa tiene la forma de una serpiente hinchada de veneno, para indicar que Isis conduce la barca de la vida, llena de dificultades y desgracias, por el océano tormentoso del Tiempo. El huso simboliza el hecho de que ella hila y corta el hilo de la Vida. Estos emblemas significan, además, que en Isis abunda la humedad, con la cual nutre todos los cuerpos naturales y los preserva del calor del sol, humedeciéndolos con la humedad nutritiva de la atmósfera. La humedad favorece la vegetación, pero aquella humedad sutil (el éter de la vida) siempre está más o menos contaminada por algún veneno procedente de la corrupción o la descomposición y, para purificarla, hay que ponerla en contacto con el invisible fuego limpiador de la naturaleza, que la digiere, perfecciona y revitaliza, para convertirla en una panacea universal que cure y renueve todos los cuerpos de la naturaleza.
La serpiente muda de piel todos los años y de este modo se renueva: es el símbolo de la resurrección de la vida espiritual a partir de la naturaleza material. Esta renovación de la tierra tiene lugar todas las primaveras, cuando el espíritu vivificador del sol vuelve a los países del hemisferio norte. La Virgen simbólica lleva en la mano izquierda un sistro y un címbalo, o una estructura de metal cuadrada que, cuando se golpea, emite la nota de la naturaleza (Fa); a veces también una rama de olivo, para indicar la armonía que mantiene entre los objetos naturales con su poder regenerador. Mediante los procesos de la muerte y la corrupción, da vida a un montón de criaturas de diversas formas durante períodos de cambio perpetuo. El címbalo se hace cuadrado, en lugar de tener la forma triangular habitual, para simbolizar que todas las cosas se transmutan y se regeneran según la armonía de los cuatro elementos. El doctor Sigismund Bacstrom creía que si un médico podía establecer armonía entre los elementos de la tierra, el fuego, el aire y el agua, y podía unirlos en una piedra —la piedra filosofal, simbolizada por la estrella de seis puntas o por los dos triángulos entrelazados—, dispondría de los medios para curar todas las enfermedades. El doctor Bacstromafirmaba, además, que a él no le cabía la menor duda de que el fuego (el espíritu) universal y omnipresente de la naturaleza «lo hace todo y lo es todo en todo». Por atracción, repulsión, movimiento, calor, sublimación, evaporación, desecación, condensación, coagulación y fijación, el fuego (el espíritu) universal manipula la materia y se manifiesta en toda la creación. Cualquier individuo que comprenda estos principios y los adapte a los tres departamentos de la naturaleza se convierte en un verdadero filósofo. Del pecho derecho de Isis salía un racimo de uvas y del izquierdo, una espiga de maíz o una gavilla de trigo, de color dorado, que indican que la naturaleza es la fuente de nutrición para la vida vegetal, animal y humana y que de ella se nutren todas las cosas. El color dorado del trigo (o el maíz) indica que en el oro espiritual o el de la luz solar se esconde el primer esperma de toda la vida.
En la faja que rodea la parte superior del cuerpo de la estatua aparecen una cantidad de emblemas misteriosos. La faja se une por delante mediante cuatro placas doradas (los elementos), dispuestas en forma de un cuadrado. Esto significaba que Isis o la Naturaleza, la primera materia (en terminología alquímica), era la esencia de los cuatro elementos (vida, luz, calor y fuerza), cuya quintaesencia generaba todas las cosas. En esta faja se representan numerosas estrellas, lo cual indica su influencia en la oscuridad, así como la influencia del sol en la luz. Isis es la Virgen inmortalizada en la constelación de Virgo, donde está situada la Madre del Mundo con la serpiente bajo los pies y una corona de estrellas en la cabeza. Lleva en los brazos una gavilla de cereales y a veces a una joven divinidad solar. La estatua de Isis se colocaba en un pedestal de piedra oscura adornado con cabezas de carneros y sus pies se apoyaban sobre un montón de reptiles venenosos. Esto indica que la Naturaleza tiene poder para liberar de la acidez o la salinidad a todos los corrosivos y para superar todas las impurezas de la corrupción terrenal que se adhieran a los cuerpos. Las cabezas de carneros indican que el momento más auspicioso para generar vida es el período durante el cual el sol pasa por el signo de Aries. Las serpientes bajo los pies indican que la Naturaleza tiende a preservar la vida y a curar la enfermedad expulsando las impurezas y la corrupción. En este sentido se verifican los axiomas conocidos por los filósofos antiguos; a saber: La Naturaleza contiene a la Naturaleza. La Naturaleza se regocija de su propia naturaleza. La Naturaleza supera a la Naturaleza.
La Naturaleza no se puede corregir, si no es por su propia naturaleza. Por consiguiente, al contemplar la estatua de Isis, no debemos perder de vista el sentido oculto de sus alegorías; de lo contrario, la Virgen sigue siendo un enigma inexplicable. De un aro de oro que lleva en el brazo izquierdo desciende una línea en cuyo extremo hay suspendida una caja profunda llena de carbones encendidos e incienso. Isis, o la Naturaleza personificada, lleva consigo el fuego sagrado, preservado religiosamente, que las vestales mantienen encendido en un templo especial. Este fuego es la llama auténtica e inmortal de la Naturaleza: etérea, esencial, la autora de la vida. El aceite inagotable, el bálsamo de la vida, tan alabado por los sabios y del que tanto se habla en las Escrituras, se representa a menudo como el combustible de esta llama inmortal. Del brazo derecho de la figura desciende también un hilo, en cuyo extremo se sujeta una balanza, para indicar la exactitud de la Naturaleza en sus pesos y medidas. A menudo se representa a Isis como símbolo de la Justicia, porque la Naturaleza siempre es constante. La Virgen del Mundo aparece a veces de pie entre dos grandes columnas —la Jachin y la Boaz de la masonería —, que simbolizan el hecho de que la Naturaleza alcanza la productividad mediante la polaridad. Como la sabiduría personificada, Isis se yergue entre los pilares de los opuestos, demostrando así que el entendimiento siempre se encuentra en el punto de equilibrio y que la verdad a menudo está crucificada entre los dos ladrones aparentemente contradictorios.
El brillo dorado de su cabello oscuro indica que, a pesar de ser lunar, debe su poder a los rayos del sol, de los cuales obtiene su tez rubicunda. Así como la luna está envuelta en la luz reflejada del sol, Isis como la virgen de la Revelación, está ataviada con el esplendor de la luminosidad solar. Apuleyo afirma que, mientras dormía, vio surgir del océano a la venerable diosa Isis. Los antiguos se daban cuenta de que las formas primarias de vida procedían del agua y la ciencia moderna opina lo mismo. En la descripción que hace de la vida primitiva sobre la tierra en su Esquema de la historia, H. G. Wells afirma lo siguiente: «Sin embargo, aunque el océano y el agua intennareal ya estaban llenos de vida, la tierra por encima de la línea de la marea alta seguía siendo, por lo que podemos suponer, un páramo pedregoso, sin ningún rastro de vida». En el capítulo siguiente añade: «Dondequiera que hubiese costa, había vida y aquella vida continuaba dentro del agua, junto a ella y con ella como hogar, como medio y como necesidad fundamental». Los antiguos creían que el esperma universal procedía del vapor cálido, húmedo pero abrasador. La Isis velada, cuyas meras coberturas representan el vapor, es un símbolo de aquella humedad, que es la portadora o el vehículo de la vida espermática del sol, representada por el niño que sostiene en sus brazos Puesto que el sol, la luna y las estrellas, al ponerse, dan la impresión de hundirse en el mar y también porque el agua recibe sus rayos en sí misma, se creía que el mar era el caldo de cultivo del esperma de las cosas vivas. El esperma nace de la combinación de las influencias de los cuerpos celestes; por eso, algunas veces se representa a Isis embarazada. La estatua de Isis a menudo iba acompañada por la figura de un gran buey blanco y negro, que representa a Osiris como Tauro, el toro del Zodiaco, o Apis, un animal consagrado a Osiris, por sus marcas y sus colores peculiares.
Entre los egipcios, el toro era una bestia de carga: por consiguiente, la presencia del animal servía para recordar las labores que con paciencia realizaba la Naturaleza para que todas las criaturas tuvieran vida y salud. Harpócrates, el dios del silencio, que se llevaba los dedos a la boca, acompañaba muchas veces a la estatua de Isis. Nos advierte que ocultemos los secretos de los sabios a aquellos que no son dignos de conocerlos. Los druidas de Britania y la Galia tenían un profundo conocimiento de los misterios de Isis y la adoraban bajo el símbolo de la luna. Para Godfrey Higgins es un error considerar a Isis como sinónimo de la luna. La luna fue elegida para Isis por su dominio sobre el agua. Para los druidas, el sol era el padre y la luna la madre de todas las cosas y mediante estos símbolos adoraban a la naturaleza universal.
La figura de Isis se utiliza a veces para representar las artes ocultas y mágicas, como la nigromancia, la invocación, la hechicería y la taumaturgia. En uno de los mitos relacionados con ella, dicen que Isis había conjurado al dios invencible de las Eternidades, Ra, para que le revelara su nombre secreto y sagrado y que él se lo dijo. Aquel nombre equivale a la Palabra Perdida de la masonería, mediante la cual cualquier mago puede obligar a las divinidades invisibles y superiores a obedecerlo. Los sacerdotes de Isis llegaron a ser expertos en el uso de las fuerzas invisibles de la Naturaleza. Conocieron el hipnotismo, el mesmerismo y otras prácticas similares mucho antes de que el mundo moderno soñara con su existencia. Plutarco describe los requisitos de los seguidores de Isis con estas palabras: «Porque, así como no es la longitud de la barba ni la tosquedad del hábito lo que constituye un filósofo, tampoco el afeitado frecuente ni el mero hecho de llevar vestiduras de hilo convierten a uno en devoto de Isis; por el contrario, solo podrá ser un fiel servidor o seguidor de esta diosa quien, después de escuchar y de familiarizarse como corresponde con la historia de los actos de estos dioses, indague en las verdades ocultas que están escondidas tras ellos y lo analice todo según los dictados de la razón y la filosofía». Durante la Edad Media, los trovadores de Europa Central preservaron en canciones las leyendas de esta diosa egipcia y compusieron sonetos a la mujer más hermosa del mundo. Aunque pocos llegaron a descubrir su identidad, ella era Sophia, la Virgen de la Sabiduría, a la que todos los filósofos del mundo habrían cortejado. Isis representa el misterio de la maternidad, que, para los antiguos, era la prueba más evidente de la sabiduría omnisciente de la Naturaleza y del poder dominante de Dios. En la actualidad, para la persona que busca la verdad es el arquetipo de lo Gran Desconocido y solo quienes le quiten el velo serán capaces de resolver los misterios de la vida, la muerte, la generación y la regeneración.

