1. Aunque el período Paleolítico es muy extenso, vamos a limitar nuestro estudio a su época final, la que transcurre entre -30.000 y -10.000, fecha media esta última de la catástrofe climática diluvial, al término de la glaciación.
Si nos interesamos por la astrología paleolítica es porque manifestaciones culturales como las pinturas de Altamira, Lascaux, y otras diversas indican un alto grado evolutivo, que sería paralelo al astrológico y otros más.
2. Al final de la última glaciación hay una cultura unificada sahariano-mediterránea extendida desde la costa atlántica norteafricana hasta el Irán, y entre la Europa Meridional y el Afrecha Subsahariana. El clima de la región tiene menos temperatura y más lluvias y permite la existencia de lagos interiores, bosques y sabana, lo que facilita la intercomunicación de todos los territorios de Este a Oeste; vínculo que se rompe luego al desertizarse la zona por el cambio climático.
El nivel oceánico era unos 130 m. más bajo que el actual, constatado en el Atlántico y el Pacifico (Australia, Komodo, etc.) con lo que Sicilia se unía con Afrecha, Gibraltar era más angosto, con algunas islas intermedias que facilitaban el paso de Afrecha a Europa, y no había comunicación marítima del Mar Negro y el Mediterráneo.
La fusión de los hielos aumentó el nivel oceánico, separó las costas de Gibraltar, hecho recordado en la hazaña de Hércules (símbolo paleolítico) y aisló Italia de Afrecha.
Esa unidad cultural, reflejada en el idioma, la constata el Génesis al describir este tiempo antediluvial: “Era la tierra toda una sola lengua, y de unas mismas palabras” (11, 1). Esa interrelación humana promovió el conocimiento en todos los campos; después se arruinó con la diversificación lingüística subsiguiente al sedentarismo agrícola, que desvinculó territorios y pueblos tras el Diluvio.
3. El cambio climático de -10.000 rompió la unidad cultural antedicha y sumió a la reglón en hambre, enfermedades y caos en los siguientes 5.000 años; la Biblia dice que “Fueron exterminados todos los vivientes sobre la superficie de la tierra, desde el hombre a la bestia, y los reptiles y las mes del cielo” (Gen. 7, 23), y en la cronología de Maneton se designa este periodo como el de los “Espíritus de la Muerte “. El hombre paleolítico, que había alcanzado una cultura notable, y una estatura de 1,85 m. de media (“había entonces gigantes en la Tierra”, Gén. 6, 4) fue diezmado. empequeñecido por hambrunas, y acortada su vida, y solo cuando van apareciendo los nuevos calendarios solares a partir del -5.000 indica una cierta organización social.
Las regiones atlánticas de Afrecha y Europa, influidas por el Océano (Atlas, Península Ibérica), no sufrieron cambios tan drásticos como las interiores, y mantuvieron modos de vida de caza y recolección, llegando aquí tarde la agricultura. De ahí su arcaísmo, y que de allí provengan datos y recuerdos paleolíticos: los tartesios presumían de tener leyes de 6.000 años de antigüedad que los vinculaba a la vieja y ‘noble” sociedad paleolítica, y relatos sobre Hércules como el Jardín de las Hespérides, Atlas, Gerión, el Cancerbero, las Amazonas, etc., provienen de esta zona. También los griegos se vanagloriaban de ser descendientes de la nobleza pelásgica (paleolítica).
4. La astrología establece como elementos principales de influencia el Sol, la Luna, los planetas y estrellas y el dodecanario zodiacal.
El primer astro utilizado por el hombre para contar el tiempo fue la Luna, que por su figura propia sirve para cualquier lugar de la Tierra. También se vincula con los períodos de gestación humana y animal, con los movimientos de los animales y la caza de éstos, y con las mareas, y adviértase que una de las fuentes básicas de alimentación antigua era el pescado y la recolección de moluscos. Por eso, aunque en la vida diaria es el Sol la principal luminaria, es la Luna el cronocrator calendárico en los primeros tiempos.
Así el año se mide en meses lunares, y las estrellas, visibles junto con la Luna (lo que no sucede con el Sol) se toman como referencia a su movimiento, originando primero las “mansiones lunares”, predecesoras de los Signos solares.
La medición del año fuera de la referencia estelar produce también un dodecanario de lunaciones y tareas mensuales, es decir, los “Trabajos de Hércules“, ocupaciones primero del hombre cazador paleolítico (Leo, Escorpio, Capricornio), y más tarde del neolítico con sus nuevas faenas agrícolas (Virgo, Libra), acabando en los símbolos de los menologios medievales. La evolución de los Signos es una historia de la Humanidad, así la Liebre paleolítica deviene la espiga de la recolección en Virgo, y el Dragón chino la Balanza de pesaje de mieses en la economía agrícola.
5. El estudio de la Luna y las constelaciones nos descubre la astrología paleolítica. Al igual que en una cronología solar es el Sol el astro principal, y analizamos su luz, cromatismo, movimientos, etc., en una cronología basada en la Luna es ésta el principal astro, y se observan sus movimientos, aspecto, color, influencias, etc. para prever el tiempo ú otros fines; nótese que, aún hoy, es de los astros más estudiados (incluso para la Bolsa), pese a incluirse luego otros planetas o estrellas.
Datos y anotaciones lunares desde -30.000 ha encontrado Marshack en pinturas y grabados rupestres y en “marcas de caza” sobre utensilios; se observa un predominio de los períodos de 7, 15 y 30 días correspondiendo al ciclo lunar sinódico.
El simbolismo general nos indica que las trazas lineales figuran días (en cuevas, abrigos, etc.), las coviñas ú hoyuelos son meses o lunaciones (Peña del Gato, Laxea das Rodas) y los círculos concéntricos significan años (petroglifos gallegos. passim).
Como verificación vemos ciclos de 12 y 13 lunaciones del año, o períodos de 3 y 5 años, o de 62 meses, (Peña del Gato, Cueva del Pindal, Laxea das Rodas); pero incluso hay en la placa de marfil de Malta (Siberia), y en la de Naxos, marcas de 235 lunaciones correspondientes al ciclo de Metón que sería así conocido ya en el -15.000.
En cualquier caso, los períodos figurados pueden ser muy diferentes, pues dependen del grado de ajuste o precisión requerido en las observaciones del tiempo, y no se excluyen mutuamente.