sexta-feira, 1 de junho de 2018

Escritura cuneiforme

La escritura cuneiforme es comúnmente aceptada como una de las formas más antiguas de expresión escrita, según el registro de restos arqueológicos.

A finales del IV milenio a. C., los sumerios comenzaron a escribir su idioma mediante pictogramas, que representaban palabras y objetos, pero no conceptos abstractos. Una muestra de esta etapa se puede observar en la tablilla de Kish (del 3500 a. C.). Hacia el 2600 a. C. los símbolos pictográficos ya se diferenciaban claramente del ideograma original, y al finalizar ese milenio, con objeto de hacer más fácil la escritura, ya eran completamente diferentes.

La escritura cuneiforme fue adoptada por otros idiomas: el acadio, el elamita, el hitita y el luvita, e inspiró a los alfabetos del antiguo persa y el ugarítico.

El cuneiforme se escribió originalmente sobre tablillas de arcilla húmeda, mediante un tallo vegetal biselado en forma de cuña, de ahí su nombre. El término cuneiforme proviene del latín cúneus (‘cuña’) por la forma de las incisiones, aunque un antiguo poema sumerio las denomina gag (‘cuñas’).

Durante el período acadio comenzaron también a utilizarse el metal y la piedra.

En un principio, la escritura a base de pictogramas no era adecuada para escribir conceptos abstractos, los verbos y sus tiempos, los pronombres, etc. Por ello, se comenzaron a utilizar ciertos símbolos con valor fonético silábico. Así, por ejemplo, dado que en sumerio el sustantivo «ajo» y el verbo «dar» eran homófonas (sum), el mismo símbolo que se utilizaba para aquél comenzó a usarse con valor fonético para este. Con el paso del tiempo, aplicando similitudes semejantes, se creó un corpus silábico, usado preferentemente para expresar ciertos elementos gramaticales y conceptos abstractos.

El sumerio era una lengua aglutinante, por ello, cuando los acadios adoptaron el cuneiforme para su propia lengua semítica, dado que el valor fonético y el ideográfico podían confundirse fácilmente, desarrollaron estos unos signos determinantes que indicaban cómo debía leerse cada símbolo. Al final de este proceso, por ejemplo, el símbolo que se leía como an, además del silábico, podía tener otros dos significados: el concepto ‘dios’ o ‘cielo’ y un determinante para indicar que algo tenía naturaleza divina o celeste.

En algunos conjuntos de tablillas, como los de Uruk, se han contado hasta 2000 signos cuneiformes diferentes. En los siglos sucesivos, tal variedad se redujo enormemente, hasta que durante el período acadio eran usados con asiduidad unos 600.

Descubrimiento
Europa tuvo constancia de esta escritura gracias al viajero italiano Pietro Della Valle, que hizo escala en Persépolis aproximadamente hacia el año 1621. Una vez allí, no sólo dejó constancia por escrito de la magnífica y antigua capital del Imperio aqueménida, sino que también copió una serie de peculiares signos grabados en las ruinas de las puertas del palacio de dicha ciudad y que además figuraban en tres versiones.

En 1700, Thomas Hyde ―profesor de la Universidad de Oxford― acuñó el término «cuneiforme» para estas inscripciones, cuando publicó un trabajo sobre los logros obtenidos por Della Valle. El título de su obra: Dactuli pyramidales seu cuneiformes, dio nombre a esta original escritura.

Descifrado
Años más tarde, en 1835 Henry Rawlinson, un oficial de la armada británica, encontró la Inscripción de Behistún, en un acantilado en Behistún en Persia. Tallada durante el reinado del rey Darío I de Persia (522-486 a. C.), consistía en textos idénticos escritos en los tres lenguajes oficiales del imperio: persa antiguo, babilonio y elamita. La importancia de la inscripción de Behistún para el descifrado de la escritura cuneiforme es equivalente al de la piedra de Rosetta para el descifrado de los jeroglíficos egipcios.