Manly Palmer Hall - La Iniciacion De La Piramide


La Gran Pirámide de Gizeh, suprema maravilla de la Antigüedad y sin rival entre los logros de los arquitectos y constructores posteriores, es testigo mudo de una civilización desconocida que, una vez finalizado el período para el cual estaba predestinada, se perdió en el olvido. Elocuente en su silencio, inspiradora en su majestuosidad, divina en su simplicidad, la Gran Pirámide es, sin duda, un sermón hecho en piedra. Sus dimensiones abruman la sensibilidad insignificante del hombre. Entre las arenas movedizas del tiempo, se alza como digno emblema de la mismísima eternidad. ¿Quiénes fueron los matemáticos preclaros que planificaron sus partes y sus dimensiones, los maestros artesanos que supervisaron su construcción y los artesanos habilidosos que nivelaron sus bloques de piedra?

El relato más antiguo y más conocido sobre la construcción de la Gran Pirámide es el que brinda Heródoto, un historiador muy reverenciado, aunque algo imaginativo. «La pirámide se construyó en escalones, como si fueran almenas, como quien dice, o, según otros, como si fuera un altar. Después de colocar las piedras para la base, levantaron las demás hasta el lugar correspondiente por medio de máquinas hechas de planchas cortas de madera. La primera máquina las elevaba del suelo hasta lo alto del primer escalón, donde había otra máquina que recibía la piedra que llegaba y la transportaba al segundo escalón, donde una tercera máquina la subía aún más. Podía ser que hubiera tantas máquinas como escalones tenía la pirámide o, también, que tuvieran una sola, pero tan fácil de trasladar que la fuesen transportando de un piso a otro a medida que la piedra subía. Se dan las dos versiones y por eso comento las dos. Primero se terminaba la parte superior de la pirámide, a continuación la media y, por último, la inferior y más cercana al suelo. En la pirámide hay una inscripción en caracteres egipcios que registra la cantidad de rábanos, cebollas y ajos que consumieron los obreros que la construyeron y recuerdo perfectamente que el intérprete que me leyó lo escrito dijo que así se habían gastado mil seiscientos talentos de plata. Si esta información es exacta, ¡qué suma enorme se habrá gastado en las herramientas de hierro que se utilizaron en la obra y para alimentar y vestir a los obreros, teniendo en cuenta todo el tiempo que duraron las obras, que ya se ha indicado [diez años], y el tiempo adicional — que no habrá sido poco, me imagino— que se debió de tardar en extraer la piedra, transportarla y formar los aposentos subterráneos!». A pesar de lo pintoresco de su versión, es evidente que el padre de la historia, por motivos que él consideraba sin duda suficientes, inventó un relato fraudulento para ocultar el origen y la finalidad verdaderos de la Gran Pirámide. Este no es más que uno de los varios casos en sus escritos que inducirían al lector reflexivo a sospechar que el propio Heródoto era un iniciado en las Escuelas Sagradas y, por consiguiente, que estaba obligado a mantener intactos los secretos de las órdenes antiguas. La teoría adelantada por Heródoto y aceptada de forma generalizada en la actualidad de que la pirámide era la tumba del faraón Keops no se puede corroborar. De hecho, tanto Manetón como Eratóstenes y Diodoro Sículo están en desacuerdo con Heródoto —y también entre sí— con respecto al nombre del constructor de aquel edificio supremo. La bóveda sepulcral, que, según las leyes de Lepsius sobre la construcción de pirámides, se tendría que haber acabado al mismo tiempo —o antes— que el monumento, no se terminó nunca. No existe ninguna prueba que demuestre que fue erigida por los egipcios, porque carece de las complejas tallas que adornan prácticamente sin excepción las cámaras funerarias de la realeza egipcia y no incorpora ninguno de los elementos de su arquitectura ni su decoración, como inscripciones, imágenes, cartuchos, pinturas y demás elementos distintivos asociados con el arte mortuorio dinástico. Los únicos jeroglíficos que se encuentran dentro de la pirámide son unas cuantas marcas de los constructores que estaban selladas en las cámaras de construcción, que fueron abiertas por primera vez por Howard Vyse. Aparentemente, los pintaron sobre las piedras antes de colocar estas en su sitio, porque en varios casos las marcas se habían invertido o deformado durante el proceso de montaje de los bloques. Si bien los egiptólogos han tratado de identificar las marcas toscas de pintura como cartuchos de Keops, resulta casi inconcebible que este gobernante ambicioso hubiese permitido que su nombre real sufriese tales vejaciones. Como las autoridades más eminentes en el tema aún no están seguras del verdadero significado de estas marcas toscas, cualquier prueba que pueda haber de que el edificio se construyó durante la cuarta dinastía queda contrarrestada, sin duda, por las conchas marinas halladas en la base de la pirámide y que, según Gab, demuestran que fue construida antes del diluvio, una teoría que corroboran las tradiciones árabes, tan denostadas. Un historiador árabe dijo que la pirámide fue construida por los sabios egipcios para refugiarse durante el diluvio, mientras que otro declaró que había sido la casa donde guardaba su tesoro el poderoso monarca antediluviano Sheddad Ben Ad. Un panel de jeroglíficos situado encima de la entrada, que un observador despreocupado podría pensar que ofrecía una solución al misterio, lamentablemente solo data de 1843 y se talló en tiempos del doctor Lepsius como homenaje al rey de Prusia.
Estimulado por las historias de los inmensos tesoros guardados herméticamente en sus profundidades, el califa Al-Mamun, ilustre descendiente del Profeta, viajó de Bagdad a El Cairo en el año 820 con gran cantidad de obreros para abrir la imponente pirámide. Cuando el califa Al-Mamun llegó por primera vez al pie de la Gran Pirámide y alzó la mirada hacia su superficie lisa y radiante, violentas emociones convulsionaron —sin duda—su alma. Es probable que la cubierta estuviera en su sitio en el momento de su visita, porque el califa no pudo encontrar indicios de ninguna entrada y se encontró frente a cuatro superficies perfectamente lisas. Haciendo caso de rumores vagos, puso a trabajar a sus seguidores en la cara norte de la pirámide, con instrucciones de seguir cortando y tallando hasta descubrir algo. Para aquellos musulmanes, con sus instrumentos rudimentarios y vinagre, resultaba un esfuerzo hercúleo abrir un túnel de treinta metros en la piedra caliza y en muchas ocasiones estuvieron a punto de rebelarse, pero lo que decía el califa era la ley y la esperanza de una fortuna inmensa les levantaba el ánimo.
Por fin, cuando estaban al borde del desánimo más absoluto, el destino acudió en su ayuda. Se oyó caer una piedra inmensa en algún lugar de la pared próxima a los esforzados y contrariados árabes. Siguieron avanzando hacia el sonido con renovado entusiasmo y finalmente lograron entrar en el corredor descendente que conduce a la cámara subterránea. Se fueron abriendo camino a golpes de cincel en torno al enorme rastrillo de piedra que había caído en una posición que les impedía avanzar y atacaron y suprimieron uno tras otro los tapones de granito que durante un tiempo siguieron deslizándose por el pasillo que procedía de la cámara de la reina, situada encima. Al final dejaron de caer bloques y el camino quedó expedito para los seguidores del profeta, pero ¿dónde estaban los tesoros? Los obreros corrían desesperados de una habitación a otra, buscando en vano su botín. El descontento de los musulmanes llegó a tal extremo que el califa Al-Mamun, que había heredado buena parte de la sabiduría de su ilustre padre, el califa Al-Raschid, envió a buscar fondos a Bagdad y los hizo enterrar en secreto cerca de la entrada de la pirámide. A continuación, ordenó a sus hombres que excavaran en aquel punto: ¡hubo gran regocijo cuando se descubrió el tesoro y los obreros quedaron muy impresionados por la sabiduría de aquel monarca antediluviano que había calculado cuidadosamente sus salarios y había tenido la amabilidad de hacer enterrar para ellos la cantidad exacta! Después el califa regresó a la ciudad de sus antepasados y la Gran Pirámide quedó a merced de las generaciones posteriores. En el siglo IX, los rayos del sol que chocaban contra las superficies brillantes de las piedras que formaban el revestimiento original daban a cada cara de la pirámide la apariencia de un triángulo deslumbrante. Desde entonces han desaparecido todas las piedras del revestimiento menos dos. Como consecuencia de las investigaciones, han sido localizadas, vueltas a cortar y utilizadas como nuevo revestimiento para los muros de varias mezquitas y palacios musulmanes en distintas panes de El Cairo y sus alrededores.

La problemática de la Pirámide

C. Piazzi Smyth se pregunta: «¿Acaso se erigió la Gran Pirámide antes de la invención de los jeroglíficos y con anterioridad al nacimiento de la religión egipcia?». Tal vez con el tiempo se demuestre que las cámaras superiores de la pirámide eran un misterio sellado antes de que se estableciera el imperio egipcio. No obstante, en la cámara subterránea hay marcas que indican que los romanos entraron en ella. A la luz de la filosofía secreta de los iniciados egipcios, W. W. Harmon, mediante una serie de cálculos matemáticos sumamente complicados pero exactos, determina que el primer ceremonial de la pirámide se celebró hace 68 890 años, cuando por primera vez el rayo de la estrella Vega penetró por el pasillo descendente hasta el fondo. La construcción de la pirámide se llevó a cabo en el período de entre diez y quince años inmediatamente anteriores a aquella fecha.
Aunque sin duda estas cifras despertarán burlas en los egiptólogos modernos, se basan en un estudio exhaustivo de los principios de la mecánica sideral incorporados en la estructura de la pirámide por sus constructores iniciados. Si las piedras que la recubrían estaban en su lugar a principios del siglo IX, las llamadas marcas de erosión que aparecen en el exterior no se debían al agua. Además, la teoría de que la sal hallada en las piedras interiores de la pirámide demuestra que la construcción estuvo sumergida en algún momento se debilita por el hecho científico de que aquel tipo de piedra sufre exudaciones de sal. Si bien es posible que el edificio haya estado sumergido, al menos en parte, durante los miles de años transcurridos desde su construcción, la prueba que se aduce para demostrarlo no es decisiva. La Gran Pirámide está construida en su totalidad de caliza y granito y los dos tipos de piedra se combinan de una manera peculiar y significativa. Las piedras se nivelaron con la máxima precisión y el cemento utilizado era de una calidad tan excepcional que en la actualidad es prácticamente tan duro como la piedra misma. Los bloques de caliza se cortaron con sierras de bronce que tenían dientes de diamante o de alguna otra piedra preciosa. Las esquirlas de las piedras se amontonaron contra la cara septentrional de la meseta sobre la cual se levanta la construcción, donde constituyen un contrafuerte más para sostener su peso. Toda la pirámide es un ejemplo de orientación perfecta y realmente es la cuadratura del círculo. Esto se consigue lanzando una línea vertical desde el vértice de la pirámide hasta su base. Si esta línea vertical se considera el radio de un círculo imaginario, la longitud de la circunferencia de dicho círculo será igual a la suma de las bases de los cuatro lados de la pirámide. Si el pasillo que conduce a la cámara del rey y la cámara de la reina quedó sellado miles de años antes de la era cristiana, quienes fueron admitidos posteriormente en los Misterios de las pirámides debieron de recibir su iniciación en galerías subterráneas que ahora desconocemos. Sin tales galerías, no podría haber habido ningún medio de acceso ni de salida, puesto que la única entrada superficial estaba totalmente cerrada con las piedras del revestimiento. Si no está bloqueada por la masa de la Esfinge ni oculta en alguna parte de aquella imagen, la entrada secreta puede estar en alguno de los templos adyacentes o en los lados de la meseta de caliza.
Concentrémonos en los tapones de granito que ocupaban el pasillo que subía hacia la cámara de la reina y que el califa Al-Mamun prácticamente se vio obligado a pulverizar para poder despejar el camino hacia las cámaras superiores C. Piazzi Smyth señala que la posición de las piedras demuestra que fueron colocadas allí desde arriba, con lo cual gran cantidad de obreros tuvieron que salir desde las cámaras superiores. ¿Cómo lo consiguieron? Smyth cree que descendían a través del muro (véase el diagrama) y dejaban caer tras ellos la piedra inclinada hasta el sitio correspondiente. Sostiene también que es probable que los ladrones utilizaran el pozo para entrar en las cámaras superiores. Como la piedra inclinada estaba puesta en una capa de yeso, los ladrones se vieron obligados a atravesarla y dejaron una abertura irregular. Sin embargo, Dupré, un arquitecto que ha dedicado años a investigar las pirámides, no está de acuerdo con Smyth, sino que cree que el pozo en realidad es el agujero que hicieron los ladrones y que supuso el primer intento fructífero de ingresar en las cámaras superiores desde la cámara subterránea, que entonces era la única sección abierta de la pirámide. Dupré basa su conclusión en el hecho de que el pozo no es más que un agujero desigual y la gruta, una cámara irregular, en la que no se observa en absoluto la precisión arquitectónica con la que se levantó el resto de la construcción. Por su diámetro, también se descarta la posibilidad de que el pozo haya sido excavado hacia abajo; se debió de abrir desde abajo y la gruta era necesaria para que los ladrones pudieran respirar. Es inconcebible que los constructores de la pirámide rompieran una de sus propias piedras inclinadas y dejaran la superficie rota y un agujero abierto en el muro lateral de una galería que, de no ser por aquello, habría sido perfecta. Si el pozo fuese un agujero abierto por los ladrones, podría explicar por qué la pirámide estaba vacía cuando entró el califa Al-Mamun y lo que ocurrió con la tapa que faltaba del cofre. Una observación meticulosa de la llamada cámara subterránea inacabada, que debió de ser la base de operaciones de los ladrones, podría revelar rastros de su presencia o mostrar el lugar donde amontonaron los escombros que tuvieron que acumular como consecuencia de sus trabajos. Si bien no queda del todo claro por qué entrada accedieron los ladrones a la cámara subterránea, es poco probable que usaran el pasillo descendente. Hay un nicho notable en la pared septentrional de la cámara de la reina que, según dicen los guías musulmanes con mucha labia, era un sepulcro. Sin embargo, por su forma general —las paredes convergen mediante una serie de superposiciones similares a las de la Gran Galería— parecería que al principio se construyó con la intención de servir de corredor. Todos los intentos llevados a cabo para explorar este nicho han sido infructuosos, aunque Dupré cree que allí hay una entrada por la cual —si en aquel momento no existía el pozo— salieron los obreros de la pirámide después de dejar caer los tapones de piedra en la galería ascendente. Los estudiosos de la Biblia han aportado una cantidad de ideas de lo más extraordinarias sobre la Gran Pirámide. Han identificado aquel edificio antiguo con el granero de José (a pesar de su capacidad totalmente inadecuada); con la tumba preparada por el desventurado faraón del Éxodo, que no pudo ser enterrado allí porque jamás se recuperó su cadáver del Mar Rojo, y, finalmente, ¡con la confirmación perpetua de la infalibilidad de las numerosas profecías que contiene la Versión Autorizada!

La Esfinge

Aunque, como ha demostrado Ignatius Donnelly, la Gran Pirámide sigue el modelo de un tipo de arquitectura antediluviano del cual se pueden encontrar ejemplos en casi todo el mundo, la Esfinge (Hu) es típicamente egipcia. La estela que tiene entre las patas indica que la Esfinge es una imagen de la divinidad solar, Harmackis, que, evidentemente, se hacía similar al faraón durante cuyo reinado se cincelaba. La estatua fue restaurada y totalmente excavada por Tutmosis IV, como consecuencia de una visión en la cual se le había aparecido el dios y le había dicho que se sentía oprimido por el peso de la arena que rodeaba su cuerpo. Durante las excavaciones se encontró la barba rota de la Esfinge entre sus patas delanteras. Los peldaños que conducían hasta la Esfinge y también el templo y el altar que tiene entre las patas se añadieron mucho después, probablemente en la época romana, porque es sabido que los romanos reconstruyeron muchas antigüedades egipcias. La depresión poco profunda que tiene en la coronilla —en otro tiempo se pensó que era el final de un pasadizo clausurado que conducía desde la Esfinge hasta la Gran Pirámide—solo servía para sostener un tocado que se ha perdido.
Se han introducido en la Esfinge varillas metálicas, en un esfuerzo infructuoso por localizar cámaras o pasadizos en su interior. La mayor parte de la Esfinge es una sola piedra, aunque las patas delanteras se han hecho con piedras más pequeñas. La Esfinge mide más de sesenta metros de largo, veintiún metros de altura y más de once de ancho a la altura de los hombros. Algunos suponen que la piedra principal en la que está tallada ha sido transportada desde canteras distantes por métodos desconocidos, mientras que otros afirman que se trata de piedra local, posiblemente un afloramiento más o menos parecido a la forma que se le talló posteriormente. La teoría que se propuso en un tiempo de que tanto la Pirámide como la Esfinge se construyeron con piedras artificiales fabricadas allí mismo se ha descañado. Un análisis meticuloso de la caliza indica que está compuesta de pequeñas criaturas marinas llamadas nummulites. La suposición popular de que la Esfinge en realidad era el portal de la Gran Pirámide, a pesar de que sobrevive con una tenacidad sorprendente, nunca ha sido corroborada. P. Christian presenta esta teoría de la siguiente manera, basándose en parte en lo que dice Jámblico:
«La Esfinge de Gizeh, según el autor del Traité des Mystères, servía de entrada a las cámaras subterráneas sagradas en las que se celebraban los juicios de los iniciados. Esta entrada, obstruida en nuestros días por arenas y basura, todavía se puede rastrear entre las patas delanteras del coloso agachado. Antes se cerraba mediante una puerta de bronce cuyo resorte secreto solo podían hacer funcionar los magos. La custodiaba el respeto público y una suerte de temor religioso mantenía su inviolabilidad mejor de lo que lo habría hecho la protección armada. En el vientre de la Esfinge había galerías abiertas que conducían a la parte subterránea de la Gran Pirámide. Estas galerías se entrecruzaban con tanto arte a lo largo de su trayecto hasta la Pirámide que, si uno se internaba en el pasadizo sin nadie que lo guiara por aquella red, siempre e inevitablemente regresaba al punto de partida».
Lamentablemente, la puerta de bronce a la que hace referencia no se puede encontrar, ni tampoco ninguna evidencia de que hubiese existido alguna vez. No obstante, el paso de los siglos ha producido muchos cambios en el coloso y es posible que la abertura original se hubiese cerrado. Casi todos los estudiosos del tema creen que existen cámaras subterráneas debajo de la Gran Pirámide. Robert Ballard escribe: «Los sacerdotes de las pirámides del lago Mœris tenían sus amplias residencias subterráneas y me parece más que probable que las de Gizeh también las tuvieran. Y aún diré más: es posible que de las mismas cavernas se excavara la caliza con la que se construyeron las Pirámides. […] En las entrañas de la cresta de caliza sobre la cual están construidas las pirámides se encontrará aún —estoy convencido— abundante información sobre sus usos. Una buena broca de diamante con vástagos de ochenta o noventa metros es lo que hace falta para probar esto y la solidaridad de las pirámides al mismo tiempo».
La teoría de Ballard sobre la existencia de amplios aposentos y canteras subterráneos plantea un problema importante en el estudio científico de la arquitectura. Los constructores de las pirámides tenían demasiada visión de futuro para poner en peligro la duración de la Gran Pirámide colocando cinco millones de toneladas de caliza en granito sobre algo que no fuera una base sólida. Por consiguiente, resulta razonablemente cierto que las cámaras o los corredores que pueda haber debajo del edificio han de ser bastante insignificantes, como lo son aquellos que se encuentran en el interior de la estructura, que ocupan menos de 1/1600 del volumen de la pirámide.
La Esfinge se construyó, sin duda, por motivos simbólicos a instancias de la clase sacerdotal. Las teorías de que el uraeus que tiene en la frente era, en un principio, el dedo de un reloj de sol inmenso y de que tanto la Pirámide como la Esfinge servían para medir el tiempo, las estaciones y la precesión de los equinoccios son ingeniosas, pero no demasiado convincentes. Si esta criatura inmensa fue erigida para destruir por completo el antiguo pasillo que conducía al templo subterráneo de la Pirámide, su simbolismo sería de lo más apropiado. En comparación con el tamaño y la dignidad abrumadores de la Gran Pirámide, la Esfinge resulta casi insignificante. Su rostro maltrecho, sobre el cual aún se alcanzan a distinguir vestigios de la pintura roja que cubría la figura en un principio, está tan desfigurado que no se reconoce. Un fanático musulmán le partió la nariz para que los seguidores del profeta no cayeran en la idolatría. La naturaleza misma de su construcción y las reparaciones que son necesarias ahora para evitar que se le caiga la cabeza indican que no podría haber sobrevivido los inmensos períodos transcurridos desde la construcción de la Pirámide. Para los egipcios, la Esfinge era el símbolo de la fuerza y la inteligencia. Se representaba como andrógina para indicar que reconocían que los iniciados y los dioses compartían los poderes creativos tanto positivos como negativos. Según Gerald Massey: «Este es el secreto de la Esfinge. La esfinge ortodoxa de Egipto es masculina por delante y femenina por detrás y lo mismo ocurre con la imagen de Set Tifón, una especie de cuerno y cola, macho por delante y hembra por detrás. Los faraones, que llevaban tras de sí la cola de la leona o de la vaca, eran masculinos por delante y femeninos por detrás. Al igual que los dioses, incluían la totalidad dual del Ser en una sola persona, nacida de la Madre, pero de los dos sexos como un bebé». La mayoría de los investigadores se han burlado de la Esfinge y, sin dignarse siquiera a investigar el gran coloso, han concentrado su atención en el misterio más irresistible de la pirámide.