Rawlinson dedujo correctamente que el persa antiguo usaba un alfabeto silábico y lo descifró correctamente. Trabajando de manera independiente, el asiriólogo irlandés Edward Hincks también contribuyó al descifrado. Después de traducir el persa, Rawlinson y Hincks comenzaron a traducir los otros. En gran medida fueron ayudados por el descubrimiento de la ciudad de Nínive por parte de Paul-Émile Botta en 1842. Entre los tesoros descubiertos por Botta estaban los restos de la gran biblioteca de Asurbanipal, un archivo real que contenía varios miles de tablas de arcilla cocidas con inscripciones cuneiformes.

En 1851, Hincks y Rawlinson, podían leer ya 200 signos babilonios. Pronto se les unieron otros dos criptólogos, un joven estudiante de origen alemán llamado Julius Oppert y el versátil orientalista británico William Henry Fox Talbot. En 1857 los cuatro hombres se conocieron en Londres y tomaron parte en el famoso experimento para comprobar la precisión de sus investigaciones.

Edwin Norris, el secretario de la Real Sociedad Asiática, le dio a cada uno de ellos una copia de una inscripción recientemente descubierta datada en el reinado del emperador asirio Tiglath-Pileser I. Un jurado de expertos fue convocado para examinar las traducciones resultantes y certificar su exactitud. Las traducciones resultantes de los cuatro expertos coincidían en todos los puntos esenciales. Hubo por supuesto algunas pequeñas discrepancias. El inexperto Talbot había cometido unos cuantos errores, y la traducción de Oppert contenía unos cuantos pasajes dudosos debido a que el inglés no era su lengua materna. Pero las versiones de Hincks y Rawlinson eran virtualmente idénticas. El jurado declaró su conformidad, y el descifrado de la escritura cuneiforme acadia pasó a ser un hecho consumado.

Uso
Los signos cuneiformes eran escritos por escribas usando cuñas principalmente sobre tablillas, casi siempre de arcilla y ocasionalmente de metal, que luego se guardaban en una suerte de primitivas bibliotecas, escrupulosamente organizadas, que servían para el aprendizaje de futuros escribas. Estas bibliotecas pertenecían a la escuela de cada ciudad o, a veces, a colecciones particulares.

Las tablillas estaban escritas en un número variable de columnas y contenían:

La serie y el número de la tablilla en esa serie, para su correcta catalogación.
El texto.
Colofón, que contiene a su vez la primera línea de la siguiente tablilla, el propietario, el año de reinado del soberano correspondiente, en ocasiones los títulos del mismo, la ciudad de la escuela y el nombre del escriba y raramente, el autor.
Nótese el parecido de ese sistema con la operativa moderna de los protocolos de escribanos y notarios.

Evidentemente el uso no quedaba restringido a las tablillas; por ejemplo encontramos escritos en los ladrillos de la Babilonia del primer milenio el nombre de Nabucodonosor II.

Transliteración
La escritura cuneiforme tiene un formato específico de transliteración. Debido a la polivalencia del sistema de escritura, la transliteración no es únicamente sin pérdida, sino que además puede contener más información que el documento original. Por ejemplo, el signo DINGIR en un texto hitita puede representar tanto la sílaba hitita an, o puede ser parte de una frase acadia, representando la sílaba il, o puede ser un sumerograma, representando el significado sumerio original, dios.

De este modo, en ambientes cultos (escuelas de escribas) o ante falta de palabras formadas se utilizaba el idioma sumerio, en el que cada palabra equivale a un signo, mientras que ese mismo signo podía ser una sílaba en, por ejemplo, neobabilónico, en un primer paso hacia el sistema de letras latino.

Unicode
La escritura cuneiforme forma parte del estándar Unicode desde la versión 5.0 de julio de 2006, codificada en dos bloques diferentes pertenecientes al plano suplementario multilíngüe (SMP).

Bloque U+12000–U+1237F: escritura cuneiforme, 879 caracteres.
Bloque U+12000–U+1237F: numerales y signos de puntuación, 103 caracteres.