Los misterios de la Pirámide

Vulgarmente, se supone que la palabra «pirámide» deriva de πῦρ, «fuego», con lo cual significa que es la representación simbólica de La Llama Divina, la vida de cada criatura. John Taylor cree que la palabra «pirámide» significa una «medida de trigo», mientras que C. Piazzi Smyth es partidario del significado copto: «una décima parte». Los antiguos iniciados aceptaban la forma de la pirámide como el símbolo ideal, tanto de la doctrina secreta como de las instituciones establecidas para difundirla. Tanto las pirámides como los montículos son modelos de la Montaña Sagrada o el lugar elevado de Dios, que se creía que estaba en la «mitad» de la tierra. John P. Lundy relaciona la Gran Pirámide con el legendario Olimpo y además supone que sus pasillos subterráneos se corresponden con los tortuosos vericuetos del Hades. La base cuadrada de la pirámide nos recuerda constantemente que la Casa de la Sabiduría está bien asentada en la naturaleza y sus leyes inmutables. «Los gnósticos —escribe Albert Pike—decían que todo el edificio de su ciencia descansaba sobre un cuadrado cuyos ángulos eran: Σιγη, el silencio; Βυθος, la profundidad; Νους, la inteligencia, y Αληθεια la verdad». Los lados de la Gran Pirámide miran a los cuatro puntos cardinales, que representan, según Éliphas Lévi, los extremos de calor y frío (el Sur y el Norte) y los extremos de la luz y la oscuridad (el Este y el Oeste).
La base de la pirámide representa, además, los cuatro elementos o sustancias materiales de cuya combinación está compuesto el cuerpo cuádruple del hombre. De cada lado del cuadrado surge un triángulo, que representa la triple divinidad entronizada en cada naturaleza material cuádruple. Si cada línea de base se considera un cuadrado del cual asciende un poder espiritual triple, la suma de las líneas de las cuatro caras (doce) y los cuatro cuadrados hipotéticos (dieciséis) que constituyen la base da veintiocho, el número sagrado del mundo inferior. Si a esto añadimos las tres septenas que componen el sol (veintiuno), es igual a cuarenta y nueve, el cuadrado de siete y el número del universo. Los doce signos del Zodiaco, como los Gobernadores de los mundos, inferiores, se simbolizan mediante las doce líneas de los cuatro triángulos de las caras de la pirámide. En medio de cada cara hay una de las bestias de Ezequiel y toda la estructura se convierte en el Querubín. Las tres cámaras principales de la Pirámide están relacionadas con el corazón, el cerebro y el sistema reproductor, que son los centros espirituales de la constitución humana. La forma triangular de la pirámide también es similar a la postura que adoptaba el cuerpo durante los antiguos ejercicios de meditación. Los Misterios enseñaban que las energías divinas de los dioses descendían sobre la parte superior de la Pirámide, que se comparaba con un árbol invertido, con las ramas abajo y las raíces en la parte superior. Desde este árbol invertido, la sabiduría divina desciende por los lados divergentes y se irradia a todo el mundo.
El tamaño del piramidón de la Gran Pirámide no se puede determinar con precisión, porque, si bien la mayoría de los investigadores han supuesto que existió en algún momento, no se conserva de él ningún vestigio. Los constructores de grandes edificios religiosos tienen una curiosa tendencia a dejar inacabadas sus creaciones, con lo cual quieren dar a entender que Dios es lo único que está completo. El piramidón —si es que existió— era en sí mismo una pirámide en miniatura, cuyo vértice, una vez más, estaría coronado por un bloque más pequeño de la misma forma y así ad infinitum. Por consiguiente, el piramidón es el arquetipo de toda la estructura. De este modo, se puede comparar la pirámide con el universo y el piramidón, con el hombre. Siguiendo la cadena de analogías, la mente es el piramidón del hombre; el espíritu, el piramidón de la mente, y Dios —arquetipo de la totalidad—, el piramidón del espíritu. Como un bloque tosco e inacabado, el hombre sale de la cantera y, mediante la cultura secreta de los Misterios, poco a poco se va transformando en un piramidón equilibrado y perfecto. El templo solo está completo cuando el propio iniciado se convierte en el vértice vivo a través del cual el poder divino se concentra en la estructura divergente que hay debajo. W. Marsham Adams llama a la Gran Pirámide «la casa de los lugares ocultos» y lo era, sin duda, porque representaba el sanctasanctórum de la sabiduría preegipcia. Los egipcios asociaban la Gran Pirámide con Hermes, el dios de la sabiduría y las letras y el Divino Iluminador, adorado a través del planeta Mercurio. Relacionar a Hermes con la Pirámide destaca otra vez el hecho de que en realidad era el templo supremo de la Divinidad Invisible y Suprema. La Gran Pirámide no era un faro, un observatorio ni una tumba, sino el primer templo de los Misterios, la primera estructura levantada como depósito de aquellas verdades secretas que son la base cierta de todas las artes y las ciencias. Era el emblema perfecto del microcosmos y el macrocosmos y, según las enseñanzas secretas, la tumba de Osiris, el dios negro del Nilo. Osiris representa una manifestación determinada de la energía solar y, por consiguiente, su casa o su tumba es un emblema del universo, dentro del cual está sepultado y en cuya cruz ha sido crucificado. Por las cámaras y los corredores místicos de la Gran Pirámide pasaban los iluminados de la Antigüedad. Atravesaban sus portales como hombres y salían como dioses. Era el lugar del «segundo nacimiento», el «vientre de los Misterios», y la sabiduría habitaba en él como Dios habita en el corazón de los hombres. En algún lugar de las profundidades de sus recovecos residía un ser desconocido llamado «el Iniciador» o «el Ilustre», vestido de azul y dorado, que llevaba en la mano la séptuple llave de la eternidad. Era el hierofante de rostro de león, el Sagrado, el Maestro de los Maestros, que jamás abandonaba la Casa de la Sabiduría y al que ningún hombre veía, a menos que hubiese atravesado las puertas de la preparación y la purificación. Fue en aquellas cámaras donde Platón, el de la ancha frente, se encontró cara a cara con la sabiduría de todos los tiempos, personificada en el Maestro de la Casa Oculta.
¿Quién era el Maestro que vivía en aquella pirámide imponente, cuyas numerosas habitaciones representaban los mundos que hay en el espacio, aquel Maestro al que nadie veía, salvo aquellos que habían «vuelto a nacer»? Él era el único que conocía totalmente el secreto de la pirámide, pero se ha apartado del camino de la sabiduría y la casa está vacía. Los himnos de alabanza ya no resuenan en tonos apagados a través de las cámaras; el neófito ya no pasa a través de los elementos ni deambula entre las siete estrellas; el candidato ya no recibe la «Palabra de Vida» de los labios del Uno Eterno. Ya no queda nada que el ojo del hombre pueda ver, sino una cáscara vacía —el símbolo externo de una verdad interior —, ¡y los hombres llaman tumba a la Casa de Dios!
La técnica de los Misterios fue desarrollada por el Sabio Iluminador, el Maestro de la Casa Secreta. Se revelaba al nuevo iniciado la capacidad para conocer a su espíritu guardián; se le explicaba la manera de separar su cuerpo material de su vehículo divino, y, para consumar la magnum opus, se le revelaba el Nombre Divino, el nombre secreto e inefable de la Divinidad Suprema, por cuyo mero conocimiento el hombre y su Dios se vuelven uno conscientemente. Cuando se le daba el Nombre, el nuevo iniciado se convertía él mismo en una pirámide, para que, dentro de las cámaras de su alma, innumerables seres humanos pudieran recibir también la iluminación espiritual.
En la cámara del rey se representaba el drama de la «segunda muerte», en el cual el candidato, tras ser crucificado en la cruz de los solsticios y los equinoccios, era enterrado en el gran cofre. La atmósfera y la temperatura de la cámara del rey son un gran misterio: hace en ella un frío sepulcral particular, que hiela hasta la médula de los huesos. Aquella sala era una entrada entre el mundo material y las esferas trascendentales de la naturaleza. Mientras su cuerpo yacía en el cofre, el alma del neófito se remontaba como un halcón con cabeza humana a través de los reinos celestiales, donde descubría de primera mano la eternidad de la Vida, la Luz y la Verdad, así como la ilusión de la Muerte, la Oscuridad y el Pecado. Por consiguiente, en cierto modo se puede comparar la Gran Pirámide con una puerta a través de la cual los sacerdotes antiguos dejaban pasar a unos pocos para que llegaran a estar completos como individuos. También cabe destacar, a propósito, que si se golpeaba el cofre que había en la cámara del rey, el sonido que emitía no tenía equivalente en ninguna escala musical conocida. Es posible que aquel valor tonal fuese parte de una combinación de circunstancias que convertían la cámara del rey en un entorno ideal para la concesión del grado máximo de los Misterios. El mundo moderno sabe muy poco acerca de estos ritos antiguos. Tanto el científico como el teólogo contemplan la estructura sagrada y se preguntan qué impulso fundamental habrá inspirado aquella labor hercúlea. Si se detuvieran a pensar aunque fuese por un momento, se darían cuenta de que hay un solo impulso en el alma humana capaz de proporcionar el incentivo necesario, es decir, el deseo de saber, de comprender y de cambiar la estrechez de la mortalidad humana por la mayor amplitud y alcance de la iluminación divina. Por eso, al hablar de la Gran Pirámide los hombres dicen que es la construcción más perfecta del mundo, la fuente de los pesos y las medidas, el arca de Noé original, el origen de las lenguas, los alfabetos y las escalas de la temperatura y la humedad. Pocos se dan cuenta, sin embargo, de que es la puerta de entrada a lo Eterno.
Es posible que el mundo moderno conozca un millón de secretos, pero el mundo antiguo conocía uno solo y aquel era mayor que estos millones, que engendran muerte, desastre, tristeza, egoísmo, lujuria y avaricia, mientras que aquel único confiere vida, luz y verdad. Llegará un momento en el que la sabiduría secreta vuelva a ser el impulso religioso y filosófico dominante en el mundo. Pronto llegará el día en el que sonará la muerte del dogma. La inmensa Torre de Babel teológica, con su confusión de lenguas, se construyó con ladrillos de barro y argamasa de limo. Sin embargo, de las cenizas frías de los credos inertes resurgirán, como el ave fénix, los Misterios antiguos. Ninguna otra institución ha satisfecho tan completamente las aspiraciones religiosas de la humanidad, porque, desde la destrucción de los Misterios, no ha habido ningún código religioso con el que Platón hubiese estado de acuerdo. El desarrollo de la naturaleza espiritual del hombre es una ciencia tan exacta como la astronomía, la medicina o la jurisprudencia. Las religiones se establecieron fundamentalmente para alcanzar este objetivo y de la religión han surgido la ciencia, la filosofía y la lógica como métodos mediante los cuales se puede alcanzar este propósito divino.
¡El dios que muere resucitará! La sala secreta de la Casa de los Lugares Ocultos se redescubrirá. La pirámide volverá a ser el emblema ideal de la solidaridad, la inspiración, la aspiración, la resurrección y la regeneración. Aunque las arenas pasajeras del tiempo entierren bajo su peso una civilización tras otra, la pirámide perdurará como la alianza visible entre la Sabiduría Eterna y el mundo. Llegará un momento en que los cantos de los iluminados se vuelvan a escuchar en sus corredores antiguos y el Maestro de la Casa Oculta aguardará en el Lugar Silencioso la llegada del hombre que, dejando de lado las falacias del dogma y los principios, busque simplemente la Verdad y no se conforme con sucedáneos ni con falsificaciones.
«Soy Isis, señora de toda la tierra. Hermes me ha enseñado y con Hermes he inventado la escritura de las naciones, para que no escriban todas con las mismas letras. He proporcionado a la humanidad sus leyes y he ordenado lo que nadie puede alterar. Soy la hija mayor de Cronos y la esposa y hermana del rey Osiris. Soy la que sale con la estrella canina. Me llaman la diosa de las mujeres. […] Soy la que ha separado el cielo de la tierra. He enseñado su camino a las estrellas. He inventado el arte de la navegación. […] He reunido a los hombres con las mujeres. […] He ordenado que los hijos amen a sus mayores. Con mi hermano Osiris he puesto fin al canibalismo. He instruido a la humanidad en los misterios. He enseñado a reverenciar las estatuas divinas. He establecido los recintos de los templos. He derrocado a los tiranos. He hecho que los hombres amaran a las mujeres. Gracias a mí, la justicia es más poderosa que la plata y el oro. Gracias a mí, la verdad se considera hermosa». 
El sistro y la forma de Isis se cubrían con un velo de tela escarlata, que simbolizaba la ignorancia y el sentimentalismo que siempre se interponen entre el hombre y la Verdad. Isis levanta el velo y se descubre ante el investigador auténtico y prudente, que, desinteresadamente, con humildad y de todo corazón, trata de comprender los misterios que lo rodean en el universo. Se advierte a aquellos a los que se revela que guarden silencio con respecto a los misterios que han presenciado. La principal advertencia a los Hombres Sabios es: «Si sabes, guarda silencio». Ante el vulgo y los profanos, los infieles y los desinteresados, no descubre su rostro, porque ellos no podrían comprender los procesos secretos de los mundos invisibles.

Manly Palmer Hall - La Vida y La Obra de Thot Hermes Trismegisto

 

Retumbó el trueno, relampagueó y el velo del Templo se rasgó de arriba abajo. El venerable iniciador, con sus vestiduras azules y doradas, levantó lentamente su bastón cubierto de joyas y señaló con él la oscuridad revelada al desgarrarse la cortina plateada. «¡Contemplad la luz de Egipto!». El candidato, con su sencilla toga blanca, miró la total oscuridad enmarcada por las dos columnas inmensas con cabeza de loto, entre las cuales había estado colgado el velo. Mientras observaba, una bruma luminosa se distribuyó por toda la atmósfera hasta que el aire se convirtió en una masa de partículas brillantes. El rostro del neófito se iluminó con el suave resplandor, mientras exploraba la nube reluciente en busca de algún objeto tangible. El iniciador volvió a hablar: «Esta luz que observáis es la luminosidad secreta de los Misterios De dónde procede nadie lo sabe, salvo el “maestro de la luz”. ¡Heló aquí!». De pronto, a través de la neblina reluciente apareció una figura rodeada de un brillo verdoso titilante. El iniciador bajó su bastón e, inclinando la cabeza, posó una mano de lado contra su pecho, a modo de humilde saludo. El neófito retrocedió sobrecogido, enceguecido en parte por el esplendor de la figura revelada, pero el joven cobró coraje y volvió a mirar al Uno Divino. La Forma que tenía delante era bastante más grande que la de un hombre mortal. El cuerpo parecía en parte transparente, de modo que se podían ver el corazón y el cerebro latiendo, radiantes. Mientras el candidato observaba, el corazón se convirtió en un ibis y el cerebro, en una esmeralda brillante. En Su mano, aquel Ser misterioso llevaba una vara con alas, con serpientes enroscadas. El anciano iniciador levantó el bastón y exclamó en voz alta: «Todos os aclaman, Thot Hermes, tres veces grande; todos os aclaman, príncipe de los hombres; ¡todos os aclaman a vos, que estáis subido a la cabeza de Tifón!». En el mismo instante apareció un dragón macabro retorciéndose, un monstruo espantoso, en parte serpiente, en parte cocodrilo y en parte cerdo. De su boca y sus narices salían llamas y unos sonidos horrorosos resonaban por las cámaras abovedadas. De pronto, Hermes golpeó al reptil, que avanzaba con su vara con las serpientes enroscadas y, dando un gruñido, el dragón cayó de lado, mientras las llamas se fueron extinguiendo lentamente. Hermes puso el pie sobre el cráneo del Tifón vencido. Un instante después y, con una llamarada de un esplendor insoportable que hizo retroceder al neófito tambaleándose hasta un pilar, el Hermes inmortal, seguido por serpentinas de niebla verdosa, atravesó la cámara y se perdió en la nada. Hipótesis sobre la identidad de Hermes Jámblico aseguraba que Hermes era el autor de veinte mil libros y Manetón elevó la cifra a más de treinta y seis mil. Resulta evidente que, ni siquiera gozando de alguna prerrogativa divina, ningún individuo habría podido cumplir una labor tan monumental en solitario. Entre las artes y las ciencias que según dicen, Hermes reveló a la humanidad figuran la medicina, la química, el derecho, el arte, la astrología, la música, la retórica, la magia, la filosofía, la geografía, la matemática (sobre todo la geometría), la anatomía y la oratoria. Los griegos aclamaban a Orfeo de forma similar.
En su Biographia Antiqua, Francis Barrett dice, refiriéndose a Hermes: «[…] si Dios se apareció alguna vez a un hombre, se le apareció a él, como resulta evidente por sus libros y su Poimandres; en tales obras ha comunicado la suma del Abismo y el conocimiento divino a toda la posteridad; con lo cual ha demostrado que no solo ha sido un teólogo inspirado, sino también un gran filósofo, que ha obtenido su sabiduría de Dios y de los objetos celestiales y no del hombre».
Por sus conocimientos trascendentes, se identificaba a Hermes con muchos de los primeros sabios y profetas. En A New System, or an Analysis of Ancient Mythology, Bryant escribe lo siguiente: «He dicho que Cadmo era el mismo que el Thot egipcio, como se manifiesta por el hecho de que sea Hermes y por la invención de las letras que se atribuyen a él». (En el capítulo sobre la teoría de la matemática pitagórica se encontrará la tabla de las letras originales de Cadmo). Los investigadores creen que la persona a la cual los judíos conocían como Enoch y a la que Kenealy llamaba el «segundo mensajero de Dios» era Hermes. Hermes fue aceptado en la mitología de los griegos y después se convirtió en el Mercurio de los romanos. Fue venerado con la forma del planeta Mercurio, porque su cuerpo es el más próximo al sol: de todas las criaturas, Hermes era la más cercana a Dios y fue conocido como «el mensajero de los dioses».
En los dibujos egipcios que lo representan, Thot lleva una tablilla de cera para escribir y es el que toma nota cuando se pesa el alma de los difuntos en la sala del juicio de Osiris, un ritual de gran trascendencia. Hermes tiene mucha importancia para los estudiosos masónicos, porque fue el autor de los rituales de iniciación masónicos, que se tomaron de los Misterios establecidos por Hermes. Casi todos los símbolos masónicos tienen carácter hermético. Pitágoras estudió matemática con los egipcios y de ellos obtuvo el conocimiento de los sólidos geométricos simbólicos. También se venera a Hermes por su reforma del sistema del calendario. Aumentó el año de 360 a 365 días, con lo cual estableció un precedente que aún perdura. Fue llamado «tres veces grande», porque se lo consideraba el más importante de todos los filósofos, el más grande de todos los sacerdotes y el principal de todos los reyes. Merece la pena destacar que el último poema del querido poeta estadounidense Henry Wadsworth Longfellow fue una oda lírica a Hermes.
Los fragmentos herméticos mutilados Sobre el tema de los libros herméticos, James Campbell Brown, en A History of Chemistry, ha escrito lo siguiente: «Dejando aparte el período caldeo y el egipcio primitivo, de los cuales conservamos restos, pero nada escrito y de los cuales no nos han llegado nombres de químicos ni de filósofos, abordamos ahora el período histórico, en el cual se escribieron libros, al principio no sobre pergamino ni papel, sino sobre papiro. Una serie de libros egipcios primitivos se atribuye a Hermes Trismegisto, que, posiblemente fue un verdadero erudito o, tal vez, una personificación de una larga serie de escritores. […] Algunos lo identifican con el dios griego Hermes y con el egipcio Thot o Tuti, que era el dios de la luna, y en las pinturas antiguas aparece con cabeza de ibis y con el disco y la media luna. Los egipcios lo consideraban el dios de la sabiduría, las letras y el registro del tiempo. Como consecuencia del gran respeto que sentían por Hermes, los antiguos alquimistas daban el nombre de “herméticos” a los escritos químicos y por eso se sigue diciendo “sellado herméticamente” para indicar el cierre de un recipiente de vidrio mediante fusión, a la manera de los manipuladores químicos. Encontramos la misma raíz en las medicinas herméticas de Paracelso y en la masonería hermética de la Edad Media». Entre los fragmentos de obras que se suponen procedentes de la pluma de Hermes hay dos muy famosas. La primera es La Tabla Esmeralda y la segunda, El divino Poimandres o, como se lo suele llamar habitualmente, «el pastor de los hombres», que analizamos a continuación. Un punto destacado en relación con Hermes es que fue uno de los pocos sacerdotes-filósofos del paganismo contra el cual no descargaron su cólera los cristianos primitivos. Algunos Padres de la Iglesia llegaron incluso a declarar que Hermes manifestaba bastantes síntomas de inteligencia y que, si hubiese nacido en una época más esclarecida, que le hubiese permitido beneficiarse de las instrucciones que ellos le habrían brindado, ¡habría llegado a ser un gran hombre!
En su Stromata, san Clemente de Alejandría, uno de los pocos cronistas de la tradición pagana cuyos escritos se conservan hasta ahora, da prácticamente toda la información que se conoce acerca de los cuarenta y dos libros originales de Hermes y la importancia que les atribuían en Egipto tanto los poderes temporales como los espirituales San Clemente describe con estas palabras una de sus procesiones ceremoniales:
Los egipcios practican su propia filosofía, que se manifiesta, fundamentalmente, en su ceremonial sagrado. En primer lugar avanza el Cantante con alguno de los símbolos de la música, porque dicen que tiene que aprender dos de los libros de Hermes: uno, el que contiene los himnos de los dioses, y el otro, las normas que rigen la vida del rey. Después del Cantante va el Astrólogo, con un reloj en la mano y una palma: los símbolos de la astrología. Debe llevar los libros astrológicos de Hermes, que son cuatro, siempre en la boca. De estos, uno trata del orden de las estrellas fijas que son visibles; otro, sobre las conjunciones y los aspectos luminosos del sol y la luna, y el resto, de sus salidas. A continuación avanza el Escriba sagrado, con alas en la cabeza y, en la mano, un libro y una regla, en los cuales había tinta y la caña que usan para escribir. Y debe estar familiarizado con los llamados «jeroglíficos» y saber de cosmografía y de geografía, la posición del sol y la luna y acerca de los cinco planetas; también la descripción de Egipto y la carta del Nilo; y la descripción del equipo de los sacerdotes y del lugar consagrado a ellos, y sobre las medidas y las cosas que se utilizan en los ritos sagrados. Después de todos los anteriores sigue el que lleva la estola, con el codo de la justicia y la copa para las libaciones. Está familiarizado con todos los puntos relacionados con la formación y los propiciatorios. También hay diez libros sobre los honores que rinden a sus dioses, que contienen el culto egipcio, y tratan de los sacrificios, los primeros frutos, los himnos, las plegarias, las procesiones, las fiestas y cosas por el estilo. Detrás de todos camina el Profeta, llevando en sus brazos, abiertamente, el jarrón de agua; le siguen los que llevan los panes Él, al ser el gobernador del templo, aprende los diez libros llamados «hieráticos», que contienen todo acerca de las leyes y los dioses y todo lo relacionado con la formación de los sacerdotes. Porque el Profeta tiene que ver, para los egipcios también con la distribución de los ingresos. Por consiguiente, hay cuarenta y dos libros de Hermes que son imprescindibles, de los cuales los personajes antes mencionados aprenden los treinta y seis que contienen toda la filosofía de los egipcios y los otros séis sobre medicina, los aprenden los pastophoroi (portadores de imágenes), que tratan de la estructura del cuerpo y de las enfermedades y de los instrumentos y los medicamentos y sobre los ojos y el último, sobre las mujeres. Una de las mayores tragedias del mundo filosófico fue la pérdida de la casi totalidad de los cuarenta y dos libros de Hermes antes mencionados. Estos libros desaparecieron durante el incendio de Alejandría, porque los romanos —y después los cristianos— se dieron cuenta de que, hasta que no se eliminaran aquellos libros, no podrían someter a los egipcios. Los volúmenes que se salvaron del fuego fueron enterrados en el desierto en un lugar que actualmente solo conocen unos pocos iniciados de las escuelas secretas.

El Libro de Thot

Mientras Hermes recorría aún la tierra con los hombres, encomendó a sus sucesores elegidos el sagrado Libro de Thot, una obra que contenía los procesos secretos mediante los cuales se lograría la regeneración de la humanidad y que también servía como clave de sus otros escritos. No se sabe nada seguro sobre el contenido del Libro de Thot, salvo que sus páginas estaban cubiertas de extrañas figuras y símbolos jeroglíficos, que proporcionaban a los que estaban familiarizados con su uso un poder ilimitado sobre los espíritus del aire y las divinidades subterráneas. Cuando, mediante los procesos secretos de los Misterios, se estimulan determinadas áreas del cerebro, la conciencia del hombre se amplía y llega a contemplar a los Inmortales y a acceder a la presencia de los dioses superiores. El Libro de Thot describía el método que permitía lograr tal estimulación. En realidad, por tanto, era la «clave de la inmortalidad».
Según la leyenda, el Libro de Thot se guardaba en una caja dorada en el sanctasanctórum del templo. Solo había una llave, que estaba en poder del «Maestro de los Misterios», el máximo iniciado del arcano hermético y el único que sabía lo que estaba escrito en el libro sagrado. El Libro de Thot se perdió para el mundo antiguo con la decadencia de los Misterios, pero sus fieles iniciados lo llevaron sellado en el cofre sagrado a otras tierras. El libro sigue existiendo y todavía conduce a los discípulos de esta época ante la presencia de los Inmortales. En este momento, no se puede dar al mundo más información al respecto, pero la sucesión apostólica se mantiene ininterrumpida, desde el primer hierofante iniciado por el propio Hermes hasta el día de hoy, y aquellos que son particularmente aptos para servir a los Inmortales pueden descubrir tan inestimable documento si lo buscan sincera e infatigablemente. Se ha afirmado que el Libro de Thot es, en realidad, el misterioso Tarot de los bohemios, un extraño libro emblemático de setenta y ocho páginas que ha estado en poder de los gitanos desde el momento en que fueron expulsados de su antiguo templo: el Serapeum. (Según las Historias Secretas, los gitanos eran, en un principio, sacerdotes egipcios). En la actualidad existen en el mundo varias escuelas secretas que tienen el privilegio de iniciar a los candidatos en los Misterios, pero en casi todos los casos han encendido los fuegos de sus altares con la antorcha encendida de la estatua del dios griego. En su Libro de Thot, Hermes reveló a toda la humanidad «el único camino» y durante siglos los sabios de todas las naciones y todos los credos han alcanzado la inmortalidad mediante el «camino» establecido por Hermes en medio de la oscuridad para redimir a la humanidad.

Poimandres, la visión de Hermes

El divino Poimandres de Hermes Mercurio Trismegisto es una de las obras herméticas más antiguas que todavía existen. Aunque probablemente no en su forma original —ha sido remodelada durante los primeros siglos de la era cristiana y traducida incorrectamente desde entonces—, esta obra contiene, sin duda, muchos de los conceptos originales del cultus hermético. El divino Poimandres de Hermes Mercurio Trismegisto reúne diecisiete fragmentos, presentados como una sola obra. Se supone que el segundo libro de El divino Poimandres, llamado Poimandres o La visión, describe el método mediante el cual la sabiduría divina fue revelada a Hermes por primera vez. Después de recibir tal revelación, Hermes comenzó su ministerio y se puso a enseñar a quien quisiera escucharlo los secretos del universo invisible como se los habían dado a conocer a él.
La visión es el más famoso de todos los fragmentos herméticos y contiene una presentación de la cosmogonía hermética y las ciencias secretas de los egipcios con respecto a la cultura y el desarrollo del alma humana. Durante algún tiempo, fue llamada erróneamente «el Génesis de Enoch», pero en la actualidad tal error ha sido rectificado. Mientras preparaba la interpretación de la filosofía simbólica oculta en La visión de Hermes que expondrá a continuación, el autor de este libro ha tenido a mano las siguientes obras de referencia: El divino Poimandres de Hermes Mercurio Trismegisto (Londres, 1650), traducida del árabe y del griego por el doctor Everard; Hermética (Oxford, 1924), editada por Walter Scott; Hermes, The Mysteries of Ancient Egypt (Filadelfia, 1925), de Édouard Schuré, y The Thrice Greatest Hermes (Londres, 1906), de G. R. S. Mead. Al material que contienen estos volúmenes ha añadido comentarios basados en la filosofía esotérica de los antiguos egipcios, además de aclaraciones derivadas en parte de otros fragmentos herméticos y en parte del arcano secreto de las ciencias herméticas. Para mayor claridad, se ha preferido la forma narrativa, en lugar del estilo original en forma de diálogo, y se han sustituido las palabras obsoletas por otras actualmente en uso. Mientras deambulaba por un lugar pedregoso y solitario, Hermes se entregó a la meditación y la oración. Siguiendo las instrucciones secretas del Templo, poco a poco fue liberando su conciencia superior de la esclavitud de sus sentidos físicos y, una vez liberado, su naturaleza divina le reveló los misterios de las esferas trascendentales.
Contempló una figura imponente y sobrecogedora: era el Gran Dragón, que tenía las alas extendidas en el cielo y cuyo cuerpo irradiaba luz en todas direcciones. (Según los Misterios, la Vida Universal se representaba como un dragón). El Gran Dragón llamó a Hermes por su nombre y le preguntó por qué meditaba así sobre el Misterio del Mundo. Aterrorizado por el espectáculo, Hermes se postró ante el Dragón y le suplicó que le revelara su identidad. La enorme criatura le respondió que era Poimandres, la Mente del Universo, la Inteligencia Creativa y el Emperador absoluto de Todo. (Schuré identifica a Poimandres con el dios Osiris). Entonces Hermes suplicó a Poimandres que le revelara la naturaleza del universo y la constitución de los dioses. El Dragón accedió y le pidió a Trismegisto que retuviera su imagen en la cabeza.
De inmediato cambió la forma de Poimandres. En el lugar donde había estado quedó un resplandor espectacular que palpitaba. Aquella Luz era la naturaleza espiritual del propio Gran Dragón. Hermes «ascendió» al centro de aquel Fulgor divino y el universo de objetos materiales se desvaneció de su conciencia. Entonces sobrevino una gran oscuridad que, al expandirse, se tragó la Luz. Todo se puso turbulento. En tomo a Hermes se arremolinaba una misteriosa sustancia acuosa que emitía un vapor que parecía humo. El aire se llenó de gemidos inarticulados y suspiros que parecían proceder de la Luz que había sido tragada por la oscuridad. Su cabeza le dijo a Hermes que la Luz era la forma del universo espiritual y que la oscuridad en remolino que la había envuelto representaba lo material.
A continuación, de la Luz prisionera surgió una Palabra santa misteriosa que se situó sobre las aguas humeantes. Aquella Palabra, la Voz de la Luz, surgió de la oscuridad como una gran columna y el fuego y el aire la siguieron, aunque la tierra y el agua permanecieron abajo, sin moverse. Entonces, las aguas de la Luz se separaron de las aguas de la oscuridad; de las aguas de la Luz se formaron los mundos superiores y de las aguas de la oscuridad se formaron los mundos inferiores. A continuación, la tierra y el agua se mezclaron y se volvieron inseparables y la Palabra espiritual, llamada Razón, se movió sobre su superficie y provocó un desconcierto interminable.
Una vez más se oyó la voz de Poimandres, pero sin que se revelara Su forma: «Yo tu Dios soy la Luz y la Mente que existían antes de que la sustancia se separara del espíritu y la oscuridad, de la Luz. Y la Palabra que surgió de la oscuridad como una columna de fuego es el Hijo de Dios, nacido del misterio de la Mente. El nombre de esa Palabra es “Razón”. La Razón es hija del Pensamiento y la Razón separará la Luz de la oscuridad y establecerá la Verdad en medio de las aguas. Entiéndelo, oh, Hermes, y medita profundamente sobre el misterio. Lo que ves y oyes en tu interior no es la tierra, sino la Palabra de Dios hecha carne. Así se dice que la Luz Divina habita en medio de la oscuridad mortal y la ignorancia no puede separarlas. La unión de la Palabra y la Mente produce el misterio llamado “Vida”. Así como la oscuridad que te rodea está dividida con respecto a sí misma, la oscuridad que hay en tu interior también está dividida de la misma forma. La Luz y el fuego que surgen son el hombre divino, que asciende por el camino de la Palabra, y lo que no puede ascender es el hombre mortal, que no puede ser partícipe de la inmortalidad. Profundiza en la Mente y su misterio, porque en ellos reside el secreto de la inmortalidad». El Dragón volvió a revelar su forma a Hermes y durante largo tiempo los dos estuvieron mirándose fijamente a la cara el uno al otro, de modo que Hermes temblaba ante la mirada de Poimandres.
Al oír la Palabra del Dragón, los cielos se abrieron y se revelaron los innumerables Poderes de la Luz, elevándose por el Cosmos con alas que despedían fuego. Hermes contempló los espíritus de las estrellas, los celestiales que controlan el universo y todos aquellos Poderes que brillan con el resplandor del Fuego Único, el esplendor de la Mente Soberana. Hermes se dio cuenta de que la visión que había contemplado solo le había sido revelada porque Poimandres había dicho una Palabra. La Palabra era la Razón y mediante la Razón de la Palabra se manifestaban las cosas invisibles La Mente Divina —el Dragón— prosiguió su discurso: «Antes de que se formara el universo visible, se fabricó un molde, llamado Arquetipo y dicho Arquetipo estaba en la Mente Suprema mucho antes de que comenzara el proceso de la creación. Observando los Arquetipos, la Mente Suprema quedó prendada de sus propios pensamientos, de modo que, tomando la Palabra como un martillo poderoso, fue abriendo cavernas en el espacio primigenio y reproduciendo la forma de las esferas en el molde del Arquetipo y, al mismo tiempo, sembró en los cuerpos recién creados las semillas de las cosas vivas La oscuridad inferior, al recibir el martillo de la Palabra, se convirtió en un universo ordenado. Los elementos se separaron en niveles y en cada uno surgieron criaturas vivas. El Ser Supremo —la Mente—, masculino y femenino, produjo la Palabra y la Palabra, suspendida entre la Luz y la oscuridad, se expresó en otra Mente, llamada “el Obrero”, el “Maestro Constructor” o “el Hacedor de objetos”. De esta manera se consiguió. Oh, Hermes: desplazándose por el espacio como un soplo, la Palabra produjo el Fuego por la fricción de su movimiento. Por consiguiente, el Fuego se llama «Hijo del Esfuerzo». El Obrero atravesó el universo como un torbellino y, con la fricción, hizo que las sustancias vibraran y resplandeciesen. El Hijo del Esfuerzo formó de este modo los Siete Gobernadores, los Espíritus de los Planetas, cuyas órbitas delimitaban el mundo, y los Siete Gobernadores controlaban el mundo mediante el poder misterioso llamado Destino, que les había concedido el Obrero Ardiente. Cuando la Segunda Mente (el Obrero) hubo organizado el Caos, la Palabra de Dios salió enseguida de su prisión material, dejando a los elementos sin la Razón, y se unió a la naturaleza del Obrero Ardiente. Entonces, la Segunda Mente, junto con la Palabra que se había elevado, se estableció en medio del universo e hizo girar las ruedas de los Poderes Celestiales y así continuará desde un comienzo infinito hasta un final infinito, porque el principio y el fin están en el mismo lugar y estado. Entonces, los elementos vueltos hacia abajo y desprovistos de razonamiento produjeron criaturas sin Razón.
La Sustancia no podía proporcionar Razón, porque la Razón había salido de ella. El aire produjo objetos voladores y las aguas, objetos nadadores. La tierra concibió extraños animales de cuatro patas que se arrastran, dragones, demonios complejos y monstruos grotescos. Entonces el Padre — la Mente Suprema—, al ser la Luz y la Vida, creó a su imagen un Hombre Universal espléndido: no un hombre terrenal, sino un Hombre celestial, que vivía en la Luz de Dios. La Mente Suprema amó al Hombre que había creado y le entregó el control de las creaciones y las pericias. Como el Hombre quería trabajar, estableció Su morada en la esfera de la generación y se fijó en las obras de Su hermano, la Segunda Mente, que estaba sentado en el Anillo de Fuego. Después de observar los logros del Obrero Ardiente, Él también quiso hacer cosas y Su Padre le dio permiso. Los Siete Gobernadores, de cuyos poderes era partícipe, se regocijaron y cada uno proporcionó al Hombre una parte de Su propia naturaleza.
El Hombre anhelaba perforar la circunferencia de los círculos y comprender el misterio de Aquel que estaba sentado sobre el Fuego Eterno. Como ya tenía todo el poder, se agachó y echó un vistazo a través de las siete Armonías y, atravesando la fuerza de los círculos, se manifestó ante la Naturaleza, que estaba estirada abajo. El Hombre miró a las profundidades y sonrió, porque vio una sombra sobre la tierra y una semejanza reflejada en las aguas y aquella sombra y aquella semejanza eran Su propio reflejo. El Hombre se enamoró de Su propia sombra y deseó descender hasta ella. Coincidiendo con el deseo, el objeto Inteligente se unió con la imagen o la forma irracional. La Naturaleza observó el descenso y se envolvió en torno al Hombre, al que amaba, y los dos se fusionaron. Por este motivo, el hombre terrenal es compuesto. En su interior está el Hombre del Cielo. inmortal y hermoso; en el exterior, la Naturaleza, mortal y destructible. Por consiguiente, el sufrimiento se produce porque el Hombre Inmortal se enamoró de su sombra y renunció a la Realidad para vivir en la oscuridad de la ilusión: porque, si es inmortal, el hombre tiene el poder de los Siete Gobernadores y también la Vida, la Luz y la Palabra, pero, si es mortal, lo controlan los Anillos de los Gobernadores: la Suerte o el Destino.
Del Hombre Inmortal habría que decir que es hermafrodita, o sea, masculino y femenino, y siempre está atento. Nunca duerme ni está inactivo y lo rige un Padre que también es masculino y femenino y siempre vigila. Este es el misterio que se mantiene oculto hasta hoy, porque la Naturaleza, después de fusionarse en matrimonio con el Hombre del Cielo, produjo una maravilla de lo más maravillosa: siete hombres todos bisexuales, masculinos y femeninos, y de postura erguida, cada uno de los cuales es un ejemplo de las naturalezas de los Siete Gobernadores. Estas… Oh, Hermes, son las siete razas, especies y ruedas.
De esta manera se generaron los siete hombres. La tierra era el elemento femenino y el agua, el masculino: del fuego y el éter recibieron sus espíritus, y la Naturaleza hizo los cuerpos según la especie y la forma de los hombres. Y el hombre recibió la Vida y la Luz del Gran Dragón y de la Vida se hizo su Alma y de la Luz, su Mente. Por consiguiente, todas estas criaturas complejas, que contienen la inmortalidad pero son partícipes de la mortalidad, siguieron en tal estado durante un período. Se reprodujeron a partir de sí mismas, porque cada una era masculina y femenina. Sin embargo, al finalizar el período, el nudo del Destino se desató por la voluntad de Dios y el lazo de todas las cosas se aflojó. Entonces, todas las criaturas vivas, incluido el hombre, que había sido hermafrodita, se separaron y los machos se volvieron diferentes y las hembras también, según los dictados de la Razón. Y Dios habló a la Palabra Santa que estaba dentro del alma de todas las cosas y le dijo:
«Seguid creciendo y multiplicaos en multitudes, todos vosotros, criaturas y pericias mías. Que quien esté dotado de Mente sepa que es inmortal y que la causa de la muerte es el amor al cuerpo y dejad que aprenda todo lo que hay, porque quien se reconoce a sí mismo ingresa en el estado del Bien». Y después de que Dios dijera esto, la Providencia, con la ayuda de los Siete Gobernadores y la Armonía, reunió los sexos, hizo las mezclas y estableció las generaciones y todas las cosas se multiplicaron según su especie.
«Quien comete el error de apegarse y ama su cuerpo se queda deambulando en la oscuridad, consciente, y sufre las cosas de la muerte, mientras que quien se da cuenta de que el cuerpo no es más que una tumba para su alma asciende a la inmortalidad». Entonces Hermes quiso saber por qué había que privar a los hombres de la inmortalidad solo por cometer el pecado de la ignorancia y el Gran Dragón respondió: «Para los ignorantes, el cuerpo es lo más importante y son incapaces de darse cuenta de que llevan dentro la inmortalidad. Como solo conocen el cuerpo, que está sujeto a la muerte, creen en la muerte, porque adoran la sustancia que es la causa y la realidad de la muerte».
Entonces Hermes preguntó cómo van hacia Dios los justos y los sabios, a lo cual Poimandres respondió: «Lo mismo que dijo la Palabra de Dios lo repito yo: “Porque el Padre de todas las cosas está hecho de Vida y Luz y lo mismo ocurre con los hombres”. Por consiguiente, quien aprenda y comprenda la naturaleza de la Vida y la Luz pasará a la eternidad de la Vida y la Luz». A continuación, Hermes preguntó por el camino que seguían los sabios para llegar a la Vida eterna y Poimandres continuó: «Dejad que el hombre dotado de Mente tome nota, analice y aprenda por sí mismo y, con el poder de su Mente, se separe de su no-yo y se vuelva esclavo de la Realidad».
Hermes preguntó si no todos los hombres tenían Mente y el Gran Dragón respondió: «Ten cuidado con lo que dices, porque yo soy la Mente: el Maestro Eterno. Yo soy el Padre de la Palabra, el Redentor de todos los hombres, y en la naturaleza del sabio la Palabra se hace carne. Por medio de la Palabra, el mundo se salva. Yo, el Pensamiento (Thot), el Padre de la Palabra, la Mente, solo acudo a los hombres que son santos y buenos, puros y misericordiosos y llevan una vida piadosa y religiosa; mi presencia les sirve de inspiración y de ayuda, porque cuando llego, enseguida saben todas las cosas y adoran al Padre Universal. Antes de morir, estos sabios y misericordiosos aprenden a renunciar a sus sentidos sabiendo que estos son los enemigos de su alma inmortal. »No permitiré que los maléficos sentidos controlen el cuerpo de aquellos que me aman ni tampoco que alberguen emociones malignas ni malos pensamientos Me convierto en portero o cancerbero y no dejo entrar el mal y así protejo a los sabios de su propia naturaleza inferior. Sin embargo, no acudo a los perversos, los envidiosos ni los codiciosos, porque ellos no pueden entender los misterios de la Mente; por consiguiente, no les resulto grato. Los dejo con los demonios vengadores que ellos fabrican en su propia alma, porque el mal aumenta todos los días y atormenta más al hombre y cada mala acción se suma a las malas acciones previas hasta que finalmente el mal se destruye a sí mismo. El castigo del deseo es el suplicio de la insatisfacción». Hermes agachó la cabeza en señal de agradecimiento al Gran Dragón que tanto le había enseñado y le suplicó que siguiera hablando sobre lo supremo del alma humana, de modo que Poimandres resumió: «En el momento de la muerte, el cuerpo material del hombre regresa a los elementos de los que procede y el hombre divino invisible asciende a la fuente de la que procede, es decir, la Octava Esfera. El mal se traslada a la morada del demonio, mientras que los sentidos, los sentimientos, los deseos y las pasiones del cuerpo regresan a su origen, es decir, los Siete Gobernadores, cuya naturaleza en el hombre inferior destruye, pero en el hombre espiritual invisible da vida.
»Cuando la naturaleza inferior ha vuelto a la brutalidad, la superior se esfuerza otra vez por recuperar su espiritualidad. Escala los siete Anillos sobre los cuales están sentados los Siete Gobernadores y devuelve a cada uno sus poderes inferiores de esta manera: sobre el primer anillo deposita la Luna y le devuelve la capacidad de crecer y decrecer: sobre el segundo anillo sienta a Mercurio y le devuelve las maquinaciones, el engaño y la picardía; sobre el tercer anillo sienta a Venus y le devuelve los deseos y las pasiones; sobre el cuarto anillo sienta al Sol y a este Señor le devuelve las ambiciones; sobre el quinto anillo sienta a Marte y a él le devuelve la impetuosidad y el atrevimiento irreverente; sobre el sexto anillo sienta a Júpiter y le devuelve el sentido de acumulación y las riquezas, y sobre el séptimo anillo sienta a Saturno, a la Puerta del Caos, y le devuelve la falsedad y la conspiración maléfica.
»A continuación, después de deshacerse de todas las acumulaciones de los siete Anillos, el alma llega a la Octava Esfera, es decir, el anillo de las estrellas fijas, donde, liberada de toda ilusión, mora en la Luz y entona loas al Padre con una voz que solo los puros de espíritu pueden comprender. Fíjate, Hermes, que en la Octava Esfera hay un gran misterio, porque la Vía Láctea es el semillero de las almas, que desde allí caen en los Anillos, y a ella regresan otra vez desde las ruedas de Saturno. Pero algunas no pueden subir la escalera de siete peldaños de los Anillos, de modo que deambulan por la oscuridad inferior y son arrastradas a la eternidad con la ilusión de los sentidos y la practicidad.
»El camino hacia la inmortalidad es difícil y solo unos pocos lo encuentran. El resto aguarda el Gran Día en que las ruedas del universo se detengan y las chispas inmortales huyan de la vaina de la sustancia. Pobres de los que esperan, porque deben volver a regresar, inconscientes y sin saberlo, al semillero de las estrellas y aguardar un nuevo comienzo. Los que se salven gracias a la luz del misterio que te he revelado, oh, Hermes, y que ahora te pido que instaures entre los hombres, volverán una vez más al Padre que habita en la Luz Blanca y se entregarán a la Luz y serán absorbidos por la Luz y en Ella se convertirán en Poderes divinos. Este es el Camino del Bien y solo se revela a los que tienen sabiduría. »Bendito seas, oh, Hijo de la Luz, a quien, de entre todos los hombres, yo, Poimandres, la Luz del Mundo, me he revelado. Te ordeno que sigas adelante, que te conviertas en guía para aquellos que deambulan en la oscuridad, para que todos los hombres en los que habite el espíritu de Mi Mente (la Mente Universal) se salven por medio de Mi Mente en ti, que invocará a Mi Mente en ellos. Establece Mis Misterios y ellos no fracasarán en la tierra, porque soy la Mente de los Misterios y, mientras la Mente no falle —esto no ocurre nunca —, mis Misterios no pueden fallar». Con estas palabras de despedida, Poimandres, radiante de luz celestial, se desvaneció, mezclándose con los poderes de los cielos. Elevando los ojos al firmamento, Hermes bendijo al Padre de Todas las Cosas y consagró su vida al servicio de la Gran Luz. Así predicaba Hermes: «Oh, habitantes de la tierra, hombres nacidos y hechos de los elementos, pero con el espíritu del Hombre Divino en vuestro interior, ¡levantaos de vuestro sueño de ignorancia! Sed serios y reflexivos.
Daos cuenta de que vuestra casa no es la tierra sino la Luz. ¿Por qué os habéis entregado a la muerte, si tenéis poder para ser partícipes de la inmortalidad? Arrepentíos y cambiad vuestra mente. Alejaos de la luz oscura y renunciad a la corrupción para siempre. Preparaos para ascender a través de los Siete Anillos y para fundir vuestras almas con la Luz eterna». Algunos de los que lo escucharon se burlaron y se mofaron y siguieron su camino, entregándose a la Segunda Muerte, de la cual no existe salvación. Otros, en cambio, se arrojaron a los pies de Hermes y le suplicaron que les enseñara el Camino de la Vida. Él los levantó con suavidad, sin recibir ninguna aprobación para sí mismo, y, con el bastón en la mano, siguió enseñando y guiando a la humanidad y mostrándoles cómo podían salvarse. En los mundos de los hombres, Hermes sembró las semillas de la sabiduría y las nutrió con las Aguas Inmortales. Finalmente llegó el crepúsculo de su vida y, cuando el resplandor de la luz de la tierra comenzó a reducirse, Hermes ordenó a sus discípulos que mantuvieran inmaculadas sus doctrinas a lo largo de los siglos. Encomendó que se pusiera por escrito la visión de Poimandres para que todos los que desearan la inmortalidad pudieran encontrar en ella el camino. Para concluir su exposición de la visión, Hermes escribió lo siguiente: «El sueño del cuerpo es la sobria vigilancia de la Mente y, si cierro los ojos, se me revela la Luz verdadera. Mi silencio se llena de nueva vida y esperanza y está lleno de bondad. Mis palabras son la plenitud del fruto del árbol de mi alma. Porque este es el relato fiel de lo que he recibido de mi verdadera Mente, que es Poimandres, el Gran Dragón, el Señor de la Palabra, mediante el cual Dios me inspiró la Verdad. Desde aquel día, mi Mente ha estado siempre conmigo y en mi propia alma he dado a luz la Palabra: la Palabra es la Razón y la Razón me ha redimido. Por este motivo, con toda mi alma y toda mi fuerza, alabo y bendigo al Dios Padre, la Vida y la Luz y la Bondad Eterna. Bendito sea Dios, Padre de todas las cosas, que existe desde antes del Primer Comienzo. Bendito sea Dios, cuya voluntad se cumple y se hace cumplir mediante Sus propios Poderes, a los que ha dado a luz fuera de Sí mismo. Bendito sea Dios, que ha decidido darse a conocer y que es conocido por Sí mismo por aquellos a quienes se revela. Bendito seáis Vos que por Vuestra Palabra (la Razón) habéis establecido todas las cosas.
Bendito seáis Vos, a cuya imagen se ha hecho toda la Naturaleza. Bendito seáis Vos a quien la naturaleza inferior no ha dado forma. Bendito seáis Vos, que sois más fuerte que todos los poderes. Bendito seáis Vos, que sois mejor que toda excelencia. Bendito seáis Vos, que sois mejor que toda alabanza. Aceptad estos sacrificios razonables de un alma pura y un corazón tendido hacia Vos. Oh, Inefable, a Quien se alaba en silencio. Os suplico que me miréis con misericordia para que no yerre mi conocimiento de Vos y pueda iluminar a aquellos que son, en la ignorancia, hermanos míos e hijos Vuestros. Por eso creo en Vos y de Vos doy fe y parto en paz y con confianza en Vuestra Luz y Vida. Bendito seáis, ¡oh, Padre! El hombre que habéis creado se santificará con Vos, ya que le habéis dado poder para santificar a otros con Vuestra Palabra y Vuestra Verdad». La Visión de Hermes, como casi todas las obras herméticas, es una exposición alegórica de grandes verdades filosóficas y místicas, cuyo significado oculto solo pueden comprender aquellos que han sido «elevados» a la presencia de la Mente Verdadera.
La Gran Pirámide se levanta sobre una meseta caliza hasta cuya base, según la historia antigua, se desbordó el Nilo en una ocasión, con lo cual proporcionó un método de transporte para los bloques inmensos que se emplearon en su construcción. Suponiendo que el piramidón alguna vez hubiera estado en su sitio, la pirámide mide, según John Taylor (en cifras redondas) 150 metros de altura: la base de cada lado mide 233 metros de largo y toda la estructura abarca una superficie de algo más de cinco hectáreas. La Gran Pirámide es la Única del grupo de Gizeh —de hecho, que se sepa, la única de Egipto— que tiene cámaras dentro del cuerpo de la pirámide en sí. Por este motivo se dice que refuta las leyes de Lepsius, según las cuales cada una de estas construcciones es un monumento levantado sobre una cámara subterránea en la que está enterrado algún gobernante. La pirámide contiene cuatro cámaras, indicadas en el diagrama con las letras K, H, F y O. La cámara del rey (K) es un aposento alargado de doce metros de largo, cinco de ancho y casi seis de altura, aproximadamente, con un techo plano compuesto por nueve piedras inmensas, las más grandes de la pirámide. Por encima de la cámara del rey hay cinco compartimientos bajos (L), llamados genéricamente «cámaras de contrucción». En la inferior de estas cámaras están los llamados «jeroglíficos del faraón Keops». El techo de la quinta cámara de construcción acaba en punta. En el extremo de la cámara del rey opuesto a la entrada se encuentra el famoso sarcófago o cofre (I) y, detrás de este, una abertura poco profunda que se excavó con la esperanza de descubrir objetos valiosos. Dos orificios de ventilación (M y N) que atraviesan la pirámide de un lado a otro ventilan la cámara del rey. En sí mismo, esto basta para demostrar que el edificio no fue construido como una tumba. Entre el extremo superior de la Gran Galería (G. G.) y la cámara del rey hay una pequeña antecámara (H), con una longitud máxima de 2,7 metros, un ancho máximo de 1,5 metros y una altura máxima de 3,6 metros, que —no se sabe por qué— tiene las paredes estriadas.
En la estría más cercana a la Gran Galería hay un bloque de piedra en dos partes, con un bulto o un nudo que sobresale como 2,5 centímetros de la superficie de la parte superior que da a la Gran Galería. Esta piedra no llega hasta el suelo de la antecámara y los que entran en la cámara del rey tienen que pasar por debajo de la losa. Desde la cámara del rey, la Gran Galería —48 metros de largo, 8,5 metros de altura y 2 metros de ancho en el punto máximo, que se reducen a la mitad como consecuencia de la convergencia de siete superposiciones de las piedras que constituyen las paredes— desciende hasta llegar un poco por encima del nivel de la cámara de la reina. De allí sale una galería (E) que retrocede más de treinta metros hacia el centro de la pirámide y se abre en la cámara de la reina (F). La cámara de la reina mide 5,8 metros de largo, 5 metros de ancho y 6 metros de altura. Tiene el techo en punta y compuesto por grandes bloques de piedra. Unos respiraderos que no se muestran salen de la cámara de la reina, pero son posteriores. En la pared oriental de la cámara de la reina hay un nicho peculiar de piedra que converge poco a poco: probablemente, al final resultará que se trata de una entrada que ya no existe.
En el punto en el que acaba la Gran Galería y comienza el pasillo horizontal que conduce a la cámara de la reina está la entrada al pozo y también la abertura que desciende por el primer conducto ascendente (D) hasta el punto en el que este conducto se encuentra con el conducto descendente (A), que conduce desde la pared exterior de la pirámide hasta la cámara subterránea. Después de descender 18 metros por el pozo (P), se llega a la gruta. El pozo atraviesa el suelo de la gruta y sigue bajando cuarenta metros más hasta el conducto de entrada descendente (A), con el que se cruza poco antes de que el conducto pase a ser horizontal y llegue a la cámara subterránea. La cámara subterránea (O) mide unos catorce metros de largo y algo más de ocho de ancho, pero es sumamente baja: el techo tiene una altura variable, que va desde alrededor de un metro hasta cuatro metros por encima del suelo desigual y aparentemente inacabado. Del lado meridional de la cámara subterránea sale un túnel bajo de unos quince metros de largo, que acaba en una pared lisa. Estas constituyen las únicas aberturas conocidas de la Pirámide, a excepción de algunos nichos, orificios de reconocimiento, pasillos sin salida y el túnel intrincado y tenebroso (B) abierto por los musulmanes a las órdenes del descendiente del profeta, el califa AlMamun. 

Jacques Bergier - Melquisedeque

  Melquisedeque aparece pela primeira vez no livro Gênese, na Bíblia. Lá está escrito: “E Melquisedeque, rei de Salem, trouxe pão e vinho. E